Figuras en el concierto discursivo porfirista: subjetividad y política. Entre la performatividad y la reproducción. 1890-1910.

July 31, 2017 | Autor: Daniel Barragán | Categoría: Politics, Critical Discourse Analysis
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Descripción

! UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA UNIDAD IZTAPALAPA

! ! LICENCIATURA EN HISTORIA

! ! ! ! Figuras en el concierto discursivo porfirista: subjetividad y política. Entre la performatividad y la reproducción. 1890-1910.

! ! ! TRABAJO QUE DANIEL MEDEL BARRAGÁN

! PRESENTA PARA LA ASIGNATURA HISTORIA DE MÉXICO IV

! ! ! PROFESORA: DRA. LUZ MARÍA UHTHOFF LÓPEZ

! ! ! SÉPTIMO TRIMESTRE

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! Figuras en el concierto discursivo porfirista: subjetividad y política. Entre la performatividad y la reproducción. 1890-1910.

! ! ! ! Índice.

! ! ! ! ! ! I.

Introducción.

! II. Voces emergentes en el naciente proyecto: diseminación, control y discurso político.

! III: La caracterización de los modelos civiles: ¿por qué la necesidad de prácticas performativas?

! IV. Construyendo la experiencia: consecuencias y repercusiones de la performatividad.

! V. “El modelo estratégico de la sociedad civil”: conceptos estratégicos en la configuración de lo cívico.

! VI. Políticas de la subjetividad: Reproducción, civismo y moralidad en la esfera pública/privada.

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—Cuando yo empleo una palabra —insistió Humpty Dumpty en tono desdeñoso significa lo que yo quiero que signifique..., ¡ni más ni menos! -La cuestión esta en saber -objetó Alicia- si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. -La cuestión esta en saber -declaró Humpty Dumptyquién manda aquí... ¡si ellas o yo! Lewis Carroll, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí.1  

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Las ideas culturales cambian junto con el mundo sobre el cual reflexionan. Si insisten, como de hecho hacen, en la necesidad de contemplar las cosas en su contexto histórico, esto mismo debe aplicárseles también a ellas. Hasta las teorías más sublimadas tienen sus raíces en la realidad histórica.

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Terry Eagleton, Después de la Teoría

! ! ! ! Tomado de Pablo Vázquez Gestal, “¿Qué le pasó al giro lingüístico? De la narratividad a la interpretación en historiografía” en Revista del Instituto de Lengua y Cultura Española, núm. 2, vol. 22, 2006, pp. 237-257. 1!

Introducción. De los lenguajes políticos y la construcción de la ciudadanía.

! El análisis de una duración breve o larga, socioeconómica o cultural, se ve precedido, en las obras de historia, de un Prefacio donde el historiador narra las etapas de su investigación. El libro, compuesto de dos mitades desiguales, pero simbólicas, une a la historia de un pasado, el itinerario de un proceso.

! Michel de Certeau2  

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! El trabajo que el lector tiene en sus manos se inserta (o busca insertarse) en el ámbito teórico que las líneas de investigación propuestas desde la Begriffsgeschichte alemana (Reinhart Koselleck) y la denominada Escuela de Cambrigde (Quentin Skinner y J. Pocock) abrieron en la historiografía. Si bien ambas “corrientes” se distancian entre si, el uso histórico de los conceptos y la formulación de los lenguajes políticos como herramienta heurística de análisis en paralelo a la capacidad performativa de estos, conforman la línea que nuestro trabajo seguirá a lo largo de su extensión. Hacia el horizonte del México porfirista asistimos a un escenario donde se configuran nuevos lenguajes, gramáticas y conceptos políticos en el grueso de los discursos públicos. El ciudadano, otrora concebido como un ente acabado que figuraría en las discusiones públicas, es construido mediante una serie de mecanismos conceptuales/teóricos importados por Gabino Barreda. Las posturas de este intelectual influirían en las opiniones y políticas del gobierno porfirista. El lema “Orden y progreso” sería la máxima en este periodo, alcanzando diversas tonalidades pero siempre dirigido hacia un propósito específico: garantizar la unidad nacional y social. En medio de la creación de nuevos lenguajes, la estructura de poder porfirista comenzó a reorganizarse en función de las exigencias que la búsqueda de ingresar a México en el concierto de la modernidad imponía. La praxis política giró hacia el control de la población con criterios definidos sobre lo que debía ser, verbigracia, posturas deontológicas objetivadas en las instituciones

 2

Citado en Alejandro Araujo, “Los usos de la novela histórica en el siglo XIX mexicano”, Tesis de doctorado, Posgrado en Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana.

que sancionarían a la población. Ambas recorrieron la población mediante las representaciones que objetivaran su existencia: políticas públicas, de la subjetividad, de salubridad y un largo etcétera.3  

Dicho sea de paso, ambos polos, lenguaje y ciudadanía, partieron de una experiencia en común; el primero, de las experiencias singulares que el siglo XIX dejó en la “conciencia histórica” o, al menos, en la memoria colectiva dentro de la práctica política; y, la segunda, orientada por las experiencias que el sujeto mantuvo dentro de sus colectivos en una época que marcaría un espacio de transición entre el México del XIX y el México de la “modernidad”. Resulta complejo analizar el lenguaje político de todo un periodo; las discusiones y polémicas, lugar donde se gestan gramáticas, representan una rica veta no explotada por este trabajo, que en muchos sentidos se queda corto de miras ante la plural extensión del porfiriato y sus implicaciones, que no fueron pocas.

! Voces emergentes en el naciente proyecto: diseminación, control y discurso político.

! Todos los conceptos son actos de habla en una situación que no puede ser replicada. Faustino Oncina

! La historiografía que ha abordado el porfiriato dispone de una multiplicidad fantástica de elementos metodológicos, teóricos y factuales. Por lo general, en medio de esta singular disposición, se acepta consensuadamente, que el periodo del Porfiriato se rige bajo una pauta particular: la centralización paulatina del poder político, intelectual y social en manos de estructuras bien definidas, que junto con la doctrina positivista, constituían los pilares del cambio social en el México de las postrimerías de los siglos XIX y XX. De igual forma, el estudio de las prácticas políticas, el modus vivendi de los principales actores, representan un importante esfuerzo por comprender los mecanismos políticos que tuvieron como principal función, la instauración y el mantenimiento de un orden político. Trabajos como los de Elisa Speckman, Claudia Agostoni, Robert Buffington, Pablo Picato, Mauricio Tenorio, Adriana

3 !

