Estudios sobre parentesco rarámuri y ranchero en el noroeste de México

June 19, 2017 | Autor: Isabel Martinez | Categoría: Anthropology of Kinship
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Descripción

Esta obra reúne cinco estudios antropológicos sobre el tema del parentesco en una región del noroeste mexicano: la Sierra Tarahumara. Abarca el universo de la reciprocidad, el compadrazgo y el ciclo de vida en las comunidades indígenas rarámuri, al tiempo que explora aspectos como la herencia y el matrimonio entre la población ranchera de la Sierra. El análisis de ambos contextos, el indígena y el ranchero, permite conocer así dos lógicas del parentesco, de la alianza y del poder que se confrontan pero que aún así, coexisten, en el ámbito serrano. El aporte de los textos aquí contenidos consiste, pues, en retomar el tema clásico del parentesco a partir de una mirada original que permitirá completar ese retrato de familia, un tanto empolvado hasta ahora, de la etnografía del noroeste de México.

Estudios sobre parentesco rarámuri y ranchero

ANTROPOLOGÍA Y ETNOLOGÍA

Estudios sobre

parentesco rarámuri y ranchero en el

noreste de México

María Eugenia Olavarría | Isabel Martínez Coordinadoras

Estudios sobre

parentesco rarámuri y ranchero en el

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noreste de México

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Enrique Fernández Fassnacht Rector General Iris Santacruz Fabila Secretaria

UNIDAD IZTAPALAPA Javier Velázquez Moctezuma Rector Óscar Comas Rodríguez Secretario

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MÉXICO

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Esta investigación, arbitrada por pares académicos, se privilegia con el aval de la institución coeditora.

La elaboración y publicación de esta obra fue posible gracias al financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología CONACyT proyecto CB-2006-1-56385 “Parentesco, cuerpo y reproducción. Representaciones y contenidos culturales en el contexto mexicano contemporáneo” bajo la responsabilidad de la Dra. María Eugenia Olavarría. Primera edición, julio del año 2012 © 2012 UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA UNIDAD IZTAPALAPA ISBN 978-607-477-760-4 © 2012 Por características tipográficas y de diseño editorial MIGUEL ÁNGEL PORRÚA, librero-editor Derechos reservados conforme a la ley ISBN 978-607-401-623-9 Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los editores, en términos de lo así previsto por la Ley Federal del Derecho de Autor y, en su caso, por los tratados internacionales aplicables. IMPRESO EN MÉXICO

PRINTED IN MEXICO

www.maporrua.com.mx Amargura 4, San Ángel, Álvaro Obregón, 01000 México, D.F.

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Estudios sobre parentesco rarámuri y ranchero en el noreste de México se terminó de imprimir en la Ciudad de México durante el mes de julio del año 2012. La edición, en papel de 75 gramos, estuvo al cuidado de la oficina litotipográfica de la casa editora.

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ISBN 978-607-401-623-9 MAP ISBN 978-607-477-760-4 UAM-I

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Introducción. Retrato de familia. Los estudios del parentesco en el noroeste de México o la imagen de un pariente lejano Isabel Martínez* María Eugenia Olavarría** Este retrato de família está um tanto empoeirado.

Este retrato de familia está un poco empolvado.

Vinte anos é um grande tempo. Modela qualquer imagem. Se uma figura vai murchando, outra, sorrindo, se propõe.

Veinte años es un tiempo largo. Moldea cualquier imagen. Si una figura va marchitándose, otra, sonriendo, se aventura.

Esses estranhos assentados, meus parentes? Não acredito.

Esos extraños situados ahí, ¿mis parientes? […]

Ficaram traços da família perdidos no jeito dos corpos. Bastante para sugerir que um corpo é cheio de surpresas.

Quedaron los trazos de la familia perdidos en la imagen de los cuerpos. Suficientes para sugerir que un cuerpo está lleno de sorpresas.

A moldura deste retrato em vão prende suas personagens. Estão ali voluntariamente, saberiam —se preciso— voar.

El marco de este retrato en vano ata a sus personajes. […] Y en el cristal se multiplican los parientes muertos y vivos.

E no cristal se multiplicam

Ya no distingo los que se fueron de los que aún quedan. Percibo apenas una extraña idea de familia viajando a través de la carne.

os parentes mortos e vivos. Já não distingo os que se foram dos que restaram. Percebo apenas a estranha idéia de família viajando através da carne. Extracto de Retrato de familia, Carlos Drummond de Andrade.

Este Retrato de familia de Drummond de Andrade parece resumir de una sola vez el contexto de los estudios de parentesco en el norte de México en el que se inserta este libro.1 * Doctorado FFyL, IIA-UNAM. ** UAM Iztapalapa. 5

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Efectivamente, el retrato de los estudios de parentesco en México aparece un tanto empolvado entre nuestras manos. La misma impresión tuvieron H. G. Nutini, P. Carrasco y J. M. Taggart en 1976, en Essays on Mexican Kinship, y no era muy distinta la que en 2005 manifestó D. Robichaux en Familia y parentesco en México y Mesoamérica. Las introducciones de ambos textos no sólo dialogan —en un tiempo largo, de casi treinta años— por los títulos, juego de palabras que, siguiendo a Robichaux, tiene una o varias intenciones. Una de ellas es señalar que al igual que en 1976, en 2005 el panorama sobre los estudios de parentesco, “prácticamente inexistentes” dirá el autor, sigue siendo igual. “Introduction: Nature and Treatment of Kinship in Mesoamerica” (Nutini, 1976) y “La naturaleza y el tratamiento de la familia en México y Mesoamérica, treinta años después” (Robichaux, 2005) pueden ser parte de ese retrato de familia que nos habla de los estudios del parentesco en México y que a lo largo del tiempo ha moldeado diversas imágenes. Veamos cómo algunas de ellas se han marchitado y cómo otras van sonriendo, cómo del marco de la foto escapan poco a poco algunos personajes, cómo se multiplican los parientes. El objetivo es dar un breve panorama que permita entender el lugar de los estudios dedicados al parentesco en el norte de México, un pariente un tanto difuso en ese retrato de familia. La imagen recreada de los estudios de parentesco en México por Nutini en 1976 es muy similar a la de Robichaux en 2005: la de un pariente ausente en el retrato. En ambos casos se señala una ausencia de estudios de corte “clásico” en el área denominada Mesoamérica, así como un balance que expresa una clara inclinación al análisis de “grupos” y otras relaciones sociales bajo tópicos como: grupos domésticos y localizados de parentesco, residencia, compadrazgo, barrio y comunidad (Robichaux, 2005: 30). Hasta la década de los setenta, aquello que “impedía” conformar un campo de estudio especializado sobre el parentesco era adjudicado a la división de la teoría antropológica clásica entre sociedades humanas organizadas por el parentesco (tribales) y aquellas con organización estatal (no tribales). Y dado que las sociedades mesoamericanas eran entendidas, per se, como un sincretismo o como formas representativas de una transformación de aculturación, donde los elementos españoles predominaron sobre los indígenas, el parentesco pasó a un papel secundario para comprender los principios de organización social (Nutini, 1976). El parentesco así se convirtió en México en un pariente segundón. Los estudios se concentraron en la estructura de la familia y el matrimonio, hecho que Robichaux confirma al describir el propio libro que 6

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compila. Este autor desarrolla otra razón, presente en el texto de Nutini, de la falta de interés por el parentesco, inclusive treinta años después. El tema del parentesco, señala, como idea dominante en la antropología mesoamericanista, se reduce a los “grupos corporados”, los clanes y los linajes, o algo parecido, y el parentesco [en consecuencia] debe aparecer en “estado puro” para que se pueda hablar de él. [Así], el parentesco consiste en las terminologías o se reduce a las estructuras unilineales y los grupos corporados. Y dado que lo etnográficamente observado en Mesoamérica no reúne estas condiciones, desde esta perspectiva formalista no hay nada, o casi nada, que estudiar bajo el rubro del parentesco (Robichaux, 2005: 32).

