“Fenicios occidentales, mastienos, blasto-fenicios y bastulo punicos en el I milenio a.C.”, en A. Adroher y J. Blánquez (eds.), Actas I Congreso Internacional de Arqueología Ibérica Bastetana, Baza, 2008, Madrid, 2008, pp. 197-209

June 29, 2017 | Autor: J. López Castro | Categoría: Phoenicians, Iron Age Iberian Peninsula (Archaeology), Phoenician Punic Archaeology
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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID. VARIA 9. Ier Congreso Internacional de Arqueología Ibérica Bastetana Madrid 2008, pp. 197-209

FENICIOS OCCIDENTALES, MASTIENOS, BLASTO-FENICIOS Y BÁSTULO-PÚNICOS EN EL I MILENIO A.C.1 JOSÉ LUIS LÓPEZ CASTRO UNIVERSIDAD DE ALMERÍA

RESUMEN En este trabajo se analizan las interpretaciones de los distintos pueblos mencionados en las fuentes griegas y latinas como mastienoi, bastuli, blastophoinikes y blastulo poeni. Más que un significado étnico o político se propone una hipótesis basada en la consideración de estos términos como derivados de significación geográfica tendente a designar los nombres de las poblaciones fenicias occidentales a lo largo del primer milenio a.C. Palabras clave: fenicios occidentales, mastienos, blastofenicios, bástulos, sur de la Península Ibérica, I milenio a.C., historiografía.

ABSTRACT In the paper are revised the main interpretations on the peoples mentioned in greek and latin sources as mastienoi, bastuli, blastophoinikes and bastulo poeni. Rather than ethnical and political signification, in the paper is proposed an hypothesis based in the consideration of these people names as derived of geographical meaning to designate the western Phoenicians names along the first millennium B.C. Keywords: Western Phoenicians, mastienoi, blastophoinikes, bastuli, south of Iberian Peninsula, 1st millenium B.C., historiography.

1 Este trabajo es resultado del Proyecto de Excelencia P06 HUM-01575 El Patrimonio Fenicio en el litoral oriental de Andalucía. Investigación, puesta en valor y difusión, financiado por la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía.

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José Luis López Castro

INTRODUCCIÓN Las noticias de las fuentes griegas y latinas sobre la Iberia anterior a la conquista romana no son fáciles de tratar para cualquier estudioso de la presencia fenicia o de la Historia de los pueblos autóctonos. A un milenio de aportaciones fragmentarias de escritores antiguos de todos los géneros, que suman noticias en ocasiones contradictorias y a veces desesperantemente incomprensibles, hemos de sumar los prejuicios y las preconcepciones de las modernas tradiciones de estudios, reproducidos acríticamente en las sucesivas generaciones de investigadores, o las absurdas separaciones disciplinares ante un mismo objeto de estudio. El significado histórico que hemos de desentrañar de las noticias sobre las diferentes comunidades que poblaban el sur peninsular es un buen ejemplo de lo dicho. El rasgo positivo es que globalmente nuestro conocimiento es mejor, no sólo a través del estudio de los textos, sino de su continua confrontación con una realidad arqueológica independiente de las fuentes escritas, que ha crecido exponencialmente en los últimos tres o cuatro decenios y a cuya luz debemos replantearnos aquéllas, al menos hasta donde nos sea posible. En la presente contribución voy a proponer un conjunto de hipótesis que nos ayuden a comprender el significado, a veces inextricable y contradictorio, de las noticias sobre una serie de comunidades humanas mencionadas en las fuentes clásicas desde Hecateo hasta Ptolomeo, desde el siglo VI a.C. hasta el II d.C., que habitaban el sur peninsular. Fenicios, tirios, cartagineses, tartesios, mastienos, libiofenicios, blastofenicios, bástulo-púnicos constituyen algunos de los elementos de un rompecabezas literal, en el que han derrochado paciencia e ingenio numerosos investigadores en los últimos ciento cincuenta años, ofreciendo diferentes propuestas de solución. Unas mejor fundamentadas que otras, desde distintas visiones del Mediterráneo antiguo, pero que en su conjunto han hecho avanzar la ciencia histórica. Debemos pues, mucho, a quienes se han enfrentado a esta problemática y las hipótesis que voy a exponer a continuación son deudoras de las aproximaciones propuestas por diversos investigadores como Koch (1984, 2003), Iniesta (1989), García Moreno (1989, 1990), Pastor (1993), Ruiz y Molinos (1992), Abad (1992), Ferrer en distintos trabajos (Ferrer y Bandera, 1997; Ferrer y Prados, 2001-2002, Ferrer, 2004) o Moret (2002), entre otros.

