“Evolución o involución del desarrollo sostenible: de cómo el desarrollo sostenible se convirtió en corriente principal”, en S. Lucatello y L. Vera (coords.), La implementación de la Agenda 21 en México: aportes críticos a la sustentabilidad local. Instituto Mora, México DF, 2016, págs. 21-44.

June 3, 2017 | Autor: Rafael Domínguez | Categoría: International Development, Sustainable Development, Desarrollo sostenible
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Descripción

LA IMPLEMENTACIÓN DE LA AGENDA 21 EN MÉXICO: APORTES CRÍTICOS A LA SUSTENTABILIDAD LOCAL Simone Lucatello y Lorena Vera (coordinadores)

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ÍNDICE

Introducción La importancia de la Agenda 21 a nivel global y en México. Conceptos y evidencias Simone Lucatello y Lorena Vera

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PARTE I CONSIDERACIONES TEORÍCAS Y CONCEPTUALES DE LA AGENDA 21 Evolución o involución del desarrollo sostenible: de cómo el desarrollo sostenible se convirtió en corriente principal Rafael Domínguez Martín

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La era del desarrollo sostenible/sustentable y las organizaciones internacionales (y regionales) Lorena San Román J.

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Ética, medioambiente y desarrollo sustentable: ¿compartiendo un mismo camino? Gustavo Sadot Sosa Núñez

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PARTE II LA IMPLEMENTACIÓN DE LA AGENDA 21 EN MÉXICO La Agenda Local 21 en México: visión del desarrollo; ASIMETRÓASTERRITORIALESYDÏlCITENSUIMPLEMENTACIØN Prudenzio Oscar Mochi Alemán

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La implementación de la Agenda Local 21 en México: evidencias empíricas y consideraciones generales Simone Lucatello

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La gobernanza territorial y la materialización de las agendas locales 21: de la voz de la comunidad local a la generación de políticas públicas Lorena Vera M.

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El diagnóstico local a partir de la Agenda Local 21: un estudio de caso en la Huasteca Potosina Julio Ruiz Z.

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Conclusiones

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Sobre los autores

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EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN DEL DESARROLLO SOSTENIBLE: DE CÓMO EL DESARROLLO SOSTENIBLE SE CONVIRTIÓ EN CORRIENTE PRINCIPAL Rafael Domínguez Martín INTRODUCCIÓN

Como señala Boaventura de Sousa Santos (2010), vivimos en tiempos de preguntas fuertes y de respuestas débiles. Las preguntas fuertes son las que se dirigen –más que a nuestras opciones de vida intelectual y colectiva– a nuestras raíces, a los fundamentos que crean el horizonte de posibilidades entre las cuales es posible elegir… Las respuestas débiles son las que no consiguen reducir esa complejidad, por el contrario, la pueden aumentar (p. 7).

Sin duda, el concepto de desarrollo sostenible, tal y como se ha acabado entendiendo por parte de los organismos internacionales, es un candidato perfecto para esa descripción de pregunta fuerte con respuesta débil. El desarrollo sostenible tiene dos acepciones en la actualidad. Una es la amplia/paraguas, que alude al triple balance económico, social y ambiental tomado del vocabulario empresarial (Sitnikov, 2013, pp. 2258-2564) como requisito de la sostenibilidad (de acuerdo con el enfoque de desmaterialización relativa, que implica un menor consumo de materiales por unidad de producto interno bruto, PIB). Es la definición que incorpora el Banco Mundial (2013) en su actual estrategia global para 2030: gestionar los recursos naturales para las futuras generaciones, asegurar la inclusión social, y adoptar políticas fiscales responsables que limiten la carga de futuras deudas. La otra acepción es la restringida, y define el desarrollo sostenible como “aquel que permite satisfacer las necesidades presentes sin comprometer la capa21

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cidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas” (Brundtland, 1987), que, como se verá, también asume la noción de sostenibilidad blanda o desmaterialización relativa y considera que el crecimiento económico (basado en el desacoplamiento o menor consumo de energía por unidad de PIB) es la solución a los problemas ambientales. Pero el desarrollo sostenible no nació con esa intención rehabilitadora del crecimiento económico, sino como respuesta a la preocupación por el impacto deletéreo del desarrollo económico sobre el medioambiente, preocupación que se extendió a finales del periodo del desarrollismo con las dos crisis del petróleo de la década de 1970 (1973 y 1979) y la denominada crisis ambiental asociada al proceso de globalización neoliberal que tuvo sus primeros impactos por esos años –las catástrofes de Seveso en 1976, Bhopal en 1984 y Chernóbil en 1986, y el descubrimiento del adelgazamiento de la capa de ozono en 1981 (Pierri, 2005, pp. 27-81). El asunto es que, al igual que pasó con el paradigma del desarrollo humano, el concepto de desarrollo sostenible, que se fue fraguando como una alternativa del desarrollo económico junto a aquel (y a su extensión al enfoque de género y desarrollo), acabó integrado en la doctrina neoliberal del desarrollo, basada en el postulado del crecimiento económico indefinido (Comelieau, 2000), tras su vaciado de contenido crítico por parte de los organismos internacionales (Domínguez, 2014, pp. 5-32). El presente ensayo pretende narrar ese secuestro intelectual del desarrollo sostenible, orquestado por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), con el apoyo del principal donante del régimen de la ayuda al desarrollo (Estados Unidos). El secuestro del desarrollo sostenible consiguió convertir un concepto que se gestó –en el campo de la biología, la ecología y la economía ecológica– como crítica al desarrollo económico, en parte de la retórica de la corriente principal neoliberal y luego posneoliberal del desarrollo; y acabó restaurando la legitimidad del crecimiento económico (desacoplado, limpio, verde y, en flagrante oxímoron, sostenible) como la solución a los problemas ambientales. La operación de secuestro del desarrollo sostenible se puede analizar como una representación en cuatro actos que constituyen la trama de los apartados en los que se articula el presente ensayo. En el primero (el acto de los orígenes remotos) se analizarán los antecedentes de la idea de desarrollo sostenible a partir de los aportes de John Stuart Mill, John Maynard Keynes y Karl Polanyi, tres gigantes que pusieron las bases intelectuales desde las que se fueron fraguando las preocupa-

