Foucault y la subjetivación del homo oeconomicus: hacia una lectura biopolítica del trabajo

July 15, 2017 | Autor: Sebastián Botticelli | Categoría: Sociology of Knowledge, Biopolitics, Subjectivity
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ASOCIACIÓN ARGENTINA DE INVESTIGACIONES ÉTICAS Revista: CUADERNOS DE ÉTICA VOL. 23 Nº 36 AÑO 2008 ISSN 0326-9523

ARTÍCULO: Foucault y la subjetivación del homo oeconomicus: hacia una lectura biopolítica del trabajo Sebastián Botticelli

Resumen El concepto de biopolítica tiene una marcada presencia en muchos de los debates que intentan explicar nuestra actualidad. Pero esto no implica que debamos aceptarlo de manera acrítica. En efecto, la mera repetición o difusión de una idea no garantiza su pertinencia. Para poner a prueba la fertilidad de la biopolítica en tanto construcción teórica que pretende dar cuenta de nuestro presente, este artículo retomará algunos de los desarrollos que aparecen en los libros y cursos de Michel Foucault desde mediados de la década del ‘70 en adelante. En ellos, el surgimiento y la caracterización de la biopolítica son puestos en relación con las transformaciones que durante los últimos siglos fueron ocurriendo en las diversas dinámicas de la producción socioeconómica. Esta genealogía daría lugar a la aparición de nuevas perspectivas en lo que respecta a la cuestión del trabajo. Para ello se prestará atención a la caracterización foucaultiana de la figura conceptual del homo oeconomicus que toma como punto de partida a las definiciones de la naturaleza humana propuestas por el Liberalismo Inglés. El artículo finaliza con el planteo de algunos interrogantes sobre los alcances explicativos de la biopolítica en lo que respecta a las masas de personas que quedan excluidas de las actuales dinámicas de la producción socioeconómica. Palabras clave: biopolítica, trabajo, homo oeconomicus, naturaleza humana.

Abstract Biopolitics has a remarkable presence in many of the debates that try to explain our present. But this fact doesn´t mean we should take it in uncritical acceptance. Indeed, sheer repetition or diffusion of an idea doesn’t guarantee its pertinence. To test the fertility of biopolitics as a theoretical construction that aims to explain our present, this article will take up some developments from Michel Foucault´s books and courses from the mid 70s onwards. In such work, emergence and characterization

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of biopolitics are related to the transformations that have been taking place during the last centuries in several socio- economical production dynamics. This genealogy leads to the emergence of new perspectives in relation to the matter of “work”. In order to this, we will pay attention to the foucaultian characterization of the homo oeconomicus conceptual figure that derives from the definitions of human nature propounded by English Liberalism as a starting point. The article ends by raising some questions on the explanatory limits of biopolitics in what is referred to the mass of people that remain excluded of the present dynamics of socio-economical production.

Key words: biopolitic, work, homo oeconomicus, human nature.

Para poner a prueba la fertilidad de un pensamiento podríamos revisar en qué medida este alcanza a dar cuenta de nuestra actualidad. En ese sentido, pareciera que la pertinencia del concepto de biopolítica se nos presenta como incuestionable; su marcada presencia en una amplia diversidad de debates contemporáneos no dejaría lugar para dudar de ella. Pero nos estaríamos haciendo un flaco favor si aceptásemos la validez de un pensamiento observando exclusivamente cuánto se ha difundido o repetido. La mera reproducción de una idea no la hace más valiosa, ya que bien podría tratarse de una moda sin demasiado sustento. Al mismo tiempo, es probable que la excesiva reiteración de una misma teoría termine exponiéndola al riesgo de distenderse y extenderse hasta su inutilización –aquello que signifique cualquier cosa estará muy cerca de no significar nada. Por lo tanto, y en pos de encontrar la real medida en la que el concepto de biopolítica puede llegar a sernos útil, buscaremos establecer una distancia crítica. A tal fin, propondremos dos precisiones metodológicas que ayudarán a delimitar nuestra labor. Primero: en tanto que la biopolítica no es un concepto unívoco, deberemos abocarnos a la forma en la que aparece en el pensamiento de un autor determinado. En efecto, podría afirmarse que hay tantas biopolíticas como autores que trabajan el tema – ya sea utilizando directamente este término,1 ya sea pensando desde perspectivas similares–.2 Por lo que proponer una reflexión sobre el concepto de biopolítica sin acotarlo nos enfrentaría a toda una serie de dificultades imposibles de resolver en un artículo de esta extensión. Segundo: para establecer conexiones entre el concepto de biopolítica y nuestra actualidad, propondremos pensarlo en relación con una cuestión puntual. Y al hablar de cuestión y no, por ejemplo, de tema, ya estamos de alguna manera tomando partido en lo que respecta a la perspectiva que intentaremos construir. En efecto, un tema puede ser una colección de informaciones más o menos ordenada que permita un recorrido sin demasiadas complicaciones. Por el contrario, una cuestión implica cierto grado de

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El concepto de biopolítica ocupa un lugar centran en el pensamiento de filósofos como Giorgio Agamben, Antonio Negri, Maurizio Lazzaratto, Paolo Virno o Roberto Esposito. 2 Algunos de los desarrollos propuestos por Hanna Arendt podrían interpretarse como antecedentes de los planteos biopolíticos. Desde una base teórica y metodológica diferente, algunas de las temáticas trabajadas por sociólogos como Zygmunt Bauman o Richard Sennett pueden considerarse afines al mismo enfoque.

