¿Fenicios en el interior?

October 1, 2017 | Autor: S. Celestino Pérez | Categoría: Fenicios, Tartessos
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Descripción

¿Fenicios en el interior? Sebástian Celestino Pérez J. A. Salgado Carmona Instituto de Arqueología – Mérida (CSIC; Junta de Extremadura; Consorcio de Mérida)

Resumo Desde la aparición de las primeras estelas de guerrero del suroeste peninsular y sobretodo desde los hallazgos de los Tesoros de Aliseda, los jarros de bronce o la joyería orientalizante, se ha venido subrayando la importancia de la presencia fenicia en el interior de la Península Ibérica, aunque siempre limitada al cuadrante suroccidental de la misma. La aparición de necrópolis con elementos adscritos al mundo fenicio, como la de Medellín, así como la proliferación de edificios singulares de planta oriental en estos lugares no ha hecho sino acrecentar esta idea. Mayor interés ofrece el cambio de estrategia económica que se aprecia en este amplio territorio en el Periodo Orientalizante, donde es evidente la potenciación de la agricultura en detrimento de la ganadería, base económica del Bronce Final. Estas circunstancias han permitido elaborar algunas hipótesis que apuestan por una colonización de la tierra por parte de agentes fenicios. Sin embargo, en ningún caso se ha podido ratificar este hecho, que más bien parece responder a una colonización tartésica de los territorios del interior que aportaría tanto mano de obra como los rasgos culturales heredados de la colonización fenicia del núcleo tartésico. Por lo tanto, será a través de la cultura tartésica cuando se introduzcan en el interior peninsular no sólo objetos o técnicas de origen oriental, sino que se atisba un cambio en la organización socio-religiosa que alterará el sistema implantado en estas zonas desde los inicios de la Edad del Bronce y que a la postre determinará un cambio en las relaciones comerciales en torno al río Guadiana.

Abstract The findings of the first southwestern warrior stelae and other treasures like the one from Aliseda, the bronze jugs or the orientalazing jewellery, have emphasize the importance of the Phoenician presence inside the Iberian Peninsula. The appearance of cemeteries with elements of the Phoenician world, such as Medellín, as well as the proliferation of singular buildings of eastern plant, has increased this idea. However, a greater interest offers the change of economic strategy that is appraised in this ample territory in the Orientalizing Period, where is evident the development of agriculture and the detriment of the cattle economical base of the Final Bronze Age. These circumstances have allowed elaborating some hypotheses that assert land colonization by Phoenician agents. Nevertheless, it has been impossible to ratify this fact in any case, that rather seems to respond to a Tartesic colonization of the inland territories that would contribute with manpower bringing the inherited cultural features of the Phoenician colonization within the Tartesic nucleus. Therefore, it will be through the Tartesic culture when objects or techniques of Eastern origin are introduced in inland Iberia, attached to a change in the social, religious or economic organization that would alter the system implanted since the beginnings of the Bronze Age, that at the end would determine a change in the commercial relations around the Guadiana river.