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ciones sobre los límites del crecimiento de la nueva economía ecológica que surgió a fines de la década de 1960 y que constituye el segundo apartado (el acto de los antecedentes próximos). En el tercer apartado se repasarán los dos conceptos sucesivos de ecodesarrollo y desarrollo sostenible que se formularon durante la crisis ambiental de la década de 1970 y que supusieron un claro desafío a la concepción del desarrollo económico, en lo que se puede considerar como el nudo o tercer acto de esta representación imaginaria del secuestro del desarrollo sostenible. El cuarto y último apartado corresponde al desenlace de nuestra representación, en que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en un momento de derrota de las reivindicaciones de los países en desarrollo por un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI) anegadas por la marea neoliberal, sentaron las bases para una definición de desarrollo sostenible que fuera compatible con la idea de crecimiento económico y quedara integrada en la otra operación paralela de secuestro intelectual (la del desarrollo humano) a través del concepto de desarrollo (humano) sostenible, correspondiente ya al momento posneoliberal de la Conferencia Río+20 en 2012, que abrió la “nueva” agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para después de 2015, como heredera de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, añadiéndole a la narrativa de lucha contra la pobreza las nuevas narrativas de sostenibilidad y equidad.

ANTECEDENTES REMOTOS: DEL ARTE DE VIVIR A LOS PELIGROS DEL MERCADO El desarrollo sostenible está vinculado en sus orígenes a la noción de poner límites al crecimiento económico para una vida mejor. La idea de que el crecimiento podría conducir a un estado estacionario deseable, fundado en el control de la población y la redistribución de los recursos y el ingreso, se remonta a John Stuart Mill, que rompió con la tradición de la economía política clásica para la que el estado estacionario era una de las posibles consecuencias de la dinámica del crecimiento económico basado en la noción de rendimientos decrecientes no superables por la tasa de progreso tecnológico (Halkos, 2011), salvo que se recurriera al deux ex machina que tanto Smith como Ricardo quisieron encontrar en el libre comercio. A diferencia de ellos, Mill (1909) contempló el estado estacionario como un destino futuro esperanzador para los “países más ricos y más prós-

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peros” (donde se había desarrollado “el ilimitado crecimiento del poder del hombre sobre la naturaleza”), lo que supone reconocer que el aumento de la producción de bienes y servicios debía terminar en algún momento. En ese sentido, Mill (1909) defendió esta perspectiva con una argumentación que anticipa las preocupaciones de los pioneros de la economía ecológica: el estado estacionario no implica “una situación estacionaria del adelanto humano”, sino aquella en la que se dedica más tiempo al “perfeccionamiento del Arte de Vivir”, lo que ocurrirá “cuando los espíritus dejen de estar absorbidos por la preocupación constante del arte de prosperar”. Mill rechazó “un mundo en el que no queda nada de la actividad espontánea de la naturaleza” y aseveró que si la tierra ha de perder todo lo que tiene de agradable gracias a cosas que SERÓANEXTIRPADASDESUSUPERlCIEPORELCRECIMIENTOILIMITADODELARIQUEZA YDELAPOBLACIØNCONLASOLAlNALIDADDEPERMITIRLESOSTENERUNAPOBLACIØN más numerosa, pero no más feliz, confío sinceramente en que, para el bien de la posteridad, la humanidad se contentará con el estado estacionario mucho antes de que la necesidad le obligue a ello (cap. 6).

Es importante aclarar que la lógica de Mill en su reivindicación del estado estacionario es neomalthusiana; es decir, asume la teoría de la población de Malthus pero para extraer consecuencias distributivas contrarias a las de la ley de hierro de los salarios del profeta del fin del progreso. En efecto, para Malthus (1798), la ley de la población (el crecimiento más rápido de los efectivos demográficos que el de los medios de subsistencia) conduce a ajustes positivos (los que tienden a aumentar la tasa de mortalidad, que es una función decreciente del salario real) o preventivos (la restricción voluntaria de la natalidad, que es una función creciente del salario real), los cuales generan un equilibrio a largo plazo en el salario de subsistencia, mientras que las medidas redistributivas (reformas del derecho de propiedad o políticas sociales) sólo agravan el problema de desequilibrio entre población y recursos. Sin embargo, la posición de Mill (1909) es que la restricción voluntaria de la natalidad por parte de los trabajadores (con la utilización de métodos anticonceptivos) servirá a largo plazo para aumentar los salarios reales y reducir la desigualdad en la distribución del ingreso. Y una vez que se hubiera producido un crecimiento económico suficiente, que el aumento de la población estuviera bajo control y que la propiedad fuera redistribuida, el estado estacionario sería óptimo para “los países más ricos y más

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prósperos”, defendió Mill (1909). Ahora bien, si en los “países más avanzados” lo que se necesita es una mejor distribución, en los “países pobres” (“atrasados”) se trata de aumentar la producción. Con ello, Mill anticipó no sólo el enfoque de los límites físicos del crecimiento de la economía ecológica, sino también los debates en torno al concepto de desarrollo y medioambiente humano de la Conferencia de Estocolmo (1972). Dentro de la tradición del individualismo progresivo de Mill y su arte de vivir, John Maynard Keynes publicó un ensayo clave sobre los límites del crecimiento, no sólo por el momento en que fue escrito (la gran depresión del capitalismo, caracterizada por la regresión del crecimiento económico, la paralización del comercio internacional y el hundimiento de los precios), sino también por la novedad de sus recetas e ideas. Keynes (1931a), al igual que Mill, defendió el estado estacionario cuando se lograra un cierto nivel material de vida (entre cuatro y ocho veces mayor que el de su tiempo, cosa que los países desarrollados ya han conseguido en la actualidad, tal y como lo previó el economista de Cambridge). En ese supuesto, el progreso tecnológico acumulado previamente (y aquí está la diferencia con los economistas clásicos o el propio Marx, que infravaloraron el papel de ese factor) serviría para reducir el tiempo de trabajo (“turnos de tres horas o semanas de quince horas”) y para resolver el “problema económico”, que según Keynes (1931b) era “el problema de la necesidad, de la pobreza y de la lucha económica entre clases y naciones”. En el estado estacionario la gente podría dedicar sus “energías morales y materiales” para su autorrealización, en vez de dedicarse a la acumulación de dinero, lo que Keynes (1931a) consideró como “una enfermedad ligeramente desagradable”. La autorrealización personal es descrita en este maravilloso ensayo como “el arte de la vida” (“vivir sabia y agradablemente y bien”), anticipando así buena parte de las preocupaciones actuales de los enfoques del bienestar y la felicidad. Finalmente, a Karl Polanyi (1989) se le atribuye la denuncia pionera de la amenaza que para la naturaleza representaría en el futuro la extensión mundial de la economía de mercado: “el entorno natural y los paisajes serían saqueados, los ríos contaminados, la seguridad militar comprometida, el poder de producir alimentos y materias primas destruido” (p. 129). Pero el mercado, según Polanyi (1989), se toparía también en este punto con un poder compensador a través de la intervención del Estado para la protección de la sociedad y la naturaleza con el “apoyo de determinadas fuerzas sociales” (p. 220). Polanyi aventuró con esta predicción el futuro auge de los movimientos ecologistas.