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incomodidad. Cuestiones son aquellas que nos tocan de cerca, que nos interpelan, que nos incluyen por más que no queramos formar parte de ellas. Teniendo en cuenta estas dos precisiones, intentaremos en este artículo explorar las posibilidades que el concepto de biopolítica abre dentro de la cuestión del trabajo. Para ello nos remitiremos a los desarrollos que aparecen en los libros y cursos de Michel Foucault desde mediados de la década del ‘70 en adelante. Con esta última especificación no pretendemos rescatar de las “garras de las malas interpretaciones” un sentido originario de la biopolítica en tanto perspectiva teórica. Apuntamos nuestra atención a las elaboraciones de Foucault porque en ellas, las dinámicas de la biopolítica aparecen –tanto en el plano meramente conceptual como en el análisis de ejemplos históricos– íntimamente relacionadas con las transformaciones en las dinámicas de producción socio-económica. Es en los cursos Seguridad, territorio, población y Nacimiento de la biopolítica, pero también en trabajos anteriores como Vigilar y castigar, en donde el pensamiento foucaultiano analiza las ligazones entre biopolítica y trabajo de manera más sutil y precisa. Es nuestra apuesta revisar dichas ligazones a fin de elucidar genealógicamente algunos de los elementos que entran en juego en la cuestión del trabajo en nuestra actualidad.

El lugar de la biopolítica en la dinámica saber-poder-subjetividad ¿Qué es y cómo aparece el concepto de biopolítica en la obra de Foucault? Para responder esta pregunta podríamos rastrear las diferentes definiciones que el propio Foucault propone entre 1974 y 1976. Pero también, y a fin de consolidar una perspectiva un poco más amplia, podríamos optar por dar un rodeo que busque ubicar al concepto de biopolítica en el conjunto del pensamiento foucaultiano. La obra de Foucault suele ser divida en tres momentos. El primero de ellos estaría referido a las formas prácticas discursivas que articulan el saber. En este sentido, el pensamiento foucaultiano rondaría las transformaciones que se dieron en las diferentes formas de verdad y regimenes de enunciación que a lo largo de un periodo histórico, legitimaron y deslegitimaron determinados grupos de saberes. La arqueología del saber (1969), Las palabras y las cosas (1970) y la conferencia El orden del discurso (1971) serían trabajos en los que prima esta perspectiva. El segundo momento comprendería los estudios genealógicos de las diferentes estrategias, tecnologías y formas de intervención que articularon el ejercicio de los poderes durante el surgimiento las sociedades modernas. Se cuentan aquí todos los trabajos que caracterizan el modelo disciplinario-panóptico a partir del análisis de las instituciones. Vigilar y castigar (1975) es la obra más reconocida en este sentido. Los cursos El poder psiquiátrico (1973-1974) y Los anormales (1975) complementan esta línea. Asimismo, pueden incluirse en este momento los trabajos que apuntan a la caracterización de la biopolítica en tanto forma de ejercicio del poder que se diferencia de la disciplina. En este caso, las referencias apuntan a Defender la sociedad (1976), Seguridad, territorio, población (1978) y Nacimiento de la biopolítica (1979). El tercer momento abarcaría los estudios de Foucault acerca de las formas y modalidades de la relación consigo mismo por las que los individuos se constituyen como sujetos, los juegos de verdad con los que los seres humanos piensan su propio ser y en los que se reconocen –como hombre, como hablante, como criminal, como trabajado, etc.–. Estos procesos de subjetivación son para Foucault formas de

