Fernández Vavrik, Germán (2016, en prensa). Un recién llegado y un pueblo kafkiano. In Naishtat, F. (ed.) La crisis de sentido en debate. Historicidad, Subjetivación y Política. Buenos Aires: Biblos.

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Descripción

Un recién llegado y un pueblo kafkiano Germán Fernández Vavrik EHESS-CONICET

Fernández Vavrik, G. (2015, en prensa). Un recién llegado y un pueblo kafkiano. In Naishtat, F. (ed.) La crisis de sentido en debate. Historicidad, Subjetivación y Política. Buenos Aires: Biblos.

Introducción

Las ciencias sociales y humanas han dado cuenta diversa y detalladamente de relaciones dicotómicas entre personas y grupos de diferentes orígenes y modelos culturales. Esquemáticamente, apelando a una metáfora deportiva, podríamos hablar de la relación entre “locales” y “visitantes”. Cuando miembros de cada bando entran en contacto, suele prestarse atención a los fenómenos de integración o de asimilación. Ahora bien, entre ambos polos, la categorización de “recién llegado” permite dar cuenta de una experiencia de frontera diferente a la del local y la del forastero. Se propone en este capítulo pensar esta categoría a partir de la experiencia crítica del protagonista del relato de 1926 El castillo (Das Schloss), llamado “K.”, del escritor checo Franz Kafka. El desafío es leer las peripecias del héroe como la ilustración de la experiencia de un recién llegado: alguien que, ante la crisis de sentido en el nuevo entorno, va descubriendo por indagaciones y por tanteo en qué consiste (i) ser llamado al pueblo y al mismo tiempo (ii) no ser bienvenido. Se propone esta lectura del relato de Kafka como contribución a la investigación general del presente libro sobre la crisis de sentido y a una investigación sociológica desarrollada en Mendoza desde 2006.1 El capítulo, por lo tanto, no presenta un análisis literario, menos aún se pretende una interpretación de validez universal del material con el que se trabaja. La reflexión se apoya en la lectura de un grupo de autores, entre ellos Walter Benjamin, Hanna Arendt y Alfred Schutz, que responden a tradiciones intelectuales diferentes. El texto tiene cuatro partes. En la primera, siguiendo a Benjamin, presento a Kafka como un narrador cuya materia prima es la experiencia. En la segunda parte, restituyo la llegada de K. al pueblo del castillo. A continuación, introduzco la noción de “recién llegado”, poniéndola en relación con las categorizaciones de “locales” y “visitantes”. Finalmente, muestro en qué sentido K. puede ser considerado como recién llegado – en vez de un simple forastero.

1. Kafka como narrador

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La investigación en Mendoza está orientada a dar cuenta de la experiencia de becarios de la Universidad Nacional de Cuyo provenientes de zonas rurales e indígenas, que están “recién llegando” a la ciudad capital de la provincia. Cf. Fernández Vavrik 2010a, 2010b, 2013 y 2014.

