Filosofía del la sustentabilidad

June 19, 2017 | Autor: Mario Rechy Montiel | Categoría: Filosofía, Sustentabilidade, Desarrollo Sustentable, Sustentabilidad, Ecología y Desarrollo Sustentable
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Descripción

S U S T E N T A B I L I D A D
Un concepto que transformará al hombre.

Por Mario Rechy M.

I Odisea espiritual del hombre que gira en torno a la economía y el
orden jerárquico.
Un hombre que vivió la Revolución francesa y sucumbió a su sentido,
Augusto Condorcet, hizo una reflexión profunda la víspera de su muerte:
el mundo había evolucionado en un proceso de creciente complejidad hasta
alcanzar las formas superiores del desarrollo. Muchos hombres antes que
él habían concebido el paso del tiempo como la sucesión hacia algo mejor.
De hecho, desde la invención del hacha chelense, el hombre había
desarrollado una extensión de sí mismo, que potencializaba su impacto o
transformación del medio y la naturaleza. De ser un animal inerme el
hombre se fue elevando en el dominio de lo que le afectaba hasta sentirse
rey de la creación. Condorcet emprendió, probablemente, la primera gran
síntesis filosófica: el hombre estaba en la cúspide de la naturaleza, en
el puesto más alto, y tenía como herramientas la técnica, la producción y
el progreso, y todo ello se conjugaba en la economía, como ciencia con la
cual derrotar a la escasez y distribuir los bienes.

El mundo regido por el paradigma del crecimiento. Años más tarde, con el
desarrollo del pensamiento psicológico, Jung habló del inconsciente
colectivo. Es decir, de un conjunto de arquetipos o formas ideales que el
hombre va creando en el curso de su propia historia, y a partir de las
cuales se explica o comprende lo que es y lo que hace. Y ese avanzar
hacia algo, siempre más complejo y siempre más alto, ha sido la filosofía
del crecimiento. La economía crece, el producto crece, los organismos
crecen, los países prosperan, la humanidad avanza. Como si el movimiento
fuera hacia arriba, en expansión y desplegando cada vez, o en cada
momento, formas más complejas.

Origen y carácter epistemológico del conocimiento occidental. La
separación sujeto / objeto y el dominio de la naturaleza. Esa concepción
del movimiento, la historia y el progreso se originó mucho antes, durante
la época griega, cuando los seres humanos se igualaban con los dioses e
incluso se emparentaban con ellos. Esa visión era harto distinta de la
que tenían los pueblos de Asia, de África o de América, donde había una
idea de comunión con la naturaleza, o de armonía y dependencia. En el
hombre llamado occidental, en cambio, hubo una concepción que colocó al
hombre en el centro del universo. Ahí nació lo que conocemos como
concepción antropocéntrica. Pero no solamente era una concepción que le
otorgaba prioridad al ser humano sobre el resto del mundo, sino que
además lo hacía dueño y señor, o como dice después la religión, que es la
forma ideológica superior del pensamiento occidental: rey de la creación.
Con esa idea o arquetipo la sociedad occidental desarrolló la técnica,
que como bien dice Kostas Axelos, la prolongación de la mano del hombre,
como palanca que transforma y domina a la naturaleza. Ese es también el
origen de la concepción instrumental o de la manipulación. La idea
fundamental que subyace a esa concepción es la de que el hombre y la
naturaleza no coinciden necesariamente, o sólo coinciden cuando los
dioses son propicios o así lo buscan, de la misma manera como pueden
forzar una situación adversa. Hecho ante el cual el hombre no tiene otra
opción que resistir y contrarrestar la voluntad divina, que puede
expresarse en tormentas, rayos, vientos, sirenas, u otras fuerzas
naturales.
El resultado de esta cosmovisión fue que el hombre concibió el desarrollo
de la técnica como una manera de oponerse o contraponerse a las fuerzas
naturales; es decir, como una manera de enfrentar una fuerza a otra. Con
sus obligados impactos y consecuencias: el hombre, que es sujeto, se
separa de la naturaleza, que es objeto. y es el sujeto el que domina al
objeto.