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Hace unos años, el hallazgo de un edificio de características mediterráneas en Puente Largo de Jarama, en las vegas de Aranjuez, en el Sur de madrid (muñoz y Ortega, 1997), llevó a proponer a moreno Arrastio que, siguiendo el curso del Tajo, los fenicios se internaron fundando asentamientos permanentes a modo de emporios, probablemente en torno a santuarios y bajo la protección de poderes locales. De estos puntos habitados por gentes de procedencia oriental sería de donde se tomaría el código que muestran los objetos orientalizantes, ya que, para este autor sólo es comprensible el que los indígenas utilizaran ciertas pautas, bien de ostentación o funerarias, gracias a una relación directa, que incluso podría ser cotidiana, con las gentes que las practicaban (moreno Arrastio, 2001, p. 211). Así, Puente Largo de Jarama sería la expresión indígena de una técnica constructiva fenicia de asentamientos aún por descubrir. menos reservas han tenido algunos autores, la verdad es que muy pocos, al proponer la construcción de otros edificios localizados en el interior de la Península Ibérica por parte de los Fenicios. Nos referimos especialmente al complejo de Cancho Roano “A” que sería la consecuencia de la colonización fenicia del interior (López Pardo, 1990, p. 158), sin reparar u obviando que este último edificio está claramente datado y tiene su vigencia en el transcurrir de casi todo el siglo V. En esos momentos aún no se conocían los dos santuarios infrapuestos que elevan la cronología del sitio hasta los inicios del s. VI, pero aún así estarían muy lejos de la cultura fenicia en la Península Ibérica. Así mismo, algunas manufacturas se han adjudicado tradicionalmente a los fenicios, especialmente los jarros de bronce o la orfebrería, como ha ocurrido con el tesoro de Aliseda. Aubet, por ejemplo, considera que el hallazgo es el ajuar, “sin duda obra de orfebres fenicios”, de la sepultura de un jefe o príncipe indígena, llegado hasta Aliseda como don o regalo de los fenicios, o tartesios a cambio del libre tránsito por su territorio (Aubet, 1994, p. 251; Ruiz-Gálvez, 1992; martín bravo, 1998). No obstante, las últimas revisiones del conjunto (Celestino y blanco, 2006, p. 116; Celestino y Salgado, 2007) demuestran que, a pesar de haber ciertas piezas que sí son importadas, la mayoría del conjunto es obra de orfebres indígenas. Por lo tanto, a día de hoy, en las tierras del interior no existe ningún indicio que nos permita hablar con una mínima solvencia de la presencia de fenicios, lo cual, como es lógico, no quiere decir que su influencia socio-cultural no sea patente en todas estas zonas, aunque cuando se detecta con mayor intensidad es, precisamente, cuando la influencia del sur se empieza a debilitar. Por lo tanto, en el interior sólo podemos hablar de lo “Orientalizante”, corriente que calaría gracias a la colonización tartésica que parece desarrollarse tras las crisis de mediados del siglo VI en el sur peninsular (Celestino, 2005). Así pues, debemos evitar caer en un claro difusionismo y analizar cuál sería el panorama arqueológico del interior cuando se está produciendo la colonización fenicia en el denominado núcleo tartésico y su posterior evolución. En primer lugar, desconocemos por completo el asentamiento o su dispersión durante el bronce Final en el entorno del Guadiana, que se ha considerado el límite de la periferia tartésica (Rodríguez Díaz y Enríquez, 2001). Nula es la información que poseemos del ritual funerario y menos sabemos aún de cualquier otro aspecto social. Sin embargo, y gracias a los materiales arqueológicos hallados, podemos reconstruir el territorio más densamente ocupado en este momento y que coincide, y esto se nos antoja de gran importancia, con las tierras de los mejores pastos del Alemtejo, baja Extremadura y meseta Occidental, sólo completado por algunos puntos, tanto en altura como en llano, junto a la vega del Guadiana. En el siglo VIII, en las tierras del interior, tenemos que hablar de depósitos de bronce de origen o tipo atlántico, de una riquísima orfebrería también atlántica, de cerámicas bruñidas que mayoritariamente pertenecen al tipo Lapa do Fumo, y, por supuesto, de la eclosión de las estelas de guerrero y femeninas, caracterizadas por poseer elementos de clara adscripción atlántica

