Filosofando entre la Luna y la Almohada: Aprendiendo a soñar en la realidad

July 24, 2017 | Autor: J. S. Le Paliscot | Categoría: Philosophy, Self-help, Psicología Social
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Descripción

FILOSOFANDO ENTRE LA LUNA Y LA ALMOHADA (Aprendiendo a soñar en la realidad)

Roma no se construyó en un día. Y creo que eso es lo que más nos cuesta entender, en una sociedad que lo quiere todo para ayer y donde los sentimientos no sólo saben a empaquetado, sino que ya no saben del todo. La primera vez que asumí un proyecto personal, fue a los 7 años. Decidí que quería ser feliz sin importar cuánto pudiese costarme, pero al ser tan pequeño y de gustos tan sencillos, pensé que ya era feliz y que era cuestión de mantenerme igual. Le huía a la palabra “adulto” y quería salir a jugar con mis amigos el resto de los años que me quedaran de vida. En realidad, la vida era más sencilla sin responsabilidades. Pero conforme fui creciendo, me di cuenta que algo crecía en mí que no era mío, y no me refiero a ningún desarrollo corporal. Empecé a llenarme de egoísmo y los años sólo sumaban un poco más en esa mala maña que todos los adultos tenemos de “echarle la culpa” a alguien más, se empezaba a convertir en rutina. No escuchaba consejos, pero los daba. No era sabio, pero lo aparentaba. Decía estar vivo, pero en realidad no lo estaba. Tuvieron que pasar muchas cosas para que pudiera aceptar la verdad que hay en mí. Sufrí mucho a causa de comentarios de personas cercanas, y no tan cercanas. Pasé una difícil etapa colegial, callando palabras que salían de compañeros y compañeras. En silencio, siempre en silencio, porque eso es lo que los adultos hacen, guardárselo todo y no decir nada. Pensé que la verdadera madurez estaba ahí, y pues no. Porque no hay nada maduro en perderse adrede, en querer encajar en un molde, en ser igual a los demás. Y no digo que los demás estén mal, sino el concepto que cada tiene de cómo relacionarse con su entorno. Convencido de una falsa filosofía, llegué a la realidad universitaria. Con un corazón sincero pero inseguro, me adentré en los anales de la arquitectura y sentí que ese era el lugar donde debía estar. Como buen experto del arte de aparentar, pude simular que los comentarios de compañeros y compañeras no me afectaban, pero al final de la tarde, había una incomodidad que crecía con el tiempo y que terminó por explotar. Me saturé. Y a esa saturación le llamé ruptura. Porque fue y es la ruptura de muchas cosas impresionantes y maravillosas en mi vida, y entre todo ese caos y desorden, Dios me encontró. Hasta hace unos cuantos segundos, me pregunté si realmente incluirlo en mi discusión. Pero a veces parece que estamos tan peleados con Él en cada acción que tomamos, que me propongo a hacer una tregua, por lo menos hoy que escribo esto. Fue en lo más profundo de la inseguridad emocional, la inestabilidad, los problemas en la casa, que lo conocí. Y me dije miles de veces… “debe haber algo mejor que esto” mientras una voz me