Los valores del control y del dominio, como fundamento del carácter
predatorio y contaminante de la civilización y "el progreso".
Crecimiento, desarrollo, progreso, han sido categorías que conllevan o
implican un dominio creciente y cada vez mayor de la naturaleza; un
sometimiento del medio a los intereses del hombre. No es difícil
comprender, de esta manera, que la civilización occidental --sin negar lo
mucho que representa en victorias contra la escasez, la enfermedad y la
incertidumbre--, ha sido también un proceso de destrucción del medio, de
extracción de riquezas, y de apropiación infinita.

Surgimiento del poder como expresión de un espíritu dominante y
jerárquico. Ante un demiurgo o sujeto que construye arquetipos o
categorías cosmogónicas sobre la base de su experiencia, era natural que
su historia, o su práctica, deviniera una forma idealizada de su
capacidad o poder para dominarlo todo, y para concebir su avance o
desarrollo como algo que tenía necesariamente que expresarse como algo
que se sobreponía a la naturaleza, y que podía proyectar su sentido o
metáfora en una necesidad de repetir la figura de sobreposición en todos
los ámbitos de la existencia. La civilización así, concibió el progreso
y la evolución como algo que sube, que encima, que se sobrepone, que deja
atrás, que subordina, que somete, que supera, y que es siempre mejor. Con
esto nació la idea de que la cultura y la civilización occidentales son
mejores, más evolucionadas, más altas, con mayor jerarquía que todas las
demás.

Evolución como diversificación, y diversificación como especialización. O
de cómo el hombre destruyó la totalidad de lo real para "conocerlo". La
verdad o la historia no han confirmado esa visión occidental del
progreso. Cada pueblo vivió su historia y no coincidentemente con lo que
ha sido el mundo occidental. Pero para el hombre "civilizado" esas
historias no son sino el atraso, el subdesarrollo, la prehistoria, a las
que había que someter, igualar, globalizar. La evolución concebida por el
hombre occidental era como un embudo donde todo debía converger, aunque
la historia real fuera como un árbol infinito que hacía crecer sus ramas
hacia todas direcciones. El hombre no quiso ver el conjunto, ni
mantenerlo. Prefirió destruir la totalidad y ver sus partes separadas.
Era la única forma como podía proceder su razón analítica.

Del conocimiento de la realidad a la separación de la realidad. O de cómo
el hombre convirtió el progreso en una confrontación de su naturaleza y
del mundo. Analizar el mundo fue desde entonces enfrentarlo. Conocer la
realidad someterla, transformarla. Todo el conocimiento ha recibido el
sello de la confrontación con lo que sea diferente.

Indicadores del Agotamiento de las fuentes y de la saturación de los
sumideros. En este afán por dominarlo todo y por concebirse amo y señor
de la historia, la economía a concretado su ejercicio como un proceso
perpetuo, creciente, eficaz y técnico de apropiación de recursos,
transformación de materias primas, conversión de lo natural en lo
conveniente, al mismo tiempo que se ha arrojado al medio todo lo que no
sirve, lo que se desecha, lo que va aparejado con este proceder maniqueo.
El hombre tecnológico o civilizado no podía concebir su proceder acotado
por límite alguno. Al igual que dios, no tenía por qué plantearse una
restricción o cota de su dominio, capacidad, prerrogativa. Y al igual que
los dioses que castigan o que abandonan, tampoco tenía que preocuparse
por sus desechos, sobras o contaminaciones. El ciclo natural era, en todo
caso, el mundo salvaje al que no pertenecía. El, en cambio, estaba
afiliado a un orden superior.