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ANTECEDENTES PRÓXIMOS: ECONOMÍA ECOLÓGICA Y LÍMITES DEL CRECIMIENTO El movimiento ecologista surgió, tal y como había previsto Polanyi, en los países desarrollados. En 1970 se constituyó Greenpeace –con base en el movimiento antinuclear– y, un año después, Friends of the Earth International, que se puede considerar como la internacional ecologista creada a partir de la sección estadunidense que se había fundado en 1969 como escisión del Sierra Club (Pierri, 2005). Las bases científicas de estos movimientos vinieron de la mano de los pioneros de la economía ecológica y de la literatura sobre los límites del crecimiento (véase cuadro 1). Los pioneros de la economía ecológica son un grupo de economistas que propuso limitar el crecimiento económico, y cuyos trabajos principales aparecieron entre 1966 y 1971 –Kenneth Boulding, Fritz Schumacher, Ezra Mishan, Herman Daly y Nicholas Georgescu-Roegen–. Surgida de la preocupación por la destrucción del medioambiente en los países desarrollados, la economía ecológica sería también uno de los insumos para el concepto de ecodesarrollo, con el que se intentaron conciliar las demandas del movimiento ecologista y las necesidades de desarrollo económico de los países del Tercer Mundo. Los economistas ecológicos modularon los planteamientos neomalthusianos (Halkos, 2011) con otros enfoques institucionales y radicales a favor de nuevos modelos tecnológicos de producción y pautas de consumo, además de propuestas de redistribución interna e internacional de recursos e ingresos, aunque la mayor parte de sus soluciones estaban destinadas a ser aplicadas en los países desarrollados. Kenneth E. Boulding (2012) abrió el fuego desde su posición de economista institucionalista, influido por la biología, la teoría general de sistemas y el pensamiento de Veblen (Carpintero, 2012, pp. 303-319). Concibió la tierra como una nave espacial o un sistema cerrado de reservas finitas (“econosfera”), cuyo mantenimiento económico exige un flujo renovable de energía y el continuo cierre de los ciclos de materiales. En un sistema de esas características (sistema cerrado) es necesario conservar el stock de capital (natural, físico y humano). Frente a la obsesiva maximización del flujo (PNB) de la “economía del cowboy” que destruye el medioambiente, Boulding (2012) propuso “la ‘economía del astronauta’, en la que la tierra se ha convertido en una única nave espacial” (p. 333), donde “lo que nos preocupa primordialmente es la conservación de ese stock [de capital], y

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Autores

Schumacher (1966; 1973) Mishan (1967) Georgescu-Roegen (1971; 1974) Daly (1971; 1992) Ehrlich y Ehrlich (1970) Ehrlich (1975) Meadows (1972) Fundación Bariloche (1976)

Boulding (1966)

Fuente: elaboración propia.

Límites del crecimiento

Neo malthusiainismo

Economía ecológica

Corrientes

%CONOSFERADERESERVASlNITASLAECONOMÓADELCOWBOYvs. la economía del astronauta Economía budista: máximo bienestar con mínimo consumo Costes del crecimiento económico: amenity righs Bioeconomía y economía humana: minimización de la entropía Growthmania: estado estacionario #RECIMIENTODEMOGRÉlCOYCRISISAMBIENTAL #ONTROLDELCRECIMIENTODEMOGRÉlCOPARAAFRONTARLACRISISAMBIENTAL Crecimiento limitado por límites físicos: crecimiento cero Límites políticos y sociales: redistribución internacional

Ideas principales

Cuadro 1. Economía ecológica, neomalthusiansimo y límites del crecimiento

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cualquier cambio tecnológico que consiga la conservación de un stock total dado con un nivel de actividad menor (esto es, con menos producción y menos consumo) es claramente un adelanto” (p. 334). Boulding (2012) constató que “si el resto del mundo alcanzara los niveles americanos de consumo de energía, y sobre todo, si la población mundial continúa aumentando, el agotamiento de los combustibles fósiles será aún más rápido” (p. 332). La solución sería hacer una transición a una economía de base solar (sobre la que anticipa “grandes probabilidades de avances futuros”) y minimizar el consumo, optando por la durabilidad de los bienes frente a las estrategias de obsolescencia planeada implementadas desde la década de 1930 en Estados Unidos. Por su parte, Fritz E. Schumacher fue un economista protegido de Keynes, y muy influido luego por las ideas de Ghandi (autosuficiencia y progreso de todos) durante sus viajes como consultor de la ONU a la India (Binns, 2006, pp. 218-223). Frente a la economía convencional, Schumacher (1966) propuso una economía budista en la cual “el objetivo debería ser obtener el máximo de bienestar con el mínimo consumo”, donde la propiedad y el consumo son medios no el fin, y la producción se debe realizar a partir de recursos locales (donde es clave la distinción entre renovables y no renovables) para necesidades locales, y con las tecnologías apropiadas. Luego Schumacher (1989) estudió la relación entre población, medioambiente, tecnología y desarrollo. Los países en desarrollo no necesitaban importar tecnologías de los países desarrollados (intensivas en capital), sino poner en marcha tecnologías intermedias (intensivas en trabajo). A la muerte de Schumacher, se fundó la Schumacher Society, que sería el embrión de la New Economics Foundation, el principial think tank de la economía ecológica con el mismo lema que el libro de Schumacher (Economics as if people and the planet mattered ), con Herman Daly, discípulo de Georgescu Roegen, como presidente de la institución. Pero antes de analizar a estos dos últimos pioneros merece la pena hacer referencia al trabajo de Ezra J. Mishan, que, desde la corriente principal, convergió con las preocupaciones de la emergente economía ecológica. Mishan (1967) publicó un trabajo de divulgación a partir de su tesis doctoral de 1960 –defendida en la London School of Economics– en la cual anticipó las preocupaciones del movimiento ecologista enraizado en los países desarrollados donde el medioambiente se convirtió en un bien superior. Según Mishan (1967, passim), “la precondición del crecimiento sostenido es el descontento sostenido”, un aviso a los países en desarrollo de que “la es-

