Filipo II: el legado arqueológico del ideal homérico

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LA TUMBA DE FILIPO II: EL LEGADO ARQUEOLÓGICO DEL IDEAL HOMÉRICO MARIO AGUDO VILLANUEVA I JORNADA DE CONFERENCIAS MEDITERRÁNEO ANTIGUO 26 DE MARZO DE 2014

En noviembre de 1977 un equipo de arqueólogos dirigido por Manolis Andrónicos accedía por primera vez a la tumba de Filipo II en el gran túmulo de la necrópolis real de Vergina, ciudad que, gracias a estos hallazgos, se acabó por identificar con la antigua Egas, la originaria capital del reino de Macedonia. La hipótesis, que había sido lanzada en 1968 por N.G.L. Hammond, no pudo ser verificada hasta entonces. Este descubrimiento arqueológico ha sido uno de los más importantes del siglo XX en Europa, no solo por su magnífico estado de conservación, pues la tumba se encontró intacta, sino también porque nos ha permitido conocer aspectos fundamentales de la monarquía macedonia, así como de la idiosincrasia de este pueblo, cuna de Alejandro Magno. La estructura de la tumba La tumba de Filipo II presenta la estructura habitual de las tumbas macedonias. Una construcción abovedada compuesta por dos cámaras separadas por una puerta de mármol a la que se accede franqueando una fachada monumental a la que conduce un dromos. La tumba está cubierta por un gran túmulo delimitado por un perímetro bien definido, llamado periboloi. Lo primero que llamó la atención de los arqueólogos fue la gran acumulación de ladrillos que se encontraban amontados en el sector oeste de la bóveda, algunos de ellos con claras señales de haber sido dañados por el fuego. El hecho de que muchos de ellos hubieran dejado su impronta en el estuco que cubría la bóveda de la tumba, hizo pensar en un primer momento a Andrónicos que eran fruto de un trabajo realizado con mucha prisa, apilados sin dejar siquiera que se secara la obra principal. Sin embargo, al comenzar a investigar en detalle los restos que contenía la estructura que formaban, aparecieron dos espadas incineradas, puntas de lanza de hierro y partes de arreos de caballo. Un

estudio más detallado, reveló también la presencia de fragmentos de marfil, relieves con figuras humanas y restos de animales, todos ellos también incinerados. La conclusión, por tanto, era muy diferente: el equipo de investigadores estaba ante los restos de una gran pira funeraria. El interior La fachada monumental, con una puerta de mármol flanqueada por dos columnas de estilo dórico, daba acceso al interior de la tumba. En su parte superior, un friso decorado con un fresco, en un aceptable estado de conservación, representa una magnífica escena de caza en la que aparecen Alejandro Magno, a caballo, en el centro de la escena, y Filipo II, a pie, alanceando a un león. Se trata de la simbolización de la sucesión al trono encarnada en un acto que constituía una costumbre ancestral y de gran importancia para los macedonios: la caza. La actividad cinegética era la protagonista principal de una institución de gran importancia en la sociedad macedonia: la ephebeia. Un rito de paso que tenían que afrontar todos los jóvenes varones macedonios antes de considerarse adultos y tener derecho, por tanto, a portar armas. El cometido no era otro que matar un animal con sus propios medios. Esta escena que presenciamos en la fachada de la tumba de Filipo es la expresión simbólica de otro paso, el que convierte a Alejandro en rey, manifestado a través de una costumbre que se enraíza en los orígenes del propio reino. El interior está dividido en dos cámaras. En la primera aparecieron improntas de muebles de madera, ya desintegrados, en el suelo. A uno de los lados se encontró un sarcófago de mármol, en cuyo interior había un cofre de oro con la estrella argéada. Al abrir el cofre, los arqueólogos encontraron una corona de oro y unos tejidos, que protegían restos humanos incinerados. En el suelo, justo en el umbral de la puerta de

