Evento e historia profética. La muerte de Lech Kaczynski

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Evento e historia profética La muerte de Lech Kaczynski

Víctor Samuel Rivera Universidad Nacional Federico Villarreal

2010. Es la Octava de Pascua, el Domingo de Cuasimodo, el primer domingo después de Pascua. Los diarios de Barcelona, Nueva York y Londres arremeten contra el estamento clerical y la Iglesia entera, contra el Papa, su hermano sacerdote y el predecesor del Papa, el polaco Juan Pablo II, digno de veneración. La segunda lectura de la misa de este día del año 2010 recoge el relato de la iluminación del apóstol San Juan en la isla de Patmos, quien recibe de Cristo la visión del final de los tiempos. Ego sum alpha et omega, principium et finis indica Jesús al apóstol (Ap. I, 8). Es domingo entonces de 2010. In dominica die audivi post me vocem magnam tanquam tubae (Ap. I, 11). Todo esto cobra especial interés cuando, en la víspera de Cuasimodo, el Presidente de Polonia fallece en un accidente espantoso. Lech Kaczynski debía llegar a Rusia para una ceremonia internacional por el 70 aniversario del crimen de Katyn; he aquí sin embargo que, sin causa razonablemente justificada, el avión que transportaba a Kaczynski se estrella en la localidad de Smolensk. El Presidente Kaczynski y su esposa eran unos devotos católicos; una auténtica rareza museográfica en el mundo multicultural y liberal que ha surgido de las ruinas de la antigua Cristiandad europea. Mientras los diarios liberales de Barcelona y Nueva York arremeten en primeras planas contra el Papa de Roma, el más católico de los gobernantes de Europa colapsa en Smolensk.

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Una extraña expectación nos invita a entender el futuro de este presente, y un súbito temor nos envía a Inmanuel Kant y su esbozo de la idea de una historia profética de 1798. Estamos ante una interesante ocasión para un ejercicio filosófico de pensamiento de la historia y –tal vez- para recuperar uno de los motivos más básicos del pensar político de la modernidad, el pensar como el hacer del profeta. El filósofo como profeta. In dominica audivi post me vocem magnam.

Volvamos a Cuasimodo. Para el calendario litúrgico el 14 de abril de 2010 se celebraba la octava de Pascua o Cuasimodo. Desde el último año del reinado del Papa Juan Pablo II (2005) este domingo de Cuasimodo se transformó también en la solemnidad del Señor de la Divina Misericordia. Para los lectores no religiosos es necesario saber que “Señor de la Misericordia” es la advocación de Cristo, cuya imagen se le apareció radiante a la vidente beata Faustina Kowalska. Resulta una singularidad incómoda que la vidente Faustina Kowalska haya sido de nacionalidad polaca, como lo era también el Papa mismo que instituyó la solemnidad. Pero es un hecho aun más singular si cabe que el propio Papa que instituyó la celebración del Señor de la Misericordia falleciera en la víspera de Cuasimodo. En efecto: Juan Pablo II murió el sábado de la octava de Pascua de 2005, la primera vez que habría de celebrarse la advocación de la imagen vista por la Kowalska.

No requiere prueba que la aparición de Cristo a la beata Faustina, en la medida en que ha sido incorporada en el calendario litúrgico, es establecida por la Iglesia como digna de fe, incluso si no es ése su expreso propósito y aun si la mayor parte de los católicos y los clérigos no afirmen el lazo de los hechos que, aquí reseñados, inspiran un sentimiento intenso de significación para el evento de la muerte de Lech Kaczynski. Pero seamos más persuasivos, atraigamos a la 2

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fascinación al lector no católico o indiferente en materia de religión (pues la religión no es el interés principal de esta reseña). Preguntamos: ¿qué relación guarda Faustina Kowalska con Cuasimodo? La relación se halla en lo que vamos a llamar “el supuesto de la totalidad”. No podemos evitar ver hechos cruzados de esta manera como hechos sociales con un sentido; aunque no es posible afirmar el sentido específico del todo, hay una experiencia hermenéutica de sentido de la totalidad, que se concentra en una cierta (inevitable) expectación. Quod vides, scribe in libro (Ap. I, 11). En la experiencia de comprender el lazo del conjunto hay algo que se ve y que impele a la expresión. Frente al que interpreta, aparece como una totalidad, y es esa totalidad la que impele. Cada asunto por separado aparece más o menos irrelevante. Que Faustina fuese polaca como Lech Kaczynski, o que éste se estrellara en vísperas de Cuasimodo o que en Cuasimodo de 2010 correspondiera la lectura del capítulo I del Apocalipsis de San Juan, donde éste aparece como vidente del fin. O que la prensa liberal haya dedicado la octava de Cuaresma a atacar a la Iglesia de Roma. Los fragmentos de relatos y lo que podríamos bien llamar casualidades se experimentan para el oyente como un todo: digámoslo de una vez, como un mensaje. Si es así, el relato obedece no sólo a una totalidad, sino también a una unidad del acontecer. El que ha comprendido, comprende: está ante una unidad no arbitraria. Se añade que el mensaje del Señor de la Divina Misericordia para Faustina Kowalska consiste en gran medida en temas apocalípticos. Estos temas califican, por ejemplo: la naturaleza del infierno o la cercanía del fin de todos los tiempos. La experiencia del mensaje es la atención al fin, es expectativa del fin.

