Francisco el Jano multifronte

May 23, 2017 | Autor: Nicolas Perrone | Categoría: Catholic Church, Catholic Church History, Iglesia Católica, Pope Francis, Papa Francisco
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Francisco, el Jano multifronte

Nicolás Esejota

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Jesuitólogo, becario CONICET, batmanófilo. El orden de los factores no altera el producto. May 8, 2016 · 13 min read

Dr. Bardot

Francisco, el Jano multifronte

Un Papa que se dice de muchas maneras

Por Nicolás Perrone, ilustrado por Dr. Bardot. . . . Desde su ascenso al Trono de San Pedro, Francisco ha suscitado innumerables lecturas por parte de los medios, de los políticos, de los fieles católicos y del resto del mundo que mira como espectador (¿esperanzado?) las transformaciones dentro de la Iglesia Católica. El nuevo pontífice ha sido presentado, analizado y reinterpretado de numerosas -y muchas veces contradictorias- maneras en estos últimos tres años. ¿Quién es entonces Francisco? ¿Es un papa revolucionario que está transformando de raíz a la Iglesia? ¿Es un tibio reformista dedicado a hacer cambios menores o estéticos? ¿Es un papa peronista

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o Nac&Pop que apoya a los gobiernos latinoamericanos populistas? ¿Es un jesuita maquiavélico? ¿O Francisco es simplemente Bergoglio? ¿Hay, efectivamente, un solo Francisco? Lamentablemente, la mayoría de los artículos o columnas de opinión que circulan en medios de comunicación sobre Francisco ofrecen una mirada sesgada, parcial o directamente desinformada sobre la trayectoria de nuestro actual pontífice y sobre el estado actual de la Iglesia Católica. Si bien no propongo responder todas las preguntas que se podrían hacer -y que muchos desestiman en medio café-, buscaré ofrecer, al menos, un panorama más completo sobre la recepción de la figura de Francisco, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

Algunos teólogos y sacerdotes defensores de la Teología de la Liberación (los que quedan vivos o sus herederos) ven a Francisco como quien va a poner en práctica sus ideas transformadoras y (por fin) transformar a la Iglesia. La Teología de la Liberación fue aquella corriente teológica nacida en América Latina en los años 1960 y 1970 que buscaba no solo conciliar el cristianismo con el marxismo, sino también llevar concretamente a la práctica una de las principales ideas del Concilio Vaticano II (1962–1965): el crear una ‘Iglesia pobre’. Todos los gestos y frases de Francisco son vistos o interpretados por ellos como grandes y necesarias rupturas con el pasado que llenan de un espíritu reformista y hasta revolucionario al futuro de toda la institución eclesiástica y sus fieles. Un ejemplo de estos teólogos es el brasilero Leonardo Boff. Los más radicales de estos teólogos, sin embargo, siguen mirando con desconfianza y escepticismo este nuevo pontificado. Para ellos, Bergoglio oculta muchas veces en sus gestos mediáticos actitudes gatopardescas. En este último grupo podría incluirse a varios miembros del Grupo de Curas en Opción Preferencial por los Pobres (que es necesario, por otra parte, no confundirlos con los famosos “curas villeros”, de neto corte bergogliano). Los teólogos y sacerdotes (por no hablar también de algunos miembros de la jerarquía) retrógrados, reaccionarios y preconciliares creen que Francisco es un cuasi-mensajero del antiCristo enviado para terminar de destruir a la Iglesia luego de las desastrosas transformaciones sociológicas, culturales y eclesiales de la década de 1960. Sí, existen, y son los que rechazan o hacen todo lo

