Figuras históricas y configuraciones actuales para una arqueología del Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD) en la infancia

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Descripción


Sociedades, Cuerpos y Saberes Biomédicos
V Taller de Historia Social de la Salud y la Enfermedad
Buenos Aires, del 3 al 5 de octubre de 2012
Sede: Centro Cultural Borges (UNTREF)






Figuras históricas y configuraciones actuales para una arqueología del
Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD) en la infancia.



Eje temático: Saberes médicos: circulación, apropiación, difusión y
resistencias.
Autora: Bianchi, Eugenia. Becaria Tipo II – CONICET.
[email protected].
Inserción Institucional: Instituto de Invest. Gino Germani (F. Cs. Soc.).
UBA. CONICET


Introducción

Analizar los procesos actuales de diagnóstico y tratamiento por ADHD en
niños/as desde una perspectiva arqueológica, habilita la consideración de
la dimensión del saber a la luz de dominios de análisis específicos.
En este escrito recupero discursos y prácticas de diversos campos que son
pasibles de ser puestos en relación en torno al ADHD. Siguiendo este
enfoque, el objeto a analizar (el ADHD) no preexiste a esos discursos y
prácticas que lo toman como referencia. Por el contrario, es como resultado
de esta articulación y enlace, y de sus distancias y dispersiones en un
momento histórico específico, que aquel se ha conformado como objeto
susceptible de análisis desde múltiples campos disciplinares.
Busco contribuir a responder la pregunta arqueológica, acerca de cuáles han
sido las condiciones de posibilidad para que la figura del niño desatento e
hiperactivo haya caído bajo la égida médico-psiquiátrica, constituyéndose
como objeto de saber-poder, vía construcción del ADHD como trastorno de la
conducta.
Tomé para ello documentos de diversos campos del saber: psicología,
neurología, psiquiatría, psicopedagogía, criminología, etc. que han
circulado, tematizando la infancia anormal. Con estos documentos
fundamentaré el análisis del ADHD como una formación discursiva, y señalaré
algunas figuras de infancia relevantes para ubicar capas arqueológicas en
dicha formación.
La unidad que ostenta el ADHD hoy como categoría médico-psiquiátrica es un
producto histórico. Con anterioridad a que los signos descriptos como
propios del ADHD fueran objeto del discurso médico, y se codificaran con
parámetros y lógicas de la ciencia médica, las figuras de infancia hoy
incluidas en esta categoría eran objeto de múltiples discursos,
dispositivos, tecnologías, etc. y no todos provenían del campo de la salud,
o la salud mental.

El ADHD como formación discursiva y la superficie de emergencia

Ubicar al ADHD como formación discursiva, supone entenderlo como un
conjunto de enunciados articulados con prácticas concretas. Esta
articulación no constituye un sistema homogéneo, la dispersión es una
característica fundamental del mismo, y los enunciados y prácticas pueden
provenir de ámbitos disímiles (Foucault, 2002; Murillo, 1996).
Distintos discursos son parte de una misma formación discursiva, si
aparecen en un período determinado (simultánea o sucesivamente), si tienen
una coyuntura histórica semejante; si responden a las mismas
preocupaciones, intereses o problemas; es decir, si tienen una misma
superficie de emergencia.
Una formación discursiva puede tener diferentes superficies de emergencia
(Foucault, 2002). Aquí, abarco entre fines del siglo XIX y la segunda
década del siglo XX, en Europa (Francia, España), Estados Unidos y
Argentina. Esta coexistencia tiene pertinencia histórica: en Europa y
Estados Unidos, entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, se
implementan una serie de instrumentos para la identificación de los niños
que "no podían responder a las exigencias de las escuelas públicas" (Talak,
2005: 584). De la mano de esta detección, se gestan las primeras
alternativas de intervenciones educativas para instruirlos. El uso de test
de examen y clasificación ocupó un lugar importante en estas modalidades.
Asimismo, la noción de peligrosidad aflora como uno de los principales
problemas. Estudios de los casos francés (Muel, 1991) y argentino (Dovio,
2009; Talak y Ríos, 2002) han señalado la preocupación compartida desde
perspectivas criminológicas, psicológicas, médicas y sociológicas, por la
proliferación de niños en las calles de París o Buenos Aires de fines del
siglo XIX y principios del XX. La permanencia en el sistema escolar de
niños de los sectores populares aparece como el conjuro contra "una serie
de conductas ligadas a la 'mala vida', como la vagancia, la mendicidad, la
prostitución y como un lugar de entrada de los más pequeños a la vida del
delito" (Dovio, 2009: 50). Y es un intento por minimizar los perjuicios
futuros, tanto para el niño proto-delincuente, como para la sociedad en su
conjunto.
Desde el campo médico, jurídico y escolar se producen contribuciones a la
creación de un "mercado de la infancia", redundando en la formación de un
nuevo campo, el médico-pedagógico, cuya particularidad radica (en
Argentina, como en Francia) en el vínculo que establece con un sistema
escolar primario laico, gratuito y obligatorio.
La definición de este mercado tiene un correlato en la conformación de un
corpus científico y de taxonomías que entra en competencia con la
nosografía psiquiátrica, y que está orientado por la exigencia de ciertos
agentes sociales a "encontrar una especificidad que manifieste definir casi
directamente las categorías de niños que se derivan de ella" (Muel, 1991:
132). La autonomía del mundo infantil respecto del adulto justifica la
creación de un cuerpo de especialistas que, con la escuela primaria como
base, provean términos clasificatorios y corpus científicos para la
infancia anormal.
En este marco, el término anormal comienza a ser asociado "a todo lo que se
separa manifiestamente de la cifra media para constituir una anomalía"
(Cuello Calón, 1911. Citado en Talak, 2005: 584). Dicha media puede ser
determinada en el ámbito escolar, dado que la escuela aparece como
escenario natural del ser humano en desarrollo.
Vale remarcar qué es considerado un niño normal, parámetro contra el cual
detectar la multiplicidad de anomalías. El jurista español, E. Cuello Calón
se explaya:









Sin embargo, estas indicaciones no siempre resultan suficientes para el
establecimiento de la divisoria entre normalidad y anormalidad. El
psiquiatra español G. Lafora advertía, en Los niños mentalmente normales,
de 1917, que:












