Formas de Nominar al Otro en Nutrición

June 24, 2017 | Autor: A. Echazú Boschem... | Categoría: Critical Discourse Analysis, Human Nutrition, Anthropology of Health and Illness, Ethnography of Documents
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Descripción

FORMAS DE NOMINAR AL OTRO EN EL DISCURSO DE LA CIENCIA DE LA NUTRICIÓN Estudio exploratorio En un grupo de tesis de la Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad Nacional de Salta. Notas para la deconstrucción (y la discusión)

Trabajo Final para la Materia Antropología Urbana Docente: Sonia Álvarez Alumna: Gretel Echazú Salta, Marzo de 2006.

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NOTA PRELIMINAR Este es un estudio exploratorio de los diferentes discursos que nominan al “Otro”, construidos desde la ciencia de la Nutrición. Nuestro interés es señalar las diferentes formas de fundar “alteridades radicales” desde la práctica científica, alteridades que tienen un impacto específico en las intervenciones sanitarias referidas a la salud – enfermedad de nuestras sociedades. Opinamos que el discurso del desarrollo ha suministrado una gramática, trama desde la cual se estructuran las relaciones sociales cotidianas. Para aproximarnos a aquellos aspectos institucionalizados del discurso del desarrollo que tienen forma en determinado campo de prácticas institucionales como lo es la Universidad, realizaremos un trabajo de archivo sobre algunas Tesis de Grado de la Facultad de Ciencias de la Salud, carrera de Licenciatura en Nutrición. En la problematización resultaron significativos los aportes de científicos latinoamericanos como Escobar (1996), quien intenta “investigar las formas concretas que asumen los mecanismos de profesionalización y de institucionalización en el campo de la desnutrición y el hambre”, autores que se preocupan por deconstruir términos del discurso del desarrollo (Duden, 1996; Gronemeyer, 1996; Rahnema, 1996) y otros científicos brasileños que producen en organismos dedicados a la investigación en salud pública en Brasil, quienes me brindaron algunas pistas para ensayar un análisis de estos discursos en el medio local (Teixeira, 1999; Serra, 2001).

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INTRODUCCIÓN Quiero formar sociedad Con el vecino de abajo Ése no tiene trabajo No te fíes, Sebastián ¿Porqué no trabaja? Porque come poco ¿Porqué come poco? Porque está muy flaco ¿Porqué está tan flaco? Porque tiene anemia ¿Porqué tiene anemia? Porque no trabaja ¡Eso mismo fue, Lo que yo le pregunté: ¿¡Porqué no trabaja!? Joaquín Sabina, “Círculos Viciosos”. En: Todos Hablan de Ti; Columbia, 2004

Desde la aparición de la llamada “cuestión social”, el discurso sobre el Otro ha tomado variadas formas, y ha animado la institucionalización de diferentes miradas y su inscripción en el espacio social. Las representaciones sobre la otredad se hallan insertas en una discursividad que obedece a reglas de sistemas de enunciados y organizaciones de conceptos constituyentes de temas o teorías particulares (Álvarez, 2003). A partir de la modernidad, el campo de saber de la ciencia fue, en este proceso, uno de los actores privilegiados. Nominó e intervino a través de dispositivos de Saber-Poder (Foucault, 1980). Estos dispositivos a pesar de haberse naturalizado e instituido, también se transformaron. Los procesos de salud – enfermedad – atención no son sólo emergentes de condiciones sociopolíticas, sino que son objeto de la construcción de saberes y prácticas de los conjuntos sociales, incluidos los especialistas (tanto curadores como funcionarios de salud) que posibilitan su definición, su reconocimiento, así como las formas organizadas de atención. Medicina y nutrición han sido disciplinas científicas que, además de su papel preventivo y curativo de la morbi-mortalidad de las poblaciones, han cumplido un visible papel en el control social de las mismas. Se ha investigado más la historia de la ciencia médica y sus dispositivos de Saber-Poder que la de la nutrición (Foucault, 1963; Illich, 1974). A raíz de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial en 1945, surgió como problema de primera magnitud la situación nutricia de las poblaciones ocupadas por las fuerzas Nazi. La movilización científica fue inmediata y aún antes de terminar el conflicto se formaron grupos de expertos para acudir a las zonas más afectadas. Así nació la UNRA (United Nations Relief and Rehabilitation Administration), y en los siguientes tres años tuvo lugar la constitución de organismos internacionales como la Organización de Alimentos y Agricultura de las Naciones Unidas (FAO), el United Nations Children’s Found (UNICEF) y la Organización Mundial para la Salud (OMS) que en virtud de la experiencia en Europa se dan a la tarea de organizar misiones de apoyo a los países en vías de desarrollo que periódicamente padecían de hambruna generalizadas. En 1955, se organiza una visita a los 5 continentes con el fin de “identificar estos problemas, y ofrecer alguna ayuda de cooperación con medidas de protección específica”, así como la formación de personal por medio de becas de la Organización. En los años cincuenta y setenta, surge otro movimiento mundial generado por el “problema de la falta o escasez de proteínas” (protein gap): por esa razón la FAO, 3

la OMS y UNICEF crearon el "Grupo Asesor de las Proteínas" en 1955. Según Barreto Penié (1999), la explosión de información que ha generado en los últimos 25 años en la Biología Molecular, Bioquímica, Fisiología y Epidemiología Clínica, han dotado a la Nutrición de elementos capaces de ubicarla como una de las ramas de la Medicina que más desarrollo ha tenido en la segunda mitad del siglo que concluye. La nutrición puede conceptuarse como "la ciencia particular de la Biología que tiene como objeto el estudio, conocimiento y aplicación consecuente de las leyes que rigen la utilización de los nutrimentos en el ámbito de la célula" (Barreto Penié, 1999). A pesar de fundarse en el nivel de los microprocesos biológicos, su gran salto como forma de conocimiento estuvo ligado a procesos de carácter mucho más amplio. La nutrición se reformuló y cobró preeminencia en el marco de los cambios en la economía política internacional a merced del proceso de globalización de las ciencias de la salud orientadas a modificar las condiciones de salud de las poblaciones del Tercer Mundo (Escobar, 1996). “En un principio, la ayuda alimentaria se concebía como medio de alimentar a los hambrientos que surgían después de una situación de emergencia (…) El uso de la ayuda alimentaria se ha extendido para servir como instrumento de desarrollo (…) El asesoramiento técnico sobre nutrición es importante en casos de emergencia y, aún más, en los programas de desarrollo (…) Los organismos encargados de repartir la ayuda alimentaria (tanto los intergubernamentales como los no gubernamentales) han empleado a un número creciente de nutricionistas con responsabilidades cada vez mayores, y lo mismo ha sucedido con la planificación, ejecución y evaluación de los programas de desarrollo (…) especialmente destinados a los grupos vulnerables que son los más afectados por carencias nutricionales”

Este documento de 1987, elaborado por Francesca Ronchi Proja, de la ONU, nos da idea de la magnitud del salto. La planeación y política nutricional alimentaria surgió como disciplina a comienzos de los años ´70, y rápidamente introdujo un conjunto de prácticas que permitió a las instituciones estructurar políticas públicas, realizar exclusiones y modificar relaciones sociales. La visión del hambre que emergía del FNPP (Food and Nutritional Planning Policy) estaba incrustada en el lenguaje de la planeación y respaldada por cantidades inmensas de datos referidos a las carencias nutricionales en el mundo obtenidos por medio de las tecnologías mas sofisticadas. En América Latina el interés por la formulación de políticas nacionales de nutrición y alimentación comenzó a aumentar desde 1970 en los ministerios de salud y agricultura de cada país. Como respuesta a este creciente interés, varias agencias de Naciones Unidas (FAO, OMS, la Organización Panamericana de la Salud, UNICEF, la CEPAL y la UNESCO) crearon en 1971 el Proyecto Interagencial de Promoción de Políticas de Alimentación y Nutrición (PIA/PNAN). El proyecto, con sede en Santiago de Chile, fue crucial para la difusión de la nueva ortodoxia en planeación alimentaria y nutricional en América Latina. En el esquema implícito de este tipo de discurso de la planeación, la base del enfoque es la definición del “problema nutricional”. La primera pregunta que puede plantearse al respecto es si existe un mundo objetivo de problemas más allá de los problemas a los cuales las políticas mismas se refieren (pensamiento positivista). En la mayor parte de los casos, y ello es parte de la propia práctica profesional en el campo de la formulación de problemas nutricionales, los planificadores asumen que su práctica es una descripción verdadera de la realidad, y que no están influidos por su propia relación con la misma (Escobar, 1996). No consideran la idea de que la caracterización del “sistema de alimentación y nutrición” en tres esferas (oferta, demanda y utilización biológica) pueda ser una representación específica del mundo que tenga consecuencias políticas, sociales y culturales. 4

Aún en el marco de un pensamiento positivista como éste, la evaluación de la desnutrición y el hambre ha estado llena de problemas. Los cálculos de la desnutrición mundial han variado desde dos tercios de su población hasta el 10 o 15%. Las opciones de política se verán afectadas por el tipo de cálculo que se elija; de hecho, la fijación de normas nutricionales (patrones y requerimientos de adecuación nutricional) y grados de incidencia de desnutrición constituyen un campo de enconadas luchas científicas y políticas. Un aspecto importante del debate ha sido el de los modelos llamados “pequeños pero sanos” de la desnutrición entre comienzos y mediados de los años ´80, en los cuales se aseveraba que las cifras previas basadas en mediciones de altura y peso según la edad sobreestimaban la presencia de desnutrición al no tomar en cuenta ciertas adaptaciones de la talla corporal al bajo consumo de alimentos. Según los autores del modelo, si éstas se toman, muchos de los niños “desnutridos” de hoy serían considerados “pequeños pero sanos”. Las consecuencias de esta argumentación pueden ser enormes, yendo desde la negación del problema (su deconstrucción) hasta un cambio en la orientación de la política, que iría de programas de nutrición per se hacia programas ambientales y de salud (Escobar, 1996). Desde la concepción que privilegia la mirada a los objetos del quehacer científico y no tanto a los procesos de construcción de los mismos como tales, la nutrición humana puede ubicarse en una serie de conceptos entre los que se cuentan el nivel de vida, desarrollo de los países etc. Ellos tienen la particularidad de medirse en base a estándares, a “umbrales” predefinidos que indican un límite que permite la espacialización en los cuerpos de categorizaciones prefijadas del orden social: lo bueno y lo malo, lo sucio y lo limpio, lo alto y lo bajo, lo desarrollado y lo subdesarrollado. Estas categorizaciones, lejos de resultar inocuas, revelan, mediante un trabajo de deconstrucción y desnaturalización, las jerarquías del orden social que se refuerzan mediante los actos nominativos. La idea de desnutrición, a pesar de ser más amplia, fue ganando su sentido más corriente en referencia a una forma particular: la “desnutrición por defecto”. Ésta es considerada actualmente el problema de salud más importante de los países en vías de desarrollo (Barreto Penié, 1999) 1 . Su problematización se perfila como pivote del trabajo, estando inextricablemente aparejada a la de pobreza, hambre y carencia, y todas ellas, insertas en la urdimbre discursiva del desarrollo.

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Sin embargo, este no es el único tipo de desnutrición. La "obesidad con nuevo rostro” está siendo incipientemente problematizada. En el Seminario-Taller sobre obesidad y pobreza en América Latina mayo de 1995, auspiciado por la Organización Panamericana de la Salud, se hizo hincapié en la necesidad de reconocer y analizar el problema de la obesidad en condiciones de pobreza, en un contexto integral en el que interactúa, por un lado, con otros problemas nutricionales y, por otro, con una serie de factores sociales, económicos y culturales. El término "obesidad con nuevo rostro" parece aludir no sólo a una obesidad que tiene una asociación con las condiciones económicas, sociales y culturales, diferentes de la obesidad que se ha descrito y se ha intentado tratar y prevenir en países de altos ingresos, sino además no parece ser biológicamente idéntica porque suele estar asociada a una multiplicidad (geográfica-específica) de cuestiones.

