Fernando GASCÓ y José BELTRÁN (eds.), La Antigüedad como argumento II. Historiografía de arqueología e historia antigua en Andalucía

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Descripción

LA ANTIGÜEDAD COMO ARGUMENTO 11 Historiografia de arqueología e historia antigua en Andalucía

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LA ANTIGÜEDAD COMO ARGUMENTO II Historiografia de arqueología e historia antigua en Andalucía

Fernando Gaseó José Beltrán (eds.)

Sevilla, 1995

CONSEJERIA DE CULTURA JUNTA DE ANDALUCIA

Este libro se ha publicado con una contribución de LA Dirección General de Bienes Culturales de la junta de Andalucía y se enmarca en la actividad investigadora de

los grupos de investigación del PAI n° 1048 y 5074. Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún proceclimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de los eclitores de este libro.

Tipografia: M Bembo cp 10/13 Orla de arracada de capítulo, basada en tipografia del s. XVIII. Papel: Ahuesado verjurado de 90 grms. Encuadernación: Rustica cosido con hilo vegetal Imprime: Tecnographic, S.L.

© Los autores

© Fernando Gaseó José Beltrán (eds.)

ISBN: 84-605-2429-9 Depósito Legal: SE-730/95 Peclidos a:

LIBRERÍA SCRIPTORIUM. S.C. Apdo. Correos (P.O. Box) 404 E- 41080 SEVILLA ESPAÑA

·~ 1 día 15 de mayo de 1995, poco después de mediodía, falleció en · .> Sevilla Fernando Gaseó, cuando este libro estaba ya preparado para la

· .~i'l.. edición. Ha sido tan violento el ataque que su persona experimentó a través de la enfermedad y tan poco coherente con el proceso cíclico vital de su individualidad, que lo que ha ocurrido con esta publicación puede ser considerado un caso representativo del momento biográfico por él vivido. Cuando todavía no había cumplido cuarenta y cinco años de vida ni dos de catedrático, se hallaba en la plenitud de sus fuerzas fisicas e intelectuales. Comentaba hace poco que las actuales tensiones de la vida profesional de los profesores universitarios requieren fortaleza fisica además de condiciones intelectuales. Por eso era capaz de atender a las obligaciones que le imponían las circunstancias, pero también de crear nuevas circunstancias, por las que movilizaba a sus jóvenes discípulos tanto como a sus mayores en el plano de la edad académica hacia una actividad que sólo no era agotadora porque él mismo le imprimía un halo de entusiasmo que trasformaba en acto gratísimo cualquier esfuerzo. Por ello, en estos momentos son varias las publicaciones que quedan pendientes de redondear, en imprenta o en correcciones de pruebas, en entrega definitiva de originales, donde se incluyen colaboraciones suyas, cuando no es él mismo el promotor y animador. Lo mismo ocurre con las reuniones científicas pendientes, donde su ausencia va a ser muy dificil de soportar. Tales circunstancias son el resultado de su enorme empuje hacia empresas atractivas, cursos y seminarios, editados con colaboración múltiple, sobre Heterodoxos, riformadores y marginados en la antigüedad clásica, con Javier Alvar, sobre El pasa-

do renacido. Uso y abuso de la tradición clásica, con Emma Falque, sobre La antigüedad como argumento. Historia de la arqueología e historia antigua en Andalucía, con José Beltrán, sobre La imagen de la realeza en la Antigüedad, con José M • Candáu y Antonio Ranúrez de Verger. .. El mismo espíritu emprendedor, impulsado por su capacidad para percibir los temas y los problemas sobre los que merece la pena iniciar las vías de la investigación hacía que en reuniones como las de A.R.Y.S. fuera frecuentemente el creador de la idea que servióa de eje en la próxima reunión y que haya formado tantos y tan prometedores discípulos en relativamente pocos años de actividad universitaria. Las tesis dirigidas ofrecen un panorama significativo de sus preocupaciones investigadoras: el cristianismo, las ciudades griegas de época romana, la literatura griega imperial ... También son éstos los campos donde su aportación individual resulta sorprendentemente rica, en lo amplio y profundo. Desde una edición con traducción y comentarios de los Consejos políticos de Plutarco, a un estudio de la época de los Severos a través de Dion Casio (Dion Casio. Sociedad y política en tiempos de los Severos), pasando por el análisis de las Ciudades griegas en conflicto (s.I-111 d.C.), los temas representan su espíritu indagador en un peóodo en que necesariamente se funden la historia griega y la historia romana, para dar la imagen real del mundo de la antigüedad, integradora del oriente y del occidente, del clasicismo y de la periferia, de las ciudades y del imperialismo. Desde el concurso a la cátedra se preocupaba especialmente por el evergetismo y proyectaba, con Javier Lomas y otros colaboradores, un trabajo enormemente atractivo que trataba de explicar el tránsito del evergetismo a la caridad cristiana en los sistemas redistributivos de las ciudades del Imperio, fenómeno seguramente explicativo de las transformaciones ocurridad entonces en la funcionalidad misma de las ciudades y, por tanto, en sus transformaciones, decadencias, perduraciones y monumentalidad. No hay más remedio que admitirlo. Su obra personal ha quedado truncada en su mejor momento. Por mucho que se admire la solidez de lo hecho hasta ahora, había fundadas razones para esperar una evolución por mucho tiempo ascendente. Sólo queda tener la seguridad de que sus discípulos y amigos, conocedores de sus proyectos, intentemos continuar, aunque sea imposible reproducir la vitalidad de su espíritu. La llama viva de la amistad será capaz de mantener ese espíritu en nuestra memoria como para vernos impulsados a alimentar la energía en la imitación inalcanzable de su impulso vital.

~INDICE~

11 Prefacio

13 Arqueología y configuración del patrimonio andaluz. Una perspectiva historiográfica J. Beltrán Fortes

57 Origen y función de las primeras colecciones renacentistas de antigüedades en Andalucía V . Lleó Cañal

75 Sevilla, el nacimiento de los museos, América y la botánica J. R. López Rodríguez

99 Novedades sobre los estudios epigró:ficos en España en los siglos XVI-XVII. Manuscritos y epigrafia . Metodología: el ejemplo del Ms . Cattaneo H. Gimeno Pascual

121 Tergiversaciones en la historiogrqfia local andaluza del siglo XVIII sobre la Antigüedad y la Arqueología P . Guinea Díaz

135 Historiografia flustrada en España e Historia Antigua. De los orígenes al ocaso F. Wulff Alonso

153 Riferencias historiogró:ficas sobre el castillo de Doña Blanca (El Puerto de Santa María, Cádiz) D . Ruiz Mata

177 Schulten y Tartessos M. Blech

201 Apéndice. Antonio ]acobo del Barco: las Casitérides. Introducción y edición V. Fombuena Filpo

229 Indice onomástico

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~PREFACIO~

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n esta segunda entrega de La Antigüedad como argumento la intención que nos anima es semejante a la que estimuló la primera. Nuestro ;.:~,.., objetivo fue y es promover y difundir estudios que ilustren la forma en la que se descubrió u olvidó, preservó o destruyó la antigüedad, en especial la relacionada con Andalucía. No obstante, entiéndase la reducción geográfica como un límite convencional, sin que tras él alienten los editores la intención de descubrir particularidades nacionalistas andaluzas desde la colonización fenicia en adelante. Se trata de documentar a través de una sección temática los límites y capacidades de anticuaristas, historiadores y eruditos desde el s. XVI en adelante y, por consiguiente, es una manera de ir intentando fijar los procedimientos por los que se otorgó a unos restos materiales la condición de patrimonio que debía ser protegido y estudiado, porque se le concedía además de un ocasional valor estético, el carácter de testimonio valioso que estaba en el fundamento histórico y la honorabilidad de ciudades y pueblos. En el siempre grato capítulo de agradecimientos quisieramos reconocer la ayuda de aquellas personas e instituciones que, con su apoyo humano y económico, han hecho posible sacar a la luz el presente volumen, así como la realización del ciclo de conferencias al que éste corresponde, celebrado en la Universidad de Sevilla en el mes de noviembre de 1993; en concreto expresa,mos nuestro reconocimiento a la Universidad de Sevilla (Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Facultad de Geografia e Historia) y a la Consejeóa de Cultura de la Junta de Andalucía (Dirección General de Bienes Culturales). Por último queremos agradecer a D. Dimas Borrego su desinteresada colaboración en la ejecución de este libro. Los editores

ARQUEOLOGIA Y CONFIGURACION DEL PATRIMONIO ANDALUZ. UNA PERSPECTIVA HISTORIOGRAFICA José Beltrán Fortes Universidad de Sevilla

INTRODUCCION: ARQUEOLOGIA Y SOCIEDAD .

istoriográficamente podemos constatar una corriente de opinión entre estudiosos de la Antigüedad que reclamaba, a la vez que proclamaba con orgullo , el carácter elitista de la nueva disciplina arqueológica surgida a lo largo del siglo XIX; pero, es más bien cierta la afirmación de Trigger de que, tradicionalmente, "la imagen más popular que ofrece la arqueología es la de una disciplina esotérica sin ninguna relevancia para las necesidades o inquietudes actuales" 1 , lo que ha afectado asimismo a la caracterización más o menos generalizada de aquellos investigadores que se han dedicado a ella, desde la imagen mistificada del romántico aventurero -pasando por la, más o menos afortunada, del héroe cinematográfico-, hasta la igualmente falsa del sabio desconectado de la realidad en que vive , en ocasiones ausente de toda consideración positiva, como reflejaba Hooton al afirmar que los arqueólogos eran "seniles casanovas de la ciencia que se mueven entre los montones de basura de la antigüedad"2. En suma tales visiones reproducían una falta de diálogo real de la Arqueología y de los arqueólogos con la sociedad correspondiente, en un divorcio que se alimentaba recíprocamente del escaso respeto tenido a los restos arqueológicos, dentro de una problemática más amplia de conservación y

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1 B. G. Trigger, Historia del pensamiento arqueológico (trad. Barcelona 1992) p. 15 2 E. Hooton, Apes, Mm and Morons (London 1938) p. 218, cit. en B. G. Trigger, op . dt., p. 15.