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Walter Benjamin considera a Kafka como un narrador.2 Estudiar esta postura de narrador, diferente a la del novelista, nos permitirá comprender de qué modo Kafka teje la hostilidad a la que se enfrenta su héroe. En ocasión de un homenaje al escritor ruso Nikolái Léskov, Benjamin expuso en un artículo de 1936 algunos principios de distinción de entre narrador y novelista.3 La narración de experiencias toma forma normalmente en los cuentos (que empiezan con el clásico “había una vez…”), las leyendas y las novelas cortas. El avance de la técnica – especialmente su aplicación en la Primera Guerra Mundial – así como la gran crisis económica de 1929, colaboraron notablemente a lo que Benjamin (1933) llama “derrumbe de la cotización de la experiencia”. La gente volvió del frente de batalla sin nada que narrar, enmudecida de horror; asimismo, la inflación, el hambre y la corrupción gubernamental desmintieron las experiencias de la economía, del cuerpo y de la política. Dos tradiciones de narradores ha tenido la humanidad: el campesino sedentario, que conoce el pasado de su región, y el marinero comerciante, que conoce otros países (Benjamin, 1936). Todos ellos se nutren de la experiencia transmitida oralmente; son experiencias de narradores anónimos. La narración es dependiente del acto de narrar en compañía de otros, todos los cuales co-producen la narración, como relatores, como oyentes y como reproductores del relato. El narrador, en presencia del oyente, sabe aconsejar; la narración es útil en sí misma. Si esto suena a pasado de moda, afirma Benjamin, es por el debilitamiento de la comunicabilidad de la experiencia; ya no somos capaces de aconsejar: “Pues el consejo es menos respuesta a una pregunta formulada que una propuesta para conseguir continuar una historia, esa que se está desarrollando.” (Benjamin, 1936: 45). Según Benjamin, no es el contenido de tal o cual consejo particular sino la institución misma del consejo por la narración lo que parece en peligro. Para el filósofo alemán, dos inventos industriales han atentado contra la institución de narrar. El primero, es la imprenta. Su producto inmediato es el libro y, con él, la novela moderna (algunos de cuyos principios estaban ya presentes en la epopeya4 ). El narrador extrae de la experiencia – propia o ajena – lo que narra. La novela en cambio nace del individuo en soledad, desorientado, que no puede aconsejar y exagera lo inconmensurable cuando expone la vida humana. La novela gira en torno al “sentido de la vida”: expresión más alta de la desorientación del escritor y del lector. Con la palabra “fin” se invita al lector a reflexionar sobre el sentido de la vida. En cambio, con la narración, que contiene alguna moraleja, puede uno preguntarse siempre cómo sigue la historia. En Kafka, la minuciosidad, el ritmo decreciente, la atmósfera pesada y lúgubre, generan en el lector una sensación de inacababilidad. Es como si se expresase un miedo a que terminen las cosas. Pero esta minuciosidad es diferente a la novelas, advierte Benjamin. “Las novelas se bastan a sí mismas, mas los libros de Kafka 2

En cuatro textos Benjamin se detuvo en la obra de Kafka (Andrade, 2009). Yo me basaré sobre en de ellos: “Franz Kafka: construyendo la muralla china”, publicado en 1931, y “Franz Kafka: en el décimo aniversario de su muerte”, publicado en 1934. Haré igualmente alusión a otros textos de Benjamin, de 1933 y 1936. 3 Tomo aquí la distinción de Benjamin como insumo para pensar la categoría de recién llegado y no para indagar en su teoría literaria, indagación que excede el propósito de este artículo. 4 En la epopeya aparecen (a) una memoria inmortalizadora, como la del novelista, consagrada a sólo un héroe, un viaje o una lucha; y (b) una memoria entretenedora, como la del narrador, consagrada a abundantes acontecimientos. De ahí surge que el elemento inspirador de la novela sea la rememoración mientras que la memoria sea el elemento inspirador de la narración. Como se propone infra, el entorno del protagonista de El castillo se compone de abundantes y constantes acontecimientos que parecen abrumar al actor, el cual debe realizar un trabajo constante e infatigable de intelección. Encuentra constantes gestos incomprensibles. 2