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y cuya dispersión, al norte del Guadiana sólo permite avalar esa relación cultural con el ámbito atlántico. Todos los objetos mencionados han sido hallados en ricas tierras de pastos, mientras que las productivas zonas agrícolas de la Serena occidental, Tierra de barros, sur del Alemtejo o suroeste de la meseta están desprovistas de estos hallazgos. Es precisamente a partir de este siglo cuando comienza a intuirse tímidamente una relación comercial con el Suroeste, evidenciado fundamentalmente por las estelas de guerrero (Celestino, 2001) o el tesoro de Berzocana (Callejo y blanco, 1960; Almagro, 1969; Almagro Gorbea, 1977, p. 22). La riqueza y el interés comercial que tiene el núcleo de Tartessos a partir de la colonización, unido al interés de los fenicios por los recursos del interior, debieron propiciar esta relación, pues parece obvio que sólo los personajes representados en las estelas estarían capacitados para garantizar ese comercio. éste debió basarse fundamentalmente en productos pecuarios, que constituirían la riqueza económica del interior dada la dispersión de hallazgos como ya hemos visto. Sin embargo, cada día va tomando más fuerza la idea de que habría un especial interés por el oro aluvial que aportaban los ríos de la cuenca norte del Tajo, de donde proceden los tesoros áureos y los hallazgos arqueológicos más significativos, amén de ser el lugar donde se debieron originar las estelas básicas. Así mismo, está aún por calibrarse la importancia de otras explotaciones mineras como la del estaño, detectada en el Cerro de San Cristóbal de Logrosán (meredith, 1998). Si hubiera existido por parte de los fenicios un interés por las tierras del interior, sería lógico encontrar un grado de aculturación cuanto menos incipiente, sin embargo, por los materiales encontrados durante la primera centuria de la colonización, nos damos cuenta de que todos pertenecen a bienes de prestigio, que son los que aportan las representaciones de las estelas y otros objetos descontextualizados dispersos por el interior. Sin embargo, no se ha encontrado ni una sola estructura ortogonal, menos aún un núcleo urbano aunque sea modesto, se siguen sin ocupar las tierras agrícolamente más fértiles, ni tampoco se perciben las transformaciones económicas necesarias para crear una sociedad más compleja. Por lo tanto, el modelo que hasta ahora se preconizaba estaba basado en el que se desarrollaba en el foco tartésico, toda vez que este área del Guadiana se consideraba ya dentro de su periferia. De este modo, se han buscado lugares en alto fortificados a modo de oppida que deberían controlar vados y tierras ricas en cultivos y pasto, desde donde además se controlaría el comercio de los metales. El valle Medio del Guadiana era el paradigma de este modelo, donde existían, o deberían existir, sitios o lugares centrales de los que dependían, o deberían depender, otros poblados satélites. La Alcazaba de badajoz, medellín, Alange, Cogolludo y magacela serían esos puntos centrales. Sin embargo, y a pesar de las excavaciones, sondeos y prospecciones a que han sido sometidos todos estos puntos, en ninguno de ellos se ha hallado el menor rastro ni de murallas ni de la mínima organización urbana, y cuando han aparecido algunos materiales claramente orientalizantes, casos de medellín (Almagro Gorbea, 1977; Almagro Gorbea y martín bravo, 1994) y la Alcazaba de badajoz (berrocal, 1994; Enríquez et al., 1998), han sido puntuales y asociados a construcciones pequeñas alejadas de cualquier significado urbano (Celestino, 2005). La activación del interior debió ser consecuencia de la necesidad de la pujante sociedad tartésica de colocar sus crecientes excedentes una vez satisfecho el mercado fenicio. Para mantener, si no aumentar, el estatus de esa sociedad, una salida coherente de todo mercado es colocar sus productos en un nuevo espacio como en este caso son los territorios del interior, es decir, ampliar la zona de demanda a cambio de materias primas. Por todo ello, creemos que el verdadero interés por estas tierras comienza cuando ya se ha sustanciado el Período Orientalizante en la baja Andalucía. Es sólo a partir de este momento cuando podemos hablar de un territorio que se configura como la periferia comercial de Tartessos. A partir del siglo VII sí podemos hablar con solvencia de la influencia oriental en el interior, influencia que llegaría primero por el Guadalquivir hacia la cuenca media del Guadiana, espacio que estaba ocupado por las estelas de guerrero y femeninas más complejas y los mayores restos

