Exégesis de San Ireneo de la parábola del hijo pródigo

July 22, 2017 | Autor: Juan Pablo Martinez | Categoría: Teología, Teologia biblica
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Descripción

Juan Pablo Martínez Martínez

Interpretaciones patrísticas de las parábolas



Exégesis de San Ireneo de la parábola del hijo pródigo

Señala el Padre Antonio Orbe que entre los pasajes propios que San Ireneo
recoge del Evangelio de Lucas no aparece la importante y fundamental
parábola del hijo pródigo. Recojamos el texto del Adversus Haereses para
confirmar esta teoría del Padre Orbe[1]:
"Si alguno se atreve a acusar a Lucas de "no conocer la verdad",
claramente rechaza el Evangelio del que pretende ser discípulo. En efecto,
muchas cosas del Evangelio, y entre las más necesarias, las conocemos sólo
por él, como por ejemplo: La generación de Juan y la historia de Zacarías
(Lc 1,5-25); la venida del ángel a María y la confesión de Isabel (Lc 1,26-
28 y 42-45); la anunciación de los ángeles a los pastores y su contenido
(Lc 2,8-14);el testimonio de Simeón y Ana sobre Cristo (Lc 2,25-38);su
pérdida en Jerusalén a los 12 años (Lc 2,41-50);sobre el bautismo de Juan,
y que el Señor fue bautizado cuando tenía alrededor de 30 años, durante el
15º de Tiberio César (Lc 3,3.23);y, de su doctrina, aquello que dijo a los
ricos: "¡Ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestra consolación!
¡Ay de los hartos, porque tendréis hambre!" (Lc 6,24-25).Sólo por Lucas
conocemos éstas y otras cosas, así como muchas acciones del Señor a las que
todos ellos recurren, como la multitud de peces que Pedro y sus compañeros
atraparon cuando el Señor les mandó echar la red (Lc 5,4-6); la mujer que
sufría desde 18 años atrás y que fue curada en sábado (Lc 13,10-17); el
hidrópico a quien el Señor curó en sábado, y la disputa que él sostuvo por
haber curado en ese día (Lc 14,1-6); su enseñanza a los discípulos sobre no
buscar los primeros puestos (Lc 14,7-11); la necesidad de invitar a los
pobres y enfermos que no tienen cómo retribuir (Lc 14,12-14); el que llama
a su amigo de noche para pedirle pan, y es atendido por su insistencia
inoportuna (Lc 11,5-8); la comida en casa del fariseo y cómo una mujer
pecadora besaba sus pies y los ungía con ungüento; además, todo lo que le
dijo a ella y a Simón, acerca de los dos deudores (Lc 7,36-50); la parábola
del rico que logró muchas cosechas y las guardó en el granero, al que le
dijo: "Esta noche se te pedirá tu alma, ¿de quién será todo lo que has
recogido?" (Lc 12,16-20); el rico que se vestía de púrpura y se dedicaba a
divertirse suntuosamente, y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31); su respuesta
cuando los discípulos le preguntaron: "Auméntanos la fe" (Lc 17,5-10); la
conversación con Zaqueo el publicano (Lc 19,1-10); el fariseo y el
publicano que al mismo tiempo oraban en el templo (Lc 18,9-14); los diez
leprosos que él curó de camino (Lc 17,11-19); su mandato de convocar a la
boda, de las aldeas y plazas (Lc 14,21-24); la parábola del juez que no
temía a Dios, al que la viuda instaba para que le hiciera justicia (Lc 18,1-
8); la higuera en medio de la viña, que no producía fruto (Lc 13,6-9).
Podríamos encontrar muchos otros pasajes que se hallan sólo en Lucas, de
los cuales también Marción y Valentín hacen uso. Mas, sobre todos ellos, su
conversación en el camino con los dos discípulos y cómo lo reconocieron en
el partir del pan (Lc 24,13-35)"[2].