Es contra estos fondos (de épocas, de países, de conceptos, y de intereses
respecto de la infancia) que los enunciados trabajados aquí son
susceptibles de integrar una formación discursiva común.
Respecto de la dispersión como un elemento central de las formaciones
discursivas, los enunciados elegidos marcan una serie de observaciones,
descripciones, diagnósticos, prescripciones, hipótesis, tratamientos,
instrumentos, que han sido pronunciados respecto de la infancia desde
diferentes campos de pensamiento.
El campo de la infancia anormal se encontraba anudado al de la infancia
delincuente, a partir de la noción de peligrosidad. Señala Murillo (2000)
que la peligrosidad se ubica en el cruce de lo psiquiátrico y lo jurídico.
El niño fue pensado como un elemento más de la serie de peligrosidad
constituida también por el loco, el salvaje, el criminal, el proletario y
el animal (Varela y Álvarez-Uría, 1991; Castel, 1986), correspondiendo al
gobierno de esta serie el modelo de un Estado tutelar.
Bajo la modalidad tutelar se gestionó el cuidado, expresado como
corrección, tratamiento y psicologización (Donzelot, 1998). Y la escuela
cumplió un rol en esta gestión.
Como resume Huertas (2005) la misión tutelar se orientó a la protección,
socorro y educación del niño desamparado, a la corrección del niño difícil,
y al castigo del futuro niño delincuente, en un intento de paliar ciertas
potencialidades, tanto en lo atinente a la falta de productividad, como a
la beligerancia con normas establecidas, que en un extremo podían
convertirse en revolucionarias.
Establecida como un saber normativo por excelencia, la medicina colaboró
con el derecho y la pedagogía en la tarea de diagnosticar, clasificar y
tratar a la infancia degenerada, con objetivos y resultados disímiles en
los diversos casos.
En consonancia con estos planteos, para Rossi (2003a) es posible hablar de
una trama en construcción, que abarca el período comprendido entre el
último cuarto del siglo XIX y la primera década del siglo XX, en relación a
la progresiva especificidad en las prácticas psiquiátricas y psicológicas
con niños en Argentina, identificando tres ámbitos desde los que se
produjeron aportes: 1) la medicina, primordialmente la medicina mental,
aunque con contribuciones de la pediatría y la neurología; 2) la pedagogía,
en ocasiones mencionada como psico-pedagogía, por sus vínculos con la
psicología infantil o pedagógica; 3) la criminología, en tanto discurso
jurídico referido a temáticas médico-legales y de control socio-penal sobre
la niñez.

Dispositivos, saberes, terapéuticas y tecnologías en torno a la infancia
anormal

Avanzando en otras instancias de delimitación del ADHD como formación
discursiva, se cuentan algunos dispositivos y saberes que se diseñaron,
aplicaron, convocaron o correspondieron al gobierno de estas categorías de
infancia.
También algunas terapéuticas y tecnologías, que no revisten la misma forma
en todos los casos, ya que del análisis de los documentos resulta que las
estrategias terapéuticas y de moralización de las diferentes figuras de
infancia no fueron unívocas ni homogéneas, destinándose asimismo diferentes
dispositivos para el logro de los objetivos.
Se verifican casos en los que el destino es un tratamiento dentro de la
escuela, o en escuelas especiales, y otros en los que la estrategia incluye
la segregación en espacios terapéuticos cerrados de corte médico. También
es señalado en los diferentes casos, el establecimiento de un circuito
merced al cual los niños, una vez diagnosticados como anormales, "dejan de
ser peligrosos para ingresar en un mundo a la vez médico, filantrópico y
pedagógico" (Varela y Álvarez-Uría, 1991: 230).
La escuela y la familia
La gestión estatal en torno al niño se organizó alrededor de la escuela,
que operó en ese período en la modalidad de la obligatoriedad escolar
(Muel, 1991; Varela y Álvarez-Uría, 1991), y tomó forma en nuestro país
bajo el modelo de una pedagogía laica (Murillo, 2005). En ella irán
convergiendo progresivamente las dos grandes tipologías de infancia
necesitadas de moralización: la infancia delincuente (que no cumplimentaba
la obligatoriedad escolar) y la infancia anormal (que, aún cumpliendo, no
podía asimilar las normativas y aprendizajes).
La escuela primaria se inscribe en una tendencia creciente a ser admitida
como el espacio de socialización natural de los niños, y opera como
explicación de la imputación de delincuencia hacia quienes le son
refractarios, prefiriendo "la fascinación de la calle y el tumulto urbano
al silencio disciplinario y a la inmovilidad del aula" (Varela y Álvarez-
Uría, 1991: 219).
Diseñada como un medio artificial para convertir a los niños salvajes en
seres civilizados, exige la adaptación a las normas pedagógicas de la
institución, y tiene en la medicina mental a la encargada de resolver el
problema de quienes no asisten a la escuela (infancia delincuente y pre-
delincuente), y de reciclar a los inadaptados escolares en un campo de
nueva creación: la psicopedagogía.
Ariès (1987) entiende que la escolarización es un aspecto más del proceso
de moralización de los hombres, realizado por los reformadores católicos y
protestantes, por la iglesia, por la magistratura y el Estado. Sin embargo,
la puesta en práctica de las estrategias vinculadas con dicho proceso
requirió de la participación de otro dispositivo en juego: el familiar.
El niño gobernado a través de la escuela es también la piedra de toque para
el gobierno de la familia, gobierno que tiene en la psiquiatría uno de sus
agentes más conspicuos. La organización de la familia en torno al niño, y
la importancia que éste adquiere, conducen a la incorporación de
directrices moralizantes en las familias anormales, necesarias dado que la
falta de vigilancia de los padres, su brutalidad o su moralidad malvada
eran generalizadas. Estas directrices se justificaban porque las clases
peligrosas también eran un peligro para sus hijos, y responsables de su
comportamiento, integridad física y moral; en suma, de su normal
constitución.
Escuela y familia se configuran así, como "instituciones socializadoras,
regeneradoras y educadoras, pero también [como] espacios de control social
blando" (Huertas, 2005: 380), en contraposición y complemento de la cárcel
y el manicomio, expresiones más tradicionales del control social duro.

Infancia, psiquiatría y psicopedagogía

Las infancias peligrosas y anormales funcionaron como el campo en el cual
se arraigaron y expandieron las prácticas psiquiátricas y psicológicas
(Varela y Álvarez-Uría, 1991). Menciono a continuación algunos puntos que
conectan con este estudio.

