Francisco José Cantero Serena (1991): “Motivación y arbitrariedad en lingüística: el caso de la entonación”

June 23, 2017 | Autor: F. Cantero Serena | Categoría: Cognitive Linguistics, Intonation, Linguistics, Linguistic Sign
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Descripción

Francisco José Cantero Serena (1991): “Motivación y arbitrariedad en lingüística: el caso de la entonación”, en C. Martín Vide (ed.): Actas del VI Congreso de Lenguajes Naturales y Lenguajes Formales. Vol. 2. Barcelona: PPU. (pp. 355-364)

MOTIVACION Y ARBITRARIEDAD EN LINGÜISTICA: EL CASO DE LA ENTONACION Francisco José Cantero Serena Departament de Didàctica de la Llengua i la Literatura

MOTIVATION AND ARBITRARINESS IN LINGUISTICS: ON INTONATION If all linguistic phenomenon is arbitrary, and if intonation is motivate phenomenon, then intonation isn't a linguistic phenomenon. Syllogism looks correct. However, perhaps the concept of arbitrary in linguistics is wider. In this article we will examine and distinguish between two sorts of arbitrariness and we will see how motivation is consistent with linguistic arbitrariness, for instance, in intonation phenomena.

Un fenómeno motivado Con la entonación pasa como con el fútbol: nadie se pone de acuerdo. Para unos autores, los fenómenos entonativos no son relevantes lingüísticamente (por ejemplo, para Martinet (1974), dado que "no entra en el juego de la doble articulación"); para otros, como Malmberg (1962), la entonación es susceptible de ser segmentada en unidades discretas fonológicamente oponibles. Las razones de quienes niegan el estatus lingüístico de la entonación, en efecto, parecen muy poderosas. Bolinger (1964), por ejemplo, argumenta que la tensión de las cuerdas vocales es directamente proporcional a la tensión emocional. Así, la producción de la frecuencia fundamental (F0) se ve directamente afectada, digamos que motivada, por razones fisiológicas. El énfasis entonativo se debería al énfasis emocional. ...Es sabido que la emoción tensa los músculos. Incluso la forma característica de la interrogación, el final ascendente, se vería motivado por la necesidad psicológica de estimular la respuesta del interlocutor. Una entonación descendente, por su parte, parece representar un final absoluto, como los gestos tajantes. La relación, por lo demás, entre la entonación y los gestos, parece que son muy estrechos. Todas estas razones son razones de mucho peso y no es nuestra intención descalificarlas. Sin embargo, a Bolinger no se le escapa que hay "cierto" grado de sistematicidad entre algunas formas entonativas y sus significados. Aun así, entiende que si las entonaciones continuativas, como la interrogación, son sistemáticamente ascendentes y las finales descendentes, es porque, como hemos visto, están fisiológica y psicológicamente motivadas; es más, se tratará de un fenómeno universal, porque es un fenómeno motivado por la naturaleza humana. Y por más que esa

sistematicidad ciertamente observable se parezca mucho a la sistematicidad lingüística, concluye que "es imposible separar lo lingüísticamente arbitrario de lo psicológicamente expresivo".

El carácter psicológicamente motivado de la entonación aparece con toda claridad en el análisis más somero de las llamadas entonaciones expresivas: una entonación de tristeza será lenta..., débil..., con un hilo de voz..., ;

plana...