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no se bastan nunca, sino que son narraciones preñadas de una concreta moraleja, una que, sin embargo, nunca llega a nacer. De ahí que Kafka aprendiera […] no de los grandes novelistas, sino de autores mucho más modestos: a saber, los narradores” (Benjamin, 1931: 293). El segundo invento que atentó contra la práctica de narrar es la prensa, siendo su producto la información. La prensa hace culto de lo cercano, lo inmediato, lo “perfectamente comprensible”, lo que suena plausible; ofrece hechos – digamos – “prêt-à-porter”, arropados de explicaciones. El arte de narrar en cambio deja de lado las explicaciones, las largas conexiones causales que imponen un nexo psicológico al lector. A diferencia de la información, que vale mientras es nueva, que tiene fecha de caducidad, la narración es perenne y continúa desplegándose. Uno puede volver cuantas veces sea necesario a una narración y conjeturar nuevamente las razones de la conducta del los protagonistas. Las narraciones son como “las semillas que han estado encerradas herméticamente durante miles de años en las salas que abrigan las pirámides, y así han conservado hasta ahora mismo su fuerza germinativa sin gastar” (Benjamin, 1936: 49). Ya había utilizado previamente Benjamin esta bella metáfora para referirse a los relatos de Kafka: “semillas de las que sabemos que siguen dando fruto aun después de milenios, al sacarlas de nuevo de las tumbas” (Benjamin, 1931: 297). La narración es una “forma artesanal de comunicación” (Benjamin, 1936: 50) cuyo cuyo objetivo no es transmitir el puro “en sí” de la cosa como en la información o el reportaje. La narración sumerge la cosa en la vida del narrador, “lleva la huella del narrador, como una vasija la del alfarero” (Benjamin, 1936: 50).5 Apoyándose en Paul Valéry, el pensador alemán afirma que los artistas dan vida a objetos a partir de una praxis de coordinación artesanal de alma, ojo y mano; se narra con la voz, con la mano, con el cuerpo. “Podemos ir más allá – agrega Benjamin – y preguntarnos si la relación que el narrador sin duda guarda con su material, que es la vida humana, no será también, entre otras cosas, una relación artesanal; si su tarea no consistirá en elaborar la materia prima de las experiencias (ajenas y propias) de una manera sólida, única, provechosa”.6 El novelista, el periodista y el historiador explican las cosas como cadenas de acontecimientos, sostiene Benjamin. El narrador y el cronista en cambio interpretan, integrando el acontecimiento dentro del gran curso inescrutable del mundo. Este orden es mostrado, insinuado, indicado de modo desfigurado, pero no es enunciado. Este gran curso puede ser la historia de la salvación (desde una perspectiva religiosa) o un proceso natural (según una orientación profana). En los relatos de Kafka se insinúa el curso inescrutable del mundo pero este curso nunca termina de configurarse con claridad. Así, las escenas de Kafka suelen estar plagadas de gestos y de imágenes discordantes y desconcertantes. Benjamin analiza una situación de El proceso: “(…) el proceso contra Josef K. tiene lugar en medio de la vida

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En ese sentido, Benjamin relaciona la decadencia de la narración con la decadencia del mundo pre-industrial, cuya vida social se organizaba en torno a las prácticas artesanales. Atentan contra la posibilidad de guardar en la memoria las narraciones la imposición de marcos de explicación psicológicos pero también la falta de relajación o desahogo, la desaparición de actividades ligadas al aburrimiento, que estaban aseguradas por el trabajo artesanal. Se oían narraciones mientras se tejía o se hilaba. Narrar historias es el arte de narrarlas otra vez, cosa que se vuelve difícil sin este ejercicio de memoria, sin la actitud de escucha paciente y sin el involucramiento situacional. 6 Las experiencias de las que da cuenta el narrador no son sólo individuales sino también colectivas. Benjamin afirma que el consejo del narrador no se limita a algunos casos, como en el refrán (ruina de antiguas historias), sino que se dirige a muchos (como el sabio). Esto es porque el narrador puede apoyarse en toda una vida, una que “no sólo incluye la propia experiencia, sino también la ajena. El narrador asimila lo que ha oído decir junto a lo propio” (Benjamin, 1936: 67). 3

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cotidiana, en patios interiores, salas de espera, etc., unos lugares que cambian y en los que el acusado siempre suele perderse. Así, un día Josef K. acude a una buhardilla. Las tribunas están llenas de personas que siguen apiñadas el juicio; se encuentran bien dispuestas para una larga sesión; pero ahí arriba no es fácil aguantar mucho tiempo (el techo, uno que en Kafka es casi siempre bajo, les oprime y agobia), por lo que se han traído un almohadón para, sobre él, apoyar la cabeza” (Benjamin, 1931: 292). Se aguarda una vaga esperanza de que los gestos incongruentes se vuelvan comprensibles al final; el final, la muerte figurada, puede funcionar como clave de interpretación. Pero esa esperanza se desvanece en el narrador Kafka porque el final de sus relatos no otorga necesariamente una clave para interpretar sin ambigüedad el curso de los acontecimientos.