Carlos Illades y Ariel Rodríguez Kuri, (coords.), Ciudad de México: Instituciones, actores sociales y conflicto político, 1774-1931, México, El Colegio de Michoacán/Universidad Autónoma Metropolitana, 1996.

Pineda o Jane-Dale Lloyd, entre muchísimos otros, constituyen ejemplos significativos de la importancia acreditada al periodo.4  

! En acompañamiento a la tesis del control porfirista, los estudios dedicados a abordar la cotidianidad del otro, de la transgresión y la exclusión, derivados de las posiciones construidas por Michel Foucault; han aceptado, paralelamente (prima facie), la inclusión de una nueva temporalidad, entendida esta como la inserción del concepto de “progreso material” en consonancia con la linealidad temporal positivista; y, en otra interpretación, la introducción de un “point de caption” en las formas discursivas de la política mexicana. Mutatis mutandis, y tomando como anclaje tales aproximaciones al periodo comprendido entre 1890 y 1910, concebimos al Porfiriato como un “nuevo” horizonte, el cual incorpora en sus componentes universos simbólicos, regímenes de enunciación, paradigmas, epistemes; los cuales condicionaron la emergencia de varios proyectos políticos: educación, economía, salubridad,5  

criminalidad, etc.6  

Entre tales pautas que conformaron el registro de la experiencia7 en el periodo, situaremos la  

configuración de un discurso político, conformado, a su vez, por un lenguaje específico8 que le  

brindó las herramientas y conceptualizaciones óptimas para el funcionamiento del nuevo régimen. El naciente discurso político y su forma de hablar, lenguaje político, observó (en un sentido abstracto) la diseminación en la nación mexicana, percibiendo la falta de cohesión política, social y económica en territorio mexicano. La falta de “progreso material”, objetivada por el nulo crecimiento económico reflejado en las líneas férreas9 (que a la postre se convertirían en el símbolo  

del progreso), la inexistencia de México en los proyectos modernos de nación, la ausencia del

 4

María Eugenia Ponce Alcocer, “Un vistazo a la historiografía política del Porfiriato (1996-2006), en Historia y Grafía, núm. 27, 2006, pp. 107-135.  5

Por ejemplo: Rosalina Estrada Urroz, “¿Público o privado? El control de las enfermedades venéreas del Porfiriato a la Revolución”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 33, enero-julio 2007, 2007, pp. 33-56.  6

Veáse, François Hartog, Regímenes de historicidad, México, Universidad Iberoamericana, 2010; Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, México, Siglo XXI Editores, 2010.  7

Cfr., Martin Jay, “La crisis de la experiencia en la era post-subjetiva”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, núm. 6, Universidad Nacional de Quilmes.p. 168-177.  8

“Pasando a nuestro concepto de lenguaje, sostenemos que uno de los contextos primarios en los que tiene lugar un acto de habla es el del modo de hablar institucionalizado que nos permite realizarlo en primer lugar”, J. G. A. Pocock, Pensamiento político e historia. Ensayos sobre teoría u método, Madrid, Ediciones Akal, 2009, p. 102.  9

John Coatsworth, El impacto económico de los ferrocarriles en el porfiriato, México, Era, 1984.

conocimiento interno de la nación mexicana y el “atraso” cultural, son elementos iterables en la retórica del lenguaje político porfirista. Los intelectuales, grupo social del cual provenía el lenguaje político, como Gabino Barreda habían detectado las pautas del “desorden en la sociedad mexicana”.10 Frente a las condiciones  

tradicionales de existencia, como el corporativismo, el discurso político opuso bases ideológicas liberales; misma dinámica al enfrentar los intereses dispersos del clero y ejército. Resulta casi superfluo resaltar la oposición formulada por el lenguaje político frente a los problemas de la sociedad mexicana: el orden y progreso conformaron la antítesis de la diseminación mexicana. Así, por ejemplo, el discurso positivista se acoplaba a las exigencias de México al resolver las intensas problemáticas por medio de teorías sociales (criminología, por citar un caso) amparadas en el amplio abanico de la idealización de la sociedad mexicana, sistematizada bajo los preceptos de los tres estadíos: teológico/metafísico/científico-positivo. La Asociación Metodófila, por ejemplo, situaría una teoría del orden social en relación con el contexto socioeconómico mexicano. El orden entre las “clases” y la “estratificación” social mediante obligaciones correspondientes a cada una, son elementos presentes en la retórica de Miguel S. Macedo.11  

! La caracterización de los modelos civiles: ¿por qué la necesidad de prácticas performativas?

! La dominación suave es muy costosa para aquel que la ejerce. Y para empezar económicamente […] Los más acomodados debían contar con el juicio colectivo, porque de él obtenían su autoridad y en particular su poder para movilizar el grupo… Pierre Bourdieu En el presente apartado haremos mención de la obra “La invención de una legitimidad” escrita por Elías José Palti. A nuestra consideración, brinda aparatos conceptuales que coadyuvarán al ejercicio analítico que intentaremos presentar a continuación: ¿de que manera se concebía a la sociedad desde la invención de un lenguaje político? ¿Cuál es el sentido de las prácticas performativas?

 10

Leopoldo Zea, El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, Fondo de Cultura Económica, 2014 (11a ed.). 11 !

Leopoldo Zea, op. cit., p. 166.

