EXPONER EL ARTE EN LOS MUSEOS: ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

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Descripción

Ribotta, Eduardo. 2010. “Exponer el arte en los museos: encuentros y desencuentros”. En: Contiendas. Vol I. Pp 27-37. Instituto Binacional de Arte Contemporáneo y Espacio Público. Facultad de Artes. U.N.T. ISBN- 978-987-05-8618-0. EXPONER EL ARTE EN LOS MUSEOS: ENCUENTROS Y DESENCUENTROS Eduardo Ribotta Facultad de Ciencias Naturales e IML [email protected]

La Nueva Museología Cuando en la década del `80 irrumpe con fuerza la nueva museología en el mundo, Argentina se mantiene aislada de la misma, por desconocimiento o por falta de políticas culturales que se adecuaran a esta nueva perspectiva, tanto a nivel nacional como provincial (Prebisch y Ribotta, 2009). El museo dominante entonces, con fuerte presencia aún hoy, es el gestado por los coleccionistas en el siglo XIX y utilizado por la aristocracia y burguesía: un coto cerrado de una clase privilegiada que en un modo u otro obstaculizaba el acceso a la cultura (León, 2000). Este tipo de museo se había quedado paralizado, desactualizado para la nueva sociedad que exigía sus derechos. La institución necesitaba generar nuevas perspectivas y responder a exigencias actuales, surge entonces la Nueva Museología. Siguiendo a (Maure, citado en Fernández 1999) la Nueva Museología es un sistema de valores, una museología de acción que puede ser definida sintéticamente por los siguientes parámetros: a- Democracia cultural, ninguna cultura dominante debe ser ensalzada como “la cultura” en detrimento de la variedad de culturas existentes o que han existido. b- Los museos antiguos se ocupaban de la monodisciplinaridad, con la Nueva Museología son pluridisciplinarios, antes se ocupaban del público experto ahora de la comunidad, antes del edificio ahora del territorio. c- Concienciación de la comunidad.

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d- Diálogo entre el museo y los sujetos, basado en la participación activa de los miembros de la comunidad. e- La exposición resulta ser un método, útil de diálogo y concienciación que dispone el museólogo, ya que aquella, considerada como una puesta en escena de los objetos, constituye un lenguaje visual utilizado por todos en la vida cotidiana. Escapa a las intenciones de este trabajo desarrollar extensamente todo lo que concierne al marco teórico y a los aportes que la nueva museología realizó, para los interesados en ampliar la temática se les sugiere entre otros (Hernández, 1994); (Fernández 1999); (León, 2000). Para entrar en la temática propuesta cabe aclarar la definición consensuada que existe sobre que es un museo, “es una institución permanente, sin fines lucrativos, al servicio de la sociedad que adquiere, conserva, comunica y presenta con fines de estudio, educación y deleite, testimonios materiales del hombre y su medio” (Estatutos del ICOM -Consejo Internacional de Museos- de 1974, citado en Hernández 1994: 69). Es a partir de esta definición y del nuevo impulso que la museología tiene en estas últimas décadas que se realizará el análisis de las exposiciones de arte en los museos de Argentina.

Reflexiones sobre museos y arte

Cuando se recorren los museos del país y en especial los de arte o los museos que exponen arte se encuentra que a la mayoría de los mismos no les llegó la nueva museología. En general se presentan como museos decimonónicos en los que aún se respira la exhibición para el entendido -el experto- en donde no se puede involucrar al lego, sin importar que ese tipo de museo y esa clase de exhibición meramente esteticista, haya quedado superada por una museología que apunta a los diferentes tipos de públicos y a un museo dinámico, educador, comunicativo, participativo e integrador. El museo actual debe “desarrollar una función social positiva [...], educando, sensibilizando” (Martínez 2003:139). Son sin duda importantísimas en este caso lo que las nuevas -a esta alturas ya viejas temporalmente hablando- corrientes museológicas y enfoques museográficos hacen para impulsar que “El papel del museo como lugar de

