Francisco de Arango y Parreño: El discurso esclavista de la ilustración cubana

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JOSÉ GOMARIZ

Francisco de Arango y Parreño: El discurso esclavista de la ilustración cubana RESUMEN Francisco de Arango y Parreño fue el gran auspiciador del liberalismo económico en Cuba desde fines del siglo XVIII hasta las primeras décadas del XIX. El pensamiento económico de Arango estuvo a la altura del de Adam Smith, cuya obra conocía. Si bien el pensador escocés dejó un legado teórico en su libro The Wealth of Nations (1776), el cubano expresó sus ideas tanto económicas como culturales sobre todo en su correspondencia con la Corona. Arango supo utilizar las coyunturas políticas y económicas de su tiempo para conseguir la liberalización de las relaciones comerciales, el fomento de la trata de esclavos y la consolidación del sistema de producción esclavista, lo cual condujo a un intenso desarrollo de la economía y de la agricultura colonial en Cuba. Una vez alcanzado el auge económico deseado y hecho patente la necesidad de introducir nuevas tecnologías para mantener la competitividad en el mercado mundial, su objetivo fue acelerar la introducción de mano de obra libre y blanquear tanto la producción como la población mediante la abolición del tráfico. Para conseguir la aprobación de la Corona, Arango utiliza en su correspondencia representaciones del sujeto africano basadas en los estereotipos del esclavo dócil y el esclavo rebelde. Por lo general, para fomentar la trata usa la imagen del esclavo dócil en relación con Cuba, mientras que la del rebelde la asocia con Haití. Para apoyar el blanqueamiento, sin embargo, le atribuye la rebeldía al sujeto de origen africano en Cuba. Además de trazar cómo Arango modifica su posición respecto a la trata para favorecer los intereses económicos y culturales de la oligarquía, este ensayo analiza cómo las construcciones dicotómicas del sujeto dócil y el rebelde son centrales en su discurso.

A B S T R AC T Francisco de Arango y Parreño was the leading proponent of economic liberalism in Cuba from the end of the eighteenth century through the initial decades of the nineteenth century. Arango’s economic thinking was comparable to that of Adam Smith, with whose work he was acquainted. While the Scottish thinker left a legacy of economic theory in The Wealth of Nations (1776), the Cuban thinker expounded his economic and cultural ideas in his correspondence with the Spanish Crown. Arango knew how to exploit the juncture of politics and economics in order to obtain the liberalization of commercial relations between Spain and its Cuban colony, to expand the slave trade, and

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to consolidate the slavery-based system of production that led to the agricultural and general economic development of Cuba. Upon achieving his economic aims and making clear the need for the introduction of new technologies in order to maintain Cuba’s competitiveness in the global market, he turned his attention to the introduction of free labor in Cuban agriculture and to the ‘‘whitening’’ of the Cuban population in general through the abolition of the slave trade. In order to secure royal approval of his various projects, Arango employs the stereotypes of the ‘‘docile slave’’ and the ‘‘rebellious slave’’ to characterize the African subjects of his official correspondence. Generally, when promoting the slave trade in Cuba, he presents the image of the docile slave of Cuba in contrast to the rebellious slave of Haiti. In order to support his ‘‘whitening’’ project, however, he attributes slave rebelliousness to the population of African origin in Cuba. In addition to tracking how Arango modifies his position with respect to slave trade in order to protect the economic and cultural interests of the Cuban oligarchy, this essay shows how the dichotomous constructions of docile and rebellious subject are central to his discourse.

Francisco de Arango y Parreño (1765–1837) fue el mayor artífice de la modernización de Cuba a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX y uno de los principales gestores ante la Corona de los intereses de la oligarquía esclavista habanera a la cual pertenecía.1 Mediante sus gestiones para la libertad de comercio y del tráfico esclavista logró hacer de Cuba la colonia de mayor producción agrícola del Caribe. Para favorecer los intereses de la oligarquía Arango modificó posteriormente su posición respecto a la trata de esclavos, pues preveía que para mantener la competitividad en el mercado mundial Cuba debía sustituir de forma gradual el sistema de producción esclavista por el sistema de producción libre asalariado e introducir nuevas tecnologías que requerían mano de obra especializada. Dicho proyecto tenía también una dimensión cultural pues iba unido al blanqueamiento progresivo de la población. Para persuadir a la Corona y conseguir la aprobación de sus propuestas, Arango representa al sujeto de origen africano mediante los estereotipos del esclavo dócil y el esclavo rebelde. Estas construcciones son centrales en su discurso. Para fomentar la trata suele atribuirle un carácter rebelde al esclavo haitiano y un carácter dócil al esclavo cubano. No obstante, habrá instancias en que las imágenes de docilidad y de rebeldía se alternen en la representación de este último. En relación con el blanqueamiento Arango identifica al sujeto de origen africano en Cuba con el esclavo rebelde, ya que dicho proyecto cultural de la oligarquía comprende su eliminación. El mercado libre esclavista ‘‘Toda la atención del Apoderado debe ocuparse en promover y fomentar la felicidad de su patria’’ (‘‘Instrucción’’ 77). Estas palabras abrían la instrucción