La principal discusión de Robichaux gira en torno al problema de la bilateralidad y la patrilinearidad que definirían en un caso o en otro los principios de conformación de grupos domésticos y localizados de parentesco en Mesoamérica. La discusión, por tanto, sigue de alguna manera ciertas teorías clásicas sobre los linajes, así como la formación de grupos de parentesco en sociedades estatales. Finalmente, este autor dirá que los estudios de este tópico en la antropología se han transformado: de ser un tema central pasó a ser un tema marginal y “lo que se entiende por parentesco ha sufrido una mutación que lo ha convertido en algo probablemente irreconocible para sus adeptos de hace 25 o 30 años” (Robichaux, 2005: 85). Distinguiendo, quizá con dificultad, los parientes que quedan de los que se han ido, percibiendo apenas una extraña idea de familia viajando a través de los linajes. De este cuerpo de parientes, S. Millán (2003) ofrece una imagen un tanto diferente. En la presentación a la obra de tres volúmenes sobre La comunidad sin límites. Estructura social y organización comunitaria en las regiones indígenas de México, S. Millán y J. Valle (2003) señalan que en gran medida el objetivo de estas compilaciones es mirar, desde una perspectiva regional, la vida social de los grupos indígenas en México, considerando esferas como el parentesco, los sistemas locales de gobierno y otras afines. Por su parte, Millán describirá de alguna manera el panorama antes descrito sobre los estudios de parentesco, ofreciendo nuevas acotaciones relevantes. En materia de estructura social —señala el autor—, los estudios etnográficos en México parecen encaminarse hacia dos destinos opuestos para dar cuenta de los principios de organización comunitaria: por una parte, hacia el parentesco, la composición de las unidades domésIntroducción

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ticas y la naturaleza de las relaciones familiares; y por otra, hacia los sistemas de cargos. La segunda visión, aquella que ha predominado en los estudios en Mesoamérica, es producto de la influencia de la antropología británica de corte funcionalista, en la cual uno de los objetivos es “identificar grupos formalmente definidos por las terminologías clasificatorias o bien por la presencia de reglas exogámicas de parentesco” (Millán, 2003: 17), tal como lo señaló Robichaux. De tal forma, indica Millán que desde esta perspectiva se pretende analizar “grupos corporados” que están delimitados o bien por reglas de filiación unilineal o por terminologías de parentesco. La problemática de esta propuesta teórica es que en Mesoamérica las formaciones sociales aparecen basadas en un ego, caracterizadas tendencialmente por un sesgo bilateral. La presencia de grupos de parentesco con límites difusos, inherente al sistema bilateral de filiación, motivó que las relaciones de parentesco fueran consideradas como un principio organizador de poca importancia en la estructura social de las comunidades indígenas (Millán, 2003: 18).

La presencia de sistemas bilaterales de filiación “impidió”, desde la perspectiva funcionalista, identificar grupos corporados de parentesco con límites claros y definidos, y fue así como “las jerarquías civiles y religiosas suplieron esta función al convertirse en un ordenador local que definía los contornos del cuerpo comunitario” (Millán, 2003: 18). El “grupo corporado”, como concepto de parentesco en Mesoamérica, se tradujo al de comunidad “con límites”, y los linajes fueron remplazados por los sistemas de cargos, ya que en ambos se entretejían las jerarquías sociales. Sin embargo, anotará el autor, los principios de filiación y alianza no pueden ser reducidos a la noción de sistemas de cargos, ni tampoco a la de comunidad. Ejemplo de ello es el caso de parentesco ritual vinculado generalmente a los sistemas de cargos y a los principios jerárquicos, pero también a los principios éticos de los grupos sociales documentados. Por tanto, dirá Millán, esto nos habla de principios más generales de segmentación interna donde la jerarquía y la reciprocidad nos conducen a indagar la dimensión política de la vida de los pueblos indígenas en México, salir de los límites de la comunidad y reflexionar sobre “la forma en que se articulan las comunidades indígenas al país” (Millán, 2003: 30). Más adelante veremos el estudio de A. Manzanares (2009) entre los wixarita sobre parentesco, sistema de cargos y poder, donde a través de una etnografía se muestra claramente lo anterior. 8

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En ese retrato de familia parece estar ausente el norte de México. En una “Introducción a los estudios de parentesco en México”, publicada por A. Medina en 1975, surge esporádicamente en el panorama. Entre el material etnográfico general y especializado sobre el tema al que hace referencia el autor, sólo se encuentran cuatro señalamientos: el artículo de A. L. Kroeber (1931) entre los seri; la obra de Wendell C. Bennett y R. M. Zingg (1978 [1935]) dedicada a los tarahumara de Chihuahua; la investigación especializada de H. Passin (1943) entre los tarahumara; y el texto de J. Kennedy (1970) sobre organización social tarahumara. Finalmente, aparece en el material de Medina una mención, frecuente cuando se habla de las poblaciones del norte de México, que alude a los rasgos excepcionales de estas poblaciones: “La unidad inmediatamente mayor es la familia extensa, de la que también se dice ser la común en todos los grupos étnicos —reportan Pozas y Aguirre (1954: 184)—, si bien no como norma invariable y con algunas excepciones notables como la del grupo tarahumara” (Medina, 1975: 214). La antropología en general, dedicada al norte del país, tiene una historia y unos ritmos de naturaleza distinta a la mesoamericana. En particular, sobre el tema que nos interesa, los antecedentes son más modestos y las discusiones quedan dispersas en el tiempo. Intentemos reconstruir el retrato. Los primeros materiales que hacen referencia al tópico del parentesco en el norte de México y el sur de Estados Unidos datan de principios del siglo pasado. L. Spier (1925), P. Radin (1965 [1943]) y Kroeber (1937) reúnen terminologías de origen atapascano, yumano y uto-azteca con la finalidad, de acuerdo con los intereses de la época y de la reconstrucción histórica de las áreas culturales, de conformar clasificaciones de las mismas. En 1941, D. B. Shimkin reconstruye, tentativamente, el sistema terminológico de parentesco proto-uto-azteca, considerando sus cambios y los mecanismos que operan en ellos. La evidencia en que fundamenta sus hipótesis conclusivas es léxica y conceptual o “sistémica”. Así, señala 20 términos y tres principios básicos: 1) la dicotomía entre más joven y más viejo que ego, ligado al sexo de los individuos con implicaciones de jerarquía; 2) los términos recíprocos, y 3) los términos de afinidad débilmente desarrollados. A pesar de no contar con un conjunto suficiente de datos para correlacionar los sistemas de parentesco y las estructuras sociales, expone algunos problemas de estudio entre ciertas instituciones y las terminologías: 1. Formas de matrimonio: todo parentesco de sangre es excluido del matrimonio, por lo cual se practica la exogamia. Indica que: “La exclusión Introducción

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de todo tipo de parentesco de sangre del matrimonio debe ser la clave para reconocer la descendencia en la terminología y dejar en un segundo plano los términos de afinidad” (Shimkin, 1941: 236-237, la traducción es nuestra). Grupos co-residentes: pese a la poca información puede señalar que se conforman por la familia “biológica”, donde padre, madre e hijos viven solos. Obligaciones básicas: hombres y mujeres son iguales y complementarios en importancia respecto a la producción económica, dado que la ‘familia biológica’ es aparentemente la unidad primaria de subsistencia. Obligaciones emergentes: a partir de la terminología recíproca advierte el papel de la adopción. Obligaciones secundarias y ceremoniales: siguiendo la terminología recíproca señala la importancia de las relaciones jocosas. Comenta algunos factores generales de integración que no pertenecen al parentesco pero que lo afectan.