De la construcción de la economía a la destrucción de la producción. O de
cómo los paradigmas del crecimiento, el poder y la jerarquía colapsan los
mercados mientras dicen alcanzar la globalidad. Cuando la producción
tiende a ser mayor, mejor, más eficiente, más productiva y con provecho
económico creciente, no sólo se destruye el medio o la naturaleza, y no
solamente se contamina o abandonan desechos, también se desarrolla en los
individuos la sensación del derecho individual, particular, como algo
inherente al ser humano, como algo consustancial a su naturaleza; como si
su existencia, expresada en su libertad, fuera la libertad de someter,
destruir, apropiar y contaminar. Pero la acción individual de muchos
sujetos que piensan de esta manera, y que actúan sin concierto y sin
armonía, produce una competencia y una lucha de todos entre sí por la
apropiación de los recursos que no son infinitos, y por el derecho al
abandono de sus desechos en los mismos parajes, lugares, depósitos.
La producción tiende a ser ilimitada, pero la sociedad o los consumidores
son un número finito. La economía tiende a ser mayor y a seguir el ritmo
de la técnica, la inversión, o la competencia; pero el mercado, la
demanda y el tamaño del consumo, no se manifiestan con la misma fuerza o
dimensión, pues no responden al arquetipo del progreso sino al modelo del
bienestar o la búsqueda por la satisfacción de las necesidades. Los
productores compiten, depredan, contaminan. Esa es la forma como la
producción es concebida en esta cosmogonía del progreso. Al competir,
unos triunfan y otros quiebran, según su capacidad productiva, su
eficiencia, rentabilidad y posicionamiento.
El panorama así construido es el de un mundo moderno que avanza
destruyendo o invalidando lo que no asume su lógica o su sentido. Sólo es
sancionado o aceptado lo que tenga el signo de la modernidad, que es la
estrella que distingue en la frente al modelo desarrollista.
El avance o empuje de esta idea y forma de la economía se consigue
destruyendo lo que no asume su forma No asimila porque su proceder
comienza por rechazar lo diferente y no supera su lógica es la
competencia. Los saldos son un mercado crecientemente saturado, una
destrucción de capacidades productivas no "modernas", y un ejército
creciente de desempleados.

Del surgimiento del capitalismo a la decadencia del capital. O de cómo se
sustituyó la valorización por el trabajo, por una especulación sin
generación de riqueza. El capitalismo fue visto en su origen como una
gran fuerza social que impulsaba cambios revolucionarios. Pero su lógica
trajo un bienestar y un "progreso" tan efímero que duró menos de
trescientos años. Hoy, el capital, que parece ser el corazón en que se
deposita la lógica de la civilización y el progreso, representa la mayor
amenaza sobre la sociedad y el género humano. Cada día que exista serán
más bombas sobre los "globalifóbicos", los dueños de los recursos
naturales, o los que protesten por la desaparición de los bosques.

Crisis del hombre, de sus valores, de sus paradigmas, de sus mercados, de
sus gobiernos, de su estructura cientifico/tecnica y de su bienestar. El
hombre y su civilización están en crisis. Mejor dicho el hombre
productivista, cuyo espíritu es el capital y el progreso, ha llegado a un
callejón sin salida. Sólo le queda el genocidio para imponer su interés.
Los valores que parecían haber formado parte social de su herencia están
siendo enterrados ante el empuje de su lógica existencial. La libertad
parecía universal e igualitaria, pero alcanzada la globalidad, una vez
que el mundo en su conjunto ha sido comprendido en sus mercados, la única
libertad que vale es la del que invierte para producir, para destruir o
para acumular. El bienestar se aleja ante el paro industrial de millares
de trabajadores que sobran. El mercado se cae porque no hay quien demande
más mercancías. Los gobiernos carecen de propuesta alternativa. Toda su
idea, sus programas o sus perspectivas forman parte de una ideología del
progreso, de una lógica occidental de la modernidad, y de una concepción
del hombre y el conocimiento que obligan a mirar arriba, desde encima y
en forma avasallante.
La crisis contemporánea no es una crisis económica. Es la economía la que
expresa el sentido de una crisis sobre los valores intemporales que son
inherentes al hombre, una crisis sobre la filosofía del progreso, y una
quiebra de la visión o idea del mundo y el conocimiento posible.

