\"Ficción o muerte\": Autofiguración y testimonio en Diario de una princesa montonera 110% verdad

May 30, 2017 | Autor: Jordana Blejmar | Categoría: Hijos de Desaparecidos, Posmemoria, Memória Digital, Dictadura Argentina (1976-1983)
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“Ficción o muerte”. Autofiguración y testimonio en Diario de una Princesa Montonera -110% Verdad “Qué nadie se imagine lágrimas ni golpes bajos”, escribe en un determinado momento la Princesa Montonera, después de relatar como Nassera, una amiga francesa de padres argelinos cuyo hijo está desaparecido, le confiesa que no vive más, que duerme y despierta con los ausentes. La advertencia bien podría dirigirse también a los lectores de Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad –, el blog de Mariana Eva Perez, recientemente devenido en libro (Capital Intelectual, 2012), en el que la Princesa relata sus desventuras en la “Disneylandia de los Droits de l’Homme”, léase la Argentina kirchnerista, más precisamente entre el 2009 y el 2012. Como a Nassera, los desaparecidos se le aparecen a la Princesa día y noche. (Cuenta Perez en una entrevista que nunca como mientras escribía el blog soñó tanto con sus padres, secuestrados por la última dictadura militar argentina en 1978). No obstante, el relato de la Princesa Montonera provoca más risas que llantos (o por lo menos ambos en igual medida), a pesar de que ella misma sugiera que la marca de pañuelos descartables Carilina podría, lógicamente, promocionar el blog.

Jordana Blejmar (Buenos Aires) Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es Doctora en Estudios Culturales Latinoamericanos por la Universidad de Cambridge, Inglaterra, donde también obtuvo una maestría. Es investigadora y titular responsable del área de Estudios Hispánicos en el Institute of Germanic and Romance Studies (Universidad de Londres) y miembro del comité directivo del Centre for the Study of Cultural Memory (Londres). Enseñó cursos de grado y de posgrado en las universidades de Cambridge, Manchester y en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Forma parte del comité editor del Journal of Romance Studies y es co-editora (junto a Natalia Fortuny y Luis Ignacio García) de Instantáneas de la memoria. Fotografía y dictadura en Argentina y América Latina (Libraria, en prensa). Actualmente prepara un libro sobre autoficciones en la cultura argentina de la postdictadura, basado en su tesis doctoral, e investiga imágenes de la rebelión en la literatura argentina entre 1967 y 1975.

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Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad –, (Blog), Miércoles 19 de diciembre de 2012.

La Princesa Montonera es, como Perez, hija de desaparecidos. Y como ella, esta “hija” es, además, muchas otras cosas: “militonta precoz”, la “esmóloga más joven”, “otrora niña precoz de los derechos humanos”, “huérfana expulsada del ghetto”, “boludita cosmopolita”, “ex huérfana superstar”, “niña-vieja criada por los abuelos”. En su mundo bloga, la acompañan los “hijis”, otros hijos de desaparecidos o huachos, huérfanos producidos científicamente por el terrorismo de Estado (para decirlo con el Colectivo de Hijos, agrupación a la que pertenece Perez) que componen un grupo humano heterogéneo. Está, por ejemplo, la célula de hijis nerd, la hiji diputada, la hiji modelo, los hijis de la farándula como Camilo García (a quien la Princesa le ruega que nunca cambie porque hijis “militontos” hay muchos, pero hijis chimenteros escasean) o “Las Chicas” (hijis minitas). Otros personajes destacables del universo principesco montonero son el Nene, con quien trabajaba en *** atendiendo denuncias sobre el posible paradero de hijos de desaparecidos, “las blogas” Lali y Marie, Jota, las “Tías de la Esma” y los “Vecinos memoriosos de Almagro”, el grupo encargado de colocar baldosas-homenaje a los desaparecidos de su barrio. Los posts de la Princesa – desde sus visitas en calidad de oyente y tejedora de crochet a los juicios de la mega causa ESMA, hasta la primera toqueteada de Jota en la ex ESMA, en rigor entre Capucha y Capuchita, el lugar menos pensado para una primera cita – nos revelan hasta qué punto resulta difícil, sino imposible, sostener la distinción entre lo público, lo privado y lo íntimo en la Argentina postdictatorial. De allí que no sea irrelevante la decisión de Perez de escribir un blog – plataforma de naturaleza ambigua donde se aparenta exhibir la intimidad, a caballo precisamente entre lo público y lo privado – para dar cuenta de la confusión de esas esferas después del golpe. Pero el gesto más radical de este blog/libro acaso consista en haber hecho caso omiso a una serie de límites – disciplinarios, lingüísticos, políticos y hasta generacionales – que hasta no hace mucho dictaban el qué y sobre todo el cómo hablar sobre la dictadura y sus efectos en la Argentina. Uno de los mayores méritos del blog fue, en efecto, el de recordarnos que las fronteras de lo decible, mucho más cuando se trata del “temita” (Princesa dixit), no son sólo impuestas por las políticas de memoria vigentes en un momento dado o por la naturaleza (inefable) de los hechos en cuestión, sino también por las normas al interior de los géneros y registros discursivos que habilitan ciertas áreas de discusión y obliteran otras.