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pinosa vía a la industrialización lleva, después de todo, a la devastada tierra de la subutopía” –la congestión del tráfico, el ruido, la polución del aire, la tierra y el agua, y el aumento del estrés laboral por la dependencia de la tecnología–. Para Mishan, “la búsqueda del crecimiento económico en las sociedades occidentales es más probable que, en balance, reduzca, más que aumente, el bienestar social”. Su propuesta fue extender los derechos humanos a los amenity rights –“el derecho a la apacibilidad”– y al disfrute de un medioambiente “que inspirase y reconfortase a los individuos” mediante la aplicación del principio de compensación por las disamenities, que es anticipación del principio 16 de quien contamina paga de la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (1992). El pensamiento más elaborado y riguroso de la economía ecológica pionera se debió a Nicholas Georgescu-Roegen (1996). Este autor se basó en la necesidad de reconsiderar físicamente los procesos económicos como procesos parciales que forman parte de un ecosistema (bioeconomía) gobernado por las leyes físicas de la termodinámica. Estas leyes operan en la tierra como un sistema abierto en energía pero cerrado en materiales. La primera ley de la termodinámica (la energía no se crea ni se destruye o ley de conservación de la energía) demuestra que los recursos naturales que deben extraerse de la naturaleza, necesarios para llevar a cabo la producción, acabarán por agotarse para retornar al medioambiente. La segunda ley de la termodinámica indica que la aplicación de la energía sobre la materia aumenta el grado de caos molecular, de manera que cada vez que se utiliza energía en el subsistema económico se generan residuos térmicos totalmente inutilizables después del proceso de producción en forma de desechos y calor –la producción económica consiste en utilizar materiales de baja entropía para crear otros de alta entropía. Georgescu-Roegen (1996) consideró que de mantenerse el mismo sistema de producción y consumo, se produciría una lucha por los recursos de baja entropía (esto explicaría la carrera espacial) que podría llevar a un conflicto social generalizado. Para evitarlo apostó por el principio de precaución (la minimización de los arrepentimientos futuros) y el decrecimiento –una población mundial más baja mantenida por la agricultura orgánica, la reducción del consumo (mayor durabilidad de los productos), el ahorro de energía (que se derrocha en sobrecalentar, sobrerrefrigerar, sobreiluminar y sobreacelerar) y la implantación del reciclado–. En Hacia una economía humana, manifiesto firmado por más de 200 economistas, presentado y aprobado en la reunión de la American Economic Association, Georgescu-Roegen

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(1974, pp. 449-450) denunció la responsabilidad del crecimiento económico de los países ricos en el deterioro ambiental, al tiempo que reclamaba una nueva visión de la economía global basada en la distribución equitativa de los recursos entre las generaciones presentes y las futuras. Finalmente, Herman E. Daly (1973, pp. 149-174), discípulo de Georgescu-Roegen, denunció la growthmania como un espejismo contable que no tiene en cuenta la definición original de renta nacional (la parte de los ingresos generados que se pueden consumir sin reducir el patrimonio). Por lo tanto, Daly defiende el estado estacionario como una economía en la que la población total y el stock físico total de riqueza permanecen constantes y a un nivel deseado, mediante un mínimo porcentaje de consumo de mantenimiento. Más tarde, Daly (1992) volvería sobre el tema del estado estacionario proponiendo varias medidas para estabilizar a la población: mediante un sistema de permisos de nacimiento –debido a Boulding en 1964–, regular la producción –manteniéndola por debajo de los límites ecológicos– y limitar el grado de desigualdad en la distribución de los stocks constantes per cápita –fijando mínimos y máximos de ingreso y un tope a la riqueza. Si bien John Stuart Mill (1909) había establecido que el control voluntario de la natalidad mediante técnicas anticonceptivas era el único medio para asegurar empleos bien remunerados para la población obrera, y la precondición para alcanzar el estado estacionario, en el periodo del desarrollismo, el neomalthusianismo fue la fundamentación teórica de los programas de control de la natalidad asociados a las teorías del capital humano, que con ayuda internacional se llevaron a los países en desarrollo (el enfoque de mujeres y desarrollo de Esther Boserup en 1970 fue su principal exponente). Pero también la teoría de la población de Malthus, sin la cualificación de Mill, fue la bandera de los partidarios del crecimiento cero que se concentraron en denunciar los límites físicos que imponía el crecimiento de la población. Uno de los trabajos más famosos (y luego más desacreditados) en este campo fue el del entomólogo Paul R. Ehrlich (1975), quien realizó una proyección a partir de la relación entre crecimiento de la población, crisis alimentarias, expansión de la pobreza y deterioro ambiental, para llegar a la conclusión catastrófica de que “la batalla para alimentar a toda la humanidad ha terminado. En la década de 1970 cientos de millones de personas morirán de hambre, a pesar de todos los programas de choque emprendidos hasta ahora. A estas alturas nada puede evitar un aumento sustancial de la tasa de mortalidad a nivel mundial” (1975, p. XI). En uno de sus es-