,

¡¡una entonación colérica

en cambio,

será rápida,

a golpes de voz

contornos muy alterados!!; !; etc. sorpresa... a media voz..., también

¡una

y de

entonación

de

alterada...

lenta...,

muy

¿Otros fenómenos motivados? De todos modos, y si nos fijamos bien, las marcas fónicas de tristeza o de cólera, por ejemplo, no son exclusivamente entonativas; por el contrario, el timbre juega un papel al menos tan importante como el de la entonación. Sin embargo, sería difícil encontrar un solo autor dispuesto a negar el carácter lingüístico de los sonidos del lenguaje en virtud de esa modulación tímbrica psicológicamente motivada que toma claramente parte en lo que I. Fònagy (1983) ha llamado "codificación estilística" o "segunda codificación" del mensaje, y que afecta a todos los planos de la expresión (incluido, cómo no, el plano entonativo, pero también los planos tímbrico, léxico, gramatical...). Del mismo modo, la estrecha relación que hay entre la entonación y los gestos, innegable, no parece mayor que la que mantienen, por ejemplo, los gestos con el léxico o con el sentido oracional; dicen de nosotros, los meridionales, que no sabemos hablar sin gesticular, no hay más que mirarse uno mismo al espejo tratando de explicar por qué ha acudido tarde a una cita. El arte del mimo, a fin de cuentas, no es otra cosa que la extrapolación de los gestos que habitualmente acompañan al habla, sin habla. Por tanto, no sólo no negamos el carácter motivado de la entonación y su relación con otros signos no lingüísticos, como los gestos, sino que entendemos que tales fenómenos no se dan únicamente en el plano entonativo; que los demás planos, no cuestionados como hechos lingüísticos, como el plano tímbrico, el léxico o el oracional, están igualmente afectados por ellos. Es decir, que tales fenómenos no son suficientes para negar el carácter lingüístico de la entonación. Motivado y universal Un fenómeno fisiológica y psicológicamente motivado deberá ser universal, común a todos los seres humanos. Midiendo, entonces, el grado de universalidad de las entonaciones caraterísticas estaremos midiendo, indirectamente, su grado de motivación o arbitrariedad. En Cantero (1988) se describe un experimento cuyos resultados apuntan a una relativa particularidad de determinadas entonaciones, sobre todo interrogativas, entre lenguas genéticamente diversas. En concreto, los oyentes tanto castellano como catalano-hablantes

identificaban sin ninguna dificultad las distintas entonaciones de lenguas indoeuropeas; pero había casi un 40% de errores en la identificación de entonaciones del Húngaro, lengua no indoeuropea. Si bien no son concluyentes, las conclusiones del experimento cuestionan la supuesta universalidad de las entonaciones llamadas "básicas", ascendente y descendente, respectivamente interrogativa y enunciativa. Tal vez, por tanto, el trecho que separa lo motivado de lo arbitrario no sea el abismo que inadvertidamente suponíamos. Iconos, símbolos y signos lingüísticos Tomemos el caso de los símbolos numéricos. El guarismo "2" y el concepto 'dos unidades' no tienen ninguna relación de motivación, aparentemente al menos. "2" es un signo que representa el concepto 'dos unidades' en el lenguaje matemático, sin más relación que la que el sistema les confiere, estrictamente arbitraria, del mismo modo que "3" representa el concepto 'tres unidades', y del mismo modo que "10", "4.97" o "-0.8" representan sus respectivos conceptos. Sin embargo, no siempre la relación entre el símbolo "2" y el concepto que representa fue tan arbitraria. El hecho es que "2" es un signo no creado por nuestra cultura sino heredado, como la mayoría de los signos convencionales -las palabras, los gestos, etc., incluso la entonación-; como los demás signos heredados, su forma actual deriva de otras anteriores, "étimos" de esta. El "étimo" más antiguo de "2" es la forma gráfica "=", del mismo modo que el de "3" es "≡". La forma "=", salta a la vista, sí que mantiene una relación estrechamente motivada con el concepto 'dos unidades', precisamente porque está formada por dos palitos, ni más ni menos; la forma "≡", por tres palitos, etc. Así pues, "=" era -y es- icono del concepto 'dos'. Fue la descuidada escritura manual, digamos que "cursiva", la que unió un palito con otro, el de arriba con el de abajo, hasta llegar al guarismo actual "2": "=" > "Z" > "2". Esta es la insensible génesis de la arbitrariedad de "2", de la arbitrariedad estricta de "2". El mismo proceso, obviamente, hizo de "≡" > "3". Esta génesis, sin embargo, no es de extrañar en absoluto: los números romanos, por ejemplo, mantienen aún en buena parte el carácter icónico, motivado: "I, II, III". Si bien su procedencia no le resta un ápice de arbitrariedad al símbolo "2", esto es evidente, sí nos obliga a enfocar esta arbitrariedad de otro modo. ¿Dónde reside la arbitrariedad de "2", en su carácter estrictamente simbólico -adquirido históricamente- o en su unión sistemática con el concepto 'dos'? En otras palabras: ¿Los números romanos "I, II, III" -como los antiguos "-","=","≡"- son signos lingüísticos o no, dado que, en efecto, pueden considerarse iconos y no símbolos, motivados y no arbitrarios? La pregunta no es baladí.