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experimentar diferentes modos de vida,3 divisiones que establecen territorios a partir de los cuales los sujetos se relacionan por identificación y diferenciación. Los distintos modos de vida revisten un carácter eminentemente histórico que los somete a transformaciones constantes –de allí que se plantee la posibilidad y la necesidad de una hermenéutica de las formas de subjetivación. En esta línea se inscribirían el curso La hermenéutica del sujeto (1982) y los volúmenes 2 y 3 de la Historia de la sexualidad – El uso de los placeres y La inquietud de sí (ambos de 1984). Quedamos entonces instalados frente a un esquema más o menos ordenado que cumple –quizás antes que ninguna otra cosa– la función de tranquilizar y aplacar los debates entre las diferentes exégesis de la obra foucaultiana. Pero incomodémonos un poco y preguntémonos: estas supuestas etapas del pensamiento foucaultiano, ¿deben comprenderse por separado o pueden incorporarse en un esquema más abarcativo que permita trazar hipótesis de lectura que recorran toda esta obra? ¿Debemos comprenderlas como instancias diferenciadas o, por el contrario, sería conveniente plantearlas en una relación de retroalimentación? Resulta más útil para nuestros propósitos desistir de una interpretación lineal de estos tres momentos para ubicar al tercero entre el primero y el segundo. Es decir, entender que, dentro del pensamiento foucaultiano, los regimenes de enunciación establecen determinado tipo de saberes que se toman por verdades a partir de la intervención de ciertas relaciones de poder, y que estas, recíprocamente, encuentran su legitimación en aquellos, componiendo un continuo de interdeterminación. Y dentro de esta dinámica del saber-poder y poder-saber, quedan comprendidas o delimitadas ciertas formas de subjetivación que aparecen como el correlato necesario de esta dinámica.4 Nos inclinamos por esta segunda posibilidad de lectura porque consideramos que tomar a los diferentes momentos del pensamiento foucaultiano como compartimentos estancos equivale a componer con ellos una estructura demasiado rígida. Y esto iría a contramano de la forma en la que el propio Foucault piensa las relaciones que tanto los análisis arqueológicos como genealógicos buscan establecer: relaciones que se tienden entre el pasado y el presente, pero no en términos de conexiones causales ni de desarrollos necesarios, sino en términos de luchas por la significación. Foucault piensa en una verdad del tiempo histórico que se juega en el sentido que portan los cuerpos y, a partir de esto, en un pasado que no es fijo, sino que, al igual que el presente, está en constante movimiento. Entonces, ¿cómo debemos entender la aparición del concepto de biopolítica dentro de esta dinámica? Foucault lo presenta al hablar del pasaje de una forma de ejercicio del poder que sostenía la lógica del principio de soberanía (“hacer morir o dejar vivir”), a otra forma que tiene por objetivo la normalización de las grandes poblaciones (“hacer vivir o dejar morir”). Mientras que la primera forma es de naturaleza jurídica y se centra en la ley como instancia ordenadora del pueblo (sujeto político), la segunda se despliega en un conjunto de mecanismos de control y administración (control sanitario, de natalidad, etcétera) que produce y regula la vida de las poblaciones (sujeto biológico); define el campo de intervención de su poder en la natalidad, la morbilidad, las diversas incapacidades biológicas, los efectos del medio, etc. 3

Respecto a la noción de modo de vida y como aparece esta en el pensamiento de Foucault, puede consultarse la entrevista «De l'amitié comme mode de vie» (entretien avec R. de Ceccaty, J. Danet et J. Le Bitoux), Gai Pied, nº 25, avril 1981, en FOUCAULT, M., Dits et écrits IV (1980-1988), Paris, Gallimard, 1994, pp. 163 y ss. 4 Son estos los aspectos del pensamiento de Foucault en donde se encuentra la influencia de Nietzsche. Al respecto véase FOUCAULT, M., Nietzsche, la genealogía y la historia, Barcelona, Pre-Textos, 1992. También FOUCAULT, M., Historia de la sexualidad 2 – El uso de los placeres, Buenos Aires, Siglo XXI, 1984, pp. 7 y ss.

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Desde esta perspectiva, la biopolítica debe comprenderse en primera instancia – como se dijo más arriba– como una forma de ejercicio del poder. Pero no se agota en eso. La biopolítica también se legitima en un conjunto de saberes que al mismo tiempo sustenta. Entre esos saberes podemos contar, por ejemplo, los discursos médicos que comienzan a aparecer hacia fines del siglo XVIII y que apuntan a ese nuevo sujeto que es la población. Estos discursos toman forma durante el siglo XIX bajo el nombre, de higienismo.5 Reconstituyendo la distinción salud-enfermedad en una dirección distinta de la que la medicina europea había tomado en periodos anteriores, la ciencia médica se preocupa por el control de la natalidad y la mortalidad, por las costumbres reproductivas y alimenticias, por las enfermedades endémicas y las condiciones de vida de las poblaciones dentro de las urbes. A partir de estas nuevas preocupaciones, se legitiman intervenciones tanto sobre el espacio urbano como sobre las viviendas particulares, así como también una nueva pedagogía que apunta a fomentar modificaciones en los hábitos de higiene, alimenticios y reproductivos de la población.6 De este modo, entre los saberes médicos del siglo XIX y las formas de intervención urbanas se despliegan las dinámicas biopolíticas. Estas referencias funcionan como ejemplo de las interrelaciones que pueden tejerse entre las formas del saber y los ejercicios del poder. Resta preguntar, ¿qué pasa con las subjetividades que quedan delimitadas entre estas? ¿Qué modo de vida impulsa esta dinámica? Es este el punto donde pueden encontrarse las ligazones más intimas entre biopolítica y trabajo pues una de las principales causas de la preocupación por la salud de la población es su capacidad o incapacidad de aportar su fuerza laboral en los sistemas productivos. En otras palabras, el sujeto del discurso médico es el sujeto que debe estar saludable para poder ir a trabajar. Las herramientas del biopoder que aparecen hacia fines del siglo XIX y se desarrollan durante el siglo XX, responden a los requerimientos del régimen de producción industrial. En la dinámica socioeconómica del mercantilismo capitalista, la fuerza de trabajo se vuelve una mercancía y como tal debe ser cuidada. Allí aparece la biopolítica y su interés por la vida de la especie en tanto potencia fundamental de la producción laboral.7 Los mecanismos de la biopolítica buscan estabilizar las variaciones aleatorias de la dinámica poblacional, maximizar las fuerzas y darle equilibrio y regularidad a los procesos biológicos.8 El biopoder ronda la vida del hombre, dirige su atención hacia ella pues en la vida misma residen las fuerzas productivas que hace posible la dinámica del capitalismo industrial. Pero ¿qué es exactamente lo que el poder necesita convertir en una variable controlable? Es en este punto en donde cobra una importancia renovada la cuestión de la naturaleza humana, pues si lo que explotan las formas actuales del capitalismo es la vida del hombre en su conjunto, es decir, la sumatoria de sus condiciones naturales, en la definición de esta naturaleza humana habrá mucho en juego, ya que esta establecerá los

