Finis Latinorum...Imágenes de la memoria. Treinta años después del holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá - Colombia

June 15, 2017 | Autor: L. Otálora Cotrino | Categoría: Historia, Ciencia Politica, Derechos Humanos
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Descripción

Finis Latinorum...
Imágenes de la memoria, treinta años después del holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá - Colombia


En la conferencia que en 1986 pronunció Gabriel García Márquez en Ixtapa, a propósito de la absurda carrera armamentista, nos condujo a lo que él mismo llamó una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia. Eduardo Galeano, otro mago de la palabra y de la contestación, alguna vez dijo que somos hijos de la memoria boba, aquella que se contenta con la contemplación de la historia, que no se realiza, que asiste inerme a la vida como a un espectáculo: adoradora de las cenizas y del fuego que otros encendieron. La memoria viva-aquella de la cual nos han querido despojar desde hace cinco siglos-, en cambio, es combativa, profética, inmortal; cuando es verdadera permanece en los lugares más recónditos de nuestro ser; vive del pasado, se realiza en el presente, y abre paso a los tiempos por venir.
Por estos días, en los cuales se conmemoran los treinta años de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 y la 'retoma' liderada por el Ejército, la Policía y las fuerzas paraestatales como el F2, el B2 y el DAS, esta aventura misantrópica, teñida de legitimidad por más de 20 años y acallada por unos medios de comunicación y un Estado, indiferentes a las amenazas proferidas contra los familiares de las víctimas y las organizaciones de Derechos Humanos, vienen a mí preguntas inquietantes y abismadas: ¿si por un instante este mundo no es un supermercado, está condenado a ser un campo de concentración? No falta hacer muchos esfuerzos para advertir que en esta dinámica malintencionada se están esfumando de nuevo gran parte de nuestras esperanzas por un mejor futuro. Las imágenes de la memoria llegan a nosotros por un instante y nos hacen palidecer, bien sea por el asco o por la indignación.
El 6 y 7 de noviembre de 1985, todos los colombianos fuimos testigos de lo que ya se prefiguraba como destino o como desventura de los avatares de la historia: unos cuantos "héroes" nacionales al mando del General Jesús Armando Arias Cabrales y del Coronel Alfonso Plazas Vega, perpetrando lo que para algunos fue una de las operaciones militares más exitosas de nuestra lamentable historia, y lo que para otros fue un acto genocida maquinado y desarrollado a contrapelo de un amenazante e inminente Golpe de Estado (si los tanques no entraban al Palacio de Justicia, seguramente lo harían al Palacio de Nariño). La trágica toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 no fue tan trágica como su absurdo desenlace: una decena de magistrados de la Corte Suprema, y más de cien civiles muertos o desaparecidos en gran medida por obra de las fuerzas 'legales' del Estado. A la luz de los últimos acontecimientos, este episodio nos habla como metáfora: el templo de la justicia mancillado y esterilizado por el culto al terror; terror no sólo acarreado por una toma desesperada a sangre y fuego sino por el un odio visceral y vengativo por parte de las Fuerzas Armadas de Colombia. Ningún clamor fue suficiente para detener esta maquinaria embrutecida y enceguecida en sus propósitos de venganza, ni siquiera la vida de más de cien personas. Esos gritos infructuosos de los Magistrados quedaron como un eco aterido en nuestra memoria y nunca se borraron.
Ahora, al paso de los años, se siente repugnancia por los resultados de las investigaciones judiciales y por el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2014, que muestran que los organismos del Estado cometieron, en forma consciente y sistemática, detenciones arbitrarias, torturas y desapariciones forzadas contra los que se encontraban dentro del Palacio de Justicia, contra los mismos rehenes del M-19, contra muchos de los que lograron salir con vida de ese infierno y contra los mismos guerrilleros. La petición melíflua y nada comprometida del Presidente Belisario Betancurt de restituir la Constitución dentro del Palacio de Justicia no alcanzo para que respetaran la vida de los rehenes y de los grerrilleros, tal como él mismo dijo que expresara a sus mandos militares.
Este hecho abominable, en sí mismo, es una metáfora de aquello que hemos estado condenados a vivir en América por más de quinientos años: la perpetuación del odio por parte de un poder que, bien sea propio o foráneo, a falta de inteligencia, busca solamente imponerse por la brutalidad y por la fuerza. Deberíamos preguntarnos mas bien, no con poco dolor, si no es el denominado terror por parte de la insurgencia una forma de respuesta lógica, a veces inevitable, a todas los actos de violencia e injusticia que perpetra el sistema tras una veladura de democracia.
En 1936, cuando comenzaba la guerra civil Española, en la Universidad de Salamanca el filósofo Miguel de Unamuno se dirigió con estas palabras al General Millán Astray, cuando éste tras pronunciar un discurso gritaba y alentaba a los falangistas con su habitual grito "Viva la muerte": "..ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito - viva la muerte-. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor."
En los cruentos sucesos del palacio de justicia, se demostró a todas luces, en contradicción de los conocidos acuerdos humanitarios, que la población civil únicamente hace parte de los daños colaterales. No hace falta hacer muchos esfuerzos para comprender que aquí en nuestro país, cuando la vida -en cualquiera de sus manifestaciones- obstaculiza ciertos intereses económicos o militares, bien sean internos o foráneos, se pasa por encima de ella a sangre y fuego o gracias a normas o leyes acomodaticias. El excomandante en jefe Uribe Vélez nos ha dado una nueva y repugnante lección histórica, muy propia de su cuño: LA VIDA NO VALE NADA.
Vuelvo y me pregunto, queriendo que la inocencia le gane algún día terreno a la crueldad... ¿Qué podemos esperar de todos estos actos rencorosos y frenéticos, llevados a cabo por unos pocos, si no que el odio le gane más espacios a las verdaderas conquistas de la humanidad?
Haciendo uso de la memoria viva, quiero traer la voz acallada pero no vencida de José María Vargas Vila en su libro ANTE LOS BÁRBAROS, testigo lejano de nuestra memoria boba, voz que se anticipa paradójicamente casi un siglo a los sucesos del Palacio de Justicia, siendo a la vez una metáfora del presente, y seguramente del futuro, si no hacemos algo por cambiarlos.