a. Psiquiatría e infancia

Foucault (2001) plantea una hipótesis que diverge de planteos que entienden
que la psiquiatría incorporó a la niñez posteriormente a la inclusión del
adulto, como resultado de una extensión en su dominio. Para Foucault el
proceso fue diferente: fue la infancia la que operó -desde mediados de
siglo XIX- como punto de referencia central y constante en el
funcionamiento de la psiquiatría, como una de las condiciones históricas de
su difusión, y fue a través de aquella que la disciplina psiquiátrica logró
captar a y extenderse hacia la población adulta.
Para Foucault la psiquiatría se conforma a fines del siglo XVIII y
principios del XIX como una rama de la higiene pública, y no como una
especialidad médica. Esta formación vinculada a la protección social, a la
higiene del cuerpo social en su totalidad, conduce a la psiquiatría a dos
operaciones de codificación de la locura.
Para instituirse como saber médico, la psiquiatría debió por un lado
codificar la locura como enfermedad, patologizando los desórdenes, los
errores, las ilusiones. Y hacerlo con el lenguaje, instrumentos y métodos
del saber médico, registrando sintomatología en historias clínicas,
elaborando o siguiendo nosografías, realizando observaciones y pronósticos,
etc. Pero por otro lado, debió codificar a la locura como portadora de
peligros, lo cual habilitaba el accionar de la psiquiatría, en tanto rama
de la higiene pública.
De los elementos identificados por Foucault en relación al papel de la
infancia en la psiquiatría, dos resultan pertinentes. El primero es que
esta consideración de la infancia como punto focal y no lateral, en torno
del cual se organizan la psiquiatría del individuo y de las conductas,
permite que la psiquiatría entre en correlación con la neurología y con la
biología general. Luego de mediados del siglo XIX, la psiquiatría ya no
necesita imitar a la medicina orgánica para ser considerada una ciencia, ni
utilizar un corpus conceptual isomorfo al de la medicina. La neurología del
desarrollo, por un lado, y las concepciones evolucionistas de la biología
general, por otro, se convierten en el aval para que la psiquiatría pueda
funcionar como saber médico-científico.
Como lo ilustran varias de las figuras trabajadas, la infancia ha sido
blanco dilecto de aplicación de esos saberes. Pero además, esos avales
mencionados por Foucault encuentran hoy en el ADHD un marcado espacio de
expresión y funcionamiento.
El otro elemento que vale recuperar, de los señalados por Foucault, es que
la infancia le brindó como insumo de análisis a la psiquiatría la noción de
estado de desequilibrio, como el estado en el que los elementos del
organismo funcionan de una manera que, sin ser patológica o enferma,
tampoco es considerada normal. El señalamiento de una falta de equilibrio
en el organismo, está presente en algunas de las figuras mencionadas.
También en la actual configuración del ADHD es rastreable la idea de un
desequilibrio cerebral particular.

b. Psico-pedagogía para (a)normales

La naciente pedagogía moderna cumplirá el rol de moralizar, tanto a los
niños que no se adaptan a la escuela primaria obligatoria, como a los que
se mantienen alejados de ella. Bajo su égida quedarán incluidas además,
otras figuras peligrosas. Como explica Giner de los Ríos, filósofo español
de la educación, en La pedagogía correccional o patológica:
















En este nuevo campo en gestación, la elaboración de clasificaciones fue
tomando forma, desde los primeros y más rudimentarios intentos, hasta
aquellas que pudieron sostenerse en herramientas tomadas de los saberes y
disciplinas de la salud: medidas, controles, pruebas, observaciones, etc.,
que permitieron el surgimiento de la pedagogía correctora.
La búsqueda de parámetros de normalidad en los niños se realizó en la
escuela pública, entendida como laboratorio de psicología experimental,
tanto para una psicología evolutiva, como para una psicopedagogía. Ambas
concebían el ambiente escolar como espacio neutral, capaz de
instrumentalización para controlar y modificar variables (Borinsky y Talak,
2005).
De manera que a toda la serie de niños "turbulentos, indóciles, retrasados,
inadaptados, inestables, débiles y deficientes" (Varela y Álvarez-Uría,
1991: 225) les depararía el aislamiento en un laboratorio de observación,
con el objetivo de formalizar técnicas psico-pedagógicas generalizables a
toda la población escolar.
Siguiendo a Borinsky y Talak, es posible trazar lazos estrechos entre la
psiquiatría y la psicopedagogía. Aluden a los trabajos de los psiquiatras
Kanner y Ajuriaguerra, que ubican a los educadores y pedagogos como los
precursores de los psiquiatras infantiles, que tomaron a su cargo la
reeducación de las deficiencias sensoriales y el atraso mental. El primer
equipo médico psicopedagógico fue el que integraron Seguin y Esquirol, el
primero como educador, y el segundo como psiquiatra.

El trabajo arqueológico. Figuras históricas para configuraciones actuales

Es teniendo en cuenta las delimitaciones y cruzamientos entre estas
instancias, saberes, prácticas e instituciones, que analizo las distintas
figuras de infancia seleccionadas.
Como resultado del análisis de los documentos, pueden postularse dos
dimensiones principales para pensar las condiciones de posibilidad para la
emergencia del ADHD como trastorno de la conducta infantil: la dimensión
conductual y la dimensión neurológica. Estas dos líneas circularon con
relativa autonomía entre sí, con fuerza descriptiva y explicativa dispar en
cada una de las figuras relevadas.
Existe un tercer aspecto, sin embargo, que también aparece: la dimensión de
la moral. El defecto mórbido en el control moral gravitó durante el período
contemplado como un elemento lateral, que no llegó a enlazar
discursivamente, de un modo convincente en términos médicos, a la dimensión
conductual con la neurológica, hasta que la epidemia de encefalitis
letárgica evidenció la utilidad de anudar la condición neurológica con los
comportamientos desviados.
Este anudamiento aparece así como una capa arqueológica sustancial para el
desbloqueo de la actual concepción del ADHD. Aunque la apelación a la moral
no es enunciada como categoría en las nosologías posteriores (hiperkinesia,
disfunción cerebral mínima, etc.), sí se mantuvo el enlace entre la
condición neurológica y los comportamientos desviados, enlace que en la
actualidad forma parte importante de la configuración del cuadro de ADHD.
Como trabajo más adelante, es posible considerar una dimensión descriptiva,
que se corresponde con aspectos conductuales, y otra dimensión etiológica,
que ubica las causas del cuadro en especificidades neurológicas.
Gráficamente:


Niños atolondrados, imbéciles e idiotas: el énfasis en las conductas
desordenadas y la mirada médica

En Arqueología de la escuela, Varela y Álvarez-Uría exponen una idea
central para esta investigación: en la España de principios de siglo XX la
proliferación de "niños rebeldes, incorregibles, turbulentos, niños
desordenados, inadaptados que contagian a sus compañeros y rompen el orden
de la clase" (Varela y Álvarez-Uría, 1991:224) exige el despliegue conjunto
de la autoridad magisterial y el poder médico, para diagnosticar la
anormalidad.
Merced a este accionar articulado, las técnicas fabricadas para la infancia
deficiente y anormal se generalizan a todos los ámbitos escolares. Se
destaca entre las diversas categorías de alumnos el niño atolondrado, cuyas
características describe el psiquiatra español Vidal Perera en 1908:




El enfoque está puesto en la descripción en las conductas que exhibe el
niño atolondrado, resaltando el carácter anárquico e infértil de las
mismas. Vale retener este acento puesto en lo conductual -como
manifestación de la incorrección del razonamiento-, dado que constituirá
una de las dos facetas principales que se hallan en el actual diagnóstico
de ADHD.
En Argentina, los problemas de aprendizaje constituyeron el foco de interés
de médicos y pedagogos, en especial aquellos que se manifestaban como
dificultades de adaptación y asimilación a los parámetros educacionales,
sociales y morales. Frente a esta situación, la mirada clínica es una
herramienta fundamental en la detección de tales anomalías. A principios de
siglo XX, Rodolfo Senet mencionaba:








La observación de las conductas en los niños permite efectuar tanto un
diagnóstico, como un pronóstico de sus itinerarios vitales. Víctor Mercante
subraya la importancia de la realización de estudios metódicos en los
niños:








Dos cuestiones remarcables son el acento puesto en la mirada entrenada en
términos médicos del pedagogo, y la prognosis que dicha mirada habilita.
Un correlato de estas figuras, pero codificada como enfermedad, son las
nociones de idiocia e imbecilidad. En la actualidad, estas nociones se han
extendido en el lenguaje corriente, relajándose su significado clínico.
Pero a fines del siglo XIX estaban contenidas en la literatura médica.
Ireland distingue los dos términos:







La imbecilidad denota una condición menos severa que la de la idiocia, pero
la diferencia entre ambas no es clara. El idiota aparece como un individuo
con un desorden orgánico que es datado en las primeras fases de la vida. El
imbécil es caracterizado como una persona con una sintomatología de un
grado menor que el idiota.
Para la misma época, Mercier ubica al idiota como un individuo con un
desarrollo pobre en el nivel más básico de la existencia humana.
Representan un peligro para sí mismos, por la ausencia total de cuidado
respecto de su entorno, mientras que los imbéciles constituyen un nivel
ligeramente más alto, aunque igualmente inadecuado de desarrollo:








La noción de imbecilidad fue abandonada por la medicina, en parte porque no
ofrecía explicaciones acerca de las causas de la condición. Pero dejó su
impronta como una capa arqueológica para pensar el ADHD en la actualidad,
por su acento puesto en las conductas de esos niños, y sus fallas en un
funcionamiento ajustado con el ambiente circundante.
A fin de la primera década del siglo XX, Tredgold publica Mental deficiency
(Amentia), en el que tipifica como débiles mentales (feebleminded) a
quienes portan un defecto mental, sin un correlato de discapacidad
intelectual severa. Las deficiencias se expresaban en el sentido común,
juicio, control inhibitorio de los instintos primarios y "atención activa",
dejando a los pacientes con "ausencia en la habilidad de control,
coordinación y adaptación de sus conductas a los requerimientos de su
entorno" (Tredgold, 1952: 162-3, 328. Citado en Nefsky, 2004: 6. Traducción
propia).
A principios de siglo XX, se publica en nuestro país, en la Revista
Archivos de Psiquiatría, Criminología, Medicina Legal y Ciencias Afines, un
artículo del Dr. Blin, médico francés para quien este grupo de niños
presentaba un:






Como parte de un accionar articulado de dispositivos, las conductas
acontecidas al interior de la escuela se codificaron mediante categorías
psicopatológicas como las mencionadas. Las dificultades en la adaptabilidad
a la rutina escolar se asociaron a los estadios del desarrollo normativo
infantil. El retraso mental, por ejemplo, se ubicó dentro del campo de las
pequeñas anomalías de conductas, y se caracterizaba porque las funciones
mentales se presentaban atrofiadas, y de modo grosero (Muel, 1991). La
abstracción o el sentido estético, por el contrario, permanecían
inaccesibles a quienes lo padecían.

El niño inestable y la desregulación neurológica

Otra faceta, con énfasis en el aspecto neurológico, se encuentra en los
análisis de Muel, quien identifica en la Francia de principios de siglo XX
una transformación en la preocupación por la enseñanza de los niños
anormales. Con la extensión del discurso científico médico-pedagógico, y la
recuperación de categorías psiquiátricas acuñadas en el siglo anterior, se
gesta la figura del niño inestable. De acuerdo con la clasificación del Dr.
E. Régis de 1909, que aparece en el artículo Les classes d'anormaux à
Bordeaux, publicado ese año en la Revue Philantropique:



El médico ensaya una explicación etiológica que alude a la "desvergüenza
muscular":







La explicación se asienta en la idea de desajuste, de ausencia de armonía y
balance en el funcionamiento del cuerpo del niño inestable. Estos cuerpos
en movimiento no se someten a los corsés disciplinarios y posturales, y la
elusión de la docilidad física termina por convertirse en indocilidad moral
(Varela y Álvarez-Uría, 1991).
Además, la peligrosidad se expresa en que el desequilibrio fisiológico del
niño inestable se pone en consonancia con su trayectoria vital, de modo que
-de no mediar tratamiento- su actual condición es susceptible de continuar
a futuro, con figuras de anormalidad diferentes.
Este énfasis en señalar las fallas en el cumplimiento de las diversas
funciones orgánicas, es un componente fundamental en la conceptualización
del niño desatento e hiperactivo.
La figura del inestable también aparece en nuestro país, aunque descripta
de un modo diferente. Menciono aquí dos ejemplos.
El primero remite al trabajo de Rossi (2003a, 2003b), quien revisó las
tesis de la Facultad de Medicina de la UBA anteriores a 1900, ubicando la
primera tesis dedicada a infancia y patología mental en 1888. Un
antecedente a esa presentación lo constituye la reiteración de tesis
dedicadas al abordaje de la Corea en la infancia, como enfermedad
convulsiva -tal es el modo en que se describe en la primera tesis que la
trabaja, en 1880-. Agrupada con la histeria y la epilepsia, la
sintomatología es caracterizada por




El segundo se encuentra en una historia clínica publicada por Mercante en
la Revista Archivos, en 1905. La finalidad de la publicación era más de
índole pedagógica que criminológica, y estuvo centrada en los aspectos
diagnósticos de los casos, sin una indicación de terapéuticas. Las
historias retratadas referían a niños con acusaciones de comisión de
delitos de un amplio espectro, abarcando desde riñas callejeras o delitos
contra la propiedad, hasta homicidios o fratricidios. Éste último es el
caso de G., que presenta algunas características relevantes.
Contando con 16 años al momento del procesamiento, el análisis de Mercante
sobre G. reposa en la falta de adaptación al espacio familiar y escolar.
Fueron sus maestros los que detectaron su "inestabilidad emocional". Uno de
ellos señala que G:












El diagnóstico de G. se estructuró en torno a su escaso "sentido moral",
definiéndolo como un epileptoide con caracteres de debilitamiento psíquico.
La dimensión de lo moral está presente en el análisis de Mercante, como
elemento biológico congénito, pero que debía ser enfatizado por la familia.
Como señala Dovio, el sentido moral "se constituyó de la mezcla, en el
tejido y entrelazamiento entre lo hereditario y hábitos sociales
construidos por imitación, y en algunos casos, por inculcación y enseñanza.
Fue definido por Mercante como una conciencia que obraba automáticamente
cuando se producían actos y servían para frenar, si los órganos estaban
sanos, las pasiones o emociones irrefrenables" (Dovio, 2009:63).
Dicho sentido moral podía alterarse por un conglomerado multiforme de
factores, entre los que se contaban los orgánicos, asociados a signos de
atavismo e involución, la precariedad de la situación económica y la
corrupción de los hogares familiares, dificultando su capacidad para
combatir en la "lucha por la vida".