mármol que da acceso a la cámara principal, aparecieron algunas armas, entre ellas un gorytos y flechas que todavía conservaban partes de madera. La cámara principal presentaba un aspecto parecido. Improntas de muebles de madera en el suelo, un sarcófago de mármol que contenía una urna de oro decorada con la estrella argéada en cuyo interior había también restos humanos incinerados y una corona de hojas de roble de oro, al estilo de la realeza macedonia. A la izquierda del sarcófago se encontró una espada, grebas, fragmentos de un escudo y una vajilla de bronce, destinada probablemente al baño del difunto. A la derecha se halló otra vajilla, esta vez de plata, probablemente utilizada para las libaciones. Bajo el sarcófago apareció la gran coraza de la panoplia de Filipo. La tónica general de la decoración de estos objetos era la figura de Heracles, de quien la dinastía argéada se consideraba descendiente a través de Témeno, de ahí que también fueran llamados Teménidas. El análisis de los restos En octubre de 2014 se presentó un estudio de un equipo de la Universidad Aristóteles de Tesalónica, dirigido por Theodore T. Antikas, en el que se actualizaban las investigaciones llevadas a cabo en 1981 y 1990. Para este nuevo análisis se aplicaron métodos hasta entonces no utilizados, como escáneres de última generación, y test físico-químicos (eSEM y XRF) para crear una gran base de datos que contuviera 4000 fotos de un total de 450 restos y fragmentos localizados en la tumba. El análisis de los fragmentos óseos de pelvis de los restos humanos hallados en la cámara principal permitió identificarlos con los de un varón de una edad situada entre los 41 y los 49 años. El individuo sufría una sinusitis crónica y una lesión maxilar que podría estar relacionada con un trauma facial, que nos recuerda al que se saldó con la pérdida de un ojo por parte de Filipo en el

asedio de Metone (Justino, VII, 6-14). También mostraba signos de pleuritis en las costillas inferiores causada por un hematoma o neumotórax, quizás como consecuencia de la rotura de una clavícula, hecho que también nos relatan las fuentes (Demóstenes, Cor., 67). Se pudo deducir por ciertos marcadores que tenía algunas lesiones provocadas por un desmesurado ejercicio de la equitación. También se detectaron lesiones en el metacarpiano izquierdo, provocadas por un objeto afilado. Respecto a los restos femeninos, los análisis determinaron que correspondían a una mujer que mostraba cambios degenerativos provocados por un exceso de la práctica de la equitación. Sufrió una fractura de comprensión Schatzker IV en su meseta tibial izquierda, que pudo haberle causado atrofia, cojera y, probablemente, deformidad. Se trataba, sin embargo, de una mujer joven, cuya relación con el gorytos de oro permitió identificar con la hija del rey escita Ateas, con quien Filipo tuvo relación (Justino, IX, 2-3). El ideal homérico La tumba de Filipo II puso de manifiesto una serie de datos que nos permiten vincular su enterramiento con dos ceremonias de las que nos han dado testimonio las fuentes: los oficios fúnebres en honor de Hefestión (Flavio Arriano, VII, 14) y la ceremonia que Aquiles organizó como homenaje a su querido Patroclo (Homero, Ili., Canto XXIII). El que más nos interesa es el segundo, puesto que es el que nos permite entroncar la ceremonia funeraria de Filipo con el ideal heroico transmitido por Homero. En ambos casos estamos ante una gran pira funeraria – ua do po fi llega o al luga que Aquiles les había indicado, depositaron en el suelo el cadáver y apilaron la leña en cantidad abundante (XXIII, 140). En el enterramiento de Filipo, encontramos restos de arreos de caballos y huesos de perros – e t e g a des ge idos, a ojó

decididamente a la pira cuatro caballos de altiva cerviz. Contaba además el soberano Aquiles con nueve perros que alimentaba a su mesa, de los cuales cogió a dos, y cortándoles la garganta, les echó también a la pira (XXIII, 170). También tenemos presencia de armas de guerra – se alzaron se istie o las a as de gue a… “us o pañe os de a as lle a a a Pat o olo (XXIII, 133). En ambas se realizan libaciones – A uiles, o u a opa de do le asa e la mano, estuvo sacando vino de una crátera de oro y derramándolo por el suelo hasta empapar la tierra sin dejar de invocar al al a del desdi hado XXIII, 8 . Los estos se guardan en una urna de oro – ¡Luego colocaremos sus huesos en una urna de o o! XXIII, . “e o st u e u tú ulo artificial – T aza o u í ulo pa a la tumba y pusieron los cimientos alrededor de la pira, sobre la que luego vertieron o to es de tie a XXIII, 8 . Y, au ue no en el caso de Filipo, pero sí en otras tumbas, como la atribuida a Alejandro IV y también narrada en el caso del enterramiento de Hefestión, tenemos juegos fúnebres – A uiles detu o allí mismo a las tropas y mandó que se sentaran en un ancho círculo para presenciar una o peti ió … E p i e luga desig ó magníficos premios para los veloces au igas XXIII, . El arquetipo mítico de la cremación es la muerte de Heracles. Según nos cuenta Apolodoro, Heracles, convencido de que su vida se acababa, viajó hacia el este, hasta la cumbre del monte Eta, donde construyó una gran pira funeraria y se subió a ella (Apolodoro, Bibl., II, 7, 7). Hay diferentes versiones sobre el mito, especialmente referidas al ejecutor del fuego, pero lo importante es que este mito es quizás el que prefigura esta costumbre heroica de incinerarse en una pira, poniendo fin a la vida terrenal para iniciar una nueva vida en la que sólo permanecerá su sombra, pero en la que Heracles participará en el banquete