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Con el fin de la guerra de Reforma y el interludio que antecedió al porfiriato, los modelos políticos sufrieron una serie de transformaciones significativas; la política, generalizada y punta de lanza en los conflictos ideológicos, se convertiría a una versión más restringida. El liberalismo, “aparato ideológico”, fue partícipe también de los cambios que las “redefiniciones políticoconceptuales”12 produjeron en la cultura y lenguaje político después de la introducción del  

positivismo francés. En términos de Palti, son estos cambios los que dan paso a una nueva concepción de la sociedad: comprendía como “organismo” (organicismo), en sintonía con la mentalidad del liberalismo respecto al orden. No obstante, como nos los recuerda Palti, habría que tener una serie de consideraciones sobre el uso (contextual)13 del término “organicista” para el caso mexicano:  

a) ¿Qué se entendía por “orgánico” para el positivismo mexicano? b) El término en cuestión (orgánico) no es transparente en su sentido. En esta lógica, el uso de la terminología en los lenguajes políticos no es inocente ni unívoca, responde a condiciones específicas que le confieren de significaciones e intencionalidad variada. El sentido otorgado al “organicismo” responde, entonces, a la idea que soporta la inexistencia de sujetos conformados de manera a priori en detrimento de las circunstancias históricas y objetivas.14  

La concepción del sujeto dentro de la sociedad correspondería a un ideal pre-moderno, donde la opinión pública estaría validada por la autoridad política (“inmanente”) del sujeto. Por el contrario, para el positivismo, es menester construir el sujeto óptimo para la acción política mediante la consolidación de los “modelos estratégicos”.

 12

Elías José Palti, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX. Un estudio sobre las formas del discurso político, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 293.  13

Entendemos, junto con Palti y la denominada Escuela de Cambrigde (Q. Skinner y J. Pocock), que el contenido de los conceptos políticos y su lenguaje (de lo cual difieren las posiciones de la Historia Conceptual alemana de Reinhart Koselleck) “sólo resulta asequible en el marco más amplio del peculiar contexto histórico en que se inscriben”; en este sentido, el contexto, para Skinner, es el “marco último para ayudar a decidir qué significados convencionalmente reconocibles, en una sociedad de tal tipo, podía haberle sido posible a alguien intentar comunicar”. En otras palabras, son las convenciones las que dictaminan el contenido a partir del uso. Lo interesante de la postura de Skinner y Pocock, es el hecho de que precisamente sea el uso lo que dota de intencionalidad al discurso, entendido como “speech act”. Véase, Elías José Palti, Giro lingüístico e historia intelectual. Paul Rabinow, Stanley Fish, Dominick LaCapra, Richard Rorty., Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1998; Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”, en Enrique Bocardo Crespo, El giro contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner y seis comentarios, Madrid, Tecnos, 2007, pp. 63-108.  14

Elías José Palti, op. cit., p. 295.

Los “modelos estratégicos” forman parte de la creación del nuevo lenguaje político preparado por el trastrocamiento del positivismo en el universo simbólico mexicano,15 cuya  

finalidad se centra en “performar”16 las “condiciones subjetivas para la obediencia”: “sistema  

institucional estable” y “condiciones materiales para su conformación”. El giro paradigmático en este sentido, de acuerdo con Palti, el paso entre los intentos de legitimación racional y la objetividad de la ley a la constitución de un sistema teórico-conceptual donde se sancionaran las conductas de los hombres a partir de la vigencia epistemológica importada por el positivismo acompañado de la cientificidad proveniente de las ciencias biológicas. La implementación de tales modelos estratégicos requirieron de la practicidad política, necesaria para insertarlas y arraigarlas en la recepción de la sociedad mexicana. En consecuencia, la injerencia de “conceptos estratégicos” al mismo tiempo que los mecanismos de control y dominación material disciplinaban al sujeto: se trataban de las políticas de la subjetividad.

! Construyendo la experiencia: consecuencias y repercusiones de la performatividad

! De este modo quedó formulada la exigencia principal a la filosofía contemporánea y, al mismo tiempo, asegurada la factibilidad de su cumplimiento con las siguientes palabras: crear, a partir de la tipología del pensamiento kantiano, el fundamento epistemológico de un concepto superior de la experiencia. Walter Benjamin

! ! ! Es bien sabido que la incorporación del sujeto a las esferas de importancia filosófica, científica e histórica, tiene su matriz en la racionalidad ilustrada. Filósofos como Descartes, acreditaron la relevancia del sujeto como “anclaje” para el conocimiento y sus posibilidades.  15

“La introducción del positivismo en México acompaño un desplazamiento del terreno en que se instalaría la reflexión relativa al sentido y objeto de la acción pública”, Palti, op. cit., 298.  16

Siguiendo a J.L. Austin y su noción de “speech acts” (actos de habla), son los discursos o las expresiones en sus variaciones ilocutivas y perlocutivas quienes modifican el entorno contextual en donde fueron lanzadas a la recepción. En palabras de Judith Butler, el lenguaje está dotado de la capacidad necesaria para transformar la realidad en donde fue expresado. Por consiguiente, una teoría del lenguaje político caracterizado como acto de habla perlocutivo alcanzaría un mayor grado de agencia. Véase, J.L. Austin, How do you things with words, Oxford University Press, 1962; Judith Butler, Lenguaje, identidad y política, Madrid, Síntesis, 2009.

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Otros autores, como Luc Ferry, insertaron en sus análisis al sujeto como figura conceptual característica en la modernidad ilustrada. El sujeto y la subjetividad verían la luz en este periodo.17  

Sin embargo, en paralelo a la reivindicación del sujeto desde la epistemología o la estética, una de las grandes preguntas sobre el sujeto y la subjetividad se cierne sobre su conformación y carácter etiológico; desprendidas desde la acérrima crítica posmoderna con las argumentaciones en favor de la “muerte del sujeto”. En el sentido de lo anterior expresado, el actual apartado tiene como objetivo explicitar que el sujeto y la subjetividad, dentro del periodo porfirista, respondió

a la construcción no solo de

modelos civiles orgánicos, sino, también, a la configuración de la experiencia a diversos niveles, la cual fungió como elemento performativo en la subjetividad; experiencia que dotó de materialidad, en cierto modo, a las formas discursivas y lenguajes políticos del organicismo. La historiografía reciente ha señalado la existencia de patrones y pautas específicas del periodo porfirista en los ámbitos morales, éticos y deontológicos. Prueba de ello son las diversas instituciones que se crearon con la finalidad de “sanear” a la población a la vez que la dirigía hacia fines prácticos al régimen. Por citar algunos casos, los trabajos de Antonio Padilla en materia de criminalidad e instituciones de apoyo social (mentalidades de la caridad) y las investigaciones de Robert Buffington, entre otros18  