Still y el defecto mórbido en el control moral. Condiciones para el enlace
entre lo conductual y lo neurológico

La apelación a la moral como modo de tratamiento, pero también la
consideración de la moral como una variable cuyas alteraciones son
indicador de patología, aparecen en las figuras seleccionadas. Un capítulo
en los intentos por ubicar al interior del dominio médico a los problemas
de la moral en la infancia se rastrea en los trabajos de Sir George F.
Still, pediatra inglés que realiza una serie de lecturas de historias
clínicas en el hospital del King's College en Londres, en 1902. De un total
de 43 niños, Still observa que 20 de ellos:




En los restantes 23 casos Still halló correlación con retraso intelectual.
Si bien una de las características más salientes relatadas era la
incapacidad para mantenerse sentado, en el trabajo de Still también se
refieren otras cuestiones:








La capacidad para mantener la atención fue entendida como un factor del
control moral del comportamiento, defectuoso en esos niños, y relativamente
crónico en la mayoría de casos.
Still entendía que en ocasiones el individuo podía adquirir este defecto
secundariamente a una infección cerebral aguda, con la posibilidad de
remisión una vez recuperado.
Basándose en la observación de sus pacientes, postuló que algunos niños con
dificultades para controlar su comportamiento podían estar padeciendo un
daño cerebral orgánico. Y más aún, que este daño sería responsable de
lesionar su desarrollo moral.
El control moral del comportamiento consistía para Still en "el control de
la acción, de acuerdo a la idea del bien común" (Barkley, 2006:4.Traducción
propia). Involucraba la capacidad de entender las consecuencias de las
propias acciones en el tiempo, y de retener en la mente información acerca
de uno mismo y las propias acciones, junto con información acerca del
contexto.
Según Still, este defecto en el control moral se manifestaba en nueve
cualidades morales:










El intelecto estaba involucrado, en tanto formaba parte de la conciencia
moral, al igual que la voluntad. De manera similar a la planteada por
Mercante para esa época, se creía que tanto la inhibición de la voluntad
como la regulación moral del comportamiento se desarrollaban gradualmente
en los niños. De modo que los niños más pequeños tenían menos capacidad que
los más grandes para resistir los estímulos de actuar impulsivamente.
A tono con explicaciones de la normalidad vinculadas con la media
estadística, el diagnóstico de un niño con un defecto en la inhibición
volitiva y el control moral, requería compararlo con niños "normales" de la
misma edad, y registrar los grados de respuesta a estímulos.
También en consonancia con las explicaciones de Mercante acerca del sentido
moral, la inhibición y el control moral variaban -aun a una misma edad- por
factores ambientales, y por diferencias innatas en las capacidades. Still
formaliza estas consideraciones en un modelo explicativo, en el cual el
defecto en el control moral es función de tres tipos de impedimentos:








La relación entre estas variables responde a una jerarquía, de manera que
las de nivel menor afectan a las de niveles superiores, y en última
instancia al control moral del comportamiento.
El defecto señalado en el esquema de Still está presente en algunas
configuraciones actuales del ADHD, bajo la noción de falla.
Un elemento resaltado en sus análisis es que el riesgo de cometer actos
criminales en el desarrollo posterior se incrementaba en algunos casos
crónicos, pero no en todos. Hay también un señalamiento de la mayor
incidencia en varones que en mujeres, de 3 en 1. Estas dos cuestiones
(delictuosidad y sesgo de género) reaparecen en formulaciones actuales del
ADHD.
Se suma a estos aspectos otro elemento: el tratamiento indicado. Still,
como algunos de sus sucesores, detectaron mejoramientos conductuales
temporarios en los casos a los que se les habían realizado alteraciones del
ambiente, y también en aquellos niños a los que se les había suministrado
medicación. A la vez, enfatizaba la necesidad de ambientes educativos
especiales para estos niños, separados de los que no presentaban la
sintomatología descripta.
La edad de aparición del desorden se dio en la mayoría de los casos, antes
de los 8 años. En muchos de los niños investigados se verificaba una alta
incidencia de anomalías en la apariencia física, o estigmas de
degeneración, como cabeza de tamaño anormalmente grande, malformación
palatina o doblez epicantal. También se documentó la propensión a heridas
accidentales.
Para Still, estos niños amenazaban la seguridad de otros niños con su
comportamiento violento y agresivo. Entre sus familiares biológicos eran
más comunes el alcoholismo, la criminalidad, los desórdenes afectivos (como
depresión y suicidio), pero también se registraban casos de niños
provenientes de familias con una crianza aparentemente adecuada. Rafalovich
sostiene que la mayoría de los individuos bajo estudio de Still pertenecían
a una población institucionalizada, sujeta a incontables variables
"influidas socialmente" (Rafalovich, 2001: 104), que no registró el
investigador.
Still también detectó historial de daño cerebral significativo y/o
convulsiones sólo en algunos niños. Conjeturó que el déficit en la voluntad
de inhibición, el control moral y la atención sostenida tenían relación de
causalidad entre sí, y con una misma deficiencia neurológica subyacente.
Pero respecto de la etiología de la lesión, no identificó una única línea
causal, postulando que la predisposición biológica para el comportamiento
era probablemente hereditaria en algunos niños, y resultado de lesiones pre
o post natales en otros.
El control moral defectuoso quedaba así vinculado a una cuestión de grado.
Un evento biológico podía provocar el defecto, si éste se producía en forma
leve, pero si era más severo podía causar daño cerebral más significativo,
manifestándose en modificaciones de las células neuronales y retraso.
Algunos elementos de esta teoría se retomaron con posterioridad (Tredgold
en 1908, y Pasamanik, Rogers y Lilienfeld en 1956), vinculando el daño
temprano, leve y no detectado, con el comportamiento de surgimiento tardío
en el desarrollo, y las deficiencias de aprendizaje.
Según Rafalovich (2001) el aporte de Still reside en que en la época en que
escribe, no existían hipótesis que vincularan estructuras neurológicas con
adquisición de moral, y no existían estudios de larga escala que
sostuvieran la naturaleza de este alineamiento.
Sin embargo, antes que centrar el valor del trabajo de Still en la
veracidad o falsedad de la aseveración de Rafalovich, a los efectos de este
estudio priorizo rescatar la regularidad de elementos dispersos: lo
conductual, lo moral y lo neurológico aparecen en las figuras mencionadas.
Still se esfuerza por unirlas en una misma ecuación, y lo hace con
parámetros e instrumentos de la ciencia médica: observa pacientes, ubica
variables e hipotetiza relaciones entre ellas, calcula proporciones para
presentar resultados, concibe modelos explicativos, etc.
Asimismo, la noción de defecto del control moral que elabora Still debe
entenderse en línea con saberes como la eugenesia y la higiene moral,
popularizados en la época a partir de trabajos como el de Lombroso
(Comstock, 2011).
Los pensamientos higienista y eugenésico enlazaron las conductas y el
componente de desvío moral, con el discurso médico. Y Still, subsidiario de
ese pensamiento, es quien enlaza lo moral, con lo conductual y con lo
neurológico.
Sin embargo, la relación entre la atención, la voluntad y el comportamiento
moral se fue disolviendo como problema, al ritmo del declive de la ciencia
social evolucionista iniciado en las primeras décadas del siglo XX. Señala
Lakoff (2000) que la noción misma de voluntad perdió estatuto como
categoría estructurante en la investigación psicológica hasta los '70,
cuando fue retomada, en parte, en la formulación del ADHD como trastorno de
la conducta.
El trabajo de Still no halló acogida médica sustancial en su momento, pero
puede pensarse como una capa arqueológica en la conformación del ADHD como
formación discursiva. Esta capa arqueológica sienta una lógica de
argumentación que triangula los ejes analizados (lo conductual, lo
neurológico y lo moral), y que –aunque ponderando de modo diferente cada
uno de los ejes- será retomada con posterioridad, en la segunda mitad del
siglo XX, en estudios sobre encefalitis, disfunción cerebral mínima, y
desórdenes médicos similares.
Más ampliamente, el estudio de Still pone en relación el comportamiento
transgresor, la fisiología anormal, la degeneración, y la noción de
criminal nato, en un intento por proteger a la sociedad de individuos cuyas
herencias genéticas amenazaban la especie (Comstock, 2011).
El énfasis de Still en los factores biológicos, y más frecuentemente la
herencia familiar, expresa las creencias populares en el darwinismo social,
utilizadas para explicar las características de las clases trabajadoras
urbanas resultantes de la revolución industrial, el fracaso terapéutico y
el rol crecientemente custodial de los asilos. Estos elementos confluyen
con las explicaciones de Morel acerca de la degeneración, en las que la
enfermedad mental se presenta como un defecto heredado e incurable, que
explica el fracaso en los tratamientos.
Las ideas del darwinismo social formaban parte del marco teórico de Still,
quien incluyó en sus investigaciones el registro de estigmas de
degeneración, y sostuvo que el control moral era uno de los rasgos más
recientes de la evolución humana. Lo poco arraigado de este rasgo redundaba
en que fuera posible perderlo o dañarlo en los casos de desarrollo infantil
anormal (Nefsky, 2004). De modo que las deficiencias en el autocontrol se
vincularon con un estatuto evolutivo más bajo.