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que el joven Arango redactó para su nombramiento como Apoderado del Ayuntamiento de La Habana en la Corte en 1788. La ‘‘felicidad’’ consistía en fomentar la riqueza de la colonia que, según el Apoderado, radicaba ya no en la extracción de metales como en los primeros siglos de la colonización, sino en la explotación agrícola de la gran plantación esclavista, como había mostrado el colonialismo francés e inglés. En palabras de Arango en 1791, la agricultura era ‘‘la felicidad de la nación’’ (‘‘Oficio’’ 108). La riqueza de las colonias americanas estuvo vinculada desde sus orígenes al trabajo esclavo, cuya rentabilidad fue viable en Cuba hasta la abolición de la esclavitud (Bergad et al.). En 1764 Alejandro O’Reilly sostenía al referirse a Cuba que la ‘‘felicidad de esta Isla depende en la mayor parte de la introducción de negros y así tengo por utilísimo al rey el quitar desde luego todos los impuestos y el permitir que se hagan las contratas con extranjeros que hagan más conveniencia’’ (Torres-Cuevas 45). De la misma opinión que O’Reilly, Arango observó que sin esclavos aún hubiera habido colonias, pero no producirían tanta riqueza (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 185) debido a la carencia de mano de obra y los altos costos de la misma comparados con la mano de obra esclava. Pasarán veinticinco años desde la declaración de O’Reilly hasta que, con el objeto de suplir la ‘‘escasez de negros’’ (‘‘Instrucción’’ 77) destinados al desarrollo de la agricultura, Arango logre en 1788 que la Corona abra oficialmente el mercado esclavista de La Habana al tráfico de otras naciones. Con el ‘‘Primer papel sobre el comercio de negros’’ (6 de febrero de 1789), el Apoderado consiguió la primera Real Cédula (28 de febrero de 1789) válida por dos años para el libre comercio de esclavos en La Habana. Antes de vencerse el plazo envió una representación (10 de mayo de 1791) para que éste se ampliara, pero antes de expedirse la nueva cédula se rebelaron los esclavos de Saint Domingue, la futura Haití (1804). El esclavo dócil y el esclavo rebelde en el discurso del Amo Haití se iba a convertir en el primer país de América, único del siglo XIX, que unía la emancipación política a la social e iniciaba el primer proceso revolucionario de la historia moderna en el que el sujeto africano se liberaba del colonialismo esclavista de Occidente. La antigua colonia francesa había sido hasta la década de 1790 la mayor abastecedora mundial de productos tropicales, pero el proceso de emancipación (1789–1804) redujo de manera radical e inevitable la producción agrícola. El vacío que dejó Haití en el mercado hacia fines de 1791 creó una coyuntura económica en el Caribe que aprovechó la oligarquía habanera, cuyo representante intelectual era Arango, para transformar a Cuba en la mayor plantación de azúcar del mundo y en uno de los principales mercados esclavistas del XIX.

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A partir de la rebelión de los esclavos en Haití (1791) el Apoderado construye en sus escritos los estereotipos culturales del ‘‘esclavo dócil’’, que asocia por lo general con Cuba, y del ‘‘esclavo rebelde’’, que suele identificar con Haití. El discurso del Apoderado representa de modo estratégico la resistencia o la docilidad del esclavo para crear una dicotomía artificial dirigida a justificar la esclavitud, fomentar y mantener la trata e impulsar el aumento de la población blanca. Con dicho objeto, hallaremos en sus comunicaciones con la Corona una representación dócil o rebelde del esclavo criollo o africano, según convenga a los intereses de la hegemonía. La Corona, por su parte, aprobaba sin dilación las propuestas de Arango para la globalización del mercado esclavista habanero, pues anticipaba los ingresos que generaría la explotación de la agricultura de plantación y de la trata de esclavos. Como afirmaba el Apoderado, ‘‘el grande bien . . . resultaría a las rentas, al comercio, a la navegación y con especialidad al Rey’’ (‘‘Primer papel’’ 82). La hegemonía también temía los riesgos, pues como Arango escribe dos décadas después, Haití tiene ‘‘en sobresalto a toda esta vecindad’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 182). Para calmar los temores de la metrópoli ante las posibles repercusiones de la Revolución Haitiana en Cuba, el Apoderado envió una nueva representación en apoyo de la anterior (10 de mayo de 1791), en la que ratificaba la viabilidad de la trata y de la esclavitud en Cuba (20 de noviembre de 1791). La Real Cédula en la que se reformaba el libre comercio y se ampliaba el plazo de la trata se expidió de inmediato (24 de noviembre de 1791). Para fundamentar su representación, el Apoderado aseguraba, entre otras razones, que los esclavos habaneros eran ‘‘los más felices del mundo’’ (‘‘Representación hecha a S. M.’’ 111). El estereotipo del ‘‘esclavo feliz’’ respondía a la necesidad estratégica de la oligarquía esclavista de representar al sujeto de origen africano en Cuba como a un ser dócil, de modo que la Corona ampliara el plazo de la trata al comienzo de una época que auguraba la posible abolición de la esclavitud en la isla vecina, como hizo en Francia la Convención Nacional en 1794. Si en los términos de Arango la nación era feliz con la riqueza derivada de la agricultura, distaban de serlo los esclavos productores de dicha riqueza. Precisamente por ello, el nivel de violencia de la hegemonía y de resistencia del sujeto africano ascendía en consonancia con el aumento de la producción agrícola y del capital de la oligarquía, como probaron las constantes sublevaciones de los esclavos en los ingenios en las décadas de alta producción azucarera y tráfico esclavista (1830–40). En su representación de 1791 Arango imaginaba la sociedad esclavista como modelo de equilibrio entre la producción de los esclavos y la gestión de los amos, debido, según él, a las leyes coloniales y al cumplimiento de éstas por parte de los últimos (‘‘Representación hecha a S. M.’’ 111). Sin embargo, la población habanera conocía las condiciones infrahumanas en que vivían los

