Etnoarqueología de la producción salinera: costa de Michoacán (2015)

July 14, 2017 | Autor: Eduardo Williams | Categoría: Ethnoarchaeology, History of salt, Archaeology of salt, Archaeology, history, western Mexico
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Descripción

ETNOARQUEOLOGÍA DE LA PRODUCCIÓN DE SAL EN LA COSTA DE MICHOACÁN Eduardo Williams, Ph.D. (2015) 1

EL COLEGIO DE MICHOACÁN, A.C. Centro de Estudios Arqueológicos (CEArq) [email protected]

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Adaptado del libro: La sal de la tierra: etnoarqueología de la producción salinera en el Occidente de México. El Colegio de Michoacán y Secretaría de Cultura de Jalisco, Zamora y Guadalajara. Copyright © 2003, 2015 Eduardo Williams.

1 Introducción El presente texto está basado en el libro La sal de la tierra, publicado originalmente en 2003 (Williams 2003, ver Williams 2015 para una versión actualizada). Este estudio etnoarqueológico y etnohistórico ofrece información sobre la producción salinera en la cuenca del Lago de Cuitzeo y la costa de Michoacán, que amplía nuestras perspectivas sobre el papel jugado por el cloruro de sodio en el desarrollo cultural del Estado tarasco prehispánico. La ausencia en la Mesoamérica indígena de un animal doméstico similar al ganado introducido por los españoles en el siglo XVI significó que esta área cultural fue la única civilización primaria en el mundo en la que el pastoreo no podía utilizarse para extender los paisajes productivos hacia regiones marginales para la agricultura. El interés del presente trabajo sobre un recurso no agrícola se deriva de una preocupación (expresada anteriormente por Jeffrey Parsons [1996]) por tomar en cuenta de manera más sistemática aquellos recursos no agrícolas, como la extracción de sal (amén de la pesca, la caza y la recolección), cuyo estudio puede arrojar más luz sobre los nexos entre la producción, la demografía y la complejidad sociocultural en Mesoamérica (Parsons 1996: 439, cf. 1994, 2001, 2006; Diamond 1999). Las observaciones sistemáticas de actividades salineras dentro de su contexto cultural y ecológico son importantes, pues el cloruro de sodio no se conserva dentro del registro arqueológico, dificultando la identificación de sitios salineros antiguos. La sal común, o cloruro de sodio, es un compuesto químico soluble, que se diluye rápidamente. Esta circunstancia hace necesario abordar el estudio de este recurso en la antigüedad a través de información indirecta, principalmente etnográfica y etnohistórica. En la actualidad la mayoría de los habitantes del mundo tiene fácil acceso a la sal común, o cloruro de sodio, por lo que rara vez se toma en cuenta la gran importancia que ha tenido este compuesto químico en la historia de la humanidad. De hecho, en el siglo VI Casiodoro mencionó que “el hombre puede vivir sin oro, pero no sin sal”, mientras que siglos antes Plinio había afirmado que “el verdadero gozo de la vida no podría existir sin el uso de la sal”. La gran importancia del cloruro de sodio puede entenderse si echamos un vistazo al papel que juega dentro de la fisiología humana. La sal es esencial para la nutrición y para

2 los procesos fisiológicos de todos los animales, incluyendo al ser humano 2 . Este compuesto químico forma parte de todos los tejidos y fluidos del cuerpo. Es ingerido por todas las criaturas vivas y en el ser humano la cantidad y concentración en el cuerpo deben de mantenerse dentro de límites definidos, lo cual se logra gracias a la actividad de una gran cantidad de mecanismos fisiológicos coordinados, mismos que controlan la concentración y excreción de sal de tal manera que la cantidad eliminada diariamente corresponde exactamente a la ingerida con los alimentos o de cualquier otra manera (Dauphinee 1960: 382). Generalmente se acepta que los animales carnívoros y los seres humanos que se sustentan principalmente de la caza y la pesca, satisfacen su necesidad de sal por completo a través de la dieta, mientras que los animales herbívoros y los seres humanos que consumen principalmente alimentos de origen vegetal, necesitan cloruro de sodio adicional. Lo anterior se debe al hecho de que los alimentos vegetales son deficientes en sodio en relación al potasio, mientras que los alimentos de origen animal tienen ambos elementos en igual cantidad (Multhauf 1978: 4). Es difícil determinar la cantidad exacta de cloruro de sodio que se requiere en la dieta del ser humano. Las autoridades en la materia todavía están en desacuerdo; las opiniones recientes oscilan entre 0.3 y 7.5 kg al año (Multhauf 1978: 3). Durante la etapa de crecimiento desde la infancia hasta la edad adulta, el individuo debe de incorporar a su cuerpo y tejidos en desarrollo aproximadamente entre 80 y 120 gramos de sodio y entre 75 y 100 gramos de cloro. Estas cantidades, necesarias para el crecimiento normal, representan tan sólo unos pocos miligramos al día, y si no se necesitara más, los requisitos diarios de cloruro de sodio serían verdaderamente muy bajos. Sin embargo, tanto el sodio como el cloro son constantemente expulsados del cuerpo en distintas cantidades a través del sudor, las heces fecales y la orina (Dauphinee 1960: 412). La cantidad diaria de cloruro de sodio normalmente recomendada para individuos que viven en un clima templado debe de ser alrededor de un gramo para infantes, tres para niños y seis para adultos. Cuando la única fuente de alimento es de origen vegetal, la ingesta de cloruro de sodio es precaria, y en este caso la pérdida de sal a través del sudor o 2 El sodio es necesario para la contracción de los músculos; hasta el rítmico palpitar del corazón depende de un adecuado balance entre el sodio y otros minerales, como potasio y calcio. El movimiento del sodio dentro y fuera de las fibras nerviosas tiene que ver con los impulsos nerviosos, y también es importante para la digestión de las proteínas (Batterson y Boddie 1972).

3 por cualquier otra causa puede dañar seriamente la salud, a menos que se añada el mineral a la dieta. En el caso de gentes que viven en áreas tropicales como Mesoamérica, la constante transpiración provocada por la alta temperatura y humedad del ambiente puede causar pérdidas relativamente grandes de sudor y de sal. En estos casos es necesaria una mayor ingesta de cloruro de sodio; en ocasiones tanto como 30 gramos adicionales se necesitan para evitar que se presenten las manifestaciones de deficiencia de sal en el organismo (Dauphinee 1960: 413). Los pueblos de dieta vegetariana por lo general sufren de falta de cloruro de sodio; en India, por ejemplo, la falta de este compuesto químico agrava la mortandad en tiempos de epidemias o de hambruna, mientras que en África ecuatorial explica la baja densidad demográfica de algunos grupos humanos (Bergier 1982: 11). La investigación en que se basa este libro se realizó en la primavera de 2000, siguiendo una perspectiva interdisciplinaria en la que se combinaron los enfoques de la arqueología, la etnografía, la etnohistoria y la historia oral. El área geográfica donde se llevó a cabo el trabajo de campo fueron la parte norte de la costa de Michoacán y sur de Colima, donde todavía existen salinas en las que se siguen utilizando técnicas antiguas, en parte prehispánicas. Los objetivos de la investigación fueron el estudio de los procesos culturales y tecnológicos y la cultura material asociados con la manufactura contemporánea de sal, especialmente los artefactos y elementos utilizados por los salineros, analizando en particular su visibilidad arqueológica. También se hizo uso de información etnohistórica, para documentar las técnicas salineras antiguas en Michoacán y sus áreas vecinas. La finalidad principal de esta investigación fue obtener, a través de la observación etnográfica, información procesal que ayude a la interpretación del registro arqueológico (Williams 2002, 2003, 2004, 2010, 2015). Antes de comenzar con la discusión de la investigación en la costa michoacana y sus resultados, vamos a dar un breve repaso sobre el término etnoarqueología (véase Williams 2005 para una discusión de esta subdisciplina de la antropología).

Etnoarqueología Para los propósitos del presente trabajo seguimos la definición del término etnoarqueología propuesta por William Longacre, quien la considera como "el estudio por arqueólogos de

4 la variabilidad en la cultura material y su relación con el comportamiento y organización... entre sociedades actuales, para usarse en la interpretación arqueológica" (Longacre 1991: 1, subrayado en el original). Este autor enfatiza la condición de que este tipo de investigación sea hecha por arqueólogos, porque los antropólogos socioculturales o etnógrafos usualmente no registran los datos sistemáticos y cuantitativos que son indispensables para la interpretación arqueológica, ni tienen el entrenamiento o la sensibilidad de los arqueólogos hacia la variabilidad en la cultura material (Longacre 1991: 1). Varios principios generales deben cumplirse para que las analogías etnográficas puedan ser útiles en el razonamiento arqueológico, como han discutido Nicholas David y Carol Kramer. Según estos autores, para realizar analogías las culturas de origen y de destino deben ser similares en lo tocante a variables que pudieron haber afectado o influenciado a los materiales, los comportamientos, los estados o los procesos que se están comparando. Si la cultura origen es la descendiente directa de la cultura sujeto, habrá una mayor posibilidad intrínseca de que existan similitudes entre ambas. Sin embargo, la descendencia cultural misma debe considerarse como un concepto problemático. El rango de fuentes potenciales para la comparación debería ampliarse --por ejemplo para incluir etnografía, etnohistoria, arqueología, etc.-- para obtener un rango lo más representativo posible. No obstante, a causa de los elementos inevitables del razonamiento inductivo y de la subjetividad involucrada, la certeza deductiva nunca puede lograrse por completo (David y Kramer 2001: 47-48). Para Ian Hodder (2006), el uso de la analogía etnográfica en la interpretación arqueológica es riesgoso si se llega a suponer que algunas sociedades se han detenido en el tiempo. La mayoría de las sociedades no occidentales contemporáneas se han visto influenciadas por el capitalismo, por lo que es difícil establecer paralelos con un pasado precapitalista. Sin embargo, puede haber similitudes entre sociedades pretéritas y contemporáneas relacionadas con factores como el tamaño, el nivel de complejidad y el medio ambiente. Por otra parte, Hodder sostiene que además de usar paralelos etnográficos específicos, también se puede usar el entendimiento antropológico general. Siempre hay que ser crítico ante estas generalizaciones y tratar de contextualizarlas dentro de los datos específicos bajo análisis, pero siempre serán importantes para estimular ideas y pensamientos acerca del pasado, incluso el más distante (Hodder 2006: 25, 29).