han indagado en las condiciones donde el sujeto es restringido de acuerdo a especificaciones cuidadosamente señaladas y delimitadas. Para el caso de la criminalidad, por ejemplo, las teorías provenientes del darvinismo social reiteraron las mentalidades en torno a la figura del ajeno en lo social. La exclusión y la transgresión fueron elementos sancionados de acuerdo a una moral cívica no exenta de cientificismo: el porfiriato fue la época del florecimiento de las “ciencias de lo social” en México. Las instituciones, instrumentos que fijan y hacen perdurar las prácticas desprendidas de la economía de las prácticas culturales (conatus)19, forman parte del grueso de la literatura especializada para el  

periodo en cuestión. No es para menos, muchas de las “obras sociales” marcaron un punto axial en

17 !

Cfr., Elías Palti, “El “retorno del sujeto”. Subjetividad, historia y contingencia en el pensamiento moderno”, en Manuel Cruz y Daniel Brauer (eds.), La comprensión del pasado: Escritos sobre filosofía de la historia, Barcelona, Herder, 2005.  18

Por ejemplo, Belén Benhumea, “Educados para ser varones modernos: los estudiantes del Estado de México durante el porfiriato. Un estudio de masculinades”, en Contribuciones desde Coatepec, núm. 26, enero-julio, 2014, 91-107; Víctor Alarcón Olguín, “Política, educación y sociedad porfirianas: un falso intento de modernidad”, en Polis: Investigación y análisis sociopolítico y psicosocial, vol. 2, núm. 2, 2002, pp. 257-278.  19

Pierre Bourdieu, Las estrategias de la reproducción social, México, Siglo XXI Editores, 2011.

las temporalidades mexicanas, objetivo del lenguaje político positivista: la inserción de México en el estadio científico, temporalidad del progreso. Los estudios de las instituciones psiquiátricas y sus diversas facultades a la vez que funcionalidades, son parte sustancial de la literatura historiográfica. La “Castañeda” es ya un tema recurrente en los exámenes del sector de salubridad y criminalidad. Otras instituciones, menos tangibles, como la moral de la sociedad son también estudiados a pesar de la complejidad que supone el indagar entre lo ausente de lo social, figura que, no obstante, es de especial relevancia en las “teorías de la acción” que se sistematicen en tal periodo.20  

! En una línea que se aparta, quizás, de lo histórico y se adentra en las formas de la experiencia, como la propuesta benjaminana las denominaría, sostenemos que uno de los principales objetivos de la política social porfiriana (la conformación de un nuevo modelo de sociedad) estuvo cimentado, sino consciente pero si como consecuencia y acto, en la innovación de la experiencia social coligada a las características del periodo: centralización, prácticas políticas de amistad, etc. Tal forma de experiencia sería factor de relevancia al momento de reconfigurar a la sociedad y, por extensión, al sujeto que se sitúa dentro de las redes, relaciones y entramados que lo social cree. A nuestra consideración y observación particular, son las formas de experiencia las que permiten la existencia de la intersubjetividad, que, a su vez, condiciona a la subjetividad mediante el ingreso a un sentido práctico y social que funge como elemento de cohesión de la propia intersubjetividad a partir de figuras mentales o extramentales. Al igual que la identidad, la subjetividad -en su versión de “ethos” o naturaleza intrínseca y extrínseca del individuo-, se configura por la experiencia del sujeto en su cotidianidad.21  

El sujeto está inscrito en una dinámica constante de procesos y prácticas culturales, representaciones y universos simbólicos que le restringen y señalan las “libertades sancionadas”.22  

 20

Lilian Briseño Senosiain, “La moral en acción. Teoría y práctica en el porfiriato”, en Historia Mexicana, vol. LV, núm. 2, octubre-diciembre, 2010, pp. 419-460.  Al 21

respecto, Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana/ ITESO, 2010.  22

“Desde dentro o desde fuera, corrigen un exceso o un déficit, pero ¿con relación a qué? Como cuando se trata de depilar una pierna o de pintar las pestañas, de cortar o de replantar los cabellos, esta actividad extractora o aditiva remite a un código. Mantiene los cuerpos dentro de una norma. A este respecto, las vestimentas mismas pueden paras como los instrumentos gracias a los cuales una ley social se apropia de los cueros y de sus miembros, los ordena y los ejerce mediante modificaciones de moda, como si se tratara de maniobras militares”, Michel de Certeau, op. cit., p. 160.

Diversos trabajos han demostrado la capacidad de injerencia particulares a las sanciones (morales, sociales, institucionales): E.P. Thompson y G. Rudé para el caso inglés, Fernando Escalante para el caso mexicano. Ahora bien, se preguntará el presente lector, ¿en donde residen tales formas de experiencia? ¿Cuáles fueron tales formas innovadoras que contrastaron y, en varios casos, se impusieron al orden tradicional? La nomenclatura de “formas de experiencia” no se reduce a: a) estatismos a temporales; b) modelos unívocos o c) modelos relativos. Las formas de la experiencia tampoco se sitúan en una relación sujeto/objeto que se desdoblen ante la percepción de la objetivación práctica: el espacio arquitectónico, las esferas públicas, entre otros casos. En consecuencia de lo anterior, las distintas formas de la experiencia responden a contextos específicos y modelos plurales.23  

La experiencia se sitúa en varios campos sociales, son estos campos los que configuran las formas de “experimentar. Una respuesta acorde a los apartados trabajados con anterioridad respondería a los modelos de sociedad del pastoralismo político barredeano y, posteriormente, positivista. Tales modelos buscaron el saneamiento del organismo social mediante medidas específicas dirigidas hacia el trastrocamiento de los campos sociales. Luego entonces la experiencia cambiaría según las líneas dibujadas desde la élite: políticas de la subjetividad. Para Briseño Senosiain, la moral en el porfiriato significó un cambió profundo en las “estructuras” de comportamiento a diversos niveles. Dos de ellos resultan paradigmáticos; la implementación de una moral específica -entendida como sistema de comportamiento- en la sociedad y la moral en la órbita de la Escuela Nacional Preparatoria, cuya ambición respondía (al igual que la anterior) al encaminamiento hacia el progreso y bien común:

! Las clases de moral incluirán un resumen somero de las importantes generalizaciones de la Sociología, y tendrán por fin, principalmente hacer sentir a los alumnos la importancia de los vínculos sociales y la necesidad de obtener el perfecto desarrollo físico, moral e intelectual de cada uno de los asociados, así como la unión cooperativa de todos, para realizar el bien común.24  

! En el mismo sentido, Sierra también afirmaría que: !