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esclavos, como denunció el presbítero José Agustín Caballero (1771–1835) en su artículo ‘‘A los cosecheros de Azucar, sobre los calabozos de sus Ingenios’’ (1791) publicado en el Papel Periódico de la Havana. El mismo Arango criticará dichas condiciones en 1832 como argumento para extinguir el tráfico. Pero en 1811, según Arango, el sistema esclavista de Cuba era ideal para hacer producir a los esclavos ‘‘más felices del mundo’’. Su modelo era el sistema de producción esclavista de los Estados Unidos con ‘‘sus esclavos en perfecta tranquilidad’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 148), aunque, salvo en el discurso estratégico del Apoderado, ni los esclavos eran dóciles — excepto de forma estratégica, como fue el caso de Juan Francisco Manzano (1797–1853)—, ni como afirmaba Domingo del Monte (1804–53) los amos eran unos filántropos (Escritos 200). En la misma representación de 1791 en que considera felices a los esclavos, es decir, dóciles, Arango puntualiza que, para prevenir el ‘‘mal ejemplo’’ de Haití, los habaneros ‘‘viven con la mayor precaución’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 110); es más, a pesar del supuesto respeto a la ley, el autor recomienda una vigilancia secreta sobre la conducta de los amos, pero sin el conocimiento de los esclavos (111). En la agitada década de 1840, Miguel Aldama le escribe a su cuñado Domingo del Monte que ‘‘no sería nada extraño que la dotación de Oviedo se sublevara por las crueldades y horrorosas tiranías de su dueño’’ (Centón epistolario 5: 148).2 Los habitantes de la isla eran mucho menos dóciles en la vida real que en la imaginación del Apoderado. En su ‘‘Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla’’ (1792), Arango al referirse a Haití escribe, ‘‘toda mi obra se sostenía en el aire’’ (149). El título del apartado donde figura esta imagen expresa de manera inequívoca su preocupación por el desarrollo agrícola basado en un sistema de producción esclavista: ‘‘Nada se hará con fomentarla si no se precaven los movimientos sediciosos de los negros y mulatos’’ (149). Se trata de un llamado previsor con el objeto de reforzar oficialmente las precauciones ya referidas de los habaneros por temor a una insurrección de esclavos y libertos, a los que ahora el intelectual describe como un ‘‘enjambre de hombres bárbaros’’ (149). Esta imagen violenta del sujeto africano, asociada con la revolución de los esclavos haitianos, a los que en escrito posterior (1803) se referirá como ‘‘enjambre de rebeldes’’ (‘‘Comisión’’ 352), muestra la alternancia en el discurso hegemónico de imágenes de rebeldía y de docilidad aparentemente antagónicas. Aún mediando el apelativo de bárbaro, el Apoderado consideraba que la vida del sujeto africano en Cuba era ‘‘cómoda y feliz’’ (‘‘Discurso’’ 149). El discurso de Arango revela una ambivalencia estratégica respecto a la representación del esclavo. La imagen del esclavo rebelde en relación con Haití le sirve como contrapunto del estereotipo del esclavo criollo feliz asociado con Cuba, que en apariencia tiene una predisposición natural para acatar las leyes coloniales, obedecer al amo y producir para él en el ingenio. El objetivo del

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intelectual en cuyas ideas se basa el Reglamento de cimarrones (1796) es tranquilizar a la metrópoli, con razones ya alegadas en sus representaciones anteriores, para que permita la libertad de comercio esclavista y fomente la población blanca libre, de modo que se puedan ‘‘contener los negros’’ (‘‘Discurso’’ 151), según propone. Aseguraba el Apoderado en 1792 que Cuba no corría peligro de insurrecciones de esclavos, pues además de que los negros tenían mejores condiciones de vida que en Haití, su número era inferior al de blancos. No obstante, Rafael López Valdés afirma que en 1792 la población negra era superior a la blanca (30). En última instancia, según el Apoderado los esclavos no se rebelaban porque la metrópoli tenía siempre una destacada presencia militar en La Habana (‘‘Discurso’’ 150). En la imaginación de Arango, Cuba era un tranquilo oasis de esclavitud y de riqueza, mientras que Haití se transformaba en el ídolo terrible de la miseria y de la revolución tan temida por la hegemonía a lo largo de casi tres siglos de colonia. Arango se mantenía vigilante a pesar de la supuesta comodidad y felicidad del esclavo habanero, e incluso llegó a reflexionar sobre la secular resistencia del negro frente a la hegemonía desde su posición de amo.3 En palabras del Apoderado, ‘‘el uniforme modo de pensar del mundo conocido los ha condenado a vivir en el abatimiento y en la dependencia del blanco y esto sólo basta para que jamás se conformen con su suerte, para que estén siempre dispuestos a destruir el objeto a que atribuyen su envilecimiento’’ (‘‘Discurso’’ 150–51). El desafío en la relación de poder amo-esclavo provenía de lo que el Apoderado llamaba ‘‘las ideas sediciosas de los esclavos’’ (151), de la resistencia del sujeto africano contra la violenta explotación económica del ‘‘uniforme modo de pensar del mundo conocido’’, es decir, de Occidente y su descendencia americana. Como escribe Olaudah Equiano en 1788: ‘‘Cuando conviertes a los hombres en esclavos los privas de la mitad de su virtud; les muestras con tu conducta un ejemplo de fraude, rapiña y crueldad, y los obligas a vivir contigo en estado de guerra’’ (99).4 Durante una visita oficial a la capital haitiana Port-au-Prince, cuyas impresiones recoge en ‘‘Comisión de Arango en Santo Domingo’’ (1803), el intelectual habanero conoce de cerca el estado de guerra entre los esclavos africanos y los amos occidentales. Durante el proceso de emancipación, los esclavos haitianos se enfrentaron tanto a las tropas españolas e inglesas como al ejército napoleónico, cuya misión era restablecer la esclavitud o ‘‘acabar con todos’’, según cita Arango, ‘‘e introducir nuevos negros’’ (‘‘Comisión’’ 352). La visión directa de la emancipación haitiana le ofrece una prueba inequívoca de la resistencia del sujeto africano. ‘‘No hay que hablar ya de negros rebeldes y pacíficos’’, asegura; todos ‘‘son rebeldes obstinados’’ (358–59). La opinión de Arango denota cierto reconocimiento histórico; sin embargo, la rebeldía del esclavo estaba ya presente en el discurso hegemónico desde la fundación de la colonia.

