Etnicidad y Arqueología: viejas propuestas, nuevas perspectivas / Ethnicity and Archaeology: old proposals, new perspectives

September 7, 2017 | Autor: D. Fernández-Götz | Categoría: Social Identity, Archaeology of ethnicity, Ethnicity, History of Archaeology
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Descripción

Ri c a r doAl c ó nAl c ó n

KALATHOS 26-27 REVISTA DEL Seminario de Arqueología y Etnología Turolense

CAMPUS UNIVERSITARIO DE TERUEL

TERUEL 2013-2014

DIRECTOR: Francisco Burillo Mozota COMITÉ DE REDACCIÓN: Alfredo Jimeno, Dpto. de Prehistoria, Universidad Complutense. Emilio Junyent, Dpto. de Arqueología, Universidad de Lleida. Consuelo Mata, Dpto. de Prehistoria i Arqueología, Valencia. Carmen Olaria, LAP, Universitat Jaume I, Castellón. Arturo Ruiz, Dpto. de Prehistoria, Universidad de Jaén. Gonzalo Ruiz, Dpto. de Prehistoria, Universidad Complutense, Madrid Vicente Salvatierra, Dpto. de Patrimonio Histórico, Universidad de Jaén. Alexia Sanz, Dpto. Sociología, Ftad. de Ciencias Sociales, Teruel. CONSEJO DE REDACCIÓN: E. Javier Ibáñez, Seminario de Arqueología y Etnología Turolense. Ángel Gonzalvo, Seminario de Arqueología y Etnología Turolense. José Palomar, Seminario de Arqueología y Etnología Turolense. Jesús V. Picazo, Seminario de Arqueología y Etnología Turolense. SECRETARIA: Carolina Villargordo Ros. COMPOSICIÓN DEL TEXTO Y MAQUETACIÓN: Clemente Polo Cuando.

La dirección de esta revista no se responsabiliza de las opiniones de los autores

Para información, intercambios y suscripciones, dirigirse al SEMINARIO DE ARQUEOLOGÍA Y ETNOLOGÍA TUROLENSE Campus Universitario de Teruel Ciudad Escolar s/n, 44003 TERUEL Tel. 978 618 119. Fax: 978 618 103

ESTA PUBLICACIÓN HA SIDO SUBVENCIONADA POR INSTITUTO DE ESTUDIOS TUROLENSES, FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES DE TERUEL Y CAJA RURAL DE TERUEL

Dibujo de la portada: Fusayola de la tumba 120 de la necrópolis de La Yunta (Giadalajara). ISSN: 0211-5840 DEPÓSITO LEGAL: TE-203-2014 EDITA: S.A.E.T. IMPRIME: COMETA S.A.

HOMENAJE

RICARDO ALCÓN ALCÓN

KALATHOS 26-27 Revista del S.A.E.T. Teruel / 2013-2014 / pp. 19-40

Etnicidad y Arqueología: viejas propuestas, nuevas perspectivas1 MAnuEl AlbERTo FERnándEz GöTz departamento de Prehistoria. Facultad de Geografía e Historia. universidad Complutense de Madrid. [email protected]

RESUMEN En el marco del presente artículo se pretende realizar una aproximación teóricometodológica a los análisis sobre identidades étnicas en Arqueología. Tomando como punto de partida una breve revisión historiográfica, se abordan temas como la redefinición del concepto de etnicidad, los límites y posibilidades de su “exploración” a través de la cultura material, su relación con otras formas de identidad social o la propia profundidad temporal del fenómeno. la conclusión que se deriva de todo ello es que hay futuro para una arqueología de la etnicidad, si bien desde planteamientos muy distintos a los sostenidos tradicionalmente por la arqueología historicista. Palabras clave: Identidad, Etnicidad, Arqueología, Propuestas teórico-metodológicas.

ABSTRACT The aim of this paper is to offer a theoretical-methodological approach to the analysis of ethnic identities in archaeology. Taking a brief historiographic review as a starting point, several topics will be mentioned, such as the redefinition of the ethnicity concept and the limits and possibilities of its ‘exploration’ through material culture, its relationship with other forms of social identity, or the time depth of the phenomenon itself. The conclusion drawn from all this is that there is a future for an archaeology of ethnicity, although using very different approaches from those traditionally favoured by historicist archaeology. Key words: Identity, Ethnicity, Archaeology, Theoretical-methodological proposals. 1.- Para una versión ampliada de muchos de los argumentos expuestos en el presente artículo véase Fernández Götz (2008a): La construcción arqueológica de la etnicidad.

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la etnicidad está de moda. Ya sea en el campo de la Antropología (banks 1996; Eriksen 1993; Ramírez Goicoechea 2007; Vermeulen y Govers 1994), de la Sociología (brubaker 2004; Fenton 2003; Jenkins 1997; Song 2003) o incluso de la Psicología (Verkuyten 2004), los procesos de identidad y alteridad en general, y de la etnicidad en particular, constituyen desde hace décadas un tema de gran actualidad. En Arqueología, por su parte, la pregunta “¿quiénes?” han venido desempeñando un papel central que se remonta a los propios inicios de la disciplina (Fernández Götz 2008a: 21-41). Sin embargo, desde los ensayos de Kossinna y su utilización por la Alemania nazi, este campo de estudios no ha gozado de buena fama. Al contrario que otras formas de identidad social como el género, lo “étnico” se sigue vinculando en muchas ocasiones al totalitarismo, a los esencialismos de sangre y, en definitiva, a una visión del pasado teñida de fuerte racismo (Ruiz zapatero 2008: 9). Y aunque estas connotaciones negativas se derivan de la historia de la investigación y no del propio fenómeno objeto de estudio, lo cierto es que pocos campos siguen generando tanta controversia. Partiendo de una sucinta revisión historiográfica, en el marco del presente trabajo se pretende ofrecer una aproximación teórico-metodológica a los estudios sobre etnicidad en Arqueología, planteando nuevas vías de análisis y reflexionando sobre su propia naturaleza como fenómeno. HiSTORiCiSMO, PROCESUALiSMO, POSMOdERNiSMO: LAS iNTERPRETACiONES éTNiCAS EN ARqUEOLOgíA las interpretaciones étnicas, entendidas tradicionalmente como la adscripción de restos materiales a determinados pueblos, tienen una larga y continuada trayectoria en la investigación arqueológica. Sin embargo, resulta importante señalar que estas identificaciones no constituyen, ni mucho menos, un fenómeno exclusivo de nuestra Modernidad. Así, los testimonios de autores clásicos como Tucídides o Tácito muestran la existencia de esta práctica ya desde la Antigüedad: “[…] cuando durante la guerra del Peloponeso delos fue purificada por los atenienses y fueron abiertas las tumbas de los muertos que había enterrados en la isla, más de la mitad resultaron ser Carios, reconocidos por el tipo de armas enterradas con ellos y por la manera que aún tienen de enterrar”2. En todo caso, fue a partir del Renacimiento, y muy especialmente del Romanticismo, cuando comenzó a aumentar de forma significativa el interés por atribuir elementos de la cultura material a pueblos históricamente conocidos (brather 2000: 139140; Jones 1997: 15; Sklenár 1983). Posteriormente, el desarrollo de la disciplina arqueológica daría su impulso definitivo a las interpretaciones étnicas. dos factores resultan fundamentales para comprender esta evolución. En primer lugar, el gran incremento de datos disponibles, que puso de manifiesto la existencia de significativas variaciones geográficas en el registro arqueológico que no podían ser explicadas únicamente sobre la base de la evolución unilineal (Trigger 1982: 32). Y en segundo lugar, el auge 2.- Tucídides, I, 8.