“¿Con qué nuevas palabras? ¿Cómo extraerme de la prosa institucional que se me hizo carne cuando escribía la propaganda que el Nene me pedía y no me dejaba firmar? ¿Podrá la joven Princesa Montonera torcer su destino de militonta y devenir Escritora?”, se pregunta nuestra heroína sin advertir que el blog, su misma escritura, es clara evidencia de haber ya revertido “el signo de la marca”. Sucede que antes que el blog de una hija de desaparecidos que quiere ser escritora, Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad –, es el blog de una escritora que además es hija de desaparecidos. Lo delatan la acertada apuesta por el imaginario de los cuentos infantiles, el diario on-line y la autoficción para narrar la postdictadura, tres registros de escritura que enriquecen las narrativas en torno a los años lóbregos de la Argentina y las llevan hasta lugares verdaderamente insospechados. La presencia de motivos y personajes de fábulas infantiles son claras referencias a una niñez arrebatada. La Princesa de “ilustre estirpe derechohumanística” nos cuenta su conflictiva relación con (un) Nene, prefiere llamar “juguetería” al negocio de cotillón de su padre, tiene berrinches y es caprichosa como una cumpleañera. En su relato conviven los villanos y los héroes como M, el Hada Buena Munú y, claro, Jota, por si hiciera falta decirlo, su príncipe azul. Pero a diferencia de lo que sucede en ciertas narrativas de la memoria colectiva, aquí los malvados son más terrenales y ordinarios que los de los cuentos infantiles: si la gorra militar impresa en las camisetas de Juicio y Castigo aludía a un único enemigo, fácilmente identificable como “otro”, la Princesa advierte – como ya lo había hecho la literatura de Luis Gusmán y la de Martín Kohan –, que hay, en nuestra historia, personajes menos monstruosos en apariencia pero “más perversos que Videla”, como la Denunciante 1, que amamantó a su hermano apropiado sin preguntar quien era ese bebé o dónde estaban sus padres (“una ubre, lo prenden a una ubre, una ubre que no pregunta, que no se escandaliza”), y Dora La Multiprocesapropiadora, que lo robó y crió como si fuera suyo.

(http://criticalatinoamericana.com/wp-content/uploads/2013/01/castillo-01.jpg) Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – (libro), pág. 158. Con igual ánimo de desarticular imágenes estancadas y recurrentes en las discusiones públicas sobre el pasado reciente, la Princesa presenta un perfil de los Kirchner alejado de todo maniqueísmo. Se emociona con la asunción de Néstor y asiste orgullosa aunque cautelosa a un encuentro con el entonces presidente en la Casa de Gobierno (“espero no arrepentirme”, le advierte desafiante). Pero al “clímax de fe en la política” le sigue el desencanto, el “lowest point de mi relación amorosa con los Kirchner”, cuando en agosto 2009 durante un discurso en el que anuncia Fútbol para Todos, Cristina Kirchner se refiere a la anterior política de los medios y de televisación de fútbol por cable con una frase infeliz –“goles desaparecidos” – que compara esa política con los secuestros y las desapariciones durante la dictadura. El otro momento clave en la relación entre la Princesa y sus padres simbólicos es la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010. En esa ocasión la Princesa rememora el 24 de marzo de 2004, el pedido de perdón en nombre del estado argentino y el simbólico gesto de bajar los cuadros de Videla y Bignone del podio del Colegio Militar. Entonces también recuerda “las leyes reparatorias redactadas como el culo y nunca revisadas”, “el