TARSHISH, MASTIA Y LOS MASTIENOS Comenzaremos por los orígenes de la presencia fenicia en la Península Ibérica y cómo ha quedado reflejado el conocimiento que de ella existió en los antiguos textos. El reciente descubrimiento en la Calle Méndez Núñez de Huelva (González de Canales, Serrano y Llompart, 2004; 2006a; 2006b) de un conjunto arqueológico que, aunque descontextualizado, ha aportado la evidencia de la más temprana presencia fenicia en la Península Ibérica, nos servirá de punto de partida. Formado principalmente por cerámicas fenicias adscribibles a las fases Tiro XIV a Tiro IV e importaciones cerámicas griegas del Subprotogeométrico I-II y III, y del Geométrico Medio II, a partir del análisis radiocarbónico de restos óseos hallados en el conjunto se ha podido obtener un conjunto de dataciones absolutas, cuya media se sitúa en el intervalo 930-830 a.C., y de las cuales una (GrN-29512) lleva al siglo X a.C., en concreto 980-890 a.C. con un 60% de probabilidad (Nijboer y van der Plicht, 2006). La correlación de las cerámicas más antiguas del conjunto de Huelva con las documentadas en la estratigrafía de Tiro (Bikai, 1978) y las cronologías ofrecidas por las dataciones radiocarbónicas calibradas ponen de manifiesto la contemporaneidad de la presencia inicial fenicia en el Atlántico con el horizonte de la Ría de Huelva, hacia 997-925 a.C. por una parte, y con los reinados de Salomón e Hiram de Tiro de acuerdo con las cronologías orientales (Mederos, 2005; 2006, 172-179).

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Fenicios occidentales, mastienos, blasto-fenicios y bástulo-púnicos en el I milenio a.C.

TARŠIŠ Huelva

El Carambolo

trt/trs

Figura 1.- Topónimo en trt/trs e hitos fenicios del suroeste.

La existencia de un posible templo en las fases de los siglos VIII-V a.C. en el solar onubense de Méndez Núñez (Osuna, Bedia y Domínguez 2001, 178-181), así como de indicios de actividades cultuales en las fases más antiguas (González de Canales, Serrano y Llompart, 2004, 140, 169) podría tal vez estar indicando un origen del asentamiento fenicio como santuario. Asimismo, las nuevas excavaciones en El Carambolo, identificado ahora como un templo fenicio de Astarté, y con una cronología absoluta idéntica a la de Huelva, en el intervalo 930-830 a.C. para el estrato fundacional (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2005; 2007), parecen reforzar la idea de una presencia fenicia colonial muy antigua, en una etapa inicial vinculada a templos (Acquaro, 1988; González Wagner, 1989) y destinada a la obtención de materias primas que obliga a replantear el concepto de “precolonización” fenicia y el propio proceso colonial (López Castro, en prensa). Los nuevos descubrimientos arqueológicos nos hacen retornar al problema del significado de la Tarshish bíblica, a pesar de los argumentos filológicos e históricos contrarios a la localización extremo occidental de Tarsish (Aubet, 1994, 180-182; Padilla, 2006). Estas posiciones quedan superadas por los recientes hallazgos arqueológicos, a la luz de los cuales recobran todo su valor las fuentes bíblicas y asirias, reforzadas por un poderoso argumento arqueológico para confirmar la situación de la Tarshish bíblica en el Extremo Occidente. Como propuso Koch (2003, 179-185, 194-196) apoyándose en el nombre de raíz *trt/trs de origen autóctono que emplearían los pueblos del suroeste peninsular para referirse a la región que habitaban, el término Tarshish respondería al nombre autóctono semitizado con el que los fenicios denominaron esa región de la Península Ibérica, extendiéndolo quizá de forma genérica al Extremo Occidente como en su día sugirió Alvar (1982). Se trataría, pues, de un concepto geográfico correspondiente a la región del río Tertis o Certis, como lo transmite Tito Livio relatando un episodio de la conquista romana de la Ulterior (Livio XXVII,

