Estudios históricos sobre las mujeres en México

May 23, 2017 | Autor: M. Herrera Feria | Categoría: Mexico History, Historia social de las mujeres
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Descripción

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Estudios históricos sobre las mujeres en México

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Estudios históricos sobre las mujeres en México

María de Lourdes Herrera Feria (Coordinadora)

BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras Vicerrectoría de Investigación y Estudios de Postgrado Dirección de Fomento Editorial MMVI

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BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA Roberto Enrique Agüera Ibáñez Rector José Ramón Eguíbar Cuenca Secretario general Pedro Hugo Hernández Tejeda Vicerrector de investigación y estudios de posgrado María Lilia Cedillo Ramírez Vicerrectora de extensión y difusión de la cultura Carlos Contreras Cruz Director editorial FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS María del Carmen Romano Rodríguez Directora Rodolfo Becerra Mora Secretario académico Alejandro Palma Castro Secretaria de investigación y estudios de posgrado Facundo Arias González Secretario administrativo Gabriel Montes Sosa Secretario particular de la dirección

Primera edición: 2006 ISBN: 968 863 838 2 D.R. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Facultad de Filosofía y Letras Av. Don Juan de Palafox y Mendoza 229 Centro; Puebla Pue. c.p.: 72000, tel. (222) 2295500 ext. 5425 correo electrónico: [email protected] Impreso y hecho en México Printed an Made in Mexico

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ÍNDICE

Palabras preliminares María del Carmen García Aguilar ................................................. 9 Introducción María de Lourdes Herrera Feria .................................................. 11 I. LAS ANTIGUAS MEXICANAS Las mujeres de la elite maya en el Clásico María J. Rodríguez Shadow ........................................................ Cihtin, las antiguas mexicanas María del Pilar Paleta Vázquez .................................................... Malinali, una reinterpretación cultural Ana M. Fernández Poncela .......................................................... La entrega y el bautismo de las doncellas tlaxcaltecas: las primeras reacciones ante el cristianismo Angélica Rodríguez Maldonado ...................................................

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II. NOVOHISPANAS ILUSTRADAS Y REBELDES Sexualidad y mitos en el México colonial Marcela Suárez Escobar .............................................................. 79 Bruja, supersticiosa o ignorante Indira Dulce M. Palacios García .................................................. 89 Gerónima de Rioja, una viuda en el siglo XVII: la condición y representación jurídica de la mujer en la Nueva España Raúl Aguilar Carbajal y Julieta de la Torre Herrera .................... 103 Sor María de Jesús Tomellín: el ideal de mujer novohispana Virginia Hernández Enríquez .................................................... 115

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Enfermedad y control social. Mujeres en el Veracruz colonial Mayabel Ranero Castro ............................................................. 129 La Maruca, una vecina rebelde de Tacubaya en el siglo XVIII Martha Eugenia Delfín Guillaumin ........................................... 149 III. TRABAJO, EDUCACIÓN Y SEXUALIDAD FEMENINA EN EL SIGLO XIX Mujer y trabajo en el siglo XIX: el ángel del hogar vs. la prostituta Fernanda Nuñez Becerra ........................................................... 163 La zona de las margaritas: las meretrices en la segunda mitad del siglo XIX en México Guadalupe Ríos de la Torre ....................................................... 179 La mujer de la frontera norte en el siglo XIX. Un estudio en base a testamentos María del Carmen Tonella ......................................................... 189 La educación de las mujeres zacatecanas durante el régimen porfirista Norma Gutiérrez Hernández...................................................