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cenarios para 1999, Ehrlich calculó que la población de Estados Unidos fallecida por el uso del DDT y pesticidas aplicados en la agricultura sería de 22 600 000. En todo caso, hay que señalar que este y otros trabajos que se acumularon en esos años (Committee on Resources and Man, 1969, y Ehrlich y Ehrlich, 1970) insistieron en plantear el crecimiento demográfico como clave de la crisis ambiental, y, a pesar de que fueron objeto de críticas bien fundadas (Commoner, 1971), se utilizaron para apoyar los programas de control de natalidad de la cooperación internacional en los países en desarrollo como fórmula para el combate a la pobreza, mientras otras líneas de ayuda al desarrollo financiaban la llamada revolución verde basada en el uso intensivo de nuevas semillas transformadas y de pesticidas con DDT. En todo caso, el informe más influyente de cuantos se realizaron en esos años fue el de Donella H. Meadows, Behrens, Meadows y Randers (1972), que comparte una visión crudamente neomalthusiana, aderezada con la teoría general de sistemas a cargo de un grupo de investigadores del campo de la biofísica del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Encargado por la Fundación Volkswagen y el Club de Roma (vinculado con la gran industria italiana), el informe concluyó que, “en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles”, lo que conducirá, ceteris paribus, al progresivo agotamiento de los recursos naturales, seguido de un colapso en la producción agrícola e industrial y posteriormente de un decrecimiento brusco de la población humana por el aumento de la mortalidad: “si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la tierra durante los próximos cien años” (p. 23). La alternativa al colapso sería el crecimiento cero o estado estacionario –la estabilización de la población y la producción, con una redirección hacia la producción de alimentos, servicios educativos y de salud–, con el fin de alcanzar la estabilidad ecológica, satisfacer las necesidades básicas de cada persona sobre la tierra y que todo el mundo tuviera iguales posibilidades de realizar su propio potencial. Como en el caso de Malthus, los autores subestimaron la tasa de progreso tecnológico, tampoco tuvieron en cuenta el papel de ajuste que desempeña el sistema de precios, y tomaron como dado el marco institucional. Por este último punto, el informe suscitó las críticas de la Fundación Bariloche, exponente del pensamiento de la izquierda desarrollista latinoamericana y defensora del enfoque de las necesidades básicas (Pierri, 2005),

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que, desde sus inicios, había tenido un sesgo fuertemente redistributivo (Seers, 1969). Elaborado en 1971 por un equipo dirigido por Amílcar Herrera, el modelo mundial latinoamericano (Fundación Bariloche, 1976) atacó el informe Meadows por ser una receta neomalthusiana de los países desarrollados para los países en desarrollo, basada en un diagnóstico erróneo y que negaba la salida de la pobreza para estos últimos alegando límites físicos insuperables. El problema no eran los límites ambientales al crecimiento, sino las condiciones políticas y sociales –tanto internas como internacionales– que impedían el acceso a los recursos para la mayoría de la humanidad: “la única manera realmente adecuada de controlar el crecimiento de la población es a través de la mejora de las condiciones básicas de vida” (Fundación Bariloche, 1976, p. 19). Los países desarrollados debían desacelerar su crecimiento y reducir su consumo para aliviar la presión sobre el medioambiente, trasladando parte del excedente liberado a los países en desarrollo –incluyendo la ayuda al desarrollo, pero sobre la base de una redistribución de recursos e ingresos en los países en desarrollo mismos–. En esas condiciones, “toda la humanidad podría alcanzar niveles adecuados de bienestar en un plazo de algo más de una generación […] hacia finales de este siglo o los primeros años del próximo” (Fundación Bariloche, 1976, p. 27).

NUDO: EL ECODESARROLLO Y EL DESARROLLO SOSTENIBLE COMO CONSERVACIÓN Con el estallido de la primera crisis del petróleo en 1973, el desarrollo (por antonomasia económico) empezó a convertirse en una palabra sucia que precisará cualificaciones para restaurar su antigua legitimidad. El ecodesarrollo fue el primer candidato para sustituirlo. El contenido del ecodesarrollo se había ido fraguando en los documentos preparatorios para la Conferencia de Estocolmo sobre Medio Ambiente Humano, en la que se creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Dichos documentos, encargados por el secretario general de la Conferencia y luego director del PNUMA, Maurice Strong, fueron dos: 1) el Founex Report on Environment and Development (1971), coordinado por Mahbub ul Haq –temprano defensor del enfoque de necesidades básicas y futuro creador del índice de desarrollo humano– y Gamani Corea –secrerario general de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comerico y el Desarrollo (UNCTAD por sus siglas en inglés)–, que plantearon la inclusión de las cues-

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tiones sociales (humanas) en la agenda medioambiental, y 2) el informe Only One Earth: The Care and Maintenance of a Small Planet (1972) del nobel de Química René Dubos y Barbara Ward –mentora de Haq–, quien la sucedería en la presidencia de North-South Roundtable–, en el que se buscaba combinar la satisfacción de las necesidades humanas básicas con el reconocimiento de los límites del planeta, concebido “como un lugar para la vida humana no sólo ahora, sino para las futuras generaciones” (Satterthwaite, 2006, y Pierri, 2005). Cabe señalar que Ward,1 figura clave en la creación del concepto de desarrollo sostenible, ya había planteado los límites internos y externos del planeta en su trabajo Spaceship Earth publicado en 1966 y escribió prácticamente en solitario el informe Only One Earth. El término ecodesarrollo se debió al consultor Ignacy Sachs –economista de origen polaco, nacionalizado francés, y con larga experiencia en Brasil e India–. Sachs formó parte del grupo de expertos que asesoraron la publicación del Founex Report y su ecodesarrollo fue utilizado públicamente por primera vez en 1973 por el director del PNUMA, Maurice Strong (Aguado et al., 2009, pp. 87-110). Según Sachs (1974a, pp. 57-77, y 1974b, pp. 360-368), el ecodesarrollo trata de “agregar una dimensión ambiental al concepto de desarrollo y a su planeamiento” y expresa “la solidaridad diacrónica con las generaciones futuras”. El ecodesarrollo tiene como puntos más importantes: 1) la gestión racional de los recursos con planificación a largo plazo para su explotación sostenible para la satisfacción de las necesidades básicas –nutrición, vivienda, energía, industrialización de recursos renovables, conservación de recursos naturales– con la participación de la población local; 2) la reducción al mínimo de los impactos negativos, o bien, el aprovechamiento productivo de los afluentes y desechos, y 3) tecnologías adecuadas para lograr tales objetivos; es decir, la combinación de tecnologías punta con tecnologías intermedias basadas en recursos natura-

1 Barbara Ward fue asesora durante las décadas de 1960 y 1970 de los primeros ministros del Reino Unido Harold Wilson y James Callaghan y de los de Canadá Lester B. Pearson y Pierre Trudeau, así como de los presidentes de Estados Unidos John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, del presidente del Banco Mundial Robert McNamara y del secretario de la Conferencia de Estocolmo y luego director de UNEP, Maurice Strong. Ward, afín al Partido Laborista, intervino de manera decisiva en la redacción del informe de la Comisión Pearson (Partners in Devlopment, 1969), de la Declaración de Cocoyoc (1974) y en el de la Comisión Brandt (North-South Report). En 1966 publicó su libro Spaceship Earth, en el que incluyó la terminología de los límites internos y externos, además de que propuso una redistribución del ingreso desde los países ricos a los pobres mediante la transferencia de una parte del PNB de los primeros hacia los segundos en forma de ayuda al desarrollo.

