Fiestas menores de Sevilla: Una visión histórica y antropológica.

September 1, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Corpus Christi, Fiestas Religiosas, Sevilla, Religiosidad Popular, Cruces de Mayo, Virgen de los Reyes
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Descripción

FIESTAS MENORES DE SEVILLA: UNA VISIÓN HISTÓRICA Y ANTROPOLÓGICA

Publicado en Religiosidad popular sevillana (J. Hurtado, ed.), Universidad y Ayuntamiento de Sevilla, 2000, pp. 151-170.

Salvador Rodríguez Becerra Universidad de Sevilla Fundación Machado

La utilización de los términos fiestas mayores y menores que aquí haremos no es canónico; la Iglesia católica ha establecido como fiestas mayores, las de Cristo y la Virgen y la Trinidad (Cristo Rey, Corpus, Viernes Santo, Resurrección, Natividad, Santa Cruz, Ascensión, y Asunción, Inmaculada, Pentecostés, etc.). Estas fiestas son universales, de precepto, solemnes, las preside el obispo revestido de pontifical, y los colores litúrgicos son el rojo para las del Señor y blanco para la Virgen, salvo en Andalucía, que es azul celeste o color asuncionista. A éstas hay que unir otras de santos de especial significación que la Iglesia les ha reconocido este carácter, tales como la de San Antonio en Padua, San Genaro en Nápoles, o San Pantaleón en Madrid. Las menores son las establecidas canónicamente en las iglesias locales para celebrar a sus patronos. El sentido que nosotros daremos a estas fiestas será el que generalmente le da el pueblo, que agrupa las fiestas en grandes o mayores y chicas o menores, éstas últimas porque no afectaban al conjunto de la comunidad social territorialmente o porque eran exclusivamente fiestas litúrgicas que tenían lugar en el interior de los templos. Concretamente para Sevilla, la Semana Santa y la Feria de Abril son fiestas mayores y menores todas las demás. Conviene recordar que esta distinción no es permanente sino cambiable; la feria no se constituye en fiesta mayor hasta años después de haber sido creada (1847), y probablemente alguna otra pasó a ser menor, quizás la de la Virgen de los Reyes. Esta utilización nos parece más cercana al uso común del término y ya fue utilizada por Velasco (1982:20) y nosotros la hemos aplicado recientemente en otro trabajo (Rodríguez Becerra, 1997:32). * * * Los hombres de todos los tiempos y lugares han sentido la necesidad de crear y celebrar fiestas, forma institucionalizada de romper con la cotidianidad y la rutina. La fiesta conmemora, repite cíclicamente, finaliza etapas y comienza otras con rituales y actividades no habituales. La fiesta es, así mismo, la ocasión para la expresión del ritmo, la manifestación del color, la plástica, la sociabilidad, el comensalismo y hasta el desenfreno. En la fiesta se baila, se canta, se juega, se interpreta música, se lucen vestidos, se engalanan espacios, se come y bebe abundantemente y como confluencia de todos estos factores se alegran los espíritus. La fiesta es el mejor vehículo de la religiosidad popular y expresión y síntesis de la cultura de los pueblos. Estos manifiestan de forma real y simbólica su concepción del mundo, su particular visión de las relaciones con los hombres, los seres sobrenaturales y la naturaleza. En ella puede percibirse el pasado, pero también el presente, porque la fiesta no es estática, sino 1

cambiante como lo es la sociedad y la cultura. En Andalucía, las fiestas han sido vertebradas históricamente por cuatro factores: a) El carácter agrícola de la sociedad. Durante más de dos mil años, en esta región se ha cultivado la tierra, es decir, se han fecundado las semillas teniendo en cuenta los ciclos estacionales y climáticos. Las fiestas se agrupan en ciclos que tienen como fundamento las estaciones del año. Son pocas las fiestas de carácter ganadero o pastoril, aunque existen, como las que celebran a San Marcos. b) El largo proceso de cristianización de la sociedad andaluza. Los legendarios varones apostólicos, predicaron el cristianismo en la Bética en el siglo I, proceso que se vería favorecido por la profunda romanización de la Bética, pero que, según recientes estudios no fue tan rápido ni profundo, y en cualquier caso utilizaron los modelos culturales hispano romanos cristianizándolos. El decreto de Constantino (s. IV), hará que cada lugar cuente con un monasterio, iglesia o ermita desde donde se emitirán constantemente mensajes teológicos y morales a través de la palabra y de otros medios simbólicos, tales como imágenes, procesiones, representaciones, etc. No es de desdeñar el papel desempeñado a partir del siglo XIII por las órdenes mendicantes en la difusión de devociones y fiestas cristianas. El calendario romano se llenará de celebraciones festivas cuyo referente serán los seres sagrados: mártires, santos, advocaciones de cristos y vírgenes, y de este modo cada aldea, villa o ciudad nombrará su patrón, e igualmente los gremios y las asociaciones religiosas. A ellos se unirán las festividades de ámbito ecuménico promovidas desde el centralismo romano (Corpus, Ascensión, Navidad, etc.). Llegará un momento en que fiesta es sinónimo de celebración religiosa y víspera de fiesta profana. En los últimos decenios, la fiesta -que como celebración comunitaria ha desaparecido de las grandes ciudades de los países industrializados- acusa la influencia de la forma de medir el tiempo en nuestros días, en el que el fin de semana se ha convertido en tiempo de ocio y también en ocasiones festivo. c) El carácter de sociedad histórica. Nuestra sociedad, tiene un pasado lleno de vicisitudes de las que tiene conciencia viva, aunque mitificada. Así la romanización, con la consecuente secuela de persecuciones y mártires que posteriormente serán santificados, será el origen de no pocas fiestas patronales. La dominación musulmana terminará con esta situación y tras la conquista cristiana el panorama festivo cambiará, pues la devoción a la virgen María llenará el vacío que la pérdida del recuerdo de los mártires y otros santos había dejado. La larga convivencia entre musulmanes y cristianos, en ocasiones pacífica y en ocasiones hostil, está presente en nuestra cultura de mil formas y, también, en las fiestas. Las de moros y cristianos son una reactualización de ese pasado, del que los actores no son siempre plenamente conscientes. Es más, en la fiesta, de alguna manera, se expresa el pasado histórico que a modo de síntesis el pueblo ha ido acumulando y reelaborando en el imaginario colectivo. Dicho de otra manera, y a modo de ejemplo, la semana Santa de Sevilla, no podría entenderse sin tener en cuenta lo que ha significado Sevilla históricamente, una gran metrópoli, cabecera y capital de Andalucía durante todo el Antiguo Régimen, y actual capital de la Comunidad Autónoma. d) Finalmente, la necesidad que como comunidades sociales tienen las aldeas, pueblos, comarcas, provincias y regiones de identificarse a sí mismas en relación, y a veces en oposición, a 2

