Fenomenología y psicoterapia

June 29, 2017 | Autor: A. Colina Fajardo | Categoría: Fenomenología, Gestalt, Psicoterapia
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Fenomenología y psicoterapia

Alejandro Colina
Rigoberto García

Una idea de la fenomenología
Inicio con una pregunta de carácter práctico: ¿cómo aplico la fenomenología en la psicoterapia? De múltiples formas, pero debo proceder a aclarar el tema por algún lado. Arranco con el tópico que yace más en el fondo y, sin embargo, vive -si vive- en la superficie: el concerniente al sentido de mi existencia. Lo enuncio con toda formalidad: para aplicar la fenomenología en la psicoterapia me resulta indispensable tener presente, en primer lugar, que la fenomenología integra un método para descubrir el sentido de mi vida mientras la voy viviendo o, lo que es lo mismo, mientras la voy muriendo, pues vivir cada día es sinónimo de morirlo. Pero debo tener presente que la fenomenología compone un método para descubrir el sentido de mi vida sin perder de vista que formo parte del mundo y contribuyo, en consecuencia, a constituir el sentido del propio mundo en que vivo. No soy un ángel ni un santo, aunque a veces devenga un demonio. Y puedo devenir un demonio solo porque el Cristianismo, como observó Jung, asignó al Diablo el papel que la antigua Grecia concedía a Dionisos, ese simpático y excesivo príncipe del cuerpo.

La fenomenología limita la perspectiva filosófica a la existencia y, en tanto, a la mortalidad, ya que todo lo que existe se encuentra condenado a morir. Se trata de una filosofía que renuncia a jugar con la eternidad. Previa y constante advertencia del confort tiránico que puede traer consigo una teoría que se ostente como un conocimiento totalizador de la realidad, proporciona revelaciones parciales y de probado uso mundano. Según Husserl, no obstante, se propone develar verdades de valor universal. Este apego al estatuto universal de la verdad no solo le permitió a Husserl ingresar con firmes cartas de legitimidad en el tronco hegemónico de la filosofía occidental, sino trazar una crítica de las ciencias positivas que aún a la fecha mantiene su vigencia.

Pero para hablar de fenomenología debo saber qué fenómenos estudia. Bien, pues estudia todos los fenómenos que existen. Los materiales como el árbol o el cenicero y los inmateriales como la religión, la literatura o la propia fenomenología. Dicho de otro modo: para esta corriente de pensamiento los fenómenos no solo se encuentran conformados por los objetos físicos; también participan en ellos las ideas y los actos psicológicos y de conciencia. Pero, ¿cómo estudia la fenomenología todos esos fenómenos? No mediante la ubicación de sus causas y efectos, como las ciencias empíricas, sino mediante la develación de su esencia, esto es, a través del descubrimiento de su sentido naciente; y como no puedo separarme de los fenómenos que observo, de las situaciones que yo mismo vivo. No se antoja gratuito que la fenomenología haya concluido que la esencia reside en la existencia. Vaya vuelco que esta corriente filosófica operó en la noción de esencia. Lo mismo descarta –o al menos pone entre paréntesis- a los Arquetipos platónicos, esas ideas perfectas y eternas, que a Dios, ya que sucede a Dios lo mismo que a los Arquetipos, a saber, que habitan en el cielo u alguna otra región superior del ser, no en los fenómenos que se celebran ante mis ojos y de los cuales yo mismo formo parte. Pero tampoco lo esencial se esconderá ya en el en-sí de las cosas y el mundo, como pretendía Kant. Y no, tampoco constituirá un reflejo exacto de lo que se puede comprobar empíricamente, tal y como si el sujeto que investiga no alterará con su investigación el objeto investigado.