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Respecto de la influencia que las corrientes higienistas tuvieron en las intervenciones que desde la centralidad del Estado se llevaron a cabo tanto sobre el diseño urbano como sobre las viviendas particulares, véase DONZELOT, J., La policía de las familias, Valencia, Pre-Textos, 1990. 6 En la ley argentina nº 1420 de 1884 que establece las bases de la educación pública, el concepto de higiene ocupa un lugar central. 7 Foucault hace referencia a estos factores como «la muerte permanente, que se desliza en la vida, la carcome constantemente, la disminuye, la debilita». FOUCAULT, M., Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE, 1997, pp. 221. 8 FOUCAULT, M., Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE, 1997, pp. 219-233.

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parámetros de comportamiento que constituyan y al mismo tiempo respondan al modelo salud-enfermedad.9 ¿Cuál será, entonces, el comportamiento “natural” del hombre desde la biopolítica? ¿Qué se supone que debe hacer? ¿Qué es lo que lo define? ¿Para qué se comporta como se comporta? ¿Para qué adquiere hábitos de higiene, de ahorro, reproductivos, etc.? Muchas de las posibles respuestas a estas preguntas pueden encontrarse en la caracterización que Foucault propone del homo oeconomicus. En efecto, esa figura conceptual ocupa dentro de la genealogía foucaultiana un lugar central en tanto que muestra y articula las relaciones entre bipolítica y liberalismo. Esto le da a la cuestión un relieve de gran actualidad. Así lo expresa Foucault: […] me parece que el análisis de la biopolítica sólo puede hacerse cuando se ha comprendido el régimen general de esa razón gubernamental de la que les hablo, ese régimen general que podemos llamar cuestión de la verdad, primeramente de la verdad económica dentro de la razón gubernamental; y por ende, si se comprende con claridad de qué se trata en ese régimen que es el liberalismo, opuesto a la razón de Estado –o que, antes bien [la] modifica de manera fundamental sin cuestionar quizá sus fundamentos—, una vez que se sepa qué es ese régimen gubernamental denominado liberalismo, se podrá, me parece, captar qué es la biopolítica. […] ¿qué interés hay en hablar del liberalismo, de los fisiócratas, de Argenson, de Adam Smith, de Bentham, de los utilitaristas ingleses, como no sea el hecho de que, desde luego, el problema del liberalismo se nos plantea efectivamente en nuestra actualidad inmediata y concreta? ¿De qué se trata cuando se habla de liberalismo, cuando a nosotros mismos se nos aplica en la actualidad una política liberal? ¿Y qué relación puede tener esto con esas cuestiones de derecho que llamamos libertades? […] ¿De qué se trata todo este problema de la libertad, del liberalismo? Bueno, es un problema que nos es contemporáneo.10

Profundizar la relación entre estos tres elementos –biopolítica, liberalismo y homo oeconomicus– será lo que intentaremos a continuación.

Biopoder, Liberalismo y homo œconómicus 1. Disciplina y producción social: del homo penalis al homo oeconomicus Las primeras caracterizaciones del concepto de homo oeconomicus aparecen en los desarrollos del Liberalismo inglés11 como la descripción de aquellos sujetos que detentan y aplican una forma de racionalidad que respondería, en última instancia, a características que idealmente son intrínsecas a la naturaleza humana. El homo oeconomicus constituye un modelo teórico que pretende explicar cómo actuaría en condiciones ideales el sujeto “perfectamente racional”. Foucault se ocupa en principio de relacionar esta forma de pensar al hombre con la aparición y desarrollo de las instituciones disciplinarias. Ya en Vigilar y castigar, la

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Un claro ejemplo serían las formas de intervención sobre los comportamientos sexuales y reproductivos. Al respecto, véase FOUCAULT, M., Historia de la sexualidad 1- La voluntad de saber, Buenos Aires, Siglo XXI, 1977. 10 FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 41. 11 Al respecto véase SMITH, A., La riqueza de las naciones, Buenos Aires, Alianza, 2002, Libro II.

