Francisco Matos Paoli y la presencia del Verbo

May 22, 2017 | Autor: T. Pérez-Hernández | Categoría: Poesía, Poesía Mística, Mística, Poesía Puertorriqueña, Francisco Matos Paoli
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Francisco Matos Paoli y la presencia del Verbo Tamara Elena Pérez Hernández, AiT MArch | BACompLit | BAHArt 787.635.2977 | [email protected] 6 de mayo de 2015 El origen de toda poesía es colectivo. Francisco Matos Paoli Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14

El vocablo “verbo” convoca una multiplicidad de referencias. Sus orígenes etimológicos en el latín verbum remiten a la “palabra” misma, aunque sus ancestros más antiguos apuntan a ideas más como el “orden” (de la raíz indoeuropea vrata-), la “retórica” (del sánscrito rethor) y la convocatoria (del hitita weriga-). Su rendición moderna apunta a la disciplina de la sintaxis, en la cual el verbo se erige como portador de la acción dentro de la oración y, por tal, como núcleo último de significación. Finalmente, es menester señalar la interpretación de la tradición cristiana, que corporifica el verbo de Dios en Jesucristo. Todos estos niveles de significación parecen sintetizarse bajo la mano maestra del poeta místico puertorriqueño Francisco Matos Paoli. En su poema del mismo nombre, se hace mella en el protagonismo del verbo. Ciertamente, las palabras “llamarte”, “vencer”, “verte”, “tengo”, “quise” y “canta” (21) marcan el fuerte compás del ritmo interno del texto que, a pesar de estar constituido formalmente como un soneto, es dominado por la cadencia fluida que el cabalgamiento posibilita. En el tercer verso, la voz se cuestiona el lugar y el poder que ejerce el “nombre”, lo cual podría ser interpretado como el reto a la hegemonía del sustantivo en la oración. No obstante, no es únicamente la acción intrínseca a dichos vocablos la única presencia del Verbo como entidad poética. Cuando el narrador poético anuncia la querencia de llamar y ver a un interlocutor que permanece oculto, se nos revela paradójicamente su identidad. Es entonces evidente la referencia religiosa a la figura de Jesucristo, cuyo nombre es analogía de su omnipotencia pero que, pese a todo, no puede sustituir la inaccesibilidad física de la divinidad. La voz delata querer presenciar a ese oyente supremo, recibiendo una señal de carácter ora auditivo (respuesta a su llamado), ora visual (respuesta a través de la luz). En su intento por asir esta presencia, el narrador parece cometer una serie de transgresiones del mundo natural, como “vencer la terneza del río” y “jugar con el albor…del agua” (21). No obstante, su intento siempre es fallido, y esta deficiencia constituye el castigo de la osadía de querer ver lo invisible.

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Prestarle atención a las conjunciones de los verbos, así como reparar en las inflexiones de la voz poética, añade información importante a la interpretación del texto. La multiplicidad de voces con que el narrador se refiere al interlocutor, quien en ocasiones parece ser un “tú” y en otras un “usted” de acuerdo a la conjugación de los verbos que lo presiden, indica una inestabilidad identitaria importante que se extiende al propio narrador poético. Existe una variedad de tonos con que éste se acerca a su movedizo interlocutor: transita entre la auto-acusación, la interrogación inocente y la resolución. Tal pareciera, pues, que esta plegaria se presenta en ocasiones como la interrogante genuina de un niño, y en otras como el reclamo violento de un adulto. ¿Por qué se insiste en esta fluctuación identitaria, tanto de la voz poética como de su interlocutor? El fragmento de su Poética titulado “El individuo y la sociedad” muestra ser esclarecedor en ese sentido. Matos Paoli explica: “Un verdadero poeta tiene más de un yo. Es un pueblo en sí. Lo lírico no quiere decir que estemos limitados por el yo. Lo lírico siempre registra el secreto de los demás” (30). Dicho de otro modo, el poeta tiene la intención de inscribir en la voz poética una pluralidad de individuos que, en su sentido artístico último, se fusionen en uno. En términos formales del poema en cuestión, esto se traduce al empleo de verbos de carácter variable, y a la decisión consciente de no auxiliarse en un sustantivo (que se sabe insuficiente) para el acto de nombrar. La inestabilidad identitaria se erige, al fin y a la postre, como un espacio de posibilidad en donde la voz poética y la del interlocutor se confunden, fusionándose en una sola carne a través de un proceso que sigue operando bajo una dimensión mística. Este misterio o “secreto de los demás”, en palabras de Matos Paoli, radica precisamente en ese Verbo que, aún siendo la presencia motriz en la experiencia del ser humano y en su representación en el texto poético, es inalcanzable, retirándose como una ausencia. La solución para esta falta fundamental es hallada por la voz poética en la última estrofa, en la cual reconoce la incapacidad de acercarse a la deidad por el simple hecho de no parecérsele. La única manera de enfrentar la carencia de un punto final o un atisbo de esperanza, metaforizados en la figura del ángel y del haz de luz, es afirmando la querencia del canto. La gracia divina tal y como la profetiza Juan se hace presente no para quien puede experimentarla, sino para quien quiere experimentarla. El poema como canto se convierte en ese espacio donde la voz poética y la divinidad se hacen equivalentes, superando por tanto el problema de la inaccesibilidad. Nombrar con el verbo, que no es otra cosa que hacer poesía, es la vía sublime que lleva a Dios.

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