En esta misma tónica, H. Passin (1944) realiza un estudio más detallado considerando materiales de tarahumaras y yaquis de Arizona. Su objetivo es mostrar cómo, pese a estar sujetos a dos tipos de aculturación diferentes, los sistemas terminológicos de yaquis y tarahumaras han tenido líneas paralelas de cambio. Mientras que los términos para la familia inmediata han resistido a dicha aculturación, las líneas secundarias y colaterales se han modificado. Indudablemente, este modelo de centro-periferia —como el mismo autor denomina a la familia inmediata y paralela respectivamente— reproduce aquél de las áreas culturales. Bajo este enfoque, identificar el núcleo implicaba de cierta forma viajar en el tiempo hacia el pasado y, por tanto, reconocer de alguna manera los rasgos “originales” que aún permanecían en el presente. Estas referencias son insuficientes para recrear la figura que nos interesa. Tal vez, como se pregunta Dummond al mirar su propio retrato de familia, podríamos preguntarnos si los estudios de parentesco en el norte de México son tan extraños que sólo están ahí, situados, sin saber por qué, pero no lo creemos así, porque como reza el siguiente verso: “estos cuerpos retratados en el tiempo están llenos de sorpresas”. A pesar de la diversidad y los avances, tanto etnográficos como teóricos, en la antropología dedicada a los grupos que actualmente habitan el norte de México, no deja de ser evidente la desigual producción en términos 10

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comparativos con el área mesoamericana. Las razones pueden ser las dificultades presentadas en el trabajo de campo en la región norteña, como la falta de financiamientos para esta región; o, si nos cuestionamos la concentración de recursos e investigaciones en la zona centro del país, y sus consecuencias de tipo ideológico y político para nuestra propia práctica antropológica. Sin embargo, éste no es el tema que nos ocupa. Para hablar del norte de México con mayor precisión, hoy día es posible referirnos a por lo menos dos grandes áreas de estudio: El Gran Nayar y el Noroeste. La primera fue definida por J. Neurath (2000) como una región histórico-cultural que territorialmente cubre parte de los estados de Nayarit, Jalisco, Durango y Zacatecas, y actualmente es habitada por coras (nayarite), huicholes (wixaritari), nahuas (mexicaneros) y tepehuanos del sur (o’odam). El Noroeste, descrito por C. Bonfiglioli, A. Gutiérrez y M. E. Olavarría (2006) como un espacio de interacción entre una variedad de pueblos y culturas que forman parte de un sistema cultural diacrónico y sincrónico, cuya continuidad en el tiempo y en el espacio se expresa en la diversidad presente en dicha área; no es definido como un área cultural a partir de rasgos comunes, sino como un sistema de transformaciones —de tipo levistraussiano— donde el cambio y la transformación de las expresiones culturales, antes que la similitud, permiten identificar ideas comunes y por tanto, categorías de pensamiento. Los autores lo definen como un “territorio puente entre puentes”, o bien “corredor entre otros corredores” que en distintas épocas y con diferentes grados e impacto ha mantenido un permanente diálogo con otras regiones, en particular aquéllas comúnmente denominadas Gran Nayar y el suroeste de Estados Unidos. Visto desde esta perspectiva, el Noroeste —en cualquiera de sus denominaciones— deja de ser un ecosistema o un área cultural determinada para convertirse en uno o varios sistemas culturales cuyas fronteras se expanden y contraen, no sólo en virtud de los movimientos de la historia, sino, sobre todo, en relación con las temáticas consideradas (Bonfiglioli, Gutiérrez y Olavarría, 2006: 16). Dado el material que tenemos, se hará un recuento, en primer lugar, siguiendo estas áreas de estudio, y posteriormente los trabajos dedicados al tema de parentesco sobre los diversos grupos humanos que en la actualidad habitan dichas regiones. En general, en ambas áreas existe una distinción entre los análisis de corte lingüístico y sociolingüístico concentrados en las terminologías, y aquéllos dedicados a la reflexión etnográfica y etnológica. En el área del Gran Nayar contamos con materiales sobre tepehuanes del sur, coras y principalmente acerca del parentesco huichol. Introducción

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En lo que respecta al sistema de parentesco de los tepehuanos del sur M. A. Ambriz (2002) realiza un análisis sobre lo emic y lo etic desde una perspectiva lingüística que sigue a E. Sapir. El material sobre coras data de 1945, R. Weitlaner (1945: 5) describe los términos de “parentesco sanguíneo y por afinidad y además el sistema del compadrazgo o parentesco ceremonial”. Por su parte, A. Monzón (1945), siguiendo una intuición de R. Beals (1932) sustentada en fuentes de cronistas y su propio trabajo de campo en la zona, explora los “restos” de una organización en clanes exogámicos patrilineales, insertándose así en la discusión de los linajes que caracterizó durante el siglo XX la temática del parentesco en Mesoamérica. De acuerdo con Neurath (2000: 114), los trabajos de estos autores responden a los postulados de la “antropología estructural-funcionalista; pero hoy día sabemos que siguieron una pista equivocada. Una de las principales críticas en contra de esta escuela se fundamenta precisamente en el cuestionamiento del tratamiento preferencial que se dio a los grupos exógamos de unifiliación”. En el otro extremo del tiempo, L. Magriña (2005) realiza una descripción de corte lingüístico sobre el sistema terminológico cora, con el objetivo de comparar terminologías actuales con las recopiladas en el siglo XVIII y demostrar una continuidad estructural por semejanzas, para dar cuenta de la pertenencia del Gran Nayar a la tradición mesoamericana. En La comunidad sin límites… J. Jáuregui et al. (2003) presentan una amplia etnografía sobre organización social entre coras y huicholes que incluye información sobre el sistema de parentesco de ambos grupos. Sin embargo, en las conclusiones se aclara que existen varios ámbitos en las sociedades del Gran Nayar sobre los cuales no se cuenta hoy día con suficientes estudios para abordarlos analíticamente. Tal es el caso especial de los sistemas de parentesco […], no se han realizado investigaciones que den cuenta del funcionamiento de los grupos parentales, del ciclo de desarrollo del grupo doméstico —especialmente del poligínico—, de las reglas de herencia y de sucesión, ni mucho menos de los sistemas de alianza matrimonial (Jáuregui et al., 2003: 210).

