Etnización y estratificación étnica del servicio doméstico en el área metropolitana de Monterrey, 2014, en Durin, de la O y Bastos Eds. Trabajadoras en la sombra. Dimensiones del servicio doméstico latinoamericano, CIESAS, ITESM, México, p.399-428

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Descripción

Trabajadoras en la sombra. Dimensiones del servicio doméstico latinoamericano Séverine Durin, María Eugenia de la O y Santiago Bastos (coordinadores)

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331.54 T835t Trabajadoras en la sombra. Dimensiones del servicio doméstico latinoamericano /

Séverine Durin, María Eugenia de la O Martínez y Santiago Bastos (coordinadores).



— México : Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social,



Escuela de Gobierno y Transformación Pública, Tecnológico de Monterrey,



2014. 596 p. : fots. tabs. gráfs. ; 23 cm.--(Publicaciones de la Casa Chata)



Incluye bibliografía.



ISBN 978-607-486-280-5



1.Empleadas domésticas – América Latina. 2. Empleadas domésticas – España.



3. Trabajo doméstico – Condiciones sociales. 3. Mercado de Trabajo – América Latina.



4. Mercado de trabajo – España. 5. Atención no remunerada - Economía 6.



Trabajo infantil – Perú. I. Durin, Séverine, coord. II. O Martínez, María Eugenia de la,



coord. III. Bastos, Santiago, coord. IV. Serie.

Formación y diseño de portada: Raúl Cano Celaya Cuidado de la edición: Coordinación de Publicaciones del ciesas

Primera edición: 2014 D. R. © 2014 Centro de Investigaciones

D. R. © 2014 Escuela de Gobierno



y Estudios Superiores





en Antropología Social





Juárez 87, Col. Tlalpan,



Edificio egap 5° Piso



C. P. 14000, México, D.F.



Av. Fundadores y Rufino Tamayo

[email protected]



San Pedro Garza García, N.L. C.P. 66269

y Transformación Pública, Tecnológico de Monterrey, Sede Monterrey

www.itesm.mx ISBN 978-607-486-280-5 Impreso y hecho en México Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin el consentimiento por escrito del editor.

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Introducción En México, la preeminencia de indígenas en el servicio doméstico de planta es una evidencia de las asimetrías étnicas existentes, las cuales han sido forjadas históricamente, a partir de una matriz de relaciones coloniales. Pese a los cambios de regímenes políticos ocurridos y el reconocimiento de derechos indígenas, esta situación ilustra la vigencia de su subordinación. En la Nueva España, si bien los indios fueron sirvientes de los españoles en el siglo xvi, con la Controversia de Valladolid y el descenso demográfico de los indios comenzó el comercio triangular de esclavos negros hacia América; entonces, las poblaciones negras remplazaron a los indios al servicio de los españoles (Kuznesof, 1993: 28). En la capital virreinal, en los siglos xvii y xviii, cocineras y amas de leche (nodrizas) eran mujeres de origen africano (Velázquez, 2006). Para mediados del siglo xviii, españoles y criollos eran poseedores de la mayoría de las riquezas económicas y del control político; y aunque los indígenas siempre representaron mayoría en la Nueva España, los mestizos, mulatos, negros y demás grupos mezclados conformaban un grupo heterogéneo. Se había recuperado la demografía indígena y la importación de esclavos había perdido importancia (2006: 369). En vísperas de la Independencia, surgieron nuevos discursos sobre la raza y la nación que enaltecían su origen español e indígena, quedando en el olvido las poblaciones negras (2006: 377). Con la Revolución, la identidad nacional mexicana se construyó con base en este doble linaje español e indígena, proyectando en el mestizo la figura del ciudadano posrevolucionario. Hoy en día, los indígenas representan una décima parte de la población mexicana, las representaciones sobre ellos son negativas (cdi, 2006), y salvo excepciones, pertenecen a los sectores más pobres del país. Si bien la sociedad mexicana no es estamental, los indígenas ocupan una posición subalterna en su seno. Prueba de ello es el carácter etnizado del servicio doméstico, específicamente cuando el llamado “personal de servicio” se queda a dormir en casa de los patrones. En este sector social, opera una cultura de la servidumbre en 399

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la cual las relaciones de dominación-subordinación, dependencia y desigualdad son aceptadas (véase el capítulo 6), e involucran señoras y muchachas1 de origen indígena. Se mostrará, a partir del caso del área metropolitana de Monterrey —la tercera ciudad más grande de México, ubicada en el noreste—, que en el servicio doméstico de planta los indígenas son mayoría y que esta ocupación constituye un nicho laboral etnizado, es decir, que es más probable trabajar en este sector ocupacional cuando se es indígena. A fin de analizar la importancia de la etnicidad en la contratación, es decir, cómo el origen regional y étnico sirven para valorar y jerarquizar las cualidades del personal doméstico, se realizaron entrevistas a patronas y en agencias de contratación,2 además de observaciones de trabajo de campo.

Migración, servicio doméstico y etnicidad La economía étnica es un campo de estudio emergente. En los años setenta, surge un nuevo campo de investigación relativo a las empresas regentadas por inmigrantes o minorías étnicas en los Estados Unidos. De acuerdo con la perspectiva ecológica, los migrantes ocupan nichos laborales abandonados por poblaciones autóctonas (Arjona y Checa, 2006). Son múltiples los ejemplos de fenómenos de remplazo étnico observables en las economías que funcionan en parte gracias a la mano de obra migrante. En la agricultura californiana, se asiste a una migración de relevo de los indígenas oaxaqueños hacia el sector agrícola, mientras los migrantes que procedían del centro-occidente de México se dirigen hacia el sector de los servicios (Rionda, 1994). Rivermar, citada por Durin (2010: 32), señala fenómenos de remplazo étnico en el campo norteamericano, con la contratación de indígenas en actividades agrícolas que otros mexicanos dejaron para insertarse en ocupaciones socialmente más valoradas. 1 2

Ambos términos corresponden a categorías emic usadas para designar a la empleadora y a la trabajadora doméstica de planta —también llamada “de quedada” o “puertas adentro”—. Se entrevistaron ocho empleadoras que han sido elegidas en función de su ocupación, nivel de vida y ciclo vital (madre, abuela, bisabuela). Asimismo, se entrevistaron tres personas que se dedican a la colocación, quienes tienen un conocimiento preciso del mercado del servicio doméstico en Monterrey y su área metropolitana. Cabe subrayar que este material forma parte de un corpus mucho mayor que incluye entrevistas a 25 trabajadoras domésticas y cinco trabajadores domésticos, diarios de campo escritos con motivo de las visitas a sus comunidades de origen y de las pláticas sostenidas durante ejercicios de observación participante.