5 El énfasis de la arqueología reside por lo general en la cultura material, pues son los restos de los sitios y las cosas del pasado (casas y otras construcciones, áreas de actividad, artefactos, restos de alimentos, contextos funerarios, etcétera) los que han llegado hasta nuestros días, mientras que sus hacedores han desaparecido, muchas veces sin dejar registro histórico alguno acerca de sus costumbres o de los retos a que se enfrentaron y la manera que escogieron de resolverlos. Sin embargo, la cultura material en contexto arqueológico es por definición estática, y por lo tanto generalmente carece de la información necesaria para interpretarse desde un punto de vista dinámico. Los datos arqueológicos por sí mismos no pueden decirnos sino cosas que, si bien son importantes, no llegan a satisfacer las necesidades de una verdadera descripción etnográfica. Es por eso que la perspectiva etnoarqueológica es indispensable para obtener una visión dinámica y procesal del pasado, al permitir observaciones tanto de las acciones sociales (el contexto etnográfico) como de sus resultados materiales (el contexto arqueológico). Hay una serie de cuestiones sobre el registro arqueológico que solamente pueden indagarse con investigaciones procesales, realizadas fuera de ese mismo registro, por ejemplo la manera en que éste se forma por el comportamiento dentro de un sistema cultural; la manera en que un sistema cultural produce restos materiales (es decir arqueológicos), y finalmente los tipos de variables culturales que determinan la estructura (distinguiéndola de la forma y el contenido) del registro arqueológico (Schiffer 1995 [1972]: 25). Sin embargo, la analogía etnográfica no puede informarnos sobre patrones de comportamiento prehistórico que no tengan una contraparte moderna. Por otra parte, el conocimiento de los arqueólogos acerca de los sistemas culturales actuales es por lo general incompleto, por lo que al ampliar su conocimiento etnográfico el investigador puede darse cuenta de modelos alternativos de comportamiento a los que difícilmente hubiera llegado usando tan sólo la lógica o la intuición. Los modelos etnográficos sirven para sugerir hipótesis que se someterán a prueba y que están relativamente libres de algún sesgo etnocéntrico. Por eso, un enfoque comparativo hacia la etnoarqueología deberá de complementar y de rebasar a la simple analogía (Gould 1978: 252).

6 Según Lewis Binford, el reto para los arqueólogos es cómo relacionar los restos arqueológicos con nuestras ideas acerca del pasado; “cómo utilizar el mundo empírico de los fenómenos arqueológicos para generar ideas sobre el pasado y a la vez usar estas experiencias empíricas para evaluar las ideas resultantes” (Binford 1981: 21). Para este autor, la teoría arqueológica se ocupa del ámbito de los eventos y condiciones del pasado, así como de explicar por qué ciertos eventos y sistemas se generaron en la antigüedad. Su área de interés son los sistemas culturales, sus variaciones y la forma en que pudieron pasar de un estado (etnográfico o sistémico) a otro (arqueológico). Sin embargo, es importante tomar en cuenta que todo nuestro conocimiento sobre el aspecto dinámico del pasado debe de inferirse, ligando los eventos antiguos con los actuales por medio de investigaciones antropológicas fuera del registro arqueológico, para obtener elementos de análisis y de comparación, principalmente a través de la analogía etnográfica. Binford subraya esta relación dinámica entre el presente (etnográfico) y el pasado (arqueológico), mencionando que el registro arqueológico es un fenómeno contemporáneo, y las observaciones que hacemos acerca de él no son enunciados “históricos”. Necesitamos sitios que preserven cosas del pasado, pero igualmente necesitamos las herramientas teóricas para dar significado a estas cosas cuando las encontramos. Esto depende de un tipo de investigación que no puede realizarse en el mismo registro arqueológico. Si pretendemos investigar las relaciones entre lo estático y lo dinámico, “debemos de poder observar ambos aspectos simultáneamente, y el único lugar donde podemos hacerlo es en el mundo moderno, en este momento y en este lugar” (Binford 1983: 23). Lo que Binford buscaba era un medio preciso de identificación, así como buenos instrumentos para medir las propiedades específicas de los sistemas culturales del pasado, en otras palabras “piedras de Rosetta” que permitieran una traducción de las observaciones de lo estático hacia enunciados sobre lo dinámico. Para ello propuso buscar un nuevo paradigma, para la construcción de una “teoría de rango medio” (Binford 1981: 25). La teoría de rango medio (también conocida como teoría de alcance medio) es lo que relaciona a la observación con el paradigma, la ontología o la filosofía; se trata de una teoría de fenómenos sustantivos, del comportamiento humano en su contexto cultural y social. Sin embargo, es solamente un eslabón en una larga cadena de inferencias que va

7 desde la teoría general hasta la observación, y siempre debe ser susceptible de verificación (Shott 1998: 303). Para Schiffer, el núcleo fundamental de la arqueología es el esfuerzo de determinar y explicar las relaciones entre el comportamiento de los seres humanos y la cultura material en todos los momentos y en todos los lugares. Los principios de la cultura material en contexto dinámico se conocen como “correlatos”, que se descubren por medio de la etnoarqueología y de la etnografía comparativa (Schiffer 1988: 469). Este mismo autor propuso un modelo para entender el “ciclo de vida” de los elementos arqueológicos, mismo que explica de la siguiente manera: “para fines analíticos, las actividades en las que participa un elemento duradero durante su vida o contexto sistémico pueden dividirse ampliamente en cinco procesos: obtención, manufactura, uso, mantenimiento y descarte… [sin embargo,] no todos los elementos siguen un camino unilineal a través de un sistema…” (Schiffer 1995 [1972]: 27). Por otra parte, Shott ha señalado que los arqueólogos no se encargan de reconstruir el pasado --que ya no existe-- sino que infieren su naturaleza a partir del registro material que observan en el presente. Los arqueólogos sólo tienen acceso a los assemblages y contextos que fueron creados por procesos de formación. Es por eso que, en la opinión de este autor, la teoría dominante en este ámbito debería llamarse precisamente “teoría de la formación” (Shott 1998: 310-311). Para referirnos a la formación, las transformaciones o la presentación de los contextos y materiales arqueológicos, al igual que a la teoría de la producción de la información arqueológica, Luis Felipe Bate propone usar el término de "teorías mediadoras", que se refieren a los nexos que están entre el objeto sustantivo de la investigación y su manifestación en los datos arqueológicos (Bate 1998: 106). Las teorías mediadoras son “un medio necesario para la organización, así como para la validación, de los procedimientos a través de los cuales inferimos la historia de las sociedades concretas... [esto se debe a que] los hechos o datos empíricos de que un arqueólogo dispone para la observación son necesariamente contemporáneos del observador, pues de otro modo no habría posibilidad de establecer una relación de conocimiento” (Bate 1998: 106-107).

8 Para los propósitos de la presente investigación, los distintos términos discutidos en estas páginas (argumentos puente, teoría de rango medio, teorías mediadoras, teoría de la formación) tienen un mismo significado: se trata de trabajo de campo etnográfico que pretende ligar un conjunto de actividades y de conductas culturales (en este caso la elaboración de sal) con un assemblage particular y rasgos diagnósticos de la cultura material que pueden usarse para la interpretación de contextos arqueológicos a través de la analogía. Un hecho insoslayable relacionado con la etnoarqueología es su cada vez mayor importancia como actividad de rescate etnográfico, ante la rápida transformación de las sociedades "tradicionales" donde se pueden todavía observar los patrones de conducta que eventualmente serán la base para analogías etnográficas. Esta responsabilidad de rescate ha recaído principalmente sobre los arqueólogos, pues como ya se dijo, el tipo de documentación detallada de patrones culturales en contexto sistémico y de cultura material contemporánea no ha sido atendido por los antropólogos socioculturales. Esta situación ha sido discutida por Jeffrey Parsons (2001, 2006, 2011). Trabajos como el presente son de vital importancia, pues la riqueza ambiental se está perdiendo a ritmo acelerado en México, amenazando la diversidad cultural que antaño incluía actividades de subsistencia tradicionales (muchas de origen prehispánico) autosustentables y acordes con el entorno ecológico. A causa de las adversas condiciones económicas y sociales muchos habitantes de las áreas rurales se ven obligados a emigrar en busca de mejores condiciones y más oportunidades. Todo esto hace que se vaya perdiendo la memoria colectiva de las comunidades, privándonos de una inigualable fuente de información para comprender el pasado prehispánico.

Antecedentes geográficos y culturales del área de estudio La presente investigación se llevó a cabo en La Placita, una de las pocas comunidades en México que siguen usando técnicas tradicionales (en parte prehispánicas) para elaborar sal (ver Williams 2002, 2003). También se incluyeron en el estudio las salinas cercanas de Salinas del Padre, Michoacán, y de El Ciruelo, cerca de Cuyutlán, Colima (Figura 1).

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Figura 1. Mapa de Michoacán y Colima, mostrando los sitios mencionados en el texto.

Las condiciones ecológicas de la franja costera que se extiende desde Cuyutlán en el norte hasta Maruata en el sur son ideales para hacer sal; el cloruro de sodio es abundante en el agua de mar, y la luz solar –esencial para la preparación de la salmuera—es constante e intensa a lo largo del año, especialmente durante la época de secas. El área bajo discusión se incluye dentro de la Provincia Biótica Nayarit-Guerrero, la cual se extiende por la región costera dentro de la zona árida tropical, desde el sur de Sinaloa hasta el sur de Guerrero. Esta área se caracteriza por marcadas estaciones de lluvias y de secas; las lluvias inician en mayo o junio y terminan en noviembre o diciembre. El resto del año es generalmente seco, y como consecuencia la mayor parte de la vegetación pierde el follaje (Brand 1960: 275). Desde el punto de vista de la flora, el área bajo discusión podría clasificarse como bosque espinoso deciduo tropical. Las principales comunidades florísticas son las siguientes (Brand 1960: 276):

10 1. manglares; 2. matorral espinoso (arena de playa árida); 3. selva de matorral espinoso; 4. bosque de árboles cortos; 5. bosque de palmeras; 6. selva de arbustos y árboles. En cuanto a la fauna de la zona, son pocos los estudios que se han llevado a cabo. Según Brand (1960: 296), las playas de Michoacán tienen por lo menos unas 600 especies de moluscos marinos. Esta abundancia biótica se debe a que la zona costera tiene una gran variedad de nichos ecológicos, que por cierto fueron aprovechados por el ser humano desde tiempos remotos. Según Correa Pérez (1974), algunas de las especies animales endémicas de la zona de estudio, (varias de las cuales contribuyeron a la dieta y economía indígena) son las siguientes:

Mamíferos: tlacuache (Didelphis marsupialis); armadillo (Dasypus novemcinctus); conejo (Sylvigalus cuniculuarius); ardilla (Sciurus colliaei); puerco espín (Coendu mexicanus); coyote (Canis latrans); cacomixtle (Bassariscus astutus); mapache (Procyon lotor); tejón (Nasua nasua); comadreja (Mustela frenata); jaguar (Felis onca); ocelote (Felis pardalis); jabalí (Dicotyles tajacu); venado de cola blanca (Odocoileus virginianus). Reptiles: tortuga marina (Chelonia agasizii); tortuga de carey (C. imbricata); tortuga verde (C. viridis); y varias especies de lagartijas, serpientes, camaleones e iguanas (Correa Pérez 1974: 389-433).