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posible por no implementar los cambios litúrgicos y pastorales (el fin de la misa en Latín, por ejemplo) y la nueva relación con el mundo moderno y con las otras religiones del mundo que trajo el Concilio Vaticano II. Su exponente más claro es la famosa Fraternidad Pio X y su líder, el Obispo Williamson, que hasta hace unos años estaba establecido en Argentina. Para ellos, las cosas hechas por este nuevo pontífice (y, en muchos casos, por todos los papas posteriores a Pio XII) no son más que pasos extremos para desprestigiar y ensuciar el inmutable y eterno Magisterio y Dogma de la Iglesia. Muchos piensan incluso que las acciones, dichos y escritos de Francisco podrían llevar a un cisma y vale recordar que, de hecho, la Fraternidad Pio X estaba hasta el pontificado de Benedicto XVI ex-comulgada por desconocer la autoridad papal. Tenemos un ejemplo reciente de estas posturas: la reacción que muchos de los pensadores más reaccionarios del catolicismo tuvieron ante el nuevo documento papal sobre la familia, Amoris Laetitia. Si bien este trabajo -fruto de las discusiones que se dieron entre los obispos de todo el mundo a lo largo de los últimos dos años- mantiene las posturas tradicionales de la Iglesia católica sobre la familia (prohibición del aborto o matrimonio entendido solo como unión sacramental entre el hombre y la mujer, por dar algunos ejemplos), también matiza ligeramente la dura praxis moral católica sobre el matrimonio. En esta línea, otorga opciones pastorales a través de las cuales los sacerdotes pueden — discerniendo con misericordia cada situación — permitir a los fieles ciertos “desvíos” de la frías normas, en particular, la posibilidad de otorgar el permiso “oficial” a la comunión de los divorciados vueltos a casar, una práctica común para una gran parte de la feligresía católica. Sin sorpresas, para los sectores más “ultras” todo tipo de concesión moral o pastoral no es mas que un desafortunado paso en la destrucción del deseable edificio dogmático tradicional. Sin llegar a los extremos anteriores, los miembros más conservadores del clero católico y, sobre todo, gran parte de las cúpulas vaticanas ven en el nuevo papa una figura peligrosa, populista y difícil de manejar que pone en riesgo su propio statu quo. Para estos sectores lo que entra en juego no son tanto las cuestiones dogmáticas sino el descarnado juego de poder que se desarrolla dentro de la Iglesia. En los últimos años muchas figuras de las jerarquías vaticanas han sido desplazadas y renovadas y, asimismo, grupos religiosos que antes tenían el visto bueno del papado lo han

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perdido (lo cual no significa que dejen de tener poder o influencia dentro de la Iglesia, sino meramente que dejan de acumularlo). A este grupo le molestan las reformas tanto en lo eclesiástico como en lo pastoral y, en consecuencia, buscan maneras de desactivar los gestos e ideas nuevas aparentemente más “peligrosas” del Papa (no las llamemos, por favor, revolucionarias). En la mayoría de los casos, intentan resaltar la continuidad de Francisco con el Magisterio de la Iglesia y, sobre todo, borrar las diferencias con su conservador antecesor Benedicto XVI. Dicho de otra manera, lo importante son las formas en que lo dicho y hecho por Francisco pueda reabsorberse sin peligro en la tradición eclesial, más allá de los gestos o las perspectivas nuevas que pueda tener este pontificado. La conclusión que sacan estos teólogos y sacerdotes es obvia: la diferencia entre Francisco y Benedicto radica solamente en el carisma personal de cada uno de ellos y en sus técnicas comunicativas. Si bien en muchas cuestiones es sencillo darle la razón a estos grupo -ya que es cierto que Francisco no ha dicho o hecho nada que se haya salido demasiado de las enseñanzas de la Iglesia- es evidente el esfuerzo ideológico que este grupo hace para desdibujar los cambios (sutiles o no) entre Francisco y sus predecesores en el pontificado. Finalmente, los jesuitas a nivel mundial, sobre todo aquellos de carácter más progresista, lo idolatran debido a un comprensible orgullo institucional. Francisco es el primer miembro de la Compañía de Jesús que llega al solio pontificio. Además, según ellos, el Papa estaría llevando a la Iglesia el carisma de discernimiento jesuita, que sería fundamental para comprender las meditadas y pacientes acciones de gobierno que esta tomando desde el principio de su pontificado. Esta forma de toma de decisiones (espirituales) fue desarrollada en el siglo XVI por Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y privilegia un análisis pormenorizado, cuidadoso y atento tanto de las variables internas (los estados del alma) como de las externas a las cuales se enfrenta la persona que tiene discernir un camino a seguir en un momento determinado de su vida. Francisco estaría, para los jesuitas, presentando muchos aspectos de la teología ignaciana en sus documentos y alocuciones Bajo esta interpretación, su mayor contribución a la Iglesia no serían tanto las decisiones o medidas concretas tomadas sino la introducción de esta praxis espiritual, que ayudaría a la Iglesia a transitar los tumultuosos tiempos presentes. Muchos jesuitas argentinos no están, sin embargo, tan alegres como sus correligionarios del extranjero. El gobierno de Bergoglio, mientras fue provincial en Argentina, no dejó

