Fenomenología estática del acto de compra

June 19, 2017 | Autor: J. Gonzalez Guard... | Categoría: Monetary theory, Architecture and Phenomenology, Phenomenology of Money
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8 Fenomenología Estática de los Actos de Compra Joan GONZÁLEZ Institut d’Estudis Catalans The Catalan Society of Phenomenology ABSTRACT: In this paper we intend to lay the grounds for a Phenomenology of money. We start from the pre-theoretical comprehension of money as an “entity for”, that is to say, as a tool. Within this pre-theoretical comprehension, money is always understood according to its teleology (money is always “something to buy with”). Also, in this pre-theoretical framework money is hardly ever defined as “something to sell with”, or as “something being the result of my work”. Thus, in our daily experience the being of money becomes undistinguishable with the act of purchasing, which in turn underlines the deeply projective nature of money’s essence. In order to grasp this projective quality, we will have to develop a phenomenlogy of the purchasing act. “To purchase” is “to get something by means of money”. But, what is this thing that we get anyway? Whatever it is, it has a distinctive character: it is a merchandise. Through the appropiate phenomenologial descriptions, we will try to show how the description of the spatiality of the merchandise is essential to understand the effects of money upon the spatiality of the surrounding world.

The copyright on this essay belongs to the author. The work is published here by permission of the author and can be cited as Phenomenology 2005,Vol. III, Selected Essays from Euro-Mediterranean, ed. Ion COPOERU &HansRainer SEPP (Bucharest:Zeta Books, 2007), available in printed as well as electronic form at www.zetabooks.com. Contact the author here: [email protected]

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Si preguntamos a cualquier persona “para qué” es el dinero (cuál es el “telos” del dinero), cualquier persona responderá enseguida: “para comprar”. Puede hacerse este ejercicio cotidiano preguntando a la gente de nuestro alrededor. Incluso puede intentarse directamente la pregunta ontológica (¿qué es el dinero?), para obtener directamente esta socorrida respuesta teleológica: “Es (algo que sirve) para comprar”. Así, la teleología del dinero llega a prácticamente suplantar cualquier respuesta directamente ontológica: raramente se tiende a responder “unos papeles rectangulares de diversos colores según su valor”, o “aquello que obtengo como fruto de mi trabajo”, etc. El dinero se define a partir de la función que realiza, y esta función es la de “comprar”. Es importante retener el origen puramente fenomenológico de esta primera determinación del dinero: “el dinero es (algo para) comprar”. Así es como se vive el dinero en actitud natural; en nuestra cotidianidad preteórica1. En principio, podríamos vernos tentados a poner en relación lo que expresa este verbo (comprar) con la segunda de las cuatro funciones “clásicas” del dinero según los manuales de economía: dinero como “medio de intercambio”2. Pero esta expresión, “medio de intercambio”, es obtenida a partir de la teoría económica (junto a las otras funciones que desde ese sistema de pensamiento se le dan al dinero) desde un marco más amplio de problemas que el ámbito de la descripción fenomenológica de los actos de compra entendidos como vivencias, que es el ámbito que aquí quiere ser presentado. Por tanto, la serie de actos que se designan bajo la palabra “comprar” no será obtenida por nosotros a priori desde el sistema de las categorías de la economía (desde, por ejemplo, las cuatro funciones “clásicas” del dinero según la teoría económica, como son la medición del valor, el medio de intercambio, la reserva de valor y el sistema de pago), sino que serán obtenidos desde lo que denominamos “fenomenología de los actos de compra”. Con esta expresión entendemos todos los actos susceptibles de descripción feno-

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menológica que se comprenden bajo el verbo “comprar”, que, según el Diccionario de la R.A.E, es en su acepción más común “obtener algo con dinero”. “Comprar” es pues una manera de “obtener algo”; una manera de “obtener algo”, cabría decir, entre “otras maneras” de obtener. Cuando me dan un regalo, he obtenido algo sin mediación de dinero (por mi parte). Incluso puedo obtener algo sin mediación de dinero por ningún lado, como cuando digo a un amigo: “¿Podrías traerme unas pocas moras la próxima vez que vengas a visitarme por el camino del campo?”. Aún si este ejemplo pudiera considerarse no exento de problemas, por ser susceptible de considerarse dentro de lo que podríamos entender por “trabajo” (y los actos de trabajo tendrán mucho que ver con el dinero, como veremos) es posible pensar una obtención de algo en la cual no tengan nada que ver ni el dinero ni el trabajo; piénsense en fenómenos como la lluvia, por ejemplo, y lo que los agricultores obtienen (y dejan de obtener en su ausencia) de ella. Y nadie, todavía, estaría dispuesto a considerar la lluvia dentro de la categoría de “trabajo”. La lluvia no es valor de cambio ni puede ser considerada tiempo de trabajo. La forma de obtener cosas que denominamos “comprar” tiene de específico que se requiere dinero para la obtención. Cuando para obtener algo necesitamos de la mediación de dinero, decimos de este algo que es una “mercancía”. Mercancía designa un modo de ser de una cosa, determinado precisamente porque el dinero es el acceso necesario para su obtención. La mercancía es la cosa cuando para acceder a ella necesito dinero. Pero con esto no estamos dando, ni mucho menos, una definición de la mercancía: la definición de la mercancía la tendremos cuando determinemos qué es necesario, atendiendo a la descripción de la cosa, para que se precise su obtención mediante el dinero. Es decir, requerirá de la descripción del modo de ser “mercancía” como tal. Una flor cogida en un paseo campestre no tiene el mismo modo de ser que la misma flor en

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una floristería de la ciudad. Es obvio que nos estamos refiriendo al mismo ente, pero este mismo ente aparece según dos modos de ser distintos. No nos estamos refiriendo ahora a la génesis de la flor como mercancía (a su recogida por parte de un temporero, a su transporte por carretera, a su preparación con el lazo; en definitiva, al trabajo, como uno de los índices del valor de cambio de la cosa), sino a su modo de aparecer como tal en la floristería de la ciudad. En un acto de compra, ningún elemento genético de la mercancía como tal mercancía se hace explícitamente presente (por mucho que implícitamente sea inseparable). Lo que aparece es el objeto ya como mercancía, y bajo unas condiciones de aparición específicas. Son éstas las que quieren ser tenidas en cuenta aquí, como corresponde a un análisis fenomenológico estático. Es evidente que, en el momento de la compra, yo podría hacerme muchas preguntas: podría preguntarme sobre el trabajo que hay detrás de que la flor llegue a ese escaparate; podría preguntarme sobre cómo es que hay flores en Barcelona, etc; podría preguntarme incluso sobre porqué la flor vale lo que vale ... Estos actos son actos posibles de reflexión teórica que se pueden superponer a un acto de compra; pero no pertenecen a la naturaleza del acto de compra como tal3. El acto de compra se efectúa normalmente en plena ausencia de cualquiera de estos actos superpuestos, y es tal acto de compra precisamente en ausencia de estos actos superpuestos. ¿Cómo es la cosa “mercancía”?. Para empezar, la cosa “mercancía” se caracteriza porque está ahí “delante”. Está ex-puesta; puesta “fuera”. ¿Fuera de qué?. Fuera del espacio de las cosas “a la mano”. La mercancía no está “a la mano”; no se me ofrece en la disponibilidad inmediata de las otras cosas que me rodean. Con “disponibilidad” no nos referimos aquí a “distancia física”. Cuando hablamos de que la mercancía no está “a la mano”, no nos referimos a que no esté a mi alcance “físicamente”; no nos referimos ni siquiera a que

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la mercancía esté separada de mi cuerpo mediante una distancia física o mediante el obstáculo de otro ente (un escaparate, por ejemplo). El modo de ser de la mercancía no es tampoco “a la mano” cuando en una tienda no hay ninguna distancia ni separación física entre yo y la cosa; la mercancía conservar su carácter de mercancía, en tanto que ex-puesta, en las tiendas en las cuales yo camino “entre” ellas; en aquellas tiendas en las cuales yo me muevo entre ellas y están constantemente a mi alcance (a mi tacto, a mi proximidad, incluso al hecho de “probarla”). En estos casos, no pierde la cosa “mercancía” su carácter de ser en tanto que mercancía; por mucha proximidad física que tenga respecto a mí la mercancía, la mercancía sigue sin estar “a la mano”, sino que se presenta en todo momento como estando “ahí enfrente”4. En cambio, en el espacio de la misma tienda, hay cosas que no tienen el modo de ser de la mercancía y que, no obstante, están “a la mano”, independientemente también de la distancia física que estos objetos tengan respecto a mí. Un cenicero o una papelera (en el bien entendido de que no se presentan como artículos a la venta en la tienda) son cosas “a la mano”. Su ser “a la mano” no viene determinado porque estos objetos estén “a este lado” del escaparate, si es que hubiera escaparate; un reloj o un espejo (en el bien entendido de que no son artículos a la venta) son cosas “a la mano” incluso estando al otro lado del escaparate, y alejadas de mí “físicamente”. El modo de ser de la mercancía destaca pues, en primer lugar, porque su espacialidad no es la espacialidad propia del ente “a la mano”. Cabe señalar también, en este momento del análisis, que la distinción entre el modo de ser de la mercancía y el modo de ser de otra cosa que no es mercancía no tiene que ver tampoco, por lo recientemente señalado, con la propiedad de la cosa, en el sentido de que le pertenecería a toda cosa que no fuera todavía “mía” el modo de ser de la mercancía. Las cosas que son mercancías no son, efectivamente, “mías”; no son toda-

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vía de mi propiedad, pero no es este hecho el que hace que la cosa se manifieste como mercancía, dado que el cenicero o la papelera de la tienda no son tampoco de mi propiedad y, no obstante, no se me manifiestan bajo el modo de ser de la mercancía; de la misma manera, un banco de la calle en el cual me siento después de un largo paseo o un árbol del campo bajo la sombra del cual me cobijo del sol no son tampoco objetos de mi propiedad, y no obstante, no se me manifiestan como mercancías. Por tanto, el hecho de que la cosa no sea de mi propiedad es una condición necesaria, pero no suficiente, para determinar el modo de ser de la mercancía5. La cosa, que se me aparece como mercancía, está ahí ex-puesta. La ex-posición señala el carácter específico de la espacialidad de la mercancía. La espacialidad de la mercancía (la ex-posición) no es la espacialidad de lo “a la mano” (Zuhanden). La espacialidad de lo “a la mano” es una espacialidad que se constituye en una cercanía (Nähe) que no se mide en centímetros. El cenicero está ahí a mi alcance; se me ofrece inmediatamente en su “para qué”. El reloj, al otro lado del escaparate, no está a mi alcance, por lo que a centímetros se refiere, pero está inmediatamente a mi alcance por lo que a su utilidad se refiere; está inmediatamente a mi alcance cuando percibo que estoy haciendo tarde. El espejo en el cual me veo, que está “ahí mismo” aunque esté separado de mi cuerpo por bastante distancia, está inmediatamente a mi alcance cuando me doy cuenta, casi como quien no quiere la cosa, de que estoy despeinado. El espejo está a mi alcance (y “alcance”, reiteramos, no dice aquí nada de distancia física mesurable cuando alargo el brazo), cuando decido arreglarme un poco el pelo antes de seguir mirando entre las mercancías. Cenicero, papelera, reloj, espejo, son entes “a la mano”, independientemente de la distancia que los separe de mi cuerpo. Por tanto, con la expresión “a la mano” (Zuhanden) no designamos un atributo más o menos objetivo de las cosas, sino una modalidad

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del ser de los entes. De la misma manera, con la “ex-posición”; con el “estar ahí enfrente” (Vorhanden) de las cosas que llamamos mercancías, no designamos tampoco un atributo más o menos objetivo de las cosas, sino también una modalidad del ser de los entes. Las expresiones “a la mano” o “ahí enfrente” no son más que expresiones metafóricas con las cuales penosamente intentamos abrirnos camino, a partir del lenguaje, hacia los fenómenos que precisan ser dichos. Así, no debe entenderse en lo “ahí enfrente” una especial potencia de la “percepción visual”, frente a una especial potencia de lo “táctil-instrumental” en el modo de ser de lo “a la mano”. Las modalidades del ser aquí presentadas no son deducibles a partir de teoría de la percepción alguna, ni de cualquier teoría de la atención. Las modalidades del ser no tienen nada que ver con los “sentidos” a través de los cuales se perciben las cosas. En cierto sentido, podríamos afirmar que la distinción entre “ser a la mano” y “ser ahí enfrente” es transversal a todos los sentidos, y tiene poco que ver con la preponderancia de un sentido perceptivo sobre los demás. De ahí la importancia de los ejemplos del espejo y el reloj, que son cosas “a la mano” la comprensión de las cuales se da a través de la vista sin que hablemos, en ningún caso, de ex-posición. La mercancía no es mercancía porque esté ex-puesta “para ser vista”; al contrario, mi aproximación a ella mediante la visión ya se da condicionada porque la cosa se me presenta bajo las condiciones de aparición de la mercancía. El reloj de la tienda está colocado (que no ex-puesto) para ser visto, y no obstante, el reloj es una cosa “a la mano”, no una mercancía. No es una especial atención de mi percepción visual; no es ninguna atrofia de lo visual respecto a lo “manual-operacional”, lo que hace de una cosa una mercancía. Por tanto, cabe aquí dejar de lado cualquier intento de deducción de las modalidades del ser que estamos describiendo a partir de una “teoría de los sentidos” o de una “teoría de la percepción”.