uso y el abuso de las Madres”, y el “loteo clientelar de la Esma”. Lo curioso es que si considera esos primeros gestos emblemáticos de Néstor Kirchner insuficientes, al mismo tiempo lo llorará “como un familiar” y luego hasta se arrepentirá de no haberle creído. Idas y vueltas que no son sino intentos de hacer el duelo de la muerte del Padre, allí donde el duelo sí es posible.

(http://criticalatinoamericana.com/wp-content/uploads/2013/01/prince_ne_stork-01.jpg) Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – (libro), pág. 30. Foto: Damián Neustadt

El tono y registro de escritura del diario on-line – breve, episódico, directo, coloquial – permite a Perez desapegarse de la prosa institucional de ciertas organizaciones de derechos humanos, pero también de la prosa enrevesada de la academia, y poner en boca de su personaje comentarios aparentemente banales destinados, una vez más, a desacomodar algunos lugares comunes de la “liturgia de la memoria” colectiva. Tal el caso, por ejemplo, cuando la Princesa advierte que las camisetas de Juicio y Castigo están demodé (“un fashion emergency a la izquierda, por favor”, suplica después de exigir modelos entallados) o que en las redes sociales, y no sólo en Plaza de Mayo, se “militontea”. De allí que se entusiasme cuando el 24 de marzo explota en Facebook y se discute si es mejor cambiar la foto de perfil por la silueta y la leyenda del Nunca Más o por la foto de “tu desaparecidx favortix”. Por otro lado, el blog es un espacio de circulación de discursos en apariencia más privado que, por ejemplo, el teatro. No llama entonces la atención que sea allí, más que en las obras en las que Perez también ha ficcionalizado eventos vinculados a su biografía, donde se tome mayores licencias, al menos en lo que refiere a la experimentación con el lenguaje y el humor. Lo que no quiere decir que sus obras de teatro no sean osadas en otros sentidos, pues Instrucciones para un coleccionista de mariposas o Ábaco, por ejemplo, se ocupan igualmente de dimensiones poco abordadas por la memoria colectiva, como los conflictos cotidianos en las relaciones entre los parientes de los desaparecidos. Las posibilidades del soporte virtual para la construcción de una memoria lúdica, no solemne, del pasado reciente son reforzadas en el blog por el uso de diminutivos (“temita”) o humoradas gramaticales (“hijis”, “Verdat”, “Identidat”) que buscan quitarle el peso a palabras demasiado cargadas de historia y de sentidos. La Princesa también recurre a otras estrategias para restarle gravedad a la memoria, como por ejemplo cuando advierte que “siempre tiene que haber de por medio una cerveza o un porrito, porque del todo lúcidos con el temita no se puede” o cuando usa expresiones como “en medio de mi pena – porque lo relato así, light, para no agobiarlos”.

Memoria juguetona y sagaz que está lejos de ser superficial, descomprometida o mera irreverencia mojigata, porque bien sabe la Princesa que “una cosa es desafiar el sentido común del ghetto y otra pasarme de rosca y terminar siendo snob”. Se trata, en todo caso, de ensayar diversas estrategias para hablar de aquello que de otro modo no podría decirse/transmitirse. También de transformar el pasado “para hacer de eso heredado algo propio”. La Princesa se refiere al vestido de novia que su abuela Site le regaló para que use en su casamiento con Jota y que la modista ajusta a su medida. También, no hay duda, a esa otra herencia menos tangible pero bien real.