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descripción del homo oeconomicus aparece como correlato de una de las formas de castigos de las primeras prisiones modernas, a saber, el castigo a los trabajos forzados. La ritualización de los suplicios presente en Europa hasta el siglo XVIII daba cuenta de un régimen de producción laboral en el que tanto el cuerpo humano como su fuerza de trabajo aún no tenían ni la utilidad ni el valor mercantil que habría de serle conferido en una economía de tipo industrial.12 El objetivo de los castigos supliciantes era inscribir el poder soberano en los cuerpos individuales del homo penalis, y en este proceso, los encargados de establecer las penas no se detenían a observar el posible desperdicio de un potencial económico. Con el desarrollo de la sociedad capitalista se reestructura la economía conceptual de la ilegalidad. La desobediencia al Soberano deja su lugar al robo y la usura, en el orden de importancia de la lista de delitos posibles. Lo primero que el capitalismo busca castigar es la apropiación ilegal de los medios y los productos del trabajo.13 Esta reestructuración da lugar, hacia fines del siglo XVIII, a la aparición de las condenas a trabajos forzados, lo que es a la vez una nueva manera de pensar tanto el castigo como el trabajo. La nueva estructura penal no busca demostrar el carácter absoluto del poder del Soberano, sino establecer representaciones que obstaculicen la voluntad del potencial delincuente. Para ello, las penas deben reproducir el contenido del delito en el sentido inverso. De este modo, la multa castiga la usura, la confiscación el robo, y el trabajo forzado a un delito cuya tipificación es novedosa: la holgazanería. ¿Qué se está penando cuando se pena la holgazanería? Según el discurso jurídico de la época, contra una mala pasión debía fomentarse una buena costumbre: nada se ganaba encerrando a los mendigos en prisiones más que promover aquello que se estaba penando –en muchos casos los mendigos vivían mejor estando presos. Por el contrario, el castigo efectivo para los holgazanes debía ser la obligación a trabajar con fines comunitarios. De esta manera, el trabajo público permite que el culpable pague dos veces por su falta: por el signo que el castigo produce (función simbólica) y por el trabajo que suministra a la sociedad (función productiva). Extraer la fuerza del cuerpo de un condenado es a la vez castigo y utilidad social. El cuerpo del prisionero deja de ser la superficie sobre la que el Soberano imprime su marca para pasar a ser un bien social, objeto de una apropiación colectiva y útil. En este discurso está presente la necesidad de garantizar cierto modo de pedagogía universal del trabajo para aquellos que se muestran refractarios al mismo, una forma de inscribir un hábito en los cuerpos de los anormales.14 Sobre este punto resultan ejemplos interesantes los casos de aquellas prisiones que retribuían económicamente el trabajo de los presos con el fin de garantizar su futura reinserción moral y social. De este modo contribuían a instituir una nueva máxima: «quien quiera vivir debe trabajar».15 El preso, el anormal, el desviado debía finalmente reconvertirse en un homo oeconomicus. Así, el sistema penal colaboraba con la necesidad social de formar una multitud de obreros nuevos que a la larga disminuirían el costo de la mano de obra a partir de lo que Foucault llama «la cuestión de la acumulación de hombres»:16 en paralelo con la acumulación del capital, se volvió necesario acumular también cuerpos singulares que fácilmente pudiesen aportar su fuerza de trabajo; se volvió necesario maximizar la 12

FOUCAULT, M., Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976, pp. 60. FOUCAULT, M., Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976, pp. 91. 14 En este sentido, Zigmundt Bauman habla de una “ética del trabajo”. Al respecto, véase BAUMAN, Z., Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Buenos Aires, Gedisa, 2000. 15 FOUCAULT, M., Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976, pp. 125-127. 16 FOUCAULT, M., El poder psiquiátrico, Buenos Aires, FCE, 2003, pp. 94. 13

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utilización posible de los individuos –que todos aquellos que estuviesen en condiciones pudiesen trabajar– para asegurarse una reserva de desocupados, potenciar las fuerzas singulares y acumular tiempo de trabajo, de formación, de adquisición de saberes. En otras palabras, «hacer utilizable a todo el mundo».17 Se buscaba sumar a la producción social a subjetividades que antes no pertenecían a ella.18 De este modo, los cuerpos se domesticaban no sólo en pos de su disciplinamiento sino para conseguir de ellos una prestación. La cuadrícula panóptica no tenía por objetivo último sólo mantener el orden; su trasfondo remitía a una nueva organización productiva. En concordancia con esta nueva cuadrícula, el homo oeconomicus designa un modelo de comportamiento que apunta a la maximización de la utilidad de los cuerpos, criterio que comienza a hacerse presente en los múltiples intercambios sociales que aparecen dentro de la dinámica capitalista. Este modelo de comportamiento reviste la “ventaja” de “reconocer” los diferentes objetivos que pueden plantearse los sujetos al mismo tiempo que vuelve homogénea la conducta que esos sujetos despliegan para conseguir sus fines. Este parámetro de comportamiento que deviene el criterio que distingue normalidad y anormalidad pone en juego una serie de presupuestos que, en la genealogía propuesta por Foucault, funcionan como puente entre la perspectiva anátomopolítica que apunta a la individualización de los sujetos y la perspectiva que hacia fines del siglo XVIII comienza a ejercerse sobre el hombre en tanto integrante de una especie. 2. Biopolítica y producción social: El hombre como individuo portador de un interés En Nacimiento de la biopolítica, Foucault se vale del homo oeconomicus para completar la caracterización de la nueva razón gubernamental tal como se formula a partir del siglo XVIII. El homo oeconomicus ya no es sólo el resultado de un proceso disciplinario de reconversión del desviado, sino además el criterio con el que van a ser interpretadas las decisiones de todos los individuos. Esta «grilla de inteligibilidad»19 que va a proponerse sobre el comportamiento funciona como condición de posibilidad de esa nueva forma de ejercer el poder que es la gubernamentalidad. Esto también significa, como contrapartida, que los individuos van a poder ser gubernamentalizados sólo en tanto homo oeconomicus. La grilla del homo oeconomicus va a constituirse como la superficie de contacto entre el individuo y el poder que se ejerce sobre él, y por consiguiente, como el principio de regulación del poder sobre el individuo. El homo oeconomicus es la interfaz entre gobierno e individuo. 17