Para la fenomenología la esencia, el sentido naciente del mundo, se celebra en cada momento que vivo en el mundo. Y como no hay momento que no viva en el mundo lo esencial se celebra en cada momento de mi vida. Así que me conviene ubicarlo. Lo primero que necesito para lograrlo es comprender que ningún fenómeno existe de modo aislado. Que la fragmentación constituye una ilusión antes que una realidad, si bien una ilusión perniciosa: sentirme escindido del movimiento general del mundo me llena de angustia y desesperación. Necesito entender cada cosa, cada persona y cada relación entre las personas y entre las personas y las cosas -yo mismo entre las personas, no entre las cosas, claro está-, dentro del mundo donde habitan. Las personas y las cosas conformamos el mundo, lo modulamos mientras el mundo a su vez nos modula, ora en sincronía, ora en diacronía, pero no existe nada que carezca de mundo y habite sin relación con alguien o algo más. En otras palabras: nunca estoy solo aunque a veces me sienta solo. Además de estar conmigo estoy acompañado y soy solicitado por las cosas y los utensilios que pueblan mi entorno inmediato: esa televisión, esta computadora, esos libros, mi mascota, aquellos árboles, esa palmera bailarina, el cielo, los muebles de mi casa y mi propia casa, el montón de archivos y gente que platica, diserta y parlotea a través de internet me llaman a la acción o a la contemplación, al diálogo o al mutismo, al ánimo o al desánimo, a la aceptación o el rechazo y mientras tanto no puedo abstenerme de responder a ese llamado, pues incluso mi renuncia e indiferencia representan una respuesta concreta, esto es, vivida.
El sentido naciente en la psicoterapia
En cada terapia psicológica tiene lugar un sentido esencial. El terapeuta debe mantenerse al tanto de la génesis de ese sentido para intervenir con acierto en su relación con el cliente. De forma evidente se me impone aclarar y desmenuzar este punto. ¿Cómo se fragua ese sentido naciente de la psicoterapia? Husserl descubrió que no existe objeto ni sujeto en el mundo que carezcan de motivos. Aun si creo que carezco de motivos vitales, mantengo un motivo, a saber, mi renuncia a ese complot constante de la vida que me desafía a participar en ella y relacionarme con lo otro y los otros. A la luz de esta posibilidad de renunciar a las solicitudes de la vida ofrezco un comentario general de mi experiencia terapéutica con personas que han intentado suicidarse. Quizá de esa manera ilustre un poco cómo la teoría puede concretarse en la práctica. En todas las ocasiones me he descubierto, en más de un instante de la sesión, impulsando, alentando, tratando de respaldar y vigorizar el amor propio de mis clientes. Confieso que he tenido más clientes mujeres que hombres en esa situación existencial, de modo que no solo he debido mantenerme al tanto del fenómeno de transferencia, sino también de la contra-transferencia. A la fecha, por fortuna, no se ha suicidado ninguno de mis clientes. Por lo regular durante esas sesiones no he tratado de convencerlos de que su existencia tiene sentido, no he abundado en los motivos que seguro poseen para vivir, sino me he centrado en fortalecer el lazo afectivo de nuestra relación terapéutica con el propósito de que mi cliente encuentre en nuestra relación un apoyo terapéutico que, poco a poco, y no sin una consciente intervención de su parte, irá convirtiéndose en el auto apoyo existencial que requiere. Es decir, la esencia de la terapia, su sentido naciente, consiste en urdir una relación de carácter afectivo capaz de alterar los patrones de goce enfermizo que padece el cliente. Una hazaña de la que el terapeuta, si trabaja bien, no puede emerger indemne: algo cambia en mí durante cada interacción con mis clientes, pues toda relación auténtica contribuye a definir quién soy en el mundo. Si la terapia arroja frutos, el cliente se distancia de sus goces enfermizos y yo me corroboro en el mundo como terapeuta mientras mi estructura existencial sufre alteraciones de las que me conviene ser consciente.

Pero los motivos no son exclusivos de los sujetos. También las cosas los tienen, al menos desde la perspectiva fenomenológica. Y aquí el aguzado lector puede preguntarme, ¿cómo es posible que una cosa, que carece de voluntad propia, tenga motivos? Pues de acuerdo a la fenomenología los tiene. Se desprenden del uso que les damos, aunque de algún modo preceden a ese uso. La taza ya está ahí antes que yo la utilice como taza; su motivo existe antes de que yo me adhiera a su aza y sorba café de ella. Ciertamente yo puedo alterar el motivo que anima a ese objeto, es decir, valerme de la taza como si no fuera una taza y colgarla como adorno del techo. Previamente la taza tenía un sentido designado, justo el de servir como taza, y ahora cuelga como adorno. En forma lúdica he transformado su naturaleza, sus motivos, así sea en forma provisional. No obstante, ese acto no afecta a las otras tazas, ninguna de ella resulta alterada por mi modesto gesto revolucionario. Enunciado de otra manera: si yo asigno nuevos motivos a un determinado objeto, será solo al objeto concreto y único que he alterado, no a los demás de su tipo, que conservarán su sentido original hasta la llegada del nuevo imitador de Duchamp. En sus célebres ready-mades Marcel Duchamp convirtió objetos cualquiera en obras de arte –un urinario, una llanta de bicicleta, un ventilador de chimenea. Digamos que confirió nuevos motivos a esos objetos. Ahora son motivos de reflexión y contemplación, ya no los utilitarios originales.
De esta suerte, los motivos de mi cliente y los míos, en mi calidad de terapeuta, pueden variar, pero el sentido naciente de la terapia se cifrará en el tipo de relación que construimos durante la sesión. ¿Se trata de una relación estereotipada, basada en clichés y expresiones previamente definidas o se integrará, en cambio, como una relación auténtica, que urde y descubre su sentir y su decir en el momento mismo que se celebra?