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Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – (libro), pág. 174. Foto: Esteban Tula Santamaría

A su vez, el cruce entre fantasía y realidad, entre ficción y autobiografía, problematiza el estatus testimonial del blog, un estatus que sugeriría ya desde el subtítulo: 110% Verdad promete que este relato será más verdadero que la “pura verdad” del testimonio, aunque también pueda entenderse que el blog es antes cien por ciento verdad y diez imaginación, o viceversa. Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – no puede, en efecto, ser calificado como testimonio, al menos no en el sentido en que la jerga legal y la “derechohumanista” le atribuye al término. Aunque está escrito en primera persona (en ocasiones disfrazada de tercera), la voz narrativa pertenece a un personaje (auto)ficcional. La elección de un pseudónimo o nick es, se sabe, una práctica común en la blogósfera y señala una característica esencial de los blogs: el de ser simultáneamente espacios de autorepresentación y puestas en escena de un yo que esconde tanto como lo que dice mostrar. Así, el principal compromiso del blogger con sus lectores no es, como el del testigo o el del (auto)biógrafo, ser sincero (decir la “Verdat”), sino ser entretenido. Los posts de la Princesa Montonera no pueden ser igualmente calificados de testimonios en el sentido de denuncias, porque mientras éstas refieren a hechos reales ocurridos en el pasado, muchos de las entradas de la Princesa relatan sueños de aventuras guerrilleras, encuentros imaginarios con sus padres biológicos o con Néstor Kirchner, relatos, en suma, de poca relevancia en el ámbito jurídico. No sorprende, entonces, que aún cuando en una de sus primeras entradas exclame jocosa que “el deber testimonial me llama. Primo Levi, ¡allá vamos!”, la Princesa Montonera rechace con vehemencia el carácter testimonial de su relato. En ulteriores posts señala, por ejemplo, que “si esto fuera testimonio también habría cucarachas, pero es ficción” o más categórica, que “soy yo que no tolero otro testimonio más”.

El suyo, insistimos, se trata, en todo caso, de un testimonio de la dificultad de dar testimonio, un poco en el sentido ya propuesto por el film pionero de Albertina Carri, Los rubios. Esta dificultad se tematiza de hecho en un post decisivo, cuando la Princesa Montonera escribe que no puede terminar (de testimoniar sobre) el testimonio de Munú y sus torturas en la ESMA: “Y hasta aquí llegan las Aventuras del Hada Buena Munú en el Reino del Testimonio tal como yo puedo escribirlas. Más no puedo porque se me entumece la pluma y desbarranco hacia el paper o la prensa del ghetto”. Ahora bien, si Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – no es testimonio, tampoco es diario íntimo. A diferencia del espíritu confesional del diario íntimo (y a pesar de que el libro se haya publicado en la colección titulada Confesiones) el blog de Perez esta lejos de ser un confesionario, pues coloca a la Princesa en un lugar bien diferente al que el testimonio o la autobiografía parecerían reservarle a quien toma la palabra para hablar de si mismo. La Princesa no se conforma con contar las peripecias de su vida. Ella también quiere saber más de quienes la siguen, cómo son, qué hacen. “Todo googleo”, escribe mientras investiga a uno de sus lectores. Y luego, más directamente: “Ya dije que sufro de detectivismo”. La Princesa es tan detective, es tan vouyeur, como nosotros cuando la leemos (“¿Son buenos detectives, lectores?” ), como otros hijis (“ellos también son detectives”) o como “M, el más guapo de los detectives del ghetto”, aunque también es cierto que el detectivismo parece aquejar principalmente a hijos de desaparecidos, como lo evidencian el film M, de Nicolás Prividera, los personajes de Patricio Pron, los de Félix Bruzzone, los de la obra Mi vida después, de Lola Arias o la colección de libros de poesía “Los detectives salvajes”, cuyos responsables, Juan Aiub y Julián Axat, son poetas e hijos de desaparecidos. Otra diferencia entre blogs y diarios íntimos es que si los primeros son usualmente temáticos, los segundos no tienen más tema que la vida del escribiente. El blog es efímero, desaparece cuando el blogger decide cerrarlo. El diario, por el contrario, sobrevive al autor y está, como escribe Alan Pauls en un conocido ensayo sobre el género (Cómo se escribe el diario íntimo, 1998), fundado en el principio de posteridad. Más aún, Pauls señala que el diario esta regido por la idea del secreto. Tal vez por eso, aventura, el diarista puede ser irresponsable, libre y despreocupado de las formas. El blog, por el contrario, se escribe para compartir (de allí que esté cuidadosamente editado) y para comunicar, además de ser interactivo. En este punto vale la pena señalar que Perez se ha preocupado por mantener cierto tono dialógico en el pasaje del blog al libro – lo atestiguan expresiones insertadas a posteriori en el volumen como “Jony me cuestiona la última frase” – , aunque la inmediatez e interacción del blog no puedan ser nunca reproducidas por completo en el soporte papel. El blog, en suma, se escribe en primera persona pero existe en un espacio comunitario. “Para no olvidarme, lo escribo en el blog, que es como pedirle a un grupo de desconocidos que me hagan acordar”, observa la Princesa.