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un buen sabor de boca en la comunidad jesuita local. Más allá del conocido caso de los sacerdotes Jalics y Yorio -a los cuales se supone que Bergoglio les quitó protección institucional durante la Dictadura llevando a su detención clandestina por algunos meses- su gobierno fue visto como demasiado autoritario y centralizado. Y, además, en un momento en que la Compañía de Jesús se modernizaba bajo la dirección de Pedro Arrupe — siguiendo el espíritu de aggiornamiento del Concilio Vaticano II — , Bergoglio (desde una postura quizás más conservadora que reaccionaria) silenció a las voces locales más progresistas de la Compañía del momento. De hecho, cabe recordar que el actual Papa fue desplazado -luego de terminar con su provincialato- de la jerarquía interna local de la Compañía y se mantuvo en un relativo “exilio interno” dentro de la misma hasta los años ‘90. De la mano de Quarracino, arzobispo de Buenos Aires entre 1990 y 1998, Bergoglio comenzó nuevamente a escalar dentro de la jerarquía eclesiástica hasta llegar hasta donde se encuentra hoy en día.

. . . Pero no es solamente puertas adentro del clero donde Francisco se presenta con muchas caras. Analicemos, entonces, cómo ha sido visto o reapropiado por sectores fuera de la Iglesia Católica. El peronismo/kirchnerismo local, luego de defenestrar a Bergoglio cuando éste era era el arzobispo de Buenos Aires —y una de las principales figuras de la oposición local — , lo utilizó (y continua utilizando aun ahora fuera del poder) como estandarte simbólicopolítico. Para ellos el Papa legitima con su pasado peronista (aunque muchos quizás se olvidaron — ¿intencionalmente? — que en realidad estuvo cercano a grupos más relacionados con Guardia de Hierro que con Montoneros) y sus discursos — en los que habla intensamente del pueblo y las desigualdades sociales — el accionar del gobierno Nac&Pop. Además, así como sucedía con los miembros de la Compañía de Jesús, pocas cosas hay que generen más orgullo para el movimiento peronista que el que uno de sus partidarios llegue al Trono de San Pedro. Esta asimilación de Francisco con el kirchnerismo parece haber sido parcialmente exitosa en tanto, desde hace un tiempo, una gran parte de los medios de comunicación (y de la opinión publica) — otrora exultantes por la elección del primer papa argentino — critican abiertamente al pontífice por sus relaciones ambiguas con el antiguo partido gobernante.