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les renovables y conocimientos tradicionales de la población local, lo que se conoce como “etnoecología”. El ecodesarrollo intentaba, así, encajar las demandas del movimiento ecologista internacional de los países desarrollados –que reclamaba el respeto a los ecosistemas necesario para mantener las condiciones de habitabilidad de la tierra, de acuerdo con los planteamientos de la economía ecológica y los límites del crecimiento– y las demandas de desarrollo económico que tan perentoriamente reivindicaban los países del Tercer Mundo, organizados en torno a las propuestas del NOEI, amparadas por la UNCTAD y con la fundamentación de las teorías estructuralista y dependentista del desarrollo. El ecodesarrollo se incluyó en la Declaración de Cocoyoc (1974), una conferencia de científicos y economistas, presidida por Barbara Ward, bajo los auspicios del PNUMA y la UNCTAD, y cuyas conclusiones acogió el presidente de México como anfitrión. La Declaración de Cocoyoc denunció las consecuencias del intercambio desigual centro-periferia y reclamó un NOEI que no violara los límites internos de las personas –el excesivo consumo de los ricos que impedía la satisfacción de las necesidades básicas para 40% de la población integrada por los más pobres– ni los límites externos de la biosfera –“los límites máximos de la explotación de nuestro planeta que pudieran causar efectos irreversibles y poner en peligro la existencia”–. Cocoyoc apelaba a enfocarse no en el desarrollo “de los objetos sino del hombre”, reclamando el derecho al trabajo no alienado, como principal transformación a nivel micro, y un desarrollo basado en “asegurar la calidad de vida para todos, con una base productiva compatible con las necesidades de las generaciones futuras”, como principal transformación a nivel micro. Cocoyoc definió como “ilusoria” la esperanza en el efecto trickle down: si el crecimiento beneficia sólo a unos pocos y “aumenta las disparidades entre países y dentro de ellos, no puede considerase ‘desarrollo’. Es explotación”. Y reclamó el establecimiento de un sistema de impuestos internacionales que sustituyera a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), que, en todo caso, debería llegar al compromiso de 0.7% del PNB de los países desarrollados hasta que generasen los nuevos recursos (PNUMA y UNCTAD, 1975, pp. 20-24). Inmediatamente después de aprobarse la Declaración de Cocoyoc, el secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, manifestó su oposición al texto en un telegrama enviado al secretario del PNUMA, señalándole la necesidad de retocar el vocabulario bajo la amenaza de retirar la aportación financiera de Estados Unidos al organismo. El término “ecode-

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sarrollo” quedó así vetado para siempre en el sistema de desarrollo de la ONU (Sachs, 2005, pp. 197-214). Su sustituto, el desarrollo sostenible, aparecería poco después, y acabaría consolidándose, una vez vaciado del potencial transformador que se le dio a su definición original. Dicha definición está contenida en la Estrategia mundial para la conservación. La conservación de los recursos de la vida para el desarrollo sostenible (IUCN, 1980), un documento elaborado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés), la más extensa red de organizaciones conservacionistas a nivel mundial, patrocinado por el PNUMA y el World Wild Fund, ante la tercera década del desarrollo de las Naciones Unidas. El documento reconocía que la destrucción del medioambiente en los países en desarrollo es “una respuesta a la pobreza relativa causada o exacerbada por una combinación del crecimiento de la población humana y las desigualdades entre y dentro de los países” (IUCN, 1980). Por lo tanto trató de conciliar el enfoque neomalthusiano de los límites del crecimiento con las críticas dependentistas de las declaraciones de Cocoyoc o la Fundación Bariloche. La definición de desarrollo sostenible en la Estrategia se produce en dos actos. En el primero el desarrollo se contempla como “la modificación de la biosfera y aplicación de los recursos humanos, financieros, vivos e inanimados en aras de la satisfacción de las necesidades humanas y para mejorar la calidad de vida del hombre” (IUCN, 1980, p. 1), con lo cual se da por supuesto que el desarrollo tiene que ver con la satisfacción de las necesidades. En el segundo se señala que “para que el desarrollo pueda ser sostenible deberá tener en cuenta los factores sociales y ecológicos, además de los económicos, la base de recursos vivos e inanimados, así como las ventajas e inconvenientes a corto y largo plazos de las acciones alternativas” (IUCN, 1980, p. 1). Esta definición pone en evidencia la contradicción entre los topes señalados por los biólogos para el uso de los recursos naturales –la necesidad de explotación sostenible asegurando que la tasa de explotación de los bosques y los recursos pesqueros no rebasara la de reproducción– y la ideología del crecimiento económico sin límites, que inmediatamente se encargó de defender el nuevo presidente del Banco Mundial, nombrado por Ronald Reagan, Alden W. Clausen, luego de la publicación del informe del IUCN. Este es el mejor indicador de que el propósito de la Estrategia era visto como alternativo, pese a las cautelas de sus autores. Como señala Gudynas (2004), el término sostenibilidad se deriva de sostener o mantener elevado, en este caso, la base de los recursos naturales. El término fue utilizado por primera

