ÉTICA crítica para el siglo XXI

June 9, 2017 | Autor: Juan Carlos Stauber | Categoría: Ética Profesional, Teoría Crítica, Deontología, Que son los Valores
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ÉTICA crítica para el siglo XXI Lic. Juan Carlos Stauber (Dpto. de Formación – UCC) (para revista Alumni – UCC – publicada en Agosto 2012)

H

ablar de ética suele referirnos a conceptos tales como “valores”, “moral”, “reflexiones filosóficas”, y en general, a un mundo abstracto, más cercano al sillón del abuelo que al mundo de nuestras pasiones y esfuerzos cotidianos. Por otro lado, cuando nos referimos a la ética aplicada a las profesiones, es decir, la deontología, solemos remitirnos a los códigos éticos que cada colegio en particular ha ido conviniendo para su ejercicio profesional. Es decir, al ámbito de la ley, pasible de penalizaciones y sujeto a un tribunal disciplinario. Sin embargo, pro-fe-sional significa una práctica declaratoria de FE, una intención orientada a un horizonte utópico al que se adhiere y por el que se apuesta en el presente. Poner en juego la FE en algo que deseamos alcanzar por una acción especializada es ser profesional. Todo esto es una teoría interesante, pero deseamos ensayar una reflexión breve sobre la necesidad cada vez más imperiosa de someter estos prejuicios teóricos a los emergentes propios de nuestro tiempo. Los “valores” que verdaderamente nos im-portan son aquellos que tienen que ver con nuestro ámbito de subsistencia, con lo que garantiza nuestra vida. Precisamente por ello llevan algo de nosotros en ellos, y nosotros los llevamos dentro (in –dentro- portar –llevar-). La voluntad, por su parte, es el poder de acoger y aprobar esos valores. Pero cuando el mundo, la naturaleza, las obligaciones laborales o afectivas nos arrinconan con imperativos a los cuales no podemos sino consentir, aparece en escena lo que llamamos “pasiones”. Frases como: “no puedo hacer otra cosa”, “no tengo opción”, o “no controlo un impulso”, nos pone ante el universo de las pasiones (aquello que “padecemos”), como opuestas a lo que elegimos libremente, que podemos desear y construir. Las pasiones nos hacen sufrir, nos manipulan, nos someten. Cierto que son parte inexorable de nuestra vida y que muchas de ellas tiene aspectos positivos, pero no sirven para “conducir” una vida libre y autónoma. Y pareciera que en el paso de la vida de estudiante a la de profesional en ejercicio, la vida nos hace tirar por la borda todos los buenos propósitos para someternos al mundo de las obligaciones sin más, donde ya no somos libres y una maraña de pormenores sociales nos hacen hacer lo que no queremos, o vivir a medias nuestros ideales. De ser así, creo humildemente, no hemos entendido de qué se trata la ética. Permítaseme decir brevemente que, para que un proyecto de vida sea propiamente “mío”, no sólo debe ser deseable (yo quiero esto para mí), sino que además debe ser factible. El principio de factibilidad, la capacidad de poder llevarlo a la práctica, es lo que une el horizonte (o proyecto) hacia el cual deseo ir, con el aquí y ahora de mi situación actual, con mi cuerpo, con mis fuerzas y mi medio ambiente. Por ello reservemos la idea de “ética” para esa reflexión permanente sobre el sentido (orientación) de mi vida, en general y en particular, lo cual hará que la ética siempre sea un espacio “crítico” para cualquier logro momentáneo. A la reflexión práctica sobre las normas a seguir, sobre los perjuicios y beneficios concretos de cada situación