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PENSANDO EN TORNO A UMBRALES Y DÍADAS La problemática de la construcción y deconstrucción de las categorías de naturaleza y cultura, a pesar de ser central para el tema que planteamos aquí (sobre todo si problematizamos los ámbitos de injerencia de las ciencias de la salud y de las ciencias sociales) sólo puede ser planteada brevemente. Señalaremos unos detalles sugerentes que desde la Antropología Biológica se pusieron en el tapete a fines de plantear la existencia misma del hombre. Esta disciplina formuló el problema de la profundidad temporal de la humanidad del hombre. En términos históricos, esto fue planteado como el problema del paso de la “naturaleza” a la “cultura” para definir el momento en que el hombre podía ser comenzado a visualizarse como tal, separado del resto de los primates y por encima del resto de la naturaleza, creando cultura como herramienta superadora. Esta búsqueda generó muchos debates, aún cuando se reconociera que el hombre formaba parte del intrincado arbusto de formas de vida desplegado mediante el azar de la evolución. Lammarck confiaba, entre otros aspectos de su hipótesis, en la esperanza de un mundo inherentemente motivado por una fuerza suprema, que poseía la cualidad intrínseca de hacer progresar la organización. Una voluntad ejercida desde un plano superior cuyo fin era el perfeccionamiento de las formas, trascendía el estado simple para alcanzar cada vez mayor grado de complejización y perfección. Estas formas simples se modificaban positivamente con el transcurso del tiempo, y la forma adquirida era inherentemente superior a la anterior. La semiótica nos ha enseñado la carga poderosa que pueden tener las imágenes, una vez arraigadas en el universo del sentido común, de las creencias y los presupuestos. Tapia (1994) señala: “Durante mucho tiempo se pensó que el surgimiento de la cultura debía producirse a partir de una situación límite que demarcara con claridad lo humano de lo no humano”... “se pensaba en términos de umbral, punto crítico, salto, como si hubiera que franquear una puerta para que sobreviniera la humanidad, casi como si fuera un soplo divino oficiando un rito de pasaje”. El umbral se podría colocar en el instante en que se producen las diferencias radicales entre lo que somos y lo que supimos ser, entre nuestra forma precedente y nuestra forma actual, marcando un salto “hacia delante y hacia arriba” respecto de la oscuridad de la noche de los tiempos. En el presente, y trascendiendo el ámbito de la Antropología Biológica y sus secuencias evolutivas, la idea de umbral es tremendamente intensa al momento de sustentar las jerarquías clasificatorias asimétricas en un mismo tiempo y diferentes espacios. Anclando en la contemporaneidad, una caracterización simbólica de la geopolítica global demostraría como entre los países el juego de los umbrales generó dos pares de díadas que influyeron fuertemente en el curso de la historia: civilización – barbarie y desarrollo-subdesarrollo. Ambas se han estudiado como conceptos ordenadores de toda una cosmogonía en períodos históricos bien definidos que, en un punto, se solapan. Desde la conquista de América, comienza a perfilarse el ideario de la civilización – barbarie que tanto peso tendrá al momento de constituir las bases de estados – nación como el nuestro (Svampa, 1994). Desarrollo y subdesarrollo cobran auge como conceptos a partir de la Segunda Guerra Mundial, acompañando la hegemonía del imperio norteamericano en el proceso. Esta ideología se desplegó contando con una serie de conceptos fundamentales, ordenados, según planteamos aquí, en jerarquías clasificatorias cuyo último basamento es de origen moralUna caracterización de la simbología de las ciencias de la salud (medicina, psicología, nutrición) pondría de manifiesto el modo fundamental en los umbrales para definen los límites entre lo normal y lo anormal, y con esto, se sopesan riesgos y delimitan las intervenciones sobre los cuerpos. 6

Para Fresno Chávez (1999), así como los economistas modernos han tenido que examinar el "despegue" económico del mundo occidental, cualquier persona que desee comprender las dimensiones del progreso y de la crisis en el campo de la medicina, debe también analizar el "despegue" médico y sanitario que tuvo lugar en Europa alrededor del siglo XVIII. Foucault sostiene que con el capitalismo no se pasó de una medicina colectiva a una medicina privada, sino precisamente lo contrario, el capitalismo, que se desenvuelve a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, socializó un primer objetivo, que fue el cuerpo, en función de la fuerza productiva de la fuerza laboral. El cuerpo ha sido analizado por Foucault (1999 [1963]) como el sustrato último sobre el que la sociedad disciplinaria de la primera fase de acumulación capitalista basó sus coerciones, y sobre el que la mirada médica compartimentalizó sus sentidos de poder 2 . Más adelante, la sociedad de control, que se desarrolla en el extremo fin de la modernidad, y opera sobre lo post-moderno, los mecanismos de dominio se vuelven siempre más "democráticos", siempre más inmanentes al campo social, difusos en el cerebro y los cuerpos de los ciudadanos. Los comportamientos de integración y de exclusión social propios al poder son, de este modo, cada vez más interiorizados en los propios sujetos (Hardt y Negri, 2002). Actualmente, permanece en ciencias médicas una visión reduccionista de las relaciones sociales, y que sigan siendo concebidas como relaciones interpersonales, en el marco de un intercambio recíproco a través de redes y soportes sociales estructurales. La relación médico – paciente, por ejemplo, así como la de madre – hijo, son contempladas como expresión de un sistema social diádico autobalanceado. Esta noción de las relaciones sociales opaca la construcción política del significado en la práctica médica, a la vez que desocializa la relación entre el hombre y el ambiente. En efecto, no se reconoce que las relaciones médico – paciente o madre – hijo se estructuran desde relaciones de poder, entre las que deben incluirse las referencias a género, clase y grupos étnicos. Pero lo más importante es que si se concibe que estas relaciones forman parte de un sistema autobalanceado, cualquier diferencia respecto del modelo pensado será interpretada como una anormalidad, y esta condición hará posible la intervención y la sujeción al poder mencionado. Este poder se perfila muchas veces como variadas formas de violencia 3 : violencia simbólica 4 , física y aún crueldad 5 . Estas expresiones, 2

La sociedad disciplinaria es la sociedad en la cual el dominio social se construye a través de una red ramificada de dispositivos o de aparatos que producen y registran costumbres, hábitos y prácticas productivas. Poner a esta sociedad a trabajar y asegurar la obediencia a su poder y a sus mecanismos de integración y/o de exclusión se hace por medio de instituciones disciplinarias - la prisión, la fábrica, el asilo, el hospital, la universidad, el colegio, etc.- que estructuran el terreno social y ofrecen una lógica propia a la "razón" de la disciplina. El poder disciplinario gobierna, en efecto, estructurando los parámetros y los límites del pensamiento y de la práctica, sancionando y/o prescribiendo los componentes desviados y/o normales (Hardt y Negri, 2002). 3 La violencia es, antes que nada, una forma de relación social. Según Elías (referido por Da Silva Catela, 2006; notas de cátedra) es la utilización de la fuerza en el control de las relaciones sociales. Es constitutiva del proceso civilizador, e implica que los valores de la paz se impongan por la fuerza desde el Estado, mediante la creación de profesionales especializados en la domesticación de la violencia social. Según Chaui (referido por Da Silva Catela, 2006; notas de cátedra) es: a- todo lo que se realiza utilizando la fuerza para ir contra la “naturaleza” de algún ser (implica desnaturalizar); b- todo acto de fuerza contra la espontaneidad, la voluntad y la libertad de alguien (coerción, tortura); c-todo acto de violación contra la naturaleza de algo o alguien valorizado positivamente por una sociedad (violar); d- todo acto de trasgresión contra aquellas cosas y acciones que alguien o una sociedad define como justas y como un derecho. 4 Este concepto es ideado por Bourdieu (referido por Da Silva Catela, 2006; notas de cátedra) para referirse a aquella violencia dulce que es ejercida por el poder simbólico. Éste es el poder invisible que sólo puede ser ejercido con la complicidad de aquellos que no quieren saber que están sujetos a él o que lo están ejerciendo. La violencia simbólica que trasuntan los discursos permite, además, la rutinización de otras violencias (físicas).

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muchas veces sesgadas, son propias del poder elegante. La característica definitoria del poder elegante es que es “irreconocible, oculto, sumamente inconspicuo. El poder es verdaderamente elegante cuando, cautivados por la ilusión de la libertad, aquellos sometidos a él niegan tercamente su existencia” (Gronemeyer, 1996).

LAS CATEGORIZACIONES AL OTRO Todo discurso sobre el Otro que se realiza desde la ciencia como desde cualquier otro ámbito de conocimiento y acción está poniendo en marcha determinadas formas de clasificar, jerarquías que resultan ser el basamento moral desde el cual se conceptúa discursivamente y se actúa políticamente. En esta instancia del análisis, corresponde rescatar el concepto de clasificaciones primitivas de Durkheim y Mauss (1971 [1903]). Para estos autores, las formas primitivas de clasificación están vinculadas con las imágenes religiosas del universo, extraído de las representaciones que las sociedades tienen de sí mismas y de la dualidad del mundo profano y del mundo religioso o sacro. Una clasificación es un sistema cuyas partes están organizadas de modo jerárquico, poseen caracteres dominantes y subordinados, y éstos dependen, como las especies, de los géneros, cuyos atributos las definen. Según esta dinámica, extendemos a las cosas de la naturaleza la práctica del agrupamiento, porque pensamos el mundo a imagen de la sociedad: la sociedad ha suministrado la trama sobre la cual trabaja el pensamiento lógico. Álvarez (2003) destaca el hecho que las taxonomías se sustentan en el poder simbólico de los actos clasificatorios. A éstos los pueden realizar exclusivamente los mandatarios o expertos, las “voces autorizadas” para nombrar la diferencia: “El nombramiento es un acto, en definitiva muy misterioso que obedece a una lógica próxima a la de la magia tal como la describe Marcel Mauss. Como el brujo moviliza todo el capital de creencias acumulado por el funcionamiento del universo mágico, el presidente de la república que firma un decreto de nombramiento, o el médico que firma un certificado (de enfermedad, de invalidez, etc.) moviliza un capital simbólico acumulado en y por toda la red de relaciones de reconocimiento que son constitutivas del universo burocrático" (Bourdieu, 1997: 20, 21; citado en Álvarez, 2003). La distinción clasificatoria no sólo se limita a ordenar el mundo según agrupamientos jerárquicos, sino que es consumada por medio de prácticas particulares y específicas. De este modo, cosas tan disímiles como el vestir y el argumentar en ciencia requieren de todo un conocimiento acerca de lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo normal y lo anormal, lo distinguido y lo vulgar, lo sano y lo enfermo. Éstos conocimientos y las prácticas conectadas a ellos se denominan “gustos”. Bourdieu (1990) puntualiza: “Los gustos son las prácticas y las propiedades a través de las cuales se manifiesta el gusto entendido como el principio de las elecciones que así se realizan. Para que existan gustos, es necesario que haya bienes clasificados y clasificantes, jerarquizados y jerarquizantes. Entre estos se incluye todo lo que es objeto de una elección, de una afinidad electiva, como los objetos de simpatía, amistad o amor. Los gustos son producto de la confluencia entre dos historias, una en estado objetivado y otra en estado incorporado, que quedan objetivamente acordes”. 5

La crueldad (del latín cruor, sangre) es una forma de violencia, conceptualizada como la instrumentación política (en términos de apuestas de poder) del dolor y una empresa de invasión identitaria (Nahoum – Grappe, 1996). Implica la conexión entre dolor físico y dolor moral: es la violencia física como ritual, embebido de significaciones sociales. Tiene como características la gratuidad, el exceso y la impunidad.

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En este punto, podemos acercar dos comentarios. Uno es que las categorías formuladas desde las diversas instituciones (entre ellas la universidad) no son para nada neutrales, incorporan relaciones concretas de poder e influyen en el pensar y actuar cotidiano. En este marco, el propósito de la etnografía institucional que plantea Escobar (1996) es “poner al descubierto el trabajo de las instituciones y las burocracias para prepararnos en la tarea de ver lo que culturalmente hemos aprendido a ignorar, es decir, la participación de las prácticas institucionales en la construcción del mundo”. El otro punto es que la elección de determinadas temáticas de investigación debe poder remitirse también al gusto de quienes realizan el emprendimiento (autor-es). De este modo, puede visualizarse cómo se traduce la subjetividad en el proceso de construcción y reconstrucción del quehacer científico diario. Lenoir (1993) plantea con más profundidad el problema de construcción del objeto sociológico, demostrando cómo se han institucionalizado desde la práctica del científico una serie de representaciones de lo social que, al ser tomadas como datos procedentes directamente de la realidad, acaban reproduciendo un orden social y definiendo los “problemas” y los grupos intervinientes de acuerdo al mismo. Es por eso que el uso de categorías tomadas directamente de esta percepción invoca la aceptación de este estado de fuerzas sociales que, de ser histórico, pasa a ser concebido como natural. La vigilia epistemológica debe empezar, para Lenoir, en el análisis de los procesos de elaboración e institucionalización de las mismas categorías que emplea el científico social, y en la explicación de porqué se han originado y cómo han pervivido, dotadas de un sentido y una especificidad históricas que las hace variar de época en época y de región en región, de acuerdo a un determinado estado de las fuerzas (luchas) sociales. Asume, además, que al clasificar el mundo social se están haciendo una serie de apuestas sobre él, las cuales implican una relación real con esta constelación de fuerzas, apuestas que deberán ser explicitadas a los fines de intentar un posicionamiento más consciente, comprometido y explícito. Las formas de clasificar a veces son tan reales como la realidad misma. A veces se corporizan en la figura de actores sociales específicos, de modo tal que, como ocurre en el caso de la categoría médico – paciente o experto – población objetivo, describe una situación tanto de interacción entre dos roles jerárquicamente definidos como de categorización de cada uno de los roles, de manera que se vuelve posible sustentar, con cualidades que pertenecen al orden moral, tales jerarquías y asimetrías. En este sentido, una autora señala:“La validez de las categorías se convierte así en asunto no de objetividad sustantiva sino de la habilidad del autor para usarlas eficazmente en la acción[….] Las categorías revelan más sobre el proceso de designación autoritaria, la definición de la agenda y así sucesivamente que sobre los catalogados. En este sentido, la etiqueta revela de hecho la relación de poder entre quien la recibe y quien la otorga” (Word, 1985; citada en Escobar, 1996).