Los autores advierten que, en general, no es pertinente hablar de linajes y que es preferente utilizar la noción de casa, como herramienta analítica propuesta por C. Lévi-Strauss (1981 [1979]) para dar cuenta de los tukipa huicholes, tal como lo hará J. Neurath en un texto posterior (2000). Sin embargo, pese al balance realizado por estos autores, sobre los coras se cuenta con un material de gran calidad sobre parentesco y orga12

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nización social de A. M. Valdovinos (2002). En la tesis Los cargos del pueblo de Jesús María (Chuísete’e): una réplica de la cosmovisión cora, Valdovinos, bajo un marco teórico estructural levistraussiano, describe las relaciones de parentesco consanguíneo, afinal y ritual; y reflexiona sobre la estrecha relación entre el parentesco y la comunidad, desde la organización del sistema de cargos para superar el conflicto permanente en la antropología mexicana que “insiste en plantear exclusivamente el estudio de cualquiera de ambas instancias” (Valdovinos, 2002: 247). La autora parte, retomando el concepto de átomo de parentesco de Lévi-Strauss (1985 [1949]), de una definición del átomo del parentesco cora para postular que los cargos no son más que una réplica de éste. “Los santos del panteón católico —dice— se conciben de tal modo que la relación que existe entre ellos es una reproducción de ciertos patrones presentes en la estructura del parentesco cora” (Valdovinos, 2002: 269). Éstos tienen un nombre católico que hace referencia a la imagen que se adora y un nombre cora que en casi todos los casos remite a un término de parentesco, precedido por el prefijo de posesión de la primera persona del plural. “De este modo, cuando los coras hacen referencia a los santos, lo hacen asumiéndolos como miembros de su propia familia” (Valdovinos, 2002: 247). Por tanto, concluye la autora, los coras son de alguna forma descendientes de estos santos, ellos son sus antepasados, y como una familia primigenia, Valdovinos se da a la tarea de reconstruir esta genealogía donde los coras funcionan como ego. Es así como la organización parental de los coras se vincula sistemáticamente con la organización comunal. Sumado a ello, su análisis de las genealogías muestra cómo el parentesco está profundamente ligado a la transmisión de cargos en dos dimensiones: las tareas rituales y las prácticas agrícolas. Por último, en un recuento histórico, muestra que los grupos parentales han funcionado como un espacio social de resistencia de la costumbre cora. Hasta este momento, y al revisar los estudios dedicados a huicholes y yaquis, surgió ante nuestros ojos una “sorpresa”. De alguna forma, quedar fuera del área de influencia de Mesoamérica, con todas sus implicaciones, puede ser también una ventaja, como aquéllas de las que puede gozar un pariente lejano, que no por ello deja de ser parte de la familia. Así, lejos de las discusiones sobre los linajes y las descendencias unilineales o bilineales, sobre las familias nucleares o extensas, el norte de México ha sido, a su manera, un campo de reflexión “libre”, que bien podría enriquecer las discusiones del centro del país. En principio, los estudios norteños se caracIntroducción

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terizan por tener una visión teórica que no se ciñe a la teoría de los linajes; por el contrario, desde sus inicios, pone en práctica la teoría estructural de la alianza propuesta por Lévi-Strauss (1985 [1949]), así como sus desarrollos posteriores (Olavarría, 2002). No nos detendremos a revisar los estudios de cada caso, ya que están detalladamente discutidos en los materiales a los que se hace referencia. El sistema de cargos de los Xukurikate: parentesco y poder en una comunidad wixarika (Manzanares, 2009) es el resultado de una investigación que tiene por objetivo el estudio del parentesco entre los huicholes de San Andrés Cohamiata, Jalisco. Si bien la pregunta de Manzanares gira en torno a los mecanismos de poder y de autoridad tanto al interior de las comunidades, como su vinculación con el sistema electoral nacional, y por tanto se concentra en los llamados “sistemas de cargos”, esta autora retomará la propuesta de A. Villa Rojas de 1947, quien al trabajar en Los Altos de Chiapas consideraba que el parentesco, en algunos casos, funcionaba como la estructura básica sobre la cual se sustentaba el sistema de cargos. La investigación de Manzanares plantea así, con datos de primera mano, el papel del parentesco —sea o no definido como linaje— en la organización social de un grupo humano y, lo que es de gran importancia, en su vinculación con el poder dentro y fuera de las comunidades. Manzanares expone detalladamente la terminología de parentesco wixarika, las formas de alianza y por tanto las prohibiciones de incesto, las formas de herencia y sucesión, las reglas de residencia y descendencia, así como el parentesco espiritual. Luego de un análisis sobre organización social, intercambios y parentesco, la autora concluye que: Por medio del análisis del sistema de cargos xukurikate [jicareros], desde la perspectiva del sistema de parentesco y matrimonio, se ubicó que las alianzas, sucesiones e intercambios son mecanismos de transmisión y mantenimiento del poder en la comunidad. Su interrelación contribuye a la creación de estrategias que permiten establecer lazos, mantener jerarquías y concentrar el poder entre determinados individuos, grupos domésticos o tukite. Estas estrategias influyen en la toma de decisiones rituales, políticas, económicas y sociales que atañen a la comunidad (Manzanares, 2009: 166).

Esta misma autora junto con S. Durin (2008) avanzarán en esta línea de investigación sobre los vínculos entre el parentesco y el poder al reflexionar sobre la relación, resaltada una y otra vez en las terminologías de parentesco de los grupos que habitan El Gran Nayar y el Noroeste, entre 14

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abuelos-nietos; misma que se caracteriza por una gran relevancia en la organización social de estos pueblos. Una vez más, siguiendo la teoría de Lévi-Strauss, Durin y Manzanares (2008: 661) indican que el término teukari (abuelo-nieto(a) “visto desde el ángulo del parentesco, se trata del punto en el que las diferencias terminológicas dejan de ser pertinentes, es decir, en éste se cierran los límites del grupo familiar”. Entre los wixarika, los abuelos ofrecen el primer don a los nietos al darles un nombre, ellos se encargan de la socialización primaria de los pequeños al presentarlos ritualmente a sus antepasados en las ceremonias de iniciación (Wima Kwarra o Fiesta del Tambor). Para las autoras, este vínculo, mediante el cual se transmite un flujo vital y de salud, es uno de los fundamentos para comprender uno de los mecanismos de la transmisión de los cargos ceremoniales. Este flujo vital (tukari) pasa de los antepasados a las nuevas generaciones a través de los abuelos: “El flujo vital fluye de los abuelos a los nietos, uniendo así las generaciones de dos en dos” (Durin y Manzanares, 2008: 673). Las autoras llaman a esto un endeudamiento transgeneracional, donde la vida consiste en un don que al no poder ser devuelto, sólo podrá ser transmitido a las generaciones venideras. Así, los jóvenes al ser presentados por sus abuelos durante la iniciación y al ser reconocidos por sus antepasados quedan en deuda con ellos y por tanto, comienzan a formar parte de la estructura de cargos. El material de estas autoras nos da pie para introducir uno de los artículos que integran este libro. “‘De ellos no’. Ser compadre y compadrepadrino entre los rarámuri: estatus, relaciones y elecciones”, de J. A. Martínez, dedicado al tema del parentesco ritual. Presenta una descripción etnográfica, recurrente en la etnografía rarámuri, de un rito de agregación-denominación que el autor clasifica y califica, siguiendo a sus propios informantes, dentro del sistema del compadrazgo. En el caso rarámuri, como el mismo autor lo comenta, la terminología recíproca entre abuelos y nietos está presente —tal como sucede en el caso analizado por Durin y Manzanares (2008)—. Aquello que resulta interesante es que a partir de un análisis del sistema de transformaciones que considere las terminologías, pero que vaya más allá de éstas, podría ser posible comprender ciertas lógicas de transmisión del conocimiento y del poder en estas sociedades, considerando particularmente sus diferencias. Ya que como bien lo muestra la etnografía de J. A. Martínez, más allá de las redes donde se toman algunos cargos de tipo no jerárquico entre los rarámuri, el compadrazgo configura redes alternativas donde el poder y la jerarquía se expresan manifiestamente no sólo al interior de los plexi rarámuri, sino también en sus interreIntroducción

