FERNÁNDEZ ARRILLAGA, Inmaculada (ed.), El retorno de un jesuita desterrado. Viaje del Padre Luengo desde Bolonia a Nava del Rey (1798). Manuel Luego S.I., trascripción de José Manuel Rodríguez, Alicante 2004, 274 págs., con índice onomástico.

July 24, 2017 | Autor: V. León Navarro | Categoría: Religion, - Compañía de Jesús, Vida Cotidiana, Manuel Luengo, Exilio de jesuitas
Share Embed


Descripción

FERNÁNDEZ ARRILLAGA, Inmaculada (ed.), El retorno de un jesuita desterrado. Viaje del Padre Luengo desde Bolonia a Nava del Rey (1798). Manuel Luego S.I., trascripción de José Manuel Rodríguez, Publicaciones de la Universidad de Alicante-Ayuntamiento de Nava del Rey, Alicante 2004, 274 págs., con índice onomástico.

La edición de la presente obra, que corre a cargo de la profesora Inmaculada Fernández Arrillaga, tiene un doble mérito. Por una parte publica el Diario de 1798 del padre Luengo, autor de ese Diario que abarca cincuenta años del exilio de la Compañía de Jesús y que consta de sesenta y ocho tomos con más de 30.000 páginas manuscritas. El Diario de 1798 es pues una pequeña parte de esta ingente obra que ya iniciara con Memorias de un exilio en 2002. El amargo exilio, como lo son todos, de los jesuitas desde que Carlos III los expulsara de España hasta que su nieto Fernando VII anulara aquella Pragmática Sanción de 2 de abril de 1767. Por otra, merece destacar el cuidado puesto en la edición y la gran cantidad de información aportada que garantiza una adecuada comprensión del texto. Información valiosa que es de agradecer por la dificultad que entraña su consecución y resalta la labor investigadora de la autora. Este Diario es un documento de indudable valor. Recoge aspectos importantes para entender tanto la gran política civil y eclesiástica como la microhistoria, el día a día, los detalles capaces de explicar cualquier acontecimiento. Ello, qué duda cabe, teniendo en cuenta la mentalidad del diarista que analiza todo desde su particular prisma de hombre de la Compañía de Jesús, que es decir mucho, a la que defiende y exalta con verdadera pasión. ¿Acaso no denunciaron muchos obispos allá por el año 1769 este aspecto de singularidad y de capacidad de inmolación por la Compañía? Claramente se refleja en Manuel Luengo para quien la Orden es la mejor y la más singular y los jesuitas insustituibles –a pesar de los problemas internos–; los males que han sobrevenido a España y a Europa son el justo y divino castigo por haber extinguido la Compañía. En el caso de España, el culpable fue Carlos III y sus ministros y los papas Clemente XIV primero y Pío VI después, todos ellos víctimas de la filosofía moderna y del jansenismo, sectas destructoras del orden social, de la religión y de los tronos. La ausencia de los jesuitas ha impedido contener el ímpetu destructivo de una y de