otras comunidades. La fiesta constituye uno de los factores más fuertes de identificación. Se pertenece a un lugar y esta conciencia hay que consolidarla anualmente en la fiesta. Quizás es por lo que en ella revalidan su naturaleza e identidad los emigrantes, grupo social que siente más en crisis su pertenencia a la comunidad. A esto habría que unir que Sevilla esta prisionera de conceptos hegemónicos que la identifican dentro, pero también fuera, y que la hacen rigurosa con todo aquello que atenta contra la visión que de la ciudad tienen los Amandarines@, a los que siguen una parte muy significativa de los que son algo en Sevilla, y por supuesto del pueblo llano. El temor a la crítica de ese Amandarinato@ es tal que toda innovación que contradiga algún Acanon@de la naturaleza que sea será fuertemente rechazada.

*** Hace más de un siglo un estudioso de la sociedad sevillana y andaluza, el folclorista Alejandro Guichot y Sierra (Sevilla, 1859-1941) publicó un folleto que lo tituló: Ensayo recordatorio de las fiestas, espectáculos, principales funciones religiosas y seculares y costumbres de la vida pública, que se verifican y se observan actualmente en Sevilla (1888). El texto fue publicado por el Ateneo y Sociedad de Excursiones de Sevilla, con motivo de la celebración de su primera fiesta de mayo. Alejandro Guichot, discípulo de Manuel Salés y Ferré, y condiscípulo de Antonio Machado y Álvarez, ADemófilo@, fundador de la sociedad y revista El Folk-Lore andaluz, puede considerarse uno de los primeros introductores de las ciencias sociales en Andalucía: folclore, sociología y antropología. Su amplia obra escrita supone un acercamiento científico a la sociedad andaluza y a su cultura, claramente separado de la habitual creación literaria en aquellos tiempos (Jiménez Benítez, 1990). Alejandro Guichot quiso darnos en este opúsculo las pautas sobre cómo estudiar el ciclo festivo de la ciudad y para ello partió de una exhaustiva relación de todas las celebraciones organizadas mensualmente. En este daba orientaciones acerca de qué aspectos habían de considerarse en las fiestas: naturaleza jurídica, fechas, espacios donde tenía lugar, actores y espectadores, vestidos y disfraces, bailes y cantos, comportamientos, significado social, simbolismo, organizaciones, grupos de edad, escenarios y adornos, comidas y bebidas, etc. Y todo ello, en palabras del propio Guichot, para que pudieran: Aquedar consignadas en la Antropología y en la Historia, y registradas entre los datos sociológicos antes de que se olviden o se suspendan unas, se modifiquen o sustituyan otras, en virtud de los grandes factores de la vida, de la necesidad de otros más hermosos ideales, de la lucha de nuevos agentes sociológicos, de la constante transformación de lo homogéneo en heterogéneo, y, en suma, de la evolución social@. En suma, un verdadero programa de investigación, muy novedoso para su tiempo, que constituye nuestro punto de partida para el estudio de las fiestas de la ciudad (Guichot, 1888: 25).

1. Las otras fiestas de Sevilla: ciclos de primavera y verano El ciclo festivo de primavera para los sevillanos de mediados del siglo XIX estaba dominado por dos acontecimientos que, siguen siendo el referente festivo actual de la ciudad: la Semana Santa y la Feria de Abril, fiestas mayores, por ser las principales y en las que la ciudad participaba y participa como un conjunto interviniendo todos los grupos sociales y territoriales. En cualquier caso a pesar de ello, no estaba entonces tan polarizado el ciclo festivo por estas dos 3

fiestas como hoy día. Junto a las fiestas mayores, los sevillanos celebraban o participaban en un gran número de fiestas que jalonaban las estaciones del año, cuando aún no se habían introducido los períodos de descanso del fin de semana, las que denominamos genéricamente Afiestas menores@. La presencia de fiestas con toros también marcaba la diferencia entre fiestas mayores o menores. Estamos refiriéndonos, por tanto, a categorías socioculturales que son modificables en el tiempo y no tanto a catalogaciones jurídicas (Velasco, 1982: 19). Nada más terminar la Feria, los más ociosos se disponían a acudir a la feria de Mairena, referente festivo y económico para gran parte de Andalucía occidental, probablemente por ser la más antigua de la zona, y en donde lucían sus galas la aristocracia y burguesía de la región y hasta de Gibraltar, como narra en visión impresionista Fernán Caballero en “La Estrella de Vandalucía”. El regreso a Sevilla de los participantes constituía una fiesta por sí misma. Millares de sevillanos esperaban, paseando de un lado a otro en la calzada que unía la Puerta Carmona con el humilladero de la Cruz del Campo, la vuelta de los caballistas y carretas que habían participado en ella. El grabado de P. Blanchard, “Retour de la foire de Mairena” ilustra esta narración. Comenzaban de inmediato las cruces de mayo, que involucraban a un gran número de vecinos agrupados por calles y corrales. Al final del mes los capellanes reales con la participación de la ciudad mostraban en una destacada ceremonia el cuerpo incorrupto de San Fernando, patrón de la ciudad. Pocas fechas antes tenía lugar la romería del Rocío en la pascua de Pentecostés que en aquellos tiempos afectaba sobre todo a Triana. En la feria del Rocío -como la llama Adame y Muñoz- participaban millares de sevillanos que se dirigían con sus carretas hacia la ermita de la Virgen en las marismas del Guadalquivir, siendo despedidos en el arrabal por una multitud que, días después, aumentaba grandemente a la vuelta, lo que constituía una verdadera fiesta nocturna también para muchos sevillanos de este lado del río. Seguía después el Corpus y su velada que describimos con cierto pormenor más adelante, enseguida tenía lugar la velada de San Antonio en la calle San Vicente, y la velada de San Juan, en la Alameda de Hércules, adonde acudían multitud de jóvenes y en la que no faltaban las buñoleras, los turroneros, los puestos de baratijas y juguetes, el tiovivo, y los tradicionales pitos y carrañacas. Esta festividad estaba estrechamente unida a las aspiraciones matrimoniales de muchas jóvenes y a ciertas licencias en el lenguaje, y muy ligada también a la inducción desde la sociedad al emparejamiento de los jóvenes, que gozaban de mayor libertad en esta noche. También celebraban los sevillanos en el mismo emplazamiento de la Alameda, la velada de San Pedro, y ya en el mes de julio la velada de la Virgen del Carmen, simultáneamente en el Altozano y en la plaza del Salvador. El ciclo continuaba con la velada de Santa Ana y Santiago en Triana, que, como verdadera feria del barrio junto al río Guadalquivir era un referente festivo obligado en las calurosas noches de julio todavía en los años sesenta y setenta del presente siglo. El verano terminaba con las veladas de la Virgen de los Ángeles en el barrio de San Roque, la de San Lorenzo en la plaza del mismo nombre, la procesión de la Virgen de Agosto, bajo la advocación de los Reyes, seguida de las veladas de los barrios de San Roque, San Bernardo y de San Agustín, ésta última en la plaza de San Leandro.