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En la misma isla tres siglos antes el gobernador Nicolás de Ovando le pidió a la Corona que dejara de mandar esclavos negros porque se rebelaban, según comentario del mismo Arango (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 185). Como resume al cifrar la resistencia del sujeto africano, ‘‘los negros van donde los llama el riesgo’’ (‘‘Comisión’’ 362). Las representaciones del esclavo dócil y el esclavo rebelde coexistían en el discurso hegemónico desde los primeros textos coloniales. Las Reales Provisiones del 25 de febrero de 1526 y del 28 de septiembre de 1532 prohibían ‘‘el embarque de negros ladinos, porque siendo de malas costumbres’’, es decir, rebeldes, ‘‘en España no se querían servir de ellos y en las Indias aconsejarían mal a los otros negros pacíficos y obedientes de sus amos’’ (Franco Ferrán 4). En 1796 el gobernador y capitán general Luis de las Casas (1790–96), que acogía con ‘‘verdadero entusiasmo’’ las ideas de Arango (Merlín 70), limitó de nuevo la trata a la introducción de esclavos africanos procedentes directamente de Africa, entre otros motivos para prevenir el contacto entre la población de origen africano de la colonia española y la de otras naciones, especialmente del Caribe, que pudieran alentar ideas emancipadoras relacionadas con la Revolución Haitiana. Arango recurre en 1811 a la imagen oficial del esclavo dócil, esta vez adscrita al sujeto africano de nación, al afirmar que los negros bozales son ‘‘los menos identificables con los blancos, también los menos temibles, y menos dignos por fin de nuestro compasivo esmero’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 158). El comentario de Arango sobre la docilidad del negro africano, como lo fue antes el de Bartolomé de Las Casas, forma parte de su defensa de la trata transatlántica. Si para promover la trata en 1791 utilizó el estereotipo del esclavo feliz habanero frente al esclavo rebelde haitiano, en 1811 para mantenerla utiliza el estereotipo del negro africano dócil en contraposición al negro criollo peligroso (149). La representación dócil y deshumanizadora del negro africano le servía al intelectual habanero para apoyar la continuidad de la trata y hacer frente a las propuestas de abolición gradual que en 1811 presentaron en las Cortes los diputados José Miguel Guridi Alcocer y Agustín de Argüelles. De nuevo, Arango utiliza la falsa dicotomía entre el esclavo dócil y el esclavo rebelde para prolongar la trata africana. Si bien en el discurso esclavista ya no cabía duda de la rebeldía del negro criollo en comparación con el africano, W. E. B. Du Bois aducía a su vez que como el negro —forzado a venir de Africa— en su país era libre, manifestaba bajo la esclavitud un ‘‘carácter más belicoso y turbulento’’ (13). Se conocen cinco sublevaciones de esclavos en los ingenios cubanos en 1798, una de ellas de carabalíes en Puerto Príncipe (López Valdés 31), y en el Centón epistolario delmontino se mencionan las insurrecciones de esclavos en la zona de Matanzas a fines de 1843, las cuales fueron ‘‘eco muy natural de unos 700 bozales que hace pocos días se introdujeron por esos parajes’’ (5: 147). La dicotomía artificial entre el negro bozal y el criollo parte de una lógica

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colonialista al servicio de los intereses de la hegemonía, cuya estrategia política del momento en defensa de la esclavitud y protección de la trata determina el predominio de la imagen dócil o la rebelde del sujeto africano, como ocurre con la contraposición del esclavo haitiano y el cubano en los primeros escritos de Arango. Al analizar los diarios colombinos, Roberto Fernández Retamar revela esta dualidad estratégica del discurso hegemónico y su construcción artificial de falsas dicotomías. Las imágenes del arauaco dócil y del caribe violento ‘‘constituyen simplemente opciones del arsenal ideológico de la enérgica burguesía naciente’’ (‘‘Calibán’’ 126).5 Desde una posición hegemónica, el siguiente comentario de Arango en 1811 corrobora la idea de Fernández Retamar acerca de la oscilación del discurso del Amo: ‘‘¡A cuántas partes tienen que mirar a un tiempo la humanidad y la política’’, exclama al defender la trata y la esclavitud, ‘‘para proceder con acierto, o hacer un verdadero bien en los casos complicados!’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 166). Arango usa las opciones de su imaginario simbólico para salvaguardar sus intereses culturales y de clase, aunque para ello adopte posiciones que en principio parezcan contradictorias. Toda ambivalencia, cambio o reajuste de su pensamiento forma parte de su estrategia discursiva para sostener la hegemonía social y económica de la oligarquía criolla esclavista, ‘‘en favor de todos nuestros intereses’’, como afirma la condesa de Merlín (69). Los reajustes estratégicos del discurso de Arango se pueden resumir con las siguientes palabras de Del Monte: ‘‘A nuevas circunstancias nuevas formas’’ (Martínez Carmenate 409). Con el objetivo de que continuara la trata, en su visita a Haití en 1803 Arango subestima el efecto que la revolución aún en armas contra el colonialismo francés podría tener en el sujeto africano en Cuba (‘‘Comisión’’ 370). Ya decretada en Haití la abolición de la esclavitud (1794) y proclamada la independencia (1804), en 1811 advierte de los ‘‘riesgos innegables, riesgos imperiosos’’ de la proximidad del líder haitiano Henry Christophe (1769– 1820), que ‘‘con el dedo nos señala ese camino de traer a sus banderas toda el Africa’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 176). En el discurso de Arango se manifiesta el inconsciente político reprimido del amo (me apoyo en The Political Unconscious de Fredric Jameson) que teme la africanización de Cuba y que desata su psicosis violenta sobre todo durante la Conspiración de la Escalera (1844). Además de propagar el estereotipo del blanco indefenso ante el negro peligroso, el tono alarmista de Arango sirve para defender la viabilidad de la trata y de la esclavitud. Si como declaraba, en el primer caso Haití no representaba peligro para la continuidad de la esclavitud en Cuba, en el segundo para el intelectual habanero era necesario mantener en la esclavitud al sujeto africano para evitar que con su emancipación y la ayuda de Henry Christophe se reprodujera en Cuba ‘‘la hoguera en que ardió Santo Domingo’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 182).