Un lector entre líneas no puede evitar verse sugerido de interpretar que el que la Iglesia haya instituido la fiesta del Señor de la Misericordia el día de Cuasimodo tiene su significado en la unidad de la experiencia del relato de la 3

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muerte de Lech Kaczynski. Esa muerte confiere sentido a la atención sobre lo demás, cuya experiencia se intensifica, se hace conmovedora, en función de un significado emergente del todo. En el lenguaje de la hermenéutica podemos decir que la muerte de Lech Kaczynski es evento, un mensaje histórico, cuyo criterio es el resto de los otros hechos, que de otra manera serían muertos, esto es, sin conmoción. Para comenzar, la fiesta del Señor de la Divina Misericordia significa el reconocimiento de que es digno de crédito mantener una alerta ante la aterradora idea del infierno, pero también a que el fin de la historia debe ser parte de la agenda de la hermenéutica de la experiencia social e histórica del presente. Y si en este presente ocurre el evento Kaczynski, la alerta enrojece. Esta experiencia debería ser posible al menos para el católico medio, pues esto está presupuesto en el sentido del conjunto de los hechos. Se trata de una cuestión de hermenéutica en sentido propio, pues a estas alturas es evidente que la experiencia como una unidad es anterior y más originaria que los detalles que nos han inducido por ello a reconocerla. Todo era anterior a la muerte de Lech Kaczynski y –a nuestro respectomás o menos admirable, pero no aún un mensaje. Sólo el acaecer de su muerte articula la unidad del todo como una exigencia, pero la unidad del acontecer como un todo aparece en calidad de entorno, no aparecida, sino reconocida.

En la tradición del pensamiento histórico del Cristianismo hechos como la muerte de Lech Kaczynski deberían interpretarse desde la perspectiva del libro del Apocalipsis de San Juan, lectura de Cuasimodo. Debe advertirse que el punto central de nuestra reflexión no es anunciar el fin de los tiempos. En tanto no somos teólogos, mal haríamos en intentar resolver nosotros los misterios que son de competencia de los santos, los místicos, los clérigos o los biblistas competentes. Está escrito que el fin en sentido propio se habrá de experimentar como al ladrón en la noche, esto es, no advertido sino cuando cumplido. Novissimum (Ap. I, 17). 4

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A pesar de todo, es notorio que hay una unidad del relato; el evento no puede ser puesto por el hombre, de allí que el fin y la experiencia del fin como tal se retrotrae en el mensaje mismo. Et conversus sum ut viderem vocem (Ap. I, 12), y entonces la mirada me lleva hacia la vista de la voz. La mirada hacia el mensaje que se muestra entonces como una totalidad es un cierto saber anticipado que está presupuesto desde el momento mismo en que las partes comienzan a ser conmovedoras. Es la anticipación lo que le confiere unidad. Esto no es así porque nos hayamos anticipado al significado de los hechos, sino porque su lectura desde el ángulo del saber cristiano de los tiempos implica la idea de la anticipación, la anticipación apocalíptica. Este anticipo puede ser de competencia de los filósofos. Podemos simplificar nuestras referencias remitiéndonos más bien a un filósofo que antes ha hecho también de profeta: Inmanuel Kant en 1798.

Kant publicó en 1798 su Der Strait der Facultäten, del cual es conocido el fragmento de la Sección II dedicado a la hermenéutica de la historia como profecía, en particular a la interpretación de las guerras revolucionarias y la idea de progreso. En general, esta sección está dedicada a la descripción de lo que Kant llama “historia profética”, esto es, el ejercicio del pensamiento político social por parte del filósofo; éste trata del tema de si la historia humana debe leerse como en camino hacia algo mejor, algo peor o a lo mismo y argumenta cómo una historia profética es progresiva. En principio, este liberal de la Ilustración recuerda bien que no hay un punto de vista humano para resolver entre las tres opciones. Esto se debe a que carecemos de un criterio eficaz para la profecía, esto es, no podemos estar seguros de que las sugerencias de los mensajes históricos vayan más a una dirección que a otra. Pero Kant notó que al menos quienes ven en el curso humano de las cosas un camino peor o mejor comparten un presupuesto común: la idea de que hay ciertos acontecimientos, al menos un acontecimiento que fuerza 5

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moralmente a rechazar la postura de la indiferencia completa. La “historia profética del género humano” –escribe Kant “tiene que vincularse con alguna experiencia”. A ésta la denominó “signo histórico”, signum rememorativum, demostrativum, o prognosticos. Es notorio que la idea procede de una atmósfera bíblica y específicamente cristiana, ya que referida no a la interpretación de un hecho en particular, sino del saber anticipado como un todo. “Quizá” –escribe Kant- “el curso de las cosas humanas nos parezca absurdo porque lo vemos desde un punto de vista elegido erróneamente”. No podríamos discrepar menos nunca de un autor liberal. Lo importante es que todo saber anticipado tiene su lugar respecto de un evento y se extiende, en realidad, en el evento como carácter de prueba del saber anticipado mismo.