La Encefalitis letárgica. Nuevas triangulaciones y enlaces médicos

También dentro de la esfera médica, la encefalitis letárgica ha sido
vinculada a la actual noción de ADHD. La encefalitis azotó Europa y América
del Norte entre 1915 y 1926.














El brote de encefalitis letárgica se asoció a otra enfermedad epidémica de
la época: la gripe española, que alcanzó su pico en 1918, muriendo el 3% de
la población mundial (Vilensky, Foley y Gilman, 2007; Barry, 2004).
Reportes del '20 señalan que algunos niños que habían padecido encefalitis
letárgica, aunque parecían recuperados, presentaban una serie de secuelas,
que incluían:








Los efectos residuales de la enfermedad importaban un cambio en el carácter
y la disposición de niños, que con anterioridad a la dolencia estaban
socialmente bien ajustados, y aceptaban convenciones tales como la escuela,
la vida en familia, las amistades, etc., existiendo incluso registros de
casos de intento de asesinato de otros niños. Barkley lista además:








Con posterioridad a la epidemia, Kennedy publica estudios de casos, entre
ellos el siguiente:
















Los cambios en la conducta de los niños suscitados por la encefalitis
letárgica no se producían en ninguna otra condición neurológica, con
excepción de la lesión cerebral traumática. Esta anormalidad conductual
singular reforzó la vinculación de la encefalitis letárgica con la gripe.
Más importante a los fines de este estudio es una hipótesis que barajaban
los investigadores: que estos problemas para el control de los impulsos se
vinculaban con lesiones encefálicas en la región del cerebro que gobernaba
la volición.
En la década del '20, Kennedy unifica como síndrome las secuelas de la
encefalitis bajo la denominación desorden post-encefalítico del
comportamiento, argumentando que los comportamientos desafiantes y otros
síntomas expresaban un mecanismo fisiológico, posición que persiste en
perspectivas vigentes acerca del ADHD enfocadas en investigaciones
neuroquímicas.
Sin embargo, estas asociaciones entre severidad del daño cerebral, y
severidad de las consecuencias conductuales, se relativizaron en estudios
más recientes, remarcando la extrapolación actual en la que la asociación
funciona, que anuda condiciones neurológicas más leves con consecuencias
conductuales moderadas. Se ha remarcado que las secuelas conductuales de la
encefalitis letárgica tendían a ser más severas que las de los actuales
cuadros de ADHD, incluyendo:








La diferencia de la encefalitis letárgica respecto de la idiocia e
imbecilidad radica en que su definición involucra procesos orgánicos para
explicar la desviación infantil, proveyendo un diagnóstico de los síntomas,
frente a los que la noción de imbecilidad exhibía escasa utilidad. Por eso,
recuperar la discusión acerca de la encefalitis letárgica del '20 es
significativo para comprender cómo el ADHD cristalizó luego en una
nomenclatura de contenido neuropsicológico.
También respecto de la encefalitis letárgica se ha subrayado, en el marco
de una visión pesimista de la prognosis de los casos, que el tratamiento
con programas sencillos de modificación de la conducta y supervisión
reportaba un éxito significativo (Barkley, 2006).
Kennedy marcó una diferencia entre estos niños y los que padecían retraso
mental. La somnolencia que manifestaban aparentemente desaparecía cuando
recibían estímulos neurológicos en el cerebro, y eran descriptos como
astutos y calculadores. El niño con este síndrome no era considerado
responsable de sus acciones, sino que actuaba de acuerdo a un principio
neurológico cuya especificidad se ignoraba (Rafalovich, 2001).
Los resultados de Kennedy fueron ampliados por Strecker (1929), quien ya no
alude a la moral, pero diferencia entre comportamientos motores (no
intencionales) y tipos de conducta estudiados (resultado de un esfuerzo
consciente). Perfila de esta manera dos facetas: una, de acuerdo con la
cual el niño era conducido por impulsos fuera del pensamiento consciente o
la razón. Otra, en la que el niño demostraba cierta malicia en las
acciones, y el defecto neurológico o la lesión ofrecían una fuente de
gratificación en el desafío del comportamiento convencional.
Un elemento enfatizado en algunos estudios, y presente en otras figuras, es
la influencia del darwinismo social. En la concepción del comportamiento
post-encefalítico, los médicos asumían que los niños con una constitución
inferior y con predisposiciones heredadas, tenían más posibilidades de
contraer encefalitis y desarrollar como secuela el desorden de conducta.
La discusión sobre la encefalitis letárgica puede ser entendida como un
elemento que contribuye al desbloqueo de las condiciones para la emergencia
del ADHD como trastorno de conducta, porque logra conectar en términos
médicos el comportamiento infantil disruptivo, con impulsos neurológicos, a
partir de las secuelas de una enfermedad orgánica específica. Supone una
capa arqueológica diferente, por la transformación del estatuto dado a la
dimensión de la moral. En la ecuación triangulan los mismos ejes
(conductual, neurológico y moral), pero la moral ya no es enunciada como
categoría médica. A pesar del abandono de esta noción como elemento
explicativo, sí se mantuvo el enlace argumentativo entre la condición
neurológica y los comportamientos desviados, enlace que hoy forma parte
importante del cuadro de ADHD.