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generalizado del nacionalismo en Europa, que llevaría a instrumentalizar la arqueología para tratar de delimitar las “áreas culturales” y poner de manifiesto la “grandeza cultural” de los respectivos pueblos que eran considerados la base de los distintos Estadosnación (brather 2004: 19-26). Como resultado, hacia finales del siglo XIX e inicios del XX las variaciones geográficas eran interpretadas cada vez más como expresiones de diferentes pueblos prehistóricos. El mejor – pero ni mucho menos único – exponente de esta corriente fue el arqueólogo alemán G. Kossinna (1911, 1926-27)3, quien estableció un método de investigación que durante décadas ejercería gran influencia tanto en Alemania como más allá de sus fronteras (Veit 1989). Su paradigma étnico suponía un enfoque histórico y particularista, estableciendo una ecuación simple y simplista entre “pueblo”, “lengua” y “cultura arqueológica”. Estos principios se encuentran sintetizados en su famoso axioma: “Scharf umgrenzte archäologische Kulturprovinzen decken sich zu allen zeiten mit ganz bestimmten Völkern oder Volkerstämmen”4 (Kossinna 1911: 3). los trabajos de Kossinna constituyeron un importante referente para arqueólogos extranjeros que distaban mucho de sus planteamientos políticos e ideológicos, como fue el caso de Gordon Childe y bosch Gimpera. Pese a que Childe siempre rechazó las interpretaciones racistas y germanófilas de la historia de Kossinna, fue precisamente él quien, a través de su definición de cultura arqueológica como “un conjunto constantemente recurrente de artefactos” (1929: V-VI), contribuyó a difundir una imagen de la Prehistoria como mosaico de pueblos y culturas (Fig. 1). de este modo, el contenido étnico de las culturas arqueológicas fue un principio generalmente aceptado en la arqueología europea de la primera mitad del siglo XX (Jones 1997). la instrumentalización nacionalista y racista de la Arqueología por parte de regímenes totalitarios, cuyo más deplorable ejemplo lo constituye la Alemania nacionalsocialista (Arnold 1990, 2006; Fernández Götz 2008a: 41-45; legendre et al. 2007), explica en buena medida el descrédito que sufrieron las interpretaciones étnicas tras el final de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, si bien las críticas al concepto normativo de “cultura” permitieron el reconocimiento de la multiplicidad de factores implicados en la variabilidad espacial del registro (binford 1965), así como el desarrollo de nuevos marcos de análisis como la noción “politética” de Clarke (1968), la arqueología procesual apenas se preocuparía por profundizar en esta problemática, fundamentalmente por considerarla obsoleta y propia de la denostada arqueología histórico-cultural. no ocurrió lo mismo en otros campos como la Historia Medieval, donde el libro de R. Wenskus (1961) – y muy especialmente su concepto de Traditionskern (“núcleo de la tradición”) – constituye una de las aportaciones más notables al estudio de las identidades étnicas. En todo caso, el creciente escepticismo no conllevó, en la práctica, un total abandono de las interpretaciones étnicas; ámbitos como el de los de los Celtas (Collis 2003) 3.- un análisis en profundidad de la figura de Kossinna y su método de investigación en Fernández Götz 2009. 4.- “En todas las épocas, las provincias culturales arqueológicas que aparecen claramente delimitadas corresponden a pueblos o tribus muy concretos”.

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Fig.1: Cuadro de Gordon Childe correlacionando las culturas arqueológicas de Europa Central (según Childe 1929)

o la arqueología de la Alta Edad Media (brather 2000, 2004) dan buena prueba de ello. Además, en otros muchos casos sólo se sustituyó la noción de “grupo étnico” por la más neutral de “cultura arqueológica”, sin que ello conllevara una verdadera renovación de los principios subyacentes (Jones 1997: 27; Veit 1989: 42-43). Mientras esto sucedía en Arqueología, en otras disciplinas como la Antropología y la Sociología se asistió entre las décadas de 1950 y 1970 a una serie de avances fundamentales. Teniendo como telón de fondo el rápido proceso de descolonización, los estudios de autores como leach (1964 [1954]), Moerman (1965) o barth (1976 [1969]) resultaron determinantes para el desarrollo de una concepción de la etnicidad como construcción subjetiva, fluida y situacional. Esta evolución estuvo marcada por un debate entre perspectivas “primordialistas” e “instrumentalistas”, cuya distinción se basa en considerar la identidad étnica como una realidad a priori o a posteriori. Así, mientras las aproximaciones primordialistas defienden que el sentimiento de pertenencia a un grupo es innato, las instrumentalistas afirman que la adopción de una determinada identidad étnica puede venir dada por decisiones de tipo económico o político. En todo caso, los límites entre ambas perspectivas resultan en ocasiones más difusos de lo que en principio puede parecer; ambas, asimismo, distan mucho de constituir corrientes homogéneas.