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En España y Portugal, en el sector del servicio doméstico se aprecian fenómenos similares. En España, anteriormente, las trabajadoras domésticas eran migrantes internas que trabajaban de planta en las casas, mientras eran solteras. Años después, mientras las migrantes latinoamericanas las sustituyeron en los empleos de planta, las nacionales trabajaron por horas —de entrada por salida— o como asistentes familiares, con ancianos. Así: “la llegada de extranjeras hace que siga habiendo alguien al pie de la escalera dispuesto a aguantar las relaciones asimétricas entre empleadores y trabajadoras, y las prácticas de exclusión y dominación. Las autóctonas van subiendo en la pirámide, las que siguen limpiando, también” (Catarino y Oso, 2000: 204). Además del remplazo étnico, ocurre una estratificación étnica de las actividades a realizar. En Inglaterra, los empleos difieren por nacionalidad de origen y género. Los choferes y mayordomos son los únicos oficios masculinizados; éstos constituyen un grupo de élite entre los trabajadores domésticos y se asume que sus principales características son típicamente inglesas: discreción, calma y respeto hacia la jerarquía (Cox, 1999: 137). Las cocineras, amas de llaves, sirvientas y empleadas de limpieza de tiempo completo proceden casi exclusivamente de las Filipinas, Portugal y España (1999: 139). Las filipinas son presentadas como naturalmente mejores que las británicas para realizar las tareas de limpieza y planchado, y estas últimas se emplean más bien como amas de llaves, o en pareja. Para cuidar niños se prefieren las nanas inglesas, entre las que destacan aquellas formadas en la escuela de Norland, asimismo las sudafricanas, neozelandesas y australianas. Las au pairs proceden de Francia, España, Italia y Alemania, y muchas vienen ahora del este de Europa (1999: 140). En Portugal, prevalece una discriminación en el servicio doméstico hacia las negras, por las representaciones relativas a la inseguridad de sus barrios de procedencia y su supuesto olor. Estas mujeres laboran más bien en empresas de limpieza, especialmente en áreas que no se encuentran a la vista del público (1999: 140). En España, como en otros países, las filipinas son empleadas por las élites (Catarino y Oso, 2000: 199) y están conscientes de ser “la Mercedes Benz del servicio doméstico” (Mozière, 2002: 388). Cuando se recluta personal doméstico, los estereotipos juegan un papel importante. Cuando, en Londres, los empleadores se dirigen a las agencias de colocación, suelen pedir una nacionalidad o un oficio especial. Se perpetúan los estereotipos, y en general, la jerarquía operante coloca a las mujeres del primer mundo más en el cuidado de niños, y a las otras, en la limpieza (Cox, 1999: 141). Por medio de la recomendación, se desdibujan perfiles de mujeres con una misma etnicidad y segmento de la fuerza laboral. Los patrones, cuando recu-

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rren a las recomendaciones, hacen hincapié en la confianza y tienden a confiar más en una persona que se parezca a la anterior. Consideran que, según la nacionalidad, se tiene un acercamiento distinto al trabajo (1999: 143). En el área metropolitana de Barcelona operan mecanismos similares en las empresas de servicios de proximidad. Se asignan puestos de trabajo basados principalmente en los sistemas de preferencias de los empleadores y de los clientes, es decir, en estereotipos y prejuicios en función del género, la etnia y la nacionalidad de las candidatas. Se contraponen dos grupos categóricamente distintos, el de las candidatas autóctonas frente al de mujeres inmigrantes (Parella, 2004). Como se demostrará en este capítulo, en México las categorías étnicas también organizan el mercado laboral. En el sistema interétnico mexicano, la configuración diádica básica de las identidades étnicas opone a la “gente de costumbre” a la “gente de razón”, es decir, a los indígenas frente a los mestizos y blancos (Bartolomé, 2004: 46). Representaciones negativas reproducen la subordinación de las poblaciones indígenas, las que son fuertemente discriminadas en distintos ámbitos, en particular el laboral y el educativo (Horbath, 2006). Una tercera parte de los indígenas vive en las ciudades, y a diferencia del campo donde labran la tierra, ahí se emplean preferentemente en el sector de la construcción (Bueno, 1994), en el ambulantaje (Rojas, 2006) y el servicio doméstico (Durin, 2009). En la ciudad de México, donde la mitad de los indígenas no son inmigrantes, éstos desempeñan ocupaciones más variadas, la mayoría son comerciantes, trabajadores en servicios personales y domésticos, pero también una franja es profesionista (Molina, 2010).

Trabajadores en servicios domésticos en Latinoamérica y México En los países de Latinoamérica (Chaney y García, 1993), el trabajo doméstico remunerado es realizado casi exclusivamente por mujeres (95%) y las trabajadoras domésticas representan por lo menos 20% de las mujeres que pertenecen a la fuerza de trabajo remunerado en el continente. Ahora bien, no siempre han sido mujeres las que desempeñaron esta ocupación, tampoco siempre ha sido despreciado su trabajo. Entre las características principales del servicio doméstico destaca que las tareas domésticas3 son desvalorizadas y despreciadas en todas partes, pues en 3

Las autoras las llaman “tareas del hogar”, y de manera simétrica, designan a las trabajadoras domésticas como “trabajadoras del hogar”, en repudio al término de “doméstico” y de “do-

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apariencia no requieren de habilidad ni entrenamiento particular y la mujer parece haber nacido sabiendo realizarlas. Además, “aun cuando en el caso de las trabajadoras domésticas el trabajo del hogar es compartido con la patrona, ésta se reserva los quehaceres placenteros para ella, dándole el trabajo sucio y desagradable a su sirvienta, denigrando aún más el trabajo pagado” (Chaney y García, 1993: 13). Las trabajadoras del hogar son contratadas entre las mujeres más pobres, con educación mínima, que emigran del campo a las ciudades. Viven en familias que no son las suyas y son testigos de una vida afectiva que muchas veces les es negada; trabajan solas y no tienen tiempo libre, están muy aisladas como grupo y resulta muy difícil que se agrupen para defender sus derechos. Hay poco o ningún mecanismo que haga cumplir la legislación vigente, y al no haber logrado alianzas con centrales sindicales y movimientos feministas, su organización está obstaculizada. Por lo mismo, se trata de uno de los sectores más desatendidos y oprimidos de las clases trabajadoras (Chaney y García, 1993). En los últimos 20 años, se observó una reestructuración del servicio doméstico a favor de la modalidad de entrada por salida, y en detrimento del trabajo de planta, el cual es típico de la primera experiencia laboral de migrantes rurales. En el contexto de la globalización, de la feminización de las migraciones internacionales y de la internacionalización del trabajo de reproducción, surgieron esfuerzos organizativos entre las trabajadoras del hogar en Latinoamérica, los que fueron articulados mediante la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar (Conlactraho) (Goldsmith, 2007a). Brasil, en su constitución de 1988, otorgó derechos laborales a las trabajadoras domésticas (Vidal, 2007), y en 2011, las organizaciones de trabajadoras, reunidas con representantes del sector patronal y sindical, aprobaron el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (oit) sobre trabajo decente para los trabajadores domésticos. En el caso de México, el servicio doméstico fue por décadas una de las principales opciones laborales de las mujeres del país, especialmente en medios populares, y su importancia relativa decreció al mismo tiempo que más mesticación”. En este texto, usaré el término “servicio doméstico” para referirme a la ocupación bajo análisis, es decir, el trabajo doméstico remunerado de planta, y designaré como “trabajadoras domésticas” a quienes la desempeñan. Bajo el término de “trabajadores domésticos” han sido previstos sus derechos por la Organización Internacional del Trabajo (oit), en el Convenio 189, en junio de 2011.

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mujeres se insertaron en el mercado laboral (véanse las gráficas 17.1 y 17.2, respectivamente), fenómeno que refleja la diversificación de las ocupaciones de las mujeres a lo largo de la segunda mitad del siglo xx. GRÁFICA 17.1 Evolución porcentual de mujeres ocupadas como trabajadoras domésticas en la población económicamente activa femenina (siglo xx) 40%

35.5%

35% 30% 25%

33%

31.1%

19.8%

20% 15%

11.3%

12%

1990

2000

% TDF en PEAF

10% 5% 0

1921

1930

1940

1970

Fuente: elaboración propia en conjunto con Natalia Vázquez, con base en datos del inegi (1921; 1930; 1940; 1970; 1990; 2000). GRÁFICA 17.2 Evolución del porcentaje de mujeres ocupadas en la población económicamente activa, en México (siglo xx) 40%

31.6%

35% 30%

26.3%

25% 20% 15%

18%

19%

1960

1970

% PEA mujeres

12.25% 6.94%

10% 5% 0

1921

1930

1940

1990

2000

Fuente: elaboración propia en conjunto con Natalia Vázquez, con base en datos del inegi (1921; 1930; 1940; 1970; 1990; 2000).