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En 1803 Arango trata de calmar el temor de la hegemonía ante la Revolución Haitiana; en 1811 trata de contrarrestar las propuestas abolicionistas de Guridi Alcocer y de Argüelles en las Cortes. Con el objeto de perpetuar la trata y la esclavitud Arango se sirve en su discurso de enunciados sobre la Revolución Haitiana que al paso del acontecer histórico parecen contradictorios, pero que se ajustaban a las necesidades coyunturales de la hegemonía y sus intereses económicos y socioculturales. Aunque Arango describa la proximidad de Haití como una ‘‘horrorosa perspectiva’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 176) de acuerdo con la estrategia de indefensión blanca del discurso esclavista, acto seguido hará referencia a la supuesta docilidad e ignorancia del esclavo en Cuba al preguntar retóricamente a Carlos IV si ‘‘es éste el momento de despertar al que duerme’’ (183).6 Con sus comentarios sitúa al sujeto africano, ‘‘esclavo moderno’’ y de ‘‘costumbres salvajes’’ (158), según sus palabras, en el estado de inocencia de un ser salvaje y bárbaro opuesto al ser civilizado de origen europeo (Eze 127–28), como hace su coetáneo Friedrich Hegel (1770–1831).7 Aunque en el mismo documento de 1811 Arango califica a los negros habaneros de ‘‘peligrosos compañeros’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 149), al abogar por la continuidad de la trata y el mantenimiento de la esclavitud, el intelectual recurre al estereotipo del sujeto africano dócil, cuya subordinación al blanco se debía, en sus palabras, a ‘‘la estupidez del negro’’ (182). Este estereotipo ya lo usó en 1791 para referirse al africano (‘‘Oficio’’ 107) y coincide con la observación del filósofo alemán Immanuel Kant (1724–1804) sobre un carpintero negro. Esta ‘‘persona era bastante negra de la cabeza a los pies, clara prueba’’, afirma Kant, ‘‘de que lo que decía era estúpido’’ (Eze 57).8 En ambos discursos se muestra la noción de raza como una construcción basada en estereotipos culturales, a los cuales José Martí llama ‘‘razas de librería’’ (6: 22). La abolición del libre comercio de esclavos Los enunciados del discurso de Arango se transforman a medida que cambia el contexto sociohistórico caribeño, especialmente en relación con la Revolución Haitiana y con el inevitable fin del tráfico de esclavos, debido en parte a la presión de Inglaterra que obligaba al gobierno de España a firmar nuevos acuerdos para el cese de la trata (1817, 1835). Ante todo, el antiguo Apoderado protege los intereses económicos y culturales de la oligarquía habanera, de modo que ésta pueda sacarle el mayor rendimiento posible al capital invertido en los esclavos y acelerar la homogeneización racial con el aumento de la inmigración blanca: ‘‘Borrar o destruir la preocupación del color’’ (‘‘Representación al Rey’’ 531), como propone en 1832. Una primera consecuencia de la Revolución Haitiana en el mundo colonial, como sugiere Du Bois, fue que Dinamarca (1802), Inglaterra (1807) y Estados