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Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – (Blog), “Y ya lo ve”, Domingo 18 de septiembre de 2011.

Su comunidad, no obstante, no es solo de desconocidos. En el blog hay links a los sitios de otros “hijis piolas” como El caballo Enrique o Amontonados. Temporalidades de la infancia, el blog de la muestra de arte que reunió la obra de María Giuffra, Lucila Quieto y Ana Adjiman. A su vez, cada uno de los blogs mencionados incluye links no sólo al blog de Perez sino a los de otros “hijis”. El caballo Enrique tiene una entrada, “Blogs que sigo”, con links a Diario de una Princesa Montonera, pero también a otro blog de Perez y de José Esses en el que postean anécdotas suyas en Berlín, y al blog del Colectivo de Hijos. Asimismo, el blog de Angela Urondo, Pedacitos de Angelita, en el que la hija del reconocido poeta montonero, asesinado por la dictadura en 1976, comparte reflexiones y situaciones vinculadas con la recuperación de su historia familiar, también incluye links al blog de Perez, al del Colectivo y a otro propio, Infancia y Dictadura, que recopila “colección de sueños recurrentes, relatos simbólicos y visiones infantiles sobre la dictadura”. Finalmente, el blog de María Giuffra tiene una entrada (“Nos-otros”) donde publica el trabajo de otros jóvenes artistas y autores de su generación, varios de ellos hijos e hijas de desaparecidos, como un texto de Julia Coria, poemas de Julián Axat y fotografías de Lucila Quieto. Estas conexiones rizomáticas entre los blogs construyen un mapa de estéticas e inquietudes sobre la historia reciente y sus efectos en el presente, vinculadas a una memoria generacional, que circulan por fuera de espacios de intervención cultural y divulgación de memorias de más larga data como el cine o la literatura. Sin embargo, las intervenciones de estos blogs ameritan ser tomadas igualmente en cuenta en los debates públicos sobre estos temas pues constituyen un modo verdaderamente novedoso, en forma y contenido, de discutir la herencia de la dictadura. En Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad –, las afinidades con otras memorias de las nuevas generaciones también se evidencian en algunos posts (“Vi Infancia clandestina y Mi vida después. Tenía la esperanza de que Infancia clandestina no me gustara/conmoviera, pero no tuve suerte”), en la elección de ciertas imágenes (como cuando Perez publica una recuerdo fotográfico inventado junto a su padre siguiendo la lógica del conocido trabajo de Lucila Quieto, Arqueología de la ausencia) y en entrevistas donde reconoce como interlocutores a otros artistas, escritores, dramaturgos y cineastas con quienes la une una sensibilidad similar para abordar estos temas. De hecho todos ellos – Bruzzone, Quieto, Laura Alcoba o Lola Arias, entre otros – han advertido en varias oportunidades estar atentos a las obras de sus contemporáneos. El uso del humor y la parodia, el cruce entre memoria pública y memoria privada, la discusión crítica pero evitando el juicio moral sobre los setenta, los guiños al universo de la infancia, la mirada anacrónica, la referencia a figuras contemporáneas de apropiación del pasado reciente como la del detective, el arqueólogo o el travesti y, sobre todo, la autoficcionalización de la memorias son algunas de los atributos que comparten estas miradas.