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conservación elitista, como un bastión de la tradición y la alta cultura" haya cedido “su puesto al museo como medio masivo, como un lugar de mise en scène espectacular y exuberancia operática” [cursiva en el original] (Huyssen citado en Ares, 2008:61). Esta reticencia a permitir una visión diferente de la obra no es exclusiva de los museos de arte argentinos, sino que en líneas generales puede extenderse a diversas partes del mundo, pero siempre unido a los museos de arte que sin duda son los que, a diferencia de los museos de ciencias o historia por ejemplo, aún se mantienen dentro de los museos “cerrados” a la comunidad y a las exigencias de la museología actual. A pesar de los enormes cambios y transformaciones que las expresiones artísticas han tenido en si mismas, esto no las ha llevado a modificar el tipo de exhibición que presentan en los museos, sino más bien todo lo contrario, se han alejado de los públicos y -prácticamente - encapsulado en un pequeño grupo de especialistas. Por ello los museos de arte contemporáneo “Siguen siendo entidades lejanas que provocan el entusiasmo o suscitan la diatriba de unos pocos iniciados, pero que sólo generan indiferencia -en el mejor de los casos- de la gran mayoría” (Balerdi e Iraola, 2003:195). La diferencia que establece la nueva museología en el montaje de una exposición, es que coloca innumerables elementos de intermediación para que los visitantes del museo se comuniquen con ella, sin embargo: “Sólo en los museos de arte el visitante puede hallarse frente a objetos o piezas carentes de elementos de intermediación. ¿Cual es la razón de este hecho diferencial de los museos de arte con respecto a todas las demás disciplinas?; ¿Cuáles son las causas de semejante situación?;¿hay detrás de todo ello una lógica aplastante que obligue a prescindir de estos elementos en los museos de arte?” (Santacana, 2006:2). La respuesta que surge casi de inmediato es lo que muchos sostienen, el arte puede explicarse por si mismo no necesita intermediación, esta visión: “...parte de una base indiscutible, que es el hecho de que el arte es siempre comunicación; ésta es una de las funciones del arte: el comunicar creencias, valores, costumbres, estados de espíritu o ideas. Una de las funciones del arte también puede ser la evocación del placer, del dolor, de la angustia, de la alegría o de la pena. Por estas razones, quienes sostienen estas teorías creen que los

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elementos de mediación, sean de la naturaleza que sean, impiden la percepción espontánea de la pieza” (Santacana, 2006:2-3). Ahora bien, si el arte se explica por si mismo y la intermediación no es necesaria, el visitante que no es experto -la enorme mayoría del público- que recorre una muestra de arte en el museo, debería salir comprendiendo por si mismo lo que vio, sin embargo “esta concepción de la función del arte y de su poder de comunicación choca con la evidencia de que miles de ciudadanos de todas las condiciones y clases, no entienden el lenguaje con el que hablan algunos artistas” (Santacana, 2006: 3). También ocurre que casi siempre los responsables de los museos de arte, o los curadores, o los mismos artistas, colocan pequeños datos para auxiliar al visitante de los museos, pero sucede que: “Muchas veces da la impresión de que los responsables de museos de arte [...] se mueven con esquemas objetivistas. Actúan con el convencimiento de que la obra habla por si misma [...] “facilitan” detalles de conocimiento al espectador mediante la incorporación de una etiqueta -colocada a veces lejos de la obra por razones puramente “estéticas”- en las que se lee “Fulanito de tal (autor), Técnica mixta (¿cuál?), 80x60x62, (medidas -¿en qué orden?, preguntará el lego-) [ cursiva en el original] (Balerdi e Iraola, 2003:194). A lo que se le puede agregar, ¿como es el rostro del artista?, ¿como es su taller?, ¿que materiales uso?, ¿que herramientas empleó para cada objeto?, ¿quienes lo influenciaron?, ¿como lo construyó?, ¿que puede decir de tal o cual obra? y un larguísimo etc, proveniente de la diversidad e inquietudes de los visitantes y que esos carteles mínimos no informan, mas bien desconciertan. Como consecuencia de ser expertos en la temática los curadores o los encargados de realizar la exhibición: “dan por supuestos en el visitante un determinado nivel de conocimientos; la temática la presentan desde el punto de vista del experto [...] o simplemente del erudito. Por ello no ahorran utilizar terminología técnica [...] plagada de conceptos implícitos […]. Por lo tanto, el primer problema que se le plantea al visitante es el de la barrera que le interpone la propia terminología y la presunción de un determinado nivel de conocimiento [...]. Existe [...], otro grave problema, que también parte de prejuicios y es el suponer que el visitante no tiene ningún interés en saber como se hicieron las cosas [...] y por que razones […] el artista lo hizo de esta forma y no de otra” (Santacana, 2006:9).