A modo de cierre: las coordenadas de trabajo que resultan de la arqueología

El recorrido por las diferentes figuras de infancia anormal tematizadas en
los discursos, como así también por los diferentes dispositivos, saberes,
terapéuticas y tecnologías, estableció algunos ejes para analizar los
procesos de diagnóstico y tratamiento por ADHD hoy.
El primer eje trabajado permitió reflexionar acerca de la triangulación
entre aspectos conductuales, neurológicos y morales, e invitó a indagar
cómo estos aspectos se articulan en la actualidad en el diagnóstico y
tratamiento de niños por ADHD.

Otro elemento es la relación entre la noción de defecto que ha surgido en
los documentos analizados, y el concepto de falla, que puede encontrarse en
documentos actuales referidos al ADHD. Han emergido como categorías
valiosas, además, la relación que guardan los aspectos morales,
conductuales y neurológicos con la inteligencia; la búsqueda de parámetros
fisionómicos que apoyen el diagnóstico de un problema de conducta; como
también la idea de una media normal, como fondo contra el cual evaluar las
conductas de los niños.
Un segundo eje se delinea en torno a la noción de peligrosidad y las
potenciales trayectorias del niño. Se incluyen los desajustes respecto de
la dinámica familiar y escolar como indicadores de un porvenir delictivo y
rebelde.

Finalmente, un tercer eje que se abre es el que entraña la articulación de
dispositivos en torno al niño. Es posible advertir en las figuras de
infancia mencionadas, la alusión al despliegue articulado de dispositivos
diversos, que concurrieron históricamente, y en una estrategia no exenta de
tensiones: la familia, la escuela, el aparato de justicia, la Iglesia, etc.
Si bien cada uno de ellos presenta sus particularidades, todos estos
dispositivos que concurren en red para el reencauzamiento del niño anormal
están permeados por una impronta médica, funcionan como correas de
transmisión, como agentes favoritos del poder-saber médico que los reúne.
Todos son objeto y campo de acción de la medicina. De allí se desprende la
consideración de una red de dispositivos medicalizada, que funciona como
principio de normalización.

En esta colonización de dispositivos por la medicina está presente una capa
arqueológica importante en relación a cómo el ADHD es construido, y cómo
los mismos dispositivos a los que aluden los documentos (la familia y la
escuela, principalmente) se alinean en ocasiones con ella, actuando hoy
también como correas de transmisión de su saber-poder.

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¿A qué se llama niño anormal? Antes debiéramos precisar cuál es el tipo
medio normal. Aun esto es difícil: no podemos tomarle aislado, debemos
considerarle en relación con los de su edad, y haremos presente desde
ahora que es la escuela la piedra de toque para distinguirlos" (…) "El
normal ocupará como la virtud el justo medio: no será el lujo que
ostentará un maestro poco pedagogo sin darse cuenta de la mayoría, pero
sí será un niño suficientemente despierto para su edad, asiduo en sus
deberes, respetuoso y disciplinado. Del punto de vista físico: bien
desarrollado, sin tocar el gigantismo, nutrido y sin estigmas notables.
En cambio, el anormal es un demente, idiota, imbécil, en sus grados
mayores, o es simplemente un débil, un ciego o sordomudo, un retardado.
(Cuello Calón, 1911: Citado en Talak, 2005: 585).






los límites entre anormal y falso anormal son a veces inciertos. Es
preciso tener en cuenta que aun entre los niños más normales hay siempre
anormalidades, ya del carácter, ya sensoriales, que pueden inclinar el
ánimo hacia lo anormal, o lo que es lo mismo, que no se conoce el normal
perfecto (Varela y Álvarez-Uría, 1991: 225).





tiene necesidad de hablar, gesticular, expone atropelladamente sus
pensamientos; el más leve motivo entorpece su ideación, se contradice a
veces, y se deja arrastrar por la viveza de la imaginación; no aguarda
para contestar a que se haya terminado lo que se le pretende decir;
recogiendo ideas sueltas y casi sin ilación forma equivocado concepto de
las cosas (Varela y Álvarez-Uría, 1991: 231).


(…) el niño y el hombre en general, es una entidad objetiva que nos rodea
por millares, que siente y piensa, ríe y llora, trabaja y descansa, crece
y envejece, ofreciéndose constantemente á (sic) observación, pidiéndonos
tan sólo que sepamos observarlo con esos admirables instrumentos que son
nuestros sentidos (Senet, 1912:4. Citado en Dovio, 2009:58).


para conocer al hombre, á (sic) punto de prevenirnos contra peligros
cuyos síntomas se muestran desde los primeros años, anunciando, de
consiguiente, con mucha anticipación, los sucesos en que va á (sic) ser
protagonista ese niño que hoy confundimos en un aula con cuarenta más,
sin llamarnos mayormente la atención (…) Casi diría que no hay maestro
regularmente preparado, que al observar detenidamente una clase por
primera vez, no señale al pendenciero, al desatento, al mentiroso, al
inteligente, al tímido y otros tipos de la flora escolar. (Mercante,
1902:34. Citado en Dovio 2009:58).


La idiocia es una deficiencia mental o estupidez extrema, dependiente de
la malnutrición o enfermedad de los centros nerviosos, acontecida con
anterioridad al nacimiento o con anterioridad a la evolución de las
facultades mentales en la infancia.
La palabra imbecilidad es generalmente utilizada para denotar un grado
menos decidido de incapacidad mental. De esta manera, cuando un hombre
distingue entre un idiota y un imbécil, quiere decir que la capacidad
mental del anterior es inferior a la del último (Ireland, 1877. Citado en
Rafalovich, 2001: 99. Traducción propia).