FOUCAULT, M., El poder psiquiátrico, Buenos Aires, FCE, 2003, pp. 95. La búsqueda de ejemplos en la historia argentina que puedan comprenderse en paralelo con las referencias presentadas por Foucault muestran las diferencias que adquiere la organización socioeconómica de la producción en ambas regiones a partir del proceso de división internacional del trabajo. Para una economía que –a diferencia de lo que ocurre en Europa entre los siglos XVIII y XIX– se estructura partir de un modelo agroexportador, la cuestión de la acumulación de hombres pasa a ser secundaria. En la Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX, la reestructuración de la economía conceptual de la ilegalidad en lo que respecta al “delito” de la holgazanería no está apuntada al mendigo urbano sino a la figura del gaucho cimarrón. La pena para delitos como el cuatrerismo no es el encierro ni la condena a trabajos forzados sino el confinamiento en un destacamento militar de la frontera. Estos ejemplos dan cuenta de políticas que apuntar a eliminar a los “sujetos anormales” más que a “reeducarlos” para incoporarlos a la lógica de la producción. 19 FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 292. 18

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El concepto de homo oeconomicus se presenta así como la figura del hombre eminentemente gobernable, el correlato de la gubernamentalidad, cuya regla básica es la máxima liberal dejar hacer, dejar pasar. Esta máxima es el reflejo de las concepciones antropológicas introducidas por el empirismo ingles que definen al hombre como poseedor de un interés individual anterior a cualquier otro interés. Un interés que debe ser comprendido como forma de voluntad a la vez inmediata y subjetiva.20 El interés que persigue el homo oeconomicus va a converger con el interés de los otros individuos de forma espontánea. Desde el punto de vista de una teoría del gobierno, el homo oeconomicus es aquél a quien no hay que tocar, a quien hay que dejar actuar libremente.21 Y es este el punto en el que quedan igualados todos los sujetos, ya que, a partir de postular que hasta los hombres completamente desposeídos de riquezas materiales son en última instancia dueños de su cuerpo y de la fuerza de trabajo que ese cuerpo pueda aportar, para el liberalismo inglés no hay nadie que no sea dueño de un capital y que, por lo tanto, se encuentre imposibilitado de seguir las máximas que apuntan a la maximización de las ganancias. Foucault destaca que este sujeto de interés nunca es absorbido por el sujeto de derecho. Por el contrario, sobrevive al pacto contractualista en tanto que elige pactar por su interés y se mantiene fiel a su promesa exactamente por el mismo motivo –desea los beneficios de ese contrato y teme las consecuencias de su incumplimiento–. En otras palabras, para devenir sujeto de derecho, al individuo se le exige que ceda parte de sus derechos naturales, pero jamás se le pide que renuncie a su interés.22 El homo oeconomicus queda constituido así como una figura heterogénea que no se agota en el homo juridicus, sino que, por el contrario, funciona como límite del poder soberano23. En efecto, en tanto que es la búsqueda del beneficio a nivel de las acciones individuales lo que termina constituyendo el bien común y que este proceso se presenta como necesario, el gobierno no debe interferir en el interés de nadie. Y esto se debe a que queda clausurada la posibilidad de que el soberano pueda tener sobre el mecanismo económico un punto de vista capaz de totalizar cada uno de los elementos y de combinarlos de manera artificial. La mano invisible que enlaza espontáneamente los intereses prohíbe, al mismo tiempo, todo tipo de intervención y, más aún, todo tipo de mirada que busque abarcar la totalidad del proceso económico.24 El procedimiento a través del cual se llega al bien común se da de manera oscura, oculta, ininteligible. No es posible apuntarle al bien común en tanto que no es posible calcularlo estratégicamente. Esto es lo que legitima las restricciones a la intervención del poder estatal: no existe la posibilidad de un punto de vista soberano. Resulta entonces que el homo oeconomicus se constituye como límite del poder del soberano jurídico, del soberano poseedor de derechos y fundador del derecho positivo sobre la base del derecho natural. Y esta función no implica solamente poner algunos derechos individuales a resguardo de la voluntad del soberano, sino una restricción aún más profunda: [El homo oeconomicus] dice al soberano: no debes, pero ¿por qué se lo dice? No debes porque no puedes. Y no puedes en el sentido de “eres impotente”. ¿Y por qué eres impotente, porque no puedes? No puedes porque no sabes, y no sabes porque no puedes saber.25