En el mes de Septiembre con motivo de la fiesta litúrgica de la Natividad de la Virgen, numerosos sevillanos se hacían presentes en la romería de Consolación de Utrera, imagen que atraía muchos devotos de la campiña y la marisma y que tras la instalación del ferrocarril entre 4

esta ciudad y la capital hizo más patente la presencia de sevillanos. El mes finalizaba con la segunda feria de la ciudad, la de San Miguel, de carácter netamente ganadero. Todavía quedaban dos fiestas en la estación calurosa a las que acudir. El primero de Octubre, desde la puerta de la Barqueta pasaban los sevillanos el río en barca y se dirigían a la romería de Santiponce, localidad que reúne dos centros de conocida importancia histórica, el monasterio de San Isidoro del Campo y las ruinas de la ciudad romana de Itálica. Ninguna de las fuentes consultadas hace referencia a una imagen de devoción que convocara a los sevillanos al otro lado del río. Tenemos noticias que hasta mediados del siglo XIX acudían los estudiantes en carros con figuras e inscripciones mitológicas, burlescas y satíricas. Carecemos de información que sustente nuestra sospecha pero no nos resistimos a señalar la posibilidad de la vinculación en sus orígenes romanos entre Santiponce y Sevilla, las antiguas Itálica e Híspalis, y que la romería no fuese sino una rememoración de esa vieja dependencia. La romería de Torrijos era la última fiesta en la que los sevillanos participaban un domingo de octubre. Era este el nombre de un milagroso Cristo atado a la columna entronizado en la capilla de una hacienda en el término de Valencina; los sevillanos acudían a caballo y en grandes carros tirados por bueyes en busca de diversión, pero también buscando socorro a sus males, dar gracias, cumplir penitencias y ofrecer exvotos. El regreso por las calles Castilla y Reyes Católicos constituía una animada fiesta, que Adame y Muñoz calificó como “una de las más celebradas y apetecidas por todos los hijos de la diosa de las riberas del Betis”. Terminaba aquí el otoño y comenzaba el ciclo de invierno con fiestas tan celebradas como la de la Inmaculada Concepción, tan ligada a la ciudad de Sevilla por el voto concepcionista y las de Navidad con la popular de los Santos Inocentes. Junto a estas fiestas y veladas habría que citar las procesiones, de participación más reducida, por ser fundamentalmente litúrgicas que tenían lugar en el interior o en los alrededores de los templos y que afectaban sólo a algún barrio de la ciudad. En abril, San Isidoro, patrón de la ciudad, y San José que procesionaba por San Esteban; en mayo, la Ascensión, la Virgen de la Salud con procesión por San Isidoro, la Pastora por Capuchinos, y la de Valvanera por la Calzada; en junio, las veladas ya citadas de San Antonio, San Juan y San Pedro; en julio la procesión de la Virgen del Carmen por Santa Catalina y las veladas en el Altozano y plaza del Salvador, y la procesión de Santa Justa y Rufina; en agosto, la procesión de la Virgen de los Angeles de la Hermandad de los Negritos con velada en el barrio de San Roque, la velada de San Lorenzo en la plaza del mismo nombre, la velada de San Roque delante del antiguo convento de San Agustín, y las veladas de San Bernardo, San Bartolomé y San Agustín , ésta última en la plaza de San Lorenzo, y la procesión de la Pastora en Santa Catalina; en septiembre, la procesión de la Virgen de las Aguas de la iglesia del Salvador, la velada y procesión de la Virgen de las Mercedes en la puerta Real; y, finalmente, en octubre, la Virgen del Rosario con procesión en Santa Catalina.

2. Las fiestas de mayo “En la mentalidad popular española -dice Caro Baroja- mayo es concebido como el mes del esplendor de la vegetación, el mes de las fiestas y el mes amoroso por excelencia” (1979: 18). También es el mes de las flores y de la Virgen María y la época en que más rogativas se hacían para pedir la lluvia. El agua de mayo era especialmente necesaria e incluso se consideraba que tenía propiedades cosméticas. El refrán Acomo agua de mayo@ es ilustrativo de esta experiencia y sentimiento. Desde tiempo inmemorial la Iglesia ha celebrado el día 3 de Mayo la fiesta de la 5