Vamos a recoger de allí los argumentos generales, que nos devuelven, por un momento, al domingo de Cuasimodo.

Como ya hemos visto, en los hechos de Cuasimodo de 2010 el lector que participa de la tradición hermenéutica cristiana no puede evitar encontrar una anticipación apocalíptica. Aunque parezca extraño, esta anticipación aparece como un conocimiento, un conocimiento histórico social (sabemos qué significa), aunque no un conocimiento del futuro necesariamente. El saber anticipado histórico-social es la experiencia de una intensificación del sentido del presente. Las cosas triviales del vivir ordinario de pronto se atan a un sentido unitario más complejo e integrador. En la hermenéutica de la tradición de Martin Heidegger y Gianni Vattimo esto puede fácilmente acogerse a la idea del evento, del acontecer apropiador (Ereignis). Podemos definir aquí “el evento” como un conjunto de acontecimientos histórico-sociales, pero no cualquier conjunto de acontecimientos es un evento, ni siquiera un “proceso”, en el sentido de los científicos sociales. Un 6

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evento es el acontecer que se experimenta en una cierta atmósfera emocional del conjunto, que le da un aspecto terrible. Es un aspecto terrible a través de las emociones, en particular el miedo. Se trata de un tópico heideggeriano conocido, que sostiene que las emociones confieren unidad al acontecer, e incluso refieren sus características (esto es: su contenido). El evento puede reconocerse en esto que intensifica la experiencia.

Según Heidegger, tiene sentido más intenso aquello que puede ser experimentado en una atmósfera de temor, muy en particular el temor por expectación, esto es, el temor por lo que se sabe anticipadamente y que, porque no se conoce bien, o no se conoce propiamente, infunde miedo, incluso espanto o desesperación. Nos basta para seguir que esto se desprende de la fenomenología de la experiencia histórico social de “lo nuevo” tal como la presenta el Heidegger de la Primera Parte de Sein und Zeit. Confiamos en la benevolencia de los especialistas para que no se nos pida más en espacio tan modesto. Continuando con nuestra reflexión, es una cuestión de hecho, digna de nota para nuestro tema, que el sentimiento de temor por expectación inviste a veces la experiencia históricosocial. En este sentido, el evento es “acontecer apropiador” sólo en tanto y en cuanto aparece envuelto (investido) por el temor por expectación; el temor, para decirlo de otra manera, es el criterio del acontecer histórico social. Un cierto temor ante lo inexplicable se apodera de nosotros y lo hace en un contexto de referencia histórico-social, en nuestro caso, en las claves de la tradición y los hechos factuales de y respecto del Cristianismo. En general, más allá de Heidegger, el temor por expectación es un criterio del evento. Incluso podemos decir que es una condición necesaria, como en la experiencia de un mundial de fútbol y el orden de motivaciones de quienes eso atienden. Sin temor los acontecimientos históricosociales ya no son “evento”. Si consideramos algo un evento pero éste se 7

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experimenta sin temor es porque es ya acontecido y, en esa medida, su experiencia es más bien un revivirse, un volver hacia el temor para recrear la expectación o un conmemorar. Y es el temor el índice del saber anticipado de la experiencia social. Es su expresión. Sin el factor anticipado del saber que sólo tiene objeto en el futuro, el temor se trueca en admiración o júbilo. Pero esta última experiencia no nos interesa por ahora.

La reflexión sobre el temor ante lo novum y el saber anticipado que comporta para el caso específico de la muerte de Lech Kaczynski nos reconduce a la idea de una historia profética kantiana. Kant consideraba que la lectura de la historia social a través de experiencias con eventos podía referirse a dos ámbitos: o bien al progreso moral, con una idea de incesante perfeccionamiento de una facultad humana en vías de educarse, o bien a lo que llamó “historia terrorista”, esto es, a la idea de que los mensajes que atemorizan y espantan no nos envían a educar una facultad, sino a admitir el carácter indisponible de nuestra experiencia, en este caso, del mal. Kant utilizó la expresión “terrorista” porque este ámbito (un ámbito de la experiencia) se orienta en función del sentimiento de temor que viene de la mano del evento. Lech Kaczynski muerte en vísperas de Cuasimodo mientras en las iglesias, como nunca antes atormentadas desde Barcelona, Londres y Nueva York. En la fiesta del Señor de la Misericordia se lee lo siguiente: Noli timere: ego sum primus, et novissimus, et habeo claves mortis et inferni (Ap. I, 17). No tengamos miedo. Una nube volcánica, mientras tanto, cubre apocalíptica los cielos de Europa.

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