A pesar de este dato objetivo, la parábola del hijo pródigo aparece
mencionada en otros textos del santo. Es más, se convierte para Ireneo en
la clave hermenéutica y sintética de los principales contenidos del
Evangelio de Lucas, un evangelio de carácter fundamentalmente sacrificial y
sacerdotal según su visión, tal y como señala él mismo: "El Evangelio según
Lucas, ya que tiene rasgos sacerdotales, comenzó presentando a Zacarías
cuando ofrece a Dios el sacrificio. Y es que ya se estaba preparando el
becerro cebado que debía matarse por el regreso del hermano menor"[3]. Esta
tónica sacrificial del Evangelio de Lucas es anticipada en el sacrificio de
Zacarías (Lc 1, 7) y consumada en el sacrificio del becerro (mosjos en
griego o vitulus en latín) por el regreso del hijo menor.
El sacrificio del becerro cebado (símbolo de Cristo) por el hijo menor
que se había perdido (símbolo de la humanidad perdida desde Adán) se
convierte así en el centro de la parábola e incluso en la compilación y
resumen de la misma. El motivo de ese sacrificio es la redención de la
humanidad perdida culpablemente desde Adán. Este es el eje vertebrador del
Evangelio de San Lucas según Ireneo.
Por eso, la actividad de Cristo a lo largo de dicho Evangelio responde al
rostro del becerro, una de las cuatro formas apocalípticas que revisten los
querubines, que simbolizan la actividad del Hijo de Dios entre los hombres:
"Los querubines, en efecto, se han manifestado bajo cuatro aspectos que son
imágenes de la actividad del Hijo de Dios (Ap 4,7): "El primer ser
viviente, dice [el escritor sagrado], se asemeja a un león", para
caracterizar su actividad como dominador y rey; "el segundo es semejante a
un becerro", para indicar su orientación sacerdotal y sacrificial"[4]. Sin
embargo, esta tesis sacrificial sobre la cual hace girar la estructura del
Evangelio de Lucas, no es justificada suficientemente por Ireneo con otros
pasajes más concretos de dicho Evangelio, como bien hace notar Orbe[5].
Debido a esto, a mi modo de ver, si no se fundamenta adecuadamente en la
vida de Jesús este significado sacrificial y a la vez soteriológico de su
existencia como mosjos (esto es, el becerro que se sacrifica por el regreso
del hijo menor), es posible que la interpretación ireneana resulte forzada
o impuesta al texto desde fuera y que, por lo tanto, no respete la
autonomía del texto del Evangelio en su desvelar la verdad. De esta manera,
según mi opinión, el sentido espiritual se impondría sobre el sentido
literal del texto de una forma no respetuosa con la intención del
hagiógrafo en virtud de una precomprensión creyente de la Escritura, que se
acercaría peligrosamente a la forma de una ideología (por supuesto no
fundamentalista, si se tiene en cuenta el papel de la Escritura y su
relación con la Tradición en el pensamiento de Ireneo)[6].
Incluso la propia comprensión de la parábola deviene problemática debido
a esta interpretación, ya que si no se percibe del todo como adecuada a la
realidad del texto la relación entre el contenido del Evangelio de Lucas y
su carácter sacrificial (debido a la razón que hemos señalado antes: la
falta de justificación dentro del mismo texto de Lucas según la cual las
escenas de la vida de Jesús en Lucas deberían anticipar el carácter
sacrificial -sentido espiritual- de la actividad de Jesús), mucho menos se
entiende que Ireneo haga girar la parábola del hijo pródigo en torno al
sacrificio del becerro, cambiando incluso el orden de los versículos (el
sacrificio del novillo se anticipa al otorgamiento de la vestidura preciosa
(símbolo de la gracia perdida), cuando en el texto de Lucas el orden es
inverso[7]), o aportando otros textos de la Sagrada Escritura (sobre todo,
del Antiguo Testamento) que confirmen su hipótesis interpretativa, debido a
su "precomprensión" hermenéutica, según la cual el Antiguo Testamento es
profecía del Nuevo Testamento, es más, recibe su cumplimiento y su luz
definitiva en el Nuevo. Este tipo de interpretación pone en juego además
uno de los principales rasgos de la exegesis ireneana, que es su
comprensión histórico-salvífica de la revelación de Dios. Esta comprensión
de la revelación fundamenta a su vez la unidad de ambos Testamentos,
cuestión que Ireneo también tratará en su exégesis de la relaciones entre
el hijo mayor y el hijo pródigo.