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Por otro lado, la mercancía se presenta según el modo de ser de lo “ex-puesto”, de lo “ahí enfrente”; pero no todas las cosas que se presentan según el modo de ser de lo “ahí enfrente” son mercancías. El modo de ser de la mercancía es una clase dentro de las cosas que son según el modo de ser de lo “ahí enfrente”, pero no la única. La mercancía es “ahí enfrente” en el modo de la “ex-posición”. La “ex-posición” es pues tan sólo una manera entre otras de “ser ahí-enfrente”. La no familiaridad (Unvertrautheit) o la novedad (Neuheit) suponen algunas otras formas de modalización de una cosa “ahí enfrente” 6. En estos modos de ser de la cosa como “ahí enfrente”, el “ser enfrente” de la cosa está basado, en algún sentido, en la “no familiaridad” con el trato respecto a la cosa, que se define siempre y en todo momento a partir de la familiaridad con un ámbito de cosas cotidianamente constituido que esta nueva modalidad de presentación viene a romper. En cambio, en la “ex-posición” como modalidad del “ahí-enfrente” propia de la mercancía, el carácter de “ser enfrente” de la cosa no proviene de una falta en el habérselas con la cosa; no proviene de una insuficiencia del trato, o de una presentación que irrumpe en la “totalidad respeccional” (Bewandtnisganzheit) en la cual se encuentran las cosas de mi cotidianidad7. Supone una especificidad de la “ex-posición” como modo de “ser enfrente” propio de la mercancía el hecho de que en este caso lo “enfrente” no se constituye desde una ruptura de la espacialidad de lo “a la mano”, sino desde una estricta continuidad (y, diríamos incluso, interpenetrabilidad) respecto a la totalidad respeccional de las cosas “a la mano”. Lo no familiar o lo nuevo irrumpen en la totalidad respeccional de las cosas cotidianas “a la mano”, y de alguna manera resaltan respecto al fondo de la cotidianidad; el “ser enfrente” de lo no familiar o de lo nuevo se confunde, de alguna manera, con este carácter “irruptivo”; es decididamente difícil separar dónde comienza el carácter de la irrupción con el carácter de “ser enfrente” de la cosa que se manifiesta según ese

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modo de ser8. En cambio, en el caso de la mercancía, caminamos naturalmente entre ellas, como si formaran parte integrante de nuestra totalidad respeccional, y no obstante, nuestro trato con ellas nunca es un trato como con cualquier otro ente “a la mano”. En principio, podríamos vernos impulsados a creer que esta diferencia podría tener que ver con el concepto jurídico de “propiedad”, pero una vez más, y como hemos señalado anteriormente, se pone inmediatamente de manifiesto la ausencia de simetría que se da entre la ex-posición y la falta de propiedad. Una cosa puede ser de mi propiedad y corresponderle el modo de ser de la ex-posición9; de la misma manera (como hemos visto anteriormente en los ejemplos del árbol bajo el que me cobijo, la papelera o el banco), una cosa puede ser “a la mano” y no ser de mi propiedad10. El peculiar modo de “ser enfrente” consistente en la ex-posición conlleva, en su misma consideración, que la cosa así presentada; la cosa ex-puesta, está, de alguna manera, alejada (entfernt). Este alejamiento (Entfernung) no tiene nada que ver, en primer lugar, con una distancia física, como anteriormente ha sido ya señalado11. La misma etimología de la expresión “ex-posición” señala el alejamiento esencial al que nos referimos respecto a las cosas que se nos presentan bajo este modo de ser: “poner fuera”, “sacar” de la espacialidad de lo “a la mano”; por tanto, “alejar” del ámbito de lo “a la mano”; “ex-poner” es, de alguna manera, “poner enfrente”. La cosa en el modo de lo ex-puesto; es decir, la mercancía, se presenta “alejada”. El carácter de “alejamiento” de una cosa no es, con todo, específico de las cosas cuyo modo de ser es la ex-posición. También lo que se presenta como “a la mano” puede en un momento dado estar “alejado”. La manera en la cual una cosa ex-puesta está alejada presenta, con todo, un carácter específico respecto al de las cosas “a la mano” habituales que intentará ser determinado mediante las siguientes descripciones comparativas:

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Estoy trabajando en la bibliografía de un estudio cuando reparo que me falta un título que podría ser pertinente incluir. Inmediatamente, sé que el libro está “por ahí”; sé que la última vez me pareció dejarlo más o menos por encima de la pila de los libros que están por catalogar; la pila que está al lado del radiador. El libro no está aquí mismo; el libro está alejado. Mi acción, inmediatamente desde el momento mismo del apercibimiento, es un “des-alejamiento” (Ent-fernung) del libro que está en el horizonte de mis cosas a la mano. Corresponde al sentido de la espacialidad del ser humano que la vivencia de su espacio se constituye constantemente y en todo momento como un ejercicio de “desalejamiento”; de “traer a la cercanía”, las cosas que se encuentran dispuestas en mi mundo circundante. Esto no es una cualidad accidental válida para la realidad de algunas descripciones fenomenológicas; es una cualidad inherente a la vivencia de la espacialidad del ser humano12. Observemos con detenimiento a una persona que está reparando el grifo del baño: pongamos atención a esa práctica tan habitual del constante “tantear” (a veces incluso a ciegas) con la mano sobre la caja de herramientas a la espera de encontrar cada vez la herramienta respectiva necesaria (la llave inglesa, el tornavís, la bolsa de las arandelas, etc). Este “tanteo”, que de diversas maneras y en diferentes contextos, de una manera u otra, siempre estamos realizando en nuestra vivencia inmediata del espacio, es lo que entendemos por “des-alejar”. La vivencia esencial del espacio del ser humano consiste en este constante des-alejar; traer a la cercanía, el ente que se encuentra en mi espacio circundante. De manera siempre imprecisa, siempre con un grado mayor o menor de indeterminación, yo sé que el ente “a la mano” está “por ahí”, y en mi tanteo lo “des-alejo”, es decir, lo traigo a mi cercanía. “Ir a por algo” (ir a por el mechero, que creo que me he olvidado en el bolsillo de la chaqueta) es (con el “tanteo”) otra expresión del “des-alejamiento” constitutivo de la espacialidad del ser humano; pero esto no debe entenderse como si el “des-alejamiento” se iniciara cuando me levanto de la mesa y mi

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cuerpo se desplaza por el comedor hacia el perchero, de manera que, cuando estoy a mitad del trayecto, el mechero estuviera “menos” des-alejado que cuando estoy sentado y me he dado cuenta de que no puedo encender mi pipa. El “des-alejamiento” no tiene que ver con el concepto de “distancia” (Abstand), y por tanto no tiene sentido decir que el mechero me es más cercano cuando estoy acercándome a la chaqueta que cuando me he apercibido en la mesa de que el mechero “me hace falta”. El mechero está des-alejado (está despejado del fondo de las cosas a la mano del espacio circundante) en el momento mismo en que tiene lugar el apercibimiento de su “hacerme falta”. En el apercibimiento de su “hacerme falta” el mechero ha sido “des-alejado” de la masa ausente de cuerpos de mi espacio circundante; ha sido “traído a la cercanía” de la manifestación para mí. En todos estos ejemplos descriptivos, nos movemos en todo momento en el des-alejamiento de cosas que tienen el modo de ser de cosas “a la mano”. El mechero, el destornillador, el libro, se me ofrecen como cosas según el modo de ser de las cosas “a la mano”, y son des-alejadas desde la espacialidad del des-alejamiento constitutiva del ser humano. El mechero, el tornavís o el libro se dan en una zona (Gegend) determinada: el comedor, el baño, mi habitación. La totalidad respeccional de un conjunto de cosas delimitada a un espacio es la zona. De la zona, es de donde le proviene a la cosa su pertinencia (Hingehörigkeit). El libro está en la pila de libros por catalogar, al lado del radiador. Esto no es una determinación general de la ubicación de este libro para todos los casos; esto es válido para éste ejemplar del libro, porque está en mi habitación. El libro es des-alejado desde la zona que constituye mi habitación. La caja de herramientas es zona desde la cual el tornavís puede ser “traído a la cercanía” (des-alejado); y a su vez, la caja de herramientas está en la zona del trastero. El trastero encuentra su “dónde” desde la zona general que es la “casa”. Las cosas “a la mano” son des-alejadas desde la zona de la que forman parte y de la cual reciben su “pertenencia” particular.

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También la tienda (en las descripciones que han tenido lugar para determinar el contenido de la “ex-posición” como modo de ser) es una zona (Gegend). Desde la zona de la tienda, a través de la cual paseo, pre-comprendo inmediatamente que la papelera y el vestido no son el mismo “tipo de cosas”; pre-comprendo inmediatamente que para utilizar la papelera no he de pagar, pero precomprendo también inmediatamente que no me puedo llevar el vestido sin pagar. Veo inmediatamente que la papelera está “colocada”, mientras que el vestido está “ex-puesto”. Se manifiesta de manera obvia que la papelera es una cosa “a la mano” y el vestido es una mercancía. Es desde la tienda como zona (como totalidad respeccional determinada) desde la cual este horizonte de relaciones se me manifiesta como evidente y aproblemático. En mi deambular por la tienda, entre las mercancías, en un momento dado me veo en la necesidad de desprenderme de un pañuelo de papel que acabo de utilizar: mi necesidad “des-aleja” la papelera, insospechada para la existencia por mí hasta ese momento; después de un par de pasos inciertos la vislumbro, al lado de los probadores: voy hacia allá y arrojo el papel. En ningún momento, este des-alejar la papelera del fondo de la totalidad respeccional en la que me estoy moviendo manifiesta la papelera de manera especial; no “re-paro” en ella de manera especial; ni tan siquiera me “paro” a mirarla; dicho de otra manera: la papelera es “des-alejada”, pero este “des-alejamiento” no la pone nunca “enfrente” de mí para ser observada. En todo momento, la espacialidad de la papelera es la espacialidad “a la mano” de la cosa dentro de la totalidad respeccional de la tienda. Que la papelera sea “des-alejada” no implica, en ningún momento, que haya sido puesta “enfrente”; no implica, en ningún momento, un cambio en la modalidad de ser de la papelera. “Des-alejamiento” (Ent-fernung) no implica, en ningún momento, “ser-enfrente”; o conversión de la cosa “a la mano” en cosa

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“ex-puesta”. Puede tener lugar esa conversión, pero no es, ni mucho menos, algo necesario; de hecho, el des-alejamiento es una estructura de la espacialidad del ser humano en su inmediato desenvolverse respecto a su mundo circundante13. Es posible que dos segundos después de haber arrojado el papel, no sea capaz de responder a la pregunta sobre qué color tenía la papelera. En el des-alejar algo en mi movimiento alrededor de mi espacio circundante, la cosa desalejada puede presentar cierto relieve respecto al resto de cosas entre las cuales está imbricada; puede “re-saltar” de su imbricación en la zona en la cual tiene su lugar; puede pasar a presentarse como “ahí enfrente”. Esto implica un cambio en la modalidad respecto a la cual la cosa se me venía manifestando hasta ese momento. Pero esto no tiene nada que ver con el concepto de des-alejamiento en sí. De la misma manera que el concepto de des-alejamiento no implica en ningún momento una variación en la modalidad del ser del ente, el ser ex-puesto de la mercancía des-aleja la cosa en su alejamiento. Esta es, en cierto modo, una paradoja que corresponde de manera peculiar a los entes ex-puestos que denominamos mercancías. La mercancía es, en cierto sentido, des-alejada en mi reparar “de pasada” en ella, en mi deambular sin rumbo fijo alrededor de ella, echándole “un vistazo”. El estar de la mercancía sobre un maniquí no es para mí algo no-familiar; no es, tampoco, algo nuevo o extraño. La mercancía ex-puesta no es “enfrente” mío en ese sentido (en el de lo extraño o lo nuevo); al contrario, mi moverme alrededor de las mercancías es algo absolutamente normal y cotidiano. En ese sentido, mi avanzar entre las mercancías las des-aleja constantemente y naturalmente, sin solución de continuidad entre ellas, en mi deambular con vistas a mi necesidad: comprar una camisa. No obstante, las prendas son des-alejadas en su imposibilidad de ser accesibles inmediatamente a la mano. En todo momento, sé que la prenda no puede ser “des-alejada” en su utilidad (en su “ser

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a la mano”), de la misma manera que lo había sido la papelera en función de mi necesidad de lanzar el papel. Por tanto, la mercancía es des-alejada en su lejanía. La mercancía no está ahí “a la mano” porque no está ahí para ser “usada”. Si estuviera dispuesta para ser usada no estaría sobre un maniquí. Esta inmediata “imposibilidad para el uso”, a pesar de su proximidad física, es su alejamiento; es su falta de cercanía. La mercancía es des-alejada en su lejanía. La mercancía es pues un “ser a la mano” al que se le ha arrebatado su espacialidad “natural”. Su disposición en la zona no es una disposición “natural” que corresponda al habitual mundo entorno (la camisa no es un ente hecho para estar encima de un maniquí; la camisa es un ente hecho para estar encima de una persona. En todo caso, es el maniquí el ente hecho para ser puesto en una camisa). La tienda como zona en la que tienen su lugar las mercancías delimita una nueva espacialidad de las cosas; una espacialidad caracterizada por la interpenetrabilidad entre el “ser a la mano” y el “ser enfrente”. Esta interpenetrabilidad constante y no problemática es posibilitada por ese modo peculiar de “ser enfrente” que es la ex-posición. La espacialidad de esa zona que llamamos “tienda” se constituye pues como una espacialidad híbrida. Yo me muevo, me desplazo, deambulo entre mercancías que, en cierto sentido, constituyen mi espacio circundante; las mercancías son, en la zona de la tienda, el ente que me viene inmediatamente al encuentro; como entes que me vienen inmediatamente al encuentro, no son extraños, ni son, tampoco, no-familiares; con todo, son “ahí enfrente” en tanto que ex-puestos; por muy normalmente y cotidianamente que se constituyan en mi deambular a través de ellos, en todo momento se me manifiestan como “alejados”, o según la fórmula anteriormente explicitada (que, a pesar de su aparente dificultad conceptual, nos parece la más precisa), “des-alejados en su alejamiento”14. Este alejamiento consiste en su propia espacialidad: están sobre los mani-

