Flash back al film Ceguera
Descripción
CEGUERA Película basada en la obra del Nobel de literatura: José Saramago “Ensayo sobre la ceguera”. Ir al cine es llenarme de alegría, nerviosismo y de múltiples interrogantes, excitando mi interior, así la sangre revolotea, mi estómago cruje y ansío llegar a la sala de cine. Sensaciones impulsivas que siempre se repiten, desde que vi, por primera vez, una película, -‐y ya son muchísimos años-‐. Llegó a la boletería, la señorita está atascada con la máquina y una tarjeta de crédito. Espero, miro el reloj, me doy cuenta, ya se pasó la hora de inicio de la película. Apresuró a la señorita, ha llegado la supervisora y ambas siguen atascadas con la tarjeta. Insisto. ¡Por fin! con una sonrisa de oreja a oreja, la señorita me atiende. Voy a comprar un café al estilo capuchino, recuerdo que estoy sin almuerzo y en el bolso llevo una ciruela –pienso capuchino y ciruela, suficiente para mi hambre física-‐. Entro y están pasando cortos de películas, espero que mis ojos se acostumbren a la oscuridad, y me siento al final de la fila. Sé que el filme es una adaptación de la literatura al cine, y estoy más emocionada, in mente, digo: ¡olvídate del libro! Imágenes panorámicas muestran a numerosos automóviles, que convergen, en varias avenidas; la cámara se acerca a una hilera que va a cruzar un semáforo, primer plano, éste cambia de rojo a verde y el auto no arranca, plano americano, con el travelling, cunde la ofuscación, suenan bocinas, griterío; un hombre frente al volante alza la vista. En pantalla veo siluetas que se difuminan hasta quedar en blanco. Recuerdo las primeras líneas del libro y otra vez, me recrimino, ¡no te acuerdes de la lectura! –¿soy necia?, o mejor dicho, la memoria ¡me arrincona!-‐. Música, fotografía, cámara y textura me acomodan en el filme. Estoy atenta. Cuando leo no hay música ni color, aquí, a más de ver las acciones, identificó a los personajes, y es la música la que transporta a mis sensaciones. En pantalla, el color crudo, más los colores brillantes de las luces del semáforo y el movimiento elíptico de los acontecimientos me estremecen. Así pasan los primeros minutos, siguen movimientos ligeros, plano tras plano, nada apresurados. Observo las acciones de los personajes y se arma el rompecabezas, no sé si es en mi cabeza o en la película. Ofuscada, me dejo llevar por las acciones propuestas tras cámara. Ahora sí, he acabado el capuchino y saboreado la ciruela, amoldada en la butaca, concentrada en la acción, -‐capuchino y ciruela satisficieron mi hambre-‐ el disfrute es intenso, las escenas zigzaguean situaciones que ocurren al unísono. Han pasados pocos minutos, me doy cuenta que los protagonistas están ya encarcelados, ¡Oh...! ¿acomodarme en la butaca me ha llevado tanto tiempo como pasar páginas, y sin leerlas? Bueno... esto pasa, por mantener la necedad de comparar la placidez de la lectura en silencio, y el estar en la sala de cine a oscuras, mirando imágenes en movimiento, acompañadas de mucho barullo, acompasadas con música.
Estoy intranquila y antes de protestar, espero la recreación o la representación de lo narrado en el libro. Cuando los invidentes se embadurnan de mierda hasta “más no poder”; la hediondez transmitida, a través de la palabra, fue como una fuerza alocada de imán, que me asqueo y atrajo. Paré la lectura, respire y tomé un poco de agua. En la película, se recrea este momento con un lento barrido de cámara, se oye una voz que comenta ¡todo hiede, está muy sucio! –me digo-‐ ¡otra vez! me descuide. No, la imagen ofrece un pasillo sucio, desparramadas las ropas y los papeles, pero no huelo nada, ¿¡no puede ser que esta situación, en el film se limite a un lento movimiento de cámara!? Viene a mi memoria, “El Perfume”, primerísimo plano del bebé en el mercado, llorando y oliendo..., con este close up, mi olfato se despertó y olí a pescado, el mercado. Regreso a la Ceguera... y sigo mirando las escenas y a la vez releo el libro, el guión rescata los mejores momentos y los recrea; hasta aquí, la actuación de Julianne Moore, quien es la única que ve y guía a los ciegos por una ciudad devastada y triste, confirma, una vez más, ser una primerísima actriz; no así, quien las oficia de esposo –Mark Ruffallo-‐, no convence, pienso en el por qué y no atino a descifrar. La fotografía en tonalidades azules, mezcla de grises, destacan con el punto de vista en planos fijos y deslumbran: aquel en que JM aparece y trastabilla en el patio; es como un puntito en medio de la nada. El encuadre está ubicado en la parte inferior izquierda de la pantalla, ¡bien! Transmite desolación, abatimiento; ella sale a respirar y meditar. Luego vienen escenas dramáticas en el centro de captura por la repartición de camas y comida: caminar en “fila india”, organizarse, ubicarse en los pabellones, y distribuir tareas a un centenar de invidentes, que no saben qué hacer y cómo resolver la situación. Suenan acordes de ¿blues?, es una cadencia dulce que suaviza el ambiente. La cámara morosamente se acerca al personaje de Danny Glover, viejo, un parche en el ojo, tiene un radio transistor, alrededor de él se agolpan los recluidos, quienes al compás de la música van modulando los rostros y los cuerpos. Se escuchan risas, es una escena de oasis. Observo a las mujeres y a los hombres y siento cosquilleos en mi respiración, recuerdo esa desazón que, sin avisar, la música produce entre los oyentes. El ritmo del jazz, armonioso, suave, delicado se desliza por mi cuerpo y potencia mi ansiedad. ¡BIEN! Aparece, una toma encuadrada, en medio de los invidentes, un triángulo equilátero, atraviesa el punto de vista de la cámara, montado con uno de los brazos de Gael García Bernal. Veo su rostro, es el rey del ala tres del hospital, su corta presencia en el filme ofrece una caracterización genial, con voz firme, burlona y ahuecada, arenga a sus secuaces a castigar a los que se opongan o protesten. Conmueve y subyuga esta personificación tan siniestra. Quiero gritar: ¡fantástico! Primerísimo plano y mejor le digo al oído: ¡genial! -‐¡está ciego, no sordo!-‐
Ahora bien, la textura de la fotografía muestra la tristeza y la devastación, representadas en color metal con matices azules o malvas o fucsias o verdes, propinando a la ambientación una textura de humedad, como la pátina que barniza el dolor, la desesperación, al sentirnos abandonados a nuestra suerte en un mundo donde, entre los seres humanos, no existe confianza sino una desesperanza eterna. Sigo las secuencias; me reacomodo en el asiento, al igual que en el relato y recién acaricio mi disfrute total. Han pasado más o menos 120 minutos y otra vez, en mi “soliloquio”, por fin, la palabrita, digo: ¡Felicitaciones! Fernando Meirelles, es una muy buena adaptación, casi fiel al texto. Confirmo mi tesis: un libro es un primer guión para hacer un filme. Claro que es una tesis reconfirmada, así como, que la narración fílmica como la narración literaria, presentan mecanismos propios y diferentes que utilizan cada una de las narraciones y ahí está el detalle.
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