Sin embargo, a pesar de esta crítica que se podría plantear, continuaré
con otras razones que Ireneo nos da para poner de manifiesto el sesgo
sacerdotal o sacrificial de la parábola, fundamentadas primordialmente en
la Escritura. Una de ellas para Ireneo es el signo de la Virgen anunciado
en Isaías 7, 14: "Por eso el Señor mismo nos ha dado "un signo en lo
profundo, o en lo más alto" (Is 7,11) que el ser humano no pidió, pues ni
siquiera podía soñar en una virgen preñada, o que una virgen pudiese dar a
luz a un hijo y que el así dado a luz fuese "Dios con nosotros" (Is 7,14) y
que descendiese a lo más hondo de la tierra "para buscar la oveja perdida"
(Lc 15,4-6) (es decir, su propio plasma), y retornase a las alturas (Ef
4,10) para ofrecer y encomendar al Padre a los seres humanos que había sido
hallado, haciendo de sí mismo la (1 Cor
15,20) del hombre. De manera que, así como "la cabeza" resucitó "de entre
los muertos", así también todo "el cuerpo" resucitará"[8].
En este texto, dos signos se atribuyen a Dios:
A) Uno descendente. Se trata de la Encarnación en el seno de la Virgen
conforme a la profecía de Isaías del Verbo Hijo de Dios como Hijo del
hombre para ser Enmanuel, esto es, Dios con nosotros. Pero Jesucristo,
el Verbo de Dios hecho hombre, no solo bajó a la tierra a vivir entre
los hombres, sino que también su descenso se dirigió "a lo más hondo
de la tierra", el infierno, donde vivían los santos en espera de ser
liberados, es decir, donde se iban congregando Adán y sus hijos. El
motivo de este descenso es: "para buscar a la oveja perdida", es
decir, Adán y sus difuntos, creación suya, plasma suya. Porque Adán es
creación suya, Dios hecho hombre bajó con dos propósitos: buscarle,
porque se le había perdido, y para elevarle a la región que Dios le
destinaba desde la creación.
B) En la elevación de Adán y sus descendientes, empieza la consideración
del signo ascendente: el retorno del Hijo del hombre, Verbo de Dios
encarnado, con la oveja perdida-su plasma- al cielo. El motivo de esta
ascensión era: ofrecer y encomendar al Padre al ser humano perdido
desde Adán, que había sido hallado. Es en este marco, como señala
Orbe, donde Irineo sitúa la parábola del hijo pródigo: el retorno del
hombre perdido desde Adán coincide con el ingreso de Jesús en la casa
del Padre[9].
De esta manera, en el hijo pródigo se encuentra perfilada la historia
del hombre extraviado por el delito del Edén, esto es, la creación de Dios
en el destierro a causa de su transgresión (que no apostasía) del
mandamiento divino. Alguien lleva a ese pródigo de vuelta a casa del Padre,
un mediador: Cristo, el sacerdote que ofrece y encomienda al Padre la
humanidad perdida. Pero la cuestión está en que este mediador entre Padre y
plasma no aparece explícito en ninguna parte de la parábola. El hijo es
acogido directamente por el abrazo del Padre sin mediación de ningún tipo.