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Entre las aportaciones más relevantes a la problemática de la etnicidad realizadas por aquellos años sobresale sin duda la obra de conjunto Ethnic Groups and Boundaries, editada por el antropólogo noruego F. barth en 1969. Especialmente influyente fue la introducción realizada por este mismo autor, quien destacó la importancia de los límites étnicos y contribuyó de manera decisiva a la consolidación de una visión emic de la etnicidad. En sus propias palabras: “los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que son utilizadas por los actores mismos y tienen, por tanto, la característica de organizar interacción entre los individuos” (barth 1976 [1969]: 10-11). Además, y en contra de las conceptualizaciones tradicionales, barth argumentó que las distinciones étnicas no eran el resultado del aislamiento, sino que dependían de la interacción entre los grupos. los contactos, lejos de llevar a un debilitamiento de las diferencias étnicas, podían incluso reforzar la conciencia de grupo. los intentos de reconciliar la brecha existente entre aproximaciones antropológicas y arqueológicas fueron encabezados por una serie de estudios etnoarqueológicos realizados por autores como Hodder (1982), Wiessner (1983) o larick (1986) entre finales de los años 1970 y mediados de los 1980 (Fernández Götz 2008b). Efectivamente, estos trabajos permitieron destacar el papel activo del estilo en la expresión de la identidad y en la negociación de las relaciones sociales, reconociendo, igualmente, que la expresión de la etnicidad podía estar restringida a un limitado elenco de atributos que habían sido asociados con un referente étnico. A partir de ahí los estudios sobre etnicidad fueron experimentando un discreto auge en Arqueología de la mano de autores como Renfrew (1990 [1987]), Shennan (1989) u olsen y Kobylinski (1991), en una evolución que cristalizaría en la eclosión experimentada a partir de mediados de la década de 1990. Ésta debe entenderse como resultado de dos factores fundamentales: desde una perspectiva estrictamente arqueológica, el desarrollo de las corrientes postprocesuales y su énfasis en los procesos de negociación social; y a un nivel más general, el interés que generan los procesos identitarios en un mundo cada más globalizado, donde los conflictos étnicos y los debates en torno a fenómenos como la inmigración se encuentran a la orden del día (Ramírez Goicoechea 2007). Este último aspecto se ha reflejado también en el fuerte incremento experimentado por los trabajos que abordan las relaciones entre arqueología y nacionalismo, analizando la instrumentalización del pasado por parte de las agendas políticas contemporáneas (díaz-Andreu y Smith 2001; Graves-brown et al. 1996; Rieckfhoff y Sommer 2007). de hecho, algunos autores llegan incluso a rechazar las aproximaciones arqueológicas a la etnicidad debido a su posible instrumentalización con fines actuales, argumento al que cabe contraponer que los análisis llevados a cabo por profesionales resultan preferibles a dejar este campo en manos de todo tipo de grupos de interés. Esta labor debe partir de la base de que la etnicidad es un concepto socialmente construido, por lo que cualquier vinculación del mismo a términos como “raza” o “sangre” tiene que ser vehemente rechazado5. 5.- A esto cabría añadir que la ciencia moderna – y muy especialmente la genética – ha demostrado que no existen “razas” humanas en términos estrictamente biológicos (Cavalli-Sforza 2000; lalueza 2002).

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A nivel teórico, en los últimos años los estudios sobre etnicidad han estado marcados por un debate entre el enfoque instrumental y las teorías postmodernas. Así, las aproximaciones más innovadoras resultan deudoras de numerosos postulados procedentes de la sociología francesa, especialmente de bourdieu y su Teoría de la Práctica (1972), sin olvidar tampoco la influencia ejercida por otros pensadores como Weber (1944 [1922]), Giddens (1984) o incluso de Certeau (para este último autor, véase la aplicación realizada por Siapkas 2003). En Arqueología, estos planteamientos han encontrado su entrada fundamentalmente a raíz de la publicación de la obra de la británica S. Jones (1997) y su aplicación del concepto de habitus de bourdieu. Su libro ha significado – junto con el estudio de Hall (1997) sobre la identidad étnica en la Antigua Grecia – un hito en la investigación que ha sido seguido por una serie de trabajos de gran interés. Entre ellos podrían destacarse monografías como las de Hall (2002), Siapkas (2003) o Farney (2007) en el campo de la Historia Antigua y la Arqueología Clásica, Smith (2003) en el de la Egiptología o James (1999), Wells (2001) y Roymans (2004) en el de la Protohistoria e inicios de la “romanización”. En España, los estudios sobre etnicidad también vienen experimentando un “renacer” desde hace algo más de dos décadas. En este sentido, el periodo más fructífero es sin duda el de la Protohistoria, algo natural teniendo en cuenta que en esta etapa la incipiente disponibilidad de textos y etnónimos ayuda a plantear la búsqueda de identidades étnicas en el registro arqueológico (Ruiz zapatero 2009). la publicación del congreso Paleoetnología de la Península Ibérica (1992) supuso un punto de inflexión fundamental que ha dejado paso a toda una serie de estudios de orientación teórico-metodológica muy dispar. Junto a obras de conjunto como Identidades étnicas – Identidades políticas en el mundo prerromano hispano (2004) o la más reciente Arqueología Espacial: Identidades (2009), cabe destacar también la existencia de diversos estudios regionales como por ejemplo la monografía de burillo (2007) sobre los Celtíberos, la aproximación de Ruiz zapatero y álvarez-Sanchís (2002) a la etnicidad vettona, el trabajo de García Fernández (2007) sobre el Suroeste, el análisis de Grau Mira (2005) en el área ibérica o el estudio de González Ruibal (2011) sobre el noroeste. Todo ello sin olvidar las interesantes contribuciones llevadas a cabo en otros ámbitos como el mundo griego (Cardete del olmo 2004, 2009) o la renovación de las visiones en relación con la “romanización” (Jiménez díez 2008). Si bien esta breve enumeración resulta ciertamente incompleta, sí sirve al menos para poner de manifiesto el interés que sigue generando esta problemática hasta la actualidad6. Volviendo a la esfera internacional, resulta necesario señalar que buena parte de los estudios se han centrado en la “deconstrucción” de las visiones esencialistas y monolíticas de la etnicidad (por ejemplo Jones 1997; Siapkas 2003), por lo que aún adolecemos de un déficit de aplicaciones arqueológicas concretas. de cara al futuro, está claro que uno de los objetivos prioritarios será crear un gran elenco de case studies que abarque todos los espacios y tiempos pretéritos posibles (Ruiz zapatero 2008: 12). En este sentido, 6.- En este sentido, resulta significativo que una de las sesiones del TAG de 2008 (Southampton, 15-17 diciembre), con el título de Ethnic identity and political construction in the ancient World, haya sido organizada por G. S. Reher díez (CSIC) y Mª C. Cardete (uCM).