Imaginemos ahora el dibujo de un cuello de botella: mentalmente, tenemos un icono, el icono de un cuello de botella. Aunque, bien mirado, el dibujo podría representar igualmente las patas de una silla, las antenas de un insecto o el talle de una bailarina, aquello que nuestra -

torturada- imaginación quiera interpretar. Incluso, bien mirado, podría representar un ensanchamiento, o un estrechamiento. Podría representar, en efecto, un estrechamiento. La señal de tráfico "estrechamiento" puede ser considerada icono de un estrechamiento, sin duda. Pero, sobre todo, es el significante unido sistemáticamente al concepto 'estrechamiento' en el lenguaje que constituyen las señales de tráfico. Podría darse la situación de que alguien, yo mismo, viera el talle de una bailarina en cada señal de estrechamiento; en cualquier caso, viera o no 'estrechamiento', la naturaleza icónica, motivada, del signo ¿podría ser argumento suficiente para negarle el carácter a la vez simbólico que le confiere el hecho de pertenecer a un sistema convencional de comunicación? Es decir, ¿deja de ser un "signo lingüístico" -dentro del código de circulación- por el hecho de ser icono -icono, por cierto, que podría serlo de tantos otros referentes-? Tal vez el número "2" sea un "signo lingüístico" no por naturaleza estrictamente simbólica sino por ser un significante "2" unido sistemáticamente al significado 'dos'; tal vez del mismo modo, por tanto, incluso el antiguo "=" pueda ser considerado tan "signo lingüístico", dentro de su código, como el moderno "2" en el suyo, o como el también icónico "II" romano. Es posible, quién sabe, que los sistemas lingüísticos sean algo más transigentes que los mismos lingüistas y que no exijan tan tajantemente una arbitrariedad estricta a los miembros de su club. La teoría del signo lingüístico, será bueno recordar, establece que los significantes deben mantener una relación constante, indisociable, sistemática con un significado, sin que importen las cuestiones de color, raza, sexo, creencia o motivación que también puedan afectarles. Y es que el club de los lenguajes es así de liberal. El caso de la entonación y las preguntas Por el momento, y mientras no dispongamos de una descripción exhaustiva y detallada de las formas entonativas llevada a cabo con el suficiente rigor, podemos conformarnos considerando el final típicamente ascendente de las entonaciones interrogativas, que es tan buen significante entonativo como cualquier otro. Hemos visto y aceptado, qué más da, que el final ascendente está motivado por la necesidad de ser completado por un contorno descendente. Así ocurre en el interior de los enunciados y así ocurre con los enunciados interrogativos. La cuestión es: ¿una entonación ascendente tiene un significado propio? En principio, cualquier frase aseverativa, con entonación típicamente descendente, se convierte en una frase interrogativa si el final descendente se hace ascendente: "Ha explotado una química."-"¿Ha explotado una química?" "Tengo seca la garganta."-"¿Tengo seca la garganta?" "No ha ido nadie a verte."-"¿No ha ido nadie a verte?" Entre estos pares de frases, la diferencia estriba únicamente en la forma entonativa. No obstante, hay alguna objeción que considerar al respecto, y es que no es necesaria una