AInvención de la Santa Cruz@ como consecuencia del hallazgo en el año 326 por Elena, madre del emperador Constantino, de la que creyó Averdadera@ cruz. Esta fiesta litúrgica se ha celebrado en España, según la tradición cristiana, desde al menos el s. VII durante el reinado de Ervigio, según consta en el Fuero Juzgo, y fue suprimida después del Concilio Vaticano II. No debemos confundirla con la de la “Exaltación de la Santa Cruz”, que conmemoraba la restitución de la cruz robada de Jerusalén por los persas, por el emperador Heraclio en el año 629, y que se celebraba el 14 de septiembre. En Andalucía, la fiesta de las cruces, una de las comunidades donde se celebra con la máxima expresión pública, constituye una de las grandes fiestas del ciclo festivo. De su importancia hablan las cifras, más de 70 localidades de la comunidad la celebran actualmente y en la mayoría de pueblos y ciudades andaluzas se celebraba hasta la Guerra Civil, como lo atestiguan numerosos informantes que las vivieron en su infancia o juventud. Téngase en cuenta que sólo en la ciudad de Granada se contabilizaron en 1992 casi 300 cruces, que en Córdoba, las cruces y los patios, constituyen las principales fiestas de la ciudad, que llenan el mes de mayo; y que las comarcas del Andévalo y la tierra Llana de Huelva las celebran como fiestas mayores. En Sevilla, eran muy celebradas ya en el siglo XVII, tanto que Lope de Vega, la adjetivó: “la ciudad de las fiestas más famosas de la Cruz”, y se han venido celebrando hasta nuestros días con un bache en los años 60-70 de nuestro siglo. Conviene recordar, porque se olvida con demasiada frecuencia, que la mayoría de las fiestas cristianas o cristianizadas se celebraron en muchos lugares de España y de Europa, como consecuencia de los permanentes intentos unificadores de la institución eclesiástica que son tan antiguos como ella misma. En no pocos lugares aún existe la costumbre de colocar en la plaza o en algún otro lugar central, el último día de abril un gran árbol, poste o palo largo denominado árbol de mayo o mayo adornado con flores, guirnaldas y cintas, coronándolo con pañuelos, comidas y otros premios; nosotros hemos tenido ocasión de observarlo, con gran sorpresa por nuestra parte, hace pocos años en la ciudad alemana de Constanza. En ocasiones el árbol, sustituido por un ramo, tenía finalidades amorosas, pues los jóvenes lo colocaban ante las puertas de sus novias o pretendidas. El árbol de mayo es generalmente único para toda una comunidad y ha devenido en muchos lugares cruz de mayo frente a las cruces que siempre son varias y se distribuyen por casas, calles y barrios. La cruz se empleó para desterrar al árbol de mayo romano en su intento de sustituir los ritos paganos que tanta resistencia ofrecían. Esta identificación del árbol con la cruz existe al menos desde el siglo XIV, “...por nos en el árbol de la Vera Cruz...” dice el arcipreste de Talavera (Caro, 1979:85). Esta relación entre ambos elementos, también la observó Benito Más en el siglo XIX: “Estos mayos o pirulitos, cuyo uso es muy anterior al culto de la cruz, existen aún en muchos pueblos de la sierra, y se visten, como las cruces, con hierbas verdes y flores primaverales. Colócanse en medio de la plaza pública, y sirven de pretexto y punto de referencia para organizar estas fiestas populares, cuya descripción es tan difícil como curiosa” (Más y Prat, 1881:18). Se relaciona también con las fiestas de la cruz de mayo la fiesta de las mayas, que se localizaban en toda España, y en la que las niñas pedían dinero a los transeúntes, llamándoles ABarba de perro, que no tiene dinero@, a los que no les daban. Rodrigo Caro, la describe así en la Sevilla del siglo XVI:

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Júntanse las muchachas en un barrio o calle, y de entre si eligen a la más hermosa y agraciada para que sea la Maya; aderézanla con ricos vestidos y tocados; corónanla con flores o con piezas de oro y plata, como reina; pónenle un vaso de agua de olor en la mano; súbenla en un tálamo o trono, donde se sienta con mucha gracia y magestad, fingiendo la chicuela mucha mesura; las demás la acompañan, sirven y obedecen, como a reina, entreteniendola con cantares y bailes, y suélenla llevar al corro. (Caro: 1883: 283). Descripción que complementa Sebastián de Covarrubias en su conocido Tesoro de la Lengua castellana o española (1611): ...una manera de representación que hacen los muchachos y las doncellas, poniendo en un tálamo un niño y una niña, que significan el matrimonio, y esta tomado de la antigüedad, porque en este mes era prohibido casarse, como si dijéramos ahora cerrarse las velaciones. En el s. XIX la fiesta de la maya implicaba escoger a la moza más bella del pueblo que, adornada con guirnaldas de flores, presidía los bailes en que los jóvenes gastaban el día, y que incluía la petición por parte de las niñas y jóvenes de Aun cuartito para la Santa Cruz@. En la ciudad de Sevilla, según podemos seguir por la prensa, las niñas de las clases populares, especialmente en los barrios, en grupos, celebraban las cruces pidiendo dinero a los transeúntes con una bandeja cubierta con flores. ¿La costumbre de ofrecer moñas jazmines, no es la continuación de esta fiesta? Esta práctica se confundió con la mendicidad infantil y fue ocasión para que las autoridades municipales trataran de erradicarla. La cruz se empleó para desterrar al árbol de mayo romano en su intento de sustituir los ritos paganos que no podían eliminarse de otra manera. A su vez, las fiestas de los mayos y mayas, de claro sentido nupcial y de emparejamiento, pasó a ser la maya cristiana que presidía las mesas petitorias de las fiestas de la cruz de mayo; el árbol se convirtió en la cruz, la joven-virgen es sustituida por la Virgen María que protege a las doncellas, recibe flores y preside todo el mes de mayo. Este proceso sincrético ya fue detectado por analistas y escritores del pasado, desde Rodrigo Caro hasta Más y Prat, pasando por el fino observador que fue Blanco White, quien tuvo ocasión de observar esta costumbre en diversos lugares de España. La fiesta infantil de las cruces en las que se procesiona una cruz con sudario sobre unas parihuelas por las calles del barrio, que encontramos en Sevilla y en otras poblaciones andaluzas, también sería una manifestación de esta sustitución del árbol por la cruz, aunque el modelo de la Semana Santa de los adultos está presente, “...todavía tenemos restos del sagrado árbol de Mayo en las pequeñas cruces que los niños adornan con flores y ponen sobre unas mesas en las que arden velas compradas con los donativos recibidos de sus amistades”, dirá Blanco White (1972: 235). Esta fiesta infantil, que ha llegado a nuestros días, estaba muy arraigada en el siglo XIX, pues resistió las prohibiciones municipales, por ser consideradas de mal gusto. Como muestra valga la siguiente referencia de prensa: “Por la citada vía circulaban, formando una ridícula procesión, más de un centenar de niños, conduciendo además un paso con una Virgen o un Santo”. Continúa la narración diciendo que un agente de la policía municipal trató de detenerlos y finalmente ante la actitud de niños y adultos tuvo que retirarse sin conseguir su propósito (La Andalucía, 15 de mayo de 1879). 7