II Colapso de la civilización o cambio de orientación y paradigmas.
La Crisis financiera y la crisis agrícola son expresión de una artificial
distancia entre capital y producción, pero antes son también distancia
entre realidad y conciencia y entre humanidad y sujeto. Enfrentar la
inflación no es una tarea circunscrita a las técnicas monetarias, sino a
la visión del mundo y el hombre. Reorientar la agricultura, sin una
cosmovisión de cooperación y solidaridad no es posible, porque sin una
noción de justicia no puede generarse más riqueza, sin una armonía con el
universo no puede conciliarse al hombre con su realidad. La
Sustentabilidad financiera sólo es posible reconciliando a la sociedad
actual con las sociedades anteriores o diferentes. La Sustentabilidad
agrícola sólo es posible si el objetivo de productividad se subordina al
objetivo de bienestar. La productividad individual no puede sobreponerse
al bienestar general. No se trata de englobar a los indígenas sino de
aprender a convivir con ellos, que serán siempre diferentes. No se trata
de modernizar toda la agricultura, sino de establecer la
complementariedad y compatibilidad de agriculturas que responden a
motivos diferentes, pero deben coincidir en la satisfacción de las
necesidades.
La Crisis de los mercados es resultado de conferirle a los mercados
globales mayor importancia que a la producción local, es expresión de un
mito creado por la ideología del crecimiento y el progreso» en su forma
más perversa, que es hoy el eficientismo y la productividad. La
productividad en realidad ha generado desempleo; y el eficientismo ha
provocado transferencias crecientes de energía y agotamiento de reservas
naturales. El eficientismo ha dejado sin trabajo a quienes no asumen la
ideología de la competencia y el mercado libre. Sólo la crítica del
mercado irrestricto y el establecimiento de un control colectivo sobre él
puede conducirnos a una nueva expansión de las actividades productivas.
La Sustentabilidad mercantil es algo sólo posible sobre la base de
mercados que no busquen la ganancia sino el intercambio de satisfactores.
La Crisis de gobierno es resultado del gobierno dominado por la ideología
del crecimiento, el mercado libre y el ahorro máximo. Con una ideología
antisocial no es posible generar economías humanas. La crítica del
neoliberalismo económico conduce a la crítica de los gobiernos
antiecológicos, jerárquicos, sin estado de derecho y con creciente
utilización de la fuerza y la ilegalidad. La crítica del gobierno
neoliberal conduce a la organización del poder público bajo el
reconocimiento de la diversidad y la autogestión.

La sustentabilidad política sólo será posible con gobiernos
descentralizados, construidos de abajo arriba, pero donde el bienestar
sustituya como objetivo al crecimiento…
La pobreza, la marginación y la caída en los índices generales de
bienestar son expresión del crecimiento. Un mundo que supere la pobreza y
la marginación, y que consiga elevar los índices generales de bienestar
es un mundo que en lugar de perseguir el crecimiento se plantea el
desarrollo humano. El desarrollo humano no se cumple a través del
productivismo, la inversión monetaria y la globalidad mercantil, sino a
través de la generación de empleo en la producción de satisfactores de
necesidades generales. Sustituir el crecimiento por el desarrollo humano
es alcanzar la sustentabilidad de la cultura y la civilización.
La producción no es un acto de transformación del mundo, sino un acto de
comunión con él. El hombre no domina a la naturaleza, forma parte de
ella. El hombre no es el centro del universo, sino tan sólo su
conciencia. La conciencia universal tiene que actuar en armonía consigo
misma, la producción es la satisfacción de las necesidades sin
destrucción del medio ambiente, la cultura heredada, y la historia social
que se encierra en las instituciones y las tradiciones. Encontrar la
continuidad de la producción y la cultura, con respeto a la herencia
histórica, es alcanzar la sustentabilidad de las instituciones, la
legislación y las normas de convivencia.
La máxima producción no es lo mismo que obtener el máximo de valor
mercantil. Los índices de aumento de la riqueza no pueden tasarse en su
valor de mercado, sino en gasto de energía y coeficientes de
transformación de la misma. Las cuentas nacionales no empiezan en el
monto de captación fiscal o en asignación de presupuesto, sino en la
movilización del trabajo para aprovechar la energía natural y sumarle la
energía humana. La base de la economía del futuro no descansará en la
generación del ahorro y la inversión de capital, sino en la capacidad
para movilizar la fuerza de trabajo y aprovechar los recursos naturales,
sin romper su equilibrio. Sustituir los criterios de la economía banal
por la contabilidad de la energía es conmensurar el desarrollo
sustentable.

