Estudios subalternos, lenguaje e ideología

August 13, 2017 | Autor: Thays Adrián | Categoría: Estudios Poscoloniales, Lenguaje E Ideología
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Descripción

Estudios subalternos, lenguaje e ideología
(Ponencia presentada en el Simposio internacional de Literatura y otras
artes en Iberoamérica. Agosto, 2008. Porto Alegre, Brasil)
Thays Adrián Segovia (Upel-Ipc-Ivillab)

Los estudios culturales forman parte de las disciplinas que tratan de
ofrecer discursos alternativos ante dicotomías bipolares tales como lo
dominante y lo subalterno, lo central y lo periférico, lo global y lo
local. Más específicamente, le asignan importancia al análisis de lo no
eurocéntrico, de lo contrahegemónico e incorporan temas tradicionalmente
excluidos de la academia como culturas populares, género, alteridad,
estereotipos racista-coloniales, experiencias de representación,
resistencia y migración, entre otros.
Un campo de trabajo o zona de contacto que permite la exploración de
problemas teóricos no abordados adecuadamente hasta ahora está representado
por los estudios subalternos o postcoloniales (Rincón, 2001). Estos
pertenecen al conjunto de saberes que se agrupan bajo la denominación de
estudios culturales pero se hallan referidos, específicamente, a espacios
marcados por la historia del colonialismo en el mundo moderno. Retoman la
discusión de temas como progreso, desarrollo, civilización, identidades,
que han sido pilares del discurso colonial. Producto de la
retroalimentación entre distintas disciplinas que aportan una plataforma
plural, tratan de generar conocimientos que superen los ya clásicos
antagonismos entre objetividad y subjetividad, civilización y barbarie,
progreso y atraso.
Epistemológicamente, los estudios subalternos constituyen una
orientación de las ciencias sociales que intenta convertirse en alternativa
frente a la visión de mundo que muestra a Occidente como paradigma de la
modernidad, el progreso, la libertad, la democracia y el avance científico,
tecnológico y cultural. Metodológicamente, el análisis del lenguaje se
erige como uno de los recursos empleados para poner en evidencia el
discurso colonialista o neocolonialista (Adrián, 2001).
En las páginas siguientes, luego de breves consideraciones sobre el
tema específico de los estudios subalternos, se da a conocer la opinión de
algunos autores que se apoyan en el lenguaje como testimonio de las
relaciones de dominación que Occidente ha mantenido con la periferia a
través del tiempo.
El nacimiento de los estudios subalternos se ubica, cronológicamente,
en el lapso comprendido entre 1945 y 1970, período en el que las opiniones
predominantes en Europa y Estados Unidos también lo eran en el resto del
mundo, incluido el no occidental. No obstante, surgían voces nuevas
argumentando que el razonamiento de las ciencias sociales contenía
presupuestos que en muchos casos incorporaban prejuicios sin justificación
teórica ni empírica que era preciso elucidar, analizar y reemplazar, de ser
necesario. Surge entonces un debate en torno al universalismo y el
particularismo "como objetos, como objetivos, como lenguajes y como
metalenguajes" (Wallerstein, 1996. p.64), debate que conduce a la
aceptación de la coexistencia de interpretaciones diferentes del mundo y
cuya conclusión establece que "sólo un universalismo pluralista nos
permitirá captar la riqueza de las realidades sociales en que vivimos y
hemos vivido" (Ibid, p.66).
Bajo esta perspectiva se reivindican los estudios no eurocéntricos y
el análisis histórico local. Antropólogos e investigadores de otras
disciplinas vinculadas al lenguaje y a la literatura se interesan en esta
área, cobrando relevancia las evidencias lingüísticas aportadas por los
textos para estudiar las relaciones de dominación que Occidente ha
mantenido con la periferia. El lenguaje "pasó a ser central en la
discusión, como objeto de estudio y también como clave para la reflexión
epistemológica de la disciplina sobre sí misma" (Wallerstein, p.73). Los
trabajos realizados formarían parte de la zona de los estudios culturales
denominada estudios subalternos o postcoloniales, que pretende romper
epistemológica y metodológicamente con la concepción de que solo Occidente
representa valores como la civilización, la modernidad, el progreso la
libertad, la democracia, el avance científico, tecnológico y cultural,
entre otros (Lander, 1997). Los estudios subalternos se proponen develar la
constitución colonial de la modernidad y la relación de subordinación,
sometimiento y explotación de los otros continentes que sirvieron de piso
tanto al desarrollo de las transformaciones materiales como a la creación
del imaginario de la modernidad europea.
Diversos autores tratan el problema de las relaciones de subordinación
entre Occidente y los otros, aproximándose críticamente al discurso
colonialista o neocolonialista y presentando un planteamiento alternativo
al tradicional que tiene como protagonistas a los europeos o a las élites
locales que los representan. De este modo combaten la historiografía
elitista con un discurso basado en el reconocimiento de la coexistencia e
interacción entre la élite y el subalterno (Guha, 1997). Examinan los
textos, en particular su lenguaje, empleando como metodología el análisis