Por su parte, Ireneo ha querido hacer explícita la figura del mediador
(Cristo) en la parábola de la siguiente manera: la idea de un sacrificio da
pie a pensar en un sacerdote que sacrifica el becerro. ¿Podría ser este
sacerdote Cristo? Es más, ¿podría ser Cristo la víctima (el mosjos, el
becerro, que hemos señalado que simbolizaba a Cristo) y el sacerdote a la
vez? Para Ireneo, la respuesta es afirmativa: Cristo sería el mismo
sacerdote que por su sacrificio en la Cruz, es decir, que por su sacrificio
cruento, levantaría al pródigo en su propia carne al Padre. Con otras
palabras, Cristo ofreció cultualmente al pródigo al Padre en su propia
carne, por quien murió en la Cruz anulando las deudas contraídas por la
naturaleza humana. De esta manera, el pródigo no subió por cuenta suya al
Padre. Sin embargo, existe una contradicción entre este planteamiento y el
relato de Lucas: en el evangelio, es cierto que la acogida en la casa del
Padre no depende del pródigo, sino del mismo Padre, pero en el desarrollo
narrativo no aparece esbozada ninguna mediación cultual o sacrificial que
condicione dicha acogida. De hecho, el Padre corrió hasta el hijo, actitud
muy indigna para una persona de edad desde el punto de vista cultural en
los países orientales, como señala Joachim Jeremias[10], actitud que se
convierte en signo del amor ilimitado del Padre por su plasma, por su
creatura, a quien busca concederle la salvación por todos los medios.
Esta idea la recoge Ireneo, pero subrayando más la indigencia que el ser
humano tiene de Dios. Dios no necesita del hombre, pero el hombre necesita
de Dios. Además, la historia humana corrobora esta afirmación. Así pues,
por medio de los diversos y múltiples caminos, Dios obra en el hombre por
medio de su Palabra para conseguir beneficiarle y conducirle a la salud. La
unidad del Verbo de Dios en su variedad de formas, consonancias y armonías,
constituye para Irineo una "sinfonía" de la salud. Con otras palabras,
dice Ireneo: "De muchas maneras preparó al género humano a fin de que la
salvación le viniese como una sinfonía. Por eso Juan dice en el
Apocalipsis: "Su voz como el sonido de muchas aguas" (Ap 1,15)"[11]. El
término sinfonía proviene de la misma parábola (Lc 15, 25) y, según la
exégesis ireneana, sirve para sintetizar los múltiples beneficios aportados
por la palabra de Dios en las diversas etapas de la historia de la
salvación, desde la creación hasta la redención. En esta sinfonía que oye
el hijo mayor al ir a la casa, se expresa tanto la melodía armónica del
universo creado por Dios, como otra melodía más profunda que es la que
recoge los infinitos caminos del Verbo en la humana salud.
Tras la idea de la sinfonía, tomada de la parábola, se recogen dos
presupuestos fundamentales de la hermenéutica ireneana:
1. La armonía del universo creado o sinfonía del mundo visible es
expresión de la unicidad de Dios.
2. La unidad creación- salvación (redención): la sinfonía de la creación
y de la salvación (los caminos del Verbo para la humana salud) son
obra del mismo y único Dios por medio de su Verbo. No es un Dios el
que crea, y otro Dios el que salva. El Dios que salva refuerza el amor
del mismo Dios que crea, garantiza su unidad y la misma creación
(salva al hombre, porque es su plasma, su creatura). En este sentido,
la historia de la salvación por medio de Cristo, el Verbo de Dios
hecho hombre, recoge una sinfonía más intensa en la que, por un lado,
se expresa el amor infinito de Dios por su plasma y con la que, por
otro lado, se refuerza en cierto modo la inteligibilidad de la
creación. Con otras palabras, un mundo irredento se volvería un mundo
inteligible, debido a que la manifestación máxima de las obras de
Dios, de su gloria, esto es, de la melodía sublime de su creación
consiste en que el ser humano viva, tal y como señala el propio San
Ireneo[12].
Otro aspecto importante en la exegesis ireneana del hijo pródigo es el
valor que atribuye a la parábola que eleva al nivel de historia
paradigmática, emparejándola con hechos históricos, como la creación. Esta
historia recoge la grandeza de la salvación que se ha operado en el hombre
por medio de la fe en su Verbo.