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PROPUESTA Problematizaremos ciertas producciones documentales institucionales sobre las cuales se propone algún tipo de intervención social específica, identificando los discursos que las sostienen. Éstas pertenecen a la biblioteca de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Nacional de Salta, y son, en su totalidad, trabajos monográficos realizados con el fin de obtener el grado de Licenciatura en Nutrición. En el marco de esta propuesta, ha sido seleccionada una muestra significativa 6 de estos textos, ponderando temáticas como la recuperación de desnutridos, lactancia materna y hábitos de alimentación infantil. Como trabajaremos con discursos, la intención es sólo generar un marco conceptual crítico de las categorías biologicistas de salud – enfermedad – atención. Interpretaremos parcialmente el marco discursivo de las tesis seleccionadas ya que, dentro de los límites de este trabajo, no alcanzamos a articular el discurso dentro del contexto más amplio de prácticas en el cual su materialidad cobra más sentido aún. En este sentido, Isla (2003) señala: “los estudios de caso actúan como metonimias, que permiten entender con más detalle esos procesos, pero que como tales requieren una visibilización, aunque sea somera, del proceso general para ser comprendidas”. En este marco, creemos que debe continuarse otro trabajo que, centrado en las prácticas pueda captar el impacto diferencial de tales representaciones en la forma de vida de los actores sociales. De este modo, pondremos de relieve que nos interesan los discursos, pero no los discursos en sí, sino el modo en que éstos performan 7 la realidad, modificando las prácticas de los actores sociales. Intentaremos, en fin, construir una armazón de categorías más próximas al caso y a lo local que será herida incesantemente por estocazos de realidad. Esbozar una pintura acerca de las clasificaciones y representaciones científicopolíticas de los sectores subordinados (“sujetos de asistencia”) a los cuales se aplican las políticas de salud pública supone generar datos que cuestionen toda forma de naturalización, esencialización o cosificación. Propongo ver todas estas formas de nominar al Otro en una especie de palimpsesto, donde se superponen diferentes lógicas que cobran sentido, finalmente, en el marco del discurso del desarrollo como sistema de representación más amplio. Los sistemas de representación refieren a un orden 6

La significatividad es una cualidad no estadística que destaca Rosana Guber (1991) como criterio valioso para la selección de casos. “La significatividad de una muestra depende de los casos que el investigador considera pertinentes para dar cuenta de cierto haz de relaciones dentro del sistema social, y esta significatividad, al ser modelada en forma intersubjetiva –por investigador y actores a lo largo del desarrollo del Trabajo de Campo- puede variar. Este tipo de muestras, de acuerdo a la perspectiva estadística, se englobaría dentro de lo que se llaman muestras no – probabilísticas, asociadas al caso particular de muestra accidental” (Guber, 1991). En este sentido, siempre y cuando los datos aportados por estos estudios abran los sentidos al análisis, la mirada se fijará no tanto ya en la validez externa de los datos como en su validez interna, es decir, en la profundidad y riqueza de los mismos (asociadas con su cualitatividad) más que en su solidez e irrepetibilidad (asociadas con su cuantitatividad). 7 El concepto de performance, surgido de la teorización feminista de Judith Butler, es comprendido como “una expectativa que termina produciendo el fenómeno mismo que anticipa”, “la performatividad no es un acto único, sino una repetición y un ritual que logra su efecto mediante la naturalización en el contexto de un cuerpo” (Butler, (2001[1990]; citada en Espinosa, 2005). Así, aunque el género se efectiviza mediante su actuación repetitiva, este no depende de la voluntad del sujeto, por lo que la performatividad debe entenderse “no como el acto mediante el cual un sujeto da vida a lo que nombra, sino, antes bien, como ese poder reiterativo del discurso para producir los fenómenos que regula e impone” (ídem). Su idea de la performatividad implica la historicidad del discurso: la anticipación conjura su objeto, y esta anticipación hace que las categorías se nos revelen como preexistentes, como naturales, como dadas. Para que la naturaleza (o incluso la cultura) pueda mantener su estatus de ley necesita de un arduo trabajo de repetición y reproducción en el manejo de los cuerpos y los deseos. Esto es lo que Butler denomina “actos preformativos”.

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conformado sobre la base de sistemas de enunciados, organizaciones de conceptos, ciertos reagrupamientos de objetos, y son constituyentes de temas o teorías particulares (Foucault, 1997; en Álvarez, 2003). Estos principios suponen el marco desde el cual los expertos identifican problemas, y construyen los diferentes estatus de las diferentes anormalidades. Estos principios implican marcos de observación, modos de interrogación, registros particulares de problemas y formas específicas de intervención. Propongo analizar la lógica general de los mismos en virtud de una serie de conceptos clave y oposiciones que refieren tanto al objeto como al marco epistemológico desde el cual se hace referencia al objeto. El camino propuesto no consiste en ir del discurso hacia el “pensamiento oculto” que late en él, sino supone que aquello que hay que cuestionarse son sus condiciones externas de posibilidad, de dónde surge, a qué responde, cuáles son sus intereses y qué fija sus límites.

METODOLOGÍA El trabajo consistirá en relevar diferentes formas de nominar al Otro, como individuo o como grupo social. Para explicitar desde qué postura teórica realizaremos nuestro análisis e interpretación, debemos referirnos brevemente a las conceptualizaciones de los objetos que vamos a problematizar: texto, contexto y discurso. De acuerdo a Oxman (1998), el término texto carece en lingüística de una definición consensuada; lo mismo ocurre con los términos conexos de discurso y enunciado. Las definiciones varían según el enfoque teórico, la corriente que se tome como referencia y aún los autores mismos. Vater (1992, citado en Oxman, 1998) afirma que lo que caracteriza a un texto como tal es su textualidad, por lo que entiende un conjunto de propiedades como la cohesión, coherencia, etc., que hacen del texto una trama (texto: del latín textus, tejido), un compuesto de palabras en relación. En consecuencia, una de las mayores dificultades para definir qué es un texto reside en el establecimiento de criterios de delimitación, lo cual implica demarcar los límites entre el código, transmisible y pasible de ser fijado, y el fluir de lenguaje en su evanescencia. Consideramos que una de las formas de reificación de los textos por excelencia es aquella que lo comprende como perfectamente aislable y superponible el texto del contexto, cuando su relación reside en “la oposición visual entre figura y fondo” (Oxman, 1998). La misma autora propone otra diferenciación posible: texto y discurso pueden diferenciarse por el modo en que enfocan una interacción lingüística. Así, distingue el texto como producto y el texto como proceso. Al primero lo llamará texto; al segundo, discurso. Desde esta perspectiva, el texto es apenas una dimensión del discurso, si bien una dimensión fundamental. Este conservará únicamente lo que hace al código de la lengua, a los signos verbales, al contenido irreductible y resistente a los cambios de contextos de producción. A la inversa, toda instancia discursiva puede verse simultáneamente como un fragmento de texto, una instancia de práctica discursiva y una instancia de práctica social.

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El análisis del discurso 8 es un procedimiento que concibe al lenguaje como una herramienta de construcción de la realidad y como una forma de acción que conoce tanto desde el individuo como fuera del individuo. Se trata de conocimiento comunicativo y comunicación, ya no pasiva sino activa, en términos de creación de una realidad que nos rodea. Se define discurso como la “realización de una acción comunicativa comprensible en contextos determinados” (Atorresi, 1996), o bien “más que [como] conjuntos de signos, [como] prácticas que forman sistemáticamente los objetos de los que hablan” (Foucault, 1999). Considerando al discurso como la actividad lingüística y al texto como el producto de ella, todo análisis del discurso que parta de un texto tiene como fin recuperar la dinámica histórica anclada en la individualidad de un relato, conservado éste inalterado en un soporte tecnológico determinado (en nuestro caso, documentos impresos en papel, conservados en una biblioteca).

NUESTRO CASO “Los procedimientos documentales representan una dimensión significativa de las prácticas a través de las cuales se ejerce el poder en el mundo actual” A. Escobar, 1996. Trabajamos con documentos. Y, como señaláramos anteriormente, eso no implica gozar la ilusión de creer que estos textos están asépticamente protegidos de las fuerzas sociales circundantes y de los mecanismos de poder: las prácticas institucionales y documentales, como cualquier práctica social, están profundamente imbricadas en este tipo de relaciones. El trabajo científico se halla inserto en esas relaciones de poder. Desde los cánones que exige la legitimidad académica, el científico intenta remover del contexto social los datos obtenidos, y presentarlos de forma acabada a la comunidad académica, negando posibles restos de subjetividad y aún la propia corporalidad en juego 9 . Las ciencias de la salud tienen una particular inserción en los juegos discursivos del saber – poder. Creemos, con Foucault (1980) que las disciplinas son un principio de limitación del discurso. La disciplina controla el discurso poniéndole límites a su identidad y a su forma. Y cuando la disciplina se vuelve doctrina condiciona una doble sumisión, la del sujeto que habla al discurso, y la del discurso al grupo. En el caso de la producción científica que se realiza desde las ciencias de la salud, en gran medida se apoyan en una concepción positivista de la ciencia, custodiada por verdades irrefutables, donde el campo de lo biológico se presenta como un espacio 8

Podríamos situar la reformulación actual del concepto discurso en el marco del posestructuralismo (Escobar, s.f.). En contraste con las teorías liberales basadas en el individuo y en el mercado y con las teorías marxistas basadas en la producción, el postestructuralismo subraya el papel del lenguaje y del significado en la constitución de la realidad social. Según el postestructuralismo el lenguaje y el discurso no se consideran como un reflejo de la realidad social, sino como constituyentes de la misma, defendiendo que es a través del lenguaje y del discurso que la realidad social inevitablemente se construye. El concepto de discurso permite a los teóricos ir más allá de los dualismos crónicos inherentes a la mayor parte de la teoría social, aquéllos que separan lo ideal de lo real, lo simbólico de lo material y la producción del significado, dado que el discurso los abarca a todos. Este concepto se ha aplicado a un cierto número de disciplinas académicas en años recientes, desde la antropología hasta la geografía pasando por los estudios culturales y los estudios feministas. 9 Esta cuestión no debe ser soslayada. En el artículo “Antropología encarnada, antropología de una misma”, Mari Luz Esteban (2004) intenta hacer consciente y explícita la relación entre experiencia corporal propia y el proceso de investigación en torno al cuerpo, integrando la tensión entre cuerpo político, social e individual y reivindicando la auto-etnografía como pertinencia a partir de uno mismo para comprender a los otros/as.

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de conocimientos completamente cerrado. De este modo, cuando llega a introducirse el campo de lo social, se lo reduce a una variable interviniente, cúmulo de fuerzas “inexplicables, que tampoco requieren explicación”, y que dificultan la observación del objeto primero: el “verdadero accionar de las moléculas entre sí” (Kalinsky y Arrué, 1996). A través de las prácticas documentales como la analizada, la institución universitaria emite sus discursos de verdad y legitima ciertas categorizaciones acerca del mundo. Con ello, abre una ligazón con instituciones externas que la involucra con los gobiernos, las organizaciones internacionales, las corporaciones y los organismos del tercer sector. Proponemos permanecer atentos ante la posibilidad de reconstruir el camino inverso de los textos “saneados” del campo de las ciencias de la salud. Este camino implica entrever el camino de ida por el cual el científico realizó tales afirmaciones, optó por ciertas cosas y no por otras (Wainerman, 1997). El camino inverso supondría complejizar lo que se ha simplificado, volver multívoco lo que el esfuerzo del profesional ha querido mostrar unívoco, y, por último, atravesar con las fuerzas sociales existentes la asepsia de los textos. La intención es que las fuerzas sociales y políticas rompan la barrera que se les ha impuesto separándolas del objeto, y revuelvan las bases mismas del problema tratado. El carácter local de los discursos a estudiar –textualmente mediatizados, en tanto se analizan documentos– les imprime un rango de especificidad que considero muy atractivo en tanto puede dar pie a una aproximación más contextualizada y crítica del problema. El riesgo de reificación de los propios textos que ciertas revisiones críticas de los análisis del discurso señalan (Amezcua y Gálvez Toro, 2002) debe abreviarse siguiendo la iniciativa de estudiar los discursos entretejidos con las prácticas, según la propuesta de Foucault y otros, quienes persisten en rescatar el aspecto crítico del tema por sobre el descriptivo y teoricista. Además, trabajar con textos producidos localmente nos previene del riesgo de atopía (Escobar, 2000), que involucra entre otras cosas la falacia de que todos los discursos se producen globalmente y que lo local es sólo un receptáculo pasivo de estos impulsos, por lo cual, acaba tornándose innecesaria su valoración y, por último, su problematización 10 . El hecho de que los documentos estudiados hayan sido producidos en forma local implica la posibilidad de reconstruir el sistema de representación que sirve como marco de interpretación de acciones de producción de dispositivos de saber - poder que tienen lugar en lo local y que interactúan con lo global. Desde esta perspectiva, “una situación local no es tanto un estudio de caso como un punto de entrada para el estudio de las fuerzas discursivas e institucionales y de cómo estas se relacionan con aspectos socioeconómicos mas amplios” (Escobar, 1996).