Algunas especies de reptiles como el caimán ya han desaparecido, pero los informantes de edad avanzada recuerdan muy bien su abundancia sobre los bancos de los ríos y esteros. Debido a la abundancia y variedad de recursos de flora y fauna en el entorno costero, esta región fue privilegiada para la habitación humana en tiempos prehispánicos. Los pocos proyectos arqueológicos llevados a cabo en la costa de Michoacán han reportado una gran cantidad de sitios pequeños desde Colima en el norte hasta el río Balsas en el sur (Cabrera 1989; ver también Novella y Moguel 1998). Durante el periodo Postclásico (ca. 1250-1521 d.C.) encontramos en nuestra región elementos de las culturas tarasca y azteca, como fragmentos de pipas, cerámicas diagnósticas, figurillas de barro que representan

11 deidades del panteón del centro de México, y prácticas funerarias como la cremación (Cabrera 1989: 147). El pueblo de La Placita de Morelos se encuentra ubicado en el margen izquierdo del río Maquilí (Figura 1 y 2). Este fue un importante asentamiento en tiempos prehispánicos, como demostró la prospección arqueológica realizada por Corona Núñez hace unos cincuenta años. Varias casas modernas, al igual que la escuela, fueron construidas sobre montículos prehispánicos. En todas las calles del pueblo y en las áreas circundantes hay cimientos de piedra de estructuras cuadradas, que pudieron haber sido viviendas. Estos consisten en alineamientos de roca con una orientación distinta de las casas modernas. También reportó Corona Núñez un gran montículo hecho con grandes rocas con una altura de cinco metros, que había sido severamente saqueado para el tiempo de su investigación, y que hoy se encuentra casi completamente destruido. A una distancia de unos 20 ó 30 m de esta estructura había un montículo alargado cubierto de vegetación, así como una enorme plataforma artificial, sobre la cual se construyó el pueblo moderno (Corona Núñez 1960: 374-375; lámina 13).

Figura 2. El área de estudio en la costa de Michoacán, mostrando las salinas (círculos), el asentamiento moderno y los sitios arqueológicos (triángulos).

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El actual poblado de La Placita se construyó originalmente junto a un estero; el pueblo viejo tenía solamente una calle, rodeada de ranchos ganaderos y de palmeras. Las casas estaban hechas en su mayoría de bajareque con techos de palapa, aunque algunas tenían techo de tejas. La población era bastante heterogénea, incluyendo aparte de los residentes locales a “indios de otras comunidades, al igual que arrieros y comerciantes de otras latitudes” (Méndez Acevedo 1999). La población de La Placita aumentaba considerablemente durante la época de hacer sal (desde fines de marzo hasta principios de junio), pues mucha gente venía de distintos lugares para trabajar en las salinas, asentándose en un patrón disperso alrededor del estero durante esta parte del año. Según don Francisco Gregorio, uno de los más viejos salineros de La Placita, los habitantes de este pueblo solían vivir casi exclusivamente de la sal, practicando casi nada de agricultura y nada de ganadería. Todo lo que necesitaban para la subsistencia lo podían obtener a cambio de sal, y durante la parte del año cuando no estaban produciendo, se mantenían explotando recursos silvestres: cazaban venados en el monte, sacaban huevos de tortuga de la playa, pescaban en el estero y aparte obtenían del mismo abundantes cantidades de chacal (camarón), moyo (cangrejo) y jaiba (langostino). Muchas de las especies vegetales y animales explotadas para la alimentación eran estacionales, pero otras se encontraban todo el año, como el chacal. En resumen, se practicaban la pesca, la caza y la recolección, junto con algo de agricultura, y algunos productos alimenticios, como el frijol, se obtenían a través del intercambio con otras comunidades de la región. A una distancia de aproximadamente tres kilómetros del estero de La Placita se encuentra otro estero, conocido como Salinas del Padre 3 , donde también se produce sal. Entre ambos esteros hay un tercero, conocido como El Presidio, en donde se produjo sal hasta hace unos 50 años (Figura 2). Alrededor de esa época venían familias enteras desde Maquilí hasta Salinas del Padre para trabajar la sal; incluso traían al maestro de escuela para la educación de los niños durante la estación de producción. Toda la gente se juntaba para abrir el estero con palas, y una vez que se llenaba de agua salada lo cerraban. Venían hasta 40 familias, que tenían que traer su propia agua para tomar, pues no había agua 3 Existen conflictos entre la gente de La Placita y la de Maquilí sobre la tenencia del estero. Los primeros quisieran dedicarse a la pesca del camarón (una actividad mucho más lucrativa que la producción de sal), mientras que los últimos insisten en usar el estero

13 potable en el área. La unidad de tenencia de la tierra recibía el nombre de “hijuela”, y consistía de lo siguiente: 1) pozo de sal (así se nombraba a la unidad productora); 2) terreno para sembrar; 3) terreno para cría de ganado; 4) solar para la casa. Para finales del siglo XVI muchos pueblos de la costa ya no estaban habitados, debido a un dramático colapso demográfico causado principalmente por el hambre y las epidemias. Es por esto que la mayor parte de las comunidades salineras antiguas se habían extinguido poco tiempo después de la conquista española, y no fueron registradas por los funcionarios de la Corona que escribieron las Relaciones geográficas. La dramática situación de los siglos XVI y XVII se ha descrito de la siguiente manera: La gran epidemia de 1576-78 fue seguida por el año de epidemia y hambruna de 1588, y después vinieron más epidemias en 1595-96. El resultado fue una gran disminución en la población indígena, que conjuntamente con factores políticos y económicos contribuyó a la adopción de la política de congregaciones durante el período 1592-1606[...] El año de 1613 también se sabe fue de hambre generalizada[...] En 1643 hubo una epidemia que casi terminó con los indios que no habían sucumbido a las anteriores pestilencias. Algunos cálculos de la mortandad son tan altos como 5/6 de los indios[...] Los años de 1692-1696 fueron años de hambre[...] (Brand 1960: 72-74).

Después de esta breve discusión de los antecedentes geográficos y culturales del área de estudio, a continuación abordaremos el tema central de este estudio, la producción salinera en la costa de Michoacán.

Producción de sal en la costa michoacana En esta sección se presenta brevemente una descripción del proceso contemporáneo de elaboración de sal en la zona de estudio, para luego pasar a discutir las implicaciones arqueológicas de estas observaciones 4 . El proceso productivo en La Placita tradicionalmente ha consistido en filtrar el agua salobre del estero a través de una capa de tierra salitrosa (conocida localmente como “salitre”) obtenida de las inmediaciones del mismo estero, para obtener salmuera por lixiviación. Para llevar a cabo este proceso se utiliza el tapeixtle, elemento que se describe en páginas posteriores (Figura 3a-3b, y 4). Una vez que se obtiene la salmuera por lixiviación, se pasa a las “eras” o tinas de evaporación, donde el agua desaparece por acción solar y queda la sal cristalizada. Cuando está bien seca la sal, el siguiente paso es empacarla para llevarla a vender. exclusivamente para hacer sal. Las Salinas del Padre pertenecen al ejido de Maquilí, pero la comunidad indígena de Maquilí se dividió en varios ejidos, y como resultado de esto los límites territoriales entre los pescadores y los salineros no quedaron bien definidos. 4 Donald Brand (1958) hizo una breve descripción de las actividades salineras en La Placita, pero sin una información detallada sobre todos los aspectos aquí discutidos.

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Figura 3a. El tapeixtle es una estructura hecha de troncos y ramas, para llevar a cabo el lixiviado del agua de los esteros, filtrándola a través de la tierra de la playa.

Figura 3 b. Dibujo de un tapeixtle, mostrando las partes que lo componen.

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Figura 4. El tapeixtle usualmente es construido por hombres en la costa de Michoacán, aunque también intervienen mujeres y niños, como se observa en esta imagen.

A la unidad de producción le llaman “plan” (Figura 5); mide aproximadamente unos 400-600 m2, y consta de un tapeixtle, varias eras, y por lo menos un “terrero” donde se va acumulando la tierra lixiviada, para usarse posteriormente. Durante la época en que se estuvo realizando el trabajo de campo (abril y mayo del 2000) solamente se estaban trabajando cuatro “planes”, pero hay muchos más junto al estero de La Placita, los cuales no se trabajan todos los años, por estar ausentes sus dueños, o por falta de interés debido al bajo precio de la sal. La temporada de trabajo de la sal se limita a una parte de la época de secas (de principios de abril a mediados de junio), pues al empezar las lluvias el agua dulce reduce drásticamente la salinidad del estero y del salitre; además la mayor cobertura de nubes dificulta la evaporación solar de la salmuera. Los salineros se dedican a otras actividades cuando no les es posible hacer sal, por ejemplo la pesca, la agricultura o como mano de obra asalariada, ya sea dentro de la región o fuera de ella (muchos de ellos migran cada año hacia las grandes ciudades del país, o bien a los Estados Unidos). En los últimos años se ha

16 registrado un dramático descenso en el precio de la sal a nivel nacional, 5 lo que ha hecho que cada vez menos salineros se dediquen a esta actividad; según se pudo observar en La Placita, obtienen más ganancias en otros tipos de trabajo, que implican menos esfuerzo físico.

Figura 5. La unidad de producción, llamada “plan”, consta de un tapeixtle, varias eras, y por lo menos un “terrero” donde se va acumulando la tierra lixiviada, para usarse posteriormente.