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tutela del patrimonio histórico. Hoy en día la situación es totalmente diferente, y la Arqueología es una ciencia que está inmersa en la sociedad -o al menos debe estarlo-, porque afecta a una realidad patrimonial que nuestra sociedad comprende que debe ser recuperada, protegida, conservada, estudiada y dada a conocer de forma ineludible, a pesar de que ello entre en conflicto con intereses socioeconómicos, más o menos especulativos, o con el simple desconocimiento. Leyes que protegen y ordenan nuestro patrimonio histórico español, como la de 1985 o , a nivel andaluz, la de 1991 , ilustran suficientemente el hecho; pero a la vez nos indican que supone una conquista relativamente reciente en nuestra sociedad, y el acercamiento historiográfico nos ilustra sobre ese arduo camino recorrido. Ofreceremos sólo un intento de aproximación historiográfica a los complejos y variados factores que configuraron en nuestro país, y más en concreto en Andalucía, a lo largo de los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX, una conciencia social de la necesidad de la protección, conservación y estudio del patrimonio arqueológico, en paralelo al propio desarrollo y evolución de las actividades de investigación y estudio de la ciencia arqueológica, en la idea, expuesta claramente por Trigger, de que "las investigaciones arqueológicas también están injluídas por los recursos que se destinan a ellas, por el contexto institucional en el cual se inscriben y por el tipo de investigación que las sociedades o los gobiernos están dispuestos a apoyar o realizar"3. Ya desde el momento en que determinadas actividades de carácter arqueológico -aunque no científicas- se desarrollan de una forma más o menos importante en Europa (es decir, desde el Renacimiento), se ven afectadas por los más variados intereses de tipo político, económico, social, académico, etc., que han ido marcando desde entonces tales actividades en nuestra sociedad occidental, con una lógica evolución histórica. El pasado se ha instrumentalizado siempre en el presente, como reflejan especialmente las frecuentes falsificaciones de tipo histórico4, pero en el caso de la Arqueología adquiere un elemento añadido por el hecho de que trata con los restos materiales de las sociedades del pasado, a los que su descubridor o su poseedor, o un grupo social, o todo un pueblo confieren un determinado valor ideológico. Así, a partir de los estudios arqueológicos se han intentado justificar en

3 B. Trigger, op. cit., p. 26 y s. 4

J.

Caro Baroja, Las falsificaciones de la Historia (en relaciÓI! con la de España) (Barcelona

1992).

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ocasiones -más o menos explícitamente- posturas colonialistas o imperialistas, nacionalistas o incluso racistas 5 . En un segundo plano -que afecta de una forma más estricta a los restos materiales del pasado-, los valores que las diferentes sociedades les han ido concediendo a aquéllos han ocasionado que ya desde el Renacimiento las actividades de carácter arqueológico (la antiquaria , como dará en llamarse hasta nuestro siglo) aparezcan unidas a fenómenos extraños a las que serían puramente cuestiones de estudio, como son, entre otros, el coleccionismo y el mercado de antigüedades, las imitaciones de éstas y las falsificaciones o el expolio de los yacimientos arqueológicos. Lo que interesa casi siempre es el objeto mueble, con su valor intrínseco de tipo histórico o artístico, para ser acumulado en colecciones de diverso carácter y funcionalidad, pero que siempre presentan el interés de la evocación del pasado al que pertenecen. En realidad hasta prácticamente el siglo XIX no se desarrolla un interés similar en lo que respecta a los objetos inmuebles, y ello va de la mano de dos factores principales. En primer lugar, la concienciación oficial de que los monumentos arqueológicos -circunscribiéndonos por tanto sólo a esta faceta patrimonial- formaban parte de un patrimonio público que había que proteger, conservar, estudiar y dar a conocer; lo que explica, por ejemplo, que se elabore una extensa legislación sobre el tema, o que se desarrollen o surgan instituciones como las Academias, los Museos u otras entidades culturales de carácter público, que intentan controlar asimismo las actividades arqueológicas, o el desarrollo -ya en el siglo XIX- de una determinada política de restauración de monumentos a partir de diversos planteamientos teóricos 6 . En segundo lugar, la propia evolución que tiene la Arqueología como actividad científica, que determinará la importancia ineludible de la contextualización de los materiales arqueológicos -aparte del diferente valor artístico de cada uno de ellos-, y que lleva por tanto a valorar de forma especial al yacimiento y a construir una adecuada metodología de excavación para su registro arqueológico y correcta interpretación histórica. No obstante, en relación a este último aspecto -a pesar de las numerosas excavaciones que promovieron los países europeos desde el Renacimiento, especialmente en Europa y en el Próximo Oriente- no será hasta muy a fines del siglo

5 B. G. Trigger, op. cit., esp. p. 110 y ss. 6 Cfr., C. Ceschi, Teoría e Storia del Restauro (Roma 1970); A. Capitel, Metamorfosis de

monumentos y teorías de la restauración (Madrid 1988).

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pasado cuando se vaya elaborando un método científico y meticuloso de excavación, basado en la lectura estratigráfica del yacimiento, y que se plasma sólo en la primera mitad del siglo XX. En el caso de España, por ejemplo, esa metodología no se incorpora realmente hasta fechas tan recientes como la segunda mitad de nuestra centuria, lo que debe tenerse en cuenta a la hora de valorar todos los aspectos que vamos a analizar a continuación.

HUMANISMO Y CONTRARREFORMA (SIGLOS XVI-XVII). El interés por los bienes arqueológicos, aunque sobre todo referido a los bienes muebles, surge desde un primer momento en clara relación con el fenómeno del coleccionismo. Los afanes coleccionistas del mundo antiguo son sustituídos con el cristianismo medieval por fenómenos de atesoramiento predominantemente eclesiásticos (así la colección de reliquias sagradas), aunque durante la Baja Edad Media se impone asimismo un coleccionismo laico que tenía en monarcas, nobles y élites ciudadanas sus principales inductores; la situación sólo cambia de forma drástica, en sus intereses y desarrollo, con el Renacimiento, cuando el humanismo considera a la cultura clásica como modelo 7 . No obstante, ya en los siglos XVI y XVII, en muchos lugares animado por los ideales de la Contrarreforma, se documenta un anticuariado europeo de carácter erudito al que interesaban especialmente cuestiones de tipo histórico-topográfico, sobre todo para identificar las ciudades antiguas referidas por las fuentes, y en muchos casos -en concreto en los anticuarios de ámbito local o regional- se pretendía un mayor prestigio para la patria particular, dotándola de una mayor antigüedad, cristiana o a lo sumo pagana8 . Ello se

7 Remitimos al estudio dedicado al tema por V. Lleó en este mismo volúmen; cfr., además, V. Lleó, Nueva Roma: mitología y humanismo en el Renadmiento sevillano (Sevilla 1979). En general, vid. R. Weiss, The Renaissance Discovery oJ Classical Antiquity (Oxford 1969); F. Haskell, N. Penny, Taste and the Antique. The Lure of Classical Sculpture, 15001900 (London 1981).

8 Cfr., G. Bazin, El tiempo de los Museos (Madrid 1969) p. 41 y ss.; M. Morán, F. Checa, El coleaionismo en España. De la cámara de maravíllas a la galería de pinturas (Madrid 1985). Para los aspectos históricos vid. F. Gaseó, "Historiadores, falsarios y estudiosos de las antigüedades andaluzas", La antigüedad como argumento. Historiografia de Arqueología e Historia Antigua en Andalucía (Sevilla 1993) p. 9 y ss.; P. Guinea, "Antigüedad e historia local en el siglo XVIII andaluz", Florentia iliberritana 2 (1991) p. 241 y ss.; F. Wulff, "Andalucía antigua en la historiografia española (XVI-XIX)", Ariadna 10 (1992) p. 9 y ss.

constata de forma clara en el caso hispano, donde un verdadero escaso arraigo de los ideales renacentistas, en contraposición a otros países (como Italia), explica el auge de los dogmas contrarreformistas en los ámbitos de la cultura, que se ve condicionada por la ortodoxia religiosa 9 . En el campo histórico, junto a la lacra de los "falsos cronicones", se generaliza una serie de escritos con constante referencia a los materiales arqueológicos, la mayoría de las veces epigráficos y numismáticos -en especial si aportaban elementos de topografia antigua-, pero en los que a la vez se identifican y describen ruinas, incorporando en ocasiones ingenuas representaciones gráficas 10. Mediante la visita a los yacimientos, donde recogen materiales o realizan excavaciones, estos anticuarios conforman en las diferentes regiones colecciones de piezas arqueológicas de ámbito local, con una especial predilección por lapidarios y monetarios, que les sirven para sus estudios.

LA NUEVA ERUDICION ILUSTRADA (SIGLO XVIII). 1) Erudición, coleccionismo y poder: El siglo XVIII marca una nueva época en España, y ello incide asimismo en la consideración que se tenía sobre la cultura y los restos materiales del pasado, lo que trae consigo un mayor desarrollo de actividades como las excavaciones. No obstante, la Ilustración española, por diferentes causas, tampoco fue comparable a la de otros países europeos 11 ; fue corta -especialmente cir-

9 Son importantes los estudios de L. Gil, que se resumen en dos de sus obras: Panorama social del humanismo español (1500-1800) (Madrid 1981) y Estudios de humanismo y tradición clásica (Madrid 1984). 10 Entre los andaluces de la Edad Moderna podemos destacar miembros del círculo cordobés, con Ambrosio de Morales y Fernández Franco, en el siglo XVI, o Pedro Díaz deRivas, Bernardo de Cabrera o Vaca de Alfara, en el siglo XVII, y en ese mismo siglo, fuera del ámbito cordobés, el sevillano Rodrigo Caro o el gaditano Suárez de Salazar; vid. J. Beltrán, "Entre la erudición y el coleccionismo: anticuarios andaluces de los siglos XVI al XVIII", LA antigüedad como argumento .. (cit.) p. 104 y ss 11 Entre la abundante bibliografia dedicada al siglo XVIII (cfr., por ejemplo, F. Aguilar, Bibliografía de estudios sobre Carlos III y su época [Madrid 1988]), podemos destacar: J. Sarrailh, LA España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII (México 1957); V. Palacio, Los españoles de la flustración (Madrid 1964); AA.VV., LA flustración Española. Actas del Coloquio (Alicante 1986); AA.VV., Carlos III y la flustración . Catálogo de la Exposición (Madrid 1988); AA.VV., Carlos III y la flustración. Actas del Congreso (Madrid 1989).