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No obstante, la relación entre el papa (y sus gestos e ideas) y el peronismo merece ser analizada con mayor profundidad para salir de análisis simplistas. De manera similar al interrogante filosóficobiológico sobre la relación de causalidad entre la gallina y el huevo, podríamos preguntarnos con facilidad ¿qué fue primero: el papa o el peronismo? La respuesta a esta aparentemente difícil pregunta se encuentra, como sucede numerosas veces, en la historia. Uno de los principales manantiales teóricos del primer peronismo fue, sin dudas, la Doctrina Social de la Iglesia. La defensa del salario justo, la dignidad de los obreros o la conciliación de clases se venia sosteniendo dentro de la Iglesia desde finales del siglo XIX y el pontificado de León XIII. La reapropiación de estos elementos teóricosociales del catolicismo (que tomaron mucha fuerza en muchos intelectuales orgánicos de la Iglesia durante las décadas del ‘30 y el ‘40 del siglo XX en Argentina) por parte del peronismo fue no sólo una de las claves de su éxito sino también de sus futuras enemistades con una gran parte de las cúpulas eclesiásticas locales, ya que privaba a la Iglesia argentina de sus propias herramientas teóricas monopolizándolas el mismo desde el Estado. Entonces, volviendo a Francisco, es necesario afirmar que la mayoría de sus comentarios relacionados con cuestiones económico-sociales están más enraizados en la tradicional (aunque continuamente actualizada) Doctrina Social de la Iglesia que en la Justicia Social peronista. Volviendo al escenario político argentino, podemos afirmar que la otrora oposición y ahora gobierno (PRO/Cambiemos) también tuvo una posición ambigua con Francisco. Intentó, menos hábilmente que el peronismo, apropiarse también de la figura del “primer papa argentino”. Sin embargo, como el significante peronista pregnó rápidamente en la opinión publica (tanto positiva como negativamente), la oposición tuvo que resignarse a hacer un uso menos político de Bergoglio. Para el PRO/Cambiemos el papa fue más un objeto de promoción y consumo turístico (pensemos, por ejemplo, en el tour “papal” oficial por el barrio de Flores) que un aliado contra el kirchnernismo como había sido en otros momentos. Su posición como líder religioso mundial y como Jefe de Estado hizo no sólo hizo que evitara todo tipo de confrontación con el anterior gobierno sino que recibiera (casi) gustoso —a pesar de declaraciones oficiales de haberse sentido usado — las interminables filas de políticos argentinos que iban a rendirle pleitesía. Finalmente, la fría neutralidad adoptada por Francisco frente al nuevo gobierno de Macri (interpretada por los sectores filokirchernistas

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como un apoyo tácito al gobierno saliente) sirvió como piedra de toque para que algunos sectores del arco político argentino (y de los medios de comunicación) salieran a defenestrar públicamente al pontífice. El momento parteaguas de esta separación fue, sin dudas, el affaire con Milagro Sala: el haberle enviado a Sala un rosario bendecido fue visto como una muestra irrefutable de la filiación de Francisco con el kirchnernismo. Los comentarios posteriores de Lilita Carrio dudando de la Salvación Eterna de Bergoglio son ilustrativos de esta última posición dentro de PRO/Cambiemos. Pese a todo, el futuro de esta relación es completamente impredecible. Varios sectores de las izquierda argentina ven Francisco con una entendible indiferencia. Según ellos, nada de pueden esperarse de una institución retrograda, y hasta allí llega el análisis. Muchas veces, desde una posición de “son todo lo mismo”, no buscan ni pueden distinguir las diferencias entre un Juan XXIII, un Juan Pablo II, un Benedicto XVI o un Francisco. Al ser estos grupos o partidos quizás los herederos más fieles de las antiguas tradiciones liberales y anticlericales de los siglos XIX y XX, consideran a los asuntos eclesiásticos como intrascendentes frente a otros problemas mucho mayores de la sociedad contemporánea. Aunque no dejen de tener razón en la importancia relativa de los cambios en la jerarquía vaticana frente a la crisis económica mundial, no por eso la ceguera de ciertos grupos o partidos de izquierda frente a las transformaciones de una de las instituciones más importantes y antiguas del mundo deja de ser significativa. Los medios, tanto nacionales como internacionales, parecen luego de tres años haber perdido el interés inicial en la figura del Papa. Enamorados en un primer lugar de los numerosos “gestos” o detalles del papa (es imposible olvidar la obsesiva atención sinsentido que se había puesto en sus gastados zapatos negros), fueron dejando de prestarle atención a su figura (salvo, quizás, cuando los mismos pudieran tener algún impacto en Argentina) cuando esta dejó de ser “la noticia de la semana”. A los medios internacionales, por otra parte, muchas veces — dependiendo de sus inclinaciones ideológicas — les cuesta comprender muchos aspectos de la personalidad de Bergoglio: su “populismo”, peronismo o sus relaciones con la Teología del Pueblo (mal confundida con la Teología de la Liberación), por dar solo algunos ejemplos. Finalmente, la mayoría de los fieles, más despreocupados de los problemas o consecuencias teológicas o ideológicas de los discursos o actos de gobierno de Francisco siguen (?) su pontificado con la