Pensamiento de tal trascedencia no fue el único que presidió en la elaboración de la Ley de Instrucción Pública; otro hubo que se puso a sus autores con no menos fuerza; tal fue el de los conocimientos hasta cierto punto enciclopédicos que era preciso exigir de personas que se

 23

Cfr., Isaiah Berlin, Conceptos y categorías, México, Fondo de Cultura Económica, 2014.

 24

En Senosiain, op. cit.

preparaban a ser hombres en la acepción lata que da a este sustantivo la sociedad contemporánea. El conocimiento elemental, por lo menos, de la naturaleza, es indispensable en el mundo moderno; y ya lo dijimos; antes que abogados y médicos, la Escuela Preparatoria debía servir para formar hombres.25  

!

De este modo, la educación se dirige hacia dos objetivos: la formación de los sujetos necesarios en el orden social porfirista y, por otro lado, dirigir las “conciencias” hacia las finalidades últimas de progreso y bien común; lógicas que podemos concatenar respecto a las directrices de género: masculinidades, por ejemplo, roles que designan una forma de experiencia acorde a las “expectativas” establecidas a priori del sujeto. En su estudio, Belén Benhumea aborda las cuestiones relativas a los roles de género en los estudiantes del Estado de México. Al igual que Briseño, Benhumea identifica a la moral como parte importante en los modelos de experiencia, los cuales se desprenden desde las políticas destinadas a la subjetividad. La moralidad acompañada de la disciplina guiaron las resoluciones de la educación porfirista, las cuales se derivan, genealógicamente hablando, de las tesis barredeanas: la moral racional como el “conjunto de ideas y sentimientos que va formando el hombre como lo más sublime”.26  

! ! “El modelo estratégico de la sociedad civil”: conceptos estratégicos en la configuración de lo cívico.

! En toda la extensión del actual escrito hemos comentado en reiteradas ocasiones los “modelos estratégicos de la sociedad civil, término que retomamos de la obra de Elías Palti. Corresponde al presente apartado esclarecer tan relevante término, así como sus vínculos con la política porfirista.

El primer apartado intentó esbozar un bosquejo del surgimiento de un nuevo “lenguaje político”, mismo que pasó de centrarse en “los fundamentos objetivos para la observación del orden establecido”27 a las “condiciones subjetivas para la obediencia”.28  

 25

 

Justo Sierra, La educación nacional, México, UNAM, p. 13.

 26

Belén Benhumea, “Educados para ser varones modernos: los estudiantes del Estado de México durante el porfiriato. Un estudio de masculinidades”, en Contribuciones desde Coatepec, núm. 26, enero-julio, 2014, pp. 91-107.  27

Elías Palti, op. cit., p. 298.

 28

Ídem, p. 298.

Hemos dicho también que las acciones políticas (prácticas), en términos de Palti, fueron ejercitadas con la finalidad de reforzar la idea de sujeción subjetiva, objetivadas en las instituciones públicas que sistematizaron la intensa disciplina que el consenso historiográfico ha caracterizado como el quid del periodo: penitenciarías, psiquiátricos y educación, a la par que los dispositivos de coacción, formaron parte del ideal positivista: orden y progreso. En tal contexto se insertaron los modelos estratégicos, conjunto de discursos que mantuvieron una relación ambivalente con su entorno: locus/funcionalidad. En términos más llanos, los discursos se situaron en la órbita del contexto polémico, de discusión, lugar teórico/discursivo donde adquirieron validez pero, al mismo tiempo, fungieron como transformadores de la realidad/contexto/lugar social.29  

Resulta menester vislumbrar a grandes rasgos el ethos de los modelos estratégicos. El proyecto de Barreda incluía la formulación de una “república pedagógica”, concepto en el cual se condensaron abstracciones de la situación social mexicana y teleologías a cumplir. La pedagogía implícita en el corpus barredeano respondía a los pareceres de su visión de la sociedad mexicana, llena de excesos (jacobinismos, por ejemplo), producto de los prejuicios que polarizaron las conciencias de antaño. En el sentido que Barreda dispone para sus tesis, es la educación que “debe intervenir en todos los posibles rincones de la conciencia dentro de los cuales pueda cobijarse algún prejuicio”:30  

La uniformidad de la conciencia social resulta ser el objetivo del pensamiento de Barreda, o, en palabras del mismo pensador, “un fondo común de verdades”; mismo que intentará instaurar por medio de la planificación académica en la Escuela Nacional Preparatoria:

! Un solo camino que se deje al error, una sola fuente de nociones reales que se abandone a la arbitrariedad y al capricho individual, es bastante para abortar todo un plan de educación, por más bien combinado que parezca en lo restante.31  

!

Por medio de la educación uniforme y creadora de conciencias únicas alrededor de la exhaustiva labor de desentrañar y difundir un panteón de verdades, Barreda pretendía erradicar la “anarquía social” prevaleciente en la sociedad mexicana o, en palabras de Palti, “al mismo tiempo que instala el centro de la acción política en los modos de constitución del sujeto, desprende éstos de los  Al 29

respecto: J. Pocock, Michel de Certeau y Judith Butler.

 30

Leopoldo Zea, op. cit., p. 129.