El Cogito resituado
La fenomenología puede ayudarme a distinguir los actos psicológicos que aíslan al sujeto de aquellos otros que, por el contrario, lo ponen en relación con el mundo en el que existe. Para conseguirlo me resulta indispensable reparar en la resituación del célebre Cogito de Descartes que perpetró Husserl. En el Cogito de Descartes el sujeto logra concebir su existencia en forma independiente del mundo que lo conforma: en la fenomenología, no. Y es a Husserl, como digo, a quien debemos en primera instancia esa revolución filosófica. Revolución, sin duda, ya que el Cogito constituye un punto de arranque de la moderna filosofía occidental. Resituarlo constituyó para Husserl un paso esencial para arribar a su célebre reducción fenomenológica. Más que enredarme en la maraña conceptual que se ha tejido en torno a ésta, me limito a clarificar qué hizo Husserl con la piedra angular del pensamiento de Descartes.


En sus meditaciones metafísicas Descartes puso en duda la existencia del mundo. Sostuvo que no hay manera de distinguir la realidad de los sueños porque existen sueños que tienen toda la pinta de ser reales ¿Cómo puedo estar seguro que lo que llamo realidad no compone en realidad un sueño? De acuerdo a Descartes no me puede asistir esa seguridad. Al menos no me conviene concedérmela, ya que si me la confiero perdería la oportunidad de dudar de todo, y Descartes inició su planteamiento filosófico dudando de todo. Bendito Descartes: en buena medida gracias a la legitimidad filosófica que confirió a la duda en su modalidad más radical, lograron derribarse los muros que las iglesias interponían contra cualquier afirmación que contraviniera sus dogmas. Descartes dudó de todo, de la existencia misma del mundo y de sí mismo. Y de pronto, ¡eureka!, cayó en la cuenta que no podía dudar que estaba dudando. Y dudar, aquí y en cualquier momento, orquesta la forma más afinada del pensar. De esta manera Descartes arribó a su frase más célebre, la que define el Cogito que Husserl resituó: pienso, luego existo. Muy bien, pues Husserl colocó entre paréntesis el oportuno y peligroso momento en que Descartes dudó de la existencia del mundo, y nos recordó lo que ya sabíamos: que el mundo que tenemos ante nuestros ojos existe. No es un sueño, aunque a veces nos lo parezca. Resulta evidente que existe. Se trata de una evidencia que no exige demostración. Que el mundo existe compone una verdad indudable para la fenomenología. Para esta nueva forma de pensamiento, como ya he observado más arriba, ningún sujeto pueda existir sin el mundo, mientras que en el Cogito cartesiano no hacía falta el mundo para demostrar la existencia del sujeto. Que Descartes lograra demostrar la existencia del sujeto sin tomar en cuenta al mundo en su demostración, arrojó numerosas y graves consecuencias. Una de ellas fue la separación entre el sujeto que conoce y el objeto que pretende ser conocido. Pero entonces irrumpió Husserl en la escena y propuso acabar con esa separación a pesar que toda la práctica científica de su tiempo persistía en ella.


La aplicación psicoterapeuta de la resituación fenomenológica
En la práctica terapéutica terminar con la escisión entre el sujeto y el objeto de conocimiento implica dos cosas, al menos: 1) en mi calidad de terapeuta no debo tomar a mi cliente como objeto que deseo conocer, sino como un sujeto con quien interactúo y construyo una relación singular, y; 2) necesito percatarme que yo mismo estoy participando en la terapia, esto es, que mis emociones y pensamientos moldean a la persona que tengo enfrente al mismo tiempo que las emociones y pensamientos de la persona que tengo enfrente me moldean a mí.