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Autores como Escobar (2000) y otras líneas de la teoría feminista y de la ecología política previenen a los estudiosos de la globalización contra el riesgo de atopía: la sensación de que el espacio globalizado, virtual ha desplazado al local y real. Retoman en forma crítica la concepción de los lugares, de la materialidad, de la localización del conocimiento y la experiencia diarios. En este sentido, aunque en cierto modo se haya acelerado el tiempo y se haya achicado el espacio global, y aunque esto haya tenido profundas consecuencias para nuestra intimidad, hay un tiempo y un espacio irreductibles que nos remiten a nuestra corporalidad y de los que resulta engañoso –y lo que es aún mas relevante, imposible– huir.

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NOTA La nuestra es una propuesta que no puede dejar de ser un tanto de ciencia – ficción, o cuanto menos, una apuesta arriesgada. Podemos caer en la tentación de aplicar modelos investigativos simplistas de los textos estudiados. Podemos demonizarlos. Podemos reducirlos aún más allá de su propio reduccionismo. Nos arriesgamos a que sus autores de carne y hueso, con quienes compartimos el espacio universitario, continúen la polémica que acabamos de abrir. Sentimos que nos arriesgamos porque estamos tocando temas y contextos frente a los cuales somos sensibles. Pero esta vulnerabilidad es, a nuestro entender, una de las condiciones de legitimidad de una investigación que pretenda ser cuestionadora y crítica del orden social. De este modo, creemos que vale la pena ejercer los controles metodológicos adecuados y lanzarse a la interrogación. El trabajo pretende, no tanto reproducir el camino inverso por el cual la compleja realidad se transformó y cristalizó en un texto científico particular y delimitado, como abrir los sentidos frente a las categorizaciones de los textos, su conexión con la disciplina de la nutrición, revisando el enlace de ésta con el discurso del desarrollo, del modo que señaláramos anteriomente. Los nombres de los autores aparecen para darle al trabajo estatuto de verificabilidad. Queremos destacar que con este trabajo no tenemos el fin de ofender la respetabilidad académica de nadie. El trabajo no es malintencionado, pero tampoco es, sin embargo, neutral. Su interés es poner en manifiesto mecanismos implícitos de concebir-dominar al otro en la producción científica, en el marco de los circuitos locales de Saber-Poder. Si este trabajo resulta provocador, valga entonces la provocación para abrir un diálogo lleno de fragor, de donde salgan ideas luminosas y cuestionamientos que nos liberen del anquilosamiento de las verdades instituidas y los silencios pactados.

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Análisis de texto. Caso 1: GRANGER, A.: Influencia de los hábitos alimentarios en el estado nutricional de los aborígenes de 2 a 5 años de Embarcación, Salta. 1983.

El trabajo está dedicado al personal del hospital de Embarcación, tanto médicos como enfermeros y agentes sanitarios. Ninguna mención se hace a la población indígena a la que hace referencia el trabajo más allá de su tratamiento como objeto de estudio. El estudio se propone analizar el grado de desnutrición de los “niños aborígenes” de Embarcación de 0 a 5 años y relacionarlo con factores socioculturales (comensalidad, rol de la madre, castigos, destete). Aborigen El objeto de estudio del trabajo es la población aborigen de Embarcación. ). La variable identitaria aparece estructurada bajo la categoría general aborigen. La etnicidad como factor no aparece aquí problematizado, a excepción de la salvedad que realiza la autora: “resulta prácticamente imposible efectuar una reseña exhaustiva de los grupos que históricamente vivieron en la región chaqueña” (pp. 16No vamos a entrar aquí a discutir si la acepción “indígena”, “indio”, “aborigen” o “pueblos originarios” es la más adecuada o respetuosa; sólo nos interesa destacar que la categoría aparece por completo naturalizada y los límites que la definen resultan ser juridisdiccionales: el estudio se atiene a una porción de “población” especificada de acuerdo a la estructura departamental vigente en la provincia de Salta (departamento Embarcación), por lo cual, toda reflexión sobre el espacio social queda inevitablemente “adherida” al espacio físico 11 . La autora también utiliza la denominación “elemento indígena” (pp. 18) y “comunidad tradicional de zona tropical en desarrollo” (pp.12). Lo bueno y lo malo La naturalización del Otro como inferior, con prácticas impropias, es inherente a textos cuya violencia simbólica, “dulce”, se manifiesta con suavidad, en expresiones sesgadas. La introducción de los elementos valorativos “bien y mal” en el texto examinado es visible cuando la autora se refiere a “alimentos mal cocinados” (pp.12, los subrayados son nuestros). Aquí, la expresión más neutra valorativamente consistiría en la descripción “alimentos poco cocinados”. En adición, en el apartado “Costumbres” observamos una clasificación moral rigurosa respecto de las diferentes prácticas de crianza de los indígenas: “las costumbres son particularmente importantes para la salud de los niños (…). En todos los grupos del mundo se encontraron cuatro clases de costumbres: buenas, malas, sin importancia y dudosas [la autora cita aquí la obra de Jeliffe 12 ]. Ejemplos de ellas podemos citar: buenas: alimentar al pecho hasta los dos años; malas: el uso del barro como curación para el cordón umbilical; sin importancia: llevar a los niños a espaldas de la madre (África); dudosas, es difícil discernir si son buenas o malas: la madre [que] mastica el alimento de un niño propaga infecciones pero suministra una pasta molida al niño” (pp.25, los subrayados son nuestros). No se intenta sólo moralizar las prácticas del Otro, insertándolas en la propia 11

Ver Pierre Bourdieu (1993): “Efectos de lugar”. En este artículo, el autor propone que en el espacio físico se expresan, de manera más o menos oscura, las relaciones sociales existentes, y sus luchas. El espacio transcribe ordenamientos simbólicos que son producto de las mismas prescripciones que reproducen el orden social. Aunque hay una fuerte correlación entre espacio físico y espacio social, esta no es pasible de ser identificada como una relación vis á vis. 12 Jeliffe, D. (1966): La salud del niño en los trópicos. Génova, OMS y Jeliffe, D. (1972): Nutrición infantil en países en desarrollo. México, AID.

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jerarquía de valores en juego, pretendida como universal, sino que se intenta, además, racionalizarlas. Giddens denomina tradiciones o verdades formularias a aquellas prácticas que “suponen, a causa de su repetición ritual un tipo de verdad antitética a la del examen racional” (Giddens, 1994). Éstas no son susceptibles de ser explicadas, y menos aún pasibles de un análisis costo – beneficio. Las prácticas del Otro acaban siendo abstraídas de su contexto, clasificadas en un modelo cuya “naturaleza” se pretende objetiva y evaluadas en términos de la economía política del desarrollo. Advertimos aquí cómo se cristaliza el intento de subvertir las lógicas alternativas o emergentes a la lógica hegemónica de una cultura (Menéndez, 1990). Poder y círculos viciosos “[Los programas de ayuda] consideran a sus contrapartes del Tercer Mundo como globalmente necesitadas, retrasadas de acuerdo a normas válidas de normalidad y sujetas a un proceso esencial de nivelación”. M. Gronemeyer, 1996. La autora resalta la importancia de “tener en cuenta no sólo la condición biológica del hombre sino también su condición sociocultural”, y “conocerla [a la cultura] es útil para tratar de comprender los problemas de desnutrición y salubridad local y llevar a cabo un programa preventivo”. Aquí se evidencia el rol del antropólogo como mediador subvertido al saber médico y a la planificación institucional. Desde esta perspectiva, la descripción del antropólogo proporciona un mapa sobre el cual actuar moderando recursos desde el poder institucional. En este mismo sustrato, el desarrollo parece mostrar su lado “amable”: el interés humano por el Otro. Señala Granger: “La alta incidencia de subalimentados en el mundo y lo que ello significa desde el punto de vista del retardo del crecimiento físico y psíquico, nos plantea la urgencia que debe tener el mejoramiento de la dieta alimentaria, no sólo para el preescolar, sino para la familia en general”(pp.19). Respecto de este minúsculo parágrafo podemos apuntar varias cuestiones: -

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La evidencia de la internacionalización de la ciencia de la nutrición, documentada por Escobar (1996) para principios de la década del ´60, que conlleva la concepción del hambre como problema global y de los instrumentos para su erradicación como responsabilidad de los países desarrollados; La autogeneración de la necesidad de expertos que evalúen factores que comienzan a considerarse capitales para combatir estos problemas (institucionalización); La idea de urgencia, que involucra una postura política activa por parte de la autora, al menos en lo que en términos de compromiso ideológico se refiere: una necesidad de cambio en dirección al desarrollo que se percibe inminente, necesaria y obligatoria.

En consonancia con esto, nuestra autora destaca “las fuentes de resistencia al desarrollo”. Son tres: “resistencia al cambio, profundo respeto por las fuerzas naturales, y repugnancia a internarse por un devenir histórico” (pp. 28). El desarrollo parece ser la voz secular autorizada para contar la historia de los pueblos sin historia.

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Naturalismo y positivismo En la introducción teórica del trabajo, la autora apunta: “las observaciones hechas dentro de su contexto natural total y las conversaciones con informantes me permitieron conocer el lenguaje con el que debía dirigirme al grupo observado” (pp.19) 13 . Por otra parte, al describir la actividad económica del grupo, apunta: “complementan su alimentación con frutos del monte, de la caza, pesca y cultivo”. Presenta fragmentos de la historia del grupo “fueron misionados por la orden de San Francisco de Asís que se ocupó de atraerlos e incorporarlos a nuestra civilización”. Más abajo, la autora subraya que “en las áreas que se observaron, como las de estudio, se cree advertir más bien un proceso de desintegración social” (pp.19) y destaca su “sentido de comunidad” (pp. 71). Este apartado nos provee, con ciertos matices, de una síntesis de lo que podríamos denominar una postura antropológica clásica: conceptualizaciones de la cultura como un todo donde cada una de sus partes están armónicamente interrelacionadas, énfasis en factores de adaptación al medio, acento en la integración o desintegración a las normas, descripción de la armonía de las relaciones entre la comunidad y su medio ambiente y valorización positiva del modo de vida del grupo estudiado. Más adelante, Granger señala como fundamental interés del trabajo al diálogo recíproco entre factores biológicos y socioculturales. Esta resulta ser una empresa arriesgada por cuanto, como se verá, las formas de mirar una misma realidad pueden yuxtaponerse casi sin dialogar entre sí. En el diagnóstico de situación, destaca que “el niño [indígena] se ve envuelto en una sucesión continua de infecciones por bacterias, virus y parásitos” (pp. 12). Posteriormente, en el apartado “materiales y métodos” ciertas categorías de interés cultural (como quién da el alimento a los niños, si hay o no castigos, cuáles son las causas del destete) se traducen al lenguaje cuantitativo como variables para ser cruzadas con la categoría “grado de desnutrición” y procesadas mediante encuestas. Esto nos abre la pista hacia el problema del diálogo entre las disciplinas que dóxicamente se ocuparon de la esfera de la cultura y de la naturaleza, y construyeron sus objetos en base a esta exclusividad: las ciencias sociales por un lado y las naturales por el otro (Kalinsky y Arrué, 1996). A los efectos de la comparación entre las dos posturas en las que oscila el trabajo, resulta interesante la clasificación epistemológica que realizan Hammersley y Atkinson (1994) de los métodos naturalista y positivista como formas de abordar la realidad. El primero, propio de las ciencias humanas, asume la neutralidad valorativa como posible y necesaria, extrae información del campo mediante la lógica de la participación, se basa en la descripción de realidades sociales y procede valorativamente desde el relativismo. La postura positivista, heredera de las ciencias físicas y naturales, asume también la neutralidad valorativa, pero procede mediante la lógica del experimento y su método apunta a la verificación, explicación y universalidad de los enunciados 14 . 13

Obsérvese la expresión “debía dirigirme a”, propia de contextos institucionales donde se ponen en juego relaciones de asimetría, vg. la maestra y sus alumnos. La temática de la entrevista como situación estructuralmente asimétrica donde el esfuerzo porque los sentidos del Otro sean pasibles de ser extraídos y el intercambio de los mismos no reconocido ha sido abordado por Oxman (1998) y también por Saltalamacchia (1992; 1997). 14 De acuerdo a la perspectiva de los autores, aún dentro de la particularidad de cada una de las dos miradas (tanto positivista como naturalista), existe una debilidad común a ambas: pervive la separación taxativa entre ciencia y sentido común, lo que implica que desde cualquiera de las perspectivas lo que se intentará es aumentar los controles que hagan cada vez más insignificante la carga de subjetividad propia del investigador. Desde la reflexividad, los autores asumen que la carga valorativa no debe eliminarse, sino explicitarse, y el esfuerzo durante la investigación debe ir hacia ello.