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22, 2), nombre que los autóctonos daban al Baetis o Guadalquivir. De esta raíz *trt/trs provendrían topónimos como Turta transmitido por el cónsul Catón (Caton, Orationes, IV, 40, 41) y tomarían su nombre los habitantes de la región. De la denominación fenicia vendría el nombre Tarsisi mencionado en la estela de Assarhaddon, como resultado del dominio asirio sobre Tiro (Koch, 2003, 167, 172-175) y derivaría tanto el nombre de Tarteso que dieron los griegos al Suroeste peninsular a partir de su contacto con ese área geográfica y con las colonias fenicias en los siglos VII-VI a.C., como la denominación de tartesios para los habitantes del Suroeste de acuerdo con los textos griegos (García Moreno, 1989, 290-291; Villar, 1995, 268-270) (figura 1). La transmisión de estos topónimos y etnónimos a la tradición clásica quedó registrada por escrito al menos desde el siglo VI a.C. En los siglos VI, V y IV a.C. se conformó un conjunto de noticias de geógrafos e historiadores griegos que podemos considerar como un primer estrato de noticias que compendían los conocimientos sobre Iberia, sobre sus regiones y los pueblos que la habitaban. Los fragmentos de autores como Hecateo de Mileto, la fuente anónima en que se basa la Ora Maritima de Avieno, Herodoro de Heraclea o Teopompo de Quíos constituyen en esencia este primer estrato de información, junto con otro texto de gran importancia como es el segundo tratado entre Cartago y Roma de 348 a.C. transmitido por Polibio (III, 24, 2-4) que recoge la expresión Mastia Tarseion relacionada historiográficamente con la Península Ibérica en la mayoría de las interpretaciones de la moderna investigación. Asociado a Tarshish-Tarteso y a los tartesios estas fuentes mencionan, acompañando al de tartesios, otro etnónimo como es el de mastienos o massienos y el topónimo Mastia con aquél vinculado. Tradicionalmente los mastienos se han explicado como un pueblo que limitaría al oeste con los tartesios y se extendería desde las columnas de Heracles hasta el Sureste peninsular. Su capital o centro urbano epónimo sería Mastia como parece indicar Hecateo de Mileto (frag. 41, Jacoby). La ubicación de los bastetanos por las fuentes clásicas en áreas geográficas coincidentes con las atribuidas a los mastienos por los textos griegos más antiguos, ha hecho que éstos se vengan identificando con los antecesores de los bastetanos, etnónimo que se relaciona también con la ciudad ibera de Basti (Iniesta, 1989; García Moreno, 1990; Abad, 1992; Pastor, 1993; Ferrer y Bandera, 1997). La interpretación de Schulten (Schulten, 1979, 110-120, 148) de este conjunto de textos, en particular del fragmento de Teopompo (THA IIB, 64d) y los de la Ora Maritima de Avieno (THA I, versos 449-452, 462-463) sobre los tartesios dio lugar a la concepción de un supuesto imperio tartesio que llegaría hasta el Cabo de Palos en el Levante peninsular. La inclusión en el poema de Avieno de una urbs massiena situada según algunos investigadores en el área del Cabo de Palos, y la consideración por parte de Schulten de los mastienos como subordinados de los tartessios a partir de una forzada interpretación del texto de Teopompo de Quíos (Ferrer y Bandera, 1997, 67; Koch, 2003, 187) contribuiría a reforzar esta idea. El texto de Polibio (III, 24, 2-4) que menciona Mastia Tarseion vendría a demostrar el interés de Cartago en el territorio meridional peninsular tras efectuar su conquista y la destrucción del imperio de Tarteso, cerrando a griegos y romanos estas regiones extremo occidentales desde el Cabo de Palos, asimilado a Mastia. Sin embargo, además de la crítica histórica del modelo schulteniano en cuanto a la conquista cartaginesa y la destrucción del imperio de Tarteso (Cruz Andreotti, 1987; 1993; Romero, Martínez y Alvar, 1992; López Castro, 1994), la moderna investigación ha subrayado la localización de los mastienos hacia áreas más occidentales del sur de Iberia, cerca de las Columnas de Heracles, a pesar de la tradicional focalización en el Sureste peninsular, una vez descartado el vasto imperio tartesio schulteniano (García Moreno, 1990, 63; Ferrer y Bandera, 1997, 67-68). Los análisis más recientes apuntan no sólo a la imposibilidad de sustentar arqueológicamente la ubicación de Mastia en Cartagena, sino que la localización de ciudades de los mastienos mencionadas por Hecateo coincide con fundaciones fenicias (García Moreno, 1990, 56-57; Ferrer y De la Bandera, 1997; Ferrer y García, 2007).