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trabajos como las excelentes monografías de Smith (2003) sobre la antigua nubia o Roymans (2004) sobre los bátavos del delta del Rin constituyen el modelo a seguir. REPENSANdO LA ETNiCidAd: UNA MiRAdA dESdE LA ARqUEOLOgíA Actualmente existe un amplio consenso en que la etnicidad – aunque basada en parte en elementos heredados – es en última instancia un tema de autorreconocimiento de grupo y de autoidentidad7 (Renfrew 1998: 275), planteamiento que difiere radicalmente del sostenido por investigadores de inicios del siglo XX como Kossinna (1911) o Childe (1929) (Fig. 2). Así, para autores como Hall (1998: 266-267) o Cardete del olmo (2004: 18-19, 2009: 32) los dos criterios fundamentales de configuración de la etnicidad serían la reclamación explícita de una relación de parentesco y la conciencia de compartir una misma historia, lo que está asociado a un territorio concreto actual, anterior o imaginado. Esta perspectiva plantea indudables dificultades para cualquier aproximación arqueológica ya que, como bien ha señalado Herbert (2003: 105), en última instancia se trata de un intento de inferir a partir de los restos materiales cómo las gentes del pasado “se pensaron como distintas” de otras. Asimismo, cabe recordar que toda asignación de etnicidad constituye en última instancia una simplificación: como cualquier categoría politética, sus límites son difusos (Ramírez Goicoechea 2007: 313). Por todo ello, no es de extrañar que sean muchos los autores que se muestren abiertamente escépticos ante la pregunta de Gassowski (2003) “Is Ethnicity Tangible?”. no obstante, y aunque por fortuna hoy sabemos que las relaciones entre etnicidad y cultura material son mucho más complejas y problemáticas de lo que asumían los enfoques esencialistas del paradigma étnico-cultural, creo que de ello no resulta necesario derivar unas conclusiones tan escépticas como las manifestadas por autores como brather (2000, 2004). la cultura material es un elemento activo en la práctica social (Jones 1997: 117-118), y como tal puede

Fig. 2. a) Visión esencialista: grupos étnicos como entes homogéneos y aislados; b) la etnicidad reconsiderada: identidades que se solapan en el marco de una continua interacción. 7.- Teniendo siempre en cuenta la constante interacción que existe entre la auto-conceptualización de un grupo y la imagen que otros construyen de él (Roymans 2004; Smith 2003).

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encontrarse también implicada tanto en el reconocimiento como en la expresión de la etnicidad. En efecto, los grupos étnicos pueden comunicar su identidad a través de elementos culturales consciente o inconscientemente seleccionados de un amplio repertorio cultural. Es cierto que su análisis arqueológico no resulta ni mucho menos fácil, y que las voces críticas deben ser bien atendidas. Ya Hodder (1982: 186-187) indicó que, si bien el uso de la cultura material en la diferenciación entre grupos étnicos autoconscientes puede dar lugar a discontinuidades en la distribución de ciertos elementos del registro, también hay grupos que eligen estrategias de asimilación, mientras que otros mantienen una identidad étnica que no encuentra reflejo en la cultura material, dando como resultado unos límites imperceptibles para los arqueólogos. En cualquier caso, la identidad étnica, al igual que la de género, edad o clase (díaz-Andreu et al. 2005) puede ser, en principio, abordada desde presupuestos arqueológicos; otra cosa es que luego cada registro nos imponga sus limitaciones8. Como señala Cardete del olmo (2006: 193), la relación entre cultura material y etnicidad resulta problemática, pero no más ni menos que otras formulaciones simbólicas, como por ejemplo la religiosa. Por tanto, coincido con Roymans (2004: 259) en que los arqueólogos podemos realizar valiosas aportaciones al estudio de la etnicidad pretérita, especialmente en aquellos contextos donde es posible contrastar nuestros resultados con la información de las fuentes escritas. una primera tarea que parece plantearse es definir con mayor precisión qué entendemos por “etnicidad” y “grupo étnico”. Sin embargo, esta labor resulta ciertamente complicada, pues la mayor parte de las definiciones al uso, o bien resultan demasiado restrictivas como para dar cuenta de la complejidad del fenómeno, o bien son tan amplias que hacen imposible distinguir la identidad étnica de otros tipos de identidad social. Ante todo, hay que reconocer el carácter polifacético y por tanto enormemente difuso de la etnicidad. Ya Cohen (1974: xiv) planteó que: “There is ethnicity and ethnicity”. Por ello, y aunque creo que es necesario establecer definiciones lo suficientemente rigurosas como para asegurar el valor comparativo de los estudios en los distintos ámbitos (Ruby 2006: 59), también considero fundamental profundizar en la variedad de niveles histórica y situacionalmente contingentes a los que puede hacer referencia la etnicidad. dicho esto, creo que resulta de utilidad presentar algunas de las definiciones sobre etnicidad e identidad étnica más relevantes de las últimas décadas: “un ethnos […] puede definirse como un sólido agregado de gentes, históricamente establecidas en un territorio determinado, y que poseen en común particularidades relativamente estables de lengua y cultura, y que reconocen también su unidad y su diferencia respecto de otras formaciones similares (autoconciencia) y que lo expresan mediante un nombre autodesignado (etnónimo)” (dragadze 1980: 162, citado en Renfrew 1990 [1987]: 177). “[…] la identificación autoconsciente con un grupo determinado, basada, al menos en parte, en un área específica u origen común” (Shennan 1989: 14). 8.- Evidentemente, determinados ámbitos como el Antiguo Egipto (Smith 2003) o los Andes (Reycraft 2005) constituyen contextos más favorables para plantear este tipo de cuestiones que otros en los que la variedad y calidad de las fuentes resulta mucho menor.