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laciones con los mestizos que habitan en la región. Jorge Antonio Martínez presenta un cuadro1 (donde aquellos especialistas rituales (owirúame) que otorgan un nombre al recién nacido y que lo presentan a Onorúame —“El que es padre”, deidad identificada con el sol— son tíos-abuelos o abuelos de dichos infantes. El método y los postulados teóricos sobre los sistemas de transformaciones no tienen como finalidad indicar que, en este caso, el vínculo de abuelos-nietos entre huicholes y rarámuri tendría que ser el mismo o tener la misma función, ni mucho menos el mismo origen histórico. Como bien han mostrado C. Bonfiglioli, A. Gutiérrez y M. E. Olavarría (2004), el objetivo es plantear cuestionamientos de los casos específicos de estudio a través de un marco general comparativo. En este caso, podría preguntarse por qué en el contexto presentado por J. A. Martínez el vínculo entre abuelos-nietos forma parte del campo semántico del compadrazgo-padrinazgo y cuál es su vinculación con el campo del poder en la comunidad. Además, podríamos cuestionarnos sobre sus transformaciones en el nivel regional en la Sierra Tarahumara, considerando siempre el huichol como un caso de comparación controlada. Ahora, el artículo de J. A. Martínez nos enlaza con el siguiente estudio dedicado a los yaquis de Sonora, también de corte estructuralista. Dentro de su texto Cruces, flores y serpientes. Simbolismo y vida ritual yaquis (2003), Olavarría dedica un capítulo al tema del parentesco. El objetivo es exponer la relación que existe entre los cinco ya’uram o ámbitos de autoridad y los sistemas parentales, los cuales operan como fundamento social y dan cuerpo, mediante el sistema de mandas y promesas, a una particular manera de ser y de ver el mundo. Una de las aportaciones de esta autora al análisis del parentesco entre los yaquis es señalar que la relación predominante en importancia es la del parentesco espiritual, “puesto que el apelativo natural entre dos adultos vecinos es el de comai y compai, compadre y compadre” (Olavarría, 2003: 189). El papel del padrinazgo-compadrazgo, como una estrategia de vínculo ante la diáspora que sufrieron los yaquis, fue señalado en 1980 por E. H. Spicer (1980). Sin embargo, al utilizar las propuestas de Lévi-Strauss y F. Héritier sobre el tabú del incesto y el intercambio de fluidos para dar cuenta de las relaciones padrino/ahijado y compadre/comadre entre los yaquis, Olavarría abre paso a discusiones sobre temáticas no abordadas en el noroeste de México que vinculan el parentesco y la sexualidad. Así, indica 1

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Véase cuadro 2 en el texto de J. A. Martínez en este volumen.

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que entre los yaquis una regla fundamental para poder ser padrinos es que éstos no tengan ningún tipo de vínculo matrimonial, ya que la alianza entre ellos implicaría un contacto de sustancias y por tanto, una alusión al incesto, que en el caso del parentesco espiritual debe evitarse a toda costa. De tal forma, se busca que las relaciones establecidas en este tipo de parentesco, presente en todo tipo de iniciaciones y en toda la vida ceremonial yaqui, sea de uno a uno. La trascendencia de este tipo de parentesco radica en que estructura sistemáticamente la vida ritual y social, hecho que sucede también entre los mayos (Pablo Pichardo, comunicación personal, 2010). Además, la autora destaca que: “A diferencia de las actitudes entre los aliados, existen reglas formalizadas de conducta […]; y tal como lo refieren los mitos y las creencias, el celo con que se mantiene la prohibición de elegir a una pareja como padrinos en los ritos relativos al ciclo vital, el incesto más penado es sin duda en el que intervienen los compadres” (Olavarría, 2003: 193). Este dato es de gran relevancia, dado que los aportes del artículo de J. A. Martínez sobre este tema entre los rarámuri se dirigen en este mismo sentido. El autor señala que si bien las normas sobre el incesto parecen recaer sobre todos los parientes, simultáneamente parecen no recaer en ninguno. Hecho que vuelve ambigua la situación pues los datos genealógicos muestran que de alguna manera “todos los rarámuri” son parientes de acuerdo con sus propios criterios. Sin embargo, el incesto más penado, condenado y del cual se habla y existen relatos, es aquel que se establece entre compadres. La razón, dirá J. A. Martínez, se debe a que el modelo que sigue la relación de compadrazgo no es aquella que se establece entre afines, como podría ser en nuestro propio sistema de parentesco ritual, sino aquella que se establece entre hermanos. En otras palabras, los compadres son como hermanos. Por ello, no es casual que estadísticamente, en su caso de estudio, las elecciones de los padrinos de los hijos se realicen entre hermanos o entre algún pariente de una generación ascendente. Esto también explica por qué los rarámuri entrevistados niegan haber pedido alguna vez a un mestizo apadrinar a sus hijos, pues esto contradiría la lógica del compadrazgo. Un compadre, para los rarámuri, no es un aliado, es un hermano, con todas las implicaciones sociales que esto tiene. Como documenta el autor, al igual que Olavarría, las terminologías del parentesco espiritual son extensivas y con ellas la prohibición del incesto, lo cual confirma la idea anterior. Finalmente, entre los materiales del Noroeste se cuenta con un artículo que reúne información dispersa contenida en fuentes de segunda mano Introducción

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sobre o’odham (pápagos), o’ob (pimas), yo’oba (guarijíos), yoreme, makurawe (guarojíos), warihós (garijós) y conca’ac (Moctezuma et al., 2003) y que tiene anotaciones interesantes sobre el parentesco, así como un texto sobre terminología entre los seri de Baja California (Moser y Marlett, 1989). Pese al enfoque lingüístico de este último material, nos gustaría resaltar un detalle de no menor importancia. En seri, los términos de parentesco son nominalizaciones de verbos. Por ejemplo, iha hocóa, iha mocóa e iha ocóa derivan del verbo quiya, “saber o conocer”, y todos refieren a “mi pariente” (1a., 2a. y 3a. persona del singular respectivamente). Una expresión más para hablar de un pariente es comcáac quihíin cayáxi, para referirse a personas cercanas que están al final. Los autores del artículo traducen estos términos como “parientes de sangre”. Sin embargo, podríamos preguntarnos si efectivamente ésta es una traducción certera, y en este sentido cuestionarnos acerca de la definición propia que los seri, los huicholes o los rarámuri hacen del parentesco a partir de la etnografía. En palabras de R. Wagner (1975) preguntarnos por cómo definir el campo de lo dado y lo construido, en este caso en los sistemas de parentesco, a partir de los datos registrados en campo y no desde nuestros propios presupuestos. En términos de E. Viveiros de Castro (2006 [2002]), y hablando en particular de la Amazonía indígena, esto se definiría de la siguiente forma: Aquello que está dado —entendido como un hecho per se o natural para traducir a nuestros términos— y que sirve de fondo a la socialidad amazónica es la afinidad; en consecuencia, aquello que debe ser construido socialmente es la consanguinidad a través del cuerpo de los individuos y a través de un cuerpo de parientes, por medio de rituales que implican la ingesta de alimentos, tabaco, semen, leche, etcétera. En contraposición, en nuestra propia noción de parentesco, aquello que está dado naturalmente es la consanguinidad y aquello que debemos construir es el parentesco por afinidad. Mientras que en Mesoamérica se discutía si el papel del parentesco era primario o secundario en la organización social por su definición unilineal o bilateral, en el sur del continente, a partir de la segunda mitad de los años setenta, los estudios de parentesco comienzan a experimentar una expansión que todavía sigue en curso. El momento decisivo fue la ruptura con los modelos clásicos (africanos o australianos) que J. Overing (1977) oficializó de alguna forma en el XLII Congreso de Americanistas. Se reconoce así la necesidad de forjar un lenguaje adecuado para la realidad etnográfica, adentrándose en el parentesco a partir de sistemas más amplios de clasificación social y concepciones cosmológicas más globales (Viveiros de Castro, 2006 [2002]: 106). Indudablemente, hoy día la Amazonía junto 18