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cunscrita a la segunda mitad del siglo- y superficial, ya que las nuevas mentalidades de la élite ilustrada no incidieron adecuadamente en la masa popular, en especial en el campo, seguramente porque no se llevó a cabo un cambio estructural en la tenencia de la tierra (la debatida "cuestión agraria"), que los propios ilustrados consideraban inevitable para la erradicación del panorama desolador que se advertía en los típicos "Viajes de España", con lacras como la miseria, analfabetismo, mendicidad, bandolerismo, etc.12. La inexistencia de la reforma económica no era más que el resultado de una falta de reforma política, puesto que la monarquía borbónica impulsó sólo un tímido reformismo (con ministros como Ensenada, Campomanes o Floridablanca), con base en el regalismo frente a la Iglesia, en superficiales reformas económicas (construc.ción de infraestructura viaria, por ejemplo) y en un determinado impulso cultural que sólo afectó a una élite ciudadana, y frente a la que se alzó rápidamente la nobleza tradicional y el clero. Por otro lado, el miedo a que se reprodujeran en España los trágicos acontecimientos de la Revolución Francesa provocó a partir de 1790 una evidente reacción conservadora, que fue llevada a cabo por Carlos IV y el propio Floridablanca. En los niveles provinciales las reformas de tipo cultural afectaron, por ejemplo, al surgimiento de las Sociedades de Amigos del País, impulsadas por figuras como Campomanes 13 , a determinados cambios universitarios -dentro de una política antieclesiástica, como ocurre en Sevilla con la reforma propiciada por Olavide, pero que no tendrán los resultados apetecibles- 14 , al desarrollo de la prensa o a la creación de frecuentes Academias de variado tipo 15 , que surgen a partir de tertulias de eruditos, artistas, poetas, literatos, etc ., entre

12 Cfr. G. Anes, Economía e Ilustración en la España del siglo XVIII (Barcelona 1969). Sobre los "viajes ilustrados", G. Gómez de la Serna, Los viajeros de la Ilustración (Madrid 1974). 13 P. Demerson y otros, Las Sociedades Económicas de Amigos del País en el siglo XVIII (San Sebastián 1974).

14 Pablo de Olavide, Plan de Riforma de la Universidad de Sevilla (Sevilla 1769). Para su figura, M. Defomeaux, Pablo de 0/avide ou /'Afrancesado (1725-1803) (Paris 1959); F. AguiJar, La Sevilla de 0/avide (Sevilla 1966); L. Perdices, Pablo de 0/avide (1725-1803). El ilustrado (Madrid 1994). En general, vid. A. Alvarez, La flustración y la riforma de la Universidad de la España del siglo XVIII (Madrid 1971); J. y M. Peset, La Universidad española (siglos XVIII y XIX) (Madrid 1974); AA. VV. , La educación en la flustración española (Madrid 1988).

lS A. Risco, "Sobre la noción de "academia" en el siglo XVIII español", Bol. Centro de Estudios del siglo XVIII, 10-11 (1983) p. 35 y ss.

los que abundaban los llamados "coleccionistas científicos" 16 . Así, en Sevilla se funda en 1751 una Real Academia de Buenas Letras 17 , que agrupó a los principales anticuarios y eruditos de al menos Andalucía occidental, sevillanos como Germán y Ribón, Leirens, Lasso de Vega, Gusseme, los cordobeses Villacevallos y López de Cárdenas, o el gaditano Guillermo de Tirry. Muchos de ellos tenían importantes colecciones, tanto de libros y manuscritos, como de antigüedades -incluyendo epígrafes y monedas- 18, procedentes de hallazgos casuales o de excavaciones expresamente realizadas al efecto, y elaboraban sus catálogos 19 , o intercambiaban entre sí piezas para conformar series completas, o discutían sobre temas eruditos en reuniones y tertulias o mediante cartas e informes, como testimonia la abundante documentación publicada o manuscrita que se ha conservado 20 . Precisamente la correspondencia conservada entre uno de los eruditos citados, López de Cárdenas, "el cura de Montoro", con el camarista de Castilla Fernando José Velasco nos ilustra sobre la importancia del ambiente coleccionista de antigüedades en la España borbónica de Carlos III 21 . Cárdenas había sido comisionado por el ministro Floridablanca en 1783 para que adquiriera en Andalucía objetos -especialmente monedaspara el Real Gabinete de Historia Natural creado por el monarca, y en la correspondencia asistimos casi con sonrojo a las constantes quejas del erudito

16 Para el siglo anterior, M . Morán, "Los prodigios de Lastanosa y la habitación de las musas (coleccionismo ético y coleccionismo ecléctico en el siglo XVII)", Separata 5-6 (1981) p. 53 y SS.

17 F. Aguilar, La Real Academia sevillana de Buenas Letras en el siglo XVlll (Madrid

1966). 18

Este aspecto lo hemos desarrollado en J. Beltrán, "Entre la erudición y el coleccionismo .. (cit.), esp. p. 120 y ss. 19 El de la colección del cordobés Villacevallos sólo se identificó hace pocos años en los fondos de la Biblioteca Nacional (referencias en A. U. Stylow, Faventia 8/1 (1986), y J. Beltrán, op. cit. , p. 121). Otros se han perdido, o sólo se conocen en parte, como ocurre con el extracto conservado en la Biblioteca Colombina de la colección de Guillermo de Tyrry, según J. l. Buhigas, E. Pérez, "El Marqués de la Cañada y su gabinete de antigüedades del s. XVIII en el Puerto de Santa María", La antigüedad como argumento .. (cit.) p. 205 y ss. 20 Así, por ejemplo, en los archivos de la Real Academia de la Historia, de la Biblioteca Nacional o del Histórico Nacional, de Madrid, o en diversos archivos sevillanos (Archivo Municipal, Biblioteca Colombina, Archivo de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras), como recoge por ejemplo F. Aguilar, op. cit., p. 349 y ss.; cfr. J.M. Mestre, Correspondencia de los ilustrados andaluces (Cádiz 1990).

21 J. López Toro, "Correspondencia entre don José López de Cárdenas y don Fernando José de Velasco", Homwaje al Proj. Cayetano de Mergelina (Murcia 1961-1962) p. 469 y ss.

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cordobés por la dedicación que el cometido le requería; casi siempre acompañadas -en la misma o en la siguiente carta- por peticiones de favores a cuya consecución tácitamente se vinculaba el envío de nuevas monedas: consigue así nuestro hombre influencias para su ingreso como correspondiente de la Real Academia de la Historia, cambios de destino e incluso una pensión22 . Las Academias y otros organismos culturales que se crean en las principales capitales provinciales siguen modelos de la Corte, en un proceso que tiene sus principales protagonistas en eruditos y artistas de la época borbónica, y que fue refrendado por los monarcas y sus correspondientes ministros. Destaca en primer lugar, mediante el germen de tertulias particulares, la fundación de la Real Academia de la Historia en 1738, y algo después, en 1752, de la Real Academia de Nobles Artes (que pasará a denominarse Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1773) 23 ; ambas instituciones liderarán a partir de ahora la mayor parte de las actividades de salvaguarda del patrimonio nacional, la primera el de tipo histórico, así como un determinado control de las actividades de excavación que se realizan en nuestro país, la segunda el de tipo artístico24. Con una menor incidencia en estos temas deben mencionarse también otra serie de organismos e instituciones de creación regia que conformaron -como los dos anteriores- colecciones de antigüedades, en ocasiones desgajadas de las mismas colecciones reales, y que unen a los propios fines coleccionistas, otros de docencia e investigación, constituyéndose en los pre-

22 En una de las cartas nos informa que el importante monetario de Villacevallos había sido adquirido a su muerte en su mayor parte por cierto escribano cordobés de nombre Pedro Estrada, que era reacio a su venta para la regia colección (ibidem). No obstante, a la muerte del propio Estrada, en 1788, su viuda venderá el monetario e ingresará en la colección del infante Don Gabriel, a la que también se había agregado la sevillana de Livinio Leirens; finalmente a la muerte del infante todo el conjunto pasará al Gabinete de Monedas de la Biblioteca Real, y con posterioridad a 1867 al Museo Arqueológico Nacional; cfr. M.C. Mañueco, "Colecciones Reales en el Museo Arqueológico Nacional", Museo Arqueológico Nadonal. De Gabinete a Museo (Madrid 1993) p. 196 y s., y notas 50-51. 23 J. Caveda, Memorias para la historia de la Real Academia de San Fernando y de las &llas Artes en España (Madrid 1867); C. Bedat, L'Académie des Beaux-Arts de Madrid, 1744-1808 (Tolouse 1974; hay trad. esp. Madrid 1989). Cfr. N. Pevsner, Las Academias de Arte (trad. Madrid 1982). 24 Vid. la completa síntesis -hasta el siglo XX- de M. Barril, "El coleccionismo en el Museo Arqueológico Nacional", Museo Arqueológico .. (cit.) p. 171 y ss., esp. p. 173. Cfr., además, E. Roca, El Patrimonio Artístico y Cultural (Madrid 1976); F. Benítez, El Patrimonio Cultural Español (Granada 1988).

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cedentes de los Museos decimonónicos 25 ; así, el Museo de la Real Academia de San Fernando servía para la práctica de la docencia de Bellas Artes 26 . Deben destacarse además los dos Gabinetes de Medallas y Antigüedades de la Biblioteca Real, fundados ya por Felipe V en 1711 27 , y la colección del Real Gabinete de Historia Natural de Carlos III, cuyo núcleo fundacional -en 1773- lo constituyó la celebrada colección parisina de Pedro Dávila28; a este Gabinete -para cuyo acrecentamiento, como se ha dicho, se comisionó entre otros al cordobés López de Cárdenas- fueron llegando desde aquel momento objetos arqueológicos de diversas excavaciones que se realizaron en el solar peninsular: en lo que respecta a Andalucía varios informes refieren así el ingreso de materiales de una tumba fenicia descubierta en Torre del Mar (Málaga), y de unas joyas árabes de Granada29 . Pero ésto es inusual, ya que en su gran mayoría los materiales que se coleccionan son antigüedades clásicas, y a lo sumo -con un gusto típicamente dieciochesco- algunas piezas egipcias o etruscas 30 .