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FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 313. FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 310. 22 FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 315. 23 FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 317. 24 FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 323. 25 FOUCAULT, M., El nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 326. 21

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La definición de la naturaleza humana dentro de la dinámica del saber-poder En el coloquio televisivo que mantuvo con Noam Chomsky,26 en 1971, Foucault afirma que nociones como las de vida o naturaleza humana son nociones periféricas: se usan para delimitar y designar ciertos tipos de discursos que buscan relacionarse o diferenciarse de otros. Para él, la aparición del concepto de vida como regulador del conocimiento biológico hacia fines del siglo XVIII cumple la función de delimitar un cierto tipo de discurso científico, hace las veces de indicador epistemológico que funciona más como parámetro de clasificación de las discusiones científicas que como parte integrante de ellas. Foucault no ve en la noción de la naturaleza humana un concepto científico. Él destaca que no fue estudiando la naturaleza humana que los lingüistas descubrieron las leyes combinatorias, ni Freud los principios del análisis de los sueños, ni los antropólogos culturales, la estructura de los mitos. En la historia del conocimiento, la noción de naturaleza humana juega el rol de diferenciador epistemológico que opone el discurso científico al teológico o histórico. ¿La vida puede reducirse a la naturalidad? Desde la perspectiva foucaultiana, nada dentro de lo humano puede ser tan estable como para ser considerado una verdad transhistórica. La vida humana puede definirse como la relación con el propio cuerpo y con el cuerpo de otros, afectos, lenguaje, voluntad de futuro. La lista de conceptos que podrían incorporarse a esta definición es inagotable.27 No existe algo que pueda comprenderse como una corporalidad natural; para Foucault no hay identidades sino prácticas, y las practicas pueden producir y reinventar los cuerpos. Los hombres nunca dejaron de construirse a sí mismos, de desplazar lo que ellos son. Los estudios de Foucault sobre las prácticas sexuales son un claro ejemplo de las distintas modalidades que pueden tener estos desplazamientos. La biopolítica supone una naturalidad de la vida que la medicina social dice proteger en los individuos y en las poblaciones. Aquello que la biopolítica llama “lo común” no debe comprenderse como un fundamento sino como el producto de un discurso específico. De allí que quizás sea conveniente preguntar si la dinámica del trabajo industrial explota al máximo las capacidades naturales o si, por el contrario, busca producir a partir de la dinámica del saber-poder una definición particular de “naturaleza humana” que le resulte utilizable. En otras palabras, debemos considerar minuciosamente hasta qué punto la biopolítica busca (y consigue) identificar el trasfondo de la naturaleza humana para ponerlo a trabajar o si lo que en realidad hace es producir mediante definiciones una forma de comprender al hombre que le es completamente funcional. Las relaciones de poder en relación con la biopolítica transforman la definición de la naturaleza en nuevas formas de control. Quizás uno de los mayores aportes del pensamiento foucaultiano a la reflexión sobre las modificaciones de las dinámicas de producción laboral tenga que ver con esta forma especial de ejercer la sospecha, esta mirada desnaturalizadora que, aplicada al ámbito del trabajo en particular, conduce a una puesta entre paréntesis de las relaciones entre producción y vida a las que tan acostumbrados estamos.

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En esta entrevista, Chomsky sostiene que la naturaleza humana puede definirse como un conjunto de elementos que son biológicamente dados, que no cambian y que son el fundamento de lo que hace el hombre con su capacidad mental –al menos en lo que refiere al lenguaje. 27 Es desde esta perspectiva que se acusa a algunos representantes del autonomismo italiano –en especial, Paolo Virno– de hacer una lectura chomskyana de Foucault.

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Esta sospecha puede, en el momento de la disciplina, tomar la forma de la siguiente pregunta: ¿qué dispositivos de poder se pusieron en marcha para conseguir que una determinada “población” incorpore un conjunto de hábitos que los lleven a pasar ocho, diez o doce horas de su día operando una máquina dentro de una fábrica para luego regresar a su casa, cenar, acostarse y levantarse al otro día para hacer exactamente lo mismo? Buscando una perspectiva más actual y teniendo presentes los desarrollos teóricos que refieren a las transformaciones en el ámbito laboral a partir del concepto de trabajo inmaterial,28 esta misma sospecha puede formularse en preguntas como estas: ¿qué construcciones discursivas se activan para que un sujeto vea como una ventaja estar comunicado en todo momento con su trabajo, aceptando una difuminación casi total de la línea que dividía el tiempo de trabajo del tiempo de no trabajo?29 ¿Qué dispositivos de poder se ponen en funcionamiento para que los trabajadores acepten los cambios en los criterios a partir de los cuales se calculan sus remuneraciones?30 ¿Qué hace que lo sujetos estén dispuestos a aportar sus capacidades políticas a los procesos laborales? Arribamos así a una de las últimas consecuencias de las reflexiones foucaultianas respecto de los procesos de subjetivación: no se trata de recuperar un sujeto originario de las garras de una estructura social que lo oprime. El sujeto no puede pensarse sino como un producto histórico. Frente a las diferentes formas de opresión, sólo pueden oponerse formas de subjetividad que, desde un plano inmanente, busquen y propongan formas de resistencia.