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El crecimiento del trabajo doméstico remunerado en las ciudades, especialmente en la de México, ha sido parte de procesos migratorios del campo a la ciudad, ya comenzados los años cuarenta. Las mujeres eran mayoría y se insertaban como trabajadoras domésticas de planta; la magnitud del fenómeno fue tal que, de 1930 a 1970, la población de empleadas domésticas en la capital se triplicó. Procedían de familias campesinas e indígenas del centro y sur del país, y las hijas mayores emigraban como parte de una estrategia familiar, abriendo paso a sus hermanas menores. En la capital, este perfil ha ido cambiando, y en los años noventa, la empleada doméstica ya es una mujer urbana procedente de medios populares que prefiere trabajar de entrada por salida (Leduc, 2002). Mary Goldsmith (2007b) subraya los cambios ocurridos y el hecho de que hoy en día no se construyen más cuartos de servicio. En el año 2000, las trabajadoras de planta representaban 40% de las ahora llamadas “empleadas del hogar” en el Distrito Federal. En el ámbito nacional, el trabajo doméstico remunerado decreció en importancia como empleo femenino; representaba 11.2% de la población económicamente activa femenina en 2000. Ahora bien, lo que resiste al cambio es la discriminación social hacia las trabajadoras domésticas, la desvalorización de sus actividades, las condiciones laborales adversas y las dificultades para organizarse. Entre los mitos no fundamentados sobre las trabajadoras domésticas, se cree erróneamente que todas son indígenas —en los años noventa, sólo lo era 20% de ellas—,4 madres solteras, violadas por patrones e hijos de éstos, a quienes les va muy bien —ganan entre uno y dos salarios mínimos y no tienen prestaciones—, y que el servicio doméstico está en vía de desaparecer. En años recientes, las poblaciones de la Huasteca dejaron de irse a trabajar a la capital y se masificó su presencia en las capitales del Occidente (Vázquez y Hernández, 2004) y del Noreste (Chavarría, 2005; Díaz, 2007; Durin, 2009). Ahí, las trabajadoras domésticas de planta son indígenas, predominantemente solteras y jóvenes (Durin, 2008; 2009), así como se observaba en los años setenta en el Distrito Federal (Golsdmith, 1990). Como subrayan Leduc (2002) y Howell (1999), las relaciones entre patronas y empleadas son variables; mientras unas las apoyan, otras las explotan. El mayor apoyo lo reciben las mujeres que están en la ciudad, por parte de sus familiares y paisanos, principalmente 4

En este capítulo, mostramos que es mayor la probablilidad de trabajar en el servicio doméstico cuando se es indígena, y además, que las indígenas son mayoría en el servicio doméstico en su modalidad de planta, la cual supone residir en casa de los patrones.

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para conseguir un empleo (Chavarría, 2005; Díaz, 2007). Estos apoyos son importantes, si consideramos la carencia de derechos laborales de las trabajadoras domésticas, un déficit arraigado en concepciones que desvalorizan las labores femeninas y ubican el trabajo reproductivo por debajo de la aportación de los trabajos productivos. Esto es notorio en la Legislación Federal del Trabajo (lft), que en materia de trabajadores domésticos fue elaborada en 1931 y sigue vigente. En la lft, los derechos y obligaciones de los trabajadores domésticos y sus empleadores se exponen en un apartado especial, dentro de la categoría de “trabajadores especiales”, de tal suerte que la lft instituye una diferencia entre estos trabajadores en relación con el resto. Los derechos enunciados en los artículos 331 a 339 son imprecisos; por ejemplo, en términos de jornada laboral, ya que sólo se dispone que “los trabajadores domésticos deberán disfrutar de reposos suficientes para tomar sus alimentos y de descanso durante la noche”, sin que se aclare el número de horas para trabajar y descansar. Asimismo, no establece la obligación del empleador de registrar al trabajador doméstico en el Instituto Mexicano del Seguro Social, sino de proporcionarle asistencia médica en caso de enfermedad, mientras no sea crónica y recupere la salud. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Conapred, 2010), entre la totalidad de las trabajadoras del hogar, una tercera parte señala que su principal problema es el sueldo bajo, seguido por abusos, maltrato, humillación y discriminación; 44.7% no tiene horario fijo; 37.9% no tiene derecho a usar el teléfono; 46.5% no recibe aguinaldo; 61% no tiene vacaciones, y 87% carece de seguro médico. Se trata, ni más ni menos, de un nicho laboral para poblaciones vulnerables y privadas de derechos. Si bien en México no todas las trabajadoras domésticas son indígenas, la proporción de indígenas trabajando en este sector es mayor que en otras ocupaciones. En el año 2000, en una proporción muchísimo mayor a la población económicamente activa (pea), los hablantes de lenguas indígenas se ocupaban mayormente como trabajadores agropecuarios, y el servicio doméstico constituía el segundo nicho laboral en el que tenían mayores probabilidades de emplearse en relación con el resto de la pea. En las áreas metropolitanas mexicanas, la probabilidad de emplearse en el servicio doméstico era mucho mayor para los indígenas, sobre todo en las tres más grandes —México, Monterrey y Guadalajara—; 5 asimismo, en Tampico, Cuernavaca, Villahermosa y Mérida En Guadalajara, los trabajadores domésticos representaban 3.5% de la pea y 25.2% de la pea hablante de lengua indígena se ocupaba como tales. En el Distrito Federal, 4.8% de la pea se ocupaba como trabajadores domésticos y 20.7% de la pea-hli.

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(Durin, en prensa). En este sentido, el servicio doméstico es un nicho laboral etnizado, es decir, que la probabilidad de emplearse en este sector es mucho más alta si se es indígena. La etnización del servicio doméstico es aún más marcada en la modalidad de planta, ya que “esta modalidad de trabajo se da generalmente en las trabajadoras migrantes indígenas que por primera vez se insertan al empleo en las ciudades, ahorrándose de este modo gastos de hospedaje y alimentación” (Conapred, 2011). Profundizaré en este aspecto apoyándome en el caso de Monterrey.