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“[…] el resultado temporal de un proceso de desarrollo colectivo de autoimágenes, actitudes y conducta que tiene lugar en el contexto de interacción entre aquellos directamente implicados y los que están fuera” (Roymans 2004: 2). En todo caso, la conceptualización más completa se debe a S. Jones (1997: xiii), quien define la identidad étnica como: “aquel aspecto de la auto-conceptualización personal que resulta de la identificación con un grupo más amplio por oposición a otros sobre la base de una diferenciación cultural percibida y/o una descendencia común”. un grupo étnico, por su parte, sería: “cualquier grupo de gente que se considera a sí mismo apartado de otros y/o es apartado por otros con los que interactúa o coexiste sobre la base de sus percepciones de diferenciación cultural y/o descendencia común”. Finalmente, esta autora define la etnicidad como: “todos aquellos fenómenos sociales y psicológicos asociados con una identidad de grupo culturalmente construida. El concepto de etnicidad se centra en las maneras por las que los procesos sociales y culturales se cruzan unos con otros en la identificación de grupos étnicos y la interacción entre ellos”. de este modo, queda claro que la etnicidad no es algo estático e inmanente, sino una categoría histórica que se define en el proceso histórico y cuyas raíces se hallan en el seno de las propias prácticas sociales de los grupos humanos (Ruiz zapatero y álvarez-Sanchís 2002: 255). Se encuentra, por tanto, en permanente construcción: se trata de un proceso más que de una entidad. Sin embargo, también es cierto que algunos planteamientos presentistas están poniendo un énfasis en ocasiones excesivo en el carácter “fluido” de la identidad étnica, llegándose en los casos más extremos incluso a negar la posibilidad de que existan grupos étnicos que pervivan a lo largo de varios siglos. Como en otros muchos casos, también aquí es recomendable mantener una visión más equilibrada. Y es que si bien es cierto que algunas etnias son creaciones efímeras determinadas por condicionamientos de tipo económico o político, por otro lado también existen ejemplos de grupos étnicos que perviven a lo largo de considerables periodos de tiempo9, lo cual no implica que permanezcan estáticos: los Saamis o Mapuches del siglo XVIII no son los mismos que los del siglo XXI. de lo que se trata, por tanto, es de tratar de determinar el ritmo de las transformaciones. En este sentido, resulta de gran importancia la reflexión del sociólogo R. Jenkins (1997: 51): “To say that ethnic identity is transactional and changeable, is really to say that it may be; it doesn’t mean that it always is, or has to be […] The recognition that ethnicity is neither static nor monolithic should not be taken to mean that it is definitively and perpetually in a state of flux”. A la hora de plantear cualquier acercamiento a la problemática, es preciso tener presentes una serie de consideraciones teórico-metodológicas previas. Entre ellas podríamos destacar en primer lugar la constatación, ya planteada en su día por Renfrew (1990 [1987]: 177-178), de que la etnicidad es una cuestión de grado. Así, mientras algunos grupos étnicos son muy conscientes de su carácter independiente y distinto, y lo acentú-

9.- un buen ejemplo de mantenimiento de la identidad étnica (Rugios) puede verse en burmeister y Müller-Scheessel 2006: 17.

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Fig. 3.- Ejemplo de identidad múltiple (según James 1999)

an de todas las formas posibles (vestido, adorno personal, decoraciones, etc.), otros tienen menos conciencia de “pertenencia” y no muestran especial preocupación en diferenciarse de otros grupos. Más aún, la identidad étnica no significa lo mismo para todos los individuos que la comparten (brather 2004: 112-113), pudiendo ser más importante para unos miembros del grupo que para otros (James 1999: 76-77). Por otro lado, resulta de fundamental importancia reconocer que la etnicidad puede operar a más de un nivel (Renfrew 1990 [1987]: 178). Como ha señalado díazAndreu (1998: 211-213), existen diversos niveles de adscripción étnica o identitaria que aparecen superpuestos y cointegrados (fig. 3). nunca existe una identidad étnica, sino múltiples niveles cuya importancia varía situacionalmente: distintos tipos de lealtades pueden superponerse sin que tengan que ser percibidos como contradictorios10 (Jiménez díez 2008: 356). En definitiva, la filiación étnica que ostenta un individuo puede variar en función de las circunstancias, el interlocutor y la situación, e interactuar a su vez con otros tipos de identidad como el género, el estatus o la religión (díaz-Andreu 1998: 205206). Pero esto no quiere decir que las personas puedan elegir libremente qué identidad 10.- Así, un mismo inmigrante puede ser africano en Francia, senegalés en áfrica y de una determinada etnia en Senegal (Jiménez díez 2008: 62).

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étnica asumen en cada momento: su elección es situacional, pero dentro de un abanico de distintos niveles que en buena medida son dados (burmeister y Müller-Scheessel 2006; Sommer 2007: 71). Además, al tratar sobre la capacidad individual para escoger una determinada identidad étnica (Song 2003) resulta necesario distinguir entre las modernas sociedades urbanas y multiculturales y las sociedades tradicionales. no quiero decir, ni mucho menos, que en las segundas los individuos carezcan de capacidad de elección, pero sí que ésta suele resultar, en líneas generales, menor. un último aspecto básico a tener en cuenta es que la identidad étnica sólo constituye una más de las distintas identidades existentes (díaz-Andreu 1998; díaz-Andreu et al. 2005). Así, su estudio no puede desligarse de otros elementos básicos en la construcción social como son la jerarquía, el poder, la edad o el género: “in any particular analysis it is necessary to consider the intersection of different kinds of identity – ethnic, class, gender and so on – and the ways in which they become institutionalized in different societies” (Jones 1997: 85-86). Este punto resulta de gran importancia, por lo que merece la pena ilustrarlo mediante dos casos concretos que dan cuenta de lo estrechamente imbricada que se encuentra la etnicidad con los demás tipos de identidad social. En primer lugar, los trabajos etnoarqueológicos realizados por larick (1986, 1991) entre los loikop del norte de Kenya han permitido mostrar cómo el estilo de sus lanzas transmite, junto a rasgos étnicos, información sobre la edad. Esta cultura material es usada de forma activa, ya que un hombre joven puede manipular su posición entre sus iguales a través de la posesión de una forma específica de lanza. Por su parte, el estudio de Roymans (2007: 485-486) sobre la circulación de brazaletes de vidrio en el bajo Rin a finales de la Edad del Hierro constituye otro magnífico ejemplo de la necesidad de analizar las identidades desde un enfoque holístico. Según Roymans, el uso de brazaletes de vidrio parece vinculado a las mujeres adultas, estando ausente en tumbas infantiles. Así, este autor propone la hipótesis de que su posesión estuviera relacionada con un rito de paso, marcando la entrada de las jóvenes en el grupo de las mujeres adultas. de este modo, los brazaletes constituirían una expresión simbólica de identidades de sexo y edad entre las poblaciones de esta área geográfica. Además, sus patrones de distribución en el delta del Rin sugieren que también pudieron funcionar como marcadores de límites culturales respecto a otros grupos. ¿Hasta qué punto era relevante la identidad étnica? Es cierto que, en muchos casos, otro tipo de organizaciones como la familia, la ciudad, la aldea o el valle, así como otras formas de identidad social como el género, la edad o la clase social, debieron constituir elementos mucho más significativos en la vida de la mayor parte de las personas que su pertenencia a un determinado grupo étnico. Así parecen indicarlo al menos numerosos estudios históricos, antropológicos y etnoarqueológicos (véase por ejemplo Stark 1999 para el caso de los Kalinga de Filipinas). Como señala Ramírez Goicoechea (2007: 173), la etnicidad, como principio ordenador, puede estructurar sólo algunas parcelas de la vida social o activarse exclusivamente para determinadas situaciones. Sin embargo, esto no es óbice para que, especialmente en momentos de mayor tensión y competitividad entre los grupos, las identidades étnicas adquirieran un papel marcadamente protagonista.