"Finis Latinorum

Nada ha muerto sobre la tierra…:
Nada que no sean los hombres;
ellos son los únicos que no han traicionado nuestra esperanza;
todos han vuelto la espalda a la justicia;
sólo ellos, inmóviles en sus tumbas, no han podido volvérsela;
sólo ellos no han deshonrado la victoria;
porque murieron antes de obtenerla…;
la Victoria ha vuelto la espalda a la justicia;
ése es el Crimen de esta hora histórica;
los vencedores han traicionado la esperanza del mundo;
y, el mundo tiembla de pavor con el cadáver de la esperanza entre sus brazos…
pasada esa terrible adoración de la muerte, que fue la guerra, el mundo se halla ante esta terrible adoración de la venganza, a la cual se le da el nombre de paz;
los corceles de la victoria, van desbocados por el mundo, llevando atado a sus colas, el cadáver del Derecho miserablemente asesinado, en su carrera;
adondequiera que se vuelvan los ojos, no se halla sino una injusticia, en pie;
porque los vencedores han abierto los ojos y, no ven…;
y, en la ceguedad de su orgullo todo se lo permiten contra la libertad;
la hora actual, es una fuga de ideales en derrota;
¿dónde está ese mundo nuevo, ese mundo del Derecho, que todos esperábamos ver surgir de las ruinas del mundo antiguo, miserablemente entregado al culto de la fuerza?
el fuego ha consumido las ciudades, ha talado los campos, ha carbonizado los rebaños, ha deborado los hombres, pero, no ha destruído uno solo de los vicios, una sola de las ambiciones, unos sólo de los crímenes que produjeron ese incendio;
todo el andamiaje de la iniquidad queda en pié; la tragedia, no ha hecho sino cambiar de actores, y, a veces, degenerar lamentablemente en la farsa.
Tartufo ha hablado en ocasiones el lenguaje de Catón;
y, el mundo ha temblado ante aquel farsante coronado de metáforas;
el escenario del mundo continúa en ser el mismo;
un pueblo culpable ha caído, por haber violado la justicia, y, haber cerrado sus oídos a las llamadas de la misericordia;
pero… ¿dónde está el pueblo inocente, que se haya alzado para restaurar el reinado de la justicia, y, decir sobre las ruinas humeantes, la palabra de la misericordia?
Los glosarios de la victoria no podrán decírnoslo;
el alma del mundo es la justicia, y, un mundo al cual se priva de la justicia, es un mundo sin alma, un mundo muerto, un cadáver galvanizado, que anda en virtud de una fuerza extraña y, precaria;
¿es que la libertad ha salido victoriosa de esta contienda que hará enrojecer por su estéril crueldad, el rostro de los siglos por venir?...
Nuevos pueblos endebles y semibárbaros, han surgido de las ruinas de los grandes imperios, pero pueblos ya esclavos desde su nacimiento, llevando en el cuello la coyunda de aquellos que los crearon;
pueblos sin otra libertad, que la de sufrir su esclavitud;
se dijo que esta guerra era hecha para acabar con el espíritu de conquista, y, la paz, que los vencedores dictan a los vencidos, es una paz de conquista, que sobrepasa, sin destruírlo, el sueño de los pueblos despedazados por ellos;
el corcel de la conquista, sigue enjaezado y piafante, pronto a lanzarse de nuevo a su carrera vertiginosa;
pero, son otras manos las que lo tienen de la brida y, le acarician las crines;
no son ya las manos imperiales de Alarico;
¿cómo se llama ese clown pronto a montar el trágico corcel, en el cual ha de asolar la tierra?..."

Leonardo Otálora.



Ensayo sobre los luctuosos acontecimientos referidos a la toma del Palacio de Justicia el 6 y 7 de noviembre de 1985 por parte del M-19, organización insurgente surgida en Colombia en los años 70s, y a la cuestionada retoma por parte de las Fuerzas Armadas y los organismos de seguridad del Estado. Cruento y polémico enfrentamiento que dejó cerca de cien muertos entre guerrilleros, soldados, Magistrados, civiles inocentes y más de un puñado de desaparecidos.



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