Los indígenas y el servicio doméstico en Monterrey Los indígenas representan el 15% de la población mexicana, los que se concentran en regiones tradicionalmente indígenas como el sureste y centro del país, y desde hace algunas décadas en centros urbanos. Hoy en día, un tercio de los indígenas viven en ciudades (Molina, 2010) y la ciudad que más ha recibido indígenas a inicios del siglo xxi es Monterrey (Durin, 2008). El área metropolitana de Monterrey (amm)6 constituye un centro tradicional de migración y recibe desde hace décadas poblaciones rurales de Nuevo León, así como de estados colindantes —San Luis Potosí, Coahuila y Tamaulipas—. El amm funge como la capital regional del noreste de la República, y desde hace por lo menos 20 años, entre otras poblaciones migrantes, destaca la llegada de indígenas procedentes de San Luis Potosí, Veracruz e Hidalgo, es decir, de la región de la Huasteca (Durin, 2008). Desde 1990, la población indígena creció de manera considerable (véase la gráfica 17.5), y para el año 2010, se estima en más de 80 000 el número de personas que se autoadscribieron como indígenas en el área metropolitana de Monterrey (inegi, 2010). La diversidad etnolingüística es importante; entre las lenguas más habladas predominan el náhuatl, el huasteco, el otomí, el zapoteco, el mixteco, entre otras. Varios indígenas ya formaron su hogar en la ciudad, de tal manera que en el amm residen también indígenas nacidos en la metrópoli. La segregación ocupacional es importante; y los indígenas, que representan sólo 1.64% de la población económicamente activa, ocupan de manera más recurrente ciertas ocupaciones en relación con quienes no son indígenas, por 6

El amm incluye nueve municipios: Monterrey, San Nicolás, General Escobedo, Apodaca, Guadalupe, Ciudad Juárez, San Pedro Garza García, García, Santa Catarina.

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ejemplo, en la fuerza armada terrestre, como jardineros domésticos, cuidadores de niños, ancianos y discapacitados, cocineros domésticos, trabajadores domésticos, trabajadores de apoyo en actividades ganaderas, entre otras (véase la gráfica 17.3). Como se puede apreciar, muchas de estas ocupaciones tienen que ver con el servicio doméstico y las tareas de cuidado. GRÁFICA 17.3 Estructura comparada de la población económicamente activa (pea) hablante y no hablante de lengua indígena (hli y no hli), en Nuevo León (2010) 60 50

Trabajadores de apoyo en actividades ganaderas y trabajadores domésticos

40 30 20

Fuerza armada, jardineros casa habitación, cuidadores de niños y cocineros

10 0

PEA no HLI PEA HLI

Fuente: elaboración propia, con base en datos del inegi (2010).

El servicio doméstico es, con una asombrosa mayoría, el empleo más desempeñado. En el año 2000, casi 80% de las indígenas se empleaban como trabajadoras domésticas (Durin, 2009), y si bien la tasa decreció a lo largo de la década siguiente, aún alcanzaba 58% en 2010.7 El servicio doméstico constituye 7

Se sumó el número de trabajadoras domésticas, el de cocineras domésticas y de cuidadoras de niños, discapacitados y ancianos en casas particulares. Más de 54% son trabajadoras domésticas, exclusivamente.

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una puerta de entrada de las indígenas a la ciudad, y su decrecimiento porcentual pone en evidencia el que las indígenas con mayor tiempo en la ciudad han salido de este nicho laboral para emplearse en otras ocupaciones. Ahora bien, pese a este decrecimiento, las indígenas siguen empleándose mayoritariamente como trabajadoras domésticas, lo cual refleja una segregación ocupacional altísima para los indígenas en general, y aún más, para ellas.8 Por lo mismo, la mayoría de las mujeres indígenas residen en colonias adineradas de la ciudad, en San Pedro Garza García, las colonias Country, en el municipio de Guadalupe, y Colinas de San Jerónimo y Cumbres, en Monterrey. El corolario de la segregación ocupacional de las mujeres es la concentración de mujeres indígenas en barrios adinerados de la ciudad, pues residen en los cuartos de servicio de sus patrones, mas no en los barrios marginales donde uno supondría. GRÁFICA 17.4 Tipos de trabajadores domésticos en hogares de Nuevo León (segundo semestre de 2010) 1 trabajador de planta y de entrada por salida

2 trabajadores de planta y de entrada por salida

2 trabajadores de planta

2 trabajadores de entrada por salida

1 trabajador de planta

1 trabajador de entrada por salida

Fuente: elaboración propia con base en datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, segundo semestre (inegi, 2010). 8

De acuerdo con datos del inegi (2000, 2010), los varones trabajan en más sectores ocupacionales.

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En el año 2010, 6.87% del total de los hogares metropolitanos contrataban trabajadoras domésticas; y en 15% de éstos laboraba personal de planta.9 Este 1.02% de los hogares metropolitanos constituye una franja pequeña de la población del amm y corresponde a los hogares más adinerados de la metrópoli. En un sector aún más privilegiado, se cuenta con varios trabajadores domésticos —empleada de limpieza, cocinera, niñera, ama de llaves, chofer, mozo, entre otros—. Entre los trabajadores domésticos de planta se aprecia una alta proporción de indígenas. En el año 2010, del 12% de trabajadores domésticos que laboraban de planta, 28.11% declaró ser hablante de lengua indígena (inegi, 2010). Si consideramos que los hablantes de lengua indígena representan 1.64% de la población económicamente activa en Nuevo León, la sobrerrepresentación de indígenas en este sector ocupacional es espectacular.10 Estos datos ponen de relieve que es más probable ser trabajador doméstico de planta cuando se es indígena, y por esta razón, afirmamos que el servicio doméstico de planta es un nicho laboral etnizado. Además, cabe señalar que, cuando se hace el censo, muchos indígenas no reconocen que hablan una lengua indígena, por la discriminación imperante en el medio urbano, y aún más en las clases altas, entre las cuales se desenvuelven como trabajadores domésticos.11 En mi trabajo de campo, he encontrado que la inmensa mayoría de las trabajadoras domésticas de planta procede de pueblos indígenas; algunas, de hecho, no hablan la lengua de su grupo etnolingüístico, y en contadas ocasiones tuve referencias de jóvenes no indígenas oriundas de pueblos de Zacatecas y Veracruz trabajando de planta. Mis hallazgos coinciden con las estimaciones de tres agentes de colocación —actores con un conocimiento preciso del mercado de los servicios domésticos en el amm—, quienes estiman que 90% de las trabajadoras domésticas de planta son indígenas. Un dato que refuerza este argumento es el estado de nacimiento de las trabajadoras domésticas de planta. En 70% de los casos, nacieron en San Luis Potosí, Veracruz e Hidalgo —estados en los que se encuentra la Huasteca, principal región indígena expulsora de migrantes hacia Nuevo León—; 6.77% en Zacatecas y 4.47% en Tamaulipas. Llama la atención que menos de 7% de Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, segundo semestre (inegi, 2010). Hay 17 veces más indígenas en este sector ocupacional que en toda la pea. 11 Debido a que las empleadas no son quienes contestan las preguntas del censo, sino un miembro de la familia, es importante la evasión censal relativa a su condición indígena y de habla indígena. 9

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las trabajadoras de planta nació en Nuevo León, a diferencia de las trabajadoras por horas, que nacieron mayoritariamente en la entidad (50.76%).12 Podemos afirmar, entonces, que en la modalidad “de planta” encontramos una mayoría de migrantes e indígenas que son contratadas por familias de sectores medios altos y altos. Al residir en casa de los patrones y estar disponibles para trabajar a lo largo del día, desde temprano y a veces hasta muy tarde, las relaciones laborales parecen relaciones serviles, en comparación con quienes trabajan por horas y regresan a sus casas al terminar sus tareas.