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Fig. 4.- Estereotipos étnicos de egipcios y pueblos extranjeros (según Smith 2003)

En este sentido, cabe recordar que la contraposición con el “otro” constituye un elemento fundamental en los procesos formativos de la identidad étnica (Cardete del olmo 2009: 32; Jiménez díez 2008: 62). Aunque se viene aceptando de forma generalizada la importancia que para la construcción de la identidad étnica tiene la oposición con otras identidades, creo que aún queda mucho por profundizar en los procesos que genera la constante interacción entre auto-identificación y categorización por parte de otros grupos (Jenkins 1997; Ruby 2006: 40-41). Y es que las aproximaciones externas pueden llegar a desempeñar, a veces, un papel fundamental en la propia construcción y/o redefinición de percepciones emic (Smith 2003; Roymans 2004). de hecho, en ocasiones definiciones exoétnicas acaban siendo asumidas por los propios grupos descritos (véanse por ejemplo beltrán lloris 2004 y burillo 2007 para el caso de los Celtíberos). Así, si bien las construcciones étnicas de los contextos coloniales son con frecuencia creaciones de las potencias colonizadoras, estas construcciones externas también pueden recorrer el camino inverso y acabar siendo aceptadas por las propias comunidades colonizadas como marco identitario (álvarez Martí-Aguilar 2009: 89). las definiciones etic constituyen, por tanto, una parte esencial de la etnicidad: precisamente porque las identidades se construyen en función del “otro”, las percepciones externas influyen sobre la percepción y definición de la propia identidad. Tras estas consideraciones surge inevitablemente la pregunta de la profundidad temporal del fenómeno de la etnicidad. Aunque se trata de un tema de gran complejidad, creo que resulta posible afirmar que, si bien el término “etnicidad” y las conceptualizaciones que realizamos de él son una elaboración reciente, un constructo moderno, la realidad a la que hacen referencia constituye un hecho bien documentado desde la Antigüedad (Hutchinson y Smith 1996: 3; Smith 2003: 10-29) (fig. 4). En efecto, la reflexión y práctica de la alteridad/identidad étnica no es un fenómeno exclusivamente occidental ni de nuestra Modernidad (Ramírez Goicoechea 2007: 131). Por ello, resulta necesario rechazar aquellas perspectivas que – como consecuencia del marcado carácter ahis-

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tórico que viene caracterizando a buena parte de los estudios antropológicos y sociológicos – consideran la etnicidad un fenómeno esencialmente contemporáneo, situando su aparición en el contexto del colonialismo europeo, equiparando grupos étnicos con naciones o incluso afirmando que el término sólo puede ser aplicado a sociedades postindustriales. Como bien ha indicado Jones (1997: 102): “there is no reason why ethnicity should be restricted to the context of European colonialism, or to any other macro socio-historical developments, if it is seen as the kind of group consciousness that is based on the dialectical opposition of different cultural traditions in the process of social interaction”. PUNTOS dE PARTidA PARA UNA ARqUEOLOgíA dE LA ETNiCidAd Teniendo en cuenta todas las reflexiones anteriormente realizadas, el primer paso para la construcción de una arqueología de la etnicidad debe ser desembarazarnos definitivamente del lastre que desde los tiempos de Kossinna ha supuesto la ecuación entre “cultura arqueológica” y “grupo étnico” (Jones 1997; Shennan 1989; Sommer 2003, 2007). Aunque muchos autores siguen considerando que la identificación de “marcadores” individuales no constituye una metodología válida al estar basada en criterios “subjetivos”, lo cierto es que determinados elementos concretos pueden aportar, en ocasiones, más información sobre identidad étnica que todo un conjunto de tipos arqueológicos. Como han mostrado múltiples estudios antropológicos y etnoarqueológicos (barth 1976 [1969], Hodder 1982, Wiessner 1983), la etnicidad es algo social y culturalmente creado, que convierte en símbolos identitarios – conscientes o inconscientes – únicamente a determinados aspectos de la cultura, no a todos. Además, cabe añadir que no se trata sólo de proponer adscripciones étnicas de ciertos elementos de la cultura material, sino también de lograr una mayor comprensión de los contextos políticos, económicos y religiosos en los cuales se insertan los procesos de construcción y transformación de la etnicidad (Roymans 2004). debido a que a priori prácticamente cualquier elemento de la cultura material puede asumir – o no asumir – una significación étnica, no existen unos marcadores culturales “objetivos” de etnicidad, aunque sí toda una serie de elementos que, en función de cada contexto específico, teóricamente podrían aparecer vinculados a ella11. Por tanto, más que de “criterios” de etnicidad habría que hablar de “indicios”. desgraciadamente, buena parte de estos posibles indicadores, como la lengua, las leyes y costumbres, las danzas y música, el vestido o los adornos y colores – incluyendo peinados, pinturas corporales, tatuajes, escarificaciones y otros elementos que pueden reflejar tanto identidad individual como de grupo – rara vez dejan huella arqueológica (fig. 5). otros, en cambio, son más susceptibles de ser analizados a través de la Arqueología, como por ejemplo la alimentación y la forma de preparar la comida, la variabilidad estilística de las decoraciones cerámicas, los patrones de asentamiento, la deposición de elementos de ajuar con 11.- Por citar sólo un ejemplo, el hecho de que la numismática pueda resultar un indicador útil en un determinado ámbito no implica, ni mucho menos, que también tenga que serlo en otros.

