FILOSOFÍA Y LITERATURA EN JOSÉ MARTÍ

July 4, 2017 | Autor: C. Rodriguez Alma... | Categoría: Literatura Latinoamericana, Filosofia
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Descripción

FILOSOFÍA Y LITERATURA EN JOSÉ MARTÍ “Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia.” José Martí. Carta a María Mantilla. Cabo Haitiano, 9 de Abril de 1895

Por Carlos Rodríguez Almaguer. Si bien José Martí dejó en prosa y en verso valiosas obras literarias, algunas de ellas consideradas precursoras de ese singular movimiento que fue el Modernismo, no escribió en cambio ningún tratado de filosofía. Sin embargo, su pensamiento profundamente filosófico, tanto como su elevado vuelo literario, se trasuntan en toda su obra. Para hablar de ese pensamiento filosófico y su relación con la literatura, o viceversa, es necesario asomarse a aquella su cosmovisión particular basada en un ecumenismo inconmovible y en un humanismo radical, porque venía de la raíz de las problemáticas en las que fijó su mirada escrutadora; venía de la impresión fortísima que había causado en él la observación y la reflexión de la naturaleza. No escribió Martí ni prosa ni verso solo por disfrutar del mero placer que nace del acto escriturario, de la capacidad de fabular o de “pintar con las palabras” imágenes portentosas como las que traducían con el color, en lienzos maravillosos, los pintores a los que alabó. Escribió para trasmitir ese sentido de la vida que venía experimentando en sí mismo desde muy temprana edad, de la mano de sus maestros y de sus lecturas en los libros impresos y en aquel otro libro que no se cierra nunca y en el que nadie nos enseña a leer: el Libro de la Vida. Habló de la Ciencia Madre desde la concepción que de ella tenía la todavía joven tradición de pensamiento cubana que, expresada por el sabio maestro don José de la Luz y Caballero, asumía la filosofía como “el arte de explicar, con palabras sencillas, problemas muy complejos” y consideraba como apotegma principal aquel que establecía “todos los métodos y ningún método: he ahí el método” y por consiguiente todas las escuelas y ninguna escuela: he ahí la escuela. El propio Martí hablará más tarde de “la ciencia llana y práctica” y lanzará sobre su tiempo este triste lamento: “Poner la ciencia en lengua diaria; he ahí un gran bien que pocos hacen.” En una línea ascendente e ininterrumpida, esta cosmovisión se fue nutriendo de su impaciencia por conocer mejor los destinos y el alma de los hombres, porque si se fijó en la naturaleza fue para buscar en ella las analogías imprescindibles para responder a las inmensas preguntas que su intercambio humano y el conocimiento de sí le planteaban. De qué tipos de analogías descubrió dicen mucho sus expresiones reiteradas sobre el Universo, “versus uni, lo vario en lo uno”.1 1

José Martí. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975, t. 21, p. 255.

De aquí que concluyera su síntesis filosófica asumiendo aquella que llamó “gran ley estética; ley matriz y esencial; la Ley del Equilibrio”. Y esa concepción estética, unida a una eticidad acrisolada en el fragoroso día a día, será la balanza en la que colocará toda obra escrita o en actos que salga de sí mismo. Pocos días antes de su caída en combate frente a las balas disparadas por soldados del imperio colonial de España, en su lucha incesante y urgente por la independencia de Cuba, escribió a sus compañeros de la redacción del periódico Patria, creado por él para divulgar las ideas que convocaban a la revolución, que había que escribir “alto” en el periódico para que la forma de decir realzara el valor de lo que se decía, porque “a lengua sinuosa nos están batiendo; cerrémosles el paso a mejor lengua, la hermosa”, y concluía aclarando que el hecho de que un periódico fuera literario no estaba tanto en la cantidad de literatura que apareciera en él sino en que todos sus textos fueran escritos de forma literaria. No hay que olvidar la certidumbre filosófica que tenía Martí respecto a que al carácter latinoamericano le gustaba llegar al conocimiento tanto como al europeo y al norteamericano, pero el nuestro exigía que ese acercamiento fuera “por caminos bellos”, y él está escribiendo siempre, y principalmente, para el carácter latino de los pueblos que habitan al ser del Río Bravo, porque consideraba su deber contribuir al realce de la dignidad de los hijos de esta parte maravillosa y singular del mundo donde era, como él mismo diría de Guatemala, “tradición el cariño, azul el cielo, hermosa la mujer y bueno el hombre.” De ahí que sus conceptos filosóficos estén expresados desde la altura de su originalísima sensibilidad literaria y los encontremos lo mismo en un artículo sobre agricultura, otro referido a conflictos religiosos entre católicos de Nueva York, en un ensayo esencial como Nuestra América, en un discurso político como La oración de Tampa y Cayo Hueso, o en un poema como Yugo y estrella, gema deliciosa de su pensamiento incrustada en sus “encrespados versos libres”. Diría José Ortega y Gasset en su ensayo Creer y pensar, “Mas no entenderá bien el lector lo que algo nos es, cuando nos es sólo idea y no realidad, si no le invito a que repare en su actitud frente a lo que se llama "fantasías, imaginaciones". Pero el mundo de la fantasía, de la imaginación, es la poesía. Bien, no me arredro; por el contrario, a esto quería llegar. Para hacerse bien cargo de lo que nos son las ideas, de su papel primario en la vida, es preciso tener el valor de acercar la ciencia a la poesía mucho más de lo que hasta aquí se ha osado. Yo diría, si después de todo lo enunciado se me quiere comprender bien, que la ciencia está mucho más cerca de la poesía que de la realidad, que su función en el organismo de nuestra vida se parece mucho a la del arte. Sin duda, en comparación con una novela, la ciencia parece la realidad misma. Pero en comparación con la realidad auténtica se advierte lo que la ciencia tiene de novela, de fantasía, de construcción mental, de edificio imaginario.”