Del Altiplano a la Huasteca: el remplazo étnico En Monterrey, las trabajadoras domésticas no siempre han sido indígenas. Por décadas, los flujos migratorios procedieron de zonas campesinas no indígenas del noreste del país,13 y en especial, del altiplano potosino, una región que sufrió el derrumbamiento de la economía minera en épocas de la Revolución (Balán, Browning y Jelin, 1977). De larga data, San Luis Potosí ha jugado un papel privilegiado como proveedor de mano de obra para la construcción y el servicio doméstico en Monterrey. El director de una agencia de colocación, consciente de ello, lo explica en estos términos: Y esto parte desde el siglo xix; a finales del siglo xix, Monterrey, los cimientos industriales de Monterrey, estuvieron generados precisamente por esa gente, gente que venía de San Luis Potosí. Gente que necesitaba mano de obra para hacer las grandes construcciones, como fue la Fundidora, como fue el Palacio de Cantera, que es el Palacio de Gobierno… Diferentes... Otras obras importantes, como es la Cervecería. A partir de ahí, se creó lo que es la colonia Independencia […], San Luisito, y después, de ahí se generaron asentamientos irregulares, se quedó esa gente aquí, etcétera, etcétera. Que al final se convirtieron…, dado el dinamismo de Monterrey, adquirieron la cultura del trabajo.14

En los años 60, Olivares (1968) encontró que el servicio doméstico era la primera ocupación femenina en Monterrey. Casi 20% de las mujeres se em12 13

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Elaboración propia con base en datos del inegi (2010). En los años sesenta, los emigrantes a Monterrey procedían de Coahuila, Nuevo León (zona rural), San Luis Potosí, y en menor cantidad, Zacatecas y Tamaulipas (Balán, Browning y Jelin, 1977: 85). Entrevista con José Ramón, febrero de 2012.

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pleaba en este sector; de esta cantidad, más de 51% tenía entre 13 y 19 años de edad y 70% estaba conformado por menores de 25 años, mayoritariamente solteras.15 Dos tercios de las entonces llamadas “sirvientas” había nacido fuera del amm, en especial, en los estados de San Luis Potosí (21.2%) y Coahuila (15.2%). Del total, 75% de las trabajadoras dormía en casa de sus patrones, una situación muy distinta a la actual. Casi todas tenían menos de dos años de radicar en la ciudad y menos de un año trabajando. Es interesante subrayar la prevalencia del servicio doméstico de planta en estas épocas y corroborar que, como en otras partes de México, se enrolaban en este sector mujeres oriundas del campo. En esos años, la mayoría venía del altiplano potosino y de Coahuila, como lo corroboró Escareño (2011), al analizar las trayectorias laborales de empleadas domésticas por horas en Monterrey. Entre las mayores, destacaban las que emigraron de San Luis Potosí y Coahuila a Monterrey, siendo niñas o recién casadas, en los años cincuenta. Quienes llegaron entre los años sesenta y ochenta procedían del sur del estado —Galeana, Doctor Arroyo—, la zona más pobre, de economía campesina y geográficamente emparentada con el altiplano potosino. La única indígena que Escareño entrevistó llegó a Monterrey en los años noventa. El remplazo étnico desde los ranchos del altiplano potosino, de Coahuila y del sur de Nuevo León hacia los pueblos indígenas de la Huasteca sucedió en los años noventa, década en la que se incrementó notablemente la migración indígena hacia la entidad (Durin, 2008). En 20 años, el número de indígenas en el estado se multiplicó por ocho (véase la gráfica 17.5). Las indígenas remplazaron a las campesinas en el servicio doméstico de planta, y poco a poco, a medida que se vuelven madres y crean su hogar en Monterrey, están ingresando también a trabajar por horas. El recuento del origen del personal doméstico con las empleadoras da muestra de tal fenómeno. Hoy en día, la señora Elena16 es bisabuela y contrató personal de planta hasta después de haberse divorciado de su marido, cuando su situación económica mejoró y aún había niños que atender en casa. Había sido criada por sus abuelos en un pueblo ubicado al norte de la ciudad, y ahí contrató su primera empleada doméstica. De 50 años atrás a la fecha, las jóvenes que se sucedieron a su servicio procedían de pueblos de Nuevo León y Coahuila; en los años ochenta entraron a su servicio hijas de inmigrantes po15 16

Solamente 23% estaba casada o vivía en unión libre (Olivares, 1968: 13). Todos los nombres referidos son ficticios.

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tosinos, nacidas en colonias populares del amm; en los noventa, el perfil cambió, y desde entonces, sólo ha contratado jóvenes indígenas oriundas de la Huasteca. En resumen, a las nativas del campo norestense les sucedieron jóvenes urbanas de medios populares, las que finalmente fueron remplazadas por indígenas de la Huasteca. GRÁFICA 17.5 Hablantes de lenguas indígenas en Nuevo León, por sexo (1970-2010) 45000 40000 35000 30000 25000 20000 15000 10000 5000 0 1970 Hombres HLI

1990

1995 Mujeres HLI

2000

2005

2010

Hablantes de lengua indígena

Fuente: elaboración propia con base en datos del inegi (1970; 1990; 1995; 2000; 2005; 2010).

Contratar jóvenes oriundas del pueblo de origen del marido, o de la ama de casa, es una práctica común en las clases medias. Cuando los hijos de la señora Aura eran pequeños, ésta contrató a la prima de su marido, quien nació en Tierra Caliente, Guerrero, y ahora es médico en el sistema de salud pública. Cuando sus hijos crecieron, contrató por horas a señoras de barrios populares, y a partir de los años noventa, con el nacimiento de su nieto, empleó jóvenes oriundas de la Huasteca para trabajar de planta. Sólo en una oportunidad tuvo a su servicio a una joven nacida en un pueblo mestizo de Tamaulipas. A diferencia de las señoras Elena y Aura, en las clases altas se emplearon indígenas desde tiempo antes. En los años noventa, se aprecia una tendencia a

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contratar jóvenes indígenas de la Huasteca por parte de sectores que entran a formar parte de la burguesía.

Contratación y etnización de las redes Las formas de contratación favorecen la etnización del servicio doméstico, dada la tendencia a contratar personas de un mismo origen porque éstas se asocian con determinadas aptitudes para el trabajo. Básicamente, las empleadoras recurren a dos estrategias: piden a sus amigas que pregunten a sus empleadas si conocen a alguna joven que busca trabajo, o bien, se dirigen a agencias de colocación. El recurso a las redes implica que las jóvenes contratadas sean amigas o familiares de quienes las recomiendan, lo cual favorece la repetición de los perfiles de origen. Las redes de patronas crean redes de empleadas, y así se van creando perfiles etnizados. Las “señoras” tienen su idea acerca de cómo son las “muchachas” de la Huasteca,17 según lo muestra el siguiente ejemplo. Sentadas, viendo el partido de futbol de sus hijos, una señora preguntó a las demás si conocían a una muchacha para trabajar en su casa. En seguida, otra le contestó que sí, conocía a alguien, y la interesada le preguntó de inmediato: “¿de dónde es?”. Cuando supo que venía del estado de Hidalgo, comentó: “éstas son buenas”, en señal de aprobación. Otra forma de contratar personal es mediante agentes de colocación, los cuales varían en grado de formalización. Quienes colocan son religiosas y señoras, o bien varones que encabezan agencias y manejan un discurso empresarial. Todos cuentan con un directorio grande de empleadas, sea en una libreta o en una base de datos disponible en línea para sus clientes. Todos los entrevistados colocan personal oriundo de las mismas regiones y afirman que 90% son indígenas; la mayoría se dedica a colocar personal de planta. Sandra es laica consagrada y colabora en la Pastoral de movilidad social de la Iglesia católica. Coloca jóvenes indígenas en el servicio doméstico, a quienes hospeda en sus días de descanso en una casa que ella administra, a cambio de un pago módico. Comenta que si bien hay una que otra joven procedente de Ciudad Juárez o de la capital de Oaxaca, “90% viene de zonas indígenas y 17

A diferencia de las categorías sociológicas de “patrona” y “empleada”, las categorías de “señora” y “muchacha” con categorías emic, es decir, aquellas que usan las personas para designar su posición y oficio.