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Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – (libro), pág. 102. Foto: Clarisa Spataro En efecto, como muchas de los trabajos de los autores mencionados, antes que autobiografía, testimonio o diario íntimo, Diario de una Princesa Montonera – 110% Verdad – es, como ya lo han señalado algunos críticos, autoficción, género híbrido si los hay, relativamente reciente en su teorización. La autoficción desconfía de la capacidad referencial del lenguaje y de la fidelidad de la memoria, deconstruye el yo autobiográfico y está en el otro extremo de la literatura documental, pues pone en duda que sea posible la transmisión escrita de una experiencia que tuvo lugar fuera del texto. Según Serge Doubrovsky, quien acuñó el término en 1977 para referirse a su novela Fils (hijos/hilos), uno de los rasgos principales de la autoficción es el establecimiento de un pacto ambiguo o simultáneo entre autor y lector, según el cual éste último confía en la identidad nominal entre narrador, autor y protagonista de un relato (pacto autobiográfico) y al mismo tiempo lee ese relato como una fábula, una invención (pacto ficcional). La Princesa Montonera se refiere varias veces a este pacto simultáneo cuando se dirige a sus lectores: “Ustedes saben que mi diario es mayormente ficción, pero lo del queso es Verdad”, “¿Es Verdad o es Hipérbole? Lo dejo a tu criterio, lector”. Disemina datos que bien podríamos adjudicar a Perez, tales como su inicial (“M* es mi nombre”) o sus actividades: “Le dediqué (a mi abuela) una obra de teatro”, “estudié ciencia política”, “empecé un seminario de crónica con María Moreno”. Incluye fotos de la autora (intervenidas por la artista y blogger Natalia Perugini, alias “Kit Sch”) que corresponden con eventos conferidos, en el relato, a la Princesa Montonera. No obstante todos estos datos, la narradora deja también bien en claro que sería apresurado calificar el relato como una autobiografía más. “Volví y soy ficciones”, escribe como para despejar dudas sobre el estatuto autorreferencial de su escritura. Además de impedir, con este pacto ambiguo, la identificación directa entre autor y lector, lo que resultaría en una memoria catártica que Perez querría a toda costa evitar, la autoficción tiene otra ventaja respecto de muchos testimonios, en particular cuando se trata de relatar el trauma de la desaparición, pues permite, para decirlo con la Princesa, “escribir lindo” sin perder rigor ni compromiso. Tal vez en la escritura de una memoria no grave ni solemne de la herencia dictatorial, que de cuenta de las lagunas en el lenguaje para nombrar lo innombrable pero que además reserve un lugar a la risa, el placer y la belleza, como sucede en el diario on-line de Perez, estén las claves para convivir mejor con (y hablar de) los fantasmas del pasado. Leemos en el blog/libro: “Después encara una lista de palabras que los hijis no podemos usar con la misma inocencia que la gente normal: centro, parrilla, traslado, máquina, tabique…Hace un año hice una lista similar. Quería escribir sobre el temita, y empecé por una lista de palabras que me autocensuraba, palabras de *** del ghetto, de Site. Fue lo único que pude escribir esa vez. No había otras palabras de repuesto. Ahora las estamos inventando” . * Agradezco a Mariana Santángelo, Jessica Gordon-Burroughs y Natalia Fortuny por haber leído y comentado versiones previas de este texto. Un agradecimiento especial va también para Mariana Eva Perez. Cuando le conté que estaba escribiendo sobre su blog me dijo que la situación era parecida a cuando dos conocidos se encuentran en un sauna y sienten más vergüenza que si estuviesen desnudos frente a extraños. Me gustó escuchar a la Princesa Montonera en esas palabras, y que el humor disipara cualquier posible incomodidad.

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