2. Llegar al pueblo

Analizaré la historia de K, el personaje de El castillo, como la experiencia de un recién llegado que enfrenta la hostilidad. Este análisis nos permitirá pensar la relación entre experiencia, llegada y hospitalidad. Según Arendt, K. no puede compartir sus emociones con los lugareños, razón por la cual “nunca es realmente uno de ellos” (Arendt, 1944: 120).7 ¿Qué impide a K. emocionarse con sus anfitriones? ¿En qué consiste presentarse y ser identificado como recién llegado? El nuevo entorno de K., el pueblo al pie del castillo, parece indescifrable, arbitrario, y al mismo tiempo cosificado. Al menos, es como presenta el narrador la vida local a la llegada del protagonista. Su organización parece incomprensible, el funcionamiento de sus estamentos, absurdo. Ahora bien, K. no parece abrumado ante la crisis de sentido al llegar a un entorno poco inteligible. Más bien parece activo, ocupado en dar sentido y al mismo tiempo en otorgar alguna organización a ese orden, enfrentando sus instituciones, eventualmente. En el pueblo, K. es reconocido como el recién llegado. No es un extranjero, alguien que está de paso, sino alguien que pretende quedarse, al menos por un tiempo. Benjamin encuentra una familiaridad entre el pueblo de El castillo y otro de una leyenda talmúdica. Para explicar la costumbre judía de realizar un banquete los viernes de noche, cuenta un rabino que una princesa languidece en el destierro, en un pueblo del que desconoce la lengua. Le llega una misiva de su amado, informando que va camino hacia ella. Para celebrar, organiza un banquete para la gente del lugar. Según el rabino de la leyenda, el prometido es el Mesías, la princesa es el alma y el pueblo donde está retenida y desterrada es el cuerpo. “Y como el alma no puede comunicar de ninguna otra forma su alegría a quienes no comprenden para nada su idioma, le organiza un banquete al cuerpo” (Benjamin, 1931: 294). Relacionando esa leyenda con Kafka: “…hoy el ser humano vive ahí, en su cuerpo, igual que K., en el pueblo de la montaña del castillo: es sólo un extraño, es un apátrida que no conoce nada de las leyes que conectan al cuerpo sin duda con los órdenes superiores” (p. 294). Me permito apartarme en un punto del análisis de Benjamin. No creo que K. sea un apátrida, alguien sin lugar en el pueblo. Tampoco creo que desconozca por completo la ley. Es más bien un recién llegado que está

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La traducción de las obras en lengua extranjera es mía. 4

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comprometido en una búsqueda – incómoda para estos lugareños, ciertamente – para volver descriptible, inteligibles, narrables los códigos locales, que parecen crípticos en algunas de sus manifestaciones. La suya se distingue de la postura8 un forastero: es alguien que está transitando por la frontera. Intentaré demostrar esta idea. A poco de llegar, K. entabla una relación amorosa con la empleada de una taberna. Es amor a primera vista:

Entonces, se abrazaron; el pequeño cuerpo estaba ardiendo en las manos de K.; rodaron luego unos pasos más, en una inconsciencia de la que K. intentaba salir continuamente, por más que sin éxito; (…) quedaron tumbados entre pequeños charcos de cerveza y otras inmundicias de que estaba cubierto todo el suelo. Pasaron allí mismo varias horas (…) en las que K. no perdió la sensación de haberse extraviado o de estar más lejos de su casa (…), en un país en el que ni siquiera el aire tenía un solo componente del aire que alentaba en su país, en el que habría que ahogarse de extrañeza y en cuyas insensatas seducciones no se podía nada distinto de seguir avanzando, es decir, seguir extraviándose…” (cit. en Benjamin, 1934: 13).

Este pasaje presenta de modo vivaz las preguntas que le formulo al relato de Kafka. En el estado de delirio amoroso se le aparece como una revelación a K. su camino: extraviarse y, al mismo tiempo, seguir buscando para extraviarse más. ¿Cómo ocurre esta aventura de marchar y perderse constantemente? El relato da cuenta de un trabajo constante e infinito para dar sentido al entorno hostil como un modo de ser alguien en ese mundo cosificado. Esa búsqueda vuelve agente a K.; no busca meramente adaptarse o asimilarse, de modo pasivo, sino que busca conocer de modo práctico y transformar el entorno9, transformándose también él mismo en la faena.