204

RECENSIONES

otro que junto con la francmasonería constituyen una tríada infernal. No hay más que mirar para observar que su desarrollo ha sido mayor en las últimas décadas que coinciden con la extinción de la Compañía; todo ha ido a peor, la degradación general ha sido constante; y donde más se ha notado esta ausencia ha sido en la educación decadente de la juventud, otrora baluarte de la Institución. A ello alude en varias ocasiones y cualquier detalle lo asocia inmediatamente a esta pérdida irreparable para la Iglesia, para la sociedad y para el mismo trono. Así, cuando observa en Valencia que todos los clérigos fuman por norma, escribe que ni regulares ni seculares han podido llenar el vacío dejado por ellos. ¡Qué hubiera dicho de leer lo escrito por Jovellanos en sus Diarios respecto a esa juventud salmantina toda ella portroyalista! Tampoco le gustaba mucho Jovellanos, presumiblemente de la secta filosófica. ¡Cómo han crecido –viene a decir– los filósofos, jansenistas y francmasones hijos de las tinieblas y del infierno que harán lo posible por subvertir todo! Manuel Luengo está obsesionado por mantener viva la Compañía ad maiorem Dei gloriam. Los jesuitas, con su situación particular o colectiva, están presentes en cada página de este Diario, aunque no siente el mismo afecto por todos. Vive la propia estructura de la Compañía y hace gala de un sectarismo maniqueo que no oculta. Defiende a unos, ataca a otros o muestra indiferencia o desdén con aquellos de mentalidad más abierta, que realmente se adecuan al ideal primero de los fundadores. Que los mejores son los castellanos no cabe duda, luego los demás según y cómo. Nos proporciona datos de los que vuelven a España (500-600), de los que se quedan en Italia (900-1000), critica a los que no pudieron mantenerse fuertes hasta el final y cedieron por flaqueza a las ideas modernas, a la secularización, al matrimonio, etcétera; nombra a los que le acompañan o de los que tiene noticias –se trata de una gran familia, pero con matices–; da cuenta con añoranza de los edificios que les pertenecieron, recuerda las festividades de los hijos insignes de la Compañía con sentimiento. Todo le lleva a la misma reflexión que recorre su Diario como columna vertebral, el torrente de impiedad que invade Europa y que ya se ha asentado en Bolonia y en Roma sólo la Compañía puede detenerlo. En Bolonia se ha establecido la República Cisalpina, independiente de los Estados Pontificios, con sus ideas laicas contrarias a la religión. La situación se degrada más y más –persecuciones,

vejaciones, expolio, robos, sacrilegios, prohibición de reunirse, órdenes de expulsión luego retiradas...– haciendo imposible la vida de los eclesiásticos, ni siquiera de los españoles por aquello de la alianza entre la República Francesa y la católica monarquía española desde 1795. Esta inestabilidad es la que inclina a muchos jesuitas a aceptar la invitación de Carlos IV (Real Orden de 10 de marzo de 1798) de volver a España en condiciones que consideran ignominiosas e innobles –la Pragmática no se deroga–. No le pasa inadvertido a Luengo la frialdad, por no decir odio, de los ministros respecto a su vuelta y también de una parte de la jerarquía eclesiástica que

RECENSIONES

205

no se lo ponen nada fácil a los jesuitas para que puedan desempeñar su misión sacerdotal. Para Manuel Luengo salvar su Diario es lo primero, y desde el principio acepta esta invitación, aunque no sea un regreso ni digno ni honorable que les haga justicia. Presiente la bienvenida en España por ser jesuita. Las noticias que recibe de Italia durante el viaje son alarmantes. Ya no se respeta nada. Incluso el general de los dominicos huye a Florencia donde morirá. No se alegra Luengo pero recuerda sus propios sufrimientos. El viaje hasta Barcelona está lleno de accidentes, desde la miseria del capitán Villans y su barco, pasando por la situación de guerra que se vive en el Mediterráneo, dominado por los buques británicos de- dicados también a la rapiña y su desafortunado desembarco en Palamós hasta su arribo definitivo a Barcelona, donde todo cambia gracias al buen recibimiento del Capitán General y del inquisidor Mena. Buen trato que le permite reflexionar sobre la ciudad, pero especialmente sobre sus gentes. Se reafirma en su intuición de que los jesuitas son queridos. El Diario le permite presentarnos la situación de los caminos, de los me- sones con su mayor o menor limpieza, provisiones y servicios, de los gastos. Compara Italia y España. Elogia el camino de Castellón a Valencia bien señalizado aunque no permita avanzar mucho, tres leguas cada cuatro horas. Magnífico recibimiento en la ciudad del Turia por parte del inquisidor Rodríguez Lasso, pe- ro especialmente por su hermano Fernando, canónigo de la catedral de Teruel a donde irá a pasar una temporada en olor de multitud. Órdenes religiosas, canónigos incluso el obispo Rico le visitan y agasajan. Pero la necesidad de ir a su tierra, Nava del Rey, le obliga a abandonar esta ciudad que tan bien describe. Su llegada a Nava será otro triunfo, el triunfo de la Compañía, el mito redivivo. Recibido como un obispo –dice– todo se transforma en fiesta. Puede ser el inicio del sueño: el restablecimiento de la Compañía. Luengo expresa sus ideas sobre la situación de Europa y de España; destaca los peligros que entraña la amistad hispano-francesa para la monarquía católica y el mantenimiento del trono y de la religión. Lamenta que los ministros y autoridades pertenezcan a la secta filosófico-jansenista (que equivocadamente une) y carezcan de talento. No se libra ninguno de sus críticas, ni siquiera el rey que ciego camina a su destrucción. La degradación es continua moral y económica- mente. Y para salvar el Erario real se obliga a grandes contribuciones a instituciones eclesiásticas o civiles y a personas que apenas pueden comer. No hay dinero efectivo, todo es papel que no vale nada. Un dato, por un peso duro le ofrecen de 80 a 100 reales en cédulas. Esta inmoralidad soez es compartida por todos; los obispos publican pastorales que invitan a contribuir al erario real. Mal gobierno y protestas de los súbditos que no pueden ver bien a sus gobernantes ni reyes por más gestos que hagan Godoy y la reina con algunas alhajas, pura farsa. Crisis profunda que observa bien el jesuita en su tierra donde los pobres campesinos viven peor que hace 30 años, apenas ganan para comprar pan y los soldados para