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quís, en cajas, alineadas sobre estanterías, encerradas en escaparates ... La ex-posición saca a la cosa de su lugar (Platz)15 y le constituye uno nuevo; este nuevo lugar sólo le pertenece a la cosa dentro de la zona de la tienda. Caminar por una tienda quiere decir: caminar entre cosas des-colocadas; caminar entre cosas cuyo lugar es, provisionalmente, estar “fuera de lugar”16. El lugar de la camisa no es el maniquí, sino el cuerpo humano; el lugar del coche no es el escaparate del concesionario, sino la carretera o el garaje. El coche, dentro de los límites del escaparate del concesionario, no tiene espacio para correr. La comida, alineada sobre la estantería, no tiene a su lado ninguna mesa en la que poder comer; no hay platos ni vasos ni buena compañía; tampoco hay cerca fogón alguno en el que poder cocinar. Esta percepción de la mercancía como “des-colocada”, como fuera del lugar en el que podría ser “a la mano” (connatural a la ex-posición), señala el carácter peculiar de su espacialidad híbrida17: la mercancía está en un espacio que no es “a la mano”, pero que es un espacio constituido para que las cosas puedan llegar a ser “a la mano” en la totalidad respeccional de las cosas a la mano de mi mundo circundante cotidiano concreto. A partir de esta última consideración, puede llevarse a cabo una determinación ontológica del verbo “comprar” que supere su mera determinación óntica como “obtener algo con dinero”. “Comprar” es “obtener algo con dinero” tan sólo desde la perspectiva preanalítica que no ha determinado todavía los contenidos descriptivos específicos de este “algo” que es obtenido mediante el dinero. Este “algo” que se obtiene mediante el dinero es la “mercancía”. El contenido fenomenológico descriptivo de la mercancía ha sido descrito teniendo en cuenta la espacialidad de su modo de manifestación. La elección del eje de la espacialidad a la hora de describir la mercancía no ha sido una elección arbitraria, como si pudiéramos haber escogido cualquier otro eje para describir la mercancía. El modo de ser de la mercancía está

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directamente vinculado a la experiencia humana de la espacialidad18. Desde esta experiencia, la descripción de la cual ha sido esbozada con anterioridad, puede determinarse el contenido ontológico de la palabra “comprar”: “Comprar” es cambiar, mediante un acto de la voluntad, la modalidad de ser de una cosa; concretamente, es convertir la cosa ex-puesta en cosa “a la mano”; es, por tanto, integrar una cosa a la totalidad respeccional de cosas que configuran mi mundo circundante cotidiano. En este sentido, es convertir lo ex-puesto en colocado; y colocado en mi mundo circundante cotidiano. Desde la definición fenomenológica de “mundo”, vinculada a la totalidad de remisiones y a la totalidad respeccional, puede decirse que “comprar” es ampliar el mundo. Es absolutamente necesario ser cautos con cualquier juicio de valor respecto a esta última afirmación: su sentido es absolutamente técnico y específicamente vinculado a la definición fenomenológica de mundo como “totalidad de remisiones” y “totalidad respeccional”. Ésa camisa azul no estaba antes en el horizonte de des-alejamiento de las cosas de mi mundo circundante cotidiano; pero después de comprarla, pasa a formar parte de él. Es un elemento más de mi totalidad respeccional cotidiana. Cabe vaciar la correspondencia establecida entre la acción de “comprar” y la “ampliación del mundo” (fenomenológicamente comprendido) de cualquier contenido de valor, ya sea éste crítico o apologético: su contenido es, en el orden de nuestras investigaciones, meramente descriptivo. En este sentido, la palabra “ampliación” habla simplemente de una mayor complicación cuantitativa (en algunos casos cualitativa, como cuando compro algo que implica una estructura de remisiones que nunca se había dado antes: eso es lo nuevo, como cuando compro un ordenador por primera vez) en las remisiones y conformidades entre las cosas de mi mundo circundante y yo mismo. Un número mayor de camisas en un armario implica, desde una perspectiva meramente cuantitativa, una mayor

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cantidad de remisiones entre los entes de mi mundo circundante (por ejemplo, mayores posibilidades de combinación entre los pantalones y las camisas según sus colores). Un exprimidor de naranjas implica la posibilidad de una remisión con las naranjas de la cesta que, respecto a mí mismo, me presenta la posibilidad de tomar zumos naturales (en este caso, la remisión es cualitativa). Esto son posibilidades de remisión y de conformidad entre las cosas de mi mundo circundante “a la mano” y yo mismo que no se dan de no poseer estas cosas a mi alrededor en su modo de ser “a la mano”. En ningún caso, la existencia de estas posibilidades implica que estas remisiones, cuantitativamente amplias, encuentren un cumplimiento. Mucha gente tiene un exprimidor de naranjas acumulando polvo en un trastero de la cocina porque es más fácil comprar un zumo prefabricado. Puede pasar que haya muchas combinaciones entre camisas y pantalones que nunca se lleguen a efectuar en un momento dado como una remisión fáctica llegando a tener conformidad conmigo mismo. Del hecho de la ampliación cuantitativa de la conectividad de las remisiones, y la conformidad de éstas remisiones respecto a mí, no se deduce en ningún momento una evaluación positiva del acto de compra como tal. Reiteramos que nos movemos, de momento, en un ámbito puramente descriptivo. Pero negar el hecho de que, en la vivencia del acto de compra, subyace una vivencia de “ampliación del mundo”, entendida ésta como una ampliación cuantitativa de las cosas que me vienen inmediatamente al encuentro en el modo de lo “a la mano”, y por tanto, una ampliación cuantitativa de las relaciones de conformidad de las cosas que me vienen al encuentro en mi cotidianidad inmediata, sería negar el aspecto de fascinación que el acto de compra parece ejercer sobre los seres humanos. Los seres humanos quieren “tener cosas”, no porque sean avariciosos o porque confundan, como afirman muchos discursos más o menos angélicos, el “ser” con el “tener”19, sino

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porque “tener cosas” implica que desde el ámbito del ente que me viene inmediatamente al encuentro como “a la mano” se establecen nuevas posibilidades de acción en el mundo. Esto es un hecho descriptivo puro, no susceptible (todavía) de evaluación o valoración. Cosas que me rodean y que no pueden ser incorporadas a la totalidad de remisiones y a la totalidad respectiva de mi mundo cotidiano circundante por su modo de manifestación pueden pasar a ser incorporadas a mi mundanidad cotidiana mediante un acto de compra: éste es el sentido del dinero. El dinero tiene como finalidad llevar a cabo esta transmutación; esta “conversión” en la modalidad del ser. El dinero modaliza el ser de los entes en su manifestación20. A la pregunta inicial que habíamos llevado a cabo, la pregunta “¿Qué es el dinero?”, habíamos respondido, prefilosóficamente, que “el dinero es (algo que sirve) para comprar”. El dinero se define desde su teleología, desde su finalidad. Ahora hemos llevado a cabo el significado ontológico de este “comprar”: modalizar el ser de los entes en su manifestación. Pero en todo momento, hasta donde hemos llevado a cabo nuestra descripción, nos hemos fijado en la descripción del lado de la mercancía; es decir, nos hemos fijado en la descripción de “lo comprado”. No hemos dicho nada todavía nada sobre “lo que compra”, entendido como medio (el dinero) ni sobre la pareja de sujetos que tienen lugar en el acto de compra: el comprador y el vendedor. Nuestro análisis ha estado centrado en la mercancía, como por otra parte, no podía ser de otra manera. En descripciones posteriores, ampliando el mismo contenido de nuestra fenomenología descriptiva de los actos de compra, intentaremos subsanar estas ausencias.

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Bibliografía Fromm, Erich: ¿Tener o ser?, FCE, 1978. Fuenteseca, Cristina: La posesión mediata e inmediata, Dykinson, 2002. García-Durán, Principios de economía, Documents, 2005. Giddens, Anthony: Consecuencias de la modernidad, Alianza Ed., 1999. Gill, Louis: Fundamentos y límites del capitalismo, Trotta, 2002. Heidegger, Martin: Sein und Zeit, Max Niemeyer Verlag, 1993. ———. Die Grundprobleme der Phänomenologie, Gesamtausgabe Band 24, Vittorio Klostermann, 1975. ———. Prolegomena zur Geschichte des Zeitbegriffs, Gesamtausgabe Band 20, Vittorio Klostermann, 1979. Marshall, Alfred: Principios de economía, Ed. Síntesis, 2005. Marx, Karl: Das Kapital. Kritik der politischen Ökonomie, Karl Dietz Verlag, 2003. Simmel, Georg: Philosophie des Geldes, Gesamtausgabe Band 6, Suhrkamp, 1989. Stanley Jevons, William: La Teoría de la Economía Política, Pirámide, 1998.

Endnotes 1

Es difícil que, incluso el propietario de una tienda, defina el dinero como “algo para vender”. De la misma manera, difícilmente ningún trabajador (proletario) lo definiría como “el resultado de mi trabajo”. Esto no es casual, y está lejos de ser una observación sin interés: el dinero se presenta todo él como algo orientado al futuro; es vivido, en su esencia más profunda, como un fenómeno circunscrito a la temporalidad proyectiva. Jevons, en el marco de la crítica a la teoría del valor-trabajo de Ricardo, subraya este aspecto proyectivo en toda actividad económica: “Una vez gastado, el trabajo no tiene ninguna influencia en el valor futuro de ningún artículo: se ha ido y perdido para siempre. En el comercio, lo pasado es lo pasado para siempre, y

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siempre estamos empezando de cero, juzgando los valores de las cosas con vistas a su utilidad futura. La industria es esencialmente prospectiva, no retrospectiva, y raramente el resultado de cualquier empresa coincide exactamente con las primeras intenciones de sus promotores”; víd. Jevons, 1998, pág. 181. La crítica a esta tendencia consustancial del dinero a “ocultar” el origen del valor, víd. en el clásico capítulo de Marx, Das Kapital, Dietz, I, 4, pág. 85 y ss. 2

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Todos los manuales de economía definen al dinero a partir de sus funciones: medida de valor, medio de intercambio, reserva de valor y sistema de pago. Así, la definición canónica del dinero en ciencia económica se acostumbra a presentar como “todo aquello que sea aceptado socialmente como medida de valor, medio de intercambio, reserva de valor y sistema de pago” (víd., por ejemplo García-Durán, 2005, pág. 112). No decide sobre la descripción de un acto de compra si adaptamos, en teoría económica, una teoría del valor subjetivo u objetiva; basada en la determinación de la utilidad marginal o basada en el factor de la cantidad de trabajo necesaria para la producción; una teoría que parta de las evaluaciones subjetivas del consumidor aislado, o una teoría que tenga en consideración factores como los costes de producción. Todas estas cuestiones referentes a la teoría económica del valor son, de momento, irrelevantes en el orden de nuestra investigación. Lo único que cabe conceder a la descripción fenomenológica de un acto de compra es que el factor o factores de los que depende el valor y su fijación difícilmente comparecen como tales en la forma de la manifestación de la mercancía en tanto que mercancía; precisamente, es el dinero la forma en la cual comparecen esos factores. En el dinero, el factor determinante del valor (ya sea el tiempo de trabajo, la utilidad subjetiva, la utilidad marginal, etc) comparece ocultándose diluido en las mercancías (víd. Marx, Das Kapital, K. Dietz, I, 4, pág. 85 y ss.).

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Heidegger, SuZ, par. [22]: “Das “zur Hand” Seiende hat je eine verschiedene Nähe, die nicht durch Ausmessen von Abständen festgelegt ist” (pág. 102).

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El hecho de que para que una cosa sea mercancía sea necesario que esta cosa no sea “mía” es evidente a la luz de lo dicho en la página 5: la mercancía es la cosa cuando para acceder a ella necesito dinero. Ahora bien, es necesario enmarcar nuestra descripción del modo de ser de la mercancía a nuestra fenomenología de los actos de compra, y no al concepto jurídico de la

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propiedad; es obvio que la mercancía siempre es “de alguien”, e incluso las mercancías en depósito (stock) tienen un propietario legal. La definición técnica de Menger de “mercancía” considera “mercancía” algo tan general como los “bienes económicos de todo tipo destinados al intercambio”. El problema del carácter genérico de esta definición es que su amplitud podría implicar bajo el concepto de mercancía cosas como el trabajo o el propio dinero, hecho que la lleva más allá del marco de nuestra fenomenología de los actos de compra. 6

Heidegger entiende por lo “no familiar” (Unvertrautheit) lo “conocido” (gekannt) pero respecto a lo cual no sabemos habérnoslas; el ejemplo es el de una persona que entra en un taller de un zapatero: podrá reconocer algunas herramientas, pero éstas no son para él, ciertamente, “a la mano”. No son “extrañas”, pero son, de algún modo, no familiares (GA 24, pág. 432). Piénsese en el funcionamiento de un coche (embrague, palanca de marchas, etc) para una persona que no tiene el carnet de conducir, por ejemplo. En cambio, para un aborigen del amazonas, las cosas de un taller de zapatero, se presentan según el modo de ser de lo nuevo (Neue), en el sentido de lo extraño, de aquéllo respecto a lo cual no sabemos en qué sentido podría llegar a ser alguna vez “a la mano” para alguien (GA 24, pág. 442).