 31

Gabino Barreda en, Leopoldo Zea, op. cit. p. 125.

procesos de formación de la opinión pública para instalarlos al nivel de sus presupuestos, esto es, dentro de los marcos del nuevo lenguaje político”.32  

En conclusión, al eliminar todo destello de “anarquía” y unificar las conciencias, Barreda no solo garantizaba la estabilidad, al mismo tiempo rebatía la “indecibilidad” social de lo público. La normatividad emanada desde el sector intelectual y sus voces no tendría porque ser rebatida; el lenguaje político acompañado de moralidades cívicas son “inmanentizadas” de manera lógicacientífica.33  

En una línea similar, Barreda aseguraba que “los hombres más que doctrinas necesitan métodos”; o, en palabras de Palti, nomenclaturas que sean capaces de ordenar los fenómenos sociales: gramáticas especializadas que se distinguirían de las demás por situarse en el espacio teórico del positivismo y biologicismo social. Conceptos de semanticidad variada como raza, naturaleza y sociedad se formar o “performan” desde tales metáforas de la sociedad: “jardinería social” como nuestro autor también lo denomina; si bien Barreda se distanció de lo que denominaría en su tiempo como “metafísica providencial de la naturaleza”, la cual negó toda capacidad de acción al hombre en sociedad. Gracias a lo anterior, la sociedad civil se conformaría en virtud de facultades racionales uniformes, donde el hombre estaría sujeto a agrupaciones civiles en función de su “naturaleza” intrínseca como ser de intereses y expectativas que buscará agruparse con la finalidad de alcanzar las metas mediante la colectividad; concepto que se contrapone al “ciudadano”, figura pública defendida por el liberalismo del XIX. El espacio público, lugar donde las experiencias confluyen en su matriz intersubjetiva, se vería afectado por esta nueva concepción del sujeto; otrora entendido como el conjunto de relaciones e intereses que dan lugar a un espacio intangible, para Barreda el espacio se ceñía por el “bien común”, principio de unidad que dirige los actores hacia fines comunitarios y, por ende, elimina el disenso que el modelo de opnión pública genera en la medida de cohesionar a los individuos por medio de la Verdad única.

! ! !  32  33

Palti, op. cit., p. 301.

Palti, op. cit., p. 327. “La artificialidad del orden (nomos) es la marca de su fragilidad y al mismo tiempo la garantía de su estabilidad secular, el medio para prevenir y controlar la contingencia, alejar el azar, entendido como la ocurrencia de eventos que no se producen por la intervención del hombre, sino que sólo le ocurren a él (physis). Eliminar el azar de la vida social, borrar las huellas de la contingencia, equivale así a poner la vida social bajo el control de su agente, remover toda dependencia de factores externos e ingobernables”. (p. 318)

! ! ! Políticas de la subjetividad: Educación, civismo y moralidad en la esfera pública/privada.

! La única personalidad moral que se encuentra por encima de las personalidades particulares es la que forma la colectividad. Sólo ella tiene también la continuidad e incluso la permanencia necesaria para mantener la regla por encima y más allá de las relaciones efímeras que diariamente la encarnan.

!

Émile Durkheim

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Hasta el presente apartado nuestro trabajo se ha abocado a una serie de disertaciones discursivas: experiencia, modelos de sociedad, estrategias y lenguajes políticos que, a pesar de su importancia intrínseca, constituyen el “otro” polo del oficio de historiar; en otras palabras, aquello que no es tangible ni radica de forma inmediata en lo fáctico. Salvados estos temas, en las siguientes líneas convendremos en resaltar los aspectos concernientes a la aplicación los ejes derivados del lenguaje político en la educación, proyecto de Barreda. La educación representa uno de los grandes fundamentos en los que se asentó el proyecto político positivo; comulgar hacia una verdad única, inmediata y útil encaminada hacia el bien común, era la finalidad expresa de la educación que encontraba su origen en el pasado “caótico” de la sociedad mexicana, producto de los diversos radicalismos (“jacobinismos”):

! La anarquía en todas sus formas, la anarquía intelectual, política y moral, la anarquía personal, doméstica y civil, ése es el único monarca que queremos destronar, la única bandera que queremos abatir…34  

!  34

Gabino Barreda, “Discurso leído en la distribución de recompensas escolares”, en Estudios y Opúsculos, discusiones y discursos, p. 221, en Leopoldo Zea, op. cit., p. 131.

Las ideas de Barreda tienen una dirección: el orden social, construido a través de la educación única (cuya puesta en práctica se llevó a cabo en la Escuela Nacional Preparatoria) encaminada por la filosofía positivista: “la única que podía hacer posible el orden, porque los supuestos en que se apoyaba no podían provocar el desorden, ya que estaban al alcance de todos los mexicanos”.35  

Extender la unidad en el conocimiento, “disponible y descubrible”, traería consigo la uniformidad de conciencias, de ahí que las conciencias permaneciesen uniformes; desterrando así todo remanente de desorden y “anarquía”. Con el propósito de cumplir tales expectativas, los planes de estudio y libros de texto se ajustaron a la filosofía positiva. Los planes de la Preparatoria, la Escuela Nacional Primaria y la Escuela de Profesoras, aceptaron programas diseñados para reubicar las conciencias (self/subjetividad) en un espacio teórico-práctico uniforme; así pues, los modelos desprendidos de aquel nuevo lenguaje y gramática social se reproducirían en la sociedad. Por añadidura, en 1874 Barreda propone la educación obligatoria para todos los mexicanos, no solo sustentada en la instrucción proveniente de la Nacional Preparatoria sino, además, complementada con la incorporación de la Escuela Primaria. Prima facie, los planes de estudio comparten características similares en cuanto a una “gramática pedagógica” similar. Asignaturas como “Moral” se encuentran presentes en los planes de la Preparatoria y las escuelas formadoras de profesores:

! Moral 1899 Resumen Sintético de los Principios de Moral
 Herbert Spencer.

Moral e Instrucción Pública.! Dolores Correa Zapata

Instrucción Cívica.! Ezequiel A. Chávez

Acompañados de los lineamientos para una exégesis correcta y lectura sin errores: Distribución de las materias que deben enseñarse en las escuelas públicas, establecidas conforme al artículo 15 del reglamento a la Ley de Instrucción Pública expedido el 2 de enero y aprobado por el Congreso el 22 de marzo de 1881. -Escuelas Elementales. División Rudimentaria. a) Primer año: 1a sección. Moral: lectura ó recitación de pequeños cuentos morales, acciones conmovedoras de caridad, abnegación y valor. b) Segundo año: 2a sección. Moral: con la 1a sección. Amor filial al trabajo. c) Tercer año: 3a sección.  35

Zea, op. cit., p. 133.