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de asentamientos, así como otras manifestaciones materiales. Otra zona de penetración sería la cuenca más occidental del Guadiana, gracias a los asentamientos fenicios de la costa portuguesa, caso de Abul (mayet y Tavares, 2000) o Santa Olaia (Arruda, 2002, p. 253-254), que precipitaron el desarrollo de otros asentamientos indígenas ahora profundamente influenciados por la corriente orientalizante, como Santarem (Arruda, 2002, p. 137), Alcaçer do Sal (Tavares da Silva et al., 198081; Paixão, 2001) o Almaraz (barros, Cardoso y Sabroso, 1993).Sin embargo, hay que destacar que otros autores han llamado la atención recientemente sobre la posibilidad de que esta zona fuese objeto de colonización por parte tartésica en detrimento de los fenicios (Torres, 2005). Los conocimientos que tenemos de los asentamientos del Guadiana entre fines del VII y la primera mitad del VI, están muy desdibujados y son, en buena medida, deudores del bronce Final. Aún así, podríamos decir que en esta amplia zona se produjo una colonización de la tierra por parte de indígenas tartésicos llegados del sur, pero en ningún caso se puede hablar de una presencia fenicia en la zona. No existe ningún elemento que pueda cimentar esta idea. Esto no quiere decir que no puedan haber llegado algunos elementos aislados que introdujeran innovaciones técnicas, artesanales o constructivas, pero también parece lógico que estos agentes sean tartésicos. Lo más importante es que a partir de finales del siglo VII, y principalmente durante el VI, hay un cambio de estrategia económica que servirá para remover los cimientos de la sociedad indígena. Los lugares donde se detectaban los mayores hallazgos de cerámicas, metales y de estelas de guerrero, pierden por completo su importancia en detrimento de otras zonas cuya riqueza se basa en la explotación agrícola. En este contexto se pueden entender sitios arqueológicos como medellín y el Palomar de Oliva de mérida (Jiménez y Ortega, 2001), hasta el momento el único núcleo urbano complejo del orientalizante en el interior. Con esta perspectiva toma una nueva dimensión una excavación como Portaceli (Jiménez ávila y Haba quirós, 1995), en la ladera del castillo de medellín, donde aparecieron en una pequeño sondeo de urgencia una buena colección de cerámicas tartésicas de muy buena calidad que podrían pertenecer al verdadero núcleo urbano de la necrópolis de Medellín. Un gran poblado en llano como El Palomar, una magnífica necrópolis como medellín (Almagro Gorbea, 1977), así como otras más modestas repartidas por las ricas tierras agrícolas del Guadiana (Almagro Gorbea, 1977; Enríquez Navascués, 1991; Torres, 1999), se completan con una edificación de carácter religioso como es Cancho Roano, erigido en una zona que ha sido prospectada en profundidad durante los últimos años gracias a tres proyectos de investigación consecutivos, y en cuyo entorno apenas hay restos pertenecientes al bronce Final. No obstante han aflorado una cantidad significativa de poblados de época orientalizante hasta el momento inéditos, todos ellos ubicados en el llano y respondiendo a diferentes tamaños, a los que hay que añadir los localizados, también en llano, por el equipo del área de Prehistoria la Universidad de Extremadura en el entorno de La mata de Campanario (Rodríguez Díaz et al., 2004). Por su parte en la cuenca del Tajo, en el siglo VIII encontramos nulas evidencias de manufacturas o piezas orientalizantes, mientras sí existen asentamientos enraizados en las tradiciones del bronce Final, tanto de Cogotas I en el Tajo medio como del bronce Final Atlántico en la zona extremeña. Sin embargo, a pesar de la aparente continuidad empiezan a aparecer tanto nuevos materiales como una nueva localización de los asentamientos que permiten individualizar un Hierro Inicial o Antiguo similar al de otras zonas peninsulares, especialmente en el Tajo medio (blasco bosqued et al., 1988, p. 139; muñoz, 1999). Por su parte, en la zona extremeña los asentamientos permanecerán ubicados en cerros escarpados como los del bronce Final, en algunos casos superpuestos a la ocupación anterior, como en El Risco (Sierra de Fuentes, Cáceres) (Enríquez et al., 2001). Sin embargo, esto también ocurre en aquellos lugares de la cuenca media con altas posibilidades de control visual o fácil defensa, como Ecce Homo (Alcalá de Henares, madrid) (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980), Arroyo manzanas (Las Herencias, Toledo) (moreno Arrastio, 1990) o el Cerro de la mesa (Ortega y del Valle, 2004).