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Figura 2.- Vista del Peñón de Salobreña (Granada). Foto: A. Adroher.

Figura 3.- Vista general del entorno de Toscanos (Torre del Mar, Málaga). Foto: J. Blánquez.

Figura 4.- Vista general de Almuñécar (Granada). Foto: J. Blánquez.

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El geógrafo griego Hecateo de Mileto, cuya obra se perdió pero algunos de sus fragmentos fueron recogidos por el lexicógrafo Esteban de Byzancio en el siglo VI d.C., menciona las ciudades de Sualis, Maenobora, Sixos y Molibdine como poleis mastienas (Hecateo, frags. 42, 43, 44, Jacoby, THA IIA). Estos núcleos urbanos son en realidad fundaciones fenicias como podemos comprobar arqueológicamente: Sualis o Suel, se identifica con la actual Fuengirola (Martín Ruiz, 2007), Maenobora o Maenoba con Toscanos-Cerro del Mar (Roldán, 2006, 577-578) y Sixos con Sexs, en Almuñécar (Molina Fajardo, 1991). La única ciudad difícil de localizar es Molibdine o Molybdana, que no aparece en otras fuentes pero por su significado en griego, relacionado con el plomo y por tanto con la metalurgia, suele identificarse con Baria, donde se documenta esta actividad (Ferrer y Bandera, 1997, 72; Ferrer y García, 2007, 277, nota 2) situada en la actual Villaricos, de cuya secuencia fenicio-púnica hay suficientes evidencias (López Castro, 2007), aunque también se sugiere una identificación con Cartagena o con otras localizaciones próximas a ésta (Iniesta, 1989, 1130, nota 9; Abad, 1992, 162-163). Nos encontramos, pues con la paradoja de que los mastienos antecesores de los iberos bastetanos serían identificados por Hecateo con ciudades indiscutiblemente fenicias. El problema fundamental a nuestro juicio en la identificación de los mastienos radica en la consideración y la localización de Mastia, la supuesta ciudad epónima. La imposibilidad de hacerla corresponder con Cartagena ha suscitado diferentes soluciones: García Moreno, en primer lugar (1990, 64-65) sugirió la existencia de dos ciudades con el nombre de Mastia. En primer lugar la Mastia Tarseion del tratado entre Cartago y Roma, que habría que localizar en el área del Estrecho de Gibraltar para explicar la localización occidental de los mastienos, limítrofes con los tartesios como coinciden en señalar las fuentes griegas más antiguas. Además debería existir otra Mastia al interior, tal vez la Basti ibera, que sería el resultado de una supuesta invasión mastiena hacia el sureste, región donde determinadas fuentes sitúan a los mastienos. Por su parte, Ferrer y La Bandera (1997) propusieron una filiación fenicio-púnica para Mastia y los mastienos: las ciudades fenicias denominadas mastienas por Hecateo de Mileto lo serían por el liderazgo de una de ellas, denominada Mastia, que sería la más importante y que se situaría en el área del Estrecho de Gibraltar. Ambas propuestas, aun cuando permiten avanzar en el significado de los mastienos y efectúan aportaciones muy notables a la historiografía sobre la cuestión, como la incidencia en la localización occidental de los mastienos, la definitiva eliminación de Cartagena en la localización de Mastia o la identificación de los mastienos con los fenicios occidentales, generan nuevos problemas con las hipótesis ad hoc propuestas como la invasión mastiena del Sureste y la ubicación, no ya de una, sino de varias Mastia cuando carecemos de indicios de cualquier tipo al respecto. Finalmente Moret (2002), en base a una interpretación particular del texto del segundo tratado entre Cartago y Roma, que obvia una sólida tradición historiográfica sobre la geografía de estos tratados (Beaumont, 1939; Pena, 1976-78) y a la existencia en el Norte de África de etnónimos con raíz *mass situaría en este continente a Mastia, al oeste de Cartago, mientras que Tarseion tampoco habría de situarse en Iberia, sino en Cerdeña, en base al controvertido texto de la estela de Nora (Amadasi y Guzzo, 1986). Desde mi punto de vista, muchos de los problemas de las explicaciones anteriormente propuestas por los investigadores aludidos desaparecen si dejamos de buscar a Mastia como una ciudad y la identificamos como una región o área geográfica de la Península Ibérica. La hipótesis alternativa que propongo consiste en que Mastia, no sería el nombre de una ciudad, sino el nombre de una región y los mastienos no serían una etnia, sino los habitantes de esa región, con independencia de su ethne o de su organización política.