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rurales”; entre las ciudades de procedencia más grandes, están las enclavadas en regiones indígenas, como Tamazunchale, San Luis Potosí, y Huejutla, Hidalgo. Las más jóvenes tienen entre 14 y 15 años de edad; la mayoría cumplió 16 años y llega al terminar la secundaria. A diferencia de éstas, un cuarto son madres y mayores de 21 años de edad; entre estas últimas, la mitad cría a sus hijos sin el apoyo del padre. Este perfil de jóvenes indígenas oriundas de la Huasteca se repite con todos los demás agentes. En la agencia Domestik Home, por orden de importancia, llegan de San Luis Potosí, Hidalgo, Veracruz, Zacatecas y Chiapas. En Asistentes Domésticas, proceden de San Luis Potosí, Veracruz e Hidalgo, y “por ahí hay una de Oaxaca”. Entre las madres del convento Vicente María, quienes albergan jóvenes que colocan por horas y ofrecen cursos en fines de semana a trabajadoras de planta, el perfil es similar y predominan las jóvenes de la Huasteca. Cuando el origen se diversifica, es para dar lugar a otras regiones indígenas de México: Oaxaca, Chiapas o Nayarit. La única excepción a la regla es Zacatecas. En estas circunstancias, no hay discusión en torno a lo bien fundado de que sean o no indígenas, “rancheras” o “indias”, como se suele decir en tono despectivo. Una petición de “no quiero que sea india” es poco usual y obedece a un afán de distinción: Cuando un cliente te dice: “oye, necesito una empleada doméstica, pero necesito que sea bonita, necesito que no sea tan indita, o tan india, porque la quiero llevar a la fiesta cuando está mi niño y que esté jugando”. Te está dando a notar que la imagen, para ella, es importante; te está dando a notar que más allá de lo que pueda hacer, de estar 100% con ella, para irla a presumir con sus amigas, para decir que tiene ingresos para pagarse una muchacha y que ella no hace el trabajo en su casa.

Y agrega, acerca de quienes tienen estas aspiraciones elitistas: No son ricos nacidos, quieren ingresar a un estrato, a este estrato social, quieren accesar a este estrato social con muchas cuestiones superfluas, como es la vestimenta, como es la atención doméstica, como es colegios, como son las convivencias en lo que nosotros llamamos el famoso cafecito con las amistades, que se van en las tardes, o las piñatas. Es muy importante contar con una empleada doméstica para poder convivir bien, es importante vestir bien para poder entrar en ese estrato, y son quienes más presumen y quienes más utilizan esos medios para poder

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sentir esa seguridad que no les da la seguridad de haber nacido en una cuna cómoda o en una cuna de sábanas de seda.18

Más allá del origen, la intención es “verse bien” y presumir de que se tienen los medios para contratar servidumbre; es parte de lo que se espera de una “señora”. En este contexto, “las de Zacatecas” tienen cierto éxito, justamente, porque tienen cualidades que no son atribuidas a las indígenas. Marcela, quien ha tenido por años jóvenes de la Huasteca a su servicio, terminó muy decepcionada y se preguntaba si su falta de ímpetu y demás limitaciones que les atribuye no se debían a su malnutrición. Ahora está encantada con su “asistente”, como me la presentó, quien procede de Zacatecas. Asimismo, en Domestik Home me aseguraron que “las que mejor trabajan son las de Zacatecas. Son formales, tienen buena imagen, son responsables y no faltan a sus trabajos”. Llama la atención que a las que califican como “mejores” no sean indígenas.

Representaciones y estratificación étnica

Así como lo observó Cox (1999) en Londres, prevalece una tendencia a elaborar estereotipos en torno a las formas de ser y trabajar de las empleadas de acuerdo con su origen. Se valoran las cualidades de unos y otros, y de manera relacional, se crean categorías étnicas. Así es como “las de Zacatecas son las mejores” en relación con el grueso del mercado constituido por las “muchachas de la Huasteca”. Clementina nació en una familia de la clase alta, en la ciudad de México; allá creció en una colonia de élite y llegó a Monterrey adolescente, cuando sus padres se mudaron ahí. Siempre ha tenido personal de servicio y no sabría organizar su vida diaria sin el apoyo de una trabajadora doméstica. Es madre de gemelas, y cuando éstas nacieron, reclutó a dos enfermeras para cuidarlas día y noche, además de que al mismo tiempo contaba con dos muchachas para encargarse de la casa. Contratar a una enfermera es parte de las prácticas de distinción en boga entre la clase alta residente en San Pedro Garza García. Durante su infancia, en su casa siempre hubo personal de servicio de Oaxaca, y estando en Monterrey, éste procedía de la Huasteca. Una

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Entrevista con José Ramón, febrero de 2012.

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vez casada, siguió a su marido en los viajes de negocio que realizaba para la empresa transnacional en la que trabajaba. De esta manera, obtuvo experiencia con personal doméstico en distintos países: Singapur, la India y Francia. Cuando estaba en Singapur, contrataron una filipina, quien tenía hijos en su país de origen. Según Clementina, las filipinas son las mejores trabajadoras domésticas, el servicio es excelente y no es abnegado: Cuando vivimos en Singapur, yo tuve muchachas filipinas. ¡Bueno! Otra cosa, una maravilla. Son como súper serviciales. En Asia es como característico, el servicio asiático viene en las venas y es un servicio que no es un servicio, como abnegado, es un servicio más inteligente y más de corazón. La gente, en México, sí, es servicial, y es muy alegre, pero el servicio en Asia es otro nivel.

Una ventaja de las filipinas, que las coloca en buena posición en el mercado mundial de los servicios domésticos, tiene que ver con el manejo del idioma inglés, por la influencia americana: Cocinan súper bien, súper bien; porque en México, las de Oaxaca tienen súper buena cocina, pero las de la Huasteca no. Siento que la comida de la Huasteca es más pobre, más sencilla. Y bueno, las filipinas cocinaban muy bien, yo no sé si es porque hablan más lenguas. Hablan el tagalo, que se parece mucho al español; pero como tuvieron tanta dominación americana, están súper influenciados por los americanos, hablan muy bien inglés, en general. Hablábamos en inglés con ella.

El servicio de las filipinas es tan apreciado que colegas de trabajo de su marido se trajeron filipinas a México. Cuando estaba en Francia, sus hijas aún eran pequeñas y sintió la necesidad de tener personal de planta; entonces se confrontó a la dificultad de contratarlo allá, por el alto costo de este tipo de servicio y por prejuicios raciales. Tener alguien de tiempo completo en Francia era carísimo. Se hubiera podido conseguir alguien de tiempo completo, pero era impagable; y fíjate que hubo otra cosa muy chistosa, cuando yo fui, me di cuenta que muchas de las personas que ayudaban eran africanas, y me causó problema. Muy chistoso, porque yo decía: “¿por qué a los mexicanos morenitos no me causó? Bueno, pues porque soy parte de ellos”. Pero lo otro sí me causaba. Decía yo: “qué raro”. No me gustaba, y aparte, era muy caro.

