Extensidad

June 15, 2017 | Autor: M. Rodríguez-Arias | Categoría: Philosophy of Love
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Descripción

Enero 2 de 2015 [email protected]

EXTENSIDAD Nacimos en un tiempo en el que pensamos que el corazón está hecho para que nos lo rompan. Lo tenemos, lo ofrecemos y nos lo devuelven dañado. Qué mecanicista y utilitarista visión del hombre que hace que creamos que la cuestión del amor es la reparación y la del odio el daño. Solo hay amor, el que ha comprendido realmente quién es y qué está dispuesto a dar solo tiene la posibilidad de amar. Porque dar amor solo puede producir más amor. El amor no se gasta, porque dar amor es encontrarse y entre más se ama, más se comprende a sí mismo. El amor no se puede salir a buscar porque el amor es uno, el amor solo se puede dar. Arriesgarse a amar es arriesgarse a ser. A ser cada vez más cosas, más significados. Ningún intento de dar amor es por tanto hecho en vano, porque a falta del otro, ese amor dado me ha ensanchado a mí y a mi propia capacidad de amar, de ser. Ser algo, ser alguien, siempre implica un costo. Todo el tiempo decidimos qué ser, damos un paso en vez de otro, resonamos con el entorno. A veces el universo manda, y entonces advertirle es maravilloso. Hacer consciencia de los caminos que se toman, de la elección de vida que hacemos a cada instante, es una labor de consonar con un mundo de sucesivas posibilidades. Todos tenemos que encontrarnos, de alguna manera, en todos los lugares; el problema es que no sabemos buscar. No es normal que estemos aquí ahora, ser alguien siempre implica elegir algo, tomar algún camino que hoy nos pone en el lugar que estamos. La perfección parece ser esa ubicuidad siempre alcanzada, nos frustra desubicarnos, nos duele no saber a veces dónde estamos, para dónde vamos. Nos gastamos la vida en intensidad, en momentos sucesivos que derruyen nuestro ser, pagamos el costo. El aquí es mucho más real que el ahora, el ahora es un tiempo complexo que marca los ritmos en los que funciona nuestra razón discursiva, mediática,

procesual y concatenada de pasado y de futuro en tiempo presente. El aquí lo contiene un cuerpo, un cuerpo que paga a cada instante ese costo de ser, que padece, siente, se afecta y experimenta nuestros relatos y relaciones, toda la trascendencia y también toda la inmanencia. Cada momento es una oportunidad de amor intenso desligado con la permanencia, pero parece en vano que una vida que jadea entre la subsistencia no aspire continuidad, sino solo puntos altos de estremecimiento. Aprendimos a amar con locura, con el desenfreno de la velocidad de nuestros tiempos, confundimos el querer con el comparecer de la voluntad; yo no llamo amor a un lugar centrifugado, a lo sublime de un momento de perfección humana en el que avizoramos momentos de cegadora lucidez. Yo no llamo amor a ningún momento, ni aquí ni ahora, ni de la abundancia de la sensibilidad ni de la pura racionalidad. Porque querer es temporal, desplazable, evasivo, pero el amor es para siempre. Para ser más totales que específicos, más eclipsados que distintos, más otros de uno mismo, que un sí mismo blindado; para ser más ser, es necesario defender un amor extenso. Un amor que perdure y ronde la perífrasis de nuestra condición temporal, un amor eterno incondicional, que perdone y se dé para siempre sin enmendaduras. Que no se alterna entre objetos de deseo, sino que abrace la existencia trascendiendo la sustancia. Aprendimos a desear los accidentes, a reparar en ellos, a discriminar por ellos, a renunciar al amor por las categorías, por los predicados que acompañan nuestra existencia, pero que no tocan nuestra esencia. Esta juventud, velo bucólico de la vida, tiempo sin tiempo en el que todos las sendas conducen hasta ahora, no es más que el espectáculo del amor intenso que luego contraargumenta con nostalgia, que luego pregunta por la extensión de nuestra voluntad, por el sí mismo que transcurre como excurso de la vida práctica, de la vida que se hace consecutivamente entre deseos y no se termina de oblar ante lo efímero. Pero todo amor verdadero es generoso, no se ancla a las determinaciones sino a lo propiamente indeterminado, al ser puro, potencia pura siempre actualizante. Afirma al que ama y al amado e inunda de sentido prudentemente, dosifica la intensión, cubre los costos de ser. Es imposible horadar el corazón de los hombres –excepto uno–, o por lo menos querer hacerlo, como quien intenta derruir las capas de una alcachofa hasta surcar en su centro. Es inabordable definirlo, pero absolutamente necesario intentar; porque intentar es la vida, y lograrlo sería el fin. Atravesar otra intimidad sería su final, y está aquí el lugar de

la excepción: lo único ineludible, lo único posible de realización entre los intentos que son la vida, el único fin último del hombre, lo inapelable, es abrirse a sí mismo su propio corazón y amarse incondicionalmente. Pero la bondad siempre nos lleva afuera. Un hombre sensato, si no se adelanta a sí mismo, se mantiene más allá de sí mismo. El que entrega su vida, la gana. Pero el amor es uno, es decir, para ser uno son necesarios mínimo dos. Solo salir de sí es encontrarse; para tenerse hace falta otro. Más allá de toda condición o razón, más allá de toda determinación que no termina de describirnos, se alza una moción incapaz de hacerse palabra, inefable, turbia y lenta como sumergida en la deliciosa levedad del ser. Será necesario entonces olvidarlo todo y empezar de nuevo, y entonces en ese preciso instante y en ese preciso lugar primará el ser por encima de toda casualidad o advenimiento del tiempo. Porque ser algo implica dejar de serlo todo, abandonar todo pseudónimo y retahíla, y atender a lo que se oculta detrás de todo lo que es. Solo el amor nos hace eternos, es imposible ser uno sin dos; la eternidad necesariamente es compartida, ser eterno requiere un amor en extensidad.

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