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con Melanesia son dos de los focos más interesantes para repensar el campo del parentesco en la antropología, y no es azaroso que en ambos casos se haya decido repensar los modelos clásicos y volver a la etnografía. Una vez ahí, a partir de la etnografía encontrar en ella, más que nuevos modelos teóricos, formas antropológicas alternas a la nuestra con métodos y teorías propias (Viveiros de Castro, 2004), para generar cierto tipo de antropología simétrica (Latour, 2007 [1991]) que nos permita repensar y enriquecer nuestro propio mundo. Esto parece lejano todavía para nosotros. Podría quizá re-comenzarse por la etnografía, como un pequeño paso en este andar. Éste es el objetivo del capítulo de I. Martínez, J. Martínez y N. Naranjo “Para seguir siendo lo que se debe ser. Parentesco, grupos domésticos y migración entre los rarámuri”, de este libro, que presenta un caso de estudio. Luego de trabajar durante tres años, levantando genealogías y analizando datos, y partiendo de una reflexión principalmente inductiva, los autores nos ofrecen una definición de parentesco rarámuri que intenta acercarse a las propuestas antes señaladas y que da cuenta de cómo se experimentan, en parte, algunos de los procesos migratorios que se viven en la región. Este trabajo expone cómo los estudios de parentesco, que siguen una metodología clásica, pueden viajar transversalmente de la mitología del incesto hasta las relaciones interétnicas, pasando por problemáticas como la posesión de la tierra, los procesos históricos de despojo y de instauración de la política ejidal, hasta la expulsión de un gran número de población a las ciudades y su vinculación con los procesos de educación formal en las instituciones del Estado mexicano y en aquellas que son administradas por el clero católico. Hasta este momento no hemos hablado de los estudios de parentesco dedicados a los rarámuri y a los mestizos que habitan la Sierra Madre Occidental, que en su mayoría integran la población del Noroeste de México. Esto no ha sido gratuito, ya que los artículos que conforman el libro que el lector tiene entre sus manos —como ya lo habrá advertido— están dedicados a ellos. Acabemos pues de moldear el marco de este retrato de familia. Los antecedentes del parentesco rarámuri datan de la primera mitad del siglo XX. Sus ejes de estudio fueron la terminología, —en análisis comparativos con otras lenguas yutoaztecas (Beals, 1973 [1932]; Radin, 1965 [1943]; Shimkin, 1941; Passin, 1944)—, así como el sistema de parentesco y su relación con el sistema de actitudes (Basauri, 1929; Bennett y Zingg, 1978 [1935]; Passin, 1943; Fried, 1969; Kennedy, 1963, 1964, 1970 y 1970a). J. Kennedy (1964, 1970) calificó el sistema de parentesco rarámuri como bilateral Introducción

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y del tipo llamado neo-hawaiano, retomando la clasificación de Murdock “por el criterio utilizado en la terminología referente a la prima; por ejemplo, las primas de ambas partes se clasifican junto a las hermanas” (1970: 183). Este autor (Kennedy, 1970: 185), junto con otros (Bennett y Zingg, 1978 [1935]; Shimkin, 1941), anotan que las generaciones se clasifican de acuerdo con el género y la edad como bases de la terminología de parentesco. Sin embargo, como es evidente en los materiales de otros grupos que habitan actualmente el Gran Nayar y el Noroeste, esto no es una particularidad del sistema rarámuri y poco dice sobre él. Por su parte, H. Passin (1943) y J. Fried (1969) señalan que el sistema de parentesco es bilateral, en tanto que la familia ha sido definida bajo el tipo nuclear, es decir, que se conforma por padre, madre y los hijos no casados (Fried, 1969), así como la unidad de reproducción biológica y social (Shimkin, 1941). Todos estos elementos son discutidos como antecedentes, a partir de datos etnográficos, en el artículo de I. Martínez, J. Martínez y N. Naranjo en este libro, hecho que es una aportación a la etnología de la región. Sumado a esto, en dicho trabajo también se integran las terminologías recopiladas hasta ahora por todos estos autores, presentando una base de datos que otros investigadores, particularmente los lingüistas, podrían utilizar. Sobre las variaciones regionales identificadas en los sistemas terminológicos, puede señalarse que la diversidad intrarregional no sólo se presenta en este ámbito. Se ha documentado en el ritual (Merrill, 1988), la lengua (Valiñas, 2001) y el vestido (Aguilera, 2005), entre otros. Al respecto, Kennedy señala que los términos anotados por “Bennett y Zingg, Passin y Radin y otros no aparecieron en las genealogías [que él levantó] y eran totalmente desconocidos por las personas a quienes se interrogó” (1970: 185). De la misma manera Passin (1943) explica las divergencias entre sus datos y los de Radin, y los obtenidos por Bennett y Zingg, debido a una probable variabilidad regional. No comentaremos los detalles que estos autores, particularmente Bennett y Zingg y Kennedy, proporcionan sobre la relación entre la terminología y el sistema de actitudes, puesto que es en gran medida el contenido del artículo de I. Martínez, J. Martínez y N. Naranjo en este libro. Sólo haremos un señalamiento sobre las relaciones de afinidad, poco tratadas en dicho texto. Kennedy indica que los términos esposo (kunára) y esposa (upíla) se extienden a los cónyuges de los parientes o a los hermanos de los cónyuges. Todas las esposas de los hermanos, de los primos, las hermanas de la esposa y sus primas, son llamadas concretamente upíla o esposa. Es la palabra que se 20

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usa en broma, utilizándose con mayor frecuencia para los parientes políticos. Todas las mujeres a las que se les llama esposa responden con el término utilizado para el esposo: kunára o unára (esposos de las hermanas, esposos de las primas, hermanos del esposo y primos del esposo) (1970: 186).

Tales vínculos fueron material de reflexión de diversos autores como Passin (1944), Bennett y Zingg (1978), Fried (1969) y Shimkin (1941), quienes también los identificaron como una conducta de parentesco desarrollada en las reuniones colectivas donde se bebe cerveza de maíz o teswino, conocidas como “teswinadas”, y particularmente entre parientes de género opuesto. Kennedy (1964 y 1970a) fue quien desarrolló dos trabajos al respecto. En ambos su objetivo es cuestionar las teorías desarrolladas para explicar las relaciones jocosas, dado que sus datos no corresponden a ellas. Este autor discute las propuestas de Eggan y Murdock, quienes atribuyen las relaciones jocosas a un tipo de catarsis emocional y sexual. Para Kennedy las tensiones sociales no generan las relaciones de conducta jocosas, antes bien recrean alianzas ya existentes. La violencia no estructura la relación jocosa, sino la amistad, la identificación y el ser compañeros. La broma en el caso tarahumara sirve para mediar y crear una relación entre categorías de parentesco distantes, fuera del grupo familiar nuclear (Kennedy, 1964). Aquello que podría resaltarse es que este tipo de vínculos se desarrolla entre cuñados, así como entre abuelos-nietos. Recordemos que esta relación, caracterizada en la terminología rarámuri, huichola y en otras más que hemos indicado en este escrito, por ser recíproca entre los sujetos a los que hace referencia, es parte fundamental de la estructura social de estos pueblos. En consecuencia, el material trabajado por Kennedy podría ser una clave que diera cuenta de estas estructuras parentales. Sobre las formas de alianza, ocupación del territorio y crianza también dejaremos el espacio para los artículos que a continuación siguen. En el primer caso, el texto de I. Martínez, J. Martínez y N. Naranjo presenta algunas hipótesis sobre la noción de parentesco rarámuri y la definición de incesto desde un contexto mítico y sociológico que considera las relaciones de alteridad interétnicas. En el segundo caso, N. Naranjo, en “Expresiones de la cosmología rarámuri: procesos de maternidad y crianza”, presenta una etnografía detallada sobre la crianza, el proceso de maduración y crecimiento de los cuerpos y las almas rarámuri. La noción de maternidad, así como las experiencias a las que se han enfrentado y se enfrentan las mujeres rarámuri a las que entrevistó, en su vinculación con la medicina Introducción