25 G. Bazin, op. cit., p. 141; L. Alonso Fernández, Museología. Introducción a la teoría y práctica del Museo (Madrid 1993) p. 67 y ss.; F. Hernández Hernández, Manual de museología (Madrid 1994) p. 13 y SS. 26 C. Bedat, op. et loe. citt.; A. Ubeda, "Un élément de pédagogie artistique: la collection de statues de platres de l'Académie San Fernando a Madrid, 1741-1800", L'Anticomanie. La collection d'antiquités aux 18éme et 19éme siecles (Paris 1992) p. 327 y ss. La existencia de museos universitarios se constata de forma evidente durante este siglo en diferentes lugares de Europa (G. Bazin, op. cit., p. 141 y ss.). 27 M.C. Mañueco, op. cit., p. 189 y ss.; las antigüedades serán recopiladas -una vez ya

convertida en Biblioteca Nacional-por B.S. Castellanos, Apuntes para un Catálogo de objetos que comprende la colección del Museo de Antigüedades de la Biblioteca Nacional, con exclusión de la Numismática (Madrid 1847). 28 M.C. Mañueco, op. cit., p. 202 y ss. Cfr., M.F. Dávila, Catalogue systematique et raisonné des curiosités de la nature et de l'art qui composent le Gabinet de M. Davila (Paris 1767). 29 M.C. Mañueco,

op. cit., p. 205. Sobre esa cuestión I. Negueruela, "Las excavaciones arqueológicas en el siglo XVIII y el M.A.N.", Museo Arqueológico .. (cit.) p. 252 y s. ('joyas árabes de Granada") y p. 254 ("excavaciones en la 'Casa de la Viña', Torre del Mar, Málaga"). Sobre esta última ya trataron A. Fernández Avilés (Arqueología e Historia 8 [1958] p. 39 y ss.), F. Fernández (TP 28 [1971] p. 339 y ss.), M. Almagro (MM 13 [1972] p. 172 y ss.) y M.C. Pérez Díe (RABM 79 [1978] p. 903 y ss.). 30 En general, sobre el coleccionismo de la época, vid. AA.VV., L'Anticomanie .. (cit.). Cfr. G. Mora, A. Ubeda, "Crónica del Coloquio Internacional: anticomanie? la collection d'antiquités en France aux XV!Ieme et X!Xeme siecles (Montpellier, 9-12 junio 1988)", AEspA 61 (1988) p. 342 y ss.

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2) Las excavaciones arqueológicas: Como ha afirmado recientemente Negueruela, la España del XVIII fue "incapaz de organizar ninguna [excavación] con constancia y método suficiente" 31 , y ello a pesar de que se contará con el modelo de las excavaciones realizadas en Herculano y Pompeya, y con el promotor de éstas, el monarca Carlos III. Los trabajos en la zona campana comenzaron ya en 1738 bajo la dirección -tan denostada desde Winckelmann- del ingeniero español Alcubierre 32 ; pero paralelamente a la consecución de los trabajos -con diferentes vicisitudes- se crearon una Real Academia (1755) y un Museo Herculanense (1758), a partir de las que se impulsó la publicación de la magnífica serie dedicada a L'antichita di Ercolano, que comienza a editarse en 1755, en la que se estudiaron y dieron a conocer en diversos volúmenes la pintura, la escultura y las artes menores herculanenses. El impacto de esos descubrimientos arqueológicos sobre los intelectuales y estudiosos europeos fue muy importante, como ocurre con Winckelmann, quien inaugura por entonces el enfoque artístico dentro de los estudios de Arqueología clásica33 ; a un nivel más general puede advertirse su influencia en escritos de viajeros europeos (como Goethe o de Brosses, por ejemplo), que visitan las ruinas movidos por el eco de los descubrimientos34. Por otro lado, los descubrimientos de las ciudades campanas

31 l. Negueruela, op. cit., p. 248.

32 Vid. M'. Represa Fernández, El Real Museo de Portici (Nápoles): 1750-1825, "S t. Arch." 79 (Valladolid 1988); F. Fernández Murga, Carlos lll y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia (Salamanca 1989); C. Bencivenga Trillmich, "El comienzo de las excavaciones de Herculano y Pompeya en la época de Carlos Ili de Borbón", BAEAA 29 (1990) p. S y SS. 33 J.J. Winckelmann, Geschichte der Kunst des Altertums (Dresde 1764; 2' ed. Viena 1776), traducida al italiano como Storia delle arti del disegno presso gli antichi (Roma 1783). Sobre Winckelmann, cfr. R. Bianchi Bandinelli, Introducción a la Arqueología (trad. Madrid 1982) p. 41 y SS.

34 Además de la bibliografia citada, cfr. R. Etienne, La vida cotidiana en Pompeya (Madrid 1971) p. 36 y ss., según J. Seznec, Archaeology 2 (1949) p. 1SO y ss. (para Francia) y Ch.F. Mullet, Archaeology 10 (19S7) p. 31 y ss. (para Inglaterra). Cfr. asimismo, F. Fernández Murga, "Pompeya en la literatura española", Ann. lst. Univ. Orientale. Napoli VII-1 (196S) p. S y ss. y F. Bologna, "Le scoperte cli Ercolano e Pompei nella cultura europea del XVIII secolo", La Parola del Passato 33 (1979) p. 377 y ss. Una importante labor cumplió la edición -en Dresde en 1762- de algunas cartas de Winckelmann dirigidas al conde von Bruehl, donde se criticaba duramente el desarrollo de las excavaciones por parte de españoles y napolitanos. Esa valoración crítica se consagra ya durante el siglo XIX, como mantienen G. Fiorelli, Pompeianarum Antiquitatum Historia (Napoli 1860) o M . Ruggiero, Storia degli scavi di Ercolano ricomposta su documenti superstiti (Napoli 188S).

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dieron paso a una nueva forma de curiosidad arqueológica, en la que por un lado comienzan a valorarse, además de las esculturas, las piezas que podríamos denominar "menores", y por otro se concede nueva importancia al "ambiente" frente al objeto arqueológico descontextualizado 35 . Por entonces las excavaciones en España eran fruto de intereses privados, como resultado de descubrimientos casuales, o como iniciativas -de duración más o menos prolongada- llevadas a cabo por los eruditos, los de la misma región o los viajeros, en muchos casos vinculados a proyectos oficiales, en especial propiciados por la Real Academia de la Historia. Entre éstos destacan, en primer lugar, los del padre Enrique Flórez36 , junto a los de ilustrados como el malagueño Valdeflores -vinculado al ascenso y caída del ministro Ensenada-, o los de Pérez Bayer o Antonio Ponz3 7 . No obstante, un claro ejemplo de los intereses y limitaciones de la Real Academia lo ilustra su actuación con motivo de los descubrimientos arqueológicos documentados en el cerro de "Cabeza del Griego" (Saelices, Cuenca) durante la segunda mitad del siglo XVIII: la principal preocupación, más que documentar los restos que se iban exhumando, es corroborar si la ciudad romana allí situada correspondía con Segobriga, según opinión de Ambrosio de Morales, pero rebatida por Flórez al colocar aquélla en Segorbe 38 . La institución madrileña sólo recepciona informes de los eruditos locales y, a lo sumo, comisiona a algunos académicos para la visita al yacimiento -Alsinet en 1765, Guevara, Córnide y Montejo en 1791 y de nuevo Córnide en 179339-, pero sin participar en las excavaciones,

35 G.H. Riviére, La Museología (trad. Madrid 1993) p. 153. Fenómenos como ése alumbrarán, durante la centuria siguiente, una teoría de "restauración romántica" materializada en los escritos de Ruskin (vid supra nota 7), que en realidad propugna la no-restauración, y en la que se inscribe la opinión vertida por Chateaubriand de que era preferible dejar los objetos en su lugar, para aprender sobre la antigüedad paseando, por ejemplo, por Pompeya (E. Gallatier, "Chateaubriand a Pompéi", Annales de Bretagne 41 [1934] p. 307) .

36 F. Méndez, Noticias sobre la vida, escritos y viajes del P. E. Flórez (Madrid 1876). 37 G. Gómez de la Serna, op. cit. , p . 71 y ss.

38 Toda la problemática, con exhaustiva documentación, en M. Almagro Basch, Segóbriga, l. Las textos de la antigüedad sobre Segóbriga y las discusiones acerca de la situación geográfica de aquella ciudad, "E.A.E." n° 123 (Madrid 1983); para el siglo XVIII, p. 81 y ss. 39 Destaca el voluminoso informe publicado por J. Cómide, "Noticia de las antigüedades de Cabeza del Griego", Memorias de la Real Academia de la Historia III (Madrid 1799).

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que, propiciadas por el prior de Uclés Antonio Tavira, fueron dirigidas por un abogado, un religioso y dos curas párrocos dellugar40. Ese fue un panorama casi generalizado en la España del siglo XVIII 41 , y en general no se cuenta con "una documentación tan rica como en el caso de Segobriga. Así, por ejemplo, a comienzos del siglo XVIII el ilustrado deán Martí, en su visita a Sevilla con motivo de catalogar la colección bibliográfica y de antigüedades reunida en la casa de Pilatos, fue a Itálica -según nos informa su biógrafo Mayans- acompañado de un erudito local y un dibujante, y " .. hechos venir cavadores de un pueblo próximo llamado Santiponce, ordenó excavar en diversos lugares para extraer los escombros antiguos y para que salieran a la luz los monumentos que pudiera haber ocultos" 42 . De todo aquello sólo conservamos esa cita y un dibujo del Anfiteatro que el francés Montfaucon publicó en su famosa Antiquité expliquée (París 1719-1724), junto a otras piezas conservadas en la colección de Pilatos 43 . Algo más explícitas son las referencias que tenemos sobre otras excavaciones de la época, aunque se restringen a informes, planos o breves apuntes, que eran enviados en su mayoría a la Real Academia de la Historia y permanecían inéditos 44 ; por sólo citar un ejemplo andaluz nos referiremos a las excavaciones que realizó en 17 4 7 en la malagueña localidad de Cártama el teniente coronel de ingenieros Carlos de Luján: amén de varias esculturas romanas que recuperó, al menos documentó en un plano las estructuras exhumadas, con breves descripciones 45 ; curiosamente, de las excavacio-

40 No debemos olvidar que se trataban principalmente de materiales cristianos correspondientes a la basílica de Segobriga. El interés local por las ruinas que documentaban el "pasado cristiano" queda en evidencia por el hecho de que el municipio de Saelices promueve el que los restos se protegan mediante un muro y se coloquen varias lápidas conmemorativas, aunque todo ello se perderá durante el siglo XIX (M. Almagro, op. cit. p. 88, p. 98 y s.).

41 Son interesantes las consideraciones que dedica al tema G. Mora, "Arqueologia y poder en la España del siglo XVIII", Historiografia de la Arqueología .. (cit.) p. 31 y ss.; cfr. además G. Stiffoni, Verita de/la Storia e ragioni del Potere nella Spagna del primo '700 (Milano 1989). 42 G. Mayans, Emmamielis Martini Vita (Valencia 1977; ed. de L. Gil) p. 157 y s. 43

Reproducidas en G. Mayans, op. cit., láms. 7-9.

44 Algunos de éstos serán editados en la centuria siguiente por académicos que los

recuperan de los archivos de la Real Academia de la Historia; así, por ejemplo, ocurre con los referentes a Segobriga publicados en el Boletín de la Academia por Fita (M. Almagro, op. cit. p. 81 y ss). 45 P. Rodríguez Oliva, "Esculturas del conventus de Gades, III: las matronas sedentes de Cártama (Málaga)", Baetica 2 (1979) p. 131 y ss. (plano en p. 135).

nes que sólo cuatro años después llevó a cabo Valdeflores en este mismo lugar no queda ninguna referencia46 , aunque el hecho puede deberse más bien a una pérdida posterior de la documentación. Esas referencias de carácter anticuario son asimismo frecuentes en el resto de los escritos que ilustraban los viajes de tipo arqueológico o artístico, como por ejemplo la interesante descripción de las ruinas de Itálica que ofrece Pérez Bayer en el manuscrito de su Viage, escrito en 178247.