Benito Más y Prat, el escritor costumbrista sevillano, nos ha dejado una descripción de una cruz de mayo de una población andaluza, modelo generalizable a otros muchas poblaciones y que pudiéramos llamar públicas o abiertas por cuanto se sitúan en espacios públicos y son el resultado de la acción coordinada y de las aportaciones de objetos decorativos de las mujeres de todas las edades de una calle o plaza. Esta se situaba en los cruces de calles, en plazas recoletas, rincones o barreduelas buscando el marco estético adecuado, la disponibilidad de espacios para el baile y quizás la protección de los enseres sacados para el exorno. Generalmente eran de construcción efímera, incluida la cruz de madera forrada de papel, pero en ocasiones se construía un pedestal de mampostería rematado con una cruz de cerrajería, se adosaba a una pared o se situaba en una hornacina que a modo de altar era decorada exteriormente. Este pudo ser el caso de la Cruz de la Cerrajería, originalmente en la esquina de las calles Sierpes con Cerrajería, traslada hacia 1918 a la plaza de Santa Cruz. Pero el modo de celebrar la fiesta de la cruz de mayo que ha dado fama a la ciudad y ha sido recogido en infinidad de pinturas, grabados, fotografías y no pocas referencias literarias es el modelo cerrado o de interior, en el que la cruz se instala en un ámbito constructivo restringido: patio de casa sevillana, corral de vecinos o casa colectiva. La cruz con el sudario, que constituye la razón de ser y el pretexto a la vez de la fiesta en el corral o patio se situaba a modo de altar bajo uno de los arcos del patio o en una esquina, y se engalanaba con cadenetas, farolillos, mantones de manila, flores naturales y de papel, macetas, espejos, retratos de imágenes, candelabros, pequeñas imágenes, y cualquier otro objeto decorativo que se considerara adecuado. En ella la mujer sigue siendo la única protagonista tanto en la preparación como en el desarrollo de la fiesta. La mujer, artífice y también beneficiaria de la fiesta, estaba adscrita a la cruz, permaneciendo junto a ella durante la preparación, desarrollo y retirada de la misma. Las madres y abuelas controlaban el correcto desenvolvimiento de la fiesta, las jóvenes eran el apetecible señuelo de los jóvenes que visitaban la cruz a quienes tenían que gratificar con un donativo para la cruz de mayo. El sentido de participación colectiva incluía la aportación del trabajo personal, pequeños gastos de material, alimentos y bebidas para compartir con los demás, lo que se procuraba sufragar con las aportaciones de los visitantes. Todavía se conserva este ritual participativo pues cuando se es invitado a una cruz siempre se aporta algún tipo de plato o alimentos. Era la fiesta una gran ocasión para reafirmar los lazos vecinales tan necesarios en una sociedad en que la mayoría estaba muy necesitada y dependía de la ayuda de otros para sobrevivir. A finales del s. XIX y hasta los años treinta del presente siglo este modelo de la fiesta, al decir de Caro Baroja decae. Esta afirmación no se corresponde con la posición de Jiménez Barrientos y Gómez Lara, que hablan de un momento de gran brillantez en las tres primeras décadas del presente siglo, y tampoco con nuestros datos. En estas fiestas se bailaban sevillanas pero también bailes modernos o agarrados con el acompañamiento de pianillos o murgas. Las celebraciones comenzaban en los primeros días del mes de mayo y se extendían a lo largo de todo el mes, por lo que la referencia a la fiesta se hacía tanto al mes como a la cruz. La prensa de las primeras décadas del siglo XX se hacía eco de estas cruces ofreciendo relación de las casas en las que se instalaban y, en ocasiones describe la ornamentación de las mismas; la cruz centraba la decoración a la que se unían elementos decorativos de valor de las casas y, en ocasiones, cartelas y otros objetos con intención humorística. El ayuntamiento organizaba concursos de exorno de cruces en estas fechas en las que participaban más de cincuenta cruces. (El Liberal, mayo de 1914 y 1916). En este mismo período el cardenal Ilundain por un decreto prohíbe a las cofradías de la 8

ciudad de que organicen cruces de mayo y a los cristianos que se abstengan de acudir a ellas. El decreto prohíbe a las cofradías la organización y participación en cruces, y añade, entre otras cosas: ...execrábamos y reprobábamos el abuso de colocar cruces, llamadas de Mayo, en lugares profanos, señaladamente en teatros, casinos, centros de recreo, cines y otros lugares, celebrándose fiestas licenciosas, o bailes escandalosos, y otros excesos, que no son la verdadera tradición andaluza sino una profanación de la cruz y de la tradición andaluza de legítimo abolengo cristiano, que siempre revestía modestia, dignidad, decoro y piedad, a diferencia de la que Nos execramos y reprobamos por ser una verdadera profanación de la Cruz santa, emblema del signo adorable de nuestra redención. ... Reproducimos con el mismo apremio y urgencia Nuestro ruego apremiante a todas las personas cristianas amantes de la sana moral y verdaderamente devotas de la santa Cruz, a fin de que no presten su concurso ni asistencia a lugar alguno en que se erige la Cruz llamada de mayo para entregarse a diversiones y bailes peligrosos o escandalosos, o se concurre con trajes provocativos por sus desnudeces y atavíos libidinosos, o se entregan los asistentes a otros excesos que no se avienen con la modestia cristiana, sea quien fuere la persona o entidad que organice esas fiestas y esas cruces, aunque no sean Hermandades o Cofradías.- Sevilla 15 de Mayo de 1926.- El Cardenal Ilundain, Arzobispo de Sevilla. (Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla. Año LXIX, Sábado, 15 de mayo de 1926. Número 1066) El documento deja claro que se reprueban las fiestas entrono a las cruces, tanto a las organizadas familiarmente como a las vecinales. En cualquier caso, la fiesta familiar, era un referente que siguió cumpliendo los ancestrales objetivos de la fiesta: favorecer los encuentros entre jóvenes para facilitar los noviazgos y matrimonios de forma honesta y controlada, de acuerdo con los valores morales de la época. Es legítimo pensar que la jerarquía eclesiástica no fuera partidaria de esta fiesta en cualquiera de sus modalidades, pues bajo el pretexto de la cruz, a la que no se daba ningún tipo de culto en la fiesta, se incentivaban los bailes y emparejamientos que, desde su perspectiva, agraviaban el signo cristiano. Las cofradías dejaron de organizar cruces pero la iniciativa privada siguió montándolas, a pesar de las prohibiciones del cardenal Segura, sucesor de Ilundain. Sólo los cambios socioeconómicos de la segunda mitad de nuestro siglo han arrinconado la fiesta de la cruz, conservándose en otros por contra como fiestas mayores o principales: Granada, Córdoba, Añora, Almonaster o Bonares, por sólo citar algunas; peor suerte han seguido las fiestas de la maya de la que prácticamente no tenemos noticias hace varias décadas, aunque pudiera pensarse que sólo ha cambiado de fechas, porque las ceremonias de elección de reinas en las fiestas patronales, posiblemente puede interpretarse como una adaptación de la las fiestas de mayas. En aquellas se premia la belleza de chicas jóvenes y solteras que durante su efímero reinado reciben el homenaje de las autoridades, expresado en los rituales de la coronación y en los atributos que reciben, y reinas y damas se constituyen en el centro de atracción. El carácter de fiesta de emparejamiento puede apreciarse en muchos momentos similares a los ya descritos en las cruces, entre los que cabría recordar, la apertura de bailes, entrega de cintas a los ganadores, etc.