lingüístico, que permite poner al descubierto la ideología de sus emisores
al relacionar estructuras discursivas con estructuras sociales. Entienden
que analizar las lenguas permite conocer la mentalidad de las personas,
aprehender su visión de mundo.
El proceso de creación de una gran narrativa universal se inicia con
el colonialismo en América. A partir de este momento Occidente constituye
el centro, idea que se ha mantenido en el tiempo al asumir que el progreso
se vincula a la reproducción de los saberes, los lenguajes, la memoria, en
fin, el imaginario europeo. Los estados del mundo miden su éxito
comparándose con Europa. Este enfoque entra en contraposición con el que
propone "desmantelar la razón ilustrada y colonial" a fin de "restituir a
los subalternos su condición de sujetos, plurales y descentrados" (Rivera y
Barragán, 1997), sin omitir el hecho de que "todas las culturas están
relacionadas, ninguna es única, pura. Todas son híbridas, heterogéneas, no
monolíticas" (Said, 1996. p.31). Para analizarlas se requiere deslastrarse
de juicios previos y "entender que la totalidad de la cultura no forma un
conjunto, sino una serie de disyunciones" (Said, p.304).
Una forma de llevar a cabo este objetivo, como se ha expresado en
párrafos precedentes, parte de un sistemático análisis que vincule las
estructuras y estrategias discursivas con la ideología subyacente en los
textos. El lenguaje "permite representar a personas, grupos y
acontecimientos de forma simplificada o enriquecida, de forma prejuiciada o
tolerante" (Cristoffanini, 2003). Tales representaciones suelen encubrir,
parafraseando a Eco (1977), visiones de mundo parciales e inconexas que
ocultan -en la elección de las palabras y en la argumentación-
significaciones y relaciones alternativas, por no dar cuenta de la
complejidad y el carácter contradictorio de los eventos presentados. Se
trata de discursos ideológicos que en muchos casos devienen en estereotipos
inflexibles que pueden llegar a naturalizarse.
En Black Athena, Bernal (1987), de origen inglés, se apoya en
evidencias lingüísticas y literarias para demostrar la relación entre
Grecia y Egipto. Lengua y literatura constituyen la base fundamental para
este autor quien manifiesta haber encontrado relaciones formales y de
contenido entre el vocabulario griego y el de origen semítico. También
refiere el hallazgo de evidencias en la literatura que avalan las
explicaciones en torno a la validez del modelo antiguo en la interpretación
de la historia de Europa. Mitos y leyendas egipcios y griegos, épica
germana, narrativa y poesía de la época del romanticismo francés, inglés y
alemán desfilan por Black Athena como contundentes pruebas de los
argumentos de Bernal para oponerse al predominio del modelo ario.
En esa misma línea, el árabe-norteamericano Edgard Said (1996)
explica en detalle la relación entre cultura e imperialismo valiéndose del
análisis lingüístico de conocidas novelas pertenecientes a la tradición
euroamericana. Presta atención a sus contextos históricos y a su trasfondo
político, con especial énfasis en el antagonismo entre colonialistas y
colonizados. Cuestiona la separación entre la literatura y su contexto
cuando afirma que "la supuesta autonomía de las obras de arte forma una
suerte de separación que supone una absurda limitación ya que, claramente,
las obras mismas no la imponen" (p.50). Y dice más, destaca que las
conexiones entre literatura, cultura e imperio surgen de los mismos textos,
en consecuencia –a su juicio- "ha llegado el momento para el análisis de la
cultura, de volver a ligar sus análisis con sus realidades" (p.51).
En un denso volumen, le atribuye gran importancia a la ficción
narrativa y afirma: "Los lectores de este libro descubrirán rápidamente que
las narraciones son fundamentales desde mi punto de vista, ya que (…) se
convierten en el método que los colonizados utilizan para afirmar su propia
identidad y la existencia de su propia historia" (p.13). Said trata de
articular las estructuras del discurso literario con la ideología
subyacente de los autores pues opina que "los grandes relatos de
emancipación e ilustración movilizaron a los pueblos en el mundo colonial
para alzarse contra la sujeción del imperio y desprenderse de ella" (Ibid).
En cuanto a la literatura escrita por los colonizadores, un aspecto
relevante –según Said- se halla representado en la abundancia de figuras
retóricas con las que se describe a las regiones nombradas, así como
también los estereotipos con los que se muestra a los pueblos no
occidentales como bárbaros, primitivos, no civilizados. En otras palabras,
la selección léxica es portadora de ideología, tras ella subyacen conceptos
evaluativos globales que caracterizan a personajes y escenarios de los
textos.
Said reconoce que aunque la novela constituye un signo que posibilita
la intelección del referente y de la carga connotativa, a la ficción
narrativa no se le ha prestado atención dentro de la historia y el mundo
del imperio. Queda al lector la tarea de "alcanzar la visión de mundo o la
metáfora de humanidad que la obra manifiesta" (Jara y Moreno, 1972). Existe
en el lenguaje literario una carga significativa irrenunciable que el
lector advierte no sólo en cada palabra del texto sino en la totalidad de
la obra. En virtud de ello se afirma que la novela funda una perspectiva.