La historia se inicia con la melodía de la penitencia del hijo pródigo
que se convierte al Padre, que vuelve a la casa del Padre. La conversión
del hijo pródigo, símbolo de la humanidad perdida, testimonia una fe
operante y meritoria que solo al hombre beneficia, ya que el Padre no gana
nada con la humana conversión (el hombre necesita de Dios, pero Dios no
necesita del hombre). Aún así, el Padre por el bien de su creatura
sacrifica el becerro (su Hijo Unigénito), mientras otorga al pródigo (la
humanidad perdida desde Adán) la vestidura primera, el vestido primero (en
sentido histórico) que Adán había tenido y que había perdido mediante la
desobediencia, esto es, el vestido de la gracia, regalo del Espíritu Santo.
Esto es lo que supone Ireneo que se diría a sí mismo Adán, cuando perdió
dicho vestido: "Puesto que por la desobediencia he perdido el vestido de
santidad que recibí del Espíritu, reconozco merecer este vestido que no
produce ningún placer, sino que me muerde y lastima el cuerpo"[13]. Esto
es, la desobediencia de Adán provocó la pérdida del vestido primero, pero
no su pérdida irremisible. Adán fue amonestado y castigado por Dios, pero
no fue maldito: la restitución de la vestidura primera estaba prevista por
el designio de Dios, pero era necesario un tiempo de penitencia más
prolongado.
Solo a raíz de la muerte del becerro cebado (vitulus signatus, Cristo),
el hombre fue hecho digno de recobrar la vestidura primera (prima stola).
Esta interpretación va más allá de la letra de la parábola y probablemente
de la intención del propio evangelista. Ya hemos señalado que Ireneo
invierte el orden de los versículos. En el Evangelio de Lucas, el Padre
primero le coloca al hijo pródigo el vestido (Lc 15, 22), luego sacrifica
el becerro (Lc 15, 23). Según mi opinión, la inclusión de la cristología en
la parábola lleva a Irineo a forzar la letra del texto, hasta el punto de
sacarla del contexto en el que ha sido dicha (decimos dicha y no escrita,
para recoger mejor la mentalidad bíblica). Por supuesto que la parábola
puede contener en sí una cristología implícita, puede recoger la idea de
que Cristo con sus obras y palabras pretende actualizar el amor de Dios a
los pecadores arrepentidos. Pero extraer de la misma parábola una
cristología explícita, en la cual se manifieste en sí la redención de
Cristo en una forma sacrificial supone un ir más allá de la potencialidad
de significado que permite el texto según mi entendimiento. Por su parte,
otros aspectos de la interpretación ireneana (el hijo pródigo, como el
plasma (creatura) de Dios perdido por la desobediencia de Adán, el vestido
primero, como el vestido de la gracia, la sinfonía como fiesta de la fe),
son detalles accidentales en los que no se encuentra lo esencial del texto.
Lo esencial del texto está en la afirmación del amor de Dios ilimitado
hacia los pecadores arrepentidos que se actualiza en Jesucristo, en sus
obras y palabras, pero sobre todo con su muerte y resurrección. La muerte
de Cristo es la realización concreta del amor ilimitado de Dios Padre a sus
criaturas, pero no debe olvidarse que el tema central de la parábola es el
amor ilimitado de Dios Padre hacia su plasma, el hombre, hecho a su imagen
y semejanza. La parábola no contiene por tanto una declaración
cristológica, sino una afirmación velada de los plenos poderes que Cristo
reclama para sí: Él obra en lugar de Dios, porque es el representante de
Dios[14].
Por último, retomando la exegesis ireneana de la parábola, queda la
figura del hijo mayor, que representa al plasma de Dios herido por el
pecado bajo la ley de Moisés, el plasma (creatura) de Dios en el Antiguo
Testamento, al igual que el hijo menor o pródigo representa al plasma
(creatura) de Dios en el Nuevo Testamento. Los dos hijos tienen un mismo
Padre. La unidad del padre, como señala Orbe[15], demuestra que tanto
israelitas como cristianos reconocemos a un mismo Dios: el creador del
cielo y de la tierra es Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Esta afirmación
fundamenta la unidad de ambos Testamentos: Antiguo y Nuevo Testamento, que
Ireneo defiende[16].