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SuZ, par. [18], pág. 84.

8

A su vez, la modalización de algo en “ser enfrente” puede producirse según formas diferentes de irrupción: el “estropearse” de algo con lo que tengo un trato “a la mano” hasta ese momento lo hace relevante, modificando de manera inmediata su modo de ser anterior. En este caso, se da una continuidad entre el modo de ser de la cosa “a la mano” y su manifestación bajo la nueva modalidad (estoy clavando un clavo con un taladro cuando, de repente, el taladro deja de funcionar. Inmediatamente abro el taladro para inspeccionar dónde reside el error; el taladro no está manifestándose de la misma manera en la primera situación, “a la mano”, que en la segunda, “ahí enfrente”; pero en cualquier caso hay una continuidad en la experiencia respecto a un objeto que es en todo caso el mismo). Pero también la aparición de algo insospechado en un contexto determinado puede hacer que algo se presente como “ahí enfrente”; un pingüino no destaca en el polo norte; para un esquimal un pingüino es como para nosotros un gato callejero; pero sí destaca respecto al fondo de cotidianidad constituido si

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hace su aparición en una playa de Calonge (como parece ser que ha pasado accidentalmente alguna vez). Por otro lado, la aparición de un pingüino en su estanque del zoológico se daría también bajo las condiciones de “ser enfrente” que son ahora centro de nuestro interés; es decir, bajo las condiciones de manifestación de la “ex-posición”. El pingüino está expuesto en el zoológico para ser visto, como la ropa en un escaparate, y en este sentido, es una mercancía peculiar, pues el pago en dinero no es para comprarlo, sino para verlo, aunque su modo de ser sea el mismo: la exposición. 9

Piénsese en cualquier mueble que pueda comprenderse dentro del concepto de “antigüedad”: no está ex-puesto para ser utilizado, sino para ser observado, aunque en un momento dado pueda ser utilizado, y pasar a ser considerado como “a la mano”. En este caso, el paso del tiempo parece inhabilitar, o cuanto menos suspender, su modo de manifestación como “a la mano”. Piénsese también en el ejemplo anteriormente citado de las mercancías en stock para el propietario legal (vendedor) de estas mercancías: son de su propiedad pero no dejan de estar ex-puestas.

10 Distinta consideración deberíamos hacer respecto al concepto, también jurídico, de la posesión. Definida etimológicamente de manera diversa por los historiadores del derecho, el concepto de “posesión” (possessio) hace referencia, originariamente, a la descripción de una situación de hecho (según Kaser, refiere a “aquél que tiene el objeto en las manos”; según Biondi, possidere vendría de potis sedeo, es decir, “soy señor”; Fuenteseca sintetiza afirmando que “etimológicamente responde a la idea de asentarse o aposentarse materialmente sobre algo”; víd. Fuenteseca, 2002), de la cual se acabarán derivando derechos, en algunos casos, de propiedad (como la usucapión, por ejemplo, en la cual un acto de posesión dilatado en el tiempo acaba generando un derecho de propiedad). En el caso del concepto de “posesión”, parecería acertado decir que lo que está “ex-puesto” se define, de alguna manera, desde su imposibilidad de ser poseído (a no ser mediante la compra, es decir, mediante el dinero). En el caso de cosas no fungibles, puede darse la prueba como un acto previo al acto de compra (probar un vestido antes de comprarlo); pero durante la prueba, de alguna manera, la cosa no es plenamente “a la mano”; en la prueba, la cosa se sitúa en un modo “entre” la ex-posición y el modo de ser “a la mano” sumamente peculiar, más allá del hecho evidente de que durante la prueba el vestido no

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es todavía “mío” (en sentido propietario), aunque esté, en ese momento, en mi posesión. 11 M. Heidegger, GA 20, pág. 309-310: “Abstand und Entfernung fallen nicht zusammen: Abstand ist vielmehr ontologisch in Entfernung fundiert und kann nur entdeckt und bestimmt werden, wenn Entfernung ist”. 12 Heidegger, SuZ, par. [23], pág. 105: “Ent-fernung entdeckt Entferntheit. Diese ist ebenso wie Abstand eine kategoriale Bestimmung des nicht daseinsmäBigen Seienden. Entfernung dagegen muss als Existenzial festgehalten werden”. 13 Heidegger, SuZ, par. [23], pág. 105: “Auch bestimmte Arten des rein erkennenden Entdeckens von Seiendem haben den Charakter der Näherung”. 14 La primera parte de esta precisa aunque rocambolesca expresión (desalejados) refiere a la parte de la cosa ex-puesta que esta cosa comparte con las cosas “a la mano”, en el sentido de cosas que me salen inmediatamente al encuentro. La mercancía es des-alejada desde las condiciones peculiares de des-alejamiento que le proviene de la zona (tienda) en la que se encuentra, y que fija sus condiciones de aparición. La segunda parte de la expresión (en su alejamiento) refiere a la imposibilidad de esa cosa que me viene inmediatamente al encuentro de ser utilizada como cosa “a la mano”; pero esta imposibilidad (esto es importante) le pertenece a la cosa misma desde su modo de aparición; la cosa no me aparece como “a la mano”; la cosa “se me sustrae”; la cosa me viene al encuentro en su “no poder ser-me a la mano”. No es una cosa “a la mano” que no puede ser utilizada por alguna razón (en este sentido, por ejemplo, que la cosa no sea “mía”). La cosa expuesta no es una cosa “a la mano” que no puede ser utilizada porque no sea (todavía) mía. El ejemplo de la mercancía no tiene que ver nada con el ejemplo de un banco del parque en el que no me puedo sentar porque está “recién pintado”. El banco del parque, sobre el que cuelga el cartel de “recién pintado”, no está efectivamente “ex-puesto”, sino que sigue estando, en todo momento, colocado. Ese banco sigue estando en “su” lugar. Su acceso como cosa “a la mano” se ha visto suspendido, pero en todo momento el banco es una cosa “a la mano” que se me muestra en su imposibilidad accidental de ser usada. Esto lo demuestra el hecho de que, en el caso de que no viera el cartel, me habría sentado efectivamente en el banco (para darme cuenta posteriormente, para mi desgracia, de que había cometido un error). Nada de esto sucede con la mercancía; la mercancía lleva, en sus propias

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condiciones de manifestación, su sustraerse como “a la mano”, sin ningún otro condicionante “externo” que sus propias condiciones de aparición en la misma zona de la tienda. Nadie cogería una mercancía (sin la mediación del dinero; es decir, sin pagar) por “error”; y no hace falta pensar mucho para decidir qué consideración tendría para la seguridad de la tienda alguien que argumentara que había cogido algo “por error”, o por no saber que estaba “ex-puesto”. Por otro lado, algo que fuera “a la mano” pero que no pudiera ser utilizado por algún hecho concreto (como por no ser “mío”), no se manifestaría sobre un maniquí, sino que su acceso se presentaría como para ser usado inmediatamente. En el acto de compra no se manifiesta nunca inmediatamente la cuestión de la “propiedad” como tal; el acto de “comprar” no es vivido como un “intercambio de propiedades” (tampoco de “posesiones”, pues el vendedor no tiene las mercancías “en sus manos”, sino que éstas residen en el espacio “fenomenológicamente neutral” de la ex-posición); de hecho, cuando compro algo, no sé exactamente muy bien “a quién” se lo compro. El acto de compra como acto jurídico sólo se manifiesta como un acto reflexivo posterior al hecho de la compra como tal. El paso de la fenomenología del acto de compra como tal al acto de compra como acto jurídico-teórico se analizará en posteriores desarrollos de nuestra teoría. 15 Este “lugar” del que viene la mercancía, que no es, en el fondo, ningún “lugar” (y de aquí viene la categoría de la “producción”, será tematizado posteriormente en una fenomenología genética de los actos de compra. El “mirar lo que está ex-puesto” no es el “contemplar teórico”, pero tampoco es el simple “mirar” el mundo circundante exterior a la zona de la tienda. 16 El lugar (Platz) de la mercancía consiste en existir “fuera de su lugar”; ésta es otra de las paradojas de la espacialidad de la ex-posición. Por otro lado, la des-colocación no es otra cosa que la ex-posición vista desde la perspectiva de la espacialidad de lo “a la mano”; la camisa, ex-puesta sobre un maniquí, está des-colocada del lugar para el cual ha sido hecha, que es el cuerpo humano; el coche, ex-puesto en el concesionario, está descolocado respecto a la carretera. Ex-posición y des-colocación son como las dos caras de la misma moneda, según la dirección de la mirada se oriente hacia la espacialidad de lo “a la mano” o hacia la espacialidad de lo “ahí enfrente”. Mirar las cosas “ex-puestas” desde la perspectiva de la espacialidad de las cosas “a la mano”; es decir, verlas como des-colocadas,

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es un ejercicio teórico según el cual, paradójicamente una vez más, para que la mercancía sea comprendida en su ser natural, ha de ser violentada teóricamente contemplándola desde su ser a la mano. 17 Las cosas ex-puestas están des-colocadas respecto a su comprensión inmediata como “a la mano”, dado que han sido arrancadas de totalidad respeccional alguna concretada en la cual pudieran funcionar como “a la mano”. Pero esto no quiere decir que estén des-colocadas respecto a totalidad respeccional alguna dada, como si las hubieran sacado “literalmente” de sus condiciones “a la mano”. La manifestación de la cosa en la espacialidad de la ex-posición es una manifestación originaria. La camisa que veo sobre el maniquí no ha sido sacada de un cuerpo humano para ser ex-puesta ahí enfrente; el coche del concesionario no ha sido sacado de la carretera para ser ex-puesto ahí (si es de primera mano, claro está). El pan ex-puesto en las cajas de la panadería no ha sido sacado de la mesa para ser ex-puesto ahí. El “no ser a la mano” de la mercancía no proviene de que se le haya “sustraído” a éstas mercancías concretas, ex-puestas ahí enfrente, algún anterior “ser a la mano” desde el cual hubieran estado siendo. Desde la constatación de este hecho, cabe llevar a término dos consideraciones importantes. Primera: ¿cómo puede una cosa que nunca ha estado colocada en totalidad respeccional “a la mano” alguna manifestarse como “des-colocada”?. Ésta pregunta nos conducirá al papel que jugará la mercancía como idea: la mercancía no se presenta des-colocada respecto a totalidad respeccional alguna anterior, sino que la mercancía ha sido pensada para que se muestre como des-colocada respecto a mi totalidad respeccional “a la mano” concreta como comprador, totalidad respeccional concreta que ha tenido, pues, que ser pensada hipotéticamente por el productor de la mercancía. Segunda: la cosa ha sido hecha para ser ex-puesta; eso nos conduce a la categoría económica de la producción como categoría generadora de la espacialidad de la ex-posición. Estas consideraciones serán objeto de análisis en nuestra fenomenología genética de los actos de compra. 18 No sólo de la espacialidad; habrá de ser tenido en cuenta el aspecto fundamental de la temporalidad de la mercancía. Pero desde el orden expositivo, es esencial comenzar desde la descripción de la espacialidad de la mercancía. La conexión entre los cambios en la comprensión de la espacio-temporalidad y los fenómenos económicos (fundamentalmente el dinero) ha sido señalada con acierto por Simmel, aunque es ganada

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desde categorías no fenomenológicas (víd. Simmel, GA 6, pág. 448 y ss); el concepto sociológico de “desanclaje” es reconocido por Giddens como extraído a partir de la investigación de Simmel (víd. Giddens, 1999, pág. 23). 19 No descartamos un contenido de verdad en la famosa tesis sobre la confusión substancial al ser humano entre el “ser” y el “tener” (víd. Fromm, 1978, pág. 77 y ss.); tan sólo discutimos que el fundamento ontológico del deseo humano de “tener muchas cosas” recaiga en esta confusión. Básicamente porque el contenido de la tesis de la confusión no ha procedido previamente a una descripción fenomenológica detallada de lo que significan los conceptos de “ser” y “tener” en la órbita de nuestros problemas, como por ejemplo la que hemos llevado a cabo nosotros con el “comprar”. La tesis de la confusión recae en el ámbito de la descripción de la vida psicológica subjetiva del ser humano desde cierta denuncia de una “pérdida de sentido”, y la circunscribe al ámbito de la terapéutica. Este punto de partida de la tesis de la confusión, que adopta desde sus raíces más profundas una perspectiva terapéutica, condiciona todo el desarrollo posterior de sus descripciones sobre la vida psicológica del sujeto en la sociedad moderna en la búsqueda de la felicidad, y sus desarrollos sólo serían aplicables con generalidad aceptando la tesis de que todos estamos enfermos (tesis que, no siendo descartable de entrada, requiere de una fundamentación más precisa por parte del que la sostiene, bajo peligro de caer en una petición de principio si no lo hace). 20 Toda la conceptualización de la ciencia económica sobre las “necesidades” y las “utilidades” está decididamente falta de una fundamentación ontológica a la hora de fijar su contenido. En el mejor de los casos, estos conceptos son descritos y clasificados por categorías sin haber llevado a cabo una investigación ontológica sobre su fundamento. Así, encontramos por doquier “tablas de clasificación de las necesidades” (Marshall, 2005, pág. 117), y colecciones de definiciones sumamente generales (y normalmente presas de una metafísica materialista) de la utilidad (Jevons, 1998, pág. 93 y ss.). Nosotros intentaremos circunscribir la fundamentación ontológica de estos conceptos a partir de una investigación fenomenológica previa sobre el concepto de mundo, que les atorgue una base sólida o, dado el caso, los muestre en su problematicidad.