Postscriptum: los límites de la biopolítica Este escrito ha intentado incorporar algunos puntos que intentan ser aportes a la discusión respecto de la pertinencia y fertilidad del concepto de biopolítica para dar cuenta de nuestra actualidad, en particular, en lo que hace a las transformaciones en el ámbito del trabajo. Y es el intento de elucidación de este ámbito específico lo que deja abierta la posibilidad de plantear interrogantes a cerca de las limitaciones que el concepto de biopolítica tiene en lo que respecta a su capacidad de dar cuenta de nuestro presente. Si la biopolítica es una forma de ejercicio de poder que apunta a la dinámica de la población y al ser humano tomado como especie, a partir de la necesidad de un determinado modo de producción social (el capitalista-industrial), ¿qué ocurre cuando ese paradigma de producción se transforma, cuando cambia el patrón de acumulación de la riqueza y la forma de producir valor? Los ejemplos históricos recuperados por Foucault puntualizan la relación entre la preocupación biopolítica por la salud de las masas de trabajadores y su capacidad de aportar su fuerza de trabajo a los procesos productivos. Esta preocupación abarca tanto a aquellos que están efectivamente incorporados al ámbito de la producción laboral como a aquellos que sin estar empleados, se mantienen a la expectativa de incorporarse al mundo del empleo. La capacidad productiva de este “banco de suplentes” también debe ser resguardada ya que no se sabe cuándo el sistema productivo puede llegar a 28

Al respecto véase HARDT, M. y NEGRI, A., Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002. En este sentido podríamos dirigir nuestra mirada hacia los discursos del new management y la gestión del conocimiento. Entre los autores que se inscriben dentro de esta corriente, podemos mencionar a Peter Senge, Peter Druker, Ikujiro Nonaka e Hirotaka Takeuchi. 30 Véase DELEUZE, G., “Posdata a las sociedades de control”, en FERRER, Ch., (Comp.) El lenguaje literario, Montevideo, Nordan, 1991, Tº2. 29

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necesitarlos. ¿Qué ocurre, entonces, cuando esas masas ya no parecen ser necesarias para el modelo económico? ¿Podemos seguir viendo allí una preocupación por la salud de la población o por la vida de la especie? Una rápida revisión del ejemplo de las cárceles y lo que de ellas sabemos en la actualidad nos mostrará que es muy difícil seguir adjudicándole al sistema penitenciario una función normalizadora a partir de una forma pedagógica determinada. ¿Podemos ver desde las políticas de estado un afán por proteger la vida de la especie? En este sentido, creo, la línea del autonomismo italiano, –al menos desde la década del ’90 en adelante–, sostiene que el paradigma biopolítico permite pensar cómo los procesos productivos en la actualidad apuntan a aprovechar lo más íntimo de la naturaleza humana: la creatividad. Más cabe preguntarse si lo que se pretende explotar se remite a la creatividad de la especie en su conjunto o sólo a la de unos pocos sujetos, aquellos que están abocados al “trabajo inmaterial”, que hoy, a diferencia de lo que Marx señalaba para su época, sería la forma más efectiva de generar valor. Esta pregunta no sería pertinente si suscribimos la idea de que toda producción es producción social.31 Mas si aceptamos que una de las características de nuestra actualidad es la existencia de masas de personas que no están incorporadas al sistema productivo ni esperan estarlo, tenemos dos caminos posibles: si sostenemos que se sigue produciendo a nivel social, los excluidos del sistema productivo serán al mismo tiempo excluidos sociales, con lo cual se les estaría conceptualmente negando la pertenencia a la sociedad y se establecerían distinciones sumamente peligrosas entre aquello que debe ser considerado sociedad, civilización, etc. y aquello que deviene como su negación. Por el contrario, si optamos por considerar a los excluidos del sistema productivo como parte integrante de la sociedad, deberemos aceptar que las dinámicas actuales de la producción socioeconómica sólo emplean la capacidad de una parte de la población, quitando a la parte no utilizada cualquier expectativa de ser incorporada en esa producción. Esta última opción, lejos de evitarnos problemas o de no suscitar al mismo tiempo nuevos peligros, nos obliga a repensar algunas de las categorías centrales con las que se busca definir la cuestión social en la actualidad. Y una pregunta más antes de terminar: ¿Podemos pensar que siguen vigentes las dinámicas del saber-poder que apuntaban a la constitución del homo oeconomicus? Los mandatos que los actuales discursos hegemónicos intentan construir, ¿apuntan a la maximización de las ganancias en el mismo sentido en que lo hacía el Liberalismo de los siglos XVIII y XIX? ¿O se refieren más precisamente a la ampliación y aseguramiento de las posibilidades del consumo? En otras palabras: ¿qué sería un homo oeconomicus hoy? Quizás el homo oeconomicus haya dejado su lugar al homo consumidor o al homo competidor. La profundización de estas preguntas será objeto de futuras reflexiones.

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Esta sería una de las interpretaciones posibles respecto del lugar que ocupan conceptos como el de General Intellect en los desarrollos propuestos por el autonomismo italiano. Al respecto véase VIRNO, P., Gramática de la multitud, Buenos Aires, Colihue, 2003.

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