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A nuestro entender, el problema que presenta la propuesta analizada es la continuidad en el tratamiento del mismo mundo, dando por sentada la pertenencia de ciertos problemas a determinadas áreas de conocimiento. Así, por cuanto la autora se preocupa del “problema de la desnutrición infantil en la población aborigen de Embarcación”: la primera parte de enunciado se correspondería con determinado trozo de la realidad, analizable con determinados métodos, y la segunda, a otro, completamente diferentes, alcanzable con otros métodos. El interés por evaluar ese grupo y no otro remite a la construcción científica de lo cultural. El estándar sobre el que se basa la idea misma de desnutrición en el trabajo, remite a la construcción científica de la salud y la carencia. Ambas cuestiones nunca llegan a problematizarse. La evaluación final de los “problemas” se realiza con métodos de las ciencias naturales y sus conclusiones se desprenden de la simple comparación entre valores, que remiten de forma más o menos cercana a un canon de normalidad considerado necesario. Por su parte, la disciplina antropológica confirma en este texto su existencia como herramienta retórica: legitima la introducción teórica en estudios de grupos sociales “no urbanos”; su conceptualización, derivada de las ciencias sociales, acaba brindando información anecdótica, circunstancial, y por ende soslayable (Kalinsky y Arrué, 1996). Grimberg (1995) afirma:“Una dedicación a los problemas de salud – enfermedad – atención no cuestionadora del paradigma biomédico, termina por colocarse en traductora y mediadora de conflictos siempre renovados, y, en definitiva, termina reduciéndose a una lista de recetas para fortalecer la práctica médica frente a los “otros”. El resultado es no sólo la reificación de la enfermedad y el sufrimiento humano, sino de la propia ciencia como herramienta neutral” […] “Debe reconocerse que las relaciones entre los profesionales en general y el personal de la salud en particular frente a los ciudadanos – pacientes se estructuran desde relaciones de poder, entre las que deben incluirse las referidas al género, la clase o la pertenencia étnica”. La posibilidad de cruzar o hibridar las diferentes miradas respecto de un mismo problema-objeto se halla definitivamente cerrada en el tratamiento que se hace de los datos. El resultado es un texto con una serie de capas bien definidas y poco conectadas entre sí, lo que nos habla las claras de las limitaciones del trabajo interdisciplinario (Kalinsy y Arrué, 1996). La matriz cualitativa “No consumieron leche el 52,2% de los niños; queso el 20,6%; huevo el 15,1%, legumbres el 4,4%; y carnes el 0,6%. Las legumbres y el huevo fueron de frecuencia de consumo semanal alta, 47,8% y 45,3% respectivamente. El queso fue de consumo quincenal y más, en el 43,4% de los niños (Cuadro 8 y Gráfico 7)” (pp.44). Hemos notado en el texto dos capas violentamente superpuestas: la capa base, constituida por el estudio de la cultura, donde todo se comprende y es susceptible de relacionarse con todo (y donde prima una lógica de la complejidad) y una capa superior, refinada, la verdaderamente relevante a los fines del estudio, donde se disecciona la realidad social de los cuerpos en términos nutricionales y cuyos resultados se presentan poco interpretados más allá de la lectura de la función propuesta. Ello ocurre, a nuestro entender, porque no se continúa con la lógica del proceso, según la cual, así como lo cuantitativo “surge” de lo cualitativo, debe volver a él y cobrar sentidos específicos mediante una adecuada interpretación que retome el marco teórico – conceptual de partida y lo confronte con la realidad. La investigación cuantitativa no debería de ser autónoma, pues en sí, no explica lo social. La alimentación, si es concebida como tema-problema desde el ámbito de la ciencia, no debería ser entendida en forma simplista y reduccionista como el resultado de una serie de nutrientes que circulan en el vacío y se expresan en los organismos 18

individuales en base a estándares. La mediación cultural hace posible el vivir y el comer, y muchas de las respuestas al “cómo” vivir y “cómo” comer se encuentran en la red de significaciones que proporciona la cultura. Los alimentos circulan a través de relaciones sociales establecidas, que lo traducen (Garrote, 1995). Para que un alimento sea en realidad disponible, es decir, susceptible de ser comido, requiere una sintonía con el sentido y la experiencia de los comensales. No todo el alimento llega a ser “comida” para los diferentes grupos sociales, sino que esta conversión requiere la inclusión de ese alimento en sus propios procesos históricos, sociales e ideológicos. No hay peor sordo… La falta de confrontación de las teorías de las que se parte con la realidad estudiada hace que los procesos investigativos se cierren en sí mismos y no den lugar a nuevos cuestionamientos o aplicaciones a la teoría y aún a los discursos que contienen a la misma teoría. La autora afirma: “Las carencias del sistema alimentario se relacionan con la falta de recursos socioeconómicos y no con las normas socioculturales del grupo” (pp. 71). Este alegato, que pareciera ser en principio una defensa a la integridad del Otro, deja a ese Otro, sin embargo, indefenso ante la incorporación irreflexiva de la idea de carencias en el interior mismo de su estar en el mundo. Esta cuestión está naturalizada más allá de lo que puedan “decir” los números. Los resultados del análisis cuantitativo mostraron un alto porcentaje de niños “normales” y “fuera de riesgo” en cuanto a desnutrición, y sólo una pequeña magnitud de ellos en riesgo (91,8% normal; 8,8% bajo percentilo 5). ¿No deberían estos datos, cuanto menos, ser presentados en forma especial y destacada? Los resultados obtenidos se hallan, por principio, en contradicción con la ecuación carencia material = pobreza = subdesarrollo = desnutrición. Ello tiene consecuencias a nivel tanto discursivo como de las prácticas, pues pone en jaque el sistema de jerarquías por el cual se entiende que las carencias (cosa que, lo mismo que la cultura, pertenece a lo indígena) deben ser combatidas mediante estudios y ayuda desde el exterior (financiera, científica o cultural). Afirma Esteva (1985): “El hambre y la escasez moderna tienen origen reciente. Son el fruto del desarrollo cuya promoción se propone, hasta ahora, como fórmula para combatirlas. O sea: se sigue aplicando como remedio lo que causa el problema y así se agudiza, en vez de dejarlo atrás”. La ayuda moderna quiere alcanzar una simultaneidad mundial. Quiere compensar el “retraso de la razón” en todo el mundo. La ayuda para el desarrollo simboliza “la movilización de la voluntad de romper con el pasado” (Gronemeyer, 1996). La indiferencia ante este resultado sólo puede considerarse sintomática del enclave ideológico en el que está inserto el trabajo de investigación de la autora: un gigantesco proceso de normalización que sólo combate la sorpresa y hace de la exclusión de lo imprevisible su arma más eficaz (Gronemeyer, 1996). En tanto los resultados repercutieron fuera de lo previsto, por más que se los formuló en el estudio, prácticamente no hubo lugar para una interpretación diferente a la propuesta inicialmente. Las recomendaciones finales apuntaron a destacar que, como siempre, es necesaria más planificación, más ayuda y más intervención con el fin de mejorar las condiciones de vida del grupo estudiado.

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Análisis de textos: Caso 2. COUCEIRO, M. E.: Influencia del nivel económico de la familia en el estado nutricional del escolar. Salta, 1979.

Este trabajo tiene como fin verificar la relación causal entre desnutrición y nivel socioeconómico, comparando dos muestras de escolares: una de ellas obtenida en tres colegios privados (San Pablo, Del Huerto y Peter Pan) y la otra en tres escuelas públicas (Goytea, de Barrio Matadero, Juan Carlos Dávalos, de Villa Primavera y Delfín Leguizamón, de Finca Independencia). Se recogieron datos biográficos (nombre, sexo, edad, nacionalidad, domicilio, escuela, categoría de la escuela –alta o baja, y grado). También se recogieron datos antropométricos para valorar el estado nutricional del niño. Las medidas seleccionadas fueron: peso, talla, pliegue cutáneo tricipital (brazo), perímetro braquial (brazo) y perímetro muscular (la circunferencia corregida del brazo, calculada a partir de las dos mediciones anteriores). Además, se realizaron cálculos de Peso/ Edad, Talla/Edad y Peso/Talla. El estudio alimentario se llevó a cabo con la madre del escolar y el niño, con el objeto de conocer “los orígenes de las deficiencias detectadas por el estudio antropométrico” (pp.32). El método elegido fue el del recordatorio de las 24 horas (es decir, del día anterior). Se estudió la adecuación de la dieta a sus requerimientos, a través de la relación entre ambas, en lo referente a calorías, proteínas, calcio, fósforo, hierro, vitamina A, vitamina C, tiamina, riboflavina y niacina. Se averiguó cuánto gastaba en alimentación diariamente y se lo dividió por los ingresos del grupo familiar. Así se obtuvo el porcentaje del presupuesto destinado a la alimentación. Estas dos últimas variables se correlacionaron con el estado nutricional del escolar. Un diagnóstico recurrente “Los resultados de una encuesta realizada en Salta [por Ovando y colaboradores, del Instituto de Ciencias de la Nutrición del NOA] en 1974 reflejan que existen en esta provincia serios problemas nutricionales y que guardan una estrecha relación con el nivel socioeconómico de las familias, ya que los problemas más graves se encuentran en los niveles socioeconómicos más bajos (nivel de vivienda – ocupación – educación – ingresos)” (pp. 22). Nuestro Norte Argentino continúa representando aquél espacio de incivilización que combatieron los higienistas de la primera mitad del siglo XX. Los documentos sugieren que en pocos países del mundo, por la combinación de circunstancias sociohistóricas y mundiales, la disciplina y el discurso de la higiene, la medicina legal y la criminología de fines del siglo XIX y principios del XX fueron tan centrales en la organización y consolidación del Estado como en Argentina. La ciudad de Buenos Aires se pensó como una ciudad- cuerpo donde los flujos y reflujos debían ser saneados (Salessi, 1995). Posteriormente se extiende la higiene hacia un adentro, “un interior representado por las otra capitales y ciudades del país (…) [busca alcanzar] la llamada “defensa social” de una población imaginada como un cuerpo demográfico amenazado por una insalubridad criminal” (Salessi, 1995). La política higiénica, mientras apelaba a intereses humanitarios superiores “más allá de las banderas políticas”, proveyó una forma de control disfrazado de modernización (Salessi, 1995), y permitió un crecimiento del control central sobre el desorden de la periferia. La misma historia era imaginada como la sucesión de convulsiones de un cuerpo y la posibilidad de su evolución hacia grados más altos, como el resultado de la intervención del gran instrumento de la Salud Pública en este cuerpo sospechoso, cuerpo – Otro. Problemas 20

“serios”, problemas “graves”, que tanto el ideario de la civilización y barbarie como el discurso del desarrollo se dedicaron a tratar de maneras específicas. Lo que es abajo es arriba Couceiro afirma: “Los gastos en Educación y Salud deben ser considerados como inversiones en capital humano, el cual, aumentando su productividad, aumentará el capital general de la nación” (pp. 14). Por el contrario, “la desnutrición durante los primeros años de vida puede afectar la productividad y por consiguiente, la formación de capital” (pp. 15). Por ello, “un buen plan de nutrición, integrado en un gran programa de desarrollo, constituirá un importante empuje en la aceleración del proceso económico” (pp.13). Lo que decían las brujas medievales, “lo que es abajo es arriba” para referirse a la uniformidad de las leyes universales, pareciera manifestarse en el campo discursivo del desarrollo. Esta metáfora sugiere la relación de igualdad con que, dentro del marco del discurso del desarrollo, se trata a los individuos y las naciones: las naciones son como un gran cuerpo hecho de la suma de los cuerpos de sus individuos (la metáfora metonímica de la nación – cuerpo) a la vez que los cuerpos de los individuos comienzan a representar pequeñas naciones encarnadas. Ello responde a la idea de biopolítica como nueva forma de poder sobre las sociedades, según la cual, como dice Foucault, “la vida se convierte [...] en un objeto de poder”. El biopoder se refiere así a una situación en la cual lo que está directamente en juego en el poder es la producción y la reproducción de la vida misma. Se expresa así un control que invade las profundidades de las consciencias y de los cuerpos de la población. El control de la sociedad sobre los individuos no se efectúa solamente a través de la consciencia o de la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista, es la biopolítica lo que más cuenta: lo biológico, lo somático, lo corporal 15 . Este orden se establece en dos grandes niveles, dos dimensiones casi intercambiables: uno compuesto por la suma de agregados del otro. Macro y micro, cuerpo-nación y cuerpo-persona. A nivel micro se considera que los organismos y las psiques de los niños son, por definición, subalimentados, retardados, subdesarrollados, no pueden desarrollarse y deben mejorar su vida mediante un cambio radical: este nivel pertenece a la ciencia de la nutrición humana. A nivel macro se considera lo mismo con los países a los que estos niños pertenecen: este nivel pertenece a la geopolítica del desarrollo. Ambos elementos de la ecuación se conjugan al explicitar y justificar, desde esta perspectiva, el “círculo vicioso del subdesarrollo”, que en forma simplificada podría concebirse como un juego de retroalimentación entre ambas escalas: niños retardados → países subdesarrollados → mala alimentación → niños retardados. Couceiro continúa: “Dado que los niños representan el potencial y futuro económico del país, es necesario tenerlos muy en cuenta en toda planificación en Salud, a fin de elevar las condiciones socioeconómicas, culturales y sanitarias, asegurándose así que ese niño, al alcanzar su madurez en completo bienestar, devuelva al país lo que éste invirtió en él bajo la forma de trabajo, que es la única manera de aumentar la producción y lograr que el país alcance su completo desarrollo como nación y como pueblo que lo construye” (pp.14). La política somática aplicada a las naciones es esa forma de ejercicio del poder que tiene por objeto el cuerpo, pero no el individual, sino el de la especie, el de la población, el cuerpo colectivo, y que requiere de la contribución 15

A esto se corresponde una particular mirada médica. En la medicina moderna, el sujeto que habita el cuerpo ha sido disuelto y omitido. En la entrevista con el médico sus palabras se corresponden con una comunicación de malestares, síntomas y signos de alguna enfermedad o disfunción. El cuerpo ha sido reificado, naturalizado y resignificado en otra entidad nueva que será gestionada con racionalidad burocrática.