3. Locales, recién llegados y extranjeros

Cuando nuestro personaje decide rechazar las limosnas del castillo, se vuelve objeto de inquietud, hostilidad, desprecio, miedo entre los locales, quienes “le cuentan todo tipo de historias sobre las relaciones de los lugareños con el castillo y buscan así transmitir una parte del conocimiento del mundo, conocimiento del que obviamente él carece” (Arendt, 1944: 117). ¿Qué tipo de conocimiento falta o escasea en K.? ¿Qué implica para su vida ser considerado como alguien que desconoce lo que todos parecen saber en el nuevo entorno? Propongo la categorización de “local” para dar cuenta de lo que los investigadores10 denominan con términos como establecidos, integrados o normales. “Visitantes” serían en cambio outsiders, marginales, desviados

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Defino la postura como la forma de involucrarse en una interacción (Fernández Vavrik, 2014). Arendt (1944) describe a K. en su carácter excepcional dentro del pueblo, como un justiciero que conserva su capacidad de indignación y cuya meta es el reconocimiento como ser humano. Eso que ignora del pueblo, esa normalidad que pasa por alto y esa capacidad de indignarse, le permiten escapar a las trampas de sujeción del lugar y lo destinan a la tarea infinita de marcar las injusticias, hasta el agotamiento. 10 Cf. por ejemplo: Schutz (1944); Becker (1963); Goffman (1963); Elias & Scotson (1965); Barth (1969). 9

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o extranjeros. Ahora bien, para escapar a la lógica binaria imperante en estudios de frontera, pertenencia o “identidad”, propongo una tercera categoría, la de “recién llegado”, que no ha despertado hasta aquí suficiente interés entre los expertos. Sostengo que se atribuye en una situación puntual tal categoría a personas (a) que exhiben en su accionar cierto desconocimiento de normas y de valores de sentido común, compartidos de modo pre-reflexivo por los locales y, al mismo tiempo, (b) que muestran interés en la gramática local y una capacidad de aprender de modo práctico su normatividad. Para ser considerado como recién llegado no importa tanto el origen “auténtico” de los actores sino más bien las prácticas cotidianas de creación de fronteras culturales – entendiendo la noción de frontera en el sentido que propone el antropólogo Fredrik Barth (1969). La figura de recién llegado presenta puntos en común con la de paria que propone Arendt en su texto de 1944. Para alejarse de la historiografía nacionalista que canoniza héroes del judaísmo, la filósofa se ocupa de cuatro parias judíos, incluyendo nuestro personaje K. Las desgracias que padecen y la grandeza que exhiben estos parias – que no gozan de plena pertenencia a la sociedad receptora – responden a su carácter universal de humanos y no de simples miembros de un colectivo, sostiene Arendt. Como los recién llegados, están en la frontera simbólica del grupo por algo que ignoran, que no sabe hacer, algo que todos, excepto los parias, dan por sentado en el entorno. Me distancio de Arendt en que ella supone la asimilación como horizonte: el paria es alguien que toma posición ante el desafío de la asimilación; es alguien que no puede o no quiere asimilarse. 11 En cambio, sostengo que la experiencia de llegar merece un status independiente de su resultado como integración o asimilación. Más precisamente, mi mirada se dirige a lo que debe hacer y saber un recién llegado antes que al horizonte de asimilación o de integración. La categoría de recién llegado que propongo es cercana a la de stranger de Alfred Schutz (1944), quien utiliza el término para designar al adulto que intenta ser aceptado o tolerado en el grupo al que se acerca.12 Schutz utiliza los términos newcomer (recién llegado) y approaching stranger (extranjero que se aproxima) como equivalentes de stranger (forastero o extraño): “The stranger, therefore, approaches the other group as a newcomer in the true meaning of the term” (Schutz, 1944: 502). Sostengo que puede leerse el texto de Schutz como un análisis de la experiencia de un recién llegado en un entorno y no sólo – según la costumbre en el ámbito académico – como la experiencia de un forastero. De acuerdo a Schutz, el recién llegado no reconoce el rasgo típico y anónimo de una conducta: ve rasgos particulares o idiosincráticos donde no hay más que rasgos típicos – recíprocamente, toma rasgos particulares como si fueran típicos. En cambio, los miembros pueden categorizar a cada quien según reglas de sentido común que deben simplemente seguir, merezcan o no reflexión. “En otras palabras, el modelo cultural del grupo al que se aproxima, para el recién llegado [stranger], no es un refugio sino un campo de aventuras, no es un asunto dado por sentado sino un tópico de investigación susceptible de ser cuestionado, no es un instrumento