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Es por ello que no es correcto plantear en el museo una exhibición para los especialistas, tal cual se montaban antes porque: “cuando se supone que el objeto responde por si mismo a las cuestiones que su existencia plantea al visitante, se extrapola la capacidad propia del experto a los visitantes que, sólo en la medida en que sean expertos, podrán obtener respuesta a partir de la información que le ofrece el objeto y de sus propios conocimientos y recursos metodológicos” (Blanco, 1999:73). Concretamente entonces la nueva museología permite separar rotundamente la exhibición de la exposición, expresado claramente: “La museología que pretende transmitir ideas y que entiende la exposición como medio de comunicación se preocupa [...] de la construcción del mensaje [...] la exposición ha pasado de considerarse como una mera exhibición de objetos a concebirse como un medio de comunicación [...] que va a mediar entre los visitantes y los objetos expuestos para facilitar su comprensión” ( Blanco, 1999:8). Esta comunicación se logra a través de la intermediación que el museo a través de su museografía y en un trabajo de equipo (museólogos, diseñadores, artistas, pedagogos, etc.) pone a disposición del público con estrategias de comunicación reconocibles, por ello se aleja de la exhibición que al objeto “no tiene más finalidad que mostrarlo, [...] sin que exista una intencionalidad comunicativa [ni] estrategias de comunicación” (Blanco, 1999:38). Claro que puede haber respuestas a lo arriba mencionado, por ejemplo hablando de las nuevas tendencias artísticas “es que un arte que filosofa o que teoriza hace imprescindible la formación continua del espectador, un perfeccionamiento sostenido de sus capacidades y competencias. Sólo así podrá disfrutar -y ser parte- de la lucidez del arte” (Oliveras, 2008:14.). Esto implica que para ser parte como público debe formarse, sino no podrá disfrutar, lo que lo transforma en una visión lamentablemente elitista; se sigue separando los que saben y los que deben estudiar porque sino no pueden entender, ni ser parte de la “lucidez del arte”. ¿Acaso los museos a través de la intermediación no comunican complejas teorías como el big bang, la relatividad, lo que ocurrió en el Jurásico o cómo fue la vida en el siglo XIX?;