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8 Fenomenología Estática de los Actos de Compra Joan GONZÁLEZ Institut d’Estudis Catalans The Catalan Society of Phenomenology ABSTRACT: In this paper we intend to lay the grounds for a Phenomenology of money. We start from the pre-theoretical comprehension of money as an “entity for”, that is to say, as a tool. Within this pre-theoretical comprehension, money is always understood according to its teleology (money is always “something to buy with”). Also, in this pre-theoretical framework money is hardly ever defined as “something to sell with”, or as “something being the result of my work”. Thus, in our daily experience the being of money becomes undistinguishable with the act of purchasing, which in turn underlines the deeply projective nature of money’s essence. In order to grasp this projective quality, we will have to develop a phenomenlogy of the purchasing act. “To purchase” is “to get something by means of money”. But, what is this thing that we get anyway? Whatever it is, it has a distinctive character: it is a merchandise. Through the appropiate phenomenologial descriptions, we will try to show how the description of the spatiality of the merchandise is essential to understand the effects of money upon the spatiality of the surrounding world.

The copyright on this essay belongs to the author. The work is published here by permission of the author and can be cited as Phenomenology 2005,Vol. III, Selected Essays from Euro-Mediterranean, ed. Ion COPOERU &HansRainer SEPP (Bucharest:Zeta Books, 2007), available in printed as well as electronic form at www.zetabooks.com. Contact the author here: [email protected]

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Si preguntamos a cualquier persona “para qué” es el dinero (cuál es el “telos” del dinero), cualquier persona responderá enseguida: “para comprar”. Puede hacerse este ejercicio cotidiano preguntando a la gente de nuestro alrededor. Incluso puede intentarse directamente la pregunta ontológica (¿qué es el dinero?), para obtener directamente esta socorrida respuesta teleológica: “Es (algo que sirve) para comprar”. Así, la teleología del dinero llega a prácticamente suplantar cualquier respuesta directamente ontológica: raramente se tiende a responder “unos papeles rectangulares de diversos colores según su valor”, o “aquello que obtengo como fruto de mi trabajo”, etc. El dinero se define a partir de la función que realiza, y esta función es la de “comprar”. Es importante retener el origen puramente fenomenológico de esta primera determinación del dinero: “el dinero es (algo para) comprar”. Así es como se vive el dinero en actitud natural; en nuestra cotidianidad preteórica1. En principio, podríamos vernos tentados a poner en relación lo que expresa este verbo (comprar) con la segunda de las cuatro funciones “clásicas” del dinero según los manuales de economía: dinero como “medio de intercambio”2. Pero esta expresión, “medio de intercambio”, es obtenida a partir de la teoría económica (junto a las otras funciones que desde ese sistema de pensamiento se le dan al dinero) desde un marco más amplio de problemas que el ámbito de la descripción fenomenológica de los actos de compra entendidos como vivencias, que es el ámbito que aquí quiere ser presentado. Por tanto, la serie de actos que se designan bajo la palabra “comprar” no será obtenida por nosotros a priori desde el sistema de las categorías de la economía (desde, por ejemplo, las cuatro funciones “clásicas” del dinero según la teoría económica, como son la medición del valor, el medio de intercambio, la reserva de valor y el sistema de pago), sino que serán obtenidos desde lo que denominamos “fenomenología de los actos de compra”. Con esta expresión entendemos todos los actos susceptibles de descripción feno-

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menológica que se comprenden bajo el verbo “comprar”, que, según el Diccionario de la R.A.E, es en su acepción más común “obtener algo con dinero”. “Comprar” es pues una manera de “obtener algo”; una manera de “obtener algo”, cabría decir, entre “otras maneras” de obtener. Cuando me dan un regalo, he obtenido algo sin mediación de dinero (por mi parte). Incluso puedo obtener algo sin mediación de dinero por ningún lado, como cuando digo a un amigo: “¿Podrías traerme unas pocas moras la próxima vez que vengas a visitarme por el camino del campo?”. Aún si este ejemplo pudiera considerarse no exento de problemas, por ser susceptible de considerarse dentro de lo que podríamos entender por “trabajo” (y los actos de trabajo tendrán mucho que ver con el dinero, como veremos) es posible pensar una obtención de algo en la cual no tengan nada que ver ni el dinero ni el trabajo; piénsense en fenómenos como la lluvia, por ejemplo, y lo que los agricultores obtienen (y dejan de obtener en su ausencia) de ella. Y nadie, todavía, estaría dispuesto a considerar la lluvia dentro de la categoría de “trabajo”. La lluvia no es valor de cambio ni puede ser considerada tiempo de trabajo. La forma de obtener cosas que denominamos “comprar” tiene de específico que se requiere dinero para la obtención. Cuando para obtener algo necesitamos de la mediación de dinero, decimos de este algo que es una “mercancía”. Mercancía designa un modo de ser de una cosa, determinado precisamente porque el dinero es el acceso necesario para su obtención. La mercancía es la cosa cuando para acceder a ella necesito dinero. Pero con esto no estamos dando, ni mucho menos, una definición de la mercancía: la definición de la mercancía la tendremos cuando determinemos qué es necesario, atendiendo a la descripción de la cosa, para que se precise su obtención mediante el dinero. Es decir, requerirá de la descripción del modo de ser “mercancía” como tal. Una flor cogida en un paseo campestre no tiene el mismo modo de ser que la misma flor en

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una floristería de la ciudad. Es obvio que nos estamos refiriendo al mismo ente, pero este mismo ente aparece según dos modos de ser distintos. No nos estamos refiriendo ahora a la génesis de la flor como mercancía (a su recogida por parte de un temporero, a su transporte por carretera, a su preparación con el lazo; en definitiva, al trabajo, como uno de los índices del valor de cambio de la cosa), sino a su modo de aparecer como tal en la floristería de la ciudad. En un acto de compra, ningún elemento genético de la mercancía como tal mercancía se hace explícitamente presente (por mucho que implícitamente sea inseparable). Lo que aparece es el objeto ya como mercancía, y bajo unas condiciones de aparición específicas. Son éstas las que quieren ser tenidas en cuenta aquí, como corresponde a un análisis fenomenológico estático. Es evidente que, en el momento de la compra, yo podría hacerme muchas preguntas: podría preguntarme sobre el trabajo que hay detrás de que la flor llegue a ese escaparate; podría preguntarme sobre cómo es que hay flores en Barcelona, etc; podría preguntarme incluso sobre porqué la flor vale lo que vale ... Estos actos son actos posibles de reflexión teórica que se pueden superponer a un acto de compra; pero no pertenecen a la naturaleza del acto de compra como tal3. El acto de compra se efectúa normalmente en plena ausencia de cualquiera de estos actos superpuestos, y es tal acto de compra precisamente en ausencia de estos actos superpuestos. ¿Cómo es la cosa “mercancía”?. Para empezar, la cosa “mercancía” se caracteriza porque está ahí “delante”. Está ex-puesta; puesta “fuera”. ¿Fuera de qué?. Fuera del espacio de las cosas “a la mano”. La mercancía no está “a la mano”; no se me ofrece en la disponibilidad inmediata de las otras cosas que me rodean. Con “disponibilidad” no nos referimos aquí a “distancia física”. Cuando hablamos de que la mercancía no está “a la mano”, no nos referimos a que no esté a mi alcance “físicamente”; no nos referimos ni siquiera a que

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la mercancía esté separada de mi cuerpo mediante una distancia física o mediante el obstáculo de otro ente (un escaparate, por ejemplo). El modo de ser de la mercancía no es tampoco “a la mano” cuando en una tienda no hay ninguna distancia ni separación física entre yo y la cosa; la mercancía conservar su carácter de mercancía, en tanto que ex-puesta, en las tiendas en las cuales yo camino “entre” ellas; en aquellas tiendas en las cuales yo me muevo entre ellas y están constantemente a mi alcance (a mi tacto, a mi proximidad, incluso al hecho de “probarla”). En estos casos, no pierde la cosa “mercancía” su carácter de ser en tanto que mercancía; por mucha proximidad física que tenga respecto a mí la mercancía, la mercancía sigue sin estar “a la mano”, sino que se presenta en todo momento como estando “ahí enfrente”4. En cambio, en el espacio de la misma tienda, hay cosas que no tienen el modo de ser de la mercancía y que, no obstante, están “a la mano”, independientemente también de la distancia física que estos objetos tengan respecto a mí. Un cenicero o una papelera (en el bien entendido de que no se presentan como artículos a la venta en la tienda) son cosas “a la mano”. Su ser “a la mano” no viene determinado porque estos objetos estén “a este lado” del escaparate, si es que hubiera escaparate; un reloj o un espejo (en el bien entendido de que no son artículos a la venta) son cosas “a la mano” incluso estando al otro lado del escaparate, y alejadas de mí “físicamente”. El modo de ser de la mercancía destaca pues, en primer lugar, porque su espacialidad no es la espacialidad propia del ente “a la mano”. Cabe señalar también, en este momento del análisis, que la distinción entre el modo de ser de la mercancía y el modo de ser de otra cosa que no es mercancía no tiene que ver tampoco, por lo recientemente señalado, con la propiedad de la cosa, en el sentido de que le pertenecería a toda cosa que no fuera todavía “mía” el modo de ser de la mercancía. Las cosas que son mercancías no son, efectivamente, “mías”; no son toda-

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vía de mi propiedad, pero no es este hecho el que hace que la cosa se manifieste como mercancía, dado que el cenicero o la papelera de la tienda no son tampoco de mi propiedad y, no obstante, no se me manifiestan bajo el modo de ser de la mercancía; de la misma manera, un banco de la calle en el cual me siento después de un largo paseo o un árbol del campo bajo la sombra del cual me cobijo del sol no son tampoco objetos de mi propiedad, y no obstante, no se me manifiestan como mercancías. Por tanto, el hecho de que la cosa no sea de mi propiedad es una condición necesaria, pero no suficiente, para determinar el modo de ser de la mercancía5. La cosa, que se me aparece como mercancía, está ahí ex-puesta. La ex-posición señala el carácter específico de la espacialidad de la mercancía. La espacialidad de la mercancía (la ex-posición) no es la espacialidad de lo “a la mano” (Zuhanden). La espacialidad de lo “a la mano” es una espacialidad que se constituye en una cercanía (Nähe) que no se mide en centímetros. El cenicero está ahí a mi alcance; se me ofrece inmediatamente en su “para qué”. El reloj, al otro lado del escaparate, no está a mi alcance, por lo que a centímetros se refiere, pero está inmediatamente a mi alcance por lo que a su utilidad se refiere; está inmediatamente a mi alcance cuando percibo que estoy haciendo tarde. El espejo en el cual me veo, que está “ahí mismo” aunque esté separado de mi cuerpo por bastante distancia, está inmediatamente a mi alcance cuando me doy cuenta, casi como quien no quiere la cosa, de que estoy despeinado. El espejo está a mi alcance (y “alcance”, reiteramos, no dice aquí nada de distancia física mesurable cuando alargo el brazo), cuando decido arreglarme un poco el pelo antes de seguir mirando entre las mercancías. Cenicero, papelera, reloj, espejo, son entes “a la mano”, independientemente de la distancia que los separe de mi cuerpo. Por tanto, con la expresión “a la mano” (Zuhanden) no designamos un atributo más o menos objetivo de las cosas, sino una modalidad

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del ser de los entes. De la misma manera, con la “ex-posición”; con el “estar ahí enfrente” (Vorhanden) de las cosas que llamamos mercancías, no designamos tampoco un atributo más o menos objetivo de las cosas, sino también una modalidad del ser de los entes. Las expresiones “a la mano” o “ahí enfrente” no son más que expresiones metafóricas con las cuales penosamente intentamos abrirnos camino, a partir del lenguaje, hacia los fenómenos que precisan ser dichos. Así, no debe entenderse en lo “ahí enfrente” una especial potencia de la “percepción visual”, frente a una especial potencia de lo “táctil-instrumental” en el modo de ser de lo “a la mano”. Las modalidades del ser aquí presentadas no son deducibles a partir de teoría de la percepción alguna, ni de cualquier teoría de la atención. Las modalidades del ser no tienen nada que ver con los “sentidos” a través de los cuales se perciben las cosas. En cierto sentido, podríamos afirmar que la distinción entre “ser a la mano” y “ser ahí enfrente” es transversal a todos los sentidos, y tiene poco que ver con la preponderancia de un sentido perceptivo sobre los demás. De ahí la importancia de los ejemplos del espejo y el reloj, que son cosas “a la mano” la comprensión de las cuales se da a través de la vista sin que hablemos, en ningún caso, de ex-posición. La mercancía no es mercancía porque esté ex-puesta “para ser vista”; al contrario, mi aproximación a ella mediante la visión ya se da condicionada porque la cosa se me presenta bajo las condiciones de aparición de la mercancía. El reloj de la tienda está colocado (que no ex-puesto) para ser visto, y no obstante, el reloj es una cosa “a la mano”, no una mercancía. No es una especial atención de mi percepción visual; no es ninguna atrofia de lo visual respecto a lo “manual-operacional”, lo que hace de una cosa una mercancía. Por tanto, cabe aquí dejar de lado cualquier intento de deducción de las modalidades del ser que estamos describiendo a partir de una “teoría de los sentidos” o de una “teoría de la percepción”.