206

RECENSIONES

comer. Y habrá quienes se atrevan a ensalzar los reinados de Carlos III y Carlos IV, dirá. “Lloramos la tristísima situación de nuestra patria y de nuestros reyes y señores en silencio y en retiro observamos el fin y paradero de las cosas”. Ese jesuitismo profundo lo manifiesta siempre que puede atacando a quienes por el hecho de criticar a la Compañía son considerados enemigos jansenistas. Cuando al obispo francés Grégoire se le ocurrió escribir su carta al inquisidor general Ramón José de Arce animándole a suprimir el Tribunal del Santo Oficio, Luengo arde en cólera divina y echa de menos, de nuevo, esa Compañía capaz de hacer frente al insolente obispo. Valora en poco a quienes le replican y duda de la rectitud de Villanueva quien, según Luengo, en sus Cartas de un presbítero español resulta muy sospechoso de jansenismo, pues no condena abiertamente al personaje. Viene a decir que Villanueva nada entre dos aguas y

que hay “en esta obrita varias expresiones que dichas por un hombre de tal carácter son muy sospechosas, por no decir abiertamente malas y jansenísticas”, aunque reconoce que también escribe a favor de la religión católica y contra la impía filosofía. Pero no cabe fiarse, no es buena gente; estos jansenistas engañan a todos con su astucia. Debía saber quién era Villanueva, sus amistades y la protección del mismo Inquisidor General Arce como antes la tuviera de Bertrán. A Luengo parecen no engañarle; la secta filosóficojansenista tiene como misión impedir el restablecimiento de la Compañía y acabar con la religión que permanece inalterable en la mente y en el corazón de este jesuita para quien treinta años de destierro y la ex- tinción de su Orden no han hecho sino ahondar aún más sus convicciones arcaicas y conservadoras que cada vez chocan más con los nuevos tiempos y con las nuevas ideas –en las que sí se embarcaron otros jesuitas–. Las suyas quedan cerradas. Su mundo es caduco y la Compañía ya no será nunca tan poderosa como antes de 1776 cuando se restablezca en la España de Fernando VII. La Inquisición que defiende tiene fecha de caducidad y ha perdido hacia 1798 mucho de su antiguo esplendor. El mundo del antiguo régimen se tambalea y con él las ideas de este jesuita ejemplo, eso sí, de entereza y de fidelidad. El Diario dará al lector una idea de la trayectoria de este hombre y de su visión de la España que visita tras su largo destierro. Una edición muy interesan- te que merece la pena leerse con detenimiento, teniendo en cuenta la personalidad apasionada de Manuel Luengo por la Compañía.

Vicente León Navarro

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.