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Fig. 5.- Características e indicadores de la Etnicidad en Antropología, Historia y Arqueología (según Ruiz zapatero y álvarez-Sanchís 2002).

arreglo a pautas normalizadas, el tipo de viviendas, la numismática, la iconografía o las inferencias relativas a la esfera religiosa. En este sentido, resulta importante señalar que una forma de analizar la etnicidad a través de la cultura material es, precisamente, a partir de la estructuración de las relaciones entre personas y cosas, y no a partir de las cosas en sí solamente. Es decir, cómo se usa una cerámica, cómo se deposita una lanza en una tumba, cómo se estructura el espacio doméstico, etc. También aspectos como el análisis arqueológico de las cadenas operatorias merecen una mayor atención de cara al futuro. Todo ello sin olvidar la información que, en determinados contextos, pueden aportar las “imágenes en negativo”, como ha señalado García Fernández (2007: 131) para el caso de los Turdetanos del Suroeste de la Península Ibérica. El hecho de que no exista ningún aspecto de la cultura material que pueda ser considerado per se un criterio “inequívoco” u “objetivo” de etnicidad no quiere decir que, dentro de cada contexto cultural específico, la elección sea arbitraria o mecánica. Muy al contrario, estoy de acuerdo con Jones (1997: 120) cuando señala que la expresión de la etnicidad a través de la cultura material está ligada a las disposiciones estructurales del habitus, una afirmación sustentada por trabajos etnoarqueológicos como los de Hodder (1982) o larick (1986, 1991). la cultura material es una parte esencial de las prácticas sociales dentro de los grupos, por lo que participa activamente en la producción de representaciones discursivas de la identidad. Así, aunque los límites étnicos y culturales pueden no coincidir, la afinidad de prácticas y experiencias proporcionan el núcleo sobre el que se construyen nuevos discursos de identidad en circunstancias históricas cambiantes (Jones 1998: 273).

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las construcciones identitarias y étnicas son procesos sociales, y como tales pueden dejar sus “huellas” en el registro arqueológico (Cardete del olmo 2009: 34); que seamos capaces de reconocerlas e interpretarlas correctamente es ya otra cuestión. Ciertamente, una de las principales dificultades que se plantean es cómo discernir los elementos materiales con significación étnica de aquellos otros que expresan formas distintas de identidad cultural12. Siguiendo de cerca las tesis de Jones (1997: 125-126), en mi opinión la única respuesta pasa por realizar un análisis diacrónico de los contextos culturales a partir de una variedad de fuentes y clases de datos. Sólo así será posible comprender la expresión de la identidad a través de la cultura material y su uso en la definición de límites étnicos, teniendo siempre muy presente que los indicadores étnicos no están fijados de forma permanente, sino sometidos a continuas redefiniciones a lo largo del tiempo. Es importante señalar que en esta labor no resulta verdaderamente determinante si los símbolos materiales fueron utilizados de forma consciente o inconsciente, ya que en ambos casos siempre habrían sido activos. En otras palabras, el hecho de que ciertos elementos culturales hubieran sido seleccionados de forma inconsciente no quiere decir que resultaran menos activos en la estructuración o re-estructuración del habitus y de la sociedad, por lo que potencialmente pueden proporcionar tanta o más información sobre la identidad étnica que los elementos conscientes. Por tanto, si bien debemos admitir que la etnicidad es en última instancia una cuestión de autorreconocimiento de grupo, de identificación autoconsciente, por otro lado también debemos tener en cuenta que su posible expresión material puede ser, en muchos casos, inconsciente. los intentos de aproximarnos a la etnicidad del pasado llevan a plantear también una reflexión sobre los límites y posibilidades de los testimonios escritos sobre grupos étnicos. En principio, parece indudable que el apoyo que supone contar con este tipo de informaciones añade un elevado índice de plausibilidad a cualquier propuesta que pretenda relacionar rasgos culturales y etnicidad. Sin embargo, en ningún caso deben ser aceptadas de forma acrítica, precisándose del análisis minucioso de cada contexto específico. Además, los problemas se incrementan notablemente cuando se trata de fuentes escritas exoétnicas, es decir, externas al contexto cultural que describen, como es el caso de los testimonios literarios grecolatinos sobre las poblaciones protohistóricas de la Península Ibérica o la Europa Templada13. Junto a su carácter incompleto y fragmentario, hay que tener presente que la interpretatio del extranjero puede ignorar y/o falsear las situaciones reales, y que las categorías etno-culturales empleadas por los observadores de tiempos pasados no son exactamente las mismas que se manejan actualmente en Antropología y Sociología (Ruiz zapatero 2009: 18-19). Por ello, no son pocos los investigadores que cuestionan e incluso niegan abiertamente la validez de estas informaciones escritas para el conocimiento de las identidades étnicas. una solución que, a mi juicio, no hace sino buscar una salida fácil a problemas complejos. Como señala González 12.- Aunque es preciso tener presente que, en muchos casos, las distintas interpretaciones no tienen que ser necesariamente excluyentes entre sí. 13.- una buena síntesis de las múltiples formas en que se construyen los etnónimos en las fuentes literarias antiguas en álvarez Martí-Aguilar 2009: 89.