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alópata y los centros de salud del Estado y los administrados por el clero católico. Sumado a ello, la autora nos ofrece una descripción de los grupos domésticos, así como parte de sus historias de vida que dan cuenta de su experiencia como madres y de la particularidad cultural que esto tiene en el mundo rarámuri. El capítulo de Oseguera aborda el régimen de la herencia y la sociedad de ranchos entre la población de origen europeo que, desde mediados del siglo XVII, ocupa amplias regiones de la Sierra Madre Occidental. Dedicados a la explotación minera y, posteriormente, a la crianza de ganado vacuno, estas poblaciones caracterizadas, en un primer momento, por la endogamia racial como estrategia de concentración de la riqueza, al cabo del siglo XIX vivieron el cambio del régimen de herencia troncal por el de la repartición de la riqueza a partes iguales entre los descendientes. Ello condujo a una fragmentación del patrimonio pero, al mismo tiempo, al reconocimiento del apellido y la cercanía espacial como mecanismos de identificación y persistencia. Andrés Oseguera adelanta la hipótesis en el sentido de que la sociedad de ranchos, al estar centrada en los principios del matrimonio anisógamo como estrategia política y territorial, aunados a una rígida jerarquización, es susceptible de ser explicada a partir de la teoría de la maison y de la société à maison desarrollada por Lévi-Strauss. Más allá de encontrar una tipología, Oseguera afirma que los ranchos, al constituirse como personas morales, se rigen bajo una lógica diametralmente opuesta a la de los pueblos indígenas organizados en rancherías. El carácter dinámico que impera en la ranchería —asentamiento indígena atípico previo a la llegada de los conquistadores— se observa en estas agrupaciones de varias familias viviendo en una relativa proximidad, entre las cuales prevalece una amplia movilidad, particularmente de niños, como lo muestra el estudio de N. Naranjo en el presente volumen. El conjunto de los cuatro capítulos que conforman este libro permite observar, desde una perspectiva comparativa, algunos de los principios generales que gobiernan el paisaje étnico cultural de la Sierra Madre Occidental. Cabe mencionar que rancheros y rarámuri no son los únicos habitantes de la región serrana, la población mestiza ocupa otro espacio, cultural y socialmente diferenciado frente a rancheros y rarámuri, igualmente estratificado, pero menos impermeable que la sociedad de rancheros. Tal como se muestra en los estudios de I. Martínez, J. A. Martínez y N. Naranjo, de J. A. Martínez y de N. Naranjo, no son raros los matrimonios entre rarámuri e individuos considerados mestizos. Los matrimonios entre rancheros y rarámuri no son siquiera concebibles y, por otra parte, faltaría explorar la posi22

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bilidad de relación entre rancheros y mestizos. A partir de las afirmaciones de Oseguera es posible pensar que estas últimas dependerían de la ideología racista prevaleciente, centrada en las nociones de pureza de sangre y del color de la piel. La exclusión reinante entre la población de origen europeo y rarámuri aparece ya en los documentos coloniales, en los cuales el término “nación” es empleado como un instrumento de diferenciación y separación, con una connotación cercana a las actuales de etnia y grupo étnico. A pesar de sus contrastes, es posible observar a lo largo de la conformación histórica de la sierra, que los pueblos de misión, formados con la intención de concentrar a los indígenas que vivían desperdigados en sus rancherías, al ser descubiertos los minerales y fundadas las haciendas, devinieron en asentamientos con población española. La antigua misión, al poblarse de avecindados, se convirtió así en el pueblo en el que confluyen, sin interrelacionarse, los grupos étnicos culturales aludidos. Oseguera distingue, en general, dos tipos de organización social correspondientes a las dos poblaciones distintivas, conformados con base en el modelo de la familia nuclear: el rancho y la ranchería. A diferencia del tipo de asentamiento indígena caracterizado por la movilidad, la familia en el rancho se establece aun cuando la actividad minera ya no resulta rentable, quedando así los ranchos habitados por los empresarios y aventureros dedicados principalmente al comercio y a la ganadería. En lo que toca a los rancheros, se intensifican las marcas de la diferenciación por medio del énfasis en la continuidad e importancia del apellido, de la transmisión patrimonial y de la noción de sangre como la depositaria de las características deseables de la población blanca. Podría afirmarse, pues, que el paisaje étnico de la sierra presenta un sistema con dos polos excluyentes entre sí: el rancho y la ranchería, entre los cuales impera la no mezcla y la asimetría totales. Tal como muestra Oseguera, la descendencia legítima de los blancos es exclusiva de los matrimonios endógamos; los varones rancheros transmiten la pertenencia al grupo de manera exclusiva a su propia descendencia, y aun cuando las relaciones sexuales con mujeres no rancheras es tolerada, la eventual descendencia producto de estas relaciones nunca será reconocida. Una de las marcas de este sistema, además de su polaridad y su mutua exclusión, es el hecho de que cada uno de los extremos responde a una lógica dispar, que abarca desde la esfera de la reproducción económica hasta el sistema de creencias que sustenta el sentido de la vida. Así, mientras el sistema de los ranchos se centra en la familia restringida, la población rarámuri se organiza en cuatro niveles socioespaciales diferenciados, cada uno Introducción

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de ellos caracterizado por el dinamismo y la “falta de congregación territorial”: el rancho, la ranchería, el pueblo y la red de teswino (Sariego, 2009). La herencia unipotestal de la familia troncal de los blancos, que constituyó durante dos siglos el mecanismo de transmisión del patrimonio, contrasta con la repartición de la tierra a todos los descendientes sin distinción de sexo, dispositivo de partición predominante en las rancherías rarámuri. En lo que corresponde al sistema de creencias, sería deseable ahondar en investigaciones subsecuentes sobre los significados de la noción de la sangre como la esencia que define, desde el punto de vista ranchero, a un hombre o a una mujer “de razón”; frente a los rarámuri que se conciben, ante todo, como un “ser de”, como personas construidas a través de un recorrido, de un itinerario o de un “caminar” que desemboca en la muerte física. A diferencia de la sangre y el apellido que son determinantes, aun antes del nacimiento, la pertenencia a una familia y las características de una persona “de razón”, el rarámuri sólo alcanza su cometido tras haber seguido su camino y no haber dejado a lo largo del mismo su sustancia y partes corporales, pues todo ello le permitirá a la hora de su muerte, en su funeral, reciprocar a su abuelo, el apalochi, en virtud de la simetría que coloca a ambos parientes al inicio y al fin de la vida. Indudablemente, los estudios de parentesco nos presentan múltiples cuestionamientos y formas de repensar, no sólo la etnografía, sino nuestros propios marcos conceptuales y nuestra propia antropología. Este retrato de familia que hemos intentado describir es mucho más —esperamos haberlo mostrado— que una “extraña idea de familia, viajando a través de la carne”. Son por el contrario múltiples posibilidades de reflexionar sobre las lógicas de parentesco y poder en los mundos indígenas y en nuestros propios mundos. Dado que el presente libro está dedicado a poblaciones que habitan actualmente el estado de Chihuahua, y con el fin de no repetir la información en el contenido de los artículos, a continuación presentamos un panorama introductorio de la Sierra Tarahumara. Esta región cuenta con aproximadamente 60 mil km2 (Sariego, 2002) y está constituida por 17 de los 67 municipios chihuahuenses. Para el año 2005, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que 72,461 personas de cinco años y más eran hablantes de la lengua rarámuri (INEGI, 2008). Al interior de este grupo humano que se autoidentifica como rarámuri, existe una división interétnica entre pagótame (bautizados) y gentiles o cimarrones, la cual es marcada 24