3) La aparición del coleccionismo público: Eran estos estudiosos los exponentes hispanos de una corriente de anticuarios y coleccionistas que ha sido denominada -por autores como Daniel o Pomian 48 - como local o nacional, y que posibilitaron durante los siglos XVII y XVIII en los territorios europeos el reconocimiento de una serie de realidades no clásicas, de épocas prehistórica, protohistórica y medieval. Significativo es, por ejemplo, el enorme interés que la cultura y el arte etruscos despiertan en los estudiosos italianos durante el XVIII, dentro de un fenómeno denominado como "etruscheria" y que identificaba, por ejemplo, como materiales etruscos toda la cerámica griega recuperada abundantemente en sus necrópolis 49 . Frente a esta línea de tipo local surgen desde un primer momento anticuarios y coleccionistas de antigüedades extranjeras, que tienen al pasado grecorromano -y a lo sumo al arte egipcio en el siglo XVIII- como principales puntos de mira; organizan asociaciones (como la inglesa Sociedad de Diletantes en 1714) y costean viajes y expediciones a Grecia y a otros territorios del Mediterráneo oriental, a la búsqueda de piezas para engrosar sus colecciones50.

46 Idem, "Investigaciones arqueológicas del marqués de Valdeflores en Cártama

(1751-1752)",]ábega 31 (1980) p. 41 y ss.

47 P. León, "Las ruinas de Itálica. Una estampa arqueológica de prestigio", La antigüedad como argumento .. (cit.) p. 42 y ss. 4 8 G. Daniel, Historia de la Arqueología (trad. Madrid 1974) p. 34 y ss.; K. Pomain, "Les deux poles de la curiosité antiquarie", L'Anticomanie .. (cit.) p. 59 y ss.

49 Entre otras causas, la publicación de la citada Historia del arte de los antiguos de Winckelmann, en donde se valoraban correctamente aquellos materiales, inició el final del fenómeno. Vid. M. Cristofani, La scoperta degli etruschi e l'antiquaria nel '700 (Roma 1983); G. Morolli, Vetus Etruria. fl mito degli etruschi nella letteratura architettonica, nell'arte e nella cultura da Vitruvio a Winckelmann (Firenze 1985).

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En España no son muy abundantes los coleccionistas y anticuarios de este segundo tipo, y a lo sumo tienen en Italia su particular campo de abastecimiento, siguiendo una tradición documentada desde el Renacimiento; podemos destacar, por ejemplo, para el siglo XVIII, las colecciones de esculturas italianas del diplomático y político Nicolás de Azara, quien también dirigió excavaciones propias en Tívoli 51 , o la colección del cardenal Despuig, asimismo constituída de forma mayoritaria por piezas de excavaciones en Italia, y que luego trasladara a Mallorca 52 . El hecho es ilustrativo, pero no es privativo de los españoles, sino que también otros extranjeros sufragaron frecuentes excavaciones en Italia especialmente para conformar colecciones de esculturas o vasos cerámicos53 , a pesar de la existencia de una temprana legislación del Estado Vaticano de protección del patrimonio histórico-artístico 54 . Los nuevos intereses coleccionistas llevarán al surgimiento de Museos de carácter público, como se constata en fecha temprana en Inglaterra. Con el precedente excepcional del Ashmolean Museum junto a la Universidad de Oxford 55 , el British Museum será creado por el Parlamento inglés en 1753, y acrecentados constantemente sus fondos mediante la adquisición de coleccio-

50 L. Cust, History of the Society of Dilettanti (London 1914; 2' ed.); G. Daniel, op. et loe. citt. 51 M. Elvira, "La actividad arqueológica de D. Nicolás de Azara", La antigüedad como

argummto .. (cit.} p. 125 y ss. 52 J. M. Bover, Noticia histórico-artística de los Museos del eminentísimo señor Cardenal Des-

puig, existentes en Mallorca (Palma de Mallorca 1845). 53 AA. VV. , L'anticomanie .. (cit.} passim. 54 Con precedentes que se remontan al Renacimiento (vid., por ejemplo, B. Jestaz,

"L'exportation des marbres de Roma de 1535 a 1571", Mel . d'arch. et d'histoire 75 [1963] p. 456 y ss.), ya a mediados del siglo XVII se documenta un Edicto que regulaba "la extracción y excavación de estatuas, figuras .. y cosas similares" , prohibía la exportación de piezas artísticas (antiguas y modernas) y nombraba a un Comisario para control de todas las excavaciones; aunque demuestra el interés final de tales disposiciones , que son las piezas escultóricas que engrosarán las colecciones vaticanas. En el siglo XVIII nuevos edictos papales promocionan excavaciones oficiales e imponen la necesidad de ceder al Estado un tercio de los objetos recuperados en excavaciones particulares, a la vez que se crean Museos, como el Capitalino (1734) o el Pio-Clementino (1784), que tendrán además una finalidad educativa, dentro del espíritu ilustrado de la época; cfr. C. Pientrageli, Scavi e scoperte di antichita sotto il pontificato di Pío VI (Roma 1858); F. Papafava, Museos Vaticanos. Arte clásico (Florencia 1985) p. 3 y ss. 55 R . F. Ovenell, The Ashmolean Museum, 1683-1984 (Oxford 1986).



nes privadas (Hamilton, Townley, Elgin) 56 . Pero quizá el caso más significativo nos lo ofrece Francia, ya que en plena Revolución se crean diversos Museos públicos (como los de Arte del Louvre , de Historia Natural, o de los Monumentos Franceses), que suponían símbolos claros de la caída de la monarquía, ya que se conformaban mediante las antiguas colecciones reales, eclesiásticas y nobiliarias, a la vez que se vinculaban a un nuevo concepto del patrimonio nacional, claramente diferenciado -aunque de forma traumática en este caso- del anterior patrimonio del monarca 57 .

TRADICION Y MODERNIDAD . LAS PARADOJAS DEL SIGLO XIX. 1) El fracaso oficial de la tutela del patrimonio en la España del siglo XIX: La nueva consideración que se concede al patrimonio nacional será una de las características del nuevo Estado burgués que se desarrolla en Europa durante el siglo XIX, y que se advierte, por ejemplo, en el nuevo carácter de los Museos 58. No obstante, junto a ello la burguesía revolucionaria elevó también desde los primeros momentos como principio sagrado e inviolable de la nueva sociedad la institución de la propiedad privada. El mantenimiento a ultranza de esa premisa significará en muchos casos -y en concreto para el caso de España, donde ya se hace presente en la Constitución de 1812- la justificación de un brutal deterioro del patrimonio histórico-artístico durante todo el siglo XIX59 . Las dos características de la jurisprudencia española durante la edad contemporánea en temas patrimoniales fueron, por un lado, el mantenimiento a ultranza de ese respeto riguroso al principio de la propiedad privada, que sólo sería sacrificado en la Ley de Patrimonio de 1933 durante la 11 República, y por otro, la existencia de una administración que -sobre todo a nivel provincial (mediante las Comisiones Pro-

56 M . Caygill, Tite Story if the British Museum (London 1985); B. F. Cook, Tite Elgin Marbles (London 1984); Id., Tite Townley Marbles (London 1985). 57 G. H. Riviere, op. cit ., p. 72 y ss.

58 En el catálogo de la exposición del análisis de la creación (1867) y Madrid, interesantes aproximaciones siglo XIX, en especial las aportaciones

Museo Arqueológico .. (cit. nota 22) se ofrecen, a partir desarrollo del Museo Arqueológico Nacional de a la problemática arqueológica y museológica del de A. Marcos (p. 21 y ss.) y M . Barril (p. 171 y ss).

59 J. L. Alvarez, Estudios sobre el patrimonio histórico español (Madrid 1989) p. 42 y s. Un espléndido resumen en M. Barril, op. cit., p. 175 y ss.

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vinciales de Monumentos Histórico-Artísticos)- no se confió a profesionales, sino a académicos y eruditos, que no tuvieron una correcta coordinación central (por la Real Academia de la Historia o por la Comisión Central de Monumentos, desde 1850 a 1857) y que fueron incapaces de aplicar siquiera de forma rigurosa la legislación vigenté0 . Esa destrucción del patrimonio histórico-artístico que se produce en la España del XIX -a pesar de las intenciones oficiales para su defensa y tutela-, arranca de los destrozos la Guerra de la Independencia y se aviva con fenómenos como la desamortización eclesiástica -al desmantelar su importante patrimonio artístico-, o como el desarrollo urbanístico y "ensanches" de las ciudades, en las que en nombre del progreso y amparados por el principio de la propiedad privada se destruye un amplio patrimonio monumental61 . Todo el proceso se ve mediatizado por las especiales circunstancias políticas y socioeconómicas españolas del siglo XIX, en el que -a diferencia de otros países europeos- se consuma el fracaso del modelo burgués. A partir de una situación marcada por la continuidad de la monarquía absolutista de Fernando VII, con base en una importante oligarquía aristocrática que controla el poder político y la propiedad de la tierra, se produce a lo largo de la centuria un proceso de constante efervescencia política, marcado por cortos episodios de signo liberal o revolucionario, cuyo fracaso se consuma trás la caída de la I República y la Restauración monárquica62 ; a partir de entonces podemos distinguir una conformación social estancada y basada en la explotación de la mayoría obrera, con grupos más o menos antagónicos entre sí. En el vértice de la pirámide se situaría aquella oligarquía agraria y financiera, que detenta el poder político y se apoya en el sufragio censitario o en el caciquismo, junto a una corta burguesía industrial -sobre todo en Cataluña y el País Vasco- que ha adoptado un carácter conservador merced a una segura acumulación de capital y a la radicalización del resto de la sociedad, tanto la pequeña burguesía, derivada hacia posiciones demócratas, republicanistas y regionalistas/nacionalistas, como especialmente la masa pobre e inculta de campesinos y obreros, separa-

60 E. García de Enterria, "Consideraciones sobre una nueva legislación del Patrimonio Artístico, Histórico y Cultural", Rev. Esp. Derecho Administrativo 39 (1983) p. 575 y ss. 61 Para el caso de Sevilla, AA.VV., Historia del urbanismo sevillano (Sevilla 1972) y J.M. Suárez, Arquitectura y urbanismo en la Sevilla del siglo XIX (Sevilla 1986) esp. p. 89 y ss., p. 200 y SS. y p. 263 y SS.