entonación interrogativa para significar 'pregunta'. "Dónde has puesto mi sentido común.": Entonación descendente y sin embargo pregunta. "Cuánta páginas me faltan por leer.": Entonación descendente y sin embargo pregunta. Incluso: "Te pregunto si te estás aburriendo más de la cuenta o sólo lo normal.": Entonación descendente y también pregunta. Según algunos autores, ejemplos como estos son suficientes para demostrar lo inocuo de la entonación como signo lingüístico, pues se trataría, en todo caso, de un recurso subsidiario y la mayoría de las veces redundante. Tal vez, en cambio, haya que afrontar el fenómeno de otro modo: distinguiendo el contenido semántico 'pregunta' del contenido entonativo 'interrogativa'. Así, no es lo mismo: "Dónde está tu sentido común", pregunta sin interrogación. "¿Dónde está tu sentido común?", pregunta más interrogación. Incluso en estos casos, pues, puede notarse la diferencia significativa aportada exclusivamente por la entonación. De modo que si convenimos en que la entonación interrogativa, típicamente ascendente, se corresponde con un contenido particular, peculiar, no necesariamente 'pregunta' sino de otro nivel más abstracto, que podríamos llamar, por ejemplo, "de entonación interrogativa", entonces convendremos también en que hay una entonación lingüística, al margen del carácter motivado o estrictamente arbitrario del significante con respecto del significado. Y al margen, también, de la entonación no lingüística, la del triste o el colérico, del mismo modo que hay distinciones tímbricas lingüísticas -los rasgos fónicos inherentes- y distinciones tímbricas no lingüísticas: las del triste, las del colérico o las del acatarrado. Las dos arbitrariedades Habrá que concluir, por tanto, que hay dos tipos de arbitrariedad: la arbitrariedad estricta y la arbitrariedad lingüística. La entonación, como algunas señales de tráfico, puede no ser estrictamente arbitraria; pero sí puede ser, y de hecho es, lingüísticamente arbitraria. Un signo lingüístico es lingüísticamente arbitrario, su arbitrariedad, la arbitrariedad del signo lingüístico, reside únicamente en la unión sistemática entre el significante y el significado. Puede ocurrir que el significante sea icono del significado -como algunas señales de tráfico o algunos números romanos- o indicio del significado -como parece ser que ocurre con algunas formas entonativas-. En tales casos, diremos que el significante está motivado. También puede ocurrir que el significante sea símbolo del significado -como ocurre con las palabras-: entonces decimos que el significante es estrictamente arbitrario. En ambos casos, los signos lingüísticos, en tanto que signos lingüísticos, son igualmente arbitrarios: lingüísticamente arbitrarios Lo "motivado" se opone a lo "estrictamente arbitrario", y ambos son conceptos que poco o nada tienen que ver con la arbitrariedad del signo lingüístico; pueden ser no más que datos

anecdóticos y lingüísticamente irrelevantes, como lo es el que las onomatopeyas sean más o menos parecidas al ruido que designan. Defender, por tanto, que la entonación no constituye un fenómeno lingüístico porque se trata de un fenómeno de naturaleza motivada no es otra cosa que entender mal o no entender el concepto mismo de signo lingüístico, pecado original -cómo negarlo- de no pocos lingüistas. Bibliografía Bolinger, D. L. (1964), "Intonation as a universal", Procedures of the Ninth International Congress of Linguistics. The Hague, Mouton. pp. 833-848. Cantero Serena, F. J. (1988), "Un ensayo de cuantificación de las entonaciones lingüíscas", Estudios de Fonética Experimental, III. PPU, Barcelona. pp. 111-134. Malmberg, B. (1962), La Phonétique. P.U.F., Paris. Martinet, A. (1974), Elementos de Lingüística General. Gredos, Madrid. Fónagy, I. (1983), La vive voix. Payot, Paris

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