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sólo por citar algunos ejemplos de situaciones que el visitante no conoce. ¿Por qué entonces no puede intermediarse el arte para lograr una mejor comunicación?. Sin embargo la carga parece estar en el nuevo espectador del arte: “Para no sentirse agredido por las obras y para no responder con ofuscación, el nuevo espectador deberá tener algún conocimiento de la historia del arte, al menos de los más importantes paradigmas que la organizaban. Podrá así apreciar en qué medida el nuevo los niega” (Oliveras, 2008:13). ¿Y porqué esos conocimientos, esos paradigmas no pueden ser presentados en la exposición? ¿Porqué pedirles al público que los traiga? ¿Qué los tenga? ¿Qué impide, aunque sea en forma mínima, proporcionárselos en el momento en el museo?. Por que a su vez es de esperar que “si aceptamos que las manifestaciones artísticas se mueven en un campo de convenciones formales, quien desconozca las convenciones se sitúa fuera de la comunicación; en estos casos el arte no se explica por sí solo y el visitante del museo [...] simplemente se aburre” (Santacana, 2006:69). Esta defensa del museo, de la exposición comunicativa, de su función educativa, de sus cambios, de su utilidad social puede ser refutada desde el campo artístico, Rosa Martínez famosa curadora y organizadora de bienales internacionales dice: “No niego las cualidades ni la necesidad de los museos, pero la razón de que las bienales proliferen en el mundo es que los museos no cubren todo el espectro de lo que hoy se necesita para vivir y entender el arte” y agrega “Las bienales no tienen, como los museos, la obligación institucional de representar la historia, de convertirse en garantes del arte establecido, de visualizar la memoria y de mostrar lo que ya ha sido asimilado” (Martínez, 2003:125). Y se puede agregar “cuando el arte cambió, el museo tal vez haya dejado de ser la institución estética fundamental, y las exhibiciones extramuseísticas [...] ejemplifican lo que puede llegar a ser la norma: que el arte y la vida están más profusamente entrelazadas de lo que admiten las convenciones del museo” (Danto citado en Ares, 2008:65). Ambas afirmaciones son absolutamente ciertas, así como también que las galerías de arte, centros culturales o espacios culturales alternativos pueden y deben exhibir sus objetos como pretendan, estos espacios deben proliferar, pueden vender las obras como y cuando quieran y sin duda destacarse dentro del campo cultural.

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No se desconocen estas perspectivas, incluso existen otras más extremas que rechazan abierta y radicalmente la institución museística como el sociólogo francés Jean-Paul Aron, para quien el museo es “una agresión contra la memoria” (Fernández, 1999:87). Sin embargo, si el arte se expone en un museo, debe atenerse a los fines, metas y objetivos del museo, y por ende adaptarse a los requerimientos que la institución persigue -detallados en la definición del ICOM ya citada- o sintetizándolo con otras palabras promover “...la comunicación, la difusión, el carácter educativo y el sentido lúdico [...] lo que tiene que ser la esencia y el sentido último de un museo” (Hernández, 1994:81). Porque los museos han cambiado y han pasado “de una política museística centrada en el objeto [...] a una política centrada en el público, que se traduce en una atención preferente al montaje de exposiciones comprensibles, adoptando unos criterios didácticos y no exclusivamente estéticos” [cursivas en el original] (Homs, 2004:31). Por ello está claro entonces que “...el museo es un lugar de democratización del saber disciplinario” (Padró, 2003:54).

Consideraciones Finales

No cabe duda que existen propuestas “valientes, inteligentes y con voluntad de alcanzar a un público variado. Sin embargo predomina la museografía conservadora, vacía y elitista; predomina la exposición al servicio de una supuesta elite intelectual y a espaldas del público” (Santacana, 2006:17). Cabe aclarar que existen museos con departamentos educativos que trabajan mucho para intentar realizar exposiciones comunicativas, entre otros se pueden citar en la Argentina, los museos públicos como el Castagnino en Rosario y el de Bellas Artes en Bs. As. y entre los privados, el Malba en Bs. As. Marcada la diferencia entre exposición y exhibición, el museo debe ser un espacio de integración en donde queda claro que “resulta innegable que el museo, a pesar de las luchas, de las fobias y de las polémicas, continúa operando como el intermediario entre el público y el producto estético sea éste experimental, tradicional o revolucionario” (Ares, 2008:55).