Siempre son hombres los que trabajan en las salinas, porque según ellos mismos dicen, este trabajo es muy pesado para las mujeres. 6 Ellas sólo vienen a “pizcar” la sal, y se les paga con el mismo producto. Todos los salineros están emparentados entre sí, y las mujeres que realizan la “pizca” también son sus parientes, ya sea consanguíneos o por afinidad. El tapeixtle es el elemento utilizado para filtrar el agua del estero a través del salitre y obtener así una salmuera de alto contenido salino. A la parte superior del tapeixtle le 5 La mayoría de los informantes se refiere a un período de aproximadamente cincuenta años como el inicio de un aparente proceso de crisis en la industria de la sal a nivel regional: una baja de precio y como consecuencia abandono de las salinas por los salineros. 6 Esto contrasta con lo reportado para la Costa Chica de Guerrero, donde son mujeres las que realizan casi todos los trabajos relacionados con la producción de sal (Good 1995; Quiroz Malca 1998).

17 llaman “cajete”, a la inferior “taza”; al conjunto de cajete y taza le llaman “pozo”. El cajete se hace de lodo (o sea tierra que ha quedado del proceso de lixiviación), sobre un anillo hecho de ramas (llamado ñagual). Como material para filtración se usan zacate, piedra “boloncha” y arena. Para levantar un tapeixtle tienen que trabajar unos tres hombres por espacio de tres días; para subir las vigas de palma, que son la parte más pesada, intervienen hasta ocho personas. Para reparar el tapeixtle se necesita una semana con tres peones; hay que conseguir la madera del cerro, pagando por cortarla y acarrearla. Por lo menos cada tercer año hay que cambiar el zacate, las varas y la arena del cajete. Para realizar el proceso de lixiviación se ponen el agua salada y el salitre del estero en el cajete, donde se deja que estile el agua a través del salitre y que caiga en la taza por espacio de unas cuatro ó cinco horas. La capacidad de la taza es de 6,000-8,000 litros de salmuera. Se desconoce la antigüedad del tapeixtle en Mesoamérica. 7 No tenemos datos arqueológicos que confirmen su uso en la época prehispánica, y en las fuentes del siglo XVI no aparece mencionado. Sin embargo, las Relaciones geográficas del siglo XVI documentan algunas técnicas de elaboración de sal donde se utiliza un tipo de filtración y lixiviación similar al que se realiza hoy día con el tapeixtle (Williams 1998a). En La Placita la tierra (salitre) que se pone en el cajete se transporta con caballo; los salineros le ponen 70 chiquihuites de tierra (de 20 kg cada uno) y 40 “paradas” (o sea 80 botes de 18-20 litros cada uno) de agua salada del estero cada día; con esto alcanza para llenar unas 15 eras. Anteriormente acarreaban la tierra a pie, usando canastos sobre la cabeza, y tenían que hacer hasta 70 viajes entre el estero y el tapeixtle. El salitre se extrae de los “comederos”, que es el área adyacente al estero, donde se concentra la salinidad en el suelo. Para hacer esta tierra menos compacta y poder retirar la capa superior y formar pequeños montoncitos se usa la “gata” (artefacto triangular de madera, con picos de hierro que al ser tirado por el caballo, va arañado la tierra –de ahí su nombre—para poder sacarla con la pala y hacer los montoncitos) (Figura 6). La tierra que ya ha sido lixiviada se saca del cajete y se echa en el “terrero”, donde se va acumulando hasta que se retira con la pala y se tiende en el comedero para que vuelva a cargarse de sal, y usarse de nuevo. 7 Se han utilizado elementos parecidos al tapeixtle en una gran área de Mesoamérica, y aunque en esencia se trata del mismo principio de lixiviación de salmuera por filtrado a través de suelos salinos, el nombre del aparato cambia en cada región, conociéndose como: tapeite, tapestle, tapesco, tapanco, entre otros.

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Figura 6. La “gata” es un artefacto triangular de madera, con picos de hierro que al ser tirado por el caballo, va arañado la tierra que se usa para hacer sal.

Las tinas de evaporación o “eras” están hechas de arena de la playa mezclada con cal (Figura 7). Anteriormente, cuando no se conseguía cal producida industrialmente, tenían que quemarla en hornos; la obtenían de un arroyo donde había piedras calizas. Ahí hacían los hornos y llevaban la cal a las salinas para encalar las eras. Había especialistas que trabajaban los hornos de cal, pues no cualquiera podía hacerlo. Algunos hornos grandes duraban varios días prendidos para quemar entre dos y tres toneladas de cal (para encalar 20 eras se necesita una tonelada). La cal fue un recurso de gran importancia en la época prehispánica, pues aparte de usarse para recubrir las eras se utilizaba en la preparación del nixtamal. Existen pocos estudios sobre producción de cal en Mesoamérica, y ninguno para el Occidente. Recientemente Barba y Córdova (1999) han presentado datos muy interesantes sobre los aspectos energéticos de la producción de cal en Teotihuacan. Según estos autores, las etapas de transformación química de la cal se inician con la descomposición de la roca caliza a un óxido (la cal viva) mediante el uso de calor. En esta transformación destaca la gran necesidad de energía requerida y en consecuencia la gran cantidad de combustible que se necesitaba. Hasta el momento no se tiene evidencia del uso de hornos en Teotihuacan, pero éstos no son requisito indispensable para hacer cal, ya que la quema puede hacerse en

19 hogueras abiertas o en emparrillados. La producción de cal requiere un alto nivel de capacitación para la selección de la roca en el lugar de extracción, para el quemado de la piedra, para su apagado con agua y para su aplicación en el lugar de uso (Barba y Córdova 1999: 174, 176).

Figura 7. Las tinas de evaporación o “eras” están hechas de arena de la playa mezclada con cal. (Nótese la salmuera en las eras, el salinero recogiendo la sal cristalizada, y un montón de sal en la era de la parte trasera).

Es bien sabido que en Teotihuacan y en otras ciudades mesoamericanas se usó la cal para elaborar los estucos o aplanados que cubrían la mayor parte de los edificios. Lo que ha sido menos documentado es el uso de cal para otros fines, por ejemplo la construcción de tinas de evaporación solar usadas en la producción de sal. Una vez que se terminó de construir la era (o de repararla, si ya se usó en la temporada anterior), hay que “redamarla” (o sea llenarla) con unos 20 botes de salmuera, la cual debe tener por lo menos 20º de salinidad, de lo contrario no cristaliza la sal; después hay que echarle dos o tres botes por día. A los cinco días ya se puede “pizcar” la sal cristalizada, y después se saca cada tercer día, obteniendo 25-30 Kg. por cada era en cada

20 pizca. Durante la temporada el total de sal producida es de aproximadamente siete toneladas, habiendo buen temporal. Para pizcar la sal se usan vainas de la palmera (llamadas “cayucos”), que son suaves para no dañar la superficie de las eras (Figura 8). Las eras nunca deben quedarse sin agua, porque se deforma la capa de cal y arena, o bien puede resquebrajarse y echarse a perder. Cada año, al inicio de la temporada de producción salinera (en el mes de abril) se reparan las eras que quedaron en desuso desde el año anterior. Esta reparación toma al salinero unos tres días, con ayuda de un mozo. Hay que ponerle a las eras una nueva capa de cal y arena cada vez que inicia la temporada, lo que hace que tengan varias capas, una por cada año de uso (contamos hasta 20 capas en un caso), las cuales podrían ser buenos indicadores en contextos arqueológicos, permitiendo ver cuántas temporadas se usó determinada era.

Figura 8. Para “pizcar” o “cosechar” la sal de la era se usan vainas de la palmera (llamadas “cayucos”), que son suaves para no dañar la superficie de las eras.

Las eras miden en promedio 6 por 3 m, y cada plan tiene alrededor de 18 eras (aunque por lo general no todas se utilizan a la vez). Para echar la mezcla de arena y cal en la era usan una tabla de unos 20 cm de largo llamada paleta (Figura 9), para aplanar el

21 recubrimiento de arena y cal usan una herramienta de madera llamada menapil (similar a la que emplean los albañiles para aplicar el enjarre de cemento) (Figura 10), y finalmente para alisar la era utilizan una piedra de río, que se va desgastando por el uso (Figura 11). Dos veces por temporada tienen que limpiar las eras, porque se les forma un “atolillo”, o sea acumulaciones de sedimentos.

Figura 9. Para echar la mezcla de arena y cal en la era se utiliza una tabla de unos 20 cm de largo llamada “paleta”.

A continuación se describen brevemente los artefactos usados para hacer sal en La Placita, aparte de los ya mencionados (ver el Cuadro 1). Cubetas: se utilizan para llevar el agua del estero al cajete y llevar la salmuera de la taza a las eras. Antiguamente los salineros usaban “balsas” (bules o guajes) para acarrear el agua, o bien cántaros. Cuando venía gente de otras partes a trabajar la sal, dejaban los cántaros enterrados para cuando regresaran el año siguiente. Los propios salineros sembraban la “mata de bule” para obtener balsas, mientras que los cántaros y comales los hacía la misma gente de La Placita.

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Figura 10. Los salineros usan una herramienta de madera llamada “menapil” para aplanar el recubrimiento de arena y cal de la era. Esta operación tiene que realizarse al inicio de cada temporada de trabajo en las salinas.

Figura 11. El último paso en la preparación de la era consiste en para la superficie con una piedra de río.

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Figura 12. La “burra” es un palo de madera con dos cuerdas que sujetan las cubetas, para cargarlas con más facilidad al llevar el agua salada del estero a la finca.

Figura13. Recipientes de “guaje” o “bule” utilizados antiguamente por los salineros de la costa de Michoacán y Colima para transportar el agua salada dentro de lasa fincas (Museo de la Sal, Cuyutlán, Colima).

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Figura 14. Los “canastos chicos” o chiquihuites son utilizados para sacar la sal cristalizada de las eras y ponerla en un montón para que se seque. El chiquihuite tiene una capacidad aproximada de 20 kg.