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Figura 5.- Vista aérea del Estrecho de Gibraltar. © Proyecto Carteia.

Volviendo de nuevo a las fuentes griegas podemos ver que la única mención a Mastia como ciudad se atribuye a Hecateo (fr. 41, Jacoby), si bien es posible que esta identificación no fuese una aportación del geógrafo milesio, sino una anotación de Esteban de Byzancio, como acertadamente ha propuesto Moret (2002). Seguramente el autor bizantino pensaba que, al igual que otros topónimos y etnónimos de toda la geografía mediterránea que empleó en su lexicografía, el nombre mastienos dependía de una ciudad, Mastia. La colonización fenicia de las costas peninsulares supuso un contacto intenso y permanente con otra área peninsular, la costa del Sureste y su proyección al interior. No hay que olvidar que la percepción geográfica de fenicios y griegos es una percepción esencialmente costera como han subrayado diferentes investigadores. Así pues, la costa meridional más oriental de Iberia constituiría una región que primero los fenicios y luego los griegos denominaron Mastia, y como tal quedó registrada en el siglo VI a.C. en las primeras descripciones de las costas peninsulares como es la Periegesis de Hecateo de Mileto. Este geógrafo nombra ciudades habitadas por los iberos, los tartessios y los mastienos, posiblemente en correspondencia con las regiones costeras que reconocía en la Península Ibérica: Iberia, al levante, Mastia al sur-sureste y Tarteso al suroeste. Esta representación parece ser compartida por Herodoro de Heraclea (frag. 2a, Jacoby, THA II, 46) y sobre todo por Teopompo de Quíos (THA IIB, 64d), autor de mediados del siglo IV a.C. que, en un fragmento transmitido por Esteban de Byzancio, menciona expresamente a Massia o Mastia como una región o territorio próximo de los tartessios. Si entendemos Mastia como una región y no como una ciudad, es decir, si miramos al topónimo Mastia en términos geográficos y no en términos políticos, podemos concluir que las poleis fenicias, formadas a partir de antiguas colonias tirias, están asentadas en la región de Mastia y por eso se les llama ciudades mastienas (figura 6).