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expectativa de algunos cambios en el funcionamiento de la Iglesia. Sin embargo, parecería que una gran parte de ellos se ha quedado embelesada por los “gestos” humildes del pontífice (sobre los mismos y sobre el culto de los últimos años a un cierto “humildismo” se podrían escribir muchas páginas) que son los que justamente marcan con mayor fuerza las diferencias con sus antecesores. Las preguntas correctas (?) serían entonces ¿para quién realiza Francisco los innumerables gestos o actos de humildad?, ¿son estos gestos actos intencionales (y por lo tanto planificados) para recuperar entre los fieles la legitimidad perdida por la Iglesia Católica en los últimos tiempos? Y de ser esto así, ¿serán estos gestos suficientes para lograr el objetivo?.

. . . Entonces, ¿podemos responder con certeza algunas de estas preguntas? ¿Podemos, al menos, saber quién es efectivamente Francisco? Lamentablemente, creo que no. Lo fascinante de esta figura, como suele suceder con todas las personas de trascendencia, es su ambigüedad continua y multifronte; una ambigüedad que creo que Bergoglio conscientemente cultiva. Esto no significa, claro está, que se pueda acusar al antiguo Arzobispo de Buenos Aires de un maquiavelismo intrigante. De hecho, ante un mar de incógnitas y preguntas sin responder, quizás lo único que pueda decirse del papa es que tiene no sólo una mayor cintura y habilidad política que sus predecesores, sino un carisma y una capacidad de atracción comparables a grandes figuras del catolicismo mundial del siglo XX como el “papa bueno” Juan XXIII. Una de las necesidades más urgentes para la Iglesia Católica en este momento es, sin duda, recuperar la credibilidad y la legitimidad frente a sus fieles y el mundo entero. La popularidad de Francisco y la incapacidad de atraparlo en una identidad tajante puede ser, para bien o para mal, la mejor herramienta para esto.

Más sobre esto en: •

Wright, J (2005), Los jesuitas. Una historia de los “soldados de Dios”, Buenos Aires: Debate



Renold, J M y Frigerio, A (compiladores) (2014) , Visiones del Papa Franciso desde las Ciencias Sociales, Rosario: UNR

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Medina Pellegrini, J A (2014), Soy Jesuita, soy hijo de la Iglesia. Claves teologico-ignacianas del cardenal Bergoglio. Buenos Aires: Lumen



Larraquy, M (2013), Recen por él. La historia jamás contada del hombre que desafía los secretos del Vaticano, Buenos Aires: Sudamericana



Spadaro, A (2013), El sueño del papa Francisco. El rostro futuro de la Iglesia, Buenos Aires: Editorial Claretiana

. . . Nicolás Perrone estudió Historia (UBA) y está haciendo su doctorado en Historia becado por el CONICET. Se dedica a investigar a la Compañía de Jesús durante el periodo de su expulsión de los reinos europeos y su posterior supresión papal.

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