Burra: palo de madera con dos cuerdas que sujetan las cubetas, para cargarlas con más facilidad (cada “viaje” de dos cubetas se conoce como una “parada”) (Figura 12). Antiguamente se usaban recipientes hechos de la planta llamada “guaje” o “bule” (Figura 13). Canastos chicos o chiquihuites: utilizados para sacar la sal cristalizada de las eras y ponerla en un montón para que se seque, de donde se pasará a empacarla (el chiquihuite tiene una capacidad aproximada de 20 Kg.) (Figura 14). Sacos grandes o huiriles: sirven para llevar la tierra de los “comederos” al tapeixtle a lomo de caballo (cada huiril tiene una capacidad aproximada de 80 kg; Figura 15). Palas (de metal o de madera): sirven para mover la tierra de un lado a otro dentro del plan, tanto durante la construcción del tapeixtle y de las eras, como en el cargado y descargado de la tierra en el cajete. Guancipo: anillo hecho de vástago, de unos 10 cm. de circunferencia, usado para colocar el chiquihuite sobre la era sin dañar la delicada superficie de esta. Vaina de palma de coco o cayuco: sirve para recoger la sal cristalizada de las eras. Rodillo de palma: sirve para romper los terrones que se forman en la capa de salitre (es tirado por un caballo, al igual que la gata).

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Figura 15. Los “sacos grandes” o huiriles son utilizados en La Placita para llevar la tierra de los “comederos” al tapeixtle a lomo de caballo (cada huiril tiene una capacidad aproximada de 80 kg).

Implicaciones para la arqueología Lo que sigue a continuación es una discusión de las implicaciones arqueológicas que las observaciones etnográficas presentadas arriba tienen para nuestro entendimiento de los procesos relacionados con la producción prehispánica de sal en el área costera de Michoacán. El objetivo de esta sección es subrayar los paralelos entre las actividades salineras contemporáneas y las antiguas, a través de una correlación sistemática de los restos materiales asociados con la producción de sal prehispánica y moderna (ver el Cuadro 1).

Sitios salineros en el área de estudio Desde tiempos prehispánicos hasta hace unos 50 años, la parte de la costa de Michoacán y Colima que va de Cuyutlán en el norte a Maruata en el sur (Figura 1), ha sido un verdadero emporio salinero con un sinnúmero de sitios, grandes y pequeños, donde se elaboraba sal. Fueron tres los tipos de sitios encontrados durante la prospección 8 de la costa: 1) Sitios 8

La prospección de sitios salineros no fue un reconocimiento sistemático, sino más bien el autor visitó los lugares más obvios y accesibles, guiado por la información de la gente local. Una prospección más sistemática está contemplada para el futuro.

26 donde actualmente se está produciendo sal (la presencia de materiales prehispánicos, principalmente cerámica, en la superficie habla de su ocupación en tiempos antiguos); 2) Sitios donde la producción de sal se llevó a cabo hasta hace unos 50 años, pero que ahora están abandonados (en la mayoría de estos sitios también encontramos abundante material prehispánico en superficie); 3) Sitios arqueológicos donde se pudo haber producido sal en tiempos antiguos; algunos de estos parecen ser lugares de habitación permanente al igual que de producción. A principios del siglo XIX la población permanente del área salinera de la costa de Colima no llegaba ni siquiera a 50 personas, pero durante la época salinera se concentraban en estos sitios hasta 5,000 personas (esto se observó desde el siglo XVI). A los salineros que llegaban de toda la provincia se sumaban los arrieros y comerciantes que venían principalmente de Nueva Galicia y de regiones más distantes, como la ciudad de México, Querétaro, Guanajuato y Taxco, Guerrero (Reyes 1995: 149). En El Ciruelo, cerca de Cuyutlán, Colima, el autor visitó uno de estos asentamientos estacionales. Los salineros vienen cada año a vivir en sus chozas, pero sólo se quedan durante la época de hacer sal (de febrero a mediados de junio); el resto del año este sitio está desocupado. Este asentamiento temporal no tiene electricidad, agua potable ni otros servicios, pero sí tiene una capilla donde se celebra la misa el día de la Santa Cruz (3 de mayo), que es el día de los salineros. El resto del año se regresan a sus hogares permanentes, donde practican la agricultura sembrando maíz, caña de azúcar u otros productos, o bien trabajan en los pueblos de la región. Esta misma situación fue común en Salinas del Padre, de acuerdo con los informantes. Durante la época de hacer sal se establecía un asentamiento temporal consistiendo de 40 ó 50 chozas pequeñas hechas de pasto o paja, que se conocían como “parajes”. Después de conversar con los informantes y de examinar las evidencias materiales en la superficie, se identificaron 16 sitios salineros abandonados, pertenecientes al tipo 2 de los discutidos anteriormente, pero el total fue probablemente mucho mayor en tiempos prehispánicos. Alrededor de todos los esteros en esta parte de la costa hay muchos sitios salineros con restos de eras y de tapeixtles, los cuales tienen por lo menos 50 años de haber sido abandonados (Figura 1).

27 Varios sitios antiguos se encontraron asociados a salinas en el área entre Salinas del Padre y Maruata. En el lado noroeste del estero en Salinas del Padre, por ejemplo, encontramos un sitio arqueológico de gran tamaño, con varios montículos y abundante material en la superficie. Al caminar por las calles de La Placita encontramos bastante material prehispánico, lo que sugiere que ambas salinas --La Placita y Salinas del Padre-contaban con asentamientos grandes y contiguos en tiempos antiguos (Figura 2). De todos los sitios arqueológicos que encontramos en el área de estudio el más grande es Pueblo Nuevo, el cual tiene por lo menos 40 montículos y muchos cimientos de casas hechos de piedra, así como bastante material arqueológico en la superficie: cerámica, concha, obsidiana, hueso, etcétera. Uno de los habitantes locales mostró al autor varios tepalcates, un hacha de piedra y dos cinceles de cobre, todos pertenecientes al periodo Postclásico. Pueblo Nuevo está ubicado en el viejo camino que va a Coalcomán, en una ubicación estratégica con respecto al área de las salinas, ideal para controlar las rutas de comercio por las que se exportaba la sal a la Sierra de Coalcomán y más allá.

Correlaciones arqueológicas La sal no se preserva en el registro arqueológico, a diferencia de otros recursos estratégicos que fueron producidos e intercambiados entre los grupos indígenas de la costa --por ejemplo conchas marinas, obsidiana, metales, piedras semipreciosas, entre muchos otros-por eso la identificación de los sitios arqueológicos donde se producía, almacenaba o comerciaba la sal es algo difícil. Sin embargo, a la luz de la información etnográfica discutida anteriormente, podemos postular la existencia de varios tipos de marcadores arqueológicos, o sea evidencia material que indica la realización de actividades salineras en un sitio específico (ver el Cuadro 1). Los principales indicadores de producción salinera usando técnicas prehispánicas en el área de estudio son los siguientes: montículos de tierra lixiviada, llamados “terreros”; tinas de evaporación, o “eras” y tipos cerámicos especializados asociados con los sitios de producción. A continuación se discute brevemente cada uno de ellos.

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Figura 16. Los “terreros” son montículos de tierra lixiviada que ha sido desechada. Pueden observarse como parte del “paisaje salinero” en la costa de Michoacán y muchas otras regiones de Mesoamérica.

Terreros. Este término se aplica a los montículos (Figuras 16 y 17) que se encuentran en muchos sitios salineros por todo Mesoamérica, que consisten en tierra lixiviada que ha sido desechada. Al igual que muchos otros elementos arqueológicos, los terreros están sujetos a la destrucción. Durante la prospección de la zona salinera en la costa de Colima y Michoacán, el presente autor encontró que los terreros de Boca de Pascuales han sido destruidos para plantar palmeras en los terrenos donde se encontraban. En El Real, sin embargo, encontramos un área con muchos terreros junto a la carretera. Hasta hace unos 35-50 años se producía sal en este lugar; los salineros hacían campamentos temporales junto a los “pozos”. Encontramos además abundantes restos materiales prehispánicos en la superficie 9 . En Colola varios terreros y parte de un tapeixtle abandonado atestiguan las actividades salineras que se llevaron a cabo aquí hasta hace unos 50 años, aunque su

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Según ha demostrado el estudio de Salazar Cárdenas (1999), la desaparición de las salinas en esta área de la costa tuvo lugar debido a que al iniciar los trabajos agrícolas en los terrenos situados junto a las salitreras, parte de la producción agrícola iba a descargar a los esteros, imposibilitando el proceso de producción de sal. Todavía en 1945 se trabajaron las salinas con buen rendimiento, pero en 1946 ya eran incosteables y en 1947 se dejaron de trabajar definitivamente. Las salinas existentes en la antigüedad en el municipio de Tecomán eran las siguientes (de norte a sur): Pascuales, San Juan de Dios, El Real de San Pantaleón, Guazango, Tecuanillo, El Tecuán, El Guayabal, Lo de Vega, La Manzanilla, El Chococo y El Caimán. Las primeras salinas en desaparecer fueron las de El Chococo y El Caimán, cercanas a Boca de Apiza, que ya para 1930 habían dejado de trabajarse (Salazar Cárdenas 1999: 199).

29 antigüedad es desconocida. También encontramos eras abandonadas, parcialmente cubiertas de tierra, al igual que en Ixtapilla y en otros sitios cercanos.

Figura 17. El “terrero” se va formando al irse acumulando la tierra lixiviada que fue utilizada para elaborar sal.

Eras. Aunque no tenemos pruebas de que se hayan utilizado “eras” para la evaporación de la salmuera en la costa de Michoacán en tiempos prehispánicos, estos elementos se usaron en Mesoamérica antes de la llegada de los españoles. Por ejemplo, la Relación geográfica de Coxcatlán [Puebla, siglo XVI] muestra elementos rectangulares llamados “pilas de sal” (Sisson 1973). De acuerdo con Sisson (1973: 83), la evidencia arqueológica ha demostrado que estas “pilas” eran de hecho estanques poco profundos utilizados para la evaporación solar de salmuera, idénticas a las eras discutidas previamente. Sisson indica que estas eras probablemente se cubrían de cal, por lo que otro elementos arqueológico que habría que buscar serían los hornos utilizados en la preparación de la cal (Sisson 1973: 91). También se tienen evidencias de evaporación solar de salmuera en San Miguel Ixtapan, estado de México; esta evidencia arqueológica data por lo menos desde el periodo Epiclásico. El procedimiento es muy semejante al descrito por Besso Oberto (1980) para Alahuiztlan, Guerrero. En San Miguel Ixtapan se siguen usando las mismas técnicas

30 prehispánicas todavía hasta la actualidad sin grandes modificaciones (Morrison Limón, comunicación personal, 20 de julio del 2001; ver Mata Alpuche 1999). 10 Finalmente, en la cuenca de Sayula también se utilizaron tinas de evaporación en la época prehispánica, las cuales han sobrevivido hasta nuestros días, aunque ya no se siguen usando (Phil Weigand, comunicación personal, 7 de septiembre del 2001).