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Es posible que el nombre Mastia, al igual que el de Tarshish proviniera de una denominación autóctona que, semitizada, fuera así transmitida por los fenicios, derivando los nombres griegos Mastia, mastienoi y Massia. La consideración de Tarshish y de Mastia como dos regiones o áreas geográficas permite comprender mejor el significado de un documento esencial como es el II Tratado entre Cartago y Roma del 348 a.C. transmitido por Polibio (III, 24, 2-4), quien tradujo el texto latino del siglo IV a.C. al griego. Las cláusulas del tratado prohibían a los romanos y sus aliados piratear, comerciar y fundar ciudades en Cerdeña, el área de las Sirtes, al sureste del Kalon Akroterion o Cap Bon, en África y “más allá de Mastia Tarseion”, expresión que se ha venido identificando tradicionalmente con dos topónimos situados en la Península Ibérica, para marcar una de las áreas geográficas de interés para los cartagineses y sus aliados. Sujetos a variadas interpretaciones, desde nuestro punto de vista, ambos topónimos recogidos en la expresión Mastia Tarseion constituirían en el tratado una indicación geográfica sin contenido político, al contrario de lo que defiende Koch (2003, 187, 196): “más allá (de la región) de Mastia de Tarsis”, entendiendo Mastia como la región del litoral y su retrotierra de la costa meridional peninsular, que se encuentra en Tarsis, es decir, en el sur de la Península Ibérica. Los cartagineses, que eran la potencia dominante frente a Roma en el siglo IV a.C., emplearon en el tratado los nombres que ellos utilizaban habitualmente para designar estas zonas: Tarsis, para la Península Ibérica en general o para el sur de la misma y Mastia, una región dentro de aquella, y con tal denominación pasaron a la versión romana del texto traducida al griego por Polibio. Las implicaciones políticas y económicas del tratado, desde la perspectiva de considerar Mastia y Tarsis como regiones escapan al propósito de este trabajo, pero desde nuestro punto de vista, lejos de atestiguar un dominio cartaginés de Iberia, irían en la línea de asegurar los intereses de Gadir y quizá de las demás ciudades fenicias occidentales, recogidos en el tratado como “los tirios” o “el pueblo de los tirios” constituyendo una de las partes firmantes del mismo, según han sugerido algunos investigadores (Tsirkin, 1996, 145; Koch, 2000, 179-181; López Castro, 2004, 157). Las denominaciones semitas de Tarsis y Mastia para regiones de la Península Ibérica encuentran un nuevo refrendo en un último texto de Polibio (III, 33, 17) basado en una inscripción bilingüe en lengua cartaginesa y griega que dejó Aníbal inscrita en el templo de Iuno Lacinia de Crotona, relatando sus hechos durante la Segunda Guerra Romano-Cartaginesa. Entre los acontecimientos consignados por la inscripción, Polibio recoge el envío a África por Aníbal Barca de tropas formadas por thersitas y mastienos, confirmando como ha señalado Koch que entre fenicios y cartagineses se denominaban así a los habitantes del sur peninsular: el nombre thersitas proviene de la raíz autóctona trt/trs que está en los topónimos Tarsis, Tarteso (Koch, 2003, 183-185), mientras que el de mastienos es posible que tuviera un origen similar. Así pues, dos fuentes originales cartaginesas, el tratado con Roma del 348 a.C. y la inscripción bilingüe de Aníbal en Crotona, nos transmiten en su versión griega por mediación de Polibio –también por mediación de los historiadores griegos filocartagineses como Sileno o Sosilo según apunta García Moreno (1989, 292)– la denominación semita de las regiones del sur de Iberia y sus habitantes, las cuales estarían en el origen de las denominaciones griegas.

BLASTOFENICIOS, BÁSTULOS Y BÁSTULO-PÚNICOS A partir de la conquista romana, las denominaciones de Mastia y Tarsis y los nombres de sus habitantes, tartesios y mastienos desaparecen de las fuentes escritas, para dar paso a otros nuevos topónimos y etnónimos emparentados con los anteriores que los suceden. Las denominaciones empleadas por fe-

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TARŠIŠ tartesios

MASTIA

mastienos

Maenobora Sualis

¿Molybdana? Sixos

Figura 6.- Fundaciones fenicias en la zona mastiena.

nicios y cartagineses fueron olvidadas en la tradición escrita dominante. En los siglos de la conquista y en el primero del Imperio se fue formando un segundo estrato de nombres antiguos acuñados por los historiadores y geógrafos latinos y griegos como resultado del contacto estrecho y progresivo de los conquistadores romanos con las regiones de la Península Ibérica. Los autores romanos y griegos que escribieron en esta época, principalmente Estrabón, Plinio y Mela mencionan a los turdetanos y túrdulos donde las fuentes anteriores situaban a los tartesios, esto es, básicamente en la cuenca del Guadalquivir; y a bástulos y bastetanos donde antes estaban los mastienos: desde las Columnas de Heracles hacia el este, e incluso desde el Guadiana al Guadalquivir (Strab. III, 2, 1, Mela III, 3, Plin. III, 8, 19). Como han propuesto algunos investigadores, el origen de los etnónimos turdetanos y túrdulos habría que explicarlo a partir de una misma raíz lingüística autóctona *trt/trs aunque ahora pasada por un filtro romano y griego (García Moreno, 1989, 293-294; Koch, 2003, 197-199), mientras que la región denominada por los romanos Turdetania vendría a sustituir de alguna manera a Tarshish, y coincidiría con el núcleo geográfico del cual derivaba el etnónimo trt/trs (Koch, 2003, 198). De igual modo, la sustitución de los mastienos por los bástulos y bastetanos podría explicarse a partir de una misma raíz lingüística autóctona *bst que bien habría evolucionado por sí misma, o bien habría sido adaptada a los hábitos fonéticos y de construcción de topónimos y etnónimos por parte de los romanos (García Moreno, 1990, 62-63). La denominación de blastofenicios situados por Apiano (Iber. 56) en un área cercana al Estrecho de Gibraltar, no correspondería seguramente a unos “colonos de Aníbal” como erróneamente sugiere el historiador griego (García Moreno, 1990, 62), ni tampoco a una mezcla étnica como podría indicar el nombre compuesto, sino más bien podría relacionarse con el nuevo nombre de bastuloi que reciben los mastienos de la costa en las fuentes anteriores. Este nombre subrayaría su origen fenicio y su