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Por lo mismo, se apoyó en el sistema au pair19 para traerse jóvenes de El Salvador por intermedio de una amiga oriunda de este país. Como las au pairs no realizan tareas domésticas, sino sólo cuidan a los niños cinco horas diarias, además de tomar clases de francés, ofreció pagarles un extra para hacer tareas de limpieza. Clementina reconoce que le resultó difícil sobrellevar la falta de separación de espacios, el que su cuarto no fuera independiente y tener que compartir el baño, cuando en México la empleada tiene su baño y cuarto aparte. Cuando Clementina se asentó de nuevo en México, las oaxaqueñas fueron de su preferencia, y ahora contrata personal de procedencia zapoteca mediante una red familiar. Su actual empleada también estuvo trabajando un tiempo en casa de su hermana, en Houston. En comparación con las de Oaxaca, las jóvenes de la Huasteca son más bien vistas como personal de servicio básico, con un carácter generalmente muy tranquilo y sumiso: “en la Huasteca Potosina las personas son más sumisas [...] que en otras regiones, como que es un rasgo de la región”. La falta de iniciativa, que bien podría entenderse como parte de la sumisión o docilidad, es vista como problemática. Apreciamos una compleja estratificación del llamado “personal de servicio”, en la cual las filipinas ocupan el mejor lugar. Según los contextos nacionales, surgen arreglos para enfrentar las necesidades de servicio, y lo étnico juega un papel clave. Por ejemplo, a Clementina, pasar por el sistema au pair le permitió evitar la contratación de inmigrantes africanos en Francia. En México, “las oaxaqueñas” son las mejores, según su escala de valores, porque son autónomas y cocinan rico, cualidades que atribuyó también a las filipinas. “Las huastecas”, quienes son mayoría en el mercado regiomontano, padecen esta masificación y representaciones negativas que refuerzan los estigmas sobre los indígenas. En este contexto, “las de Zacatecas” son tan bien vistas como las oaxaqueñas, “tienen buena imagen” y “son formales”. Las apreciaciones varían de acuerdo con el medio de origen de las empleadoras. Entre las señoras de la clase media que conocieron cierta movilidad social trabajando y se diferencian de quienes tienen personal doméstico por tradición o distinción,20 existe aprecio hacia las jóvenes indígenas. Las catego19

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El programa au pair es un sistema en el que jóvenes extranjeras deseosas de conocer un país —Francia, Estados Unidos, Inglaterra, etcétera— y de dominar el idioma nacional son recibidas por una familia a cambio de cuidar niños un determinado número de horas, recibir dinero de bolsillo, manutención, y asistir a clases de idioma (véase la quinta parte de este libro). Es posible esbozar el perfil de tres tipos de empleadoras: 1) señoras de la alta sociedad que siempre han tenido personal a su servicio y suelen administrar su casa contratando varios

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rías étnicas que manejan no son tan amplias como las de Clementina, y se limitan a “indígenas” versus “no indígenas” o mestizas, y “rancheras” versus “urbanas”. La señora Elena, quien en los últimos 15 años tuvo a su servicio tanto jóvenes urbanas como indígenas, dice: Yo prefiero mil veces las de rancho, aunque tengan familiares aquí y salgan a visitar a sus familiares, pero yo sé que regresan […]. Les veo más cualidades a las que vienen de afuera que a las que están aquí, [a las urbanas] les veo más a la mentira, porque te dicen: “es que no pude venir por X o porque se enfermó acá” o “fíjese que me habló mi mamá y tengo que irme”. Son más honestas las que vienen de fuera, les he visto, a veces, más principios.21

Para la señora Anita, el lugar que las jóvenes empleadas consideran que tienen en el seno de la familia empleadora es distinto según sean indígenas o no, y se observa en su comportamiento: Las que no se distinguen como indígenas, ellas son como más abiertas, como que son más libres o con más confianza, su autoestima es más grande, se sienten con mucha libertad de meterse a un lado y a otro, dentro de la misma casa, de los problemas familiares, como que toman participación, como que se adueñan más del territorio, no se sienten que son las empleadas o no se sienten menos que los patrones o que los integrantes de la familia, no se sienten menos, no se ve que ellas se sientan menos. En cambio, las indígenas vienen con una autoestima muy baja, ellas se sienten que son menos que las personas de la familia, no se sienten con libertad de hablar, de sentarse de comer, no toman esa libertad; entonces, sí, se distingue en mucho su manera de ser, mucho, su personalidad se distingue bastante, se nota mucho.22

Tanto la señora Anita como la señora Elena son conscientes de las limitaciones del medio del que proceden y de que llegan a la ciudad sin conocer los usos y maneras de hacer, empezando por cómo limpiar una casa. La señora Anita subraya la valentía de las indígenas:

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empleados; 2) señoras de clase media alta, perteneciente a una burguesía, que no trabajan y tienen una empleada doméstica por distinción; 3) señoras que trabajan, o trabajaron siendo más jóvenes, y necesitan una empleada doméstica para conciliar sus papeles domésticos y extradomésticos. Entrevista con la señora Elena, marzo de 2010. Entrevisa con la señora Anita, marzo de 2010.

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[…] que vienen a una ciudad, que en primer lugar es un lugar muy diferente a su territorio, hay mucho movimiento urbano, mucho movimiento de gente, vienen con un valor muy grande, por venir a enfrentar todo eso, no le tienen miedo a eso, y son muy valientes y a pesar de que se les nota una autoestima baja, ellas mismas, creo yo que dentro de sí dicen, “yo puedo, yo puedo hacerlo”, porque vienen a una casa donde hay cosas muy delicadas, no digo ésta, pero otras casas donde van a trabajar, pues cristal cortado, ropa muy fina, muebles muy finos y sin embargo ellas no tienen miedo de decir, “pues a lo mejor hasta se me quiebra, o lo hago mal, o maltrato o mancho la ropa”, no, ellas se dan un valor muy fuerte, yo siento que es gente muy valiente, emprendedora o no sé cómo decir la palabra, llegan sin saber nada.23

Por lo mismo, para la señora Elena, “un mes es para que se enseñen, porque no saben a veces ni barrer, porque están acostumbradas a barrer en tierra, no saben ni trapear tampoco y yo ya no tengo ninguna prisa en enseñarles”.24 Cabe señalar que Sandra, encargada de colocar a las jóvenes, envía preferentemente a las recién llegadas con este tipo de señoras, quienes pagan menos, pero las capacitan; tiempo después, ya las coloca en familias muy adineradas donde ganarán más. Sabe que estos clientes son exigentes y requieren personal entrenado y de confianza. En concordancia con Howell (1999), las patronas de clase media valoran los esfuerzos de sus empleadas, creen en la movilidad social y apoyan su estudio. La señora Anita impulsó a sus diferentes empleadas a que estudiaran, muchas llegaron a ser enfermeras, como ella, y las colocó en el Seguro Social, gracias a sus contactos. Comenta que “si pueden hacer otra cosa que les deje mejor dinero, que progresen un poquito; porque el aseo de la casa... Se van a venir cansando ya cuando estén viejitas. Entonces, les digo: ‘pues tienes que buscar otra forma de trabajar’ ”. De igual manera, la señora Elena apoyó empleadas que quisieron estudiar. Por último, detengámonos en este aspecto del “lugar” a ocupar en la casa y en el seno de la familia. La señora Anita subrayó que las mestizas son más confiadas y no se ubican de manera tan servil frente a los miembros de la familia. Este servilismo es típico de los trabajadores indígenas de la Huasteca, ya subrayado por Clementina, y es reproducido por prácticas que segregan los espacios de convivencia, especialmente los íntimos: para comer, asearse y dormir. 23 24

Ibidem. Entrevista con la señora Elena, marzo de 2010.