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La asimilación para los parias judíos aparece como el problema más urgente a resolver, sostiene Arendt. Nótese que los textos de Arendt y de Schutz citados aquí fueron publicados el mismo año, 1944, en el preludio de la Segunda Guerra Mundial. 12

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para desenmarañar situaciones problemáticas sino una situación problemática en sí misma, una difícil de manejar” (p. 506). Si el sentido práctico permite al actor, en cada contexto institucional, comprender y decidir de un golpe de vista, y en el mismo momento, cómo actuar de modo apropiado (Bourdieu, 1980), podemos decir que el recién llegado da muestras de desconocer ese sentido o conocimiento práctico. En esto esencialmente se distingue del local, en la vida cotidiana. El local puede constituir de un golpe de vista un mapa del entorno, con sus jerarquías, sus desigualdades y sus oportunidades para la acción. Sabe aplicar de modo pre-reflexivo un conjunto de recetas que aprendió desde pequeño. El recién llegado, en cambio, debe constituir un conocimiento explícito y detallado de las reglas de sentido común que los locales siguen con naturalidad. No conoce bien las recetas, este desconocimiento es evidente para los locales. El conocimiento del que carece el recién llegado lo vuelve en cierto modo dubitativo, torpe, a veces, sospechoso, como es el caso de K. Se pone en evidencia una posición de frontera ambigua. Algún movimiento equivocado o inesperado de la persona no-local produce un cambio en la postura de los presentes – de la forma de involucrarse con otros –: la acción incorrecta es un evento que cambia la categorización de los participantes. En esos casos, algunos se arrogan la posición de locales y atribuyen a otros el status de recién llegados. Ser considerado como no-local implica la incertidumbre, a veces la angustia o la desazón.13 Según Arendt, K. no pertenece ni a la gente común ni a los grupos dominantes; continuamente los lugareños le hacen ver que su presencia estorba, que está de más. Intentan hacerle sentir que lo toleran sólo por piedad (Arendt, 1944: 115-116). Siguiendo a Joan Stavo-Debauge (2009), la llegada de un nuevo miembro pone a prueba a la comunidad: si su presencia no fuera en cierto modo molesta, si él/ella no produjera un desarreglo en el grupo de acogida, la idea de hospitalidad perdería todo valor. A partir de esto, es posible sostener que la hostilidad, el reverso de la hospitalidad, es la reacción emotiva, defensiva y conservadora de gente del entorno que ve su orden desarreglado e incluso, como es el caso de K., en cuestión. Por ello, no sólo K. se encuentra en la frontera, por su condición de recién llegado, sino que es confinado constantemente a permanecer en la frontera. Si, a diferencia del apátrida, del extranjero o del outsider, que son ubicados más allá de la frontera del “nosotros” local, el recién llegado es posicionado sobre la frontera, Schutz se equivoca al no distinguir el stranger del newcomer. En la negociación de sentido de marcos de interacción y de interpretación, el recién llegado puede compensar su torpeza y sus desaciertos con la exhibición de un aprendizaje; muestra avances graduales en el conocimiento práctico de cómo moverse en el nuevo entorno. Así, las emociones vinculadas a la llegada y a su desconocimiento del entorno pueden guiar una indagación para volver inteligible su situación (Quéré, 2012). Gracias a su aprendizaje, va familiarizándose con las normas y los valores locales, va acercándose. La adquisición de una familiaridad y de una soltura va ubicándolo como alguien cercano, si el contexto es de hospitalidad; o como alguien peligroso, en un entorno hostil. No

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Desarrollo esta idea en Fernández Vavrik (2014). 7

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interesa en este caso si el recién llegado finalmente se integrará o será asimilado.14 Lo que interesa es que ante la crisis de sentido muestra una transformación de su comportamiento gracias al establecimiento de nuevas relaciones en el nuevo entorno y es capaz de formular preguntas incómodas sobre el orden establecido.