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En síntesis, las fiestas de mayo han cumplido fundamentalmente, entre otras funciones, la de facilitar el emparejamiento; recordemos las referencias al tálamo en las mayas y el sentido erótico de los mayos. En el caso de las cruces de interior esta función era clara, todas las mujeres permanecían en el espacio de la cruz y eran los hombres los que circulaban por los distintos espacios festivos. En ocasiones, la fiesta de la cruz de mayo se politizó incorporando retratos de Mina y El Empecinado, según nos cuenta Caro (1979:94). Nosotros hemos tenido ocasión de contemplar en mayo de 1980 en la barriada del Higuerón de San Jerónimo (Sevilla) una cruz acompañada de la hoz y el martillo de flores rojas de papel sobre fondo blanco adornada con materias vegetales. 3. La fiesta del Corpus La fiesta del Corpus Christi fue establecida para el orbe católico por el papa Urbano IV en 1264, generalizándose así la devoción al Sacramento iniciada en la diócesis de Lieja por la beata Juliana (1193-1258). A partir de entonces y en pocas décadas se extendió por todo el occidente europeo, primero en las grandes ciudades episcopales y posteriormente a las restantes villas y ciudades. Concretamente en Sevilla se celebró por primera vez en 1282 y en Granada fue establecida por los Reyes Católicos tras su conquista. Llega esta fiesta a Andalucía en un momento de efervescencia religiosa, en que sólo el reino de Granada queda en poder del Islam. Los cristianos, adueñados por conquista de sus tierras y ciudades utilizan la fiesta para hacer resaltar aún más su victoria y hacer reconocer a los "infieles" su poder, tanto político como religioso. Así, la fiesta del Corpus va tomando carta de naturaleza, llegando a ser la más importante en el ciclo festivo de algunas ciudades como Sevilla y Granada. Fundamentalmente en los siglos XVI y XVII constituía una fiesta que, además de la procesión e incluso incorporada a ella, presentaba tres elementos importantes: la tarasca, la representación de autos sacramentales y la ejecución de danzas. (Lleó Cañal: 1975: 103). Desde el primer momento, el Corpus enraizó en las tierras andaluzas con un marcado carácter festivo, que prevalecía incluso sobre lo mayestático. Y así fue como no sólo empezaron a engalanarse las fachadas y a alfombrarse de flores y hierbas aromáticas las calles por donde había de discurrir la procesión, sino que se asociaron a la festividad litúrgica una serie de pintorescos jolgorios populares (González Alcantud, 1990). La fiesta que todavía hoy presenciamos es consecuencia de las disposiciones de Carlos III, el rey reformador, que eliminó de la misma todo aquello considerado profano; hasta ese momento la fiesta era eminentemente popular y participativa, o al menos el pueblo llano tenía un espacio propio y una ocasión para expansionarse. La jerarquización que siempre ha caracterizado a esta fiesta no estaba entonces reñida con la expansión lúdica. Elementos como la tarasca, junto a las mojigangas y botargas, los gigantes y cabezudos y un sin fin de personajes burlescos y alegóricos que desfilaban a pie o en carrozas o "rocas" daban a la fiesta un atractivo popular y lúdico que hacían de ella una fiesta grande. Las tarascas eran composiciones alegóricas, en que los vicios humanos, representados de forma grotesca, se veían atacados y dominados por las virtudes cristianas. Pero esto no quita que los personajes que simbolizaban el vicio fueran representando su oficio con tal grado de gracia y picaresca, que hicieran las delicias del público. De andar por las calles en las vísperas del Corpus, las tarascas pasaron a formar parte del mismo cortejo procesional en grandes carros. La gente se divertía tanto con las tarascas, acompañada por los gigantes y cabezudos, que al pasar el Santísimo quedaba poco lugar para la devoción. Otro festejo popular que se unía a la fiesta del Corpus fueron los autos sacramentales. En Sevilla los organizaba el Cabildo eclesiástico al término de la procesión, desarrollándose en grandes carros que se colocaban delante de la puerta mayor de la catedral. También formaban parte de la fiesta 10