6Z Cfr., M. Tuñón de Lara, LA España del siglo XIX (Madrid 1975; 6' ed.); M. Artola, LA burguesía revolucionaria (1808-1868) (Madrid 1973).

da drásticamente de los anteriores -en especial tras el fracaso de la revolución del 68- y donde aumentará cada vez más la importancia de las organizaciones proletarias 63 . En este complejo panorama es de destacar el predominio de las fuerzas y tendencias conservadoras, según una estructura perfectamente definida en la Constitución de 1845, que marca unas líneas políticas e instituciones que se mantendrán en vigor prácticamente hasta la 11 República, sólo con los paréntesis de los dos períodos progresistas de 1854-56 y 1868-73 64 . Ese planteamiento explica el fracaso de la política oficial de protección del patrimonio frente al mantenimiento del criterio irrefutable de la propiedad privada, por el que el propietario disponía en la práctica del bien mueble e inmueble casi a su antojo, con ventas o destrucciones frecuentes.

2) Legislación e instituciones: Desde los estamentos oficiales españoles se procuró una legislación de protección y control del patrimonio; ya en 1779 se prohibía sacar antigüedades del Reino sin un permiso expreso; prohibición que volverá a reproducirse en 1801, 1836 y 1837, seguramente porque no era debidamente cumplida65 . Asimismo una Instrucción de 1803 encomendaba a la Real Academia de la Historia la tarea de "recoger y conservar los monumentos antiguos, que se descubran en el Reino", tanto en las propiedades públicas como en las privadas, aunque los particulares sólo tenían la obligación de dar cuenta del hallazgo para su posible compra, y la mayor parte de las veces no se cumplía. Algunos años después, por Real Orden de 1809, la Real Academia de la Historia sólo queda a cargo de los monumentos históricos, ya que la tutela de los monumentos artísticos pasa a depender de la Real Academia de Bellas Artes de San Femando66. Esa nueva política y las consecuencias de la desamortización eclesiástica bajo el reinado ya de Isabel II ocasionan que se creen, desde el Ministerio de Fomento, nuevos organismos de control y protección, que actuarán a nivel provincial, aunque vinculados a las Reales Academias citadas: en concreto se crean, por Real Orden de 13 de junio de 1844 -en sustitución de las Juntas

63 A. Jutglar, Ideologías y clases en la España Contemporánea (Madrid 1968). 64 J. Solé Turá, E. Aja, Constituciones y períodos constituyentes en España (1808-1936) (Madrid 1980).

65 C. Sanz-Pastor, Museos y colecciones de España (Madrid 1986) p. 561. En general para estos temas, vid. Cuadernos de Legislación. Tesoro Artístico (Madrid 1972) y A. Muñoz, La conservación del patrimonio .. (cit.). 66 J. Caveda, op. et loe. citt.; C. Bedat, op. et loe. dtt.

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Científicas y Artísticas (creadas en 1835)-, las Comisiones de Monumentos Provinciales, que estaban formadas por cinco miembros en cada provincia; entre sus tareas están la de promover excavaciones arqueológicas, nombrar a los directores correspondientes o hacerse cargo personalmente de tales excavaciones y recoger los objetos arqueológicos, entre otras. En segundo lugar, se apoya la formación de Museos de Antigüedades a nivel provincial67 , donde deberían depositarse las colecciones formadas por las correspondientes Comisiones Provinciales, pero, aunque éstos ya aparecen expresamente indicados en un Real Decreto de 31 de octubre de 1849, los Museos Arqueológicos Provinciales no tendrán un efectivo desarrollo hasta los últimos decenios de la centuria, trás las nuevas disposiciones recogidas en la Ley de Instrucción Pública de 1857 (9 de septiembre) -en la que los Museos se constituían como centros complementarios de enseñanza- y trás el Real Decreto de 20 de marzo de 1867, en el que se creaba asimismo el Museo Arqueológico Nacional68_ En 1850, ante el deficiente control de la Real Academia de la Historia, las Comisiones Provinciales pasarán a estar coordinadas por la Junta Central de Monumentos, y cuatro años después sufren una reestructuración que, entre otras cuestiones, limita sus po.sibilidades de actuación en materia arqueológica, incidiendo en otros aspectos patrimoniales; así se indica que "no podrán las Comisiones Provinciales destinar sus fondos a las excavaciones y.. nuevas empresas arqueológicas, debiendo emplearse exclusivamente en la conservación de los edificios monumentales, en sus restauraciones y en el sostenimiento de los Museos, Bibliotecas y Archivos" 69 . Dentro de ese ambiente de mediados de la centuria se constata una importante pugna que sostienen la Real Academia de la Historia y otra institución que, mediante iniciativa privada, fue reconocida como Academia mediante Real Orden de 5 de abril de 1844, y que incorpora por vez primera el -término "Arqueología": se trata de la Academia Nacíonal Española de

67 B. Taracena, "Noticias históricas de los Museos Arqueológicos Provinciales" , RABM 55 (1949) p. 71 y SS.

68 En Andalucía, y con posterioridad a la creación del Museo Arqueológico de Córdoba (1868), se crean el de Granada (1877), el de Sevilla (1879) -aunque a iniciativa de José Gestoso se formará asimismo un Museo Arqueológico Municipal en 1886- y el de Cádiz (1887), que reúnen fundamentalmente las piezas arqueológicas recogidas por las correspondientes Comisiones Provinciales (C. Sanz-Pastor, op . cit .). 69 Real Decreto de 15 de noviembre de 1854, art. 31.

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Arqueología, que pasará a llamarse a partir de 1863 Real Academia de Arqueología y Geografia del Príncipe Alfonso 70 . La labor de esta institución no es bien conocida, sobre todo en el ámbito provincial, pero estableció contactos con asociaciones extranjeras, de las que recibía publicaciones, y estableció Diputaciones Arqueológicas en las provincias, que debieron desplegar una determinada labor arqueológica y patrimonial71 . En el momento de mayor actividad, y aprovechando el declive mencionado de la Real Academia de la Historia, la nueva Academia intentó obtener el control oficial de las actividades arqueológicas en España, y así solicitó en 1850 al Gobierno el protagonismo en el "fomento, cultivo y conservación de los ramos de antigüedades" 72 , en detrimento de la primera. El consecuente enfrentamiento y la no obtención de la solicitud significaba a la larga un lento declive de la institución, ya que la ley amparaba a la Real Academia de la Historia -especialmente trás su reorganización en 1856- en lo competente al campo arqueológico y patrimonial. En 1857 la denominada Ley Moyano elimina la Comisión Central de Monumentos, por lo que las competencias de ésta vuelven a ser ejercidas por la Academia de la Historia; y finalmente la Academia de Arqueología fue eliminada por el Gobierno revolucionario de 1868 a causa de sus relaciones con miembros de la Casa Real y un carácter elitista del que le acusaban73 . En España no se contó con una trayectoria similar a la de otros países europeos, como Alemania, Italia, Francia o Inglaterra en el desarrollo de los estudios de arqueología74 . Para Balil, el citado Castellanos, fundador y mentor

70 J.M. Luzón, "La Real Academia de Arqueología y Geografía del Príncipe Alfonso" , Museo Arqueológico .. (cit.) p. 271 y ss.; fue fundada por el importante arqueólogo decimonónico Basilio Sebastián Castellanos (1807-1891), que llegó a ser director del Museo Arqueológico Nacional, y que había sido el autor del primer manual de Arqueología en español: Compendio Elemental de Arqueología (Madrid 1844).

71 Ibidem. Por ejemplo, se constata la activa actuación de la diputación arqueológica

sevillana en Itálica, según describe A. Gali, Historia de Itálica (Sevilla 1892) p. 76 y ss., y recoge A. García y Bellido, Italica (Madrid 1972) p. 60 y ss. 72 J. M. Luzón,

op. cit., p. 273 .

73 Real Orden de 31 de octubre de 1868.

74 Es bien sabido que en la Europa del siglo XIX la arqueología clásica siguió el camino establecido por Winckelmann y su valoración artística del monumento como modelo de ruptura con los anteriores planteamientos anticuarios, en lo que se ha denominado "escuela filológica"; en ella sobresalen especialmente los arqueólogos alemanes (Brunn, Overbeck, Furtwangler), que desarrollan una importante actividad universitaria y académica; cfr. R. Bianchi Bandinelli, op. cit., p. 59 y ss.

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de la Academia de Arqueología, " ..por su formación romana, podía haber sido el orientador de la arqueología española en el cauce de las corrientes ideológicas que se producían en la Roma postnapoleónica, pero su actuación no respondió a esta esperanza. Su anticuaría se desarrolló por otras vías .. " 75 . No obstante, el problema era mucho más profundo y no lo solucionaba una o varias personas o instituciones culturales, sino que afectaba a la propia estructura socio-cultural española, atrasada con respecto al resto de aquellos países citados ya desde la Edad Moderna, siendo por ejemplo un buen exponente de ese retraso el panorama de nuestra universidad durante el siglo XIX76 , que se mantuvo completamente alejada de las inquietudes arqueológicas. Precisamente a ello contribuyó la creación -bajo la tutela de la renovada Real Academia de la Historia- de una Escuela de Diplomática, que procuró durante todo el siglo XIX la formación de nuevos profesionales para la recuperación, custodia y organización del recién reconocido patrimonio artístico-literario 77 . La Arqueología aparece como asignatura, junto a la Numismática, ya desde su creación, adquiriendo mayor relevancia a partir de 1867, en que se contabilizan cinco cátedras, pero -como afirman Pasamar y Peiró- " ..la Arqueología conservó, en la Escuela, un valor anticuario y artístico hasta el.final"78 . En 1858 se constituye el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios (Decreto de 17 de julio), que se nutrirían de los formados en la citada Escuela de Diplomática, y al que en 1867 (Decreto de 12 de junio) se unirá la sección de Anticuarios, sobre todo para cubrir las necesidades de los Museos Arqueológicos Provinciales79 . El desarrollo de éstos tiene lugar -como ya se dijo- sobre todo a partir del Decreto de 20 de marzo de 1867, donde se creaba también el Museo Arqueológico Nacional de Madrid 80 . Este nuevo Museo se conforma-

75 A. Balil, "Sebastián Basilio Castellanos, un arqueólogo español en la encrucijada de dos mundos", Historiografta de la Arqueología .. (cit.) p. 58.