Si el mundo existe, como de acuerdo a todos los indicios sucede, la verdad primigenia no radica en la conciencia aislada. Es más: no existe ninguna conciencia aislada. Toda conciencia es conciencia de algo, como reza el lugar común entre las personas que hablamos de fenomenología. Toda conciencia forma parte del mundo, es en el mundo, aunque pretenda retirarse de él a través de alguna de las múltiples formas de solipsismo. Me parece evidente que la terapia, en un caso de solipsismo, cuando una persona insiste en aislarse del mundo en el que vive, debe ayudar al cliente a resituarse en ese mundo del que eventualmente se ha aislado. Una faena que puedo lograr mediante mi relación personal como terapeuta con el cliente antes que a través de una explicación o una serie de recomendaciones destinadas a desmontar el aislamiento que padece. Pero, si la conciencia siempre es conciencia de algo, ¿de qué soy consciente cuando aplico la fenomenología en mi práctica terapéutica? Considero que de tres fenómenos básicos: 1). del lenguaje verbal y no verbal de mi cliente; 2). de los efectos que ese decir y no decir de mi cliente producen en mí, y; 3). de la relación que ambos urdimos a lo largo de la terapia. Y aquí se me impone insistir en lo básico: el primer propósito de la terapia consiste en establecer la relación con el cliente y, el segundo, en descubrir el sentido naciente de esa relación terapéutica.

Yo y mi circunstancia
De acuerdo a la fenomenología el sentido de lo que existe no me es dado de una vez para siempre. Por el contrario, se trata de un sentido que se dirime cada día de mi vida. No parto de cero cada día, pero mi existencia se encuentra lejos de estar definida cada uno de esos días. La tejo sobre la marcha de acuerdo a lo que soy, he sido y voy a ser, pero también a partir de lo que el mundo es, ha sido y va a ser a continuación. El carácter, por necesidad abierto, indefinido aún de este va a ser del mundo y de mí mismo, permite que el mundo y yo nos modifiquemos mutua y constantemente. No me encuentro indefenso ante mi circunstancia, pero tampoco soy todo poderoso ante ella. Mi intervención cuenta, pero también cuentan los constreñimientos que me impone el mundo que vivo. Puedo modificar este mundo y a mí mismo porque el mundo me modifica mientras se modifica él mismo. Y en esa serie de cambios incesantes, reinterpreto mi pasado, pero también la historia del mundo en el que me tocó vivir. Y así el mundo modula mis acciones por venir, marca mi vida, mientras que yo también contribuyo a modular y marcar el entorno en el que me desenvuelvo.


El ec-stasis de la psicoterapia
La intencionalidad no nace en mí como sujeto fragmentado, escindido del mundo, por la sencilla razón que no existe ningún sujeto escindido del mundo. La intencionalidad no es unívoca, jamás puede llegar a definirse plenamente. Mi cuerpo y mi conciencia son ambiguos, en todo momento pueden llevarme hacia un lado o hacia el otro. Todo en mi cuerpo es erotismo, pero al mismo tiempo no lo es, como advierte Merleau-Ponty. Mis actos concretan el sentido de mi vida, pero son concretados tanto por mí como por la circunstancia que vivo. Lo que existe en el mundo me invita a algo y provoca en mí aceptación o rechazo. A continuación me muevo, actúo, voy al baño o por una cerveza, muevo las cosas al tiempo que las cosas me mueven a mí, pues de algún modo ellas me llaman, me indican adónde dirigirme. En esta suerte de intercambio o coincidencia de motivos tiene lugar un acto trascendente, un salir de mí mismo para ir al encuentro de lo otro y los otros, que la fenomenología existencialista ha dado en llamar ec-stasis, palabra que intenta designar el maravilloso momento en que emerjo de mí mismo para brindarme al mundo, a la persona que tengo en frente, al refrigerador que enfría las cervezas o a la taza del baño que me permite orinar sin manchar en forma inconveniente mi entorno. Pero puedo ir al baño, por una cerveza o quedarme frente al amigo con quien platico sin entregarme por entero a la acción que realizo, con la cabeza y aun el alma en otra parte. Entonces no estoy en ec-stasis. El ec-stasis tiene lugar cuando me brindo por completo al acto que realizo. Cuando todo lo que soy está en lo que hago. Entonces las ambigüedades de mi cuerpo y mi conciencia se disuelven en el acto en el que me empeño. Ya no me dirijo a un posible A o B, sino me realizo en A o B. Soy de manera originaria y única en lo que hago porque todo mi ser está donado en ese hacer que muestra a los demás y a mí mismo quién soy en realidad. Queda claro que sin estos ec-stasis no solo me atornillaría como posibilidad no realizada, sino que no ejercería ninguna clase de práctica psicoterapéutica. Si no me brindara al cliente, el cliente no se brindaría a mí y la terapia no arrojaría ningún fruto digno de ese nombre.