de los inmortales. Es por esta razón por la que los reyes macedonios, celosos de su relación con el héroe, se reservaron este rito en exclusiva, aunque a partir del siglo V a.C. se extiende a las reinas y, progresivamente, a los compañeros (hetairoi) y al resto de la población, ya en época de Filipo II. La monarquía macedonia La dinastía teménida se mantuvo en el poder desde la fundación del reino, que podemos remontar al año 650 a.C. de la mano de Pérdicas, el primer rey que citan las fuentes. Estamos ante un hecho extraño en el contexto histórico griego, en el que diferentes regímenes políticos se sucedieron a lo largo de toda su geografía. Algunos autores, como Robin Lane Fox, han vinculado esta longevidad al aislamiento natural del reino macedonio. Sin embargo, las fuentes nos muestran a reyes interesados en la política y la cultura del resto de Grecia, como es el caso de Alejandro I, llamado Filoheleno (498-454 a.C.) o de Arquelao (413-399 a.C.). Durante el reinado de este último, intelectuales como Eurípides acabaron viviendo en la corte macedonia. No se puede hablar, por tanto, de un aislamiento total. Hay dos factores que ayudan a comprender mejor este fenómeno de permanencia: la amenaza constante de los pueblos vecinos, especialmente de tracios e ilirios, que hacían necesario un liderazgo firme que diese cierta estabilidad al pueblo, y la idiosincrasia de la monarquía macedonia, que arraiga en el mismo origen del reino. La dinastía teménida es el prototipo de monarquía heorica, de la que nos hablaría Aristóteles, un buen conocedor de la corte de Filipo, pues su su padre, Nicómaco, fue médico de Amintas, padre del rey macedonio y él mismo fue designado como instructor de Alejandro. El estagirita nos di e ue este tipo de o a uías: e a voluntarias y conformes al uso y costumbre

de la patria y a las leyes, porque por haber sido los principales en hacer bien al pueblo con sus artes, o con las cosas de la guerra, o por serles guías y repartirles las tierras, fueron, por voluntad del pueblo, electos como reyes y, a los que les sucedían, entregábaseles [el reinado] como posesión de patrimonio. Éstos, pues, tenían señorío sobre el gobierno de la guerra y sobre el hacer los sacrificios, en lo que no tocaba al oficio de los sacerdotes y, además de esto, eran jueces en los pleitos. Desempeñaban esta función, unos con juramento y otros sin él, y el juramento consistía en levantar el et o ha ia a i a A istóteles, Pol., III, 9, 1285b). El fastuoso entierro de Filipo, que nos recuerda a las grandes ceremonias funerarias descritas por Homero, es, por tanto, una manifestación más del carácter heroico de la monarquía macedonia, que necesitaba de este tipo de refuerzos propagandísticos para mantenerse en el poder, puesto que no era hereditaria de derecho, solo de hecho. Estas exaltaciones funerarias ayudaban a unir al pueblo con sus héroes, en un período convulso en el que la recuperación del pasado heroico era una garantía de estabilidad en el presente. Esta tendencia, que fue una costumbre en las familias de aristoi en el siglo VIII a lo largo de toda Grecia, se mantiene en Macedonia hasta el siglo IV a.C. y la vemos incluso en la campaña asiática, en la que Hefestión es honrado de esta manera por Alejandro. Autor Mario Agudo Villanueva Bibliografía Andronikos, M. Vergina: the Royal Tombs. Atenas, 1994. B ekoulaki, H. Pai ti g at the Ma edo ia ou t , e He a les to Ale a de the G eat. Oxford, 2011.

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