La diferencia entre el hijo mayor y el hijo menor o pródigo está en que
el hijo mayor (Antiguo testamento) se mantuvo oficialmente "justo" con la
justicia de la Ley junto al Padre, pero sin convertirse realmente a Él. El
hijo menor, sin embargo, nunca se consideró justo y volvió arrepentido a la
casa del Padre. Cuando el hijo mayor supo de la bondad ilimitada del Padre,
que culminó con la mediación salvífica y sacrificial de Cristo, el Padre
acabó por perderle. La ausencia de fiesta y de alegría en la vida del hijo
mayor se corresponde con la historia de Israel, que jamás se convirtió a
Dios del todo, ni dio señales de penitencia ni de conversión verdaderas. El
hijo mayor, Israel, está dominado por una justicia legalista, por una falsa
justicia. Según Ireneo, todos somos pecadores, y abandonamos la casa
paterna, pero gracias a la penitencia y el sacrificio cruento del becerro
(Cristo), recuperamos la vestidura primera del Espíritu Santo, perdido en
Adán.
Una vez más, a mi modo de ver, hemos perdido la letra del Evangelio, en
la cual se nos expresa cuál es la verdadera intención de la parábola: la
parábola tiene una intención apologética, esto es, justificar la
proclamación de la Buena Nueva frente a los que la critican como, por
ejemplo, el hijo mayor. Por eso, el final de la parábola es inconcluso: no
se sabe la respuesta del hijo mayor, porque se espera la contestación libre
y personal de los que escuchan la Palabra, que trata de abrirles a un amor
más grande que los limitados horizontes de una justicia esclerotizada y
falsa. La exegesis de Irineo oculta esta cuestión con aspectos accidentales
y, según mi opinión, da una idea pesimista y negativa de la conversión del
pueblo de Israel a largo de su historia y de la historia de la salvación.
En cambio, la parábola del hijo pródigo supone una llamada constante y
actual a la conversión de todos los hombres pecadores (del Antiguo y Nuevo
Testamento) hacia el amor ilimitado del Padre que se concretiza en toda la
persona y obra de Jesús, el Hijo Unigénito del Padre, y que es más fuerte
que la muerte.



 






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[1] Orbe, A. Las parábolas evangélicas en San Irineo, BAC, 185.
[2] Cfr. Ireneo, Adversus Haereses III, 14, 3 y Orbe, A. Las parábolas
evangélicas en San Ireneo, BAC, 185.
[3] Ireneo, Adversus Haereses, III, 11, 8.
[4] Ireneo, Adversus Haereses, III, 11, 8.
[5] Orbe, A. Las parábolas evangélicas en San Ireneo, BAC, 186.
[6] De hecho, incluso señala Orbe que aunque San Ambrosio caracteriza al
evangelio de Lucas como un evangelio sacrificial identificándolo con la
figura del mosjos, sin embargo, no aplica esta interpretación al sacrificio
del novillo por el pródigo. (Orbe, A. Las parábolas evangélicas en San
Ireneo, BAC, 187).
[7] Orbe, A. Las parábolas evangélicas en San Ireneo, BAC, 198-199.
[8] Orbe, A. Las parábolas evangélicas en San Ireneo, BAC, 185.
[9] Orbe, A. Las parábolas evangélicas en San Ireneo, BAC, 189.
[10] Jeremias, J. Las Parábolas de Jesús, Ed. Verbo Divino, Estella,
España, 1974, 160.
[11] Ireneo, Adversus Haereses IV, 14, 2.
[12] Ireneo, Adversus Haereses IV, 20, 7.
[13] Ireneo, Adversus Haereses III, 23, 5.
[14] Jeremias, J. Las Parábolas de Jesús, Ed. Verbo Divino, Estella,
España, 1974, 160.
[15] Orbe, A. Las parábolas evangélicas en San Ireneo, BAC, 197.
[16] Ireneo, Adversus Haereses IV, 36, 7.
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