Ahora bien, me conviene tener presente que estos ec-stasis no son iguales a los éxtasis religiosos y sexuales. No se trata que mi cliente conozca a Dios ni que goce un orgasmo durante nuestra sesión terapéutica. Ciertamente esos ejercicios podrían contener un efecto terapéutico, pero no son recomendados en las sesiones terapéuticas. No, por lo menos, si hablamos en serio. Al igual que los éxtasis religiosos y sexuales, el propuesto por la fenomenología existencial me invita a un acto de trascendencia, a un salir de mí mismo al encuentro del otro. Pero en estos ec-stasis no tiene lugar una trascender a un más allá, ubicado fuera del mundo o capaz al menos de hacerme sentir que salgo a otra dimensión, sino que constituye una entrega total al aquí y ahora mismo que me es abierto en la percepción sostenida del mundo que tengo frente a mis ojos. Este emerger de mí hacia lo otro y los otros que integra el acto de trascendencia que llamamos ec-stasis organiza un momento esencial en todo lo que hago. Mediante el ec-stasis el cliente se convierte en mi mundo y yo me transformo en el mundo del cliente durante la sesión psicoterapéutica.

Fenomenología y psicoterapia
Al menos en Husserl y Heidegger todo lo que existe cobra sentido gracias a las criaturas capaces de preguntarse a sí mismas acerca del sentido del ser. Para esos dos filósofos los motivos de los animales no integran verdaderos motivos. O los integran, pero solo subordinados a los motivos del ser humano. Para Merleau-Ponty, en cambio, existe un ser-del-mundo, preconsciente y corporal, propio de la especie a la que cada criatura pertenece, que precede al ser en el mundo que, tanto en Husserl como en Heidegger, se restringe a los seres que poseen un lenguaje articulado capaz de elevarse a las preguntas esenciales de la filosofía. Sin embargo, en ambos ejercicios fenomenológicos, el de Ponty de un lado y los de Heidegger y Husserl por el otro, todo lo que existe se encuentra habitado de motivos. Pero aún podemos ir más allá. El orbe cultural, el biológico y aún el físico, para aludir a los tres niveles básicos de organización de los que habla Edgar Morin, están habitados de intención y sentido. El mundo posee sus motivos, el entorno físico y biológico también, cada sujeto los suyos y los sujetos en relación los propios. El sentido se fragua cuando los motivos del sujeto entran en contacto con los motivos de su entorno, de su mundo. Puede haber sincronía o diacronía entre los motivos del sujeto y los del entorno, pero siempre habrá sentido, intencionalidad, existencia significativa. Para develar la intencionalidad concreta de cada una de las sesiones terapéuticas en las que participo, no olvido que mis motivos personales están contribuyendo a constituir el sentido de la relación con mi cliente, de tal suerte que observo mis propias intervenciones y reacciones mientras observo las intervenciones y reacciones de mi cliente.

La fenomenología constituye un método de conocimiento que propone traer conciencia y claridad en el acto de conocer y en el arte de vivir: por eso puede ser de enorme provecho en la práctica psicoterapéutica. A todas luces me encuentro lejos de haber agotado en estas páginas las formas posibles como puede tener lugar este aprovechamiento. Mi esfuerzo constituye apenas un primer acercamiento al tema, que es amplio, rico y quizá tan inagotable como la psique humana.

* Agradezco al psicoterapeuta Rigoberto García el estímulo prestado y los comentarios que me ofreció para la elaboración de este ensayo, particularmente su insistencia en la importancia radical que tiene la relación en la terapia psicológica.


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