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La señora Gladys, de origen venezolano y dueña de una pequeña empresa familiar, comentó haberse enfrentado con sus vecinos por transgredir reglas de comportamiento con el personal de casa, pese a haber crecido en una familia acomodada en su país de origen y tenido personal de servicio en su infancia. Cuenta que su actual empleada, oaxaqueña y con una amplia experiencia en la ciudad de México, se enfrentó a usos segregacionistas de los vecinos cuando recién llegó al fraccionamiento: Fue a la alberca e hicieron un “pancho” [problema], aquí, en la misma privada; que como era la nana que se estaba metiendo a la alberca con los niños, llamaron policía y demás. Aquí, tanto mi esposo y yo, nos pusimos […]; hicimos junta, nos íbamos a ir a derechos humanos. “Es que no es limpia.” “Yo no sé si tú estás limpia o no, es una persona que cuida a mis hijos, por lo tanto, tú la tienes que respetar, como yo respeto a tu familia.” “No, es que no es la misma clase.” “Bueno, para ti es una clase, para mí es […] otra, es la clase que tienen mis hijos.”25

Según los usos, los espacios deben estar segregados, así como no deben estar en contacto los cuerpos y fluidos, regla que parece operar en la mayoría de los casos observados. Las habitaciones están separadas y las jóvenes duermen en cuartos de servicio de calidad muy dispar.26 Además, tienen un baño individual y suelen comer aparte, en la cocina; algunas veces usan una vajilla destinada al personal de servicio. Estos usos ponen en evidencia la necesidad de separar, diferenciar, excluir y recordar de muy distintas maneras cuál es el lugar de unos y otros. Quién es parte de la familia y quién no lo es. Quién sirve y quién es atendido. Este ejemplo nos invita a comparar México con la India, adonde Clementina también viajó. Según el sistema de castas, varían los grados de pureza y las ocupaciones desempeñadas por sus miembros. Clementina comenta: En la India es otra cosa. En la India, ahí sí, es mucho más esclavo. Me impactó mucho porque uno cree en la India como peace and love y Gandhi, y bueno, no; hay un clasismo en las castas, o sea, tenía amigas que tenían cinco sirvientas en su casa; el que recogía la basura, porque el que recoge la basura no puede limpiar, no puede barrer, 25 26

Entrevista con la señora Gladys, abril de 2010. Así como algunas residen en la lavandería, al lado de su material de trabajo, en un catre o cama pequeña, otras tienen un cuarto independiente y amplio, en el que pueden recibir visitas —femeninas— los días de descanso.

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no puede hacer la comida; el que hace la comida, el que hace la comida no puede trapear, no puede lavar la ropa. Entonces, tienes al cocinero, que es una casta bastante alta, luego tienes a los que te lavan la ropa y te la planchan, luego tienes a los que hacen la limpieza, pero los que hacen la limpieza no pueden limpiar los baños; y el que recoge la basura, que ése no lo ves, es como el intocable, ése no lo ves. Y los únicos sirvientes que pueden hacer tres trabajos a la vez, que es comer, limpiar y lavar, son los católicos, que vienen de Goa, que es una colonia portuguesa, que son así como que los únicos que hacen los tres […]; y entonces, mucha gente buscaba muchachas que vinieran de Goa, para no tener cinco personas que manejar, porque en la India, aunque también son muy serviciales, el servicio es “al ahí se va”, el servicio hay que encuadrarlo mucho […], es un poco como en México, que hay que entrenarlos mucho a que hagan las cosas bien, como que en México y la India hay una mentalidad de hacer las cosas “al ahí se va”, no lo mejor que se pueda.

Este punto nos permite llegar a un último aspecto y preguntarnos qué responsabilidades domésticas no pueden encargarse a los indígenas. Por ejemplo, observé que las amas de llave no son indígenas, ni los choferes, dos papeles muy enfocados en la imagen de la familia. Los datos censales lo confirman, y entre los trabajadores domésticos, no ha sido censado ni un hablante de lengua indígena como mayordomo y ama de llave, y son escasos los choferes (inegi, 2010). Así como Cox (1999) observó en Inglaterra que el mayordomo y la educadora (nanny) se asociaban con una forma de ser inglés (britishness), todo indica que a los indígenas, en Monterrey, no se les delegan papeles de administración y representación.

Conclusiones En concordancia con estudios realizados en la capital de México (Goldsmith, 2007b) y en Latinoamérica (Chaney y García, 1993), el análisis del caso regiomontano pone en evidencia que las trabajadoras de planta son jóvenes migrantes del campo a la ciudad. Lo novedoso de este estudio es que se muestra la primacía de las jóvenes indígenas en este sector ocupacional: 90% del servicio doméstico tiene rostro indígena, lo cual refleja el carácter muy asimétrico de las relaciones entre indígenas y no indígenas en este país. Los señores y la servidumbre están étnicamente marcados y se posicionan de manera asimétrica en el campo social. Son criollos e indígenas —la díada constitutiva de la identidad nacional mexicana—, quienes confluyen en la rela-

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ción de servicio doméstico, mediante la cual se reproduce un esquema jerárquico de sociedad. Es innegable el peso que sigue teniendo la herencia colonial, y si bien no podemos calificar a la sociedad mexicana como estamental, puesto que existe un marco legislativo que reconoce la constitución pluricultural de la nación así como los derechos de los pueblos indígenas, impera una importante jerarquización de las relaciones entre indígenas y no indígenas que el marco legislativo no ha logrado transformar. En las mentalidades, lo indígena sigue estando vinculado con el pasado y el atraso, incluso con la tierra y lo sucio, y como tal está destinado a desaparecer. Estas representaciones, en el mercado laboral, justifican la explotación y desprotección de los indígenas trabajadores, mayormente empleadas domésticas en el contexto urbano. En concordancia con Camus y de la O, “el colonialismo interno y el sentido estamental del patrón respecto a la servidumbre no han desaparecido del todo” (véase el capítulo 6). Para los Comaroff (2006), la diferencia étnica es un tipo de desigualdad que mantiene una íntima relación con la clase, porque estos grupos son designados de manera estereotipada, en nichos, dentro de la división social del trabajo. Los grupos étnicos son producto de procesos históricos que estructuraron relaciones de desigualdad entre entidades sociales formales, en lo que unos extienden su dominio sobre otros, hasta privarlos del control final sobre los medios de producción y reproducción. A su vez, circulan representaciones que “explican la desigual distribución de poder material, político y social en virtud de la pertenencia a un grupo y deben, por definición, atribuir dichas desigualdades a la naturaleza intrínseca de los grupos involucrados” (2006: 120). En cierto sentido, coinciden con Dumont (1966), quien analizó el sistema de castas en la India. Para Dumont, lo opuesto de la igualdad es la jerarquía, mas no la desigualdad, y sostiene que, fuera del contexto de la India, el uso del término de “casta” para referirse a un grupo de estatus permanente y cerrado es inadecuado; más bien, se trata de racismo, el cual debe ser entendido como el resurgimiento contradictorio, en la sociedad igualitaria, de lo que se expresaba directamente como jerarquía en la sociedad de castas (1966: 270). El rostro indígena de la servidumbre en México parece más bien ser una expresión del racismo imperante.

Bibliografía Arjona Garrido, Ángeles y Juan Carlos Checa Olmos 2006 “Economía étnica: teorías, conceptos y nuevos avances”, Revista Internacional de Sociología, vol. LXIV, núm. 45, Madrid, septiembre-diciembre, pp. 117-143.

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