Moral: con las otras secciones. Virtud, vicio. Cuentos leídos por el maestro y repetidos en su esencia por los niños. d) Cuarto año: 4a sección. Deberes del niño, del aprendiz, del criado. e) Quinto año: 5a sección. Moral: Deber del hombre, padre, madre, ciudadano, rico, pobre, etc. d) Sexto año: 6a sección. Moral: derechos del hombre y del ciudadano.36  

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De entre las cuales, el programa de estudios referente a la moral incluía casos ejemplares de situaciones y personajes del panteón histórico nacional con la función de decantarse por virtudes y valores cívicos: “… para las conferencias de Mora é Instrucción Pública que son á mi cargo y el cual es idéntica al que he seguido en cursos anteriores” -Programa para las Conferencias acerca de Moral e Instrucción PúblicaI. Cualidades morales de los libertadores de pueblos. Biografías de: a) Hidalgo, Morelos y Guerrero; b) Bolívar y Sucre; c) San Martín y Belgrano; d) D. Pedro I del Brasil; e) Washington; d) Los libertadores de España y Portugal II. Cualidades morales de los defensores de pueblos. a) Zaragoza, Juárez y los defensores de México contra la intervención; b) Los patriotas que defendieron a la República Mexicana en la guerra contra los Estados Unidos; c) Cuitlahuac y Cuauhtémoc; d) Los españoles y los rusos durante las campañas napoléonicas; e) Juana de Arco; d) Los héroes griegos en las guerras médicas III. Cualidades morales de los libertadores de la humanidad. a) Francisco Javier Mina; b) Garivaldi (sic.); c) Historia de la esclavitud. San Vicente de Paul; d) Los abolicionistas de la esclavitud en la América. Fray Bartolomé de las Casas; e) Los abolicionistas de la esclavitud en África. Historia de la fundación de Liberia.37  

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Análogamente a la educación uniforme, la moral era parte importante en la educación impartida desde las Escuelas Nacionales. Las publicaciones como la “Revista de la Instrucción Pública Mexicana” distribuían los planes de estudio, dirigidos hacia lo práctico en detrimento de lo que  AGN, 36  37

Instrucción Pública y Bellas Artes; 1904, vol. 81, exp. 5, f.198.

Ídem, f. 112.

denominaría Barreda como lo “metafísico”. Aunque Ignacio Ramírez emprendería una reforma a los planes, eliminando las asignaturas de lógica, el proyecto de Barreda se mantendría íntegro en esencia.

! !

Como es bien sabido la moral y la constitución de un civismo fue prioridad en el régimen porfirista; punto neural en la reformulación de la sociedad mexicana a una sociedad que entrase en los términos de la modernidad europea. La economía de la comunicación de la educación y la reproducción de esta mediante las vías de transmisión oral, comunitaria en espacios de sociabilidad, contribuyó a la expansión de la misma.38  

La funcionalidad de la moral pública recayó en las sanciones de lo permitido y la transgresión, mismas que situaron al sujeto en la línea de la aceptación social que el nuevo sentido social permitía.39 Curiosamente el nuevo sentido social o la nueva moralidad fueron productos resultantes  

del proceso de secularización social, paso de la “metáfora religiosa” a lo cívico,40 caracterizada por  

la economía de la moral a manos del Estado: un modelo estratégico más.

Muchos de estos héroes y mártires del bien, de la ciencia y la libertad quedaron ignorados …] debemos profesarles veneración y gratitud.41  

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En efecto, los nuevos valores cívicos se ajustarían a la teleología del bien común, cuyas máximas corresponderían al univocismo semántico en torno al dinero, trabajo y progreso. Junto con diversos autores, Fernando Escalante ha venido resaltando la importancia de la moral en el comportamiento y formas de sociabilidad dentro de los contextos sociales específicos. La moral constituye el elemento latente en la sociabilidad que conforma, mediante la experiencia de la cotidianidad, al sujeto. Evidentemente, al señalar la existencia de una moral pública, el lector juzgará que ipso facto existen dos espacios donde el individuo interactúa mediante relaciones intersubjetivas: el público, terreno donde exhibe un comportamiento distinto al otro, el privado, espacio íntimo en donde las relaciones

 38

Briseño Senosiain, op. cit., p. 422.

 39

Pierre Bourdieu, El sentido social, México, Siglo XXI, 2009.

 40

Brian Connaughton, Entre la voz de Dios y el llamado a la patria, México, Fondo de Cultura Económica, 2010.

 41

José M. Sosa y García, La enseñanza de la moral, en Briseño Senosiain, op. cit., p. 438.

familiares, de parentesco y simbólicas alcanzan un grado mayor de receptibilidad. Ambos se conforman en relación con el otro: El público de los ciudadanos modernos surge una vez que se ha afirmado la esfera privada en su autonomía y, no pocas veces, con una superioridad moral.42  

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Simplificar los espacios de la cotidianidad siempre representa un riesgo de reducir mucha de la complejidad social a dos categorías; el sujeto puede interactuar en ambos espacios e importar a la economía doméstica, por ejemplo, muchas de las actitudes construidas/actualizadas en el espacio público o, en términos de Escalante, “racionalidades”, estas últimas entendidas como la “consecuencia pragmática de la acción”43 influenciada por la moral y la experiencia, además de los  

“juicios morales” que sobresalgan de estas. Aunado a lo anterior, en nuestro ensayo hemos venido haciendo mención de la injerencia política porfirista y, en especial, del proyecto de Gabino Barreda, en las concepciones de sociedad, quién entiende esta como un organismo cuyos requerimientos necesitan de las estrategias para formar al sujeto en base a parámetros de obediencia, bien común y unidad. Muchas de las medidas que el gobierno porfirista instauró para modificar aquello que no entraba en los marcos vigentes de comportamiento fueron institucionalizadas bajo las formas de presidios (Lecumberri), psiquiátricos (“La Castañeda”), etc. A nuestra consideración, los marcos también “inventaron” al ciudadano o, en su caso, sujeto. Al mismo tiempo que signa la moral como código ordenado que fundamentan los juicios morales de los cuales las prácticas adquieren validez o invalidez y reitera las funciones del conjunto de códigos abstractos como interpretación de los códigos en la vida cotidiana, práctica habitual a través de las cuales se construye los criterios de validez (es decir, a posteriori: dependen de la experiencia habitual); Escalante resalta la funcionalidad del concepto de “lo público” en los sistemas cívicos de la política y el gobierno.