en particular la llamaremos “moral”. Entonces, lo moral tendrá más que ver con lo instituido, con lo normativo, con lo “normal” de un estilo práctico de vida. Y a nivel corporal, ello se plasma en los hábitos in-corporados como segunda naturaleza a nuestros recorridos cotidianos, a nuestros mapas cotidianos. Pero a nivel ético, puede haber cosas que nos parezcan muy “normales” dados nuestros hábitos, prácticas o costumbres, pero que son muy cuestionables desde algunos valores que existencialmente nos importan. Saquemos entonces algunas consecuencias: 1) ninguna regla moral puede agotar los valores de la ética (la ética, siempre va más allá, hacia la dimensión utópica de la existencia, una persona sin utopías pierde la dimensión ética); 2) Un ideal que no se plantea su factibilidad, es decir, su aspecto económico (cómo administrar mi tiempo, mis energías, mis bienes para vivir orientado hacia el bien que me indican mis valores) es igual a una conciencia sin cuerpo, una ética sin moral, sin su aspecto práctico, intersubjetivo, y entonces se transforma en una ética estéril; 3) cuando las pasiones (en su peor forma) o una practicidad moral sin ética, han tomado el timón de nuestras vidas, expulsan los valores hacia fuera de nosotros y por lo tanto, lentamente, dejan de im-portarnos. Ya no llevan nada de nosotros, ya no nos identifican, sino que pasamos a ser empleados de significados vitales extraños a nuestro espíritu, a nuestros sueños, a nuestra fe. Pasamos a ser funcionarios de los valores de otros. Ya no podemos discernir lo que nos orienta desde dentro de nosotros mismos, sino que depositamos esa confianza en la ley, esa expresión formal que procura garantizar el piso de convivencia entre las personas y condenar los desvíos. Pero la ley no ayuda a motivarnos (sería penoso que alguien sea ético porque lo manda una ley). La ley puede condenar, dictaminar, pero nunca ofrecer motivos hondos a la acción. Las leyes son importantes, son el piso desde el cual crece sólida nuestra convivencia, pero la ética es el techo, no el piso. La ley no supone elección: no puedo elegir robar o no robar, según la ley. La elección es siempre ética. Cuando una persona o grupo restringe su ética profesional a lo que manda un código, un tribunal de disciplina, muestra lo pequeño de su estatura humana. Y el legalismo conduce a la insensibilidad, dado que para debatir si se aplica o no tal artículo o precepto, debemos interpretar las leyes, y se cae entonces en las trampas propias de “lo que dice, lo que quiere y lo que debería decir” una norma. Pero además, conduce a la miopía de pensar que porque alguien no falta a ningún principio legal, ya es una persona ética. Según el relato evangélico, el joven rico que entrevistó a Jesús sobre la forma de ganar la vida eterna (Mt 19,16ss) cumplía todos los mandamientos, pero eso no lo convertía en aún en “cristiano”. La ética implica siempre un plus crítico, y ese plus lo dan los otros, sobre todo las víctimas de todo sistema, esos que quedan excluidos o relegados de todo beneficio, o que son tratados injustamente por el simple hecho de existir. Son los “otros” que no pertenecen a mi ethos cotidiano. Por eso Jesús lo inquieta proponiéndole dejar sus “seguridades” y trabajar por un orden más fraterno, más justo. Eso pone triste al joven, que no desea inquietar su comodidad. Dice C. Castoriadis: “No se puede querer al mismo tiempo la libertad y la tranquilidad”. Simplemente, no van juntas. Si deseas vivir “tranquilo”, empeñas tu libertad. Y si deseas la libertad, no podrás vivir tranquilo. En griego, la palabra “deontós” (de donde viene deontología) significa “obligación sentida internamente”. No es sólo lo que dictamina formalmente mi actuación profesional, sino lo que

por mi sensibilidad interna reconozco como forma apropiada de acción. Esto quiere decir que la primera educación ética parte de la sensibilidad (es estética). Si me educo para no ver a los demás, a los necesitados, para no oír a los diferentes, para no sacar las consecuencias que pueda tener nuestra acción o nuestra inoperancia, seguramente el nivel de reflexión será muy pobre y nuestra ética andará por el piso (pero no olvidemos, ¡la ley debe ser el piso!). Por ejemplo, en el capitalismo, lo ideal es que todos nos transformemos en consumidores y que el mercado satisfaga nuestros deseos. Dejando de lado que los deseos son infinitos y si el capitalismo satisface los deseos debe ser infinito, es decir, dios, si todos aceptamos el nivel de consumo alocado de los países ricos ¿cuánto podrá durar el planeta? Muchos de nosotros no sentimos responsabilidad por el deterioro ambiental y los refugiados climáticos que hay en nuestro país, porque tal vez cumplimos todas las leyes de nuestra sociedad. Somos honorables pasajeros del Titanic. Esta no es una cuestión moral, sino ética. Preguntarnos cómo coopera nuestra profesión y estilo de vida a la construcción de un planeta más habitable y una sociedad más feliz no estará en ningún código de ética empresarial. No puede estarlo. Sacar rápidamente conclusiones éticas sin revisar nuestra sensibilidad es engañoso y puede conducirnos al error de soñar con una armonía original de los viejos buenos tiempos, que “se ha perdido” ahora porque “la gente no es tan buena como nosotros, o como eran nuestros abuelos, que no tenían las presiones de nuestros días”. Esto es una gran mentira. De hecho, según Enrique Dussel, existen dos límites absolutos para el sistema económicopolítico hegemónico en occidente: uno es la destrucción del medio ambiente, y el otro la destrucción de la vida humana. Cada época tuvo sus dilemas, cada generación sus víctimas, cada cuerpo su sensibilidad y cada conciencia sus límites. Y aún así la ética nos sigue intranquilizando, porque queremos ser libres, y sólo la verdad nos libera, no la mentira, como en el capitalismo.

Juan Carlos Stauber [email protected]

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