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homogénea de los cuerpos individuales, como células de un organismo, para su desarrollo integral. Aquí la economización (es decir, la penetración de la lógica económica capitalista) en la idea de salud acaba presentando las “políticas de salud” como una inversión más con miras a mejorar la productividad de los países. Los niños han sido sujetos privilegiados de intervención en el desarrollo, tal vez porque evocan la posibilidad material de “hacer el futuro desde el presente”. Para Escobar (1996), lo que está en juego en las políticas que regulan diversos problemas como la salud, la nutrición, la planificación familiar, educación y otros similares, es una biopolítica completa; que no sólo introduce determinadas concepciones sobre el alimento, el cuerpo, etc., sino “un ordenamiento particular sobre la sociedad misma”. En el marco de este ordenamiento, la sociedad estudiada (en el caso de los científicos y planificadores del “Tercer Mundo”, la propia sociedad) remite a formas de caos y retardo que es preciso reconstituir, ordenar y hacer avanzar. Valga para ello cualquier cosa, cualquier esfuerzo en cualquier área. Couceiro propone “postular programas de suplementación alimentaria y/o de estimulación cultural” (pp.16). La autora plantea una realidad sin matices, dicotómica, tal y como estableciéramos en nuestro análisis son en gran parte de los casos las jerarquías clasificatorias. Couceiro, luego del análisis pormenorizado de las cuatro mediciones en y entre los grupos de estudio, se encuentra con que las diferencias no existen en algunos casos: “la talla no estuvo muy afectada en ninguna escuela, ya que todas tuvieron como mínimo un 90% de niños normales” (pp. 46). En otros casos, las diferencias son mínimas. En determinadas variables, resultan estar mejor posicionados los niños del “nivel alto”: “el mayor porcentaje de niños normales para el parámetro talla/edad se encontró en niños de escuelas de alto nivel económico” (pp. 48). En otras variables, resultan estar mejor posicionados los niños pertenecientes al “nivel bajo”: “el mayor porcentaje de niños normales por peso/talla correspondió a escuelas de bajo nivel socioeconómico mientras que el más elevado de niños deficientes y con exceso se encontró en aquellos que concurrieron a escuelas con alto nivel económico” (pp. 52). “El mayor porcentaje de niños normales para pliegue cutáneo tricipital se encontró en la Escuela Goytea [nivel bajo] y el más bajo en los Colegios de Jesús y Peter Pan [nivel alto]”. (pp. 55). ¿Cómo se libera la autora de esta contradicción? Acudiendo, en principio, a lo moral y lo valorativo: “las deficiencias en niños de escuelas de bajo nivel fueron más serias que en los de nivel alto” (pp. 89). Y para reforzar esta conclusión acude, ya no a parámetros nutricionales, sino a la mano invisible del mercado. Continúa Couceiro: “además, comparando el gasto per cápita en alimentación, se vieron grandes diferencias, ya que mientras la familia de un niño deficiente de una escuela de alto nivel socioeconómico gastó en promedio 1000$, la de un niño de una escuela de bajo nivel gastó la mitad” (pp.89). “La relación entre el estado nutricional y el nivel socioeconómico de la familia se vió más claramente comparándola con el gasto per cápita en alimentación, ya que las familias cuyos hijos concurrieron a escuelas de alto nivel gastaron el doble que aquellas que sus hijos concurrieron a escuelas de nivel socioeconómico bajo” (pp. 91). En el trabajo, el supuesto a confirmar sería la correlación positiva entre estado nutricional y condiciones socioeconómicas, la vía para corroborarla es la medición comparada de diferentes estándares en grupos de niños pertenecientes a “escuelas de nivel socioeconómico alto” y “escuelas de nivel socioeconómico bajo”. Cuando esta vía falla, o se muestra confusa, como ocurre en el trabajo de campo realizado por la autora, el recurso al que se echa mano es el “gasto per cápita en alimentación”. Con ello confecciona una nueva relación: los niños que concurren a escuelas de nivel socioeconómico alto gastan más dinero per cápita en alimento que los niños que 22

concurren a escuelas de nivel socioeconómico bajo. Esta relación, que de por sí no puede explicar la causalidad estado nutricional y condiciones socioeconómicas, es utilizada por la autora como la “posibilidad de expresar más claramente” (pp. 91) la relación propuesta como eje de su trabajo. Pareciera ser como si se necesitaran más y más evidencias para declarar un estado de cosas que no traicionara el ineluctable orden del propio mundo.

Análisis de textos: Caso 3. IPARRAGUIRRE, M.: Factores del sistema alimentario y nutricional que condicionan el estado de nutrición de niños de 0 a 5 años controlados en el Hospital del Municipio de Seclantás, Departamento Molinos, Provincia de Salta. 1998. 23

“…Tomar conciencia de la situación que está atravesando la población rural, pues las consecuencias de la misma son graves y la pérdida de potencial humano se traduce en costos sociales y económicos que ningún país en desarrollo puede permitirse” (pps. 13-14; los subrayados son nuestros). Así justifica la autora la investigación propuesta. En este párrafo, cuyas palabras están tan profundamente rutinizadas para nosotros, los sentidos pueden permanecer embotados. Será necesario un esfuerzo de desnaturalización para llegar a vislumbrar las metáforas a la dignidad a las que apela, los temores atávicos y, a la vez, tan nuevos, que pone en marcha esta arenga. Sostiene y fundamenta todo un trabajo un solo temor: el que se repita el “círculo vicioso de la pobreza”, también concebido como “el círculo vicioso del subdesarrollo”. Países y hombres flacos, países y hombres enfermos, países y hombres sin potencial, países y hombres perdidos. No alcanzando a preguntarnos sobre la validez de los instrumentos, los científicos de los márgenes del mundo, los aplicamos, perfeccionamos y aún elaboramos nuestras propias arengas. Y todo parece reducirse a un querer ser que nunca se alcanza. Pero que resulta una utopía favorable políticamente a ese “poder elegante” que dice prestarnos toda la ayuda necesaria para dejar de ser (Gronemeyer, 1996) y propone asimilarnos al movimiento-global-en-una-dirección. Itinerarios del desarrollo “La interacción entre salud, alimentación, pobreza y otros factores socioeconómicos se está manifestando gradualmente” (pp.13). “Las poblaciones rurales no escapan a la crisis que afecta a la Argentina, padeciendo cada vez más hambre y agudizándose sus problemas nutricionales” (pp. 13). El discurso del desarrollo no ha sido uniforme en el tiempo, y, a la vez, aún cuando ha tenido mil rostros, detrás de esos rostros está el no-rostro del mismo plan: el discurso del desarrollo constituye un sistema, gobernado por ciertas reglas, que debe su cohesión a un conjunto de enunciados que la práctica discursiva continúa reproduciendo. El trabajo de esta autora está enmarcado en lo que podríamos caracterizar como la etapa más reciente de todas estas mutaciones. Tomaremos a Rahnema (1998) para rever la periodización pertinente. En lo que hace a una aproximación arqueológica de la idea de pobreza, Rahnema (1998) señala tres rupturas en los soportes discursivos y para la acción que se fundan en dicha noción. La primera es determinada por el momento de extensión de las formas de vida capitalista en Europa, que produjo la pobreza como fenómeno colectivo, sobre el que intervinieron la beneficencia primero y la filantropía después. La segunda ruptura ocurre con la aparición del discurso del Desarrollo, como forma de intervención en los países del “Tercer Mundo” (Escobar, 1998), sustrato homogéneo donde se designó la amplificación a escala global del discurso sobre la pobreza. La tercera, que tiene lugar en los ´90, está relacionada con el deterioro de la asistencia universal y el desbaratamiento de los Estados de Bienestar/de Compromiso social, y la focalización de la asistencia. Como señala Álvarez (2003):

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“Ya no se habla más de marginalidad o informalidad, sino del carácter “multidimensional” de la pobreza. A partir de esta mirada y de los efectos del ajuste sobre nuevos grupos sociales que pasan a convertirse en nuevos pobres se pone énfasis en su heterogeneidad y en las situaciones y posiciones que agudizan el “riesgo social”, lo que es abordado por la idea y la categoría de vulnerabilidad. Por otra parte, a la pobreza material se le suman otros componentes más “subjetivos” o culturales que explican la pobreza en términos de “capacidades”… “Se jerarquiza el medio ambiente, la multiculturalidad, los efectos de la globalización, las cuestiones de género, la seguridad y la “complejidad y heterogeneidad” de la pobreza”.

Los diferentes discursos que vieron la luz desde la matriz del desarrollo no se suceden unos a otros sin yuxtaponerse. Se superponen en el tiempo y hasta conviven, aún cuando sus lógicas sean aparentemente disímiles. Así, la autora afirma que “la comunidad no es sólo objeto de investigación sino que además se constituye en sujeto activo de los procesos a través de su participación en todo lo relacionado con su propia salud” (pp. 15), pero que, a la vez, es necesario “realizar cambios técnicos” (pp.25, los subrayados son nuestros). Rahnema (1996) señala que el concepto de participación fue introducido relativamente reciente dentro de las planificaciones de los organismos de desarrollo, luego de “descubrir” que (o atribuir a) la mayor parte de sus fracasos al hecho de que las poblaciones afectadas fueron marginadas de todos los procesos relacionados con su diseño, formulación e implementación. Actualmente, los procesos participativos suministran a los proyectos de desarrollo lo que mas necesitan para evitar “las trampas y fracasos del pasado”: un conocimiento cercano de las “realidades en el terreno” con el que no cuentan los técnicos extranjeros y los burócratas estatales; redes de relaciones que son esenciales tanto para el éxito de los proyectos en curso como para las inversiones de largo plazo en las áreas rurales; y la cooperación, a nivel local, de organizaciones capaces de llevar a cabo las actividades de desarrollo. Participar es, en este sentido, la intervención forzada de una comunidad “por su propio bien”, lo cual no debe dejar de ser visto como una nueva y sutil forma de manipulación 16 . In-seguridad alimentaria El tema de la seguridad alimentaria, que la autora trata profusamente al inicio de su trabajo monográfico, nos abre a cuestiones conceptuales muy ponderadas por este discurso hegemónico a partir de los años ´90: “La seguridad alimentaria en los hogares refiere a la capacidad de los familiares para obtener alimentos” (pp. 25), y “la seguridad alimentaria es de máxima importancia para mejorar el estado nutricional de millones de personas que padecen hambre” (pp. 25). Desde esta perspectiva, que se enmarca en el discurso del Desarrollo Humano naciente en la segunda mitad del siglo XX, se percibe a los pobres como poseedores de “capacidades” y recursos para resolver problemas en el espacio de lo local, a partir de las redes de proximidad y encarar la subsistencia por medio de la autogestión comunitaria o familiar. Así, según afirma Álvarez (2003):

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Señala el autor: “el «relacionarse» es intrínseco a la misma acción de ser y vivir. Vivir es relacionarse, o participar en el más amplio mundo de la vida del cual se es sólo una parte. El relacionarse con aquel mundo, y con los seres humanos que lo componen, es un acto de gran consecuencia que no puede y no necesita ser mediatizado. En este sentido, la incapacidad de alguien para asumir plenamente esta necesidad vital debe ser únicamente comprendida. Sólo esta comprensión, por parte del sujeto y los otros que interactuar con él, puede permitirle superar ese trance difícil. Ninguna panacea democrática o participativa puede brindar a una sociedad enferma compuesta de personas condicionadas o sin vitalidad aquello que individualmente no tienen”.

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“Postulamos que la representación de la pobreza en los 90’ está fuertemente vinculada a las categorías discursivas del núcleo más fundamental del desarrollo humano: el acceso a “necesidades mínimas biológicas” cuantificables y con pretendida universalidad; al descubrimiento de las capacidades de los pobres para lidiar con su pobreza y, finalmente, a la afirmación de la importancia de la “libertad de mercado” en donde esas capacidades se deben desarrollar”.