Figura 18. Las eras pueden permanecer en la superficie después del abandono de los sitios productores de sal, como este ejemplo en Salinas del Padre, en la costa de Michoacán.

En muchos sitios dentro del área de estudio encontramos eras abandonadas; usualmente aparecen como depresiones poco profundas esbozadas por sus bordes (Figuras 18 y 19), aunque en muchos casos han sido destruidas, y no queda nada sino pequeños pedazos de tierra endurecida cubierta de cal. Sin embargo, debe mencionarse que hasta ahora no se han encontrado eras de indiscutible origen prehispánico en la costa de Michoacán.

10 En el área maya también se ha documentado la evaporación solar de salmuera en la época prehispánica, usando elementos parecidos a las “eras” discutidas aquí, desde por lo menos el periodo Formativo tardío (Andrews 1983: 31, 109); Kepecs (2000) muestra abundantes tinas de evaporación en el sitio de Emal, en el norte de la península de Yucatán durante el Epiclásico-Postclásico tardío, donde según la autora existió una producción de sal a gran escala, con infraestructura de tipo “industrial”.

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Figura 19. Cada era recibe una nueva capa de cal mezclada con arena al inicio de la temporada de trabajo, por lo que al cabo de varios años puede observarse una acumulación de capas. Esto podría ayudar a determinar cuántas veces fue empleada cada era, como este ejemplo de La Placita.

Cerámica. Las técnicas salineras prehispánicas, particularmente la de tipo “sal cocida” (o sea cocer la salmuera a fuego para evaporarla) requerían de enormes cantidades de vasijas de barro (Figura 20) (Williams 2001a). La cerámica salinera mejor conocida en Mesoamérica tal vez sea la llamada Texcoco fiber marked (Texcoco con impresión textil), utilizada en la cuenca de México durante el periodo Postclásico (Charlton 1969, 1971; Sanders et al. 1979; Parsons 1994), aunque ahora se piensa que estas vasijas de barro no se usaron realmente para cocer la salmuera, sino más bien para preparar y transportar los “panes de sal” que eran tan comunes en los mercados aztecas (Parsons 1996: 446; Smith 1998: 131). Hasta el momento no hemos podido identificar la cerámica utilizada para hacer sal en la costa michoacana durante la época prehispánica; esta tarea sigue pendiente para investigaciones futuras. 11

11 El método de tapeixtle no requiere de recipientes para cocción; sólo se necesitan vasijas para acarrear la salmuera, y esto podría explicar la ausencia de este tipo de cerámica en el área de estudio, aunque las futuras investigaciones podrían cambiar este punto de vista.

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Figura 20. Vasija de barro cocido elaborada en Maruata, comunidad nahua de la costa de Michoacán. Este tipo de recipientes pudieron haberse utilizado antiguamente en las salinas.

De todos los salineros activos entrevistados en el área de estudio, ninguno recordaba haber utilizado o siquiera visto recipientes de barro en las salinas; la mayoría reportó que ni sus padres ni sus abuelos utilizaron ese tipo de objetos para hacer sal. Sin embargo, al entrevistar a los salineros de mayor edad (80-90 años) que se retiraron hace mucho tiempo, al igual que analizando los tiestos encontrados en la superficie de la mayoría de los sitios salineros, así como por comparación con algunos especímenes en el Museo de la Sal de Cuyutlán (Figura 21), fue posible establecer que un tipo de vasija de barro que todavía se elabora en varias comunidades de la costa (Ostula, La Ticla, Huizontla, Coire, Pómaro y Maruata) se asemeja a las vasijas salineras antiguas (Hernández Valencia 1997; ver también Williams 2001a).

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Figura 21. Vasijas de barro utilizadas recientemente en las salinas de Cuyutlán, Colima (Museo de la Sal, Cuyutlán).

El autor observó la elaboración de este tipo de enseres en una casa de Maruata; a continuación se presenta una breve descripción del proceso, el cual siempre es llevado a cabo por mujeres (Figuras 22 a-e). Primeramente se amasa el barro, y se le añade tierra más burda como desgrasante. Anteriormente, dado que no había molino, había que preparar la tierra a mano y quitarle las piedras y otras impurezas. Para darle forma a la vasija se emplea un molde convexo en forma de olla, al que llaman “moldero” (Figura 22 a). Se cubre este molde con un trapo, para luego colocar encima la “tortilla” de barro fresco. Acto seguido se pone bajo el sol por espacio de una hora para que seque, y luego se forma la parte superior de la vasija con el método de “enrollado” (Figura 22 b). Posteriormente se alisa con una piedra (llamada larusha), o con una bolita de cayaco (Figura 22 c). Después de secar la pieza al sol, se pone boca arriba en una tabla, se le pellizca el borde (Figura 22 d)y se empieza a alisar con un olote. Luego se le añaden dos “placas” de barro y se alisan las junturas con el olote. Con la mano y el olote se va dando forma a la parte superior de la olla, subiendo las paredes y el borde (Figura 22 e). Una vez que se tiene la forma del cuerpo de la olla, se hace un “rollo” de barro, aplanándolo y alisándolo para que quede en forma de listón: luego se coloca sobre la boca de la pieza y se le va dando forma con el olote y la

34 mano, para que quede listo el cuello de la olla. Aparte del olote se usa una hoja de guayabo para alisar el borde de la pieza. Anteriormente se quemaban las ollas en un pozo, actualmente se usa el horno de alfarero. En Ostula se observó un horno excavado en el tepetate.

(a)

(b)

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(c)

(d)

(e) Figura 22. Manufactura de una vasija de barro en un taller doméstico de Maruata, comunidad nahua de la costa de Michoacán.

36 Cuadro 1. Resumen de las actividades salineras y de sus posibles marcadores arqueológicos en La Placita, Michoacán (ver también Parsons 1996: cuadro 2).

Actividad Lixiviación de la salmuera

Herramienta o elemento moderno Tapeixtle

Circulación del agua canales salobre de los manantiales Transportación y Cubetas almacenamiento de agua y de salmuera Evaporación solar de Eras la salmuera

Manufactura de cal (para cubrir las eras)

Hornos

Mezclar la cal con la Paleta, menapil arena, cubrir las eras Pulido de la Canto rodado superficie de las eras

Herramienta o elemento antiguo Pozos o aparatos de filtrado de naturaleza indeterminada

Marcadores arqueológicos Pozos, alineamientos de piedras, concentraciones de tierra lixiviada (montículos o terreros) canales Canales fosilizados por la acumulación de sedimentos Vasijas de barro Tiestos, vasijas completas de tipos específicos Eras, vasijas grandes Alineamientos de piedra, superficies planas cubiertas de cal, grandes cantidades de vasijas llanas grandes de barro Hornos Hornos, concentraciones de tierra quemada o de ceniza ? ? Canto rodado

Acarreo de la sal de la era o canoa Mover el salitre de la playa al tapeixtle/ estiladera Raspar la superficie de la tierra, escarbar y cortar la costra de salitre

Canastas (chiquihuites) Grandes costales (huiriles)

Canastas (chiquihuites) Bolsas o costales de textil

Cantos rodados o piedras pulidas por el uso, ya sea completas o quebradas Restos de textiles preservados por la sal Restos de textiles preservados por la sal

Gata, palas

Transportación y almacenamiento de

Recipientes de textil o de cestería (sacos,

Artefactos de piedra como cuchillos o raspadores de obsidiana o de otro material Vasijas de barro (producidas en masa,

Artefactos de piedra con huellas de uso (superficies desgastadas) e incrustaciones de sal Fragmentos o vasijas completas de tipo

37 sal cristalizada Residencia temporal junto a los sitios salineros

canastas)

por lo tanto de baja calidad) Parajes, o sea chozas Casas, talleres, hechas de ramas, construcciones para paja, etc. el almacenamiento

“desechable” Alineamientos y cimientos de piedra, concentraciones de desechos domésticos (lítica, cerámica, etc.)

Intercambio de sal y rutas de comercio Desde hace unos cincuenta años, la sal ha perdido casi todo su valor monetario en México, ya que se produce a nivel industrial y su precio está regulado por el gobierno (Ewald 1997: 261). Sin embargo, este no ha sido siempre el caso; de acuerdo con un informante, alrededor del año 1925 la sal era el “oro blanco” de la costa. Durante la época de trabajo en las salinas La Placita tenía un mercado estacional, al cual acudían comerciantes de muchos lugares distantes. En este mercado era posible encontrar los siguientes productos, entre muchos otros: loza de Patamban, cuchillos de Sayula, machetes de Coalcomán, dulces de Colima, sombreros de Sahuayo, huaraches de Pihuamo, cobijas y jorongos de Tapalpa, colchas de San Juan Parangaricutirimícuaro (Paricutín, o San Juan de las Colchas), y muchos puestos de otros artículos de consumo. Entre todo este comercio no podían faltar las famosas “caneleras” (mujeres que se dedicaban a vender tazas de canela con alcohol), ni la modesta cantina donde se ejercía la prostitución (Méndez Acevedo 1999). Según un informante de Maquilí, la sal que se producía en Coalcomán se cambiaba por maíz, frijol, jitomate, y otros productos agrícolas. A los salineros no les hacía falta el dinero, pues todo podían pagarlo con sal, hasta pistolas. Los arrieros venían de Tepalcatepec, de Apatzingán y de Uruapan; traían hasta 60 mulas. Había un camino real que iba de Los Reyes a Peribán y de ahí a Pueblo Nuevo. Los arrieros traían su propia comida para el viaje hasta Coalcomán, que duraba tres días. A este pueblo llevaban sal, plátanos y cocos. Algunos arrieros compraban y vendían sal, la cual almacenaban en algún pueblo cercano. Todavía viene gente a comprar sal a La Placita de la zona ganadera en las montañas entre Jalisco y Michoacán; antes llegaban a este centro salinero compradores de Aguililla, de Huizontla, El Otate, El Rincón, San José de la Montaña, Coalcomán, Pómaro, Coire y Ostula. Intercambiaban sal por varios productos: maíz, frijol, piloncillo, jabón, queso,

38 garbanzo, papa, mango, plátano, mamey, ciruela, cebolla, azúcar, leña, etcétera. Una medida de frijol o de ciruela, por ejemplo, valía lo mismo que una de sal. Al pueblo de Ixtapilla venía gente desde Chacala (a tres horas de camino, en la sierra) en busca de sal, la cual intercambiaban por gallinas, mango y carne de venado; por esta última obtenían bastante sal. En abril venía gente de Cofradía a Ixtapilla, y se regresaban a su casa cuando la temporada de producción terminaba. Existía una buena red de comunicación, gracias a lo cual los arrieros sabían si había sal por ejemplo en Ixtapilla, y venían a recogerla si en La Placita no habían producido lo suficiente. La información que tenemos para otras áreas costeras del Occidente es útil para arrojar luz sobre el comercio salinero en la costa de Michoacán. En la Costa Chica de Guerrero, por ejemplo, la sal sigue siendo utilizada como unidad de intercambio, según lo demuestra el trabajo de Haydée Quiroz Malca: La expresión “con nuestras salinas no nos falta que comer” es una manifestación de que la producción de sal responde a una forma de vida, y que este artículo se convierte en valor de cambio, por medio del cual es posible acceder a una considerable variedad de bienes de consumo (regionales e importados) que van desde agua fresca, chilate, comidas preparadas[...] productos alimenticios semipreparados de origen industrial, maíz, frutas, ropa, cosméticos, joyas de oro, bicicletas, grabadoras, ventiladores y otros (Quiroz Malca 1998: 347).