III El desarrollo sustentable. Proyecto para una nueva humanidad.
La agroecología es el fundamento de la agricultura sustentable. Tenemos
que empezar por un tránsito de la revolución verde a la agricultura
orgánica y la biotecnología. La modernidad y el progreso han puesto la
mira en las estrellas y la tercera ola, pero el mundo lo que tiene es
hambre, y la mayor necesidad está en reconciliarnos con la naturaleza. El
primer paso a la sustentabilidad de la actividad y la sociedad humana
está no en limpiar la industria sucia --lo que de todas maneras es
necesario--; ni en una reorientación de la tecnología hacia formas
apropiadas que no vulneren el medio y los ecosistemas --que también es
necesario--; lo primero está en dejar de pensar como privilegiados
urbanos y en poner los pies sobre la tierra, es decir, en sacarlos del
pavimento y volver a sentir el suelo, la arena, la arcilla. El hombre
tiene que empezar por entender que todo el cimiento de la civilización
tiene que ser reconsiderado.
La naturaleza no tiende a la especialización salvo en condiciones
extremas. Su evolución conduce más bien a una diversidad sucesiva. La
agricultura, en este caso, no puede continuar indefinidamente por la
especialización intensiva. Además de las razones genéticas para
cuestionarlo, y de lo que ha provocado en uso de agroquímicos, toda
producción masiva responde a una lógica de acumulación empresarial, y no
al sentido de satisfacción social de necesidades. La agricultura
capitalista moderna ha provocado la dependencia alimentaria de las
naciones que no se modernizaron. Y la tecnología más reciente del mundo
occidental ha provocado la desaparición de la diversidad genética, la
existencia misma de las variedades criollas y el control de las semillas
por parte de trasnacionales.
Estados Unidos invade América Latina con sus excedentes de granos, y
nuestros países abandonan la producción ante su incapacidad para
competir. De país donde domesticamos el maíz estamos pasando al país con
mayor importación de granos. Mayor irracionalidad no puede darse en el
comercio y en la economía. Tan sólo apoyados en argumentos de
rentabilidad y precio, los monopolios están convirtiendo a México en un
ejército de hambrientos incapaces de producir sus alimentos.
La agricultura es el primer renglón que debe alcanzar la sustentabilidad.
Pero no solamente como agroecosistema, sino también como mercado
sustentable. La importación no es sustentable, se traga las divisas del
petróleo y la producción manufacturera para que podamos adquirir
alimentos. En la búsqueda por reconquistar nuestra autosuficiencia --en
este mundo flagelado por la guerra y el autoritarismo norteamericanos--
no son las razones económicas las que deben prevalecer en la planeación y
restablecimiento de la agricultura, es el proyecto de nación, que
comienza por darle empleo y alimento a su población. En esa estrategia,
lo que sirve o lo que necesitamos no es llenar el campo de variedades de
alto rendimiento, que nos obliguen a importar fertilizantes e
insecticidas, sino el desarrollo de modelos agroecológicos soberanos, con
altos índices de conversión energética, intensivos en mano de obra y con
el uso de biogenética que no altere los ecosistemas.
En lo industrial, hay que abandonar la ilusión de la carrera hacia el
progreso. No solamente porque es imposible aclimatar el modelo a nuestra
cultura, sino principalmente porque tenemos la suerte de poder mantener
todavía un equilibrio entre la noción de bienestar y tiempo libre, y el
stajanovismo o taylorismo que exige la vida metropolitana. El
latinoamericano no vive para cambiar el coche o repetir el shoping
semestral, sino para enriquecer su entorno, su convivencia y su cultura.
No seríamos felices en el vértigo de la modernidad si ello fuera a costa
de nuestra identidad bucólica. Es momento de plantearnos el tránsito de
la civilización occidental a un modelo apropiado, donde se asimilen
selectivamente los frutos de la vida moderna sin perder de vista lo que
más nos gratifica.
También es momento de modificar el modelo de crecimiento. Se trata de
reducir la industria de chimeneas y de asumir que este país --como muchos
otros de América Latina-- pueden pasar a la tercera ola sin necesidad de