4. La persistencia y las indagaciones de K.

El vínculo de K. con el castillo es a través de mensajeros mientras que su vínculo con el pueblo se construye a través de los personajes femeninos. En la cercanía de estos personajes va apareciendo un orden difuso. Los cambios de comportamiento y de postura de las personas no parecen responder a reglas claras para K., no aparecen contornos institucionales precisos. La ley que rige los estamentos superiores no es fácilmente reconocible. Cada acto de formulación de las leyes que propone un miembro local parece un acto caprichoso. A medida que K. se interna en el orden, se verifica la profecía señalada antes en el delirio amoroso: sus relaciones sociales le permiten orientarse mejor para, de todos modos, seguir extraviándose. Es un explorador sin brújula que no se detiene a pesar de un agobio creciente. Los habitantes del pueblo de El castillo parecen seguir algún orden. Ese orden es tan evidente y obvio para ellos que les parecen extrañas y asombrosas las infracciones de K. Lo normal – esperable y deseable – para K. no es lo bueno para el pueblo. Lo normal – usual y anquilosado – para el pueblo no es bueno para K. El protagonista se indigna por la apatía de los lugareños, los locales se asombran de las indagaciones de K. Cada cual intenta aleccionar al otro. Así, los habitantes se extrañan primero de la presencia de K. y luego de su torpeza para seguir el orden establecido, mientras que K. se extraña de la extrañeza de ellos. La crisis de sentido es doble. La hostilidad de los locales es explicable en gran parte por la perseverancia de K en su búsqueda y en sus preguntas: “La indagación la más simple de K. sobre lo que es correcto o erróneo es considerado como una disputa puramente quejumbrosa; el carácter del régimen, el poder del castillo, son cosas que no pueden ser cuestionadas” (Arendt, 1944: 119). K. reconoce que sus preguntas son consideradas como impertinentes, como si hablase una lengua graciosa y absurda – la “drôle de langue” del xenos a la que alude Jacques Derrida (1997) –, pero no cesa su indagación. Avanzar para extraviarse y avanzar más. En eso consiste la “aventura” – retomando el término de Schutz – del recién llegado y la tarea infatigable de K. Este personaje no parece impulsado por la esperanza sino más bien arrojado a la tarea infatigable de descubrir en qué consiste el mundo para poder actuar en él. Ante la crisis de sentido, se transforma a sí mismo e intenta transformar la normatividad cosificada del pueblo en simples procedimientos a seguir (o a no seguir). Realiza un trabajo constante de tanteo, de ensayo y error, para conocer esos procedimientos de sentido común y, llegado al caso, seguirlos de modo apropiado o rebelarse. Ese involucramiento pleno en el proceso de la vida vuelve glorioso de algún mo14

Si tomamos la faena de K. como una cuya meta asimilarse y volverse indistinguible, podemos decir que fracasa. Es la posición de Arendt, para quien el fracaso de K. simboliza el fracaso de los judíos que en el siglo XIX optaron por la asimilación, siguiendo el camino de la buena voluntad. De todos modos, sostengo que es posible dejar de lado la interpretación finalista para pensar la experiencia de recién llegado. 8

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do a este tipo de personajes: “… no puede ser la culpa lo que los vuelve bellos […] sólo puede deberse al procedimiento iniciado contra ellos 15, uno que, de algún modo, se les queda adherido” (Benjamin, 1934: 14). 16