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Turdetania bástulos

Bastetania

túrdulos bástulos bástulo-púnicos blastofenicios

Figura 7.- Expresiones en bst entre fenicios e indígenas.

situación en la región heredera de Mastia de raíz *bst, en el sentido de nombrar a los fenicios que habitan en la región de los bástulos. Una interpretación similar podría proponerse a la denominación de Ptolomeo de los “bástulos llamados púnicos” (Ptol. II, 4, 6) recogida posteriormente por Marciano de Heraclea bajo la fórmula “bástulo-púnicos” (II, 9), cuya situación en líneas generales coincide plenamente con los mastienos de las fuentes más antiguas, quizás con el significado de identificar bástulos con púnicos o de referirse a los púnicos de la región *bst (figura 7). La distinción de las fuentes entre bástulos y bastetanos ha llevado a algunos investigadores como Pastor (1993, 215) a considerar que los bástulos constituirían un pueblo diferente a los habitantes de la Bastetania interior situada en torno a Basti, si bien ambos se mostrarían confundidos en algunos textos. En este sentido, las informaciones más tardías de Ptolomeo agrupando ciudades por etnias y territorios (García Alonso 2003, 436-437, 471-472) vendrían a resaltar la percepción romana del sur de Hispania. Mejores conocedores de su geografía, algunos autores de época romana posiblemente distinguieron entre los bastetanos del interior y los bástulos llamados púnicos o gentes de origen semita que habitaban las costas de regiones conocidas primero como Tarshish y Mastia y luego como Turdetania y Bastetania, aunque otorgándoles un contenido etnográfico que quizás no tuvieron inicialmente. Una percepción en la que la información político-administrativa derivada de la conquista y explotación de un vasto territorio vendría a dar un sesgo notable a la información geográfica, potenciando una visión etnográfica que ha determinado la investigación moderna, enfrascada infructuosamente a partir de esa documentación tardía en definir límites de pueblos, unidades políticas de carácter étnico o las diferencias de éstas en el registro arqueológico. Para otros investigadores como Ferrer no existen dudas en la identificación entre bástulos y púnicos (Ferrer y Prados, 2001-2002, 278) al tiempo que incide en el carácter fenicio-púnico de los habi-

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Fenicios occidentales, mastienos, blasto-fenicios y bástulo-púnicos en el I milenio a.C.

tantes de la costa situada entre el Guadalquivir y el Guadiana, atendiendo a una revisión del registro arqueológico de los asentamientos de la zona habitada por los bástulos de las fuentes (Ferrer, 2004). La continuidad arqueológica durante todo el I milenio a.C. incluyendo la conquista romana es también un argumento importante para sostener la identidad semita y el origen fenicio occidental de bástulos, blastofenicios o bástulo-púnicos. Las clasificaciones etnográficas efectuadas por los geógrafos de época imperial serían tal vez el resultado de una denominación geográfica genérica de origen autóctono, cuyo sentido inicial se habría diluido bajo la racionalización impuesta por la administración romana. Este factor, unido al paso del tiempo en la transmisión de la información geográfica generada en la primera mitad del I milenio a.C., habría contribuido a designar con diferentes nombres a la población costera de origen fenicio occidental. En definitiva, creo que resulta más útil para comprender el pasado una propuesta de interpretación de los términos analizados en sentido geográfico, que en un sentido étnico y político.

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