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Por otro lado, la mercancía se presenta según el modo de ser de lo “ex-puesto”, de lo “ahí enfrente”; pero no todas las cosas que se presentan según el modo de ser de lo “ahí enfrente” son mercancías. El modo de ser de la mercancía es una clase dentro de las cosas que son según el modo de ser de lo “ahí enfrente”, pero no la única. La mercancía es “ahí enfrente” en el modo de la “ex-posición”. La “ex-posición” es pues tan sólo una manera entre otras de “ser ahí-enfrente”. La no familiaridad (Unvertrautheit) o la novedad (Neuheit) suponen algunas otras formas de modalización de una cosa “ahí enfrente” 6. En estos modos de ser de la cosa como “ahí enfrente”, el “ser enfrente” de la cosa está basado, en algún sentido, en la “no familiaridad” con el trato respecto a la cosa, que se define siempre y en todo momento a partir de la familiaridad con un ámbito de cosas cotidianamente constituido que esta nueva modalidad de presentación viene a romper. En cambio, en la “ex-posición” como modalidad del “ahí-enfrente” propia de la mercancía, el carácter de “ser enfrente” de la cosa no proviene de una falta en el habérselas con la cosa; no proviene de una insuficiencia del trato, o de una presentación que irrumpe en la “totalidad respeccional” (Bewandtnisganzheit) en la cual se encuentran las cosas de mi cotidianidad7. Supone una especificidad de la “ex-posición” como modo de “ser enfrente” propio de la mercancía el hecho de que en este caso lo “enfrente” no se constituye desde una ruptura de la espacialidad de lo “a la mano”, sino desde una estricta continuidad (y, diríamos incluso, interpenetrabilidad) respecto a la totalidad respeccional de las cosas “a la mano”. Lo no familiar o lo nuevo irrumpen en la totalidad respeccional de las cosas cotidianas “a la mano”, y de alguna manera resaltan respecto al fondo de la cotidianidad; el “ser enfrente” de lo no familiar o de lo nuevo se confunde, de alguna manera, con este carácter “irruptivo”; es decididamente difícil separar dónde comienza el carácter de la irrupción con el carácter de “ser enfrente” de la cosa que se manifiesta según ese

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modo de ser8. En cambio, en el caso de la mercancía, caminamos naturalmente entre ellas, como si formaran parte integrante de nuestra totalidad respeccional, y no obstante, nuestro trato con ellas nunca es un trato como con cualquier otro ente “a la mano”. En principio, podríamos vernos impulsados a creer que esta diferencia podría tener que ver con el concepto jurídico de “propiedad”, pero una vez más, y como hemos señalado anteriormente, se pone inmediatamente de manifiesto la ausencia de simetría que se da entre la ex-posición y la falta de propiedad. Una cosa puede ser de mi propiedad y corresponderle el modo de ser de la ex-posición9; de la misma manera (como hemos visto anteriormente en los ejemplos del árbol bajo el que me cobijo, la papelera o el banco), una cosa puede ser “a la mano” y no ser de mi propiedad10. El peculiar modo de “ser enfrente” consistente en la ex-posición conlleva, en su misma consideración, que la cosa así presentada; la cosa ex-puesta, está, de alguna manera, alejada (entfernt). Este alejamiento (Entfernung) no tiene nada que ver, en primer lugar, con una distancia física, como anteriormente ha sido ya señalado11. La misma etimología de la expresión “ex-posición” señala el alejamiento esencial al que nos referimos respecto a las cosas que se nos presentan bajo este modo de ser: “poner fuera”, “sacar” de la espacialidad de lo “a la mano”; por tanto, “alejar” del ámbito de lo “a la mano”; “ex-poner” es, de alguna manera, “poner enfrente”. La cosa en el modo de lo ex-puesto; es decir, la mercancía, se presenta “alejada”. El carácter de “alejamiento” de una cosa no es, con todo, específico de las cosas cuyo modo de ser es la ex-posición. También lo que se presenta como “a la mano” puede en un momento dado estar “alejado”. La manera en la cual una cosa ex-puesta está alejada presenta, con todo, un carácter específico respecto al de las cosas “a la mano” habituales que intentará ser determinado mediante las siguientes descripciones comparativas:

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Estoy trabajando en la bibliografía de un estudio cuando reparo que me falta un título que podría ser pertinente incluir. Inmediatamente, sé que el libro está “por ahí”; sé que la última vez me pareció dejarlo más o menos por encima de la pila de los libros que están por catalogar; la pila que está al lado del radiador. El libro no está aquí mismo; el libro está alejado. Mi acción, inmediatamente desde el momento mismo del apercibimiento, es un “des-alejamiento” (Ent-fernung) del libro que está en el horizonte de mis cosas a la mano. Corresponde al sentido de la espacialidad del ser humano que la vivencia de su espacio se constituye constantemente y en todo momento como un ejercicio de “desalejamiento”; de “traer a la cercanía”, las cosas que se encuentran dispuestas en mi mundo circundante. Esto no es una cualidad accidental válida para la realidad de algunas descripciones fenomenológicas; es una cualidad inherente a la vivencia de la espacialidad del ser humano12. Observemos con detenimiento a una persona que está reparando el grifo del baño: pongamos atención a esa práctica tan habitual del constante “tantear” (a veces incluso a ciegas) con la mano sobre la caja de herramientas a la espera de encontrar cada vez la herramienta respectiva necesaria (la llave inglesa, el tornavís, la bolsa de las arandelas, etc). Este “tanteo”, que de diversas maneras y en diferentes contextos, de una manera u otra, siempre estamos realizando en nuestra vivencia inmediata del espacio, es lo que entendemos por “des-alejar”. La vivencia esencial del espacio del ser humano consiste en este constante des-alejar; traer a la cercanía, el ente que se encuentra en mi espacio circundante. De manera siempre imprecisa, siempre con un grado mayor o menor de indeterminación, yo sé que el ente “a la mano” está “por ahí”, y en mi tanteo lo “des-alejo”, es decir, lo traigo a mi cercanía. “Ir a por algo” (ir a por el mechero, que creo que me he olvidado en el bolsillo de la chaqueta) es (con el “tanteo”) otra expresión del “des-alejamiento” constitutivo de la espacialidad del ser humano; pero esto no debe entenderse como si el “des-alejamiento” se iniciara cuando me levanto de la mesa y mi

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cuerpo se desplaza por el comedor hacia el perchero, de manera que, cuando estoy a mitad del trayecto, el mechero estuviera “menos” des-alejado que cuando estoy sentado y me he dado cuenta de que no puedo encender mi pipa. El “des-alejamiento” no tiene que ver con el concepto de “distancia” (Abstand), y por tanto no tiene sentido decir que el mechero me es más cercano cuando estoy acercándome a la chaqueta que cuando me he apercibido en la mesa de que el mechero “me hace falta”. El mechero está des-alejado (está despejado del fondo de las cosas a la mano del espacio circundante) en el momento mismo en que tiene lugar el apercibimiento de su “hacerme falta”. En el apercibimiento de su “hacerme falta” el mechero ha sido “des-alejado” de la masa ausente de cuerpos de mi espacio circundante; ha sido “traído a la cercanía” de la manifestación para mí. En todos estos ejemplos descriptivos, nos movemos en todo momento en el des-alejamiento de cosas que tienen el modo de ser de cosas “a la mano”. El mechero, el destornillador, el libro, se me ofrecen como cosas según el modo de ser de las cosas “a la mano”, y son des-alejadas desde la espacialidad del des-alejamiento constitutiva del ser humano. El mechero, el tornavís o el libro se dan en una zona (Gegend) determinada: el comedor, el baño, mi habitación. La totalidad respeccional de un conjunto de cosas delimitada a un espacio es la zona. De la zona, es de donde le proviene a la cosa su pertinencia (Hingehörigkeit). El libro está en la pila de libros por catalogar, al lado del radiador. Esto no es una determinación general de la ubicación de este libro para todos los casos; esto es válido para éste ejemplar del libro, porque está en mi habitación. El libro es des-alejado desde la zona que constituye mi habitación. La caja de herramientas es zona desde la cual el tornavís puede ser “traído a la cercanía” (des-alejado); y a su vez, la caja de herramientas está en la zona del trastero. El trastero encuentra su “dónde” desde la zona general que es la “casa”. Las cosas “a la mano” son des-alejadas desde la zona de la que forman parte y de la cual reciben su “pertenencia” particular.

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También la tienda (en las descripciones que han tenido lugar para determinar el contenido de la “ex-posición” como modo de ser) es una zona (Gegend). Desde la zona de la tienda, a través de la cual paseo, pre-comprendo inmediatamente que la papelera y el vestido no son el mismo “tipo de cosas”; pre-comprendo inmediatamente que para utilizar la papelera no he de pagar, pero precomprendo también inmediatamente que no me puedo llevar el vestido sin pagar. Veo inmediatamente que la papelera está “colocada”, mientras que el vestido está “ex-puesto”. Se manifiesta de manera obvia que la papelera es una cosa “a la mano” y el vestido es una mercancía. Es desde la tienda como zona (como totalidad respeccional determinada) desde la cual este horizonte de relaciones se me manifiesta como evidente y aproblemático. En mi deambular por la tienda, entre las mercancías, en un momento dado me veo en la necesidad de desprenderme de un pañuelo de papel que acabo de utilizar: mi necesidad “des-aleja” la papelera, insospechada para la existencia por mí hasta ese momento; después de un par de pasos inciertos la vislumbro, al lado de los probadores: voy hacia allá y arrojo el papel. En ningún momento, este des-alejar la papelera del fondo de la totalidad respeccional en la que me estoy moviendo manifiesta la papelera de manera especial; no “re-paro” en ella de manera especial; ni tan siquiera me “paro” a mirarla; dicho de otra manera: la papelera es “des-alejada”, pero este “des-alejamiento” no la pone nunca “enfrente” de mí para ser observada. En todo momento, la espacialidad de la papelera es la espacialidad “a la mano” de la cosa dentro de la totalidad respeccional de la tienda. Que la papelera sea “des-alejada” no implica, en ningún momento, que haya sido puesta “enfrente”; no implica, en ningún momento, un cambio en la modalidad de ser de la papelera. “Des-alejamiento” (Ent-fernung) no implica, en ningún momento, “ser-enfrente”; o conversión de la cosa “a la mano” en cosa

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“ex-puesta”. Puede tener lugar esa conversión, pero no es, ni mucho menos, algo necesario; de hecho, el des-alejamiento es una estructura de la espacialidad del ser humano en su inmediato desenvolverse respecto a su mundo circundante13. Es posible que dos segundos después de haber arrojado el papel, no sea capaz de responder a la pregunta sobre qué color tenía la papelera. En el des-alejar algo en mi movimiento alrededor de mi espacio circundante, la cosa desalejada puede presentar cierto relieve respecto al resto de cosas entre las cuales está imbricada; puede “re-saltar” de su imbricación en la zona en la cual tiene su lugar; puede pasar a presentarse como “ahí enfrente”. Esto implica un cambio en la modalidad respecto a la cual la cosa se me venía manifestando hasta ese momento. Pero esto no tiene nada que ver con el concepto de des-alejamiento en sí. De la misma manera que el concepto de des-alejamiento no implica en ningún momento una variación en la modalidad del ser del ente, el ser ex-puesto de la mercancía des-aleja la cosa en su alejamiento. Esta es, en cierto modo, una paradoja que corresponde de manera peculiar a los entes ex-puestos que denominamos mercancías. La mercancía es, en cierto sentido, des-alejada en mi reparar “de pasada” en ella, en mi deambular sin rumbo fijo alrededor de ella, echándole “un vistazo”. El estar de la mercancía sobre un maniquí no es para mí algo no-familiar; no es, tampoco, algo nuevo o extraño. La mercancía ex-puesta no es “enfrente” mío en ese sentido (en el de lo extraño o lo nuevo); al contrario, mi moverme alrededor de las mercancías es algo absolutamente normal y cotidiano. En ese sentido, mi avanzar entre las mercancías las des-aleja constantemente y naturalmente, sin solución de continuidad entre ellas, en mi deambular con vistas a mi necesidad: comprar una camisa. No obstante, las prendas son des-alejadas en su imposibilidad de ser accesibles inmediatamente a la mano. En todo momento, sé que la prenda no puede ser “des-alejada” en su utilidad (en su “ser

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a la mano”), de la misma manera que lo había sido la papelera en función de mi necesidad de lanzar el papel. Por tanto, la mercancía es des-alejada en su lejanía. La mercancía no está ahí “a la mano” porque no está ahí para ser “usada”. Si estuviera dispuesta para ser usada no estaría sobre un maniquí. Esta inmediata “imposibilidad para el uso”, a pesar de su proximidad física, es su alejamiento; es su falta de cercanía. La mercancía es des-alejada en su lejanía. La mercancía es pues un “ser a la mano” al que se le ha arrebatado su espacialidad “natural”. Su disposición en la zona no es una disposición “natural” que corresponda al habitual mundo entorno (la camisa no es un ente hecho para estar encima de un maniquí; la camisa es un ente hecho para estar encima de una persona. En todo caso, es el maniquí el ente hecho para ser puesto en una camisa). La tienda como zona en la que tienen su lugar las mercancías delimita una nueva espacialidad de las cosas; una espacialidad caracterizada por la interpenetrabilidad entre el “ser a la mano” y el “ser enfrente”. Esta interpenetrabilidad constante y no problemática es posibilitada por ese modo peculiar de “ser enfrente” que es la ex-posición. La espacialidad de esa zona que llamamos “tienda” se constituye pues como una espacialidad híbrida. Yo me muevo, me desplazo, deambulo entre mercancías que, en cierto sentido, constituyen mi espacio circundante; las mercancías son, en la zona de la tienda, el ente que me viene inmediatamente al encuentro; como entes que me vienen inmediatamente al encuentro, no son extraños, ni son, tampoco, no-familiares; con todo, son “ahí enfrente” en tanto que ex-puestos; por muy normalmente y cotidianamente que se constituyan en mi deambular a través de ellos, en todo momento se me manifiestan como “alejados”, o según la fórmula anteriormente explicitada (que, a pesar de su aparente dificultad conceptual, nos parece la más precisa), “des-alejados en su alejamiento”14. Este alejamiento consiste en su propia espacialidad: están sobre los mani-