En la idiocia la deficiencia es igualmente grande. El imbécil falla en
adaptarse a su entorno vital, falla en completar el segundo paso en su
desarrollo intelectual; pero supera completamente el primer paso, que lo
habilita a adaptarse a su entorno físico" (Mercier, 1890. Citado en
Rafalovich, 2001: 101. Traducción propia).




desarrollo insuficiente del cerebro en diferentes grados y por diversas
causas, falta de desarrollo que se traducía por la ausencia o disminución
de las funciones intelectuales, afectivas, sensitivas y motrices,
acompañada ó nó (sic) de perversión de los instintos" (Blin, 1902. Citado
en Dovio, 2009:59).


Los inestables son niños que "no están en su sitio", que "no pueden
coordinar sus movimientos", ni "controlar sus instintos", sujetos a
"cóleras inexplicables", brutales, extremadamente violentas, que
manifiestan "impulsos ingobernables" (Muel, 1991:137).


Las glándulas de secreción interna lesionadas o agotadas no pueden hacer
el papel de reguladores de la economía, no distribuyen (proveedores
vigilantes en un sujeto sano) los alimentos necesarios para cada órgano y
cada célula. El equilibrio vital se encuentra roto ya que los
intercambios no son normales". Al funcionar mal su sistema nervioso,
estos niños convertidos en adultos "aumentarán el número de los inútiles,
perdidos, alcohólicos, invertidos, legionarios de África, prostitutas,
criminales y locos." (...)Y de una forma más sutil, la inestabilidad se
convierte en la nota dominante del estado psíquico: la atención, "esa
voluntad intelectual", es nula en los anormales, y "es al precio de mil
dificultades que se llega a fijar su espíritu y sólo por un instante".
Inestable, su voluntad es también "cera blanda", y sólo los
procedimientos médico-pedagógicos serán "capaces de estabilizarla. (Muel,
1991: 137-8. Énfasis en el original).


movimientos involuntarios y desordenados, de torsión". [Asimismo] "los
intentos de explicación [de la corea en la infancia] se acercaban a lo
psíquico, abordándose por ejemplo en su predisposición el 'temperamento
nervioso' y las 'emociones morales vivas', con reflexiones sobre el
'contagio por imitación' en la niñez (Rossi, 2003b: 71).


era de inteligencia obtusa y el 'último de la clase, elemento pasivo, no
disciplinado, conversador ó (…) turbulento como otros.' (…) Incapaz de
atender, miraba y no veía, oía y no comprendía, un taimado por
excelencia, un solitario que no incomodaba (…) Era preciso dejar en paz á
(sic) ese eterno empacado, sin alegrías, sin emociones, sin actividad,
sin risas, sin llantos. (Mercante, 1905:39. Citado en Dovio, 2009:62-63).


poseían un intelecto normal, pero 'exhibían violentas explosiones,
travesuras maliciosas, destructividad y ausencia de respuesta ante el
castigo'. Frecuentemente eran inquietos y de movimientos nerviosos, con
una 'incapacidad anormal para la atención sostenida, provocando fracaso
escolar, aun en ausencia de retardo intelectual" (Still, 1902:1009.
Citado en Mayes y Rafalovich, 2007:437. Traducción propia).


robos, mentiras, violencia y chicanería sexual… severa ausencia de
reserva signada por autogratificación persistente, desvergüenza, falta de
modestia y apasionamiento (Lakoff, 2000:149. Traducción propia).


…"apasionamiento" o emotividad excesiva, rencor hacia otras personas y
crueldad hacia los animales, desorden o "fracaso frecuente en ajustarse a
la ley" y a las reglas en el hogar y la escuela; deshonestidad,
caracterizada por mentiras que no parecen tener un propósito, pero que se
asemejan más a historias descabelladas de niños pequeños que a un engaño
cuidadoso; destructividad y malicia sin sentido; desvergüenza e
inmodestia (…) celos y ferocidad. (Still, 1902: 1009. Citado en Nefsky,
2004: 4. Traducción propia).


(1) defecto de la relación cognitiva con el ambiente; (2) defecto en la
conciencia moral; y (3) defecto en la voluntad inhibitoria (Still, 1902:
1001. Citado en Barkley, 2006: 4. Traducción propia).


También conocida como "enfermedad del sueño", esta enfermedad alcanzó
proporciones epidémicas hacia fines de la I Guerra Mundial. Cuando
estalló era desconocida para la medicina, pero rápidamente se convirtió
en la pieza central de la atención médica. La encefalitis letárgica fue
una enfermedad a menudo fatal, caracterizada por extrema pereza,
alucinaciones y fiebre, dando lugar en ocasiones a períodos de remisión
–algo que los doctores vieron como un signo esperanzador. Estas
remisiones eran frecuentemente de corta vida, y era común que ocurriera
una recaída total en la enfermedad. (Rafalovich, 2001: 107. Traducción
propia).


inversiones del sueño, inestabilidad emocional, irritabilidad,
obstinación, mentir, robar, memoria y atención discontinuas, desaliño
personal, tics, depresión, pobreza del control motor, e hiperactividad
generalizada (Kessler, 1980. Citado en Rafalovich, 2001: 108. Traducción
propia).


daño en su atención, la regulación de la actividad, e impulsividad, como
así también en otras habilidades cognitivas, incluyendo la memoria; con
frecuencia también evidenciaron ser socialmente disruptivos (Barkley,
2006a: 6. Traducción propia).


Un niño de 10 años fue traído a la clínica el 9 de Mayo de 1922, debido a
nerviosismo. En marzo de 1920 había contraído gripe, seguida de un ataque
agudo de encefalitis que duró ocho días... Mejoró gradualmente y retornó
a la escuela, pero debió ser retirado porque hacía muchas preguntas y
sacaba para sí libros de otros pupitres (Kennedy, 1924:170. Citado en
Rafalovich, 2001:109. Traducción propia).


descuido por las excreciones,… hipersomnia y reacciones histéricas,
frecuentemente acompañadas por signos neurológicos inequívocos, como
epilepsia y parálisis (Schachar, 1986: 24. Citado en Nefsky, 2004:8.
Traducción propia).


la pedagogía correccional lo mismo comprende la educación del adulto que
la del niño, la del sordomudo que la del imbécil, la del deficiente, del
vicioso, del impulsivo, del criminal y hasta del loco. Pues siguiendo el
mismo orden de ideas se podría decir que esta ciencia forma en rigor
parte de la patología y medicina mentales, de la psiquiatría entendida en
la unidad, plenitud de su concepto y hasta de su nombre, como a la vez la
educación correccional del niño forma parte de la patología y terapéutica
de éste (paidopatía o más general, pediatría) (Giner de los Ríos, 1900:
348. Citado en Varela y Álvarez-Uría, 1991: 215).


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