llamaba y me decía “ven a mí”. Lastimado por el ruido de mis problemas, no fui capaz de discernir de su voz hasta que una tarde, cansado por tanta angustia y sentado en el bus, decidí cerrar los ojos y decirle a esa voz “aquí estoy”. Lo supe. Y lo supe sin hablar. Cada etapa de ese silencio me decía tantas cosas que sólo alimentaban el hambre que desde hacía tiempo deseaba saciar. Desde niño, nunca fui igual a los demás. En realidad, ninguno de nosotros lo es, pero cuando pude definir y entender el porqué, a eso, le llamo “despertar”. Pero, ¿cuál es el precio de despertar? La gente te rechaza porque les planteas una duda. Y es una duda a la que (como yo hacía tiempo) no tienen respuesta. En verdad, la etapa más dura de mi vida después del despertar, fue entender que cada gusto en mí, cada sensibilidad, aspereza, sonrisa y llanto, eran parte de este conjunto de matices que me hacen quien soy, y que me hacen feliz. Me dejé convencer por los comentarios de otros, y lo digo con sinceridad, que no hay nada peor que perder la identidad, mucho menos en tiempos como estos. Así que, después del despertar viene el construir, y empecé a incursionar en proyectos puestos en mi camino como la mejor inversión de tiempo de mi vida. Descubrí que no le tenía miedo a ser proactivo, a involucrarme en ayudar, y eso evidentemente, trae sus consecuencias tanto buenas como malas. Y más allá que hablar de una experiencia personal, quiero compartir lo que he aprendido de otras personas que nutren con su “despertar”. Una sola palabra: frustración. La frustración que se encuentra al comenzar un proyecto en el que nadie cree. La misma que encuentra negativas en el seno familiar, o tal vez en la aprobación de amistades y personas cercanas. La que existe cuando se piensa y se vive diferente en un mundo de “igualdad”. La de ser un soñador en una sociedad de responsabilidades, cargas sociales y dinero, mucho dinero. Material que por supuesto no tenemos, pero siendo el caso de los sueños, tenemos hasta para regalar. El deseo de querer hacer tanto, con tan poco, y en tan corto tiempo. Algo por ahí dice “calma, que cada día trae su afán”, y en ello quiero hacer hincapié. Somos inconscientes de vivir en una realidad acelerada, y eso no sólo nos afecta, sino a nuestro entorno. En el trayecto de soñar olvidamos ser humanos y palabras como renegar, juzgar y señalar se vuelven una estrategia de actuación cotidiana. Es de esa forma en la que somos aceptados por quienes viven inmersos en esa situación presurizada y llena de estrés. Y con el tiempo volvemos a caer en el sueño, hasta querer despertar de nuevo. Y con ese nuevo despertar surgen experiencias acumuladas que nunca se olvidan, agregadas al baúl de recuerdos. No se puede hacer feliz a todo el mundo y eso, es lo más real que podré decir en toda mi vida.

El tiempo entonces, se convierte en un factor de prueba. ¿Cuántos rechazos? ¿Cuánto desapruebo? ¿Por cuánto más? Y todo hasta que el cuerpo, la mente y el espíritu, terminen de saturarse para dejar ver las consecuencias de ese estado de inconsciencia inducida. Olvidamos quiénes somos, hacia dónde vamos, y todo por nuestra falta de capacidad a una respuesta. El silencio, la incapacidad de usar nuestra voz para expresar lo que sentimos, nos hace llenarnos de rencor y odio. Y entonces mientras caminamos, replanteamos todo basados en una duda, que en vez de acercar la meta, termina alejándola. ¡Qué tan equivocados estamos en pensar que esta vida tiene un comienzo y un fin! La vida, no es un fin, es un medio. Y con la arquitectura, entendí que podía vivir mi profesión con la misma pasión con la que me involucraba en políticas sociales. Hay que tener mucho cuidado con cómo definimos 3 términos operacionales: éxito, felicidad y razón. Si pudiera armar una oración con ambas tres, sería esta: No hay razón que pueda superar el ser exitoso a través de la felicidad. Parte de esa realidad en la que vivimos sumergidos nos convence de que la remuneración de nuestro tiempo lo hace “efectivo”, y es así como olvidamos nuestra vocación universal. La de ser humanos a través de un propósito. Me ha tomado años definir la verdad detrás de ese propósito, y mientras camino junto a Dios y las lecciones que ha puesto en mi vida, puedo decir que entender esa verdad es tan compleja como entender el universo, pero podría decir algo más: La perfección es inalcanzable, y sólo nos motiva perseguirla porque tal vez, y sólo tal vez, algún día logremos estar un poquito más cerca. Para mí, esa perfección está en ser imperfecto, y encontrar el arte que ahí existe. Pero claro, es sólo una opinión personal. La mayoría de veces, nadie creerá en esa esencia de ser imperfecto, ni siquiera nosotros. Pero ese es el mayor reto que debemos superar. No tener miedo a conocernos, a vivir, a disfrutar enfocando nuestro camino en el medio y no en el fin. Hay que despojarse de todo, las malas actitudes, el sedentarismo, la dependencia física y emocional. Y debo decirlo, no es nada fácil. Tal vez, yo no lo haya logrado todavía. Tal vez esté tratando de ignorar aquellos comentarios que no me dejan creer en mí mismo, en el éxito que quiero para mí, en mi razón y en mi felicidad. Pero eso está bien, porque lo sé. Y saber es poder.

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