las llamadas "danzas de espadas o palos", ejecutadas siempre por hombres, y las ejecutadas por gitanos y moriscos que eran contratados al efecto, año tras año. La última muestra de las antiguas danzas del Corpus, que quedan son los "Seises" de la Catedral. La fiesta, no era, sin embargo sólo esto. Estaban presente en riguroso orden jerárquico todo el cuerpo social de la ciudad representado por las corporaciones en sus cabildos civil y eclesiásticos, las parroquias, las hermandades de gloria y penitencia -recuérdense que las sacramentales nacen con la finalidad de dar culto al Sacramento-, los gremios en representación del mundo laboral, las universidades y colegios, y por supuesto las autoridades religiosas, civiles, militares, judiciales, universitarias, etc. En síntesis, la ciudad representada por sus corporaciones, armónica y jerárquicamente establecidas y puesta bajo el supremo poder de la Custodia. El desfile discurría, y todavía discurre, por las principales vías y plazas en donde se asentaban los centros de poder: Catedral, Ayuntamiento y Audiencia, engalanadas con colgaduras y por una alfombra vegetal formada por especies frescas y olorosas que creaban un vergel perecedero. Carlos III con su Real Pragmática de 21 de junio de 1780 trata de poner fin a toda esta suntuosidad y restar carácter popular a la fiesta al prohibir las danzas y las tarascas. A partir de ese momento histórico, la procesión de Corpus va poco a poco pasando a manos de los sectores cultos e ilustrados de la sociedad próximos a la Iglesia, cada vez con menos intervenciones del pueblo, y con mayor carácter de exaltación de poderes eclesiásticos, militares y civiles. A finales del siglo XVIII desaparecieron del cortejo los carros en los que se danzaba, los gigantes, las figuras alegóricas, aunque todavía perduraba la tarasca que encabezaba la procesión y a la que seguían la hermandad de los sastres con el pendón de la ciudad, las sacramentales, las cofradías, particulares con velas encendidas, niños de primera comunión, cruces parroquiales, comunidades religiosas en un orden preestablecido, clero de la ciudad, los pasos de Santa Justa y Rufina, los bustos de san Leandro y san Isidoro, el Niño Perdido, las reliquias conservadas en la catedral -durante muchos años privilegiado tesoro-, la custodia, los seises, el Cabildo Catedral, la Real Audiencia, el Ayuntamiento, las corporaciones científicas y literarias, la Real Maestranza, las autoridades civiles y militares, el arzobispo, y cerrando la magna procesión, unidades militares con música vestidos de gran gala, que desfilaban por la carrera una vez concluida la procesión. Y todo ello, armónicamente confundido, sabiamente dispuesto, llena de placer los ánimos, no tan solo al mirar la riqueza y lujo de la procesión, sino también cada uno de los aspectos de los personajes que la componen...Llegada la tarde las campanas de la colosal giralda vuelven a convocar a los fieles a la magnífica octava que todos los años se verifica en esta solemnidad, siendo celebrada con un aparato religioso tan sorprendente y complicado que de todos los pueblos de España vienen a estudiar su maravillosa grandeza (Adame y Muñoz, 1849:102) La víspera, al anochecer, se celebraba también en el entorno de las Gradas de la catedral, calles de Génova y Sierpes una velada en que los numerosos asistentes curioseaban los adornos y colgaduras de damascos y telas de las casas y edificios públicos de la carrera y se entretenían en comprar regalos y golosinas en los numerosos puestos de turrón, avellanas, muñecos, dulces y buñuelos que se establecían en el recorrido. La fiesta en nuestros días ha perdido el carácter popular que tuviera en el pasado con las 11

representaciones teatrales y los juegos que, costeados por los cabildos secular y eclesiástico, divertían al pueblo a la par que lo adoctrinaban. Naturalmente, estas fiestas gozan de mayor atractivo en las ciudades que en los pueblos, pues en las primeras se dan todos los elementos enumerados con mayor excelencia, lujo y variedad, constituyendo un espectáculo multicolor en el que los eclesiásticos y en general todas las autoridades muestran lo mejor de sus galas y que parte del pueblo gusta todavía contemplar, lo que, sin duda, contribuye a dar un gran esplendor a la procesión. La participación del pueblo se limita a la de mero espectador de una procesión que, sin duda, ha simbolizado durante siglos la ordenación jerárquica de la sociedad y la de representar la simbiosis entre la Iglesia y la sociedad civil, propia del Antiguo Régimen. En Sevilla, la procesión es matinal, celebrándose horas canónicas y misa de pontifical en el trascoro, donde se instala el coro movible. Tras la misa danzan los seises, vestidos de rojo y oro, ante la custodia, el arzobispo y la ciudad. Al término del último baile, el alcalde sigue la tradición de poner en el sombrero de uno de ellos un doblón de oro. El cortejo está integrado por cofradías y hermandades, representaciones, clero secular y regular y Cabildo eclesiástico. El largo acompañamiento está intercalado por pasos o andas sobre ruedas, en los que se sintetiza la tradición religiosa de Sevilla: Santas Justa y Rufina, San Leandro, San Isidro, San Fernando, Inmaculada Concepción, Niño Jesús y custodia chica con relicario de la Santa Espina. Sobre las nueve y media de la mañana sale la Custodia grande donde va el Sacramento, obra de Juan de Arfe, de estilo plateresco, con cuatro cuerpos decrecientes en planta circular. La procesión se dirige desde la puerta de San Miguel hacia la plaza de San Francisco, siguiendo por calle Sierpes, Cerrajería y Cuna hacia el Salvador, retornando por Francos y Placentines a la catedral, en la que entra por la puerta de los Palos. Los seises danzan durante la octava ante el Santísimo. En síntesis, y a modo de reflexiones finales a este apartado, diremos que las reformas carolinas que tanto afectaron a las formas de vida tradicionales en España, hicieron que el Corpus pasara de ser una fiesta de participación a una fiesta-espectáculo; el pueblo pasó de ser actor a espectador pasivo y en gran medida ausente. Los elementos tradicionales que arrancaban desde la Edad Media y los demás personajes pasaron de ser símbolos creados para mantener la fe en los misterios cristianos a elementos irreverentes y de mal gusto. El pueblo llano y los gremios, terminaron por retirarse de la procesión. Las autoridades de todo tipo, salvo períodos muy excepcionales, han presidido siempre las procesiones. Naturalmente las reformas carolinas sin la posterior disgregación de la sociedad estamental y los consiguientes enfrentamientos de clase nunca hubiesen sido efectivas. El hecho de la instauración del Corpus como fiesta de guardar para todo el mundo católico, generalizando así una devoción surgida en el obispado de Lieja, ha sido interpretada como una forma de mantener la unidad del ecúmene frente a las fuerzas disgregadoras nacidas de las devociones y creencias locales, propias de la diversidad cultural en donde ha tenido asentamiento el cristianismo. La fiesta del Corpus desde su origen ha representado simbólicamente a la sociedad jerarquizada y nucleada en torno a las corporaciones que la estructuran, de tal suerte que todos los estamentos y elementos sociales tenían un lugar prefijado, y por encima de todos el Sumo Poder -Jesús Sacramentado-; no estando ausente el Supremo mal -el Demonio-, representado por la tarasca. El orden es así mismo otra nota definitoria de la fiesta, orden que representa la procesión y el propio itinerario -siempre fijo- y que es más bien un ideal que una realidad como lo demuestra las luchas entre autoridades y gremios por la preeminencia de los lugares dentro del cortejo, configurándose así en paradigma del orden frente al carnaval, paradigma del desorden, a pesar de que la fiesta del Corpus tuvo también mucho de carnavalesco 12