76 J. y M. Peset, op. cit. 77 Según Decreto y Reglamento de 7 de octubre de 1856 y 11 de febrero de 1857,

respectivamente. Cfr. I. Peiro, G. Pasamar, Eruditos profesionales e historiadores académicos: la Escuela Superior de Diplomática (1856-1900) (Zaragoza 1988; inédito), cit. en Id., "Los orígenes de la profesionalización historiográfica española sobre la Prehistoria y la Antigüedad (tradiciones decimonónicas e influencias europeas)" Historiografta de la Arqueología .. (cit.) p. 73 y ss.; asimismo, Id., "El nacimiento en España de la Arqueología y la Prehistoria (academicismo y profesionalización, 1856-1936)" Kalathos 9-10 (1989-90) p. 9 y ss. 78 Id., "Los orígenes de la profesionalización .. (cit.) p. 74. 79 Cfr. B. Taracena, op. cit., p. 71 y ss.

80 AA. VV., Museo Arqueológico .. (cit.) passim.

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ba fundamentalmente con las colecciones de antigüedades y monedas de otros organismos públicos, como la Biblioteca Nacional o el Museo de Ciencias Naturales, que se habían desarrollado a partir de los antiguos Gabinetes Reales del siglo XVIII, y de las colecciones de otros organismos, como la Escuela de Diplomática, la Academia de Bellas Artes o la extinta Academia de Arqueología81, pero entre 1868 y 1875 se desarrolla una intensa labor para acrecentar los fondos, con envios de materiales por parte de las Comisiones Provinciales, con la solicitud de donaciones particulares, o mediante la constitución de unas denominadas Comisiones Científicas formadas por facultativos del propio Museo y que recorrieron diversas provincias de España, adquiriendo antigüedades o promoviendo excavaciones8 2 . Carácter excepcional tuvo la Comisión Científica dirigida por Rada y Delgado que, merced al entusiasmo por la arqueología del entonces Director General de Instrucción Pública, el novelista Juan Valera, se realizó en 1871 al Mediterráneo oriental a bordo de la fragata Arapiles 83 ; aunque los resultados no fueron muy lucidos por la escasez económica del presupuesto para la compra de antigüedades, fue ésta la única oportunidad en que nuestro país quiso imitar las frecuentes y más boyantes misiones arqueológicas en aquellos lugares de naciones como Alemania, Francia, Austria, Italia o Inglaterra. A nivel provincial la situación se había estructurado definitivamente con la publicación del Reglamento de las Comisiones Provinciales, mediante Real Decreto de 24 de noviembre de 1865; a partir de ahora serán éstas, en estrecha cooperación con la Real Academia de la Historia, las encargadas -entre otras tareas- de las cuestiones patrimoniales y arqueológicas: conservar y res-

81 Por el contrario la Real Academia de la Historia no cedió, a pesar de la orden, su colección de antigüedades, que fueron catalogadas por J. Catalina (Inventario de las antigüedades y objetos de arte que posee la Real Academia de la Historia [Madrid 1903], en el que no se incluían "medallas, monedas e inscripciones"). Sólo en 1907 ingresarán las inscripciones en el Museo Arqueológico Nacional. 82 A. Franco, "Comisiones Científicas en España de 1868 a 1875", Museo Arqueológico .. (cit.) p. 300 y ss. Especial acogida tuvo en la provincia de Córdoba la solicitud de donaciones de particulares, llevada a cabo por el Director del Museo Arqueológico Nacional en 1868 -José Amador de los Ríos-, por ser éste precisamente cordobés; destaca sobre todo la actitud de Luis Maraver, miembro de la Comisión Provincial y director del Museo Arqueológico de Córdoba, que se crea aquel mismo año de 1868, quien dona los materiales de sus excavaciones en el yacimiento ibérico de Almedinilla.

83 M. Chinchilla, "El viaje a Oriente de la fragata Arapiles", Museo Arqueológico .. (cit.) p. 286 y SS.

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taurar los monumentos públicos; crear o mejorar los Museos provinciales de antigüedades; proponer a la Real Academia de la Historia las excavaciones que deban hacerse en la provincia y hacerse cargo de su dirección, así como enviar a esta institución las memorias correspondientes. Y a a partir de entonces, aunque presididos por el gobernador, los cinco miembros de cada Comisión Provincial deberán ser académicos correspondientes o personas nombradas por la Academia de la Historia. En resumen, la política gubernativa de gestión del patrimonio históricoartístico no promovió la creación de un cuerpo nacional de funcionarios, ya que los "anticuarios" formados en la Escuela de Diplomática de Madrid se destinaron de forma exclusiva para los Museos que se iban creando, y la salvaguarda y estudio del patrimonio a nivel provincial se dejó en manos de académicos y eruditos, que amparados en una legislación insuficiente y unos presupuestos ridículos no pudieron hacer frente, siquiera mínimamente, a las necesidades que impuso el desarrollismo del siglo XIX.

3) Arqueología y arquitectura durante la segunda mitad del siglo XIX: el ejemplo de Demetrio de los Ríos: Podemos obtener una vívida imagen de la situación que atravesaba la arqueología española durante el siglo XIX si nos detenemos en el ejemplo de Itálica, sobre la que contamos con una reciente y ajustada revisión desde una óptica historiográfica de las diferentes actuaciones llevadas a cabo sobre el yacimiento, y en ella observa Pilar León la dicotomía entre una "estampa arqueológica de prestigio", elaborada y reelaborada desde el Renacimiento hasta nuestro siglo, frente a una realidad de "expolio e incuria" del yacimiento, más o menos acentuada según los momentos 84 . Bajo esa doble óptica, desde nuestro punto de vista actual, se constata precisamente durante el siglo XIX uno de los momentos más graves, ya que frente a las expectativas que habían generado el desarrollo de las medidas oficiales para la protección y salvaguarda del patrimonio histórico-artístico y frente a las inquietudes de un restringido círculo de eruditos e intelectuales ubicados en Sevilla, se contrapone realmente una intensa destrucción del yacimiento 85 . Sobresale, no obstante, en las labores arqueológicas italicenses, durante algunos años de la segunda mitad del

84 P. León, op. cit., p. 29 y ss. SS lbidem, p. 57: " .. el siglo XIX no favoreció a Itálica .. ni hubo investigación sistemática, organizada al menos, ni existió interés por proteger los monumentos ni fomentar la investigación".

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siglo XIX, la figura del arquitecto Demetrio de los Ríos, que ilustra además de forma evidente esa problemática que en aquella centuria planteaba la relación entre arqueología y arquitectura. La actuación concreta de este personaje y las circunstancias en las que se promovió deben ser consideradas más satisfactorias que otras que tuvieron lugar a lo largo de aquel siglo de la historia del yacimiento, ejemplificadas no sólo por los abundantes episodios de destrucción, como los que afectan al Anfiteatro8 6 , sino, por ejemplo, con episodios como los trabajos desarrollados por Ivo de la Cortina durante algunos años a partir de 183987. Parece evidente la necesidad de una profundización historiográfica -que sólo esbozaremos ahora- sobre la figura de Demetrio de los Ríos, como un claro exponente de los nuevos intereses arqueológicos que iban surgiendo en la España de la segunda mitad del siglo XIX, y más en concreto porque contamos con una rica e importante documentación inédita sobre su actuación arqueológica en Itálica. En efecto se conserva actualmente en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla una serie de papeles manuscritos -de contenido diverso y valor desigual- de la mano de Demetrio de los Ríos, que se acompañan de un importante conjunto de dibujos del mismo autor, a lápiz y en su mayor parte coloreados en acuarela, en su totalidad dedicados a reproducir o interpretar edificios y materiales arqueológicos descubiertos en el yaci-

86 En general para utilizar sus sillares como piedras de construcción; así, en 1711, con

motivo de alzar un dique que impidiera las frecuentes inundaciones del río; o a fines de ese siglo XVIII en la construcción de una parte del Camino Real de Badajoz; o todavía en 1827 para un motivo similar, aunque entonces se produjo una paralización de la destrucción por parte del gobernador provincial; asimismo a mediados de esa centuria se crea una comisión (Demetrio de los Ríos, Francisco Collantes y J.J. Bueno) para investigar las actuaciones en el Anfiteatro del jefe de ingenieros provincial, aunque las conclusiones son exculpatorias (vid. A. Gali, op. cit., p. 70 y ss.). A. García y Bellido, op. cit. p. 53 y ss., y J. M . Rodríguez Hidalgo, "Sinopsis historiográfica del Anfiteatro de Itálica", Historiografia de la Arqueología .. (cit.) p. 91 y ss., mencionan además las referencias del viajero italiano Navagero para documentar el expolio de los materiales del Anfiteatro italicense ya con anterioridad al siglo XVI.

87 Deben tenerse en cuenta, no obstante, las diflciles vicisitudes de las labores de excavación, que fueron llevadas a cabo por presidiarios cedidos a Cortina de los que por entonces trabajaban en la carretera Sevilla-Badajoz; éstas son referidas en forma resumida por A. Gali, op. cit., p. 206 y ss. Para los descubrimientos de aquellas fechas cfr. l. de la Cortina, Antigüedades de Itálica (Sevilla 1840); Id., Gaceta de Madrid, 16-abril-1839, 20-mayo-1839, 6-noviembre-1839; Id., Semanario Pintoresco Español, año 1845, p. 29 y s. En este mismo Semanario (año 1849, p. 228 y ss., p. 233 y ss.) publicó José Amador de los Ríos dos artículos sobre "Antigüedades de Itálica". Cfr. P. León, op. cit ., p. 53 y s.