! ! ! ! !  42

Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos Imaginarios, México, El Colegio de México, 1992.

 43

Fernando Escalante Gonzalbo, op. cit., p. 30.

Conclusiones. Estudioso y benévolo, tierno como soy con todos los muertos, sigo mi camino, de edad en edad, siempre joven, nunca cansado, durante miles de años… Jules Michelet..

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Como es bien sabido el regímen porfirista abarcó una amplia gama de facetas y vicisitudes propias del poder. Relaciones internacionales, representaciones de México en el exterior; organización del territorio, control del conocimiento, búsqueda de la unidad; prácticas de compadrazgo y amistad, políticas de ayuda a la inversión extranjera y el impulso al ferrocarril como transporte hacia la modernidad, fueron algunas de las caras que Diaz mostró dentro y fuera del país. Una de ellas, la ciudadanía y la conformación de la misma estuvo ligada a los intereses de consolidar la modernidad en la población mexicana uniforme. El progreso dependería del orden social necesario tras largos estadios de oscuridad: el periodo de Díaz constituía la culminación de la temporalidad positiva en la versión mexicana. Consecuencia de lo anterior, las políticas destinadas a la transformación del ciudadano o sujeto no se hicieron esperar. Desde la moral hasta las formas más elaboradas de actuación, el gobierno porfirista propugnó por un saneamiento de la sociedad. Siempre es interesante revisar las etapas más significativas de la historiografía mexicana. El porfiriato se encuentra inundado de investigaciones respecto a su naturaleza política, social y cultural además de la económica. El presente trabajo se inserta en medio de la proliferación de resoluciones y dictámenes frente a las dinámicas que hacen del periodo de Porfirio Díaz como una de las etapas sui generis en la “historia nacional”. Repensar los periodos siempre es de importancia,; actualizar los criterios conforme a las nuevas posturas historiográficas/filosóficas y analizar mediante estos a la realidad mexicana del pasado, constituyen sanos ejercicios intelectuales en busca de elementos críticos que puedan subyacer de entre el grueso de lo visto y no visto. A pesar de constituir hasta cierto punto una innovación, la aplicación de las nuevas tendencias siempre deja un resabio de riesgo: ¿cómo garantizar una interpretación correcta/consensuada del periodo? No obstante esa es una tarea que la relación hermenéutica autor/lector deberá resolver.

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Aparato referencial

! ! 1. Carlos Illades y Ariel Rodríguez Kuri, (coords.), Ciudad de México: Instituciones, actores sociales y conflicto político, 1774-1931, México, El Colegio de Michoacán/Universidad Autónoma Metropolitana, 1996. 2. Belén Benhumea, “Educados para ser varones modernos: los estudiantes del Estado de México durante el porfiriato. Un estudio de masculinades”, en Contribuciones desde Coatepec, núm. 26, enero-julio, 2014, 91-107. 3. Brian Connaughton, Entre la voz de Dios y el llamado a la patria, México, Fondo de Cultura Económica, 2010. 4. Elías José Palti, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX. Un estudio sobre las formas del discurso político, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 293. 5. Elías José Palti, Giro lingüístico e historia intelectual. Paul Rabinow, Stanley Fish, Dominick LaCapra, Richard Rorty., Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1998. 6. Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos Imaginarios, México, El Colegio de México, 1992. François Hartog, Regímenes de historicidad, México, Universidad Iberoamericana, 2010. 7. J. G. A. Pocock, Pensamiento político e historia. Ensayos sobre teoría u método, Madrid, Ediciones Akal, 2009, p. 102. 8. John Coatsworth, El impacto económico de los ferrocarriles en el porfiriato, México, Era, 1984. 9. Leopoldo Zea, El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, Fondo de Cultura Económica, 2014 (11a ed.). 10. Lilian Briseño Senosiain, “La moral en acción. Teoría y práctica en el porfiriato”, en Historia Mexicana, vol. LV, núm. 2, octubre-diciembre, 2010, pp. 419-460. 11. María Eugenia Ponce Alcocer, “Un vistazo a la historiografía política del Porfiriato (1996-2006), en Historia y Grafía, núm. 27, 2006, pp. 107-135. 12. Martin Jay, “La crisis de la experiencia en la era post-subjetiva”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, núm. 6, Universidad Nacional de Quilmes.p. 168-177. 13. Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, México, Siglo XXI Editores, 2010 14. Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana/ITESO, 2010.

15. Pablo Vázquez Gestal, “¿Qué le pasó al giro lingüístico? De la narratividad a la interpretación en historiografía” en Revista del Instituto de Lengua y Cultura Española, núm. 2, vol. 22, 2006, pp. 237-257. 16. Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”, en Enrique Bocardo Crespo, El giro contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner y seis comentarios, Madrid, Tecnos, 2007, pp. 63-108. 17. Pierre Bourdieu, Las estrategias de la reproducción social, México, Siglo XXI Editores, 2011. 18. Pierre Bourdieu, El sentido social, México, Siglo XXI, 2009. 19. Rosalina Estrada Urroz, “¿Público o privado? El control de las enfermedades venéreas del Porfiriato a la Revolución”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 33, enero-julio 2007, 2007, pp. 33-56. 20. Víctor Alarcón Olguín, “Política, educación y sociedad porfirianas: un falso intento de modernidad”, en Polis: Investigación y análisis sociopolítico y psicosocial, vol. 2, núm. 2, 2002, pp. 257-278

! ! ! !

Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”, en Enrique Bocardo Crespo, El giro contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner y seis comentarios, Madrid, Tecnos, 2007, pp. 63-108.

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