Como forma cultural, influye en "actitudes, referencias y experiencias
imperiales", constituye "una fuente de placer pero se conecta con un
proceso colonial" (Said, 1996. p.15). En vista de que la cultura y sus
formas estéticas se derivan de la experiencia histórica, la novela
permitiría aprehender esa experiencia histórica colonial-imperial.
Por la importancia que ambos le atribuyen a la literatura para
entender los nexos entre cultura e imperialismo, no resulta descabellada la
relación entre los planteamientos de Said y el cubano Roberto Fernández
Retamar (1977) cuando este último afirma que "cada estado social trae su
expresión a la literatura, de tal modo que por las diversas fases de ella
pudiera contarse la historia de los pueblos, con más verdad que por sus
cronicones y décadas" (p.27).
Los estudios subalternos sobre África, de amplia tradición, también
hacen uso del análisis lingüístico para aproximarse a las formas culturales
propias de esas comunidades. En Person and community (1992) el problema de
la identidad africana se ubica en el terreno de las relaciones pensamiento-
lenguaje. La tensión se crea porque a pesar de tener lenguas autóctonas, la
población recibe la educación escolar en las lenguas coloniales, pero su
conocimiento y comprensión del mundo cotidiano surgen de las concepciones
epistémicas propias del discurso diario y la literatura oral: mitos y
proverbios, revelan y transmiten generacionalmente su experiencia del
mundo, y contienen signos y símbolos que permiten tener acceso al
conocimiento y la verdad.
Ranajit Guha (1997), en África, se dedica al estudio de la historia,
específicamente se detiene en la llamada prosa de la contrainsurgencia,
para demostrar que contrariamente a lo presentado en la historia oficial,
las insurrecciones campesinas no sucedieron de manera espontánea sino
planificadas, se llevaron a cabo conscientemente por las masas rurales. Se
vale del análisis comparativo de tres tipos de discursos según su orden en
el tiempo y su filiación, a los que llama primarios, secundarios y
terciarios. Estos se diferencian por su nivel de identificación formal o
admitida con el punto de vista oficial, por su grado de distancia con
respecto al evento al que hacen mención y por la proporción entre los
componentes distributivos e integrativos en su narrativa. Al desconstruir
los textos (informes sobre los eventos redactados por burócratas o soldados
en el momento o poco después de ocurridos; relación de hechos que se apoyan
en el discurso primario y transforman los acontecimientos en historia;
narrativas en tercera persona que pueden generar distorsiones, mantener la
orientación del discurso oficial o reconocer las iniquidades cometidas
contra los campesinos), Guha demuestra el carácter ideológico de esta prosa
a través de un proceso de doble hermenéutica: se presentan los hechos al
momento de suceder, se les interpreta y, finalmente, se hace una
interpretación de esa interpretación, empleando todo el rango de
posibilidades que brinda el lenguaje para acentuar y desdibujar la
información. Se trata del lenguaje como forma de producción y reproducción
del mundo social.
En América Latina, el ya nombrado Retamar (1997-1998), considerado
por muchos precursor de los estudios subalternos, siguiendo a José Martí,
ha defendido la importancia de "injertar en nuestras repúblicas el mundo",
siempre y cuando el tronco sea el de nuestras repúblicas. Se trata de
coexistir con las otras culturas no de subordinarse a ellas. Empero, hasta
la fecha "el Oeste, el Occidente, el mundo o la cultura occidental" no
le han permitido a América ocupar su lugar. Latinoamérica, "que no es ni
aspira a ser un mastodonte" debe tener su lugar "con vistas a la
'transmodernidad'".
Por último, el venezolano Briceño Guerrero (1997), en El laberinto de
los tres minotauros, presenta una clasificación triádica de los discursos
que –a su modo de ver- gobiernan el pensamiento americano: el europeo
segundo, el cristiano hispánico o mantuano y el salvaje. Importado desde
finales del siglo XVIII, el europeo segundo se emplea en la redacción de
las constituciones y programas políticos de los partidos. Forman parte de
este las concepciones científicas, además, sirve de vehículo ideológico
para la intervención de las grandes potencias y es el resultado de esa
intervención.
El cristiano hispánico o mantuano, heredado de la España imperial,
que pervive hasta hoy y abarca valores religiosos y metacósmicos. Se halla
ligado a un sistema social de nobleza heredada.
En cuanto al discurso salvaje, albacea de resentimientos y portador
de nostalgia por formas de vida no occidentales y no europeas, considera
que lo occidental hispánico y lo europeo simbolizan opresión. Este último,
en opinión de Briceño Guerrero, representaría el discurso de América,
caracterizado por la paradoja de ser y no ser occidental. A fin de cuentas,
el autor manifiesta que "Somos nos y otros": el "nos" identifica al sujeto
autoconsciente, no occidental, y el "otros" a la alteridad occidental.
Los textos y autores citados evidencian que si bien la lengua funda
una realidad, también la deconstruye para construir un discurso
alternativo, síntesis de lo anterior y lo disperso. Al respecto, resulta
pertinente la siguiente cita de Retamar (1973. p.16):