Palabras finales

Kafka, un narrador/artesano cuya materia prima es la experiencia, presenta en El castillo una pintura de la experiencia de hacer frente a la hostilidad en un nuevo entorno. La llegada de K. al pueblo es un acontecimiento que provoca una doble crisis: los locales se extrañan de su presencia (un orden es alterado), K. se extraña de tal reacción de los locales. Por esta extrañeza, K. se ve arrojado a situaciones absurdas e inéditas que, sin embargo, parecen anodinas y corrientes para los otros. Ante la crisis de sentido, va descubriendo por tanteo, por ensayo y error, en qué consiste llegar al pueblo y al mismo tiempo no ser bienvenido. Aun cuando los habitantes presenten su normativa como un conjunto coherente de reglas, un orden justo y eterno, el trabajo de exploración de K. trata de convertirla en simples rutinas y procedimientos arbitrarios y, hasta cierto punto, cognoscibles y transformables. Investigar, indagar, desarreglar y buscar, parecen su meta y su destino, no son simples medios para realizar un plan. La reacción de K. ante la crisis de sentido lo convierten en un recién llegado, en vez de un absoluto extraño o un extranjero. Estar en la frontera como recién llegado es ser considerado como una persona que, en sus acciones cotidianas, (a) exhibe desconocimiento de normas y de valores de sentido común del lugar pero, al mismo tiempo, (b) se muestra competente para ir conociendo de modo práctico algunas de esas reglas, seguirlas y, eventualmente, transformarlas. Kafka narra la experiencia de transformación que intenta el personaje de sí y del entorno; el héroe experimenta una diferencia de conocimiento práctico a medida que se interna en la forma de vida local. El caso de K. es de un recién llegado condenado a padecer su condición de no local. Si su conocimiento gradual de las reglas locales parecen incitarlo a proyectar una aceptación o una integración, tal ilusión sólo consigue repetidos fracasos, los cuales a su vez generan nuevos intentos y nuevas ilusiones. El cúmulo de pequeños fracasos parece conducir a un agotamiento o un agobio difíciles de soportar. Es el proceso mismo de vivir el que vuelve “bellos” – como dice Benjamin – a los personajes como K. Éstos se ven arrojados a la aventura, a la exploración de un entorno del cual no conocen sus límites – porque los límites se están redefiniendo constantemente –, ni sus alcances ni sus riesgos. Los más osados son los exploradores; a esta familia pertenecen los recién llegados, como K. Si uno lee los relatos de Kafka desde su propio mundo desfigurado de gestos y de imágenes, su obra se convierte en profética, afirma Benjamin (1931). Las extravagancias son pequeños signos, indicios y síntomas de cambios, del surgimiento de nuevos órdenes. Podría decirse que Kafka ofrece una mirada obsesivamente microscópica de grandes e inconmensurables transformaciones institucionales. El narrador sólo atina a respon15

Benjamin se refiere en este pasaje al juicio contra Joseph K. en El proceso.

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Las fuerzas que aparecen en los relatos de Kafka no son religiosas, entiende Benjamin (1934). Aparece una culpa, un olvido, un juicio, pero no son de naturaleza divina. En El proceso, el pasado pone ante los ojos de Josef K. el futuro en forma de juicio pero Kafka no dice cómo pensar este juicio. Como se afirmó antes, un narrador no ofrece explicación como cadenas causales de acontecimientos. Aparece en todo caso un aplazamiento de algo que llegará. El aplazamiento es la esperanza que abriga el acusado; pero ocurre que el procedimiento deviene poco a poco la sentencia misma… 9

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der con asombro y curiosidad a las desfiguraciones incomprensibles de la vida cotidiana. Del mismo modo, el recién llegado de El castillo, involucrado en una crisis de sentido, acosado por la hostilidad y los extravíos constantes, no abandona jamás la tarea de dar forma a eso que aparece como siempre desfigurándose. Kafka, como todo narrador, es amante de las parábolas: “Kafka disponía de una fuerza tan intensa como inusual para crear parábolas, pero no se agotó en lo interpretable, sino que fue adoptando todas las medidas imaginables contra la posible interpretación de sus textos” (Benjamin, 1934: 23). Sostiene Benjamin que en las parábolas hay dos despliegues posibles. El primero recuerda al barco de papel que se despliega en una hoja; el significado resulta evidente al final. El segundo, el caso de Kafka, es el despliegue de un capullo en flor. Lo que va apareciendo al recién llegado es la organización de la vida y las relaciones de poder de la comunidad. Aparecen las vastas jerarquías de funcionarios, con mediadores y normas cosificadas. El plan que se manifiesta suele ser poco comprensible para las personas comunes – Kafka, K. y el lector, entre ellos. Para nunca cesa el trabajo del recién llegado para dar sentido ante la crisis de sentido que se impone con fuerza y violencia.

5. Referencias bibliográficas

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Germán Fernández Vavrik

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