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miento a lo largo de sus trabajos de excavación, entre 1860 y 187588_ Tales dibujos, que aparecen fechados a lo largo de varios decenios, estaban encaminados a servir de ilustración a una monumental obra que sobre Itálica preparaba Demetrio de los Ríos, pero que nunca llegó a verse publicada. Sobresale especialmente el interés de ese material gráfico, fruto de un laborioso trabajo desarrollado durante bastantes años. Aparte de su mérito artístico y del indudable aprovechamiento de carácter científico -más o menos discutible, pero excusable en todo caso en función de la época en que se realizan-, poseen además un carácter evocador del papel e importancia que tuvo Itálica durante el siglo XIX en diversos ámbitos de actuación arqueológica y patrimoniaL D. de los Ríos, nacido en Baena (Córdoba) en 182789 , tuvo una relación con Itálica que podemos calificar como intensa -desde su perspectiva personal- y continuada. No debemos olvidar que su hermano, José Amador de los Ríos, se había vinculado activamente a los trabajos de Ivo de la Cortina, y prosigue esa relación con Itálica varios años90 . Ya en aquellos años el joven Demetrio de los Ríos debió colaborar en las actividades arqueológicas, pero sus estudios de arquitectura imponen una obligada interrupción; así, desde 1846 a 1852, estudia y se titula como arquitecto en la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid. Esta institución había sido creada en 1844 -una vez que la teoría artística del neoclasicismo había entrado en crisis-, como alternativa a la devaluada enseñanza que se impartía en la Academia de Bellas Artes madrileña, donde la base casi exclusiva de estudio había sido el dibujo 91 ;

88 El conjunto de escritos y dibujos fue adquirido por el Estado hace algún tiempo, mediante compra a uno de sus herederos, y con buen criterio se destinó al Museo sevillano. Asimismo se cuenta con documentación relacionada con las actividades sevillanas de D. de los Ríos en los archivos respectivos de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos y de la Escuela de Artes y Oficios sevillanas. 89 Sobre noticias referidas a su vida y obras, cfr. E. Reynals, "Demetrio de los Ríos (notas cronológicas)", Resumen de Arquitectura, abril de 1892; JM. Suárez, Arquitectura y urbanismo en la Sevilla del siglo XIX (Sevilla 1986) p. 118 y ss.; breves biografias en A. Gali, op. cit., p. 269, y D. de los Ríos, La Catedral de León (Madrid 1895) II, p. 187 y ss. 90 Al menos hasta 1846, aun cuando ya entonces reside en Madrid, donde alcanza una cátedra universitaria de Historia Critica de la Literatura Española (en 1848) y es nombrado secretario de la Comisión Central de Monumentos Históricos y Artísticos, creada en 1844. Con posterioridad, en 1868, es por unos cuantos meses director del Museo Arqueológico Nacional. Su muerte sobreviene en 1878. 91 Vid., en general, N. Pevsner, op. cit. Asimismo, AA.VV., La formación del artista. De

Leonardo a Picasso. Aproximación al estudio de la enseñanza y el aprendizaje de las Bellas Artes (Madrid 1989).



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por ello no es de extrañar que la Ley Moyano de 1857, que convierte a aquélla en Escuela Superior, la vinculara definitivamente a la Universidad. A una fase preparatoria, realizada en centros o en estudios de artistas particulares, para aprender fundamentalmente el dibujo, seguían los estudios especiales en la Escuela de Arquitectura, durante cinco (plan de estudios de 1844), cuatro (plan de 1848) o seis años (plan de 1855) 92 . En la Escuela de Arquitectura, con una óptica historicista y ecléctica, "predominaba el interés por el estudio histórico y arqueológico de nuestros edificios"93, en una línea que encajó perfectamente en los planteamientos del joven arquitecto Demetrio de los Ríos, como demostraría a lo largo de toda su vida. Asignatura obligada de la formación del artista -aunque asimismo de todos los círculos cultos y aristocráticos- es la visita al extranjero para admirar, dibujar o adquirir las antigüedades clásicas. Junto a Grecia94 , la visita de Italia era el destino inevitable, según la moda del "Grand Tour" impuesta por los ingleses en el siglo XVIII, y que también afecta a franceses y alemanes 95 . El recorrido incluía los yacimientos griegos de Magna Grecia y Sicilia, pero especialmente las ciudades romanas de Campania y, sobre todo, la ciudad de Roma, constituída desde el Renacimiento en el centro de atracción más importante, aunque durante el siglo XIX se le une además París como capital de la modernidad y de las innovaciones artísticas, y acabará imponiéndose a aquélla ya desde comienzos del siglo XX96 . No obstante, Roma proporcionaba el mayor y más variado elenco de modelos clásicos y clasicistas, y los Estados europeos, al menos los más avanzados, procuran la creación de Academias en Roma para facilitar la formación de los artistas seleccionados: el caso más evidente lo supone el francés, cuya Escuela de Bellas Artes de París concedía desde el siglo XVIII los "Grands Prix" para artistas pensionados en la Academia de Roma97 .

92 M. López Otero, "Primer centenario de la Escuela Superior de Arquitectura", Revista Nacional de Arquitectura 38 (1945) p. 38 y ss. 93 P. Navascués, Historia del Arte Hispánico. V. Del Neoclasicismo al Modernismo (Madrid 1978) p. 45 y S. 94 F.-M. Tsigakou, Redescubrimiento de Grecia. Viajeros y pintores del Romanticismo (Barcelona 1985). 95 Cfr., por ejemplo, AA.VV., Ein griechischer Traum. Leo von Klenze der Archiiologe (München 1986). 96 A. Bonet Correa, "El viaje artístico en el siglo XIX", Roma y el ideal académico. LA

pintura en la Academia Española de Roma (187 3-1903) (Madrid 1992) p. 27 y ss. 97 L. Hautecoeur, Histoire de l'Architecture classique en France. VII (1848-1900) (París

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Demetrio de los Ríos, recién titulado en 1852, obtiene por oposición la plaza de profesor de Dibujo Topográfico y Arquitectura de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla -hasta 1869, en que desaparecieron aquellos estudios-, desarrollando además durante su etapa sevillana una importante actividad como arquitecto, sobre todo en el campo de la restauración y actuación sobre monumentos, entre los que destacaron el propio edificio del Ayuntamiento o las puertas norte y sur de la Catedral, aunque este proyecto no se llevó a término98. No obstante, más nos interesa su relación con la Comisión Provincial de Monumentos de Sevilla, de la que fue asesor en temas de arquitectura desde 1856 y Vocal Secretario desde 1862. En ese marco, en 1860, fue nombrado por la Comisión de Monumentos director de las excavaciones oficiales que se promueven en Itálica. No obstante, no debemos olvidar que de forma paralela a aquellas iniciativas oficiales tenía lugar en el yacimiento una intensa actividad extractora de carácter privado, desarrollada por los mismos propietarios de los terrenos, por aficionados o por "buscadores de tes~ros arqueológicos" casi profesionales, cuya finalidad última era la de acrecentar colecciones particulares99 . Era ésa una de las caras oscuras de la "arqueología romántica", que como actividad erudita entusiasmaba a importantes sectores de la nobleza y, especialmente, de la burguesía decimonónicas 100 . Aparte de esa· vertiente coleccionista,

1957). Por el contrario la Academia Española en Roma se fundará en 1873; M. Brú Romo, LA Academia Española de Bellas Artes en Roma, 1873-1914 (Madrid 1971). 98 Un análisis sobre su labor en la arquitectura sevillana lo lleva a cabo J.M. Suárez Garmendia, op. cit., p. 118 y ss. 99 Vid., ahora, V. Lleó, LA casa sevillana de los condes de Lebrija y el coleccionismo romántico (Sevilla 1994). 100 Pero el atractivo de las "imágenes arqueológicas" surtía su efecto sobre un amplio

espectro de la población, y ello tiene su constatación en el plano literario: en toda Europa -incluída España- se impone en este momento la moda de la "novela arqueológica", la realidad soñada, como la ha definido Ricardo Olmos ("La realidad soñada. La recuperación del pasado en la novela arqueológica española del siglo XIX", Arqcritica, 3, 1992, p. 18 y ss.). Asimismo la publicación de novedades arqueológicas se convierte en moneda corriente dentro de las nuevas revistas y semanarios que surgen de forma abundante durante esta centuria, que incluían artículos de curiosidades dirigidos a una clientela popular, siguiendo, por ejemplo, modelos como el inglés Penny Magazine o el francés Magasin Pittoresque. En este sentido los descubrimientos monumentales italicenses, en especial de mosaicos y esculturas, son divulgados de forma constante en aquellas publicaciones, como por ejemplo, a nivel nacional, el ya citado Semanario Pintoresco Español, donde colaboran lvo de

que animaba a la búsqueda y adquisición indiscriminadas sobre todo de objetos de valor artístico, las excavaciones arqueológicas, en cuanto que descubren una realidad histórica y patrimonial de carácter nacional, se convierten en actividades favorecidas por los estamentos oficiales del Estado burgués, aunque con esas enormes limitaciones en el caso español a las que hemos aludido, que provocaba la ausencia real de una política oficial claramente decidida, reflejada en el ámbito legislativo y administrativo, así como en la escasez de las dotaciones económicas. Además, como se dirá, hay que contar con el deficiente desarrollo de la disciplina arqueológica en nuestro país, que sólo a lo largo del siglo XX se vincula de forma directa a la Universidad, para la formación de los arqueólogos. A lo largo del siglo XIX asistimos a la plasmación del compromiso inevitable entre arqueología y arquitectura, con un carácter más o menos traumático que varía en función de situaciones concretas, pero que bascula en todo momento en tomo a la cuestión -no resuelta todavía de forma general- de la integración del monumento arqueológico dentro de la expansión urbanística. Precisamente el enorme desarrollo urbano que se produce en la Europa decimonónica trae como consecuencia la destrucción de una gran parte del patrimonio histórico-artístico, en aras de un expansionismo muchas veces incontrolado: el tema de los ensanches urbanos es sumamente ilustrativo, y afecta a las principales ciudades europeas y españolas, con la consecuente destrucción de los perímetros amurallados que se habían mantenido desde época medieval 10 1. En ese ambiente escribirá el arquitecto Julien Guadet en 1882: "Uarchéologie, voila l'ennemi" 102 . No obstante, la situación no era tan simple ni tan precisa. De forma paralela, y en función del interés que despierta entonces la denominada "arqueología monumental", se constata una intensa relación

la Cortina y José Amador de los Ríos, o La ilustración Española y Americana, en cuyo vol. de 1875 publicó varios artículos D. de los Ríos. Otras publicaciones de este autor sobre mosaicos italicenses, según dibujos de su hermano J. Amador de los Ríos, son citadas por A. García y Bellido, op. cit., p. 81 y ss., p. 129 y ss. 101 Para Sevilla, AA. VV., Historia del urbanismo sevillano .. , (cit.); J.M. Suárez Garmen-

dia, op. cit., p. 89 y ss., p. 200 y ss. Documentación de interés existe entre los papeles del archivo de la Comisión Provincial de Monumentos de Sevilla. 102 L'enseignement de l'architecture (París 1882) p. 19. Cfr. C . Brice, "Le débat entre architectes et archéologues a travers La Revue Générale de 1' Architecture et des Travaux Publics (1840-1890)", Roma antiqua. Envois des architectesfranfais (1788-1924). Forum , Colisée, Palatin (Paris 1985) p. XXXI y ss.

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entre ambas disciplinas, que lleva a la incorporación de arquitectos en los trabajos de excavación de yacimientos y restauración de edificios, así como a los intentos de remodelaciones urbanísticas para la recuperación e integración de los restos arqueológicos. Los ejemplos de la Roma napoleónica son bastante significativos, en especial los proyectos desarrollados en la zona del Foro, realizados y dirigidos por arquitectos (como Valadier) y arqueólogos (como Fea) 103 . Asimismo debemos recordar los trabajos llevados a cabo en Pompeya: entre 1809 y 1811 dirige las excavaciones promocionadas por Murat el arquitecto Fran
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