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Debemos esperar hasta finales del siglo VIII, ya en la transición al VII, para encontrar las primeras manifestaciones del fenómeno orientalizante en el Tajo. Destaca el hecho de que se trate de dos enterramientos, aunque las imprecisiones cronológicas no permiten saber si ya debemos enmarcarlos en pleno siglo VII: el localizado en el Cerro de Sta. Cruz (Cáceres) y la tumba excavada en la Casa del Carpio (belvis de la Jara, Toledo). El primero de ellos muestra la incorporación de novedades en el ámbito funerario, tanto en el uso de la cremación como en la adopción del vaso a chardon (Martín Bravo, 1998, p. 39; 1999, p. 88), contenedor funerario típico de la zona tartésica. Por su parte, el enterramiento de la Casa del Carpio muestra la asimilación de ciertos elementos de ajuar y tecnológicos, caso del hierro, junto a la pervivencia de tradiciones más antiguas (Pereira, 1989). La interpretación ha sido dispar, mientras que por una parte se han supuesto los enterramientos de una mujer procedente del núcleo tartésico (Martín Bravo, 1998) siguiendo las teorías de Ruiz Gálvez (1992), por otra se ha enfatizado en los procesos de cambio cultural de las poblaciones indígenas (Pereira, 1989), no descartándose recientemente la llegada de contingentes poblacionales, no individuos, de la zona meridional (Pereira, 2005, p. 175). Por su parte, el siglo VII, en especial su segunda mitad, nos muestra la asimilación, por parte de las jefaturas asentadas a lo largo del Tajo, de los símbolos de prestigio tartésicos, en especial los bronces, que en algunos casos, como se ha demostrado recientemente, tienen una fabricación local (Montero, 2001). Contamos con elementos de carro, como el pasarriendas del Soto del Hinojar-Las Esperillas (muñoz y Jiménez, 1997), el típico conjunto de jarro, thimiaterio y probablemente un “braserillo”, en Las Fraguas (Fernández miranda y Pereira, 1992; Pereira, 2001), o el lecho de El Torrejón de Abajo (Jiménez ávila, 1998). Sin embargo, el ámbito tecnológico común se verá también influenciado por las producciones fenicias de engobe rojo, surgiendo unas buenas imitaciones realizadas a mano derivadas del contacto del alfarero local con los medios productivos fenicios (blasco y baena, 1989). Así mismo, en la línea de representación y acumulación de bienes de prestigio es donde debemos incluir la estructura de Puente Largo de Jarama, fechada a finales de siglo (muñoz y Ortega, 1997, p. 144). Debemos destacar que estos elementos son la excepción a la regla de una cultura material, en especial la cerámica, alejada de las producciones meridionales y con una fabricación manual predominante. Como nexo de unión cabe mencionar las producciones pintadas post-cocción, que no dejan de ser un elemento más de prestigio (Werner, 1990). No obstante, esta diferenciación es menor en la zona cacereña, donde las producciones de cerámica gris orientalizante están representadas, aunque en mucha menor proporción que las cerámicas de tradición del bronce Final, siendo incluso muy numerosa la cantidad de cerámica a mano. La tónica predominante a lo largo del siglo VI es similar a la de finales del VII, pero es en esta centuria cuando encontramos algunas de las manifestaciones más características del fenómeno orientalizante en la cuenca del Tajo: El conjunto de Talavera la Vieja (Celestino y Jiménez ávila, 2004; Jiménez ávila, 2006), el Tesoro de Aliseda (mélida, 1921; Almagro Gorbea, 1977; Perea ,1991; Nicolini, 1990; Celestino y Salgado, e.p.) o las estructuras del Torrejón de Abajo (Gª-Hoz y álvarez, 1992) o el Cerro de la mesa (Ortega y del Valle, 2004). Finalmente, el siglo V da muestras de un orientalizante con personalidad propia que abarca amplias zonas del Tajo y que se manifiesta especialmente en la orfebrería. Hallazgos como el de Serradilla (Almagro Gorbea, 1977; Celestino y blanco, 2006), Pajares (Celestino, 1999) o El Raso de Candeleda (Fernández Gómez, 1972 y 1997) así lo atestiguan. A ello hay que unir el hallazgo en El Risco de una serie de materiales relacionados con la actividad cultual y económica que lo ponen en relación con los edificios tipo Cancho Roano del Guadiana (Jiménez y González Cordero, 1996). Sin embargo, y a pesar de lo reseñado en los párrafos anteriores, debemos valorar en su justa medida el grado de “orientalización” de las tierras del Tajo. Si atendemos a la estructura del