El propio Martí escribiría al respecto: “Trae cada sistema filosófico una literatura, consecuencia suya; y a la manera práctica de ver las cosas, ha correspondido una literatura dura y extraña, triste y dolorosa, que se llama escuela realista.”2 En los cuadernos de apuntes encontramos, a propósito de sus observaciones sobre el desenvolvimiento cultural de los pueblos de lo que él llamó Nuestra América, reflexiones como estas: “No hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana, hasta que no haya Hispanoamérica. Estamos en tiempos de ebullición, no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra enérgica de elementos unidos (…) A pueblo indeterminado, ¡literatura indeterminada! Mas, apenas se acercan los elementos del pueblo a la unión, acércanse y condénsanse en una gran obra profética los elementos de su Literatura. Lamentémonos ahora de que la gran obra nos falte, no porque nos falte ella, sino porque esa es señal de que nos falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo.”3 Y tanto en lo filosófico como en lo político y lo histórico, resaltó siempre el vínculo estrecho que existe entre las manifestaciones de éstas ciencias y la expresión que de ellas, condensadas en hábitos del pueblo, se reflejan en las bellas letras. Así, por ejemplo, en 1887, al referirse en una de sus célebres Crónicas de Nueva York, al papel de la literatura en el reconocimiento histórico y en la filosofía general que domina una época, declara, a propósito de su retrato del poeta Walt Whitman cantando a la memoria del presidente Lincoln en inolvidable tertulia, que: “La vida libre y decorosa del hombre en un continente nuevo ha creado una filosofía sana y robusta que está saliendo al mundo en epodos atléticos. A la mayor suma de hombres libres y trabajadores que vio jamás la Tierra, corresponde una poesía de conjunto y de fe, tranquilizadora y solemne, que se levanta, como el Sol del mar, incendiando las nubes; bordeando de fuego las crestas de las olas; despertando en las selvas fecundas de la orilla las flores fatigadas y los nidos. Vuela el polen, los picos cambian besos; se aparejan las ramas; buscan el Sol las hojas, exhala todo música; con ese lenguaje de luz ruda habló Whitman de Lincoln.”4 Y remata la idea con esta sentencia lapidaria: “Cada estado social trae su expresión a la literatura, de tal modo, que por las diversas frases de ella pudiera contarse la historia de los pueblos, con más verdad que por sus cronicones y sus décadas. No puede haber contradicciones en la Naturaleza; la misma aspiración humana a hallar en el amor, durante la existencia, y en lo ignorado después de la muerte, un tipo perfecto de gracia y hermosura, demuestra que en la vida total han de ajustarse con gozo los elementos que en la porción actual de vida que atravesamos parecen desunidos y hostiles. La literatura que anuncie y propague el concierto final y dichoso de las contradicciones aparentes; la literatura que, como espontáneo consejo y enseñanza de la Naturaleza, promulgue la identidad en una 2

José Martí. Escenas mexicanas. Revista Universal. México, 10 de septiembre de 1875. En O. C., T. 6, p. 326 3 O. C. T. 21, p. 164. 4 El poeta Walt Whitman, en O.C. t. 13, p.131.

paz superior de los dogmas y pasiones rivales que en el estado elemental de los pueblos los dividen y ensangrientan; la literatura que inculque en el espíritu espantadizo de los hombres una convicción tan arraigada de la justicia y belleza definitivas que las penurias y fealdades de la existencia no las descorazone ni acibaren, no solo revelará un estado social más cercano a la perfección que todos los conocidos, sino que, hermanando felizmente la razón y la gracia, proveerá a la Humanidad, ansiosa de maravilla y de poesía, con la religión que confusamente aguarda desde que conoció la oquedad e insuficiencia de sus antiguos credos.”5 De manera que al defender a la literatura de quienes le pretenden endilgar el mote de innecesaria para el desarrollo de la sociedad humana, Martí le sale al paso con la vehemencia de quien ve unidas en sí ciencia y poesía, honda filosofía e imágenes altísimas que afirman y ennoblecen los fundamentos de esa sabiduría propia, sacada de aquella que encontró acumulada en los libros y de la que por sí mismo halló en la armonía de la Naturaleza. En este sentido señalará, con palabras que restallan como latigazos, el principal papel que desempeña la poesía en el duro camino del ascenso humano desde la fiera que nace hasta el ángel que puede llegar a ser: “¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida. ¿A dónde irá un pueblo de hombres que hayan perdido el hábito de pensar con fe en la significación y alcance de sus actos?” Acaso en la ausencia de esta relación de equilibrio y armonía entre filosofía y literatura, estén algunas claves para explicarnos la lobreguez y la zozobra de los enrevesados días que corren. La filosofía del ser y el deber ser, que tanto hizo adelantar al hombre en su largo y doloroso camino, ha sido prácticamente estrangulada por ciertas verborreas incomprensibles que hacen fastidiosa, cuando no insoportable, su otrora deliciosa compañía; y la literatura languidece asfixiada en los falsos cánones impuestos a nombre de una postmodernidad que al cabo se ha revelado en decadencia, en la pobreza de la pseudocultura, en el absurdo del “pensamiento único” que no ha sido sino la ausencia de pensamiento. Ya no hay tertulias sobre filosofía; hay discusiones sobre asuntos políticos. Ya no se rinde honores a libros más leídos; se lanzan estridencias para los más vendidos. Acaso solo se piensa en el Mercado, al precio de haber dejado de pensar en el Hombre.

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Ibídem.

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