En las regiones vecinas al área de estudio (Colima en el norte y Guerrero en el sur) los arrieros transportaron sal a grandes distancias, hasta que fueron reemplazados por el ferrocarril hace algunos 50 años. En Guerrero, por ejemplo, hasta 1939 los nahuas del valle del río Balsas comerciaban sal de la Costa Chica como vendedores itinerantes. Durante varias generaciones habían combinado el comercio de sal en las secas con la agricultura durante la época de lluvias (entre junio y octubre). Para obtener la sal estos comerciantes nahuas formaban caravanas de hasta 20-25 burros o mulas conducidos por 10-12 hombres. El viaje desde el Balsas hasta la costa duraba varios días, ya que la ruta es de unos 150 Km. atravesando por terreno montañoso. Los informantes de la costa recordaban las constantes llegadas y salidas de trenes de mulas con cientos de bestias de carga de varios pueblos de las tierras altas (Good 1995: 8-10). Los medios de transporte disponibles en la época colonial (trenes de mulas, carretas y barcos) necesitaron de muchas actividades o industrias paralelas para proporcionar los

39 bienes y servicios necesarios en cada caso, como mantenimiento de caminos, construcción y mantenimiento de posadas, abasto de pastura, fabricación de arneses y de cuerdas, construcción y reparación de carretas, botes, etcétera (Reyes 1998: 150). Los arrieros tuvieron un excepcional impacto económico y social en Colima. El comercio y transportación de sal por medio de trenes de mulas se convirtió en una de las actividades de mayor importancia dentro de la economía de la región. El abasto de muchos productos indispensables dependía de los arrieros que llegaban o salían de Colima, llevando sal a los centros de distribución o de consumo. Debido a su considerable cantidad, tanto los arrieros como sus animales se convirtieron en los principales consumidores de bienes y servicios, así como los principales contribuyentes de alcabalas (Reyes 1998: 151). En la costa de Michoacán se observó una situación similar a la descrita para Guerrero y Colima. En la época colonial y hasta bien entrado el siglo XIX, fue el oficio de la arriería uno de los pilares más importantes de la economía michoacana, al igual que del resto del país. En Michoacán fueron los arrieros de Zamora, Purépero y Cotija, entre otros, quienes hacían incursiones hacia el centro y norte de México, así como a Jalisco, Guanajuato, Veracruz y Tabasco (Sánchez 1984: 41, 47). Durante el siglo XVI en Colima los encomenderos y corregidores se valieron casi exclusivamente de tamemes para el transporte de la sal; esta práctica persistió hasta bien entrado el siglo XVII. La sal se transportaba a varios lugares, algunos bastante distantes de la costa de Colima, como la ciudad de México. Eventualmente el virrey de la Nueva España intentó prohibir el uso de tamemes, pero lo que realmente terminó con esta inhumana costumbre fue la escasez de mano de obra indígena debida a las epidemias y al hambre, así como la creciente necesidad de mover mayores volúmenes de sal de manera más rápida (Reyes 1998: 152). Aunque la costa norte de Michoacán nunca estuvo completamente incorporada al imperio tarasco (Pollard 1993: mapa 8:1; Beltrán 1994), la sal producida en esta región seguramente llegó a la zona nuclear tarasca en la cuenca de Pátzcuaro, junto con otros muchos productos de la costa, como conchas marinas que eran consideradas preciosas. Estos contactos entre la costa y las tierras altas de Michoacán en tiempos prehispánicos se atestiguan por artefactos hechos de conchas marinas que se han encontrado tierra adentro, por ejemplo en Tingambato (Piña Chan y Oi 1982: Figura 26); Huandacareo (Macías

40 Goytia 1989: 182-184), y en la cuenca de Zacapu (Arnauld et al. 1993: 163-167), entre otros. En Uricho, un importante sitio excavado por Helen Pollard en la cuenca de Pátzcuaro, se han reportado artefactos hechos de concha marina (placas, cuentas, brazaletes y aretes). Estos objetos se depositaron como ofrenda en entierros de la elite pertenecientes a los periodos Epiclásico y Postclásico tardío (Pollard 1996: cuadros 3 y 4). De acuerdo con Pollard, “la cuenca del lago de Pátzcuaro carece de fuentes naturales de sal, obsidiana, pedernal y cal, todos ellos productos que se usaban por la mayoría de los hogares en el periodo Protohistórico” (Pollard 1993: 113). Así pues, el área nuclear del Estado tarasco en el siglo XVI no fue una unidad económica viable, sino que dependía para la subsistencia del intercambio de bienes y servicios dentro de patrones regionales y supra-regionales (Pollard 1993: 113). La sal debió haber sido uno de los más importantes bienes de intercambio entre la costa y las tierras altas de Michoacán durante el periodo Protohistórico. No hay mucha información acerca de estos patrones de intercambio, pero las tradiciones orales en algunas de las aldeas indígenas de la costa mencionan varios aspectos de este comercio. Por ejemplo, en la comunidad nahua de Pómaro un hablante de tarasco de edad avanzada que era miembro importante de la comunidad describió (en mayo de 1990) una ruta de comercio por la que viajó en su juventud, transportando sal desde la costa hasta el lago de Pátzcuaro. Pómaro era el último pueblo costero atravesado por los arrieros antes de internarse en la Sierra Madre del Sur en su ruta hacia el área lacustre de las tierras altas de Michoacán (Efraín Cárdenas, comunicación personal, noviembre 22 del 2000). Por otra parte, de acuerdo con la Relación de la provincia de Motines [1580], en el siglo XVI existía una bien establecida ruta de comercio que iba desde la provincia de Motines hasta Pátzcuaro. Este camino pasaba por Uruapan, cubriendo una distancia de 37 ó 38 leguas. Era relativamente recto, pero iba por terreno accidentado y había que cruzar muchas barrancas. Había otra ruta que pasaba por Peribán, Santa Ana y San Pedro (ver mapa, Figura 1), que iba por terreno más fácil, con longitud de 40 leguas (Acuña 1987: 179). En tiempos coloniales había una red de caminos que iba de Coahuayana a Zacatula a lo largo de la zona costera, así como de Zacatula a Uruapan y Pátzcuaro. Muchos de estos caminos existieron desde tiempos prehispánicos (Espejel 1992: mapas 3 y 4). La costa norte de Michoacán y áreas adyacentes de Colima deben mencionarse como un área que produjo grandes cantidades de sal. Con base en las cifras de producción

41 reportadas por los informantes para el periodo anterior a 1950, 12 podemos pensar en cientos de toneladas de sal extraída de los esteros antes de la llegada de los españoles. Aunque no contamos todavía con información arqueológica, podemos sugerir como hipótesis sujeta a comprobación que parte de esta sal se intercambiaba o se pagaba como tributo al Estado tarasco. Si bien existió la producción a pequeña escala para el abasto local de las necesidades de cloruro de sodio, esto no contradice la coexistencia del comercio a larga distancia. Como se ha postulado para la península de Yucatán en tiempos prehispánicos, se trataba realmente de una cuestión de calidad de sal y de estructura de clases sociales. La sal blanca de la costa pudo haber sido una mercancía reservada a las elites, mientras que las sales de menor calidad y de producción a nivel local servían para saciar las necesidades de los plebeyos (MacKinnon y Kepecs 1989: 523). Esta idea se ve apoyada por el hecho de que no en todos los lugares se producía sal con las mismas características (compárense, por ejemplo, los cuadros 7 y 9 en Williams 2003).

Conclusiones Como se menciona en otra parte (Williams 2003, 2015), para entender la relevancia del cloruro de sodio dentro de la economía política del imperio tarasco, es necesario recordar que la cuenca de Pátzcuaro, donde se asentaba la sede del poder político, carece de fuentes naturales de sal, de obsidiana, de pedernal y de cal, productos esenciales para la supervivencia y reproducción de todos los hogares dentro del periodo Protohistórico (ca. 1450-1530 d.C.); también hacían falta muchos bienes suntuarios codiciados por la elite (Pollard 1993: 113). Las áreas de aprovisionamiento de sal para el imperio tarasco fueron la cuenca de Cuitzeo --de hecho, desde el periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.) las comunidades que poblaron la vertiente del río Lerma tenían a esta fuente como la más cercana y productiva--, la cuenca del lago de Sayula, Jalisco y la costa de Michoacán. Los mecanismos para el

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Hace unos 35 años los automóviles empezaron a llegar a las Salinas del Padre por un camino de terracería. Esto ayudó a incrementar la producción, ya que la transportación a los consumidores se hizo más fácil. En uno de los mejores años se produjeron 20,000 toneladas por todos los salineros.