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vez por Hans Carl von Carlowitz, en su obra Sylvicultura Oeconomica (1712), para prescribir la gestión a largo plazo de los bosques (Scoones, 2010). En la Estrategia se habla de sostenibilidad en esos términos: “el mantenimiento de los procesos ecológicos esenciales y los sistemas de soporte de la vida […] la preservación de la diversidad genética […] [y] la utilización sostenible de las especies y los ecosistemas”, con el propósito general de alcanzar “el desarrollo sostenible mediante la conservación de los recursos vivos” (IUCN, 1980). De ahí que en la traducción oficial al español del Informe Brundtland se hable de “desarrollo duradero” (Martínez-Treviño et al., 2014). De hecho, el informe del IUCN (1980) propuso una serie de soluciones técnicas, entre ellas, la “creación de estrategias nacionales de conservación tomando en cuenta la realidad de la limitación de los recursos y la capacidad de carga de los ecosistemas […] [y] las necesidades de las futuras generaciones”, sobre la premisa de que debían integrarse en la Estrategia de Desarrollo Internacional de la ONU asociada al NOEI, que incluía medidas como la liberalización comercial coherente; 0.7% de PNB de los países ricos para AOD; la reforma del sistema monetario internacional; un código de conducta para las multinacionales; una reducción del gasto en armamento, así como la aceleración del crecimiento económico y la inversión en salud y educación en los países pobres (IUCN, 1980). En esa línea, la II Estrategia mundial para la conservación. Cuidar la tierra (IUNC, 1991) perfiló aún más la definición de desarrollo sostenible de la Estrategia de 1980. Se trataba de “mejorar la calidad de la vida humana sin rebasar la capacidad de carga de los sistemas que la sustentan” –se refiere a que los desechos no pueden superar las capacidades de amortiguación y regeneración de los ecosistemas– y señaló la imposibilidad del crecimiento sostenible: “nada físico puede crecer indefinidamente” (IUCN, 1991).

DESENLACE: EL CRECIMIENTO ECONÓMICO COMO SOLUCIÓN A LA SOSTENIBILIDAD Para 1991 los organismos internacionales ya habían adoptado la definición de desarrollo sostenible compatible con el crecimiento económico, eliminando el enfoque alternativo de la economía ecológica, el ecodesarrollo y las concepciones de sostenibilidad de las estrategias del IUCN. Esta operación de secuestro y desinfección –de posibles contagios políticos alternativos– del concepto de desarrollo sostenible la llevó a cabo la Comisión

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Brundtland (Brundtland, 1987), cuyo origen se remonta a la decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas de crear en 1983 la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo, con el fin de elaborar la Perspectiva ambiental para el 2000 y más allá, en reconocimiento de la denominada crisis ambiental (Pierri, 2005; Gasca, 2005). El informe de la Comisión Brundtland (Brundtland, 1987) Nuestro Futuro Común, contiene la definición de desarrollo sostenible con dos dimensiones de equidad relativas a la satisfacción de necesidades: a) la intergeneracional, que es la que se convertirá en canon y corriente principal, y b) la internacional, que apela a la existencia de límites relativos, no absolutos, al crecimiento. Esta definición de consenso agradó a todas las partes al no definir las necesidades y dejar abierta la interpretación de qué es lo que debía ser sostenido, la base de recursos naturales o los niveles de producción y consumo (Redclift, 2014, pp. 481-485), aunque permitió mantener en lo sustancial la idea del crecimiento económico como condición central para la sostenibilidad ambiental (Pierri, 2005). La dimensión de equidad intergeneracional está contenida en la definición que se convertirá en canon de los organismos del régimen de la ayuda y luego de las grandes multinacionales: “desarrollo sostenible es el desarrollo que permite satisfacer las necesidades presentes sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas”. En cambio, la dimensión de equidad internacional, “en particular las necesidades esenciales de los pobres del mundo, a los que se debe dar prioridad absoluta”, quedará relegada. El punto clave del concepto está en la concepción de los límites para el crecimiento: el concepto de desarrollo sostenible implica […] limitaciones impuestas por el presente estado de la tecnología y la organización social a los recursos del medio ambiente, y por la capacidad de la biosfera de absorber los efectos de las actividades humanas. Pero tanto la tecnología como la organización social pueden ser gestionadas y mejoradas de manera que abran el camino a una nueva era de crecimiento económico (Brundtland, 1987).

Se parte del supuesto de que “el medioambiente y el desarrollo no son desafíos separados sino que están inexorablemente relacionados. El desarrollo no puede existir sobre la base del deterioro de los recursos ambientales; el medioambiente no puede ser protegido cuando el crecimiento no toma en cuenta las consecuencias de la destrucción ambiental.” Pero hay

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un cambio completo respecto de la óptica de la economía ecológica: el énfasis ya no es el impacto del desarrollo sobre el medioambiente, sino “cómo el deterioro ambiental puede impedir o revertir el desarrollo”. El deterioro ambiental es consecuencia principalmente de la pobreza, “la pobreza es la mayor causa y el efecto de los problemas ambientales globales”: el estrés ambiental ha sido visto a menudo como el resultado de la creciente demanda y la contaminación generada por los crecientes niveles de vida de los que viven en la abundancia relativa. Pero la pobreza contamina por sí misma el medioambiente, creando estrés ambiental de una manera diferente. Los que son pobres y pasan hambre destruirán su entorno inmediato para sobrevivir […] El efecto acumulativo de estos cambios llega al punto de hacer de la pobreza uno de los mayores azotes globales (Brundtland, 1987).

La consecuencia de este razonamiento es la necesidad de crecimiento económico, aunque sobre nuevas bases, “una nueva era de crecimiento económico” que busque compatibilizar la protección del entorno mediante una nueva combinación de factores. Ese nuevo crecimiento tiene que ser “menos intensivo en energía que en el pasado”, pero, en cualquier caso, debe mantenerse en los países en desarrollo por encima de 5% anual para compensar el aumento de la población. Es claro que el crecimiento debe atender las necesidades básicas de los pobres, que necesitan recibir “una parte justa de los recursos necesarios para mantener ese crecimiento”, aunque ello sólo se concreta con la participación política mediante la toma de decisiones a nivel nacional y una democratización de la gobernanza global (Brundtland, 1987), que es la típica definición intencional de este tipo de formatos documentales de la ONU. Por si no estuviera suficientemente claro el sentido de Nuestro futuro común, el Banco Mundial y el FMI publicaron en 1987 el documento Economic Instruments for Environmental Protection (1987), donde señalaban la complementariedad del crecimiento económico con la conservación del medioambiente y el alivio a la pobreza (Gudynas, 2004, pp. 47-66). El final de esta historia del secuestro del desarrollo sostenible se produjo mediante la conocida aceleración de los acontecimientos. En 1989, el Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE adoptó el objetivo del desarrollo sostenible en la estela neomalthusiana de la Comisión Brundtland para preparar su posición ante la Cumbre de la Tierra. En la Conferencia de Alto Nivel del CAD de 1989 se adoptó una declaración sobre la cooperación para el desarrollo en la década de 1990, en la que se concluye que el círculo vi-