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Unidos (1808) prohibieran el tráfico de esclavos (145). En la representación de 1811 Arango menciona la posibilidad de la abolición de la trata con indemnización para los amos (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 156), según el modelo gradualista inglés. Así sostiene que ‘‘sin que se nos indemnice, no se nos puede condenar a perder los capitales invertidos’’ (169). Su posición antitratista a partir de la segunda década del siglo XIX se debió a una necesidad estratégica en consonancia con las transformaciones sociopolíticas y económicas coetáneas. Como ya había anticipado en 1796, ‘‘lo que ayer fue útil, puede hoy ser muy nocivo’’ (‘‘Reglamento de cimarrones’’ 261). En un voto particular redactado en 1816 favorece la idea de una abolición gradual de la trata, de modo que los amos puedan seguir aumentado sus dotaciones para suplir la falta de brazos en la agricultura. Si bien se carecía de suficiente mano de obra libre, un factor importante que disuadía su contratación era su alto costo comparado con el precio del esclavo y su manutención. Al decir de Varela, ‘‘los salarios son exorbitantes’’ (Ortiz 293). El sistema de producción esclavista, por tanto, resultaba aún rentable. Por otro lado, había una desproporción entre hombres y mujeres, siendo éstas minoría (275), pues como declaró Arango en 1811, al amo le era más barato aumentar sus dotaciones de esclavos mediante la trata que fomentar la reproducción (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 161). Esta visión cambiaría en las décadas siguientes. En cuanto a la abolición de la trata, además de las presiones de Inglaterra, la hegemonía esclavista temía que de continuar la trata se repitiera ‘‘otra Otahití’’, como temía Domingo del Monte (Escritos 199). Arango para apoyar su propuesta de abolición invierte de nuevo su visión de Haití, a pesar de que Henri Christophe aún regía en el norte del país vecino. Por motivos estratégicos, Haití se convertía en el enemigo dócil. ‘‘El peligro que se teme de parte de los negros es tan remoto y fácil de precaver’’, asegura el pensador habanero, ‘‘que bien pudiera llamarse vano’’ (‘‘Voto particular’’ 278). Al igual que hacía con las imágenes del negro dócil y del negro rebelde, Arango se servía de modo estratégico de la Revolución Haitiana para prolongar la trata. ‘‘Las trágicas escenas de la Española, son felizmente de aquellas que nunca se representan dos veces’’, opinaba; es ‘‘imposible que los negros vuelvan a cometer en ninguna parte los horrores y estragos que en Santo Domingo’’ (‘‘Voto particular’’ 278–79). Pero aunque fuera para restarle importancia, pues le interesaba dar la impresión de una situación estable al igual que ocurría con el estereotipo del esclavo dócil, en su discurso aparece la resistencia de los esclavos cuando reconoce las ‘‘sediciones que alguna vez han suscitado’’ (279). Como contrapunto, Varela deja constancia de los intentos de emancipación de los esclavos en su proyecto de abolición gradual de 1822; además afirma que ‘‘el primero que dé el grito de independencia tiene a su favor a casi todo los originarios de Africa’’ (Ortiz 297).

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El ocaso de la esclavitud Arango sabía que estaba próxima la prohibición oficial de la trata. Las propuestas de Arango para su abolición gradual serán las que Carlos IV adopte en 1817 con su ‘‘Real Cédula Circular a Indias sobre Prohibición de la Trata’’ (Ortiz 289–91).9 La trata disminuyó en los primeros años de su prohibición, pues el mercado de esclavos estaba saturado; pero, como Arango indica en 1832, continuó el ‘‘fraude organizado’’ (‘‘Representación al Rey’’ 531). En la década de mayor producción azucarera (1830–40) el tráfico esclavista alcanzaría de nuevo cotas elevadas (Bergad et al. 27). Hacia 1830 se culminan ‘‘las empresas comenzadas’’ (‘‘Representación al Rey’’ 169) al convertirse Cuba en la mayor productora mundial de azúcar. Se cumple así el proyecto de fomentar la agricultura iniciado en 1791 y esbozado al año siguiente en el ‘‘Discurso sobre la agricultura’’. El sistema de producción esclavista aunque aún era rentable carecía de futuro, afirma Manuel Moreno Fraginals, pues impedía el desarrollo tecnológico. La esclavitud ‘‘entrará en crisis y tendrá que ser abolida’’, indica el historiador, porque un ‘‘proceso de continua modernización, que es una exigencia de la época, sólo puede llevarse a cabo con una producción basada en la mano de obra asalariada’’ (Cuba/España 196). Llegado era el momento para la hegemonía de ‘‘borrar’’ el pasado esclavista, de blanquear la sociedad y hacer desaparecer al sujeto africano, de ‘‘limpiar a Cuba de la raza africana’’, como pedía Del Monte en 1848 (Humanismo y humanitarismo 108). De acuerdo con el proyecto socioeconómico y cultural de los ilustrados reformistas, la inmigración blanca, nunca interrumpida y paralela a la trata africana, estaba destinada eventualmente a desplazar al sujeto africano, tanto en la producción económica como en la reproducción biológica. Además de blanquear, según las expectativas de la hegemonía la colonización blanca crearía un mercado de agricultores asalariados, lo que la condesa de Merlín considera ‘‘trabajo civilizado’’ (69), destinado a reemplazar a los esclavos africanos. Como indica Carlos IV en su Real Cédula de 1817, el número de blancos en Cuba ‘‘se ha aumentado mucho, y el clima no es tan perjudicial para esos como lo era antes de que las tierras se desmontasen y se pusiesen en cultivo’’ (Ortiz 290). La oligarquía reformista considera al colono blanco mejor trabajador en el trópico que al sujeto de origen africano, pero a veces pone en entredicho este estereotipo. En 1843, el camagüeyano Gaspar Betancourt Cisneros (1803–66), ‘‘El Lugareño’’, le dirige una carta a Del Monte confirmándole sus expectativas al constatar el mayor rendimiento bajo las mismas condiciones del trabajador asalariado blanco comparado con el trabajo del negro (Centón epistolario 5: 93–95); por otro lado, en una carta a Del Monte en 1845 Miguel Aldama disputa las conclusiones del Lugareño al preferir alquilar negros para sus inge-