42 intercambio de este y otros muchos bienes escasos fueron los mercados regionales, el comercio a larga distancia y el pago de tributos por los pueblos sometidos por el imperio. Si bien la costa de Michoacán no formó parte del imperio tarasco –salvo por la desembocadura del río Balsas durante la época de mayor expansión territorial--, tanto los datos etnohistóricos (y recientes) que mencionan la gran productividad salinera de la región, como la analogía con otras partes del litoral del Pacífico, desde Sinaloa hasta Guatemala, permiten sugerir que las zonas costeras del norte del estado de Michoacán y sur de Colima estuvieron de hecho entre los principales abastecedores de cloruro de sodio de la capital tarasca. Para evaluar el posible papel de la industria salinera de la costa michoacana también resulta ilustrativo examinar varios casos de otras regiones de Mesoamérica. Por ejemplo, las salinas más productivas de la zona maya eran las costeras, que proporcionaban la sal más pura y codiciada. Es posible sugerir una situación análoga en el Occidente, con explotación salinera tanto en las tierras altas del interior como de las zonas costeras. La blanca sal de Colima fue durante la Colonia y sigue siendo en la actualidad una de las más preciadas de México, lo cual confirma la predilección por el producto de salinas costeras. Las fuentes etnohistóricas del siglo XVI reflejan una gran productividad en la zona litoral del Occidente (Williams 2003). Sin embargo, estas regiones fueron prácticamente despobladas a raíz de la Conquista, lo cual dificulta establecer con certeza continuidades culturales entre el pasado prehispánico y la situación descrita por las fuentes del siglo XVI y posteriores. El comercio en general y la tributación de bienes escasos y recursos estratégicos fueron muy importantes para todos los Estados arcaicos. En el caso del Occidente de México, las ideas de Phil Weigand (derivadas de los estudios de Fernand Braudel) son muy importantes. Según este autor, [...]el intercambio de recursos escasos se expresa en dos niveles de interacción distintos pero interrelacionados. El aspecto más generalizado y perdurable se llama estructura comercial[...] incluye materiales (ya sea recursos básicos o de lujo) que son tan necesarios, ya sea a nivel práctico o de status, que circularán sin importar la configuración política o económica particular existente en un periodo específico. La obsidiana [y la sal son] ejemplos de un recurso escaso básico que simplemente tenía que circular continuamente para que prosperara el sistema social del oikoumene, o cualquiera de sus componentes. La turquesa es ejemplo de un recurso escaso de lujo que circulaba constantemente para satisfacer los deseos de señalar el status y las necesidades religiosas de las elites

43 dentro del oikoumene. Sin importar lo que suceda a uno o a varios de los participantes, estos bienes seguirán fluyendo, por su valor intrínseco dentro del sistema mayor. La estructura comercial está constituida por una serie entrecruzada de redes comerciales[...] que son bastante vulnerables a cambios en la composición de sus participantes. Cuando uno o varios de ellos se colapsan, se retiran o dejan de participar, toda la red deja de funcionar. Las redes comerciales son particularizadas y especializadas, mientras que la estructura comercial es envolvente y generalizada[...] (Williams y Weigand 2004; Weigand 1993).

El flujo de bienes escasos y estratégicos desde las zonas de obtención hasta el núcleo del Estado tarasco fue asegurado por el cazonci siguiendo una estrategia geopolítica que mantenía a los pueblos productores bajo la obligación de pagar el tributo, y a las líneas de comunicación con la capital siempre abiertas. Esta estrategia explica en parte cómo es que este imperio hegemónico llegó a ser uno de los más poderosos del México antiguo, rivalizando incluso con los aztecas. Como ya ha quedado establecido en las páginas anteriores, la producción, la distribución comercial, el control militar del acceso a las fuentes productivas y finalmente la tributación de sal fueron aspectos críticos de gran relevancia estratégica dentro de la vida económica y social de los tarascos. La expansión del Estado hacia zonas alejadas de la capital –la cuenca de Cuitzeo, la cuenca de Sayula y la costa de Michoacán- se explica por la necesidad de obtener bienes escasos y recursos estratégicos, entre los cuales siempre sobresalió la sal. Este compuesto químico tuvo un papel primordial dentro de la economía mesoamericana por la sencilla razón de que las fuentes de abasto salino no estaban distribuidas de manera uniforme en el paisaje, por lo que desde tiempos tempranos se crearon mecanismos de distribución como mercados regionales, comercio a larga distancia y un complejo sistema tributario. Los imperios hegemónicos como el azteca y el tarasco obtuvieron recursos estratégicos o escasos (sal, metales, obsidiana, turquesa, jade, piedras semipreciosas, pieles, cacao, algodón, textiles, plumas, cerámica, entre muchos otros) a través de una vasta red tributaria. La economía política de estos imperios mesoamericanos se basó en una forma de organización que incluía complejos sistemas para la recaudación de impuestos, así como almacenes reales, obras públicas a gran escala y tierras reales. La economía se vio dirigida y regulada por el organismo político, a través del control por la elite de los medios fundamentales de producción (tierra y trabajo).

44 Al igual que en el resto del mundo antiguo, en Mesoamérica el cloruro de sodio también fue un recurso vital para la subsistencia, y lo siguió siendo durante la Colonia y hasta la actualidad. Los datos arqueológicos y etnohistóricos con que contamos principalmente para los aztecas y los mayas, nos permiten asegurar que este recurso estratégico fue un bien de comercio y de tributo muy codiciado desde tiempos más remotos en el pasado prehispánico. Dentro de la tecnología mesoamericana se hizo uso de la sal para varios fines, principalmente en la industria textil, como mordiente para fijar colorantes. A este uso hay que añadir otros igual de importantes, por ejemplo la conservación de alimentos (principalmente pescado) y su utilización en rituales y prácticas curativas. Finalmente, sabemos que la sal se empleó como unidad de intercambio, lo cual sigue todavía vigente en varias regiones de México y Centroamérica. Pero fue el papel de este compuesto químico dentro de la dieta lo que le dio su mayor valor como recurso estratégico. Para construir sus modelos, los arqueólogos dependen del conocimiento con que se cuenta actualmente sobre los rangos de variabilidad en la forma, estructura y funcionamiento de los sistemas culturales. Gran parte de esta información ha sido proporcionada por investigaciones etnográficas; es la información básica que sirve para ofrecer proposiciones explicativas sobre el registro arqueológico (Binford 1972: 69). En los últimos años los arqueólogos han reconocido con renovado interés la necesidad de obtener datos comparativos del mundo moderno (Williams 2005). Un primer paso en la investigación etnoarqueológica de la producción de sal en la cuenca de Cuitzeo y en la costa de Michoacán ha sido identificar las huellas que dejan sobre el paisaje las actividades salineras. Podemos mencionar principalmente los canales que llevan el agua salobre de los manantiales a las “fincas”, y que han sido “fosilizados” por la acumulación de sustancias minerales, también las “eras” o tinas de evaporación pueden preservarse en el registro arqueológico. Otros elementos del “paisaje salinero” (cf. Ewald 1997) bastante visibles son los “terreros”, acumulaciones de tierra lixiviada que abundan en las áreas de trabajo de los salineros. Finalmente hay que mencionar la cerámica, que desde la época prehispánica hasta tiempos recientes ha sido uno de los principales elementos diagnósticos de la industria salinera tradicional. Si bien ahora se piensa que tipos cerámicos como el Texcoco Fabric

45 Marked se utilizaron más para el empaque y transportación de la sal que para la cocción de salmuera (Parsons 2001: 251), tenemos datos etnohistóricos y arqueológicos que hablan de recipientes de arcilla usados para cocer la salmuera y obtener sal cristalizada en muchas partes del Occidente, así como del resto de Mesoamérica y fuera de ella (Williams 2001a). Una de las observaciones etnográficas realizadas en los sitios salineros michoacanos que tiene relevancia para la arqueología es que los movimientos de tierra dentro de los talleres salineros, por ejemplo al mezclar los distintos tipos de tierra antes de lixiviarla, así como el uso constante de tierras “recicladas” ocasiona una mezcla de los materiales arqueológicos, por lo que la excavación arqueológica en uno de estos sitios no sería útil para definir una secuencia estratigráfica con base en la cerámica. Otro factor que habría que tomar en cuenta para un estudio arqueológico sobre sitios salineros, es la gran cantidad de artefactos utilizados actualmente para hacer sal que por estar hechos de materiales perecederos (madera, fibras, cestería, pieles, etcétera), difícilmente dejan huella en el registro arqueológico (ver el Cuadro 1). Es por esto que las observaciones etnográficas de contextos sistémicos (cf. Schiffer 1988) son indispensables para formarnos una idea lo más completa posible sobre las actividades salineras antiguas. La excavación arqueológica por sí misma difícilmente podría darnos una visión realmente completa de esta industria. La información documental que estudia la etnohistoria nos habla de las técnicas utilizadas por los salineros al momento de la Conquista y entrado el siglo XVI, que se piensa son iguales o muy parecidas a las prehispánicas. Sabemos, por ejemplo, que las fuentes salinas explotadas en la época prehispánica fueron principalmente de los siguientes tipos: estanques naturales o charcos salinos, esteros marinos, lagunas interiores, manantiales, pozos y tierras saturadas de sal (Reyes 1993); las técnicas se redujeron principalmente a dos tipos: sal solar, que utilizaba el calor del sol para evaporar la salmuera y obtener sal cristalizada, y sal cocida, en la que la evaporación se lograba calentando la salmuera bajo fuego directo, en recipientes de barro. Las actividades de subsistencia tradicionales que han persistido hasta nuestros días en lugares como la cuenca del lago de Cuitzeo o la costa michoacana son importantes pues nos presentan con material comparativo para realizar inferencias sobre la adaptación humana a estos entornos ecológicos en la época prehispánica. Este tipo de investigación es

46 urgente, porque la rápida transformación cultural y económica visible en estas y otras partes del México moderno amenaza con borrar para siempre los últimos vestigios de formas de vida que se originaron en el pasado prehispánico. Las artesanías que giran en torno a la producción de sal con técnicas tradicionales -alfarería, cestería, elaboración de cal-- así como la arriería y el trueque, son actividades que han desaparecido casi en su totalidad dentro de las zonas salineras discutidas en este trabajo. Su estudio resulta prioritario, para rescatar aspectos poco conocidos de una forma de vida que es importante para la construcción de nuestra memoria colectiva.

Agradecimientos Deseo agradecer a la Universidad de Colima, por su apoyo económico para el trabajo de campo en la costa de Michoacán y Colima, realizado entre abril y mayo del 2000. Esto fue posible gracias al interés de la doctora Beatriz Braniff (qepd), directora del Centro de Estudios Antropológicos del Occidente de esa Universidad. Gracias también a Héctor Gerardo Castro por su ayuda en el trabajo de campo. Gracias a mis amigos Phil Weigand (qepd) y Juan Carlos Reyes (qepd) por su apoyo durante esta investigación.

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