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quís, en cajas, alineadas sobre estanterías, encerradas en escaparates ... La ex-posición saca a la cosa de su lugar (Platz)15 y le constituye uno nuevo; este nuevo lugar sólo le pertenece a la cosa dentro de la zona de la tienda. Caminar por una tienda quiere decir: caminar entre cosas des-colocadas; caminar entre cosas cuyo lugar es, provisionalmente, estar “fuera de lugar”16. El lugar de la camisa no es el maniquí, sino el cuerpo humano; el lugar del coche no es el escaparate del concesionario, sino la carretera o el garaje. El coche, dentro de los límites del escaparate del concesionario, no tiene espacio para correr. La comida, alineada sobre la estantería, no tiene a su lado ninguna mesa en la que poder comer; no hay platos ni vasos ni buena compañía; tampoco hay cerca fogón alguno en el que poder cocinar. Esta percepción de la mercancía como “des-colocada”, como fuera del lugar en el que podría ser “a la mano” (connatural a la ex-posición), señala el carácter peculiar de su espacialidad híbrida17: la mercancía está en un espacio que no es “a la mano”, pero que es un espacio constituido para que las cosas puedan llegar a ser “a la mano” en la totalidad respeccional de las cosas a la mano de mi mundo circundante cotidiano concreto. A partir de esta última consideración, puede llevarse a cabo una determinación ontológica del verbo “comprar” que supere su mera determinación óntica como “obtener algo con dinero”. “Comprar” es “obtener algo con dinero” tan sólo desde la perspectiva preanalítica que no ha determinado todavía los contenidos descriptivos específicos de este “algo” que es obtenido mediante el dinero. Este “algo” que se obtiene mediante el dinero es la “mercancía”. El contenido fenomenológico descriptivo de la mercancía ha sido descrito teniendo en cuenta la espacialidad de su modo de manifestación. La elección del eje de la espacialidad a la hora de describir la mercancía no ha sido una elección arbitraria, como si pudiéramos haber escogido cualquier otro eje para describir la mercancía. El modo de ser de la mercancía está

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directamente vinculado a la experiencia humana de la espacialidad18. Desde esta experiencia, la descripción de la cual ha sido esbozada con anterioridad, puede determinarse el contenido ontológico de la palabra “comprar”: “Comprar” es cambiar, mediante un acto de la voluntad, la modalidad de ser de una cosa; concretamente, es convertir la cosa ex-puesta en cosa “a la mano”; es, por tanto, integrar una cosa a la totalidad respeccional de cosas que configuran mi mundo circundante cotidiano. En este sentido, es convertir lo ex-puesto en colocado; y colocado en mi mundo circundante cotidiano. Desde la definición fenomenológica de “mundo”, vinculada a la totalidad de remisiones y a la totalidad respeccional, puede decirse que “comprar” es ampliar el mundo. Es absolutamente necesario ser cautos con cualquier juicio de valor respecto a esta última afirmación: su sentido es absolutamente técnico y específicamente vinculado a la definición fenomenológica de mundo como “totalidad de remisiones” y “totalidad respeccional”. Ésa camisa azul no estaba antes en el horizonte de des-alejamiento de las cosas de mi mundo circundante cotidiano; pero después de comprarla, pasa a formar parte de él. Es un elemento más de mi totalidad respeccional cotidiana. Cabe vaciar la correspondencia establecida entre la acción de “comprar” y la “ampliación del mundo” (fenomenológicamente comprendido) de cualquier contenido de valor, ya sea éste crítico o apologético: su contenido es, en el orden de nuestras investigaciones, meramente descriptivo. En este sentido, la palabra “ampliación” habla simplemente de una mayor complicación cuantitativa (en algunos casos cualitativa, como cuando compro algo que implica una estructura de remisiones que nunca se había dado antes: eso es lo nuevo, como cuando compro un ordenador por primera vez) en las remisiones y conformidades entre las cosas de mi mundo circundante y yo mismo. Un número mayor de camisas en un armario implica, desde una perspectiva meramente cuantitativa, una mayor

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cantidad de remisiones entre los entes de mi mundo circundante (por ejemplo, mayores posibilidades de combinación entre los pantalones y las camisas según sus colores). Un exprimidor de naranjas implica la posibilidad de una remisión con las naranjas de la cesta que, respecto a mí mismo, me presenta la posibilidad de tomar zumos naturales (en este caso, la remisión es cualitativa). Esto son posibilidades de remisión y de conformidad entre las cosas de mi mundo circundante “a la mano” y yo mismo que no se dan de no poseer estas cosas a mi alrededor en su modo de ser “a la mano”. En ningún caso, la existencia de estas posibilidades implica que estas remisiones, cuantitativamente amplias, encuentren un cumplimiento. Mucha gente tiene un exprimidor de naranjas acumulando polvo en un trastero de la cocina porque es más fácil comprar un zumo prefabricado. Puede pasar que haya muchas combinaciones entre camisas y pantalones que nunca se lleguen a efectuar en un momento dado como una remisión fáctica llegando a tener conformidad conmigo mismo. Del hecho de la ampliación cuantitativa de la conectividad de las remisiones, y la conformidad de éstas remisiones respecto a mí, no se deduce en ningún momento una evaluación positiva del acto de compra como tal. Reiteramos que nos movemos, de momento, en un ámbito puramente descriptivo. Pero negar el hecho de que, en la vivencia del acto de compra, subyace una vivencia de “ampliación del mundo”, entendida ésta como una ampliación cuantitativa de las cosas que me vienen inmediatamente al encuentro en el modo de lo “a la mano”, y por tanto, una ampliación cuantitativa de las relaciones de conformidad de las cosas que me vienen al encuentro en mi cotidianidad inmediata, sería negar el aspecto de fascinación que el acto de compra parece ejercer sobre los seres humanos. Los seres humanos quieren “tener cosas”, no porque sean avariciosos o porque confundan, como afirman muchos discursos más o menos angélicos, el “ser” con el “tener”19, sino

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porque “tener cosas” implica que desde el ámbito del ente que me viene inmediatamente al encuentro como “a la mano” se establecen nuevas posibilidades de acción en el mundo. Esto es un hecho descriptivo puro, no susceptible (todavía) de evaluación o valoración. Cosas que me rodean y que no pueden ser incorporadas a la totalidad de remisiones y a la totalidad respectiva de mi mundo cotidiano circundante por su modo de manifestación pueden pasar a ser incorporadas a mi mundanidad cotidiana mediante un acto de compra: éste es el sentido del dinero. El dinero tiene como finalidad llevar a cabo esta transmutación; esta “conversión” en la modalidad del ser. El dinero modaliza el ser de los entes en su manifestación20. A la pregunta inicial que habíamos llevado a cabo, la pregunta “¿Qué es el dinero?”, habíamos respondido, prefilosóficamente, que “el dinero es (algo que sirve) para comprar”. El dinero se define desde su teleología, desde su finalidad. Ahora hemos llevado a cabo el significado ontológico de este “comprar”: modalizar el ser de los entes en su manifestación. Pero en todo momento, hasta donde hemos llevado a cabo nuestra descripción, nos hemos fijado en la descripción del lado de la mercancía; es decir, nos hemos fijado en la descripción de “lo comprado”. No hemos dicho nada todavía nada sobre “lo que compra”, entendido como medio (el dinero) ni sobre la pareja de sujetos que tienen lugar en el acto de compra: el comprador y el vendedor. Nuestro análisis ha estado centrado en la mercancía, como por otra parte, no podía ser de otra manera. En descripciones posteriores, ampliando el mismo contenido de nuestra fenomenología descriptiva de los actos de compra, intentaremos subsanar estas ausencias.

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Bibliografía Fromm, Erich: ¿Tener o ser?, FCE, 1978. Fuenteseca, Cristina: La posesión mediata e inmediata, Dykinson, 2002. García-Durán, Principios de economía, Documents, 2005. Giddens, Anthony: Consecuencias de la modernidad, Alianza Ed., 1999. Gill, Louis: Fundamentos y límites del capitalismo, Trotta, 2002. Heidegger, Martin: Sein und Zeit, Max Niemeyer Verlag, 1993. ———. Die Grundprobleme der Phänomenologie, Gesamtausgabe Band 24, Vittorio Klostermann, 1975. ———. Prolegomena zur Geschichte des Zeitbegriffs, Gesamtausgabe Band 20, Vittorio Klostermann, 1979. Marshall, Alfred: Principios de economía, Ed. Síntesis, 2005. Marx, Karl: Das Kapital. Kritik der politischen Ökonomie, Karl Dietz Verlag, 2003. Simmel, Georg: Philosophie des Geldes, Gesamtausgabe Band 6, Suhrkamp, 1989. Stanley Jevons, William: La Teoría de la Economía Política, Pirámide, 1998.

Endnotes 1

Es difícil que, incluso el propietario de una tienda, defina el dinero como “algo para vender”. De la misma manera, difícilmente ningún trabajador (proletario) lo definiría como “el resultado de mi trabajo”. Esto no es casual, y está lejos de ser una observación sin interés: el dinero se presenta todo él como algo orientado al futuro; es vivido, en su esencia más profunda, como un fenómeno circunscrito a la temporalidad proyectiva. Jevons, en el marco de la crítica a la teoría del valor-trabajo de Ricardo, subraya este aspecto proyectivo en toda actividad económica: “Una vez gastado, el trabajo no tiene ninguna influencia en el valor futuro de ningún artículo: se ha ido y perdido para siempre. En el comercio, lo pasado es lo pasado para siempre, y

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siempre estamos empezando de cero, juzgando los valores de las cosas con vistas a su utilidad futura. La industria es esencialmente prospectiva, no retrospectiva, y raramente el resultado de cualquier empresa coincide exactamente con las primeras intenciones de sus promotores”; víd. Jevons, 1998, pág. 181. La crítica a esta tendencia consustancial del dinero a “ocultar” el origen del valor, víd. en el clásico capítulo de Marx, Das Kapital, Dietz, I, 4, pág. 85 y ss. 2

3

Todos los manuales de economía definen al dinero a partir de sus funciones: medida de valor, medio de intercambio, reserva de valor y sistema de pago. Así, la definición canónica del dinero en ciencia económica se acostumbra a presentar como “todo aquello que sea aceptado socialmente como medida de valor, medio de intercambio, reserva de valor y sistema de pago” (víd., por ejemplo García-Durán, 2005, pág. 112). No decide sobre la descripción de un acto de compra si adaptamos, en teoría económica, una teoría del valor subjetivo u objetiva; basada en la determinación de la utilidad marginal o basada en el factor de la cantidad de trabajo necesaria para la producción; una teoría que parta de las evaluaciones subjetivas del consumidor aislado, o una teoría que tenga en consideración factores como los costes de producción. Todas estas cuestiones referentes a la teoría económica del valor son, de momento, irrelevantes en el orden de nuestra investigación. Lo único que cabe conceder a la descripción fenomenológica de un acto de compra es que el factor o factores de los que depende el valor y su fijación difícilmente comparecen como tales en la forma de la manifestación de la mercancía en tanto que mercancía; precisamente, es el dinero la forma en la cual comparecen esos factores. En el dinero, el factor determinante del valor (ya sea el tiempo de trabajo, la utilidad subjetiva, la utilidad marginal, etc) comparece ocultándose diluido en las mercancías (víd. Marx, Das Kapital, K. Dietz, I, 4, pág. 85 y ss.).

4

Heidegger, SuZ, par. [22]: “Das “zur Hand” Seiende hat je eine verschiedene Nähe, die nicht durch Ausmessen von Abständen festgelegt ist” (pág. 102).

5

El hecho de que para que una cosa sea mercancía sea necesario que esta cosa no sea “mía” es evidente a la luz de lo dicho en la página 5: la mercancía es la cosa cuando para acceder a ella necesito dinero. Ahora bien, es necesario enmarcar nuestra descripción del modo de ser de la mercancía a nuestra fenomenología de los actos de compra, y no al concepto jurídico de la

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propiedad; es obvio que la mercancía siempre es “de alguien”, e incluso las mercancías en depósito (stock) tienen un propietario legal. La definición técnica de Menger de “mercancía” considera “mercancía” algo tan general como los “bienes económicos de todo tipo destinados al intercambio”. El problema del carácter genérico de esta definición es que su amplitud podría implicar bajo el concepto de mercancía cosas como el trabajo o el propio dinero, hecho que la lleva más allá del marco de nuestra fenomenología de los actos de compra. 6

Heidegger entiende por lo “no familiar” (Unvertrautheit) lo “conocido” (gekannt) pero respecto a lo cual no sabemos habérnoslas; el ejemplo es el de una persona que entra en un taller de un zapatero: podrá reconocer algunas herramientas, pero éstas no son para él, ciertamente, “a la mano”. No son “extrañas”, pero son, de algún modo, no familiares (GA 24, pág. 432). Piénsese en el funcionamiento de un coche (embrague, palanca de marchas, etc) para una persona que no tiene el carnet de conducir, por ejemplo. En cambio, para un aborigen del amazonas, las cosas de un taller de zapatero, se presentan según el modo de ser de lo nuevo (Neue), en el sentido de lo extraño, de aquéllo respecto a lo cual no sabemos en qué sentido podría llegar a ser alguna vez “a la mano” para alguien (GA 24, pág. 442).