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nios en vez de colonos españoles (6: 231). En la década de 1840, según Eduardo Torres-Cuevas, la población esclava dedicada a la producción azucarera no alcanzaba el 23 por ciento; la principal fuerza de trabajo del país era la mano de obra libre (41). Población y nación Limitada en principio a los europeos de origen católico, la inmigración blanca se intensificó durante la primera mitad del siglo XIX. Además de la creación de un núcleo de mano de obra asalariada existía otro factor que contribuía desde los inicios de la colonia al fomento de la población blanca; es lo que Moreno Fraginals llama la ‘‘psicosis de terror a la población negra (la negrofobia)’’ (Cuba/España 177). A raíz de la emancipación haitiana, la hegemonía esclavista estableció una correspondencia entre la revolución y el alto índice de población de origen africano.10 Además de la preocupación por la diferencia numérica, dicha relación expresaba el temor secular de la hegemonía frente a la rebeldía del esclavo. Arango se sirve de la negrofobia en su discurso para conseguir sus objetivos socioeconómicos. Según advierte con alarma en 1811, la natalidad del sujeto africano en La Habana era el doble que la del español (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 166), lo cual hubiera aumentado el capital esclavista, si no fuera porque gran parte de la natalidad se debía a los libertos. Al mismo tiempo que intenta poner fin al comercio clandestino de esclavos y fomentar la población blanca, Arango quería estimular la reproducción entre los esclavos. Según Jacobo de la Pezuela, el Ministro de Estado de Fernando VIII le dirigió una orden en 1818 al Capitán General Cienfuegos, para que los buques dedicados a la trata ‘‘retornasen con una tercera parte de hembras, para que, propagándose la especie, se hiciera menos sensible en lo futuro la supresión del trafico’’ (4: 50).11 Por su parte, Arango en 1832 recomienda a la Corona que premie a los amos para que estimulen la procreación entre los esclavos con el objeto de mantener la producción al finalizar la trata (‘‘Representación al Rey’’ 534). La alarma del discurso esclavista de Arango servía para dos fines estratégicos: promover la trata en las zonas rurales y aumentar la población blanca en las ciudades con un elevado grado de mestizaje. El deseo de Arango por aumentar la población blanca ya aparecía en su ‘‘Discurso sobre la agricultura’’ (1792) y en la ‘‘Junta de Equivalentes para socorrer a los emigrados de Santo Domingo’’ (1800). En este último, el Apoderado concluye alegando ‘‘el incalculable bien que a la seguridad de esta Isla resulta de aumentar por tan fácil medio la población de blancos’’ (310). Esta opinión la confirma tras su visita a Haití en 1803, pues además de aumentar el mercado de trabajo libre la población blanca contribuye a ‘‘nuestra seguridad’’ (382). Pero al contrario que Arango, la metrópoli estaba interesada en mantener

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un elevado porcentaje de población africana para neutralizar los deseos de independencia del criollo blanco, sobre todo a partir de las revoluciones de emancipación en el continente. En 1841, El Lugareño cita la siguiente opinión de un magistrado de Puerto Príncipe: ‘‘Suprimir la trata y proteger la inmigración blanca es dar primer y segundo repique de la independencia’’ (Centón epistolario 5: 32). Consciente de los cambios políticos que se operaban en las sociedades coloniales (prohibición del tráfico de esclavos, futura abolición de la esclavitud) y las nuevas demandas tecnológicas para la producción, Arango modificó sus posiciones respecto a la trata durante la segunda década del siglo, e incluso de 1819 a 1821 sirvió de Juez Arbitro de la Comisión Mixta con Inglaterra para la supresión del tráfico. Acorde con su gestión de los intereses de la oligarquía, el antiguo Apoderado se convierte de principal gestor del libre comercio esclavista en defensor de la abolición del tráfico. En una representación de 1832 (‘‘Representación al Rey’’) se manifiesta abiertamente contra la trata clandestina, sin que se realizaran esfuerzos efectivos para suprimirla. En cuanto a la esclavitud, mantiene una posición reformista como la mayoría de la intelectualidad criolla coetánea (Varela, Saco, Del Monte). Su crítica se limita a recomendar que se mejoren las condiciones de vida del esclavo, nada nuevo, nunca cumplido, y a sugerir la manumisión gradual; pero se opone a la abolición de la esclavitud, según él, por motivos de seguridad. Al comienzo de la citada representación anota que los gobiernos coloniales se ocupan de ‘‘suavizar’’ (529) la esclavitud de los negros y de ‘‘mejorar la suerte y condición de los esclavos coloniales’’ (533), pero de nuevo muestra la ‘‘psicosis de terror’’ (Moreno Fraginals) cuando pide que se tomen ‘‘medidas de seguridad’’ (529). Le preocupa la suerte del esclavo en tanto que éste pueda perjudicar los intereses de la hegemonía. Además de la seguridad, está la vertiente económica, razón de la esclavitud del negro, pues la manumisión requería una indemnización para el amo. Como sugirió Varela en 1822, los esclavos eran propiedad en la que se habían empleado capitales (Ortiz 297), mientras que en su ‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ de 1811 Arango declara que la propiedad del amo era un bien ‘‘sagrado’’ (151); de hecho, para el intelectual habanero libertad equivale a propiedad (‘‘Reflexiones’’ 1823). Si en la segunda década del siglo ‘‘la abolición de la esclavitud en las posesiones españolas era un mal aplazado’’, como indica Jacobo de la Pezuela (4: 47–48), Arango fue uno de los artífices de dicho aplazamiento. Primero retrasa el cese de la trata (1816); una vez prohibida ésta de modo oficial (1820) aboga por una abolición gradual de la esclavitud en 1832 y persuade a la Corona para que proteja el sistema esclavista. Era ‘‘muy peligroso abrir nuevas puertas para la manumisión’’, escribe, y propone dejar ‘‘para más tarde la