adoptar las deformaciones industriales de los países centrales. Aquí
todavía es posible reorganizar la economía de manera descentralizada,
todavía es posible iniciar el desarrollo de ciudades medias y pequeñas en
lugar de apostarle todo a cinco macrourbes. Esto no se lo planteará de
entrada ningún gobierno, pero es un horizonte posible en la medida que se
profundice la democracia y que los productores tomen en sus manos la
dirección de los procesos, en una red autogestionaria. La
sustentabilidad, socialmente hablando, sólo es posible bajo las formas
más plenas de participación y democracia. Ningún poder asumirá desde
arriba la lógica de lo sustentable.
Esta reorientación de la economía no es desde luego asunto de los
macroeconomistas. Ellos están perdidos en el espejismo de las variables y
los modelos. Es la tarea de los políticos verdes y de los científicos
socialmente comprometidos. Lo primero, porque además no es posible
iniciar o instrumentar la sustentabilidad a partir de la economía en su
conjunto, sino desde los ejemplos locales. De hecho, como enseñó
Schumacher, se trata de sustituir toda tendencia macro, por un esfuerzo
sencillo que privilegie lo pequeño. La gran lección está en que la escala
óptima no es la más grande, sino la más apropiada a las condiciones de la
gente en cada lugar. Eso implica reconsiderar también los mercados
locales. El mundo del futuro no es el de aquellos que piensan producir
una máquina con partes originarias de una docena de países, la mano de
obra de otros tantos y los consumidores de todo el planeta. Volveremos,
como dice Bahro, a una economía de dimensiones nacionales, entendiendo la
nacionalidad incluso como algo más pequeño que los países actuales. El
comercio global no podrá sostenerse. Es demasiado egoísta, destructivo,
inhumano y predatorio. Será copado y subvertido lentamente, hasta caer
derrotado por la resistencia de las miles y miles de economías locales
autosuficientes. Esta batalla final contra el capitalismo es la batalla
de la sustentabilidad y la soberanía de cada región contra un mercado
avasallador.
El nuevo horizonte humano de lucha y de trabajo transformará inclusive la
noción de las ciencias y el conocimiento. No podremos concebir, por
ejemplo la necesidad de la química inorgánica, sino el estudio de la
biodegradabilidad. No podremos entrenar más especuladores
macroeconómicos, y en su lugar prepararemos economistas en cuentas
ambientales. De hecho, la ciencia, como producto de la técnica, tendrá
que ajustarse a la nueva noción del hombre en el mundo. Sustituiremos
próximamente la ciencia antiecológica con un conjunto de disciplinas
humanas estrechamente vinculadas a la búsqueda y consolidación del
bienestar directo.
La tecnología como palanca y la tecnología sólo sobrevivirán como acto de
unión moral y ética con la naturaleza. De la misma manera como sólo
sobrevivirán las sociedades capaces de sustituir la tendencia dominante
actual con una nueva actitud sustentable del hombre. No es por fortuna un
asunto de ideologías o doctrinas, sino precisamente de sustentabilidad.
El mundo vive la borrachera final de una cosmovisión que se considera el
remate final de la historia. La globalidad neoliberal nos ha dejado
millones y millones de desempleados, hambrientos pobres. Ahora nos
amenaza con la imposición de un orden universal para mantener el control
sobre el petróleo y la deuda. Si el género humano se subordinara a esta
perspectiva tal vez lleguemos al fin, en un horizonte de podredumbre
universal y agotamiento de las fuentes de agua, de aire y de alimentos.
Pero si la dignidad del hombre y su inteligencia le permiten construir
muchos caminos hacia la sustentabilidad, lo que hoy vemos no se recordará
sino como los estertores y límites del hombre occidental.
A esta pesadilla seguirá un renacer universal de los hombres libres y por
primera vez en posesión de una perspectiva humana y sustentable. Y la
globalidad dará su lugar a los mercados regionales, y la democracia local
y de las Naciones.
Será el fin del hombre fragmentado y utilitario, y el nacimiento del
hombre plural y politécnico. Tendremos una nueva humanidad, que será
capaz de conservar la tierra. Pero no de reinar sobre ella o dominarla.
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