Poniendo relevancia en no sólo de los aspectos materiales de la pobreza sino también en sus aspectos simbólicos, se promueve un mundo de pobres o una “economía popular o social” de baja productividad y autogestionada. Sin embargo, se sigue “comprando tiempo”: “Un asunto importante el impacto de los programas de ajuste estructural que tienen por objetivo crear condiciones que permitan el crecimiento sobre una base sostenible. Cabe imaginar que sin tales programas el crecimiento se vería amenazado o la economía podría retroceder. Pero se necesita tiempo para que los frutos sean visibles sobre la seguridad alimentaria de los pobres, al menos en el corto plazo” (pp. 27). Ahora que las teorías del rebalse han fracasado, el desarrollo es visto sólo como proveedor de satisfactores mínimos básicos. A su vez, las políticas del Estado hacen hincapié en le recorte de gastos y la economización: “La vigilancia alimentaria y nutricional puede emplearse para racionalizar recursos” (pp. 32)… “Son recursos para la salud las personas que la comunidad destina específicamente a la atención de la salud”. Eficacia y eficiencia se entrelazan en el nuevo paradigma de atención a la salud (Huertas, 1996), que apunta a cubrir mínimos biológicos, fortalecer la atención primaria y el autocuidado y promover solidaridades locales. Pero la ilusión del desarrollo sigue indemne: “La seguridad alimentaria y la nutrición suficiente, además de ser beneficiosas de por sí, contribuyen al desarrollo económico” (pp. 26), afirma la autora. En este planteo, la nutrición y la seguridad alimentaria se aceptan como benéficas per se. Ello implica, por un lado, que se considera que existe una materialidad aislada, “verdadera” y buena en sí misma, que no requiere de la mediatización de un discurso para ser verdadera, y mucho menos para existir. Sin embargo, como sugiere Escobar (1995), “no existe materialidad alguna que no esté mediatizada por el discurso, y no existe discurso que carezca de relación con la materialidad”. Las potencialidades “Estrategias de desarrollo y políticas macroeconómicas deberán crear las condiciones para que se produzca un crecimiento económico equitativo para obtener el mayor beneficio posible de las potencialidades” (pp. 27). La idea de equidad difiere notablemente de la de igualdad. La segunda, propia de los Estados de Bienestar, tenía un significado universal y homogeneizante: todo igual para todos. La primera refiere, en cambio, a una redistribución más racionalizada: a cada quien lo que le corresponde. Este nuevo concepto resulta ser hoy el caballito de batalla de políticas que, en el marco del neoliberalismo, preconizan la asistencia focalizada de los problemas sociales. En base al ejemplo del parágrafo anteriormente citado, queremos destacar el modo en que se pondera una relación de equivalencia entre buena nutrición /buena salud y bienestar/ nivel de vida. Con esta estructura de significantes conviven otras concepciones igualmente erróneas: aquella que vincula la carencia material (cuestión constitutiva de una filosofía propia de las sociedades cazadoras – recolectoras, por ejemplo) con pobreza y desamparo; y aquella que vincula la apropiación de elementos de la sociedad industrial (como determinados alimentos, una vivienda amplia con varias habitaciones para 26

combatir el “hacinamiento” o el servicio de luz eléctrica por ejemplo) con la misma salud. Como vimos en el caso anterior (Caso 2), se promueve la política sanitaria preventiva de la desnutrición a fin de que los niños “puedan alcanzar su madurez en completo bienestar” (Couceiro, 1979). Ese completo bienestar es un estado ideal, susceptible de medición en términos de la categoría nivel de vida (Latouche, 1996). Como hemos estado viendo, uno de los componentes considerados básicos de la salud, la nutrición adecuada, es también susceptible de medición. Estos estándares, elaborados según “el impulso de superar un déficit” (Gronemeyer, 1996) se promueven con la idea, menos racionalizada, de evitar el sufrimiento, considerado antítesis del bienestar. Huertas (1996) destaca la profundización de esta tendencia mediante el surgimiento de una “cultura somática” y el “fetichismo del cuerpo sano” que ha puesto en marcha todo el mercado del bienestar en plena recesión de las responsabilidades del Estado y en tiempo de recorte del gasto sanitario. En este marco hay que comprender también la pretensión de actuar sobre la individualidad de los pacientes, lo cual no está muy distante de la tendencia a culpar al individuo de su propia enfermedad. La relación de igualdad entre nutrición-salud y bienestar-nivel de vida no podría ser comprendida sin la idea de potencial humano, especie de piso ontológico según el cual se presupone una igualdad de todos los hombres (los derechos humanos serían expresión de esta concepción) que es concebida como potencial. De acuerdo a este razonamiento, será justo que la ayuda exterior estimule y vuelva posible el desarrollo del mismo, “tal como lo hace la flor a partir de su capullo”, al decir de Rahnema (1996). Bienestar-nivel de vida están en relación de feed – back con nutrición-salud, y ambos son valorados socialmente como vehículos que hacen posible la conversión del mundo entero en algo “mejor” a futuro. Todas estas nociones pauperizan al Otro y violentan su realidad, sosteniéndola en el vacío simbólico a la vez que instándola a abandonarlo. El disciplinamiento implícito en esta postura se trasluce en que se considera que existe la potencialidad (la posibilidad) de realizar algo en nuestros cuerpos y mentes: el éxito de alcanzar la madurez efectiva de esa posibilidad sólo depende de cuán correctamente realicemos nuestros actos, y ello implica sujetarlos a la norma lo máximo posible. Pero cuidado: no olvidemos que “se necesita tiempo para que los frutos sean visibles sobre la seguridad alimentaria de los pobres, al menos en el corto plazo” (ídem). Sufrimiento y muerte: la subjetividad en la base de la política “La inseguridad alimentaria provoca un gran sufrimiento humano” (pp. 26). ¿Quién determina qué cosa hace sufrir más a un hombre, una mujer, un niño, una comunidad entera? Al pisar el terreno pantanoso de la subjetividad y de la emotividad, sobre el que se asientan las respuestas a las iniciativas que provienen del exterior del cuerpo (como las políticas alimentarías del Estado o de los Organismos Internacionales), debemos continuar planteándonos cuánto hay de construcción cultural en estas categorías fijas de las cuales se fundamentan los estudios que a salud, nutrición y bienestar se refieren. Porque así como el hambre es, además de una experiencia, una categoría con la cual se movilizan acciones políticas, lo mismo ocurre con la pobreza como falta de desarrollo (Rahnema, 1998), la carencia (Esteva, 1995) o el sufrimiento (Das, 1995). La utilización histórica de estos conceptos no se ha efectuado en el vacío, sino que se han remitido a cada subjetividad y allí, de una manera u otra, se han hecho cuerpo. En el fondo de este manejo político de nuestras subjetividades, queremos situar el temor ancestral a la muerte. Pero este temor, para ser interpretado correctamente, debe historizarse y situarse en el contexto del pensamiento de la modernidad. 27

Gronemeyer (1996) señala que, con la modernidad (y sobre todo luego de la epidemia de la Peste Negra) la muerte deja de ser vista como un castigo divino y por el contrario se le declara un escándalo humano, digna de ser considerada como una afrenta. Continúa: “Como fenómeno natural es incluida en el programa esencialmente moderno de la dominación de la naturaleza: la idea de progreso de la modernidad es en parte una rebelión contra el estado humillante de la humanidad de sometimiento a la muerte, una declaración de guerra contra la inseguridad fundamental de la existencia humana. La modernidad se ha desprendido de la vieja ecología del poder y de la impotencia humanos: inspirada por una mezcla histórica de optimismo y agresión, ha planteado la expectativa de la creación de un mundo en el que las cosas resulten como se espera porque uno puede hacer lo que quiera”.

Tal vez este temor influya en y sea influenciado por el carácter racionalizador del pensamiento científico, que, al intentar desnudar de toda valoratividad el significado sobre la experiencia humana, ha empobrecido los asientos espirituales sobre los cuales se concebían otras respuestas al sufrimiento y la muerte que no implicaran “la guerra”, “la lucha”, y “la batalla” en su contra. Esta forma de pensar que sobrevalora lo racional, fue desestimando todo aquello que la lógica no logra explicar. Podríamos considerar que la muerte es la expresión extrema del sufrimiento, y que evitamos sufrir porque nos evoca la idea de la muerte. O tal vez, podríamos pensar que, a la inversa, hemos construido culturalmente a la idea de la muerte como expresión máxima del sufrimiento, estado que tememos en todas sus gradaciones? En cualquier caso, es posible entrever una fuerte conexión entre las ideas-experiencias de muerte y sufrimiento. Señala Das (1995), respecto del sufrimiento: “El cálculo racional basado en la premisa de que las personas prefieren evitar el dolor y maximizar el placer no funciona. Porque si bien en nuestra vida práctica dependemos permanentemente de la comparación entre valores negativos y positivos, a menudo no podemos saber cuánto sufrimiento vale tanta felicidad. Para esto necesitamos la experiencia de la vida”.

Esta autora observa cómo las instituciones sociales están profundamente implicadas en dos modos opuestos: por un lado, el de la producción y biologización del sufrimiento y, por otro, el de la creación de una comunidad moral capaz de lidiar con él. En este proceso, la ciencia y el Estado son instituciones que se apropian y transforman la experiencia del sufrimiento de acuerdo a gramáticas particulares. Al dar definiciones precisas de daño y bienestar, la ciencia y el Estado pueden acabar formando una alianza en la que se apropian del sufrimiento de las personas, impidiendo su resignificación en otros marcos de interpretación. Lo mismo podríamos apuntar respecto de las diatribas desarrollistas. En lo que hace a las planificaciones y políticas referidas al hambre, es visible que la heterogeneidad de la experiencia individual del sufrimiento es homogeneizada en arquetipos colectivos por un determinado grupo social con intereses políticos, y situada –hecha cuerpo- en determinados espacios de nuestro planeta. En este punto, e intentando ser cautelosos respecto de cualquier postura que demonice y reifique a los centros productores de saber – poder, es necesario sostener la importancia de no soslayar el interés por la subjetividad en nuestra mirada. Para que las cosas ocurran, y sean así documentadas, es necesario que haya una estructura que las contemple como posibles. Esto es lo que J. Butler ha denominado “actos performativos”. “Una expectativa que termina produciendo el fenómeno mismo que anticipa”, “la performatividad no es un acto único, sino una repetición y un ritual que logra su efecto mediante la naturalización en el contexto de un cuerpo” (Butler, (2001[1990]; citada en Espinosa, 2005). “ese poder reiterativo del discurso para producir los fenómenos que regula e impone” (ídem). Nuestra hipótesis es que los discursos del hambre y la inseguridad performan la realidad de desesperanza, carencia y 28

crisis que vivimos en nuestro tiempo; y que estas conceptualizaciones, producidas desde el exterior, no se sostienen por sí solas, sino que encuentran su asiento en el consentimiento de las personas sobre las que este poder se (nos) ejerce. Este consentimiento, queremos señalar, trabaja al nivel de la subjetividad más íntima, y está imbricado a cuestiones de carácter emocional que, aún desde la clásicamente abarcadora perspectiva antropológica, resulta dificultoso visibilizar 17 .

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Esteban (2004) señala lo interesante de la posibilidad de realizar “autoetnografías” con el fin de utilizar la propia experiencia como forma de llegar a la dimensión cultural, política y económica de los fenómenos estudiados. Señala la autora: “Es verdad que los márgenes de la sociedad están contemplados en el análisis antropológico, y que eso le confiere singularidad frente a otros, pero eso no impide que se construyan otros márgenes, otras anormalidades, que son de más difícil incorporación y frente a los cuales se reacciona rápidamente. En la autoetno-grafía, informante e investigador en una misma persona reivindican su derecho a hablar hasta las últimas consecuencias. Y esto, cuando menos, suele resultar incómodo”.

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MÁS ESBOZOS DE INTERPRETACIÓN La investigación partió de determinados conceptos, sugeridos por Grimberg (1995) que abren líneas de trabajo al momento de mirar las temáticas relacionadas a la salud desde una perspectiva antropológica: -

Reificación: la aceptación de la construcción clínica como hecho médico, Privatización: la transformación clínica de los conflictos sociales en patologías individuales, Responsabilización: victimización de los individuos, ocultamiento de la etiología social de las relaciones sociales en el origen de los problemas de salud, Hegemonía del modelo médico : construcción médica de reconocimiento social, Medicalización: absorción de áreas de la práctica social como resortes dela medicina, Control social médico: rol de la medicina en el mantenimiento de normas y prácticas sociales, Micropolítica de la medicina: la reproducción de las relaciones políticas marco en el nivel micro de las relaciones médico – paciente, Relaciones entre estructuras de clase, género y étnicas y la medicina.