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García (2007: 104): “desconfiar de las fuentes no implica, como pretenden sus detractores, que haya que rechazarlas, que dejemos de utilizarlas”. lo que necesitamos es una lectura contextual de las mismas y una valoración de sus contenidos a partir del análisis crítico de los factores que han actuado sobre su elaboración. En esta tarea es preciso tener en cuenta una multiplicidad de factores como son la época en que fueron escritas las distintas obras, el género literario al que pertenecían, el grado de conocimiento geográfico y etnográfico existente en cada momento, el contexto histórico de los autores, su formación literario/filosófica, sus prejuicios ideológicos y políticos e incluso sus propios avatares biográficos (García Fernández 2007: 123). Todo ello sin minusvalorar en ningún momento los problemas que pueden existir para establecer contrastaciones entre datos históricos y arqueológicos, ya que es muy posible que ambos proporcionen perspectivas contradictorias – pero aún así complementarias – sobre la etnicidad del pasado (Jones 1999). Siguiendo a Austin (1997: 35, citado en Jones 1999: 219), tanto fuentes escritas como arqueológicas deben ser vistas: “as equal and potentially opposing elements in the dialectical process of knowledge”. Ya para finalizar, me gustaría hacer referencia, siquiera brevemente, a una cuestión fundamental a la hora de abordar la problemática de la etnicidad: la “escala” de análisis adoptada. Y es que la etnicidad puede “explorarse” a muy diversos niveles, desde amplias regiones geográficas como el noroeste hispano (González Ruibal 2011) hasta una agrupación de tumbas en la necrópolis de una polis de la Magna Grecia. Tradicionalmente, la investigación ha centrado su interés en macrocategorías como “Celtas”, “Germanos”, “Eslavos” o “Iberos”, cuyo carácter de grupos étnicos puede resultar cuestionable (brather 2004; Collis 2003; lund 1998). En cambio, las posibilidades que ofrece el análisis de los correlatos materiales de agrupaciones más reducidas, que por sus características podrían corresponderse mejor con lo que desde una perspectiva antropológica podríamos considerar como grupos étnicos en sentido estricto, permanecen en buena medida inexploradas. Por fortuna, vamos contando ya con algunos estudios modélicos como el de Roymans (2004), y también en la Península Ibérica se han comenzado a realizar interesantes aproximaciones en esta dirección (por ejemplo García Fernández 2007; González Ruibal 2011; Ruiz zapatero y álvarez-Sanchís 2002). CONCLUSióN A lo largo de esta contribución he intentado poner de manifiesto que, pese a los múltiples problemas y limitaciones que plantea la exploración de identidades étnicas a través de la cultura material, esta línea de investigación presenta también interesantes posibilidades de futuro. Para su desarrollo considero que resultará fundamental realizar exhaustivos estudios arqueológicos de casos concretos, profundizar en el trabajo de hermenéutica con los textos escritos y establecer una constante contrastación y discusión de los resultados con la conceptualización de la etnicidad en las distintas disciplinas sociales. Además, habrá que tener muy en cuenta aspectos como la dimensión demográfica de los grupos, su estructura socioeconómica y la dimensión cronológica de los procesos de etnogénesis a escala de generaciones humanas (Ruiz zapatero, 2009: 22-23). de este

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modo podremos ir avanzando en la construcción de una teoría y una metodología arqueológica que permita desarrollar un estudio mucho más rico y complejo de la etnicidad, contribuyendo así a una mejor comprensión de las sociedades pretéritas y, por qué no, de los propios fenómenos étnicos en nuestro mundo contemporáneo.

Agradecimientos quisiera agradecer a los Profs. Gonzalo Ruiz zapatero y Mª C. Cardete del olmo (universidad Complutense de Madrid) los valiosos comentarios, referencias y opiniones que me han aportado durante la elaboración y redacción de este trabajo. Asimismo, agradezco a la Prof. ulrike Sommer (university College london) el haberme dado la oportunidad de participar en su seminario “Archaeology of Ethnicity” durante mi estancia en el Instituto de Arqueología de la universidad de londres.

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PRESENTACIÓN

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DEDICATORIA A RICARDO ALCÓN

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ARQUEOLOGÍA Manuel Alberto Fernández Götz. etnicidad y Arqueología: viejas propuestas, nuevas perspectivas....................................... raimon GrAells i FAbreGAt. notas sobre la exposición de Arte Prehistórico de 1921 en las cartas de H. Obermaier a H. breuil (1919-1921) ................................................................ Jordi dilOli FOns y samuel sArdà seuMA. Vías de comunicación y territorialidad: relaciones entre el bajo ebro y la terra Alta- Matarranya durante la antigüedad..................................... borja díAz AriñO, raúl leOrzA álVArez de ArcAyA, Alberto MAyAyO cAtAlán y Francisco Javier ruiz ruiz. el cabezo del lugar (Azaila, teruel): un poblado de la primera edad del hierro ............................................................................ núria rAFel, david GArcíA i rubert y rafael JOrnet i niellA. nuevos datos sobre la evolución del poblamiento en la cataluña meridional entre el siglo Vii ane y época romana: el coll del Moro de Gandesa...................................................... Víctor e.M. MAturén. la excavación arqueológica del yacimiento ibérico de Venta rosa (teruel) ................................................... raúl bAlserA, Jesús berMeJO, luis FAtás, raimon GrAells, rafel JOrnet y samuel sArdà. Primera campaña de excavaciones en el complejo Arqueológico de “el cascarujo” (Alcañiz): resultados preliminares ............................................ Marta cHOrdá Pérez, Octavio cOllAdO y emilio nietO. las tumbas inéditas de la necrópolis celtibérica de “el cuarto” (Griegos, teruel)......................................................................... roger rierA VArGAs. Aproximación al cálculo de población en el siglo iii a.n.e.: el caso layetano..................................................

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41

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91

113 173

193

211 239

A. dOMínGuez ArrAnz. la presencia de cerámica ibérica en el litoral de etruria meridional: la castellina, al sur de civitavechia ................................................................................ 257 Gloria Pérez GArcíA. la ciudad de Aratikos.................................. 277 Mª del rosario GArcíA HuertA. las fusayolas de la necrópolis celtibérica de la yunta (Guadalajara) ........................................ 297 ANTROPOLOGÍA Juan José bArrAGán VillAGrAsA. el Patrimonio industrial molinero de Fuentes calientes: las piedras de Molienda y otros materiales.................................................................................... 325 Pilar PAscuAl MAyOrAl y Pedro GArcíA ruiz. Moleros y técnicas de trabajo en la sierra del Madero: cantera Peña el Mirón, trébago (soria) ........................................................................... 345 HISPANOCÉLTICA serafín OlcOz yAnGuAs y Manuel MedrAnO MArqués. revisión paleográfica de varias inscripciones celtibéricas de los valles del Jiloca y Huerva...........................................................

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