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poblamiento o a su dispersión debemos señalar, a pesar de las graves carencias de la investigación, que no hay ninguna ruptura con respecto a las etapas precedentes, y que el número de sitios que muestran evidencias orientalizantes son, a día de hoy, una minoría. Aún así, el escaso nivel de la investigación es un factor a tener en cuenta, ya que el número de excavaciones y prospecciones en la zona oriental de Toledo y madrid es muy alto, y en la zona occidental toledana y en la provincia de Cáceres es bastante escasa. Así, podemos ver cómo en la primera de estas zonas la evidencia orientalizante se mantiene baja pero significativa, aumentado con las intervenciones de urgencia aún sin publicar; mientras que en la segunda, los pocos datos apuntan hacia un fenómeno orientalizante más extendido. De las múltiples excavaciones realizadas en la actual Comunidad de madrid, sólo podemos hablar de la copia de elementos orientalizantes en Ecce Homo y en Puente Largo, mientras que la arquitectura con zócalos de piedra sólo se ha constatado en este último sitio. Por el contrario, las excavaciones en Arroyo manzanas y Cerro de la mesa muestran este tipo de arquitectura en pleno siglo VI, no sólo en un edificio exento sino formando estructuras angulares complejas. Respecto a la ubicación de los hábitats, como ya hemos mencionado anteriormente, la mayor parte de los asentamientos se levantan sobre una ocupación previa, incluso en aquellos lugares con unas claras muestras de cambio, como pueden ser Arroyo manzanas, Cerro de la mesa o Talavera la Vieja, por lo que la base de subsistencia debió permanecer inalterada. Sin embargo, debemos prestar atención al hecho de que la adopción de novedades técnicas en cada uno de ellos debió ser muy diferente, puesto que mientras algunos asentamientos muestran una paulatina incorporación de las corrientes cerámicas orientalizantes, otros lugares, como Talavera la Vieja (Salgado, 2006), parecen estar produciendo la misma cerámica gris que la baja Andalucía o las vegas del Guadiana. Así mismo, la masiva importación de algunos bienes, en especial la pasta vítrea, detectada en la zona de La Vera (Cáceres) nos indica unas relaciones comerciales privilegiadas y la producción de algún bien en esta zona susceptible de ser exportada. Por tanto, ¿qué papel juega la cuenca del Tajo en el conjunto de la Península a lo largo del periodo de colonización fenicia? Parece que, como ocurría en el Guadiana a lo largo de los siglos VIII y VII no hay un interés específico ni masivo por estos territorios. Sin embargo, la paulatina jerarquización social y la adopción de los símbolos de prestigio mediterráneos pueden ser bien la causa o la consecuencia de estos contactos iniciales. La situación parece cambiar a finales del S. VII y sobre todo en el VI, cuando podemos apreciar que, mientras algunos asentamientos permanecen anclados en las tradiciones anteriores, asumiendo paulatinamente los adelantos técnicos, otros sufren una renovación que los aproxima a los parámetros tartésicos, tanto funerarios como religiosos o arquitectónicos. Para explicar estos cambios se ha propuesto la llegada de individuos o grupos tartésicos, fenicios o incluso de los dos juntos, casi siempre siguiendo la “Vía de la Plata”, sin embargo, las similitudes que presenta el bajo Alemtejo con el Guadiana o el Ribatejo Portugués con el Tajo meseteño apuntan a unas relaciones más fluidas entre el Atlántico y el interior que hacia el núcleo de Tartessos (Pellicer, 2000; Arruda y Vilaça, 2004). Finalmente, el siglo V muestra un desarrollo propio de la zona y una intensificación de los contactos con el Guadiana y con otras zonas de la meseta en la que se van configurando los horizontes culturales que desembocarán en los pueblos prerromanos.

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