Alrededor del discurso de las ciencias de la salud aplicadas al Otro se constituyen diferentes formas de clasificar. Con el fin de precisar mi propio planteo, elaboré los siguientes “opuestos en tensión” sobre los que se esperaba estructurar el trabajo:

Las formas de clasificar -

Sociedad - Cultura Civilizado - Bárbaro Natural - Cultural Humano – Animal Limpio – Sucio Abundancia – Escasez Sano – Enfermo Desarrollado – Subdesarrollado Normal - Anormal

Sin embargo, no todas estas categorías se presentaron en los textos estudiados con la claridad esperada. La correlación más sensible que pudimos observar fue la de normal – desarrollado versus anormal – subdesarrollado, y no es extraño que ocurra así, teniendo en cuenta que los textos analizados pertenecen a las ciencias de la salud, herederas de la medicina, quien se preocupó fundamentalmente de espacializar las jerarquías del orden social en los cuerpos humanos, a través de etiologías de estados de enfermedad que remitían su principio clasificador a la normalidad o anormalidad de las manifestaciones del organismo. Estos principios ordenadores justifican, asimismo, el uso de las técnicas de medición de estándares nutricionales. La idea de sociedad como opuesta a cultura se presentó sutilmente en la elección del objeto y las herramientas de estudio en Granger (Caso 1): grupos que son culturas, no sociedades; y para acceder a ellos, las ciencias de la cultura (antropología).

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La dicotomía civilización – barbarie se perfiló con claridad en el texto de Couceiro (Caso 2), cuya percepción de la provincia de Salta y del interior 18 como espacio enfermo calza perfectamente con el ideario del higienismo. La oposición limpio – sucio tiene sólo una referencia en el texto de Granger (Caso 1), aunque en otros trabajos que leí pero que no presento aquí analizados es una dualidad con valor fuertemente ordenador, sobre todo en tesis referidas a lactancia materna. Lo mismo ocurre con lo humano – animal y lo natural – cultural: la lactancia materna evoca estas cuestiones por su carácter de fluido corporal y por que su fomento involucra, de alguna manera, el manejo y tratamiento de estos fluidos, en medio de la atávica repulsa a las visibilización de las secreciones corporales, tan cara al imaginario de Occidente. Cuatro pares de dicotomías, a saber: abundancia - escasez, sano – enfermo, desarrollado – subdesarrollado y normal – anormal parecen relacionarse y reforzarse de manera tal que resultan regir la particular forma de nominar al Otro que desde la ciencia de la Nutrición se ha construido. Estas dicotomías, a su vez, se asientan en una forma particular de concebir la sociedad. Siguiendo a Bourdieu (1993), podríamos considerar a los textos estudiados un espacio que transcribe ordenamientos simbólicos que son producto de las mismas prescripciones que reproducen el orden social. Todo esto no es visible, sino que está cubierto por lo que se denomina un “efecto de naturalización”. El espacio discursivo y el de las prácticas son naturalizados a través de la atribución de significados cotidianos del sentido común, lo que permite la reproducción de las jerarquías en una sociedad jerárquica, de las desigualdades en una sociedad desigual. Cuando se intenta dar cuenta de una concepción de la sociedad, es notable la concurrencia de imágenes que remiten el orden social a un todo orgánico: “estas elaboraciones nos recuerdan concepciones funcionalistas de principios de siglo XX, cuando se pretendía que los estudios sobre la sociedad tenían que imitar metodológicamente a las ciencias naturales para de esa manera poder alcanzar la tan deseada categoría de Ciencia. En consonancia con esta mirada funcionalista se piensa la sociedad como en un permanente equilibrio y la contribución del desarrollo es ayudar a mantener este equilibrio. Continuando con el modelo biologicista, el equilibrio social perdura a lo largo de la existencia de los distintos sistemas que luego de cumplir con un ciclo vital agotan sus fuerzas y fenecen” (Naharro y Ruidrejo, sf). Respecto de la vocación de los textos por reafirmarse en modelos de las ciencias naturales, caben algunas anotaciones. Los mismos son textos completamente probados al momento de formularse: son textos de alumnos sujetos a evaluación final. En este marco, creemos que la aceptación de lo dóxico (esto es, de los discursos probados y legitimados) corresponde no sólo a una adhesión meramente ideológica, sino también a cuestiones de poder que operan en otro nivel, transversal a la misma epistemología sobre la que se hace ciencia y sus supuestos. La naturalización del Otro (que es, en sentido estricto, la insistencia de su pertenencia al reino de lo natural) y la simultánea apelación a discursos que se imprimen más cerca del marco de las ciencias exactas/naturales no pueden sólo ser entendidas como metáforas que hacen posible la dominación de unos grupos por otros, sino que debe suplementarse a ello la visualización de un interés oportunista que surge de los propios autores locales por legitimar el conocimiento que están produciendo por medio de estrategias de apelación al conocimiento legitimado de las ciencias naturales. Además de esta situación de precariedad a la que es sometido el alumno de grado que presenta un trabajo final en la jerarquía de poderes de la Universidad, 18

Nos referimos a la categoría interior que se utiliza para designar el espacio nacional que rodea al centro, Buenos Aires.

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debemos destacar el carácter instrumental de la ciencia en las universidades periféricas como la nuestra. En este caso, estamos hablando de áreas de saber alejadas de las Grandes Discusiones del debate científico, donde la inclusión de cuestiones filosóficas y epistemológicas es más corriente. Nuestra universidad está, en este sentido, más próxima a la instrumentación de políticas de ayuda a la población local que a la generación de conocimientos legítimos en forma emancipada. Las “fábulas de hambre y alimento” a las que se refiere Escobar (1996) y que observamos como una urgencia en nominar, medir e intervenir sobre lo Otro en las propuestas temáticas de los trabajos finales de la carrera de Licenciatura en Nutrición demuestran que aún hoy existe todo un “hambre del lenguaje” en el “lenguaje del hambre” y que esto continúa regulando el ir y venir cotidiano de las personas que habitan nuestra sociedad. “Uno comienza a sospechar que lo que está en juego no es en realidad la erradicación del hambre (aunque los planificadores la desearan de todo corazón), sino su multiplicación y dispersión en una fina red, un juego de visibilidades móviles difícil de observar con claridad” Escobar, 1996. En un marco más amplio de reflexión, entendemos que la medicina y la nutrición han asumido en forma mayoritaria su posición para mirar el problema de la salud y la enfermedad a partir del mecanicismo, la linealidad y el positivismo; han construido sus discursos y prácticas desde el reduccionismo biológico del ser humano, aceptando sólo lo que la ciencia y la racionalidad pueden ver. ¿Qué ha excluido de su mirada?, ¿qué rasgos, posibilidades, valores y relaciones del ser humano han dejado por fuera de sus observaciones y análisis?, ¿cuáles son sus limitaciones?, ¿hasta dónde llegan sus posibilidades?, ¿con qué derecho, y a cambio de qué, niegan otras formas de conocimiento? Son algunas preguntas que, sin necesidad de extenderse a sus respuestas, transforman las rígidas e inservibles paredes del dogmatismo, y posibilitan una mirada más liberadora de la salud y de la vida. La intención primera de este trabajo fue la de dar respuesta a una serie de inquietudes personales referidas a la experiencia de la crianza de mi hijo, y a los interrogantes que se abrieron para mí en el momento en que se me plantearon tantas intervenciones desde el exterior, prefiguradas para la “díada madre – hijo” que decían resultábamos ser mi hijo y yo. La segunda intención de este trabajo, más anclada en mi rol proto-profesional, tiene que ver con la necesidad de “asumir críticamente el lugar que nosotros mismos ocupamos en la reproducción” (Naharro y Ruidrejo, s.f.). Sin pretender ocupar el lugar de la conciencia iluminada, ni el de la conciencia moral tan propios de la charitas cristiana, la idea fue contribuir a la reflexión acerca de temas que, a quienes logren conectarlos tanto desde lo académico como desde la experiencia vital de modo similar a como sucedió conmigo, seguramente interesarán.

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ANEXO

CIENCIA – FICCIÓN Y ALIMENTACIÓN INFANTIL Por Carlos González 19 “Qué datos tenemos para recomendar los cereales antes de la fruta? Ninguno. Sólo opiniones personales de distintos señores: “yo creo que hay que empezar por los cereales porque llevan más proteínas”. “Tonterías, hay que empezar por las frutas, porque llevan más vitamina C”. Para salir de dudas necesitaríamos hacer un experimento: darle a cincuenta niños primero la fruta, y a otros cincuenta los cereales, y ver qué pasa. Por supuesto, todas las demás papillas y otras circunstancias deberían ser idénticas en los dos grupos. Nadie ha hecho jamás todavía tal experimento. Ni, probablemente nadie lo hará jamás. Supongamos que alguien hace el experimento. ¿Cuál es el resultado a medir? ¿La mortalidad infantil? No, claro, ningún niño moriría con ninguna de las dos dietas. ¿Con qué dieta tienen más alergia? Eso se hace para comparar la fruta con el pescado, ya se ha hecho, por eso damos el pescado más tarde. Pero entre fruta y cereales, por lo poco que sabemos, no hay mucha diferencia en cuanto a alergias. ¿Qué comida les gusta más, cuál aceptan mejor, cuál vomitan menos? Suponiendo que haya diferencias, probablemente serán individuales; a unos les gustará más la fruta y a otros los cereales. Más vale dar a su hijo lo que a él le guste, no lo que le gustó al 70 por ciento de los niños en un experimento. Claro que no todos los efectos tienen que verse a corto plazo. Si esperamos unos meses, quizá aparezcan diferencias entre ambos grupos. Tal vez al año unos pesen más que otros, por ejemplo. Pero eso nos plantea una difícil decisión: ¿Es mejor la dieta con la que engordan más, porque evita la desnutrición, o la dieta con la que engordan menos, porque previene la obesidad? En la mayor parte del mundo, el problema grave es la desnutrición; pero en los países industrializados casi nadie muere desnutrido, mientras que la obesidad es la auténtica epidemia, con graves consecuencias para la salud. Tal vez lo importante no es ver cuáles están más gordos o más delgados, sino cuáles están más sanos. ¿Esperamos un poco más, a ver cuáles caminan antes, o cuáles empiezan a hablar más rápido y con un mayor vocabulario? Claro que ¿de qué sirve hablar antes, si luego le va mal en la escuela? ¿Y de qué sirve sacar mejores notas en la escuela, si luego no encuentran trabajo? … Y al cabo de los años ¿Influirá la dieta que ha tomado el niño en su estado de salud? ¿Tendrá más o menos colesterol, más o menos cáncer, más o menos infartos? Total, que nuestro estudio científico puede durar treinta o cincuenta años…y, probablemente, no encontremos ninguna diferencia importante entre los que empezaron por la fruta y los que empezaron por los cereales. O tal vez sí, tal vez encontremos diferencias, entonces tendremos un nuevo problema: ¿Qué hacemos con el resultado? Imaginemos, por ejemplo (todo lo que sigue es absolutamente inventado) que los niños que han empezado por la fruta pesasen 150 g más al año que los que empezaron por los cereales; comenzasen a andar tres semanas antes; sacasen mejores notas en matemáticas a los 10 años pero peores notas en sociales a los 15 años; sufriesen menos desempleo a los 25 pero tuviesen empleos peor pagados; tuviesen el colesterol más alto 19

Médico pediatra, autor de libros sobre alimentación infantil. El fragmento citado pertenece al libro “Mi niño no me come” (1999), Temas de hoy - Planeta, Buenos Aires.

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pero la presión más baja; sufriesen un 15 por ciento de cáncer de estómago a los 40 años pero un 20 por ciento menos de artrosis a los 50… Usted es la madre, tiene todos estos datos en la mano, supuestamente del todo fiables y seguros, y ha de tomar una decisión: ¿comienza con la fruta o los cereales? Claro que nos hemos puesto un poco pesimistas, hemos supuesto primero que no encontramos ninguna diferencia importante; y luego que hay diferencias significativas, pero en distintos sentidos y que prácticamente llegan a anularse. Existe una tercera posibilidad, aunque muy remota: que nuestro estudio comprobase diferencias claras entre las dos dietas. Imaginemos que estuviera científicamente determinado, más allá de toda duda, que los que empiezan por la fruta son toda su vida más sanos, guapos, listos y felices que los que empiezan por los cereales. Averiguarlo nos ha costado más de 50 años. Ofrecemos, felices y orgullosos, nuestros resultados al mundo. Y, en vez de un baño de agradecimientos, recogemos una inundación de nuevas preguntas: ¿Y si empezamos por el pollo, o con la verdura? ¿Empezamos a los 6 meses, o a los 7, o a los 7 y medio? ¿Empezamos por la manzana, por la pera o por la banana? En mi país no se cultivan manzanas y peras: ¿Empiezo por la papaya, el mango o el ananá? ¿Media manzana, o una entera? ¿Golden, Starkin o Reineta? ¿Tienen las mismas vitaminas si están recién recogidas que si son de cámara frigorífica? ¿Con piel, porque lleva más vitaminas, o pelada, porque en la piel están los pesticidas? Tendríamos que iniciar un nuevo estudio científico para responder a cada una de estas preguntas. Por eso empezábamos este apartado diciendo que tales estudios no se han hecho no se harán. Jamás tendremos la respuesta.” Este juego de paradojas es puesto al descubierto por el simple ánimo de un espíritu cuestionador de preguntar qué hay detrás de las certezas de los expertos.

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