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Esta intermediación debe realizarse utilizando diversas variantes comunicativas dejando de lado la museografía estática incorporando a la exposición, entre otros recursos: guías, escritos, dvd, sonidos, olores, gigantografías, estandartes, escenificaciones, conferencias, talleres para diversas edades etc; que partan de un guión museológico previamente establecido por los comunicadores o responsables del museo y consensuado con el/los/las artistas anterior al montaje de la exposición. De esa manera no queda librado al azar, ni a los conocimientos específicos del visitante, el comunicarse con las obras. Las exposiciones así pensadas y desarrolladas preocupan y en ocasiones “atemorizan” a los artistas e incluso a los teóricos del arte que no quieren que la obra se “explique”. Esta mirada queda demostrada en la siguiente apreciación: “...diremos -aunque mucho nos pese- que el arte no es comunicación, que la función del “arte autónomo” [...] es registrar el presente [...] y esto no siempre puede ni debe ser dicho en términos evidentes [...] o comprensibles para todos. Una excesiva claridad (el didactismo) desnaturalizaría el mensaje de la obra, anularía lo que le es esencial: su complejidad semántica” (Oliveras, 2008:126). Por ello debe quedar claro, que el tipo de exposiciones que el museo debe presentar, busca lograr que el espectador vivencie “algo” de lo que el artista sintió, vivió, o pensó, como para acercar al público a una posible aprehensión de algunos de los múltiples significados -polisemia- de la obra de arte, sin pretender con ello entenderla o descifrarla en su totalidad. Pero a su vez se puede afirmar, que la comunicación que el museo consiga acercar -aunque la percepción o el sentir de los visitantes sean entre si diferentes- será mucho más lograda que si la obra fuera presentada como una simple exhibición para expertos. Ahora bien el museo no debe dejar de prestar atención al visitante porque se puede caer en algo similar a los especialistas, realizar una comunicación que pocos entienden, por ello la institución no puede renunciar a escuchar al público y sus inquietudes debido a que “...el factor revulsivo que ha cambiado de modo tan radical el modo de entender la exposición ha sido la investigación sobre el visitante y la evaluación de las exposiciones” (Blanco, 1999:9), recordando además que no existe un público de museos sino públicos, con “s”. Sin esta base se corre el riesgo de cometer errores similares a los cuestionados en este trabajo.

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En este sentido debe tenerse en cuenta las funciones que cumplen los museos en el mundo actual y los artistas que exponen en ellos, para que no ocurra como advierte duramente el historiador y crítico cubano Gerardo Mosquera “Lo cierto es que por mucho que se critique al museo, el museo hoy más que nunca continúa desempeñando una función sacralizadora de los artistas que muestran sus obras en él” y continúa “en gran parte del mundo, el arte padece de la misma tragedia que la literatura haitiana, desconocida por el 90% de la población del país, que no sabe leer ni escribir” (Mosquera citado en Martínez, 2003:139). A esto debe agregarse que los artistas y curadores muchas veces utilizan al museo para validar la obra, esa validación luego es utilizada para ingresar en el circuito del mercado artístico y para ser introducida dentro del marketing del mismo. Es injusto entonces sólo usar al museo como “legalizador” pero sin respetar las funciones específicas que este tiene como educador-comunicador; y es aún más injusto cuando se critica la intención integradora-didáctica del mismo pero se aprovecha el prestigio que goza en la sociedad, para que unos pocos obtengan el rédito económico y el reconocimiento que otorga a las obras, a los artistas y a los curadores, esta institución dentro del sistema capitalista. El museo debe reemplazar las exhibiciones de arte por exposiciones, utilizándolas como medio de comunicación, debe investigar los diversos perfiles de sus visitantes y evaluar las exposiciones, para de acuerdo a los resultados obtenidos modificar, mejorar, reconsiderar la forma expositiva y temáticas presentadas, facilitando así la captación del mensaje, la integración de la información y logrando que el museo cumpla su finalidad: ser útil a la sociedad que lo cobija. Porque de lo contrario si “los artistas, museólogos y los historiadores del arte no acceden a sociabilizar sus conocimientos [...]. No podrán lamentarse después del escaso interés del “vulgo” por su obra; habrá sido el resultado de un conjunto largo y sostenido de acciones, prejuicios y omisiones deliberadas” (Santacana, 2006:17).

Bibliografía

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