en los viejos tiempos medievales y renacentistas y aún en la actualidad como hemos tenido ocasión de exponer en otro lugar (Rodríguez Becerra, 1992:16) 4. La procesión de la Virgen de los Reyes Cada año, el quince de agosto a horas muy tempranas, la pequeña imagen de la Virgen de los Reyes aparece por la puerta de Palos de la catedral hispalense, en donde espera una significativa población de la ciudad y de los pueblos de alrededor, especialmente del Aljarafe. Es esta una de las advocaciones marianas que celebran su fiesta el día de la Asunción de la Virgen. Es posible que su vinculación legendaria a la conquista de la ciudad por Fernando III, así como el que su capilla fuera panteón de algunos reyes, con un cabildo de capellanes, por ello denominados reales, han garantizado la permanencia del culto y la suntuosidad y pompa de la procesión y los actos litúrgicos. La imagen fue entronizada en la Capilla Real por Alfonso X para el enterramiento de su padre, Fernando el Santo. Tan temprano como en 1259 el pontífice Alejandro VI había beneficiado a la iglesia sevillana con cien días de indulgencias a los que asistiesen a la fiesta de la Asunción de María en su advocación de los Reyes que procesionaba en este día. Como toda imagen de cierta devoción dispone de su leyenda o invención que justifica su presencia entre los sevillanos; a la quizás no menos legendaria noticia de la presencia de la estatua en el arzón del caballo del rey conquistador, se unió, no sabemos cuándo, pero de saber común ya en tiempos del abad Gordillo, a comienzos del siglo XVI, que nos cuenta el mismo rey, durante el cerco de Sevilla, deseoso de tener una imagen, encargó a varios artífices que la labraran no quedando contento; aparecieron luego dos mancebos que se presentaron como conocedores del arte de la escultura. Se instalaron en torre de los Herberos y después de cierto tiempo, hallaron una bella imagen que contentó a todos. La ausencia de los oficiales imagineros fue prueba inequívoca que se trataba de ángeles. La víspera como ocurría en tantas fiestas era ocasión para reunirse las gentes y regocijarse con ocasión de la víspera o velada entorno a la capilla e imagen de la Virgen. Tal debía ser la afluencia que el sínodo de Sevilla (1490) tuvo que ordenar al alguacil mayor que garantizara la quietud de los que acudían a la vigilia, no consintiendo por tanto Alos cantares y tañeres, ni danzas, ni otros autos deshonestos@ (Sánchez Herrero, 1989). Con ocasión de la terminación de la nueva capilla real en 1579 se organizó una gran procesión con el traslado de la imagen y los restos mortales del rey Santo y fiestas de toros y cañas. En ese mismo año se instauró por decreto la procesión el 15 de agosto de cada año, intensificándose aún más las fiestas de la víspera en las gradas de calle Alemanes, llegándose a ser una las grandes fiestas del verano sevillano junto con la del Corpus ( Guerrero y Zoido, 1997:52); de ella se hizo también eco el abad Gordillo hacia 163032, que cuenta como mucha gente venida de fuera pasaba la noche de la vigilia de la fiesta en el Patio de los Naranjos. Sin lugar a dudas las procesiones y veladas en honor de la virgen de los Reyes debieron de seguir celebrándose, a pesar de las prohibiciones de esta últimas, en el siglo XVIII; las encontramos de nuevo referidas en Serafín Adame en 1849 dando referencia de la numerosa presencia de forasteros en la “risueña velada” y la pompa de la procesión de la Virgen entorno a la catedral. La velada empezaría a decaer posteriormente, aunque no la procesión, hecho que también refiere Madoz en su conocido Diccionario geográfico. Esta imagen ha procesionado de forma ocasional en fechas muy señaladas desde el siglo XV: Conquista de Granada (1492), Concilio de Trento (1561), y con ocasión de sequías y otras catástrofes 13

Un dato pone en entredicho la importancia de la devoción popular a lo largo de la historia, y es la tardía declaración de su patronazgo (1946) sobre Sevilla y su Archidiócesis durante el pontificado del cardenal-arzobispo Pedro Segura y Sáenz, más de cuarenta años después de su coronación canónica (1904). La procesión la organiza la Asociación de Fieles de Ntra. Señora de la Reyes y San Fernando, reorganizada en 1940 por el cardenal Ilundain. Las Hermanas de la Cruz visten y adornan a la Virgen desde 1906. En el folleto citado al comienzo, Alejandro Guichot, relaciona entre otras celebraciones que tienen lugar en mayo: el Dos de Mayo, la Cruz, la Romería del Rocío y la Ascensión, sin especificar que la fiesta estaba dedicada a la advocación de la Virgen de los Reyes, que incluía: “Función religiosa. Manifestaciones populares; coplas, prácticas, supersticiones”. Por su parte, Luis Montoto en un folleto turístico “editado para su reparto fuera de Sevilla”, cita “las solemnidades del Corpus y de la Semana Santa”, y al referirse a las advocaciones de la Virgen celebradas en Sevilla, menciona (en este orden): la Concepción Inmaculada y las vírgenes de la Antigua, de la Hiniesta, de las Aguas, de la Esperanza y de los Reyes. “Como vestigio de la popularidad que la Virgen de los Reyes tuvo, al margen del culto, ha quedado la creencia de la formulación de tres deseos que se verán cumplidos al salir la imagen por la Puerta de Palos: Salud para el que sufre, suerte para el ausente y cariño para el que lo perdió”. Y aún más, novio para las jóvenes casaderas. ¿Qué más podían desear sus devotas?

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