Tenemos, para entendernos, unas pocas lenguas: las de los colonizadores.
(…) nosotros, los latinoamericanos, seguimos con nuestros idiomas de
colonizadores. (…). Ahora mismo, que estamos discutiendo, que estoy
discutiendo con esos colonizadores, ¿de qué otra manera puedo hacerlo sino
en una de sus lenguas, que es ya también nuestra lengua, y con tanteos de
sus instrumentos conceptuales, que también son ya nuestros instrumentos
conceptuales?

Mas el hecho de poseer la lengua de los colonizadores no impide
construir un discurso alternativo al
eurocentrista/colonialista/occidentalista porque a pesar de la pretensión
decimonónica de someternos a la "civilización" y de implantar la "verdadera
cultura" la de los "pueblos modernos", Latinoamérica no repite los rasgos
que la integran. Antes bien, América Latina constituye una mezcla, un nuevo
punto de partida, una síntesis entre los elementos anteriores y dispersos,
que es trascendente y contiene en sí novedades (Retamar, 1973). Ante este
hecho, el lenguaje, instrumento que ha permitido legitimar el dominio
colonial, se erige como una vía para develar dicho dominio e instaurar un
discurso alternativo. Así lo han comprendido quienes comparten las
concepciones epistemológicas de los estudios de área al concederle un lugar
destacado como instrumento de construcción y deconstrucción del proceso
colonial.


Referencias

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lingüístico y literario. En: Sinopsis educativa. Revista venezolana de
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Briceño, J. (1997). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte
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Cristoffanini, P. (2003). La representación de los otros como estrategia de
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Eco, U. (1977). Tratado de semiótica general. Barcelona: Lumen.

Guha, R. (1997). La prosa de contrainsurgencia. En: Rivera y Barragán,
comp. Debates postcoloniales: una introducción a los estudios de la
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Jara y Moreno, V. (1972). Anatomía de la novela. Selección de lecturas
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Lander, E. (1997). Modernidad, colonialidad y postmodernidad. Ponencia
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Retamar, R. (1977). Para una teoría de la literatura hispanoamericana.
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__________. (1997-1998). De Drácula, Occidente, América y otras
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Wallerstein, I. (1996). Abrir las ciencias sociales. Informe de la Comisión
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