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cioso del subdesarrollo –que relaciona elevado crecimiento de la población, pobreza, malnutrición, analfabetismo y degradación ambiental– sólo puede ser roto a través de estrategias y políticas económicas y de desarrollo que integren los objetivos de promoción del crecimiento económico sostenible, de fortalecimiento de la participación de la sociedad civil y de afianzamiento de la sostenibilidad ambiental y la disminución del crecimiento de la población en aquellos países donde este es demasiado alto como para permitir el desarrollo sostenible (OCDE, 2006). Río 1992 también aceptó la versión del desarrollo sostenible centrada en la equidad intergeneracional, con “la erradicación de la pobreza como requisito indispensable del desarrollo sostenible” (principio 5 de la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo), siendo el crecimiento económico la fórmula para combatir la pobreza y, por tanto, la solución a los problemas ambientales (Hornborg, 2003, pp. 205-216). Así, en vez de transformar los mercados y los procesos de producción de acuerdo con las reglas de la naturaleza, el desarrollo sostenible sirvió para que la lógica de los mercados y la acumulación del capital determinasen el futuro de la naturaleza. Río+10, Cumbre de Johannesburgo de 2002, ya confirmó la línea de trabajo de mercantilización de la naturaleza con la proliferación de las propuestas para la consideración de los bienes y servicios ambientales como mercancías transables (Gudynas, 2004, pp. 4766, y 2010, pp. 43-66). Asimismo, la lista de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobada para la agenda de desarrollo pos2015 (Grupo de Trabajo Abierto, 2014), como una de las actuaciones con las que concluyó Río+20 2012, vuelve a recordarnos que el “crecimiento verde” –ahora de 7% del PIB para los países menos desarrollados a partir de energías renovables y tecnologías energéticas eficientes– sigue siendo la “solución” a los problemas ambientales en general y al cambio climático en particular (Kofler y Netzer, 2012), de acuerdo con la noción blanda de sostenibilidad –desacoplamiento o desmaterialización relativa–. Tal es la noción que está presente en diversas metas de once de los 17 ODS, sin contar el ODS trece. “Reconocemos que la economía verde en el contexto del desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza mejorará nuestra capacidad para gestionar los recursos naturales de manera sostenible con menos consecuencias negativas para el medioambiente, mejorará el aprovechamiento de los recursos y reducirá los desechos” (Naciones Unidas, 2012). Ello no debería sorprender porque el Grupo de Trabajo Abierto de la ONU contó con el apoyo clave de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible, dirigida por Jeffrey D. Sachs (2013, pp. 69-83), instrumento que ha sido la platafor-

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ma para la captura definitiva de la nueva agenda de desarrollo sostenible por parte de las grandes empresas multinacionales (Pingeot, 2014), en la línea de lo aprobado en Río+20 sobre la contribución “decisiva” del sector privado con la sostenibilidad ambiental. “Reconocemos que un sector privado dinámico, inclusivo, que funcione bien y sea social y ambientalmente responsable, es un instrumento valioso que puede contribuir de manera decisiva al crecimiento económico y a reducir la pobreza y promover el desarrollo sostenible” (Naciones Unidas, 2012). La Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible tiene once grupos temáticos de los cuales uno está focalizado “en el papel de las empresas en el desarrollo sostenible”, pero en los otros diez los representantes de las grandes empresas tienen asiento y gran influencia sobre las deliberaciones (Latek, 2014).

CONCLUSIONES En conclusión, el desarrollo (humano) sostenible, nacido de la fusión de dos antiguos conceptos críticos y alternativos, ha acabado por formar parte del vocabulario de la corriente principal posneoliberal y su mantra empresarial asociado a la sostenibilidad corporativa y la responsabilidad social corporativa (véanse las entradas de Tomsen, 2013, pp. 2358-2363, y Jeronen, 2013, pp. 2370-2378, en la Encyclopedia of Corporate Social Responsibility) a través de la nueva definición de síntesis, que incluso rebaja las ambiciones de la ya políticamente correcta enunciación de la Comisión Brundtland: “el desarrollo sostenible implica la expansión de las libertades fundamentales de las actuales generaciones mientras realizamos esfuerzos razonables para evitar el riesgo de comprometer gravemente las libertades de las futuras generaciones” (PNUD, 2011, las cursivas son nuestras). De esta manera, todo lo real –la actual destrucción de la naturaleza basada en el aumento del consumo de materiales o desmaterialización absoluta– se convierte en racional (“razonable”) y “el riesgo de comprometer gravemente las libertades de las futuras generaciones” se minimiza sobre la base del avance de la desmaterialización relativa, asociada a la curva en “u” invertida que relaciona el consumo de materiales por unidad del PIB con el nivel de desarrollo económico. Pero ese artefacto estadístico de nacionalismo metodológico que es el PIB, como indicador del crecimiento (ahora verde), no es el problema relevante para la sostenibilidad, porque, al final, la sostenibilidad está determinada por la base de recursos naturales del pla-

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neta, no por una cifra cosificada (Amate, 2014, pp. 60-81). Como señala Alf Hornborg (2003): “tenemos que reconceptualizar varios aspectos de la teoría del desarrollo. En vez de visualizar a las naciones como territorios autónomos que reflejan condiciones ambientales […] debemos aprender a pensar en el mundo como un sistema, en el que los problemas ambientales de un país son la otra cara del crecimiento de otro país” (p. 215). Ese es el punto crítico del actual concepto de desarrollo sostenible que, parafraseando a Boaventura de Sousa Santos (2010), es una respuesta débil a la pregunta fuerte de la continuidad de la vida en el planeta tierra.

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