7

SuZ, par. [18], pág. 84.

8

A su vez, la modalización de algo en “ser enfrente” puede producirse según formas diferentes de irrupción: el “estropearse” de algo con lo que tengo un trato “a la mano” hasta ese momento lo hace relevante, modificando de manera inmediata su modo de ser anterior. En este caso, se da una continuidad entre el modo de ser de la cosa “a la mano” y su manifestación bajo la nueva modalidad (estoy clavando un clavo con un taladro cuando, de repente, el taladro deja de funcionar. Inmediatamente abro el taladro para inspeccionar dónde reside el error; el taladro no está manifestándose de la misma manera en la primera situación, “a la mano”, que en la segunda, “ahí enfrente”; pero en cualquier caso hay una continuidad en la experiencia respecto a un objeto que es en todo caso el mismo). Pero también la aparición de algo insospechado en un contexto determinado puede hacer que algo se presente como “ahí enfrente”; un pingüino no destaca en el polo norte; para un esquimal un pingüino es como para nosotros un gato callejero; pero sí destaca respecto al fondo de cotidianidad constituido si

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hace su aparición en una playa de Calonge (como parece ser que ha pasado accidentalmente alguna vez). Por otro lado, la aparición de un pingüino en su estanque del zoológico se daría también bajo las condiciones de “ser enfrente” que son ahora centro de nuestro interés; es decir, bajo las condiciones de manifestación de la “ex-posición”. El pingüino está expuesto en el zoológico para ser visto, como la ropa en un escaparate, y en este sentido, es una mercancía peculiar, pues el pago en dinero no es para comprarlo, sino para verlo, aunque su modo de ser sea el mismo: la exposición. 9

Piénsese en cualquier mueble que pueda comprenderse dentro del concepto de “antigüedad”: no está ex-puesto para ser utilizado, sino para ser observado, aunque en un momento dado pueda ser utilizado, y pasar a ser considerado como “a la mano”. En este caso, el paso del tiempo parece inhabilitar, o cuanto menos suspender, su modo de manifestación como “a la mano”. Piénsese también en el ejemplo anteriormente citado de las mercancías en stock para el propietario legal (vendedor) de estas mercancías: son de su propiedad pero no dejan de estar ex-puestas.

10 Distinta consideración deberíamos hacer respecto al concepto, también jurídico, de la posesión. Definida etimológicamente de manera diversa por los historiadores del derecho, el concepto de “posesión” (possessio) hace referencia, originariamente, a la descripción de una situación de hecho (según Kaser, refiere a “aquél que tiene el objeto en las manos”; según Biondi, possidere vendría de potis sedeo, es decir, “soy señor”; Fuenteseca sintetiza afirmando que “etimológicamente responde a la idea de asentarse o aposentarse materialmente sobre algo”; víd. Fuenteseca, 2002), de la cual se acabarán derivando derechos, en algunos casos, de propiedad (como la usucapión, por ejemplo, en la cual un acto de posesión dilatado en el tiempo acaba generando un derecho de propiedad). En el caso del concepto de “posesión”, parecería acertado decir que lo que está “ex-puesto” se define, de alguna manera, desde su imposibilidad de ser poseído (a no ser mediante la compra, es decir, mediante el dinero). En el caso de cosas no fungibles, puede darse la prueba como un acto previo al acto de compra (probar un vestido antes de comprarlo); pero durante la prueba, de alguna manera, la cosa no es plenamente “a la mano”; en la prueba, la cosa se sitúa en un modo “entre” la ex-posición y el modo de ser “a la mano” sumamente peculiar, más allá del hecho evidente de que durante la prueba el vestido no

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es todavía “mío” (en sentido propietario), aunque esté, en ese momento, en mi posesión. 11 M. Heidegger, GA 20, pág. 309-310: “Abstand und Entfernung fallen nicht zusammen: Abstand ist vielmehr ontologisch in Entfernung fundiert und kann nur entdeckt und bestimmt werden, wenn Entfernung ist”. 12 Heidegger, SuZ, par. [23], pág. 105: “Ent-fernung entdeckt Entferntheit. Diese ist ebenso wie Abstand eine kategoriale Bestimmung des nicht daseinsmäBigen Seienden. Entfernung dagegen muss als Existenzial festgehalten werden”. 13 Heidegger, SuZ, par. [23], pág. 105: “Auch bestimmte Arten des rein erkennenden Entdeckens von Seiendem haben den Charakter der Näherung”. 14 La primera parte de esta precisa aunque rocambolesca expresión (desalejados) refiere a la parte de la cosa ex-puesta que esta cosa comparte con las cosas “a la mano”, en el sentido de cosas que me salen inmediatamente al encuentro. La mercancía es des-alejada desde las condiciones peculiares de des-alejamiento que le proviene de la zona (tienda) en la que se encuentra, y que fija sus condiciones de aparición. La segunda parte de la expresión (en su alejamiento) refiere a la imposibilidad de esa cosa que me viene inmediatamente al encuentro de ser utilizada como cosa “a la mano”; pero esta imposibilidad (esto es importante) le pertenece a la cosa misma desde su modo de aparición; la cosa no me aparece como “a la mano”; la cosa “se me sustrae”; la cosa me viene al encuentro en su “no poder ser-me a la mano”. No es una cosa “a la mano” que no puede ser utilizada por alguna razón (en este sentido, por ejemplo, que la cosa no sea “mía”). La cosa expuesta no es una cosa “a la mano” que no puede ser utilizada porque no sea (todavía) mía. El ejemplo de la mercancía no tiene que ver nada con el ejemplo de un banco del parque en el que no me puedo sentar porque está “recién pintado”. El banco del parque, sobre el que cuelga el cartel de “recién pintado”, no está efectivamente “ex-puesto”, sino que sigue estando, en todo momento, colocado. Ese banco sigue estando en “su” lugar. Su acceso como cosa “a la mano” se ha visto suspendido, pero en todo momento el banco es una cosa “a la mano” que se me muestra en su imposibilidad accidental de ser usada. Esto lo demuestra el hecho de que, en el caso de que no viera el cartel, me habría sentado efectivamente en el banco (para darme cuenta posteriormente, para mi desgracia, de que había cometido un error). Nada de esto sucede con la mercancía; la mercancía lleva, en sus propias

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condiciones de manifestación, su sustraerse como “a la mano”, sin ningún otro condicionante “externo” que sus propias condiciones de aparición en la misma zona de la tienda. Nadie cogería una mercancía (sin la mediación del dinero; es decir, sin pagar) por “error”; y no hace falta pensar mucho para decidir qué consideración tendría para la seguridad de la tienda alguien que argumentara que había cogido algo “por error”, o por no saber que estaba “ex-puesto”. Por otro lado, algo que fuera “a la mano” pero que no pudiera ser utilizado por algún hecho concreto (como por no ser “mío”), no se manifestaría sobre un maniquí, sino que su acceso se presentaría como para ser usado inmediatamente. En el acto de compra no se manifiesta nunca inmediatamente la cuestión de la “propiedad” como tal; el acto de “comprar” no es vivido como un “intercambio de propiedades” (tampoco de “posesiones”, pues el vendedor no tiene las mercancías “en sus manos”, sino que éstas residen en el espacio “fenomenológicamente neutral” de la ex-posición); de hecho, cuando compro algo, no sé exactamente muy bien “a quién” se lo compro. El acto de compra como acto jurídico sólo se manifiesta como un acto reflexivo posterior al hecho de la compra como tal. El paso de la fenomenología del acto de compra como tal al acto de compra como acto jurídico-teórico se analizará en posteriores desarrollos de nuestra teoría. 15 Este “lugar” del que viene la mercancía, que no es, en el fondo, ningún “lugar” (y de aquí viene la categoría de la “producción”, será tematizado posteriormente en una fenomenología genética de los actos de compra. El “mirar lo que está ex-puesto” no es el “contemplar teórico”, pero tampoco es el simple “mirar” el mundo circundante exterior a la zona de la tienda. 16 El lugar (Platz) de la mercancía consiste en existir “fuera de su lugar”; ésta es otra de las paradojas de la espacialidad de la ex-posición. Por otro lado, la des-colocación no es otra cosa que la ex-posición vista desde la perspectiva de la espacialidad de lo “a la mano”; la camisa, ex-puesta sobre un maniquí, está des-colocada del lugar para el cual ha sido hecha, que es el cuerpo humano; el coche, ex-puesto en el concesionario, está descolocado respecto a la carretera. Ex-posición y des-colocación son como las dos caras de la misma moneda, según la dirección de la mirada se oriente hacia la espacialidad de lo “a la mano” o hacia la espacialidad de lo “ahí enfrente”. Mirar las cosas “ex-puestas” desde la perspectiva de la espacialidad de las cosas “a la mano”; es decir, verlas como des-colocadas,

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es un ejercicio teórico según el cual, paradójicamente una vez más, para que la mercancía sea comprendida en su ser natural, ha de ser violentada teóricamente contemplándola desde su ser a la mano. 17 Las cosas ex-puestas están des-colocadas respecto a su comprensión inmediata como “a la mano”, dado que han sido arrancadas de totalidad respeccional alguna concretada en la cual pudieran funcionar como “a la mano”. Pero esto no quiere decir que estén des-colocadas respecto a totalidad respeccional alguna dada, como si las hubieran sacado “literalmente” de sus condiciones “a la mano”. La manifestación de la cosa en la espacialidad de la ex-posición es una manifestación originaria. La camisa que veo sobre el maniquí no ha sido sacada de un cuerpo humano para ser ex-puesta ahí enfrente; el coche del concesionario no ha sido sacado de la carretera para ser ex-puesto ahí (si es de primera mano, claro está). El pan ex-puesto en las cajas de la panadería no ha sido sacado de la mesa para ser ex-puesto ahí. El “no ser a la mano” de la mercancía no proviene de que se le haya “sustraído” a éstas mercancías concretas, ex-puestas ahí enfrente, algún anterior “ser a la mano” desde el cual hubieran estado siendo. Desde la constatación de este hecho, cabe llevar a término dos consideraciones importantes. Primera: ¿cómo puede una cosa que nunca ha estado colocada en totalidad respeccional “a la mano” alguna manifestarse como “des-colocada”?. Ésta pregunta nos conducirá al papel que jugará la mercancía como idea: la mercancía no se presenta des-colocada respecto a totalidad respeccional alguna anterior, sino que la mercancía ha sido pensada para que se muestre como des-colocada respecto a mi totalidad respeccional “a la mano” concreta como comprador, totalidad respeccional concreta que ha tenido, pues, que ser pensada hipotéticamente por el productor de la mercancía. Segunda: la cosa ha sido hecha para ser ex-puesta; eso nos conduce a la categoría económica de la producción como categoría generadora de la espacialidad de la ex-posición. Estas consideraciones serán objeto de análisis en nuestra fenomenología genética de los actos de compra. 18 No sólo de la espacialidad; habrá de ser tenido en cuenta el aspecto fundamental de la temporalidad de la mercancía. Pero desde el orden expositivo, es esencial comenzar desde la descripción de la espacialidad de la mercancía. La conexión entre los cambios en la comprensión de la espacio-temporalidad y los fenómenos económicos (fundamentalmente el dinero) ha sido señalada con acierto por Simmel, aunque es ganada

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desde categorías no fenomenológicas (víd. Simmel, GA 6, pág. 448 y ss); el concepto sociológico de “desanclaje” es reconocido por Giddens como extraído a partir de la investigación de Simmel (víd. Giddens, 1999, pág. 23). 19 No descartamos un contenido de verdad en la famosa tesis sobre la confusión substancial al ser humano entre el “ser” y el “tener” (víd. Fromm, 1978, pág. 77 y ss.); tan sólo discutimos que el fundamento ontológico del deseo humano de “tener muchas cosas” recaiga en esta confusión. Básicamente porque el contenido de la tesis de la confusión no ha procedido previamente a una descripción fenomenológica detallada de lo que significan los conceptos de “ser” y “tener” en la órbita de nuestros problemas, como por ejemplo la que hemos llevado a cabo nosotros con el “comprar”. La tesis de la confusión recae en el ámbito de la descripción de la vida psicológica subjetiva del ser humano desde cierta denuncia de una “pérdida de sentido”, y la circunscribe al ámbito de la terapéutica. Este punto de partida de la tesis de la confusión, que adopta desde sus raíces más profundas una perspectiva terapéutica, condiciona todo el desarrollo posterior de sus descripciones sobre la vida psicológica del sujeto en la sociedad moderna en la búsqueda de la felicidad, y sus desarrollos sólo serían aplicables con generalidad aceptando la tesis de que todos estamos enfermos (tesis que, no siendo descartable de entrada, requiere de una fundamentación más precisa por parte del que la sostiene, bajo peligro de caer en una petición de principio si no lo hace). 20 Toda la conceptualización de la ciencia económica sobre las “necesidades” y las “utilidades” está decididamente falta de una fundamentación ontológica a la hora de fijar su contenido. En el mejor de los casos, estos conceptos son descritos y clasificados por categorías sin haber llevado a cabo una investigación ontológica sobre su fundamento. Así, encontramos por doquier “tablas de clasificación de las necesidades” (Marshall, 2005, pág. 117), y colecciones de definiciones sumamente generales (y normalmente presas de una metafísica materialista) de la utilidad (Jevons, 1998, pág. 93 y ss.). Nosotros intentaremos circunscribir la fundamentación ontológica de estos conceptos a partir de una investigación fenomenológica previa sobre el concepto de mundo, que les atorgue una base sólida o, dado el caso, los muestre en su problematicidad.

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