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consumación de la obra’’ (‘‘Representación al Rey’’ 536). Los objetivos de Arango eran prolongar el sistema de producción esclavista para obtener el máximo rendimiento posible de los esclavos, de los ‘‘capitales invertidos’’ (169), como indica en su ‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ de 1811, y ganar tiempo para blanquear la sociedad de modo que continuara la producción y se consumara el proyecto de homogeneización racial. El modelo de sociedad esclavista que propone Arango una vez concluida la trata es el de las plantaciones anglosajonas. El intelectual habanero propone fomentar criaderos de esclavos como en Virginia. El proyecto no era una novedad en el discurso hegemónico, a pesar de que criticó los criaderos en su representación de 1811, en la que aseguraba que, debido al alto coste que suponía para el amo la reproducción del esclavo, ‘‘de parte de los amos, no hay ni puede haber interés en promover los partos de sus esclavas’’ (‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ 161). Los cambios en el discurso de Arango responden a las circunstancias sociohistóricas, en este caso el alza de los precios de los esclavos y el cese del tráfico legal. En 1811 defendía la trata; en 1832 quería perpetuar el sistema de producción esclavista pues ya no se contaba, al menos de forma oficial, con ‘‘la pública feria’’ (‘‘Representación al Rey’’ 161). Entre otras posibilidades, el intelectual habanero en 1832 propone premiar a los amos cuyas esclavas procrearan más (534) y formar colonias con mujeres de origen africano e inmigrantes europeos (532–33). Esta última medida contribuiría a eliminar lo que él denominaba ‘‘la preocupación del color’’ (536, subrayado del autor). Su razón real era mantener el sistema esclavista con los criaderos en las zonas rurales, al tiempo que se blanqueaba la sociedad al limitar la reproducción del varón de origen africano en las ciudades. Era la realización de los postulados de la ‘‘Representación de la Ciudad de La Habana’’ de 1811: propagar ‘‘la especie negra donde es conveniente’’ (166), es decir, mantener las dotaciones en los ingenios, y reducir el ‘‘corrompido enjambre de negros y mulatos urbanos’’ (166), es decir, blanquear las ciudades. Francisco de Arango y Parreño contribuye a la fundación de las estrategias discursivas que la oligarquía criolla utiliza para su hegemonía cultural y su desarrollo económico sustentado en la esclavitud del sujeto africano entre fines del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. N O TA S 1. Utilizamos el concepto ‘‘oligarquía’’ en el contexto de la sociedad cubana de fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX a partir de la propuesta de Torres-Cuevas como un ‘‘grupo hegemónico en todas las esferas políticas, sociales, económicas y culturales’’ (43). 2. Hemos subsanado erratas y actualizado la puntuación de los documentos del siglo XIX. 3. Además de copropietario del ingenio ‘‘La Ninfa’’ en los alrededores de Güines, zona de

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gran producción azucarera, Arango invirtió en varias expediciones negreras, según indica Moreno Fraginals (El ingenio 216). En contraste con la idea que equipara al criollo con el propietario de ingenios y al peninsular con el comercio esclavista, Arango reunía en sí ambas actividades. Como indica Torres Cuevas, el conflicto que se presentó entre criollos-hacendados y peninsularescomerciantes era de carácter económico (40). 4. Las traducciones del inglés son mías. 5. Fernández Retamar incluye al sujeto africano como habitante autóctono. Como afirma Alejandro Lipschütz, el esclavo africano era un ‘‘indígena ‘importado’ ’’ (Fernández Retamar, ‘‘América Latina’’ 305). Distinto al de Shakespeare, el Calibán de Une Tempête (1969) de Aimé Césaire representaba al sujeto de origen africano de América. Gertrudis Gómez de Avellaneda en su novela Sab (1841) sugirió la unidad autóctona y nacional del sujeto subalterno en Cuba cuando la india Martina adopta al mulato Sab (1: 158). La presencia de elementos indígenas en los cabildos cubanos en la actualidad es indicio del mestizaje histórico de ambas culturas autóctonas. El sujeto africano de las Américas sufrió la esclavitud, la explotación y el genocidio, como el arauaco y el caribe. 6. Un año después el negro libre José Antonio Aponte, inspirado en parte por los acontecimientos haitianos, organizaría una conspiración antiesclavista en La Habana con ramificaciones a lo largo de la isla (1812). 7. La idea de Hegel procede de sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (1822–28). La falsa dicotomía colonialista entre la civilización y la barbarie alcanzará su apogeo en Hispanoamérica en la obra del argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811–88). 8. El libro editado por Emmanuel Chukwudi Eze, Race and the Enlightenment: A Reader (1997), ofrece fragmentos representativos de la tradición del pensamiento ilustrado de Occidente respecto a la raza. En Observaciones acerda del sentimiento de lo bello y lo sublime (1764), del que procede la cita kantiana, el filósofo alemán afirma: ‘‘Tan fundamental es la diferencia entre el blanco y el negro, como parece serlo en cuanto a la capacidad mental en relación con el color de la piel’’ (Eze 55). 9. A partir de junio de 1818, quedaba prohibido para los vasallos del Rey el comercio de esclavos en las costas africanas al norte de la línea equinoccial, y a partir de 1820 al sur. 10. En el primer año de la guerra de emancipación en Haití, la población de origen africano era más de diez veces superior a la europea, lo cual era común en las colonias de plantación francesas e inglesas del Caribe, como indica Arango en 1811 (‘‘Representación de la Ciudad de la Habana’’ 164), incluido el Sur de los Estados Unidos. Pero Cuba, y en concreto La Habana a fines del siglo XVIII, era diferente, al ser más que una gran colonia de plantación el punto de encuentro de la flota española antes de su regreso a España. 11. Tanto José Agustín Caballero como el obispo español Juan José Díaz Espada y Landa (1756–1832) adelantaron dicha recomendación. Según Vidal Morales, hacia 1808 este último pidió ‘‘proteger la introducción de hembras de Africa para darlas en matrimonio a los jóvenes y robustos esclavos condenados a perpetuo celibato’’, además de fomentar ‘‘constantemente la inmigración blanca’’ (180).

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