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principalmente por el bautismo católico. En ambos casos el patrón de asentamiento es disperso bajo la forma de ranchería, dando forma a un sistema de residencia donde la movilidad es uno de los fundamentos. La ranchería organiza el espacio en un conjunto de casas con tierra de cultivo que no rebasa un número de veinte viviendas, cada una de ellas puede estar separada por algunos metros o incluso por kilómetros. El ejido de Norogachi fue creado por resolución presidencial el 12 de julio de 1929 y se ubica a 70 km de la cabecera municipal. En términos de infraestructura, el pueblo de Norogachi concentra los servicios de salud y educación básicos de los que carecen las rancherías aledañas. La población aproximada de este ejido es de 2,600 habitantes, según la base de datos del INEGI (2008), quienes en su mayoría son rarámuri dispersos en las cincuenta y dos localidades que lo conforman. Los rarámuri conviven cotidianamente con los mestizos o chabochi, término que utilizan los rarámuri de forma despectiva para referirse a los mestizos. La zona de Norogachi ha estado vinculada con los programas gubernamentales y ha tenido, a lo largo de la historia, una presencia muy marcada de misiones católicas, lo que se refleja en la infraestructura y servicios. El pueblo de Norogachi cuenta con luz eléctrica, alumbrado público, agua llevada a las casas por mangueras, una biblioteca con computadoras e internet, y dos escuelas primarias: una federal y la otra a cargo de la Congregación de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, que da servicio de internado y no internos, a la que asisten mayoritariamente rarámuri. También hay una clínica de salud de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de San Carlos Borromeo que da atención desde 1963 y la Unidad Médica Rural IMSS-Oportunidades desde 1979; de igual forma se encuentra un Centro de Desarrollo Nutricional y Albergue Materno-Infantil. Se localiza en Norogachi una iglesia dedicada a Santa María del Pilar y hay un gran número de tiendas que venden desde alimentos básicos hasta materiales de construcción. Todos estos servicios y construcciones son inexistentes en las rancherías aledañas; sin embargo, en algunas encontramos escuelas primarias del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) que dan educación básica en tarahumara y español. Actualmente la carretera de terracería que conecta a Norogachi con Rocheachi, punto en el que este camino converge con la carretera que une Creel con Guachochi, está siendo remplazada por una carretera pavimentada que conectará a Norogachi y ranchos aledaños con Nonoava, donde entroncará con la carretera a Chihuahua. Esto reducirá el tiempo de traslado de Norogachi a Chihuahua de diez a cinco horas. Introducción

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!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!México

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Estado,de, Chihuahua

Chihuahua

Juárez

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FIGURA 1

Poblado,de,Norogachi

Municipio,de, Guachochi

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FUENTES CONSULTADAS Bibliografía y hemerografía AGUILERA, Sabina, La faja ralámuli, un entramado cosmológico, tesis de licenciatura en antropología social, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2005. AGUIRRE BELTRÁN, G. y Ricardo Pozas, Instituciones indígenas en el México actual. Métodos y resultados de la política indigenista en México, Memorias del Instituto Indigenista, México, vol. VI, 1954, pp. 171-272. AMBRIZ, María de los Ángeles, “Lo ético y lo émico en un sistema de parentesco de los tepehuanos del sur”, Dimensión antropológica, año 9, vol. 24, 2002, pp. 77-111. BASAURI, Carlos, Monografía de los tarahumares, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1929. BEALS, Ralph, Ibero-Americana: 2, The Comparative Ethnology of Northern Mexico Before 1750, Nueva York, 1973 [1932]. BENNETT, Wendell C. y Robert M. Zingg, Los Tarahumaras. Una tribu india del norte de México, México, Instituto Nacional Indigenista, 1978 [1935]. BONFIGLIOLI, Carlo, Arturo Gutiérrez y María Eugenia Olavarría, “De la violencia mítica al ‘mundo flor’. Transformaciones de la Semana Santa en el norte de México”, Journal de la Société des américanistes, Musée de l’homme, París, 2004, pp. 57-91. , “Las vías del noroeste: Hacia una perspectiva sistémica de una macrorregión indígena americana”, en Carlo Bonfiglioli, Arturo Gutiérrez y María Eugenia Olavarría (eds.), Las vías del noroeste I: Una macrorregión indígena americana, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, pp. 15-32. DURIN, Séverine y Alejandra Manzanares, “Ser jicarero para pagar una manda. De la importancia de la relación entre teukari en la reproducción social wixárika”, en Carlo Bonfiglioli, Arturo Gutiérrez, Marie-Areti Hers y María Eugenia Olavarría (eds.), Las vías del noroeste II: propuesta para una perspectiva sistémica e interdisciplinaria, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 2008, pp. 661-675. FRIED, Jacob, “The Tarahumara”, en Evon Z. Vogt (ed.), Handbook of Middle American Indians 8, Texas, University of Texas Press, 1969, pp. 846-870. INEGI, “Estadísticas a propósito del día mundial de la población”, datos Chihuahua, 2008, disponible en www.inegi.org.mx JÁUREGUI, Jesús et al., “La autoridad de los antepasados. ¿Un sistema de organización social de tradición aborigen entre los coras y huicholes?”, en Saúl Millán y Julieta Valle (coords.), La comunidad sin límites. Estructura social y organización comunitaria en las regiones indígenas de México, vol. III, México, INAH, 2003, pp. 113-216.

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Índice

INTRODUCCIÓN. RETRATO DE FAMILIA. LOS ESTUDIOS DEL PARENTESCO EN EL NOROESTE DE MÉXICO O LA IMAGEN DE UN PARIENTE LEJANO Isabel Martínez, María Eugenia Olavarría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuentes consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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PARA SEGUIR SIENDO LO QUE SE DEBE SER. PARENTESCO, GRUPOS DOMÉSTICOS Y MIGRACIÓN ENTRE LOS RARÁMURI Isabel Martínez, Jorge Antonio Martínez, Nashielly Naranjo . . . . . . . . . Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Términos de parentesco y filosofía amerindia . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Qué es un pariente y una familia para los rarámuri? . . . . . . . . . Movilidad y migración: más allá de la sierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Anexo I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Anexo II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Anexo III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuentes consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

31 31 34 53 78 90 92 93 97 108

“DE

ELLOS NO”.

SER

COMPADRE Y COMPADRE-PADRINO

NOROGACHI. ESTATUS, RELACIONES Y ELECCIONES Jorge Antonio Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El compadrazgo y padrinazgo en la antropología . . . . . . . . . . . . . El sistema de compadrazgo-padrinazgo entre los rarámuri de Norogachi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuentes consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ENTRE LOS RARÁMURI DE

GRUPOS RESIDENCIALES Y CICLO DE VIDA EN NOROGACHI Nashielly Naranjo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

111 111 124 140 142

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Grupos residenciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ciclo de vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuentes consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . LA

SOCIEDAD DE RANCHOS EN

CHIHUAHUA:

145 146 154 171 172

RELACIONES FAMILIARES

Y FORMAS DE REPARTICIÓN DE LA RIQUEZA ENTRE LOS BLANCOS DE LA SIERRA MADRE OCCIDENTAL Andrés Oseguera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las formas básicas de organización entre indígenas y “blancos”. El rancho y las reglas de perpetuación de la riqueza . . . . . . . . . . La sangre como expresión simbólica de la diferencia entre rancheros e indígenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Infidelidad, enamoramiento y matrimonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las sociedades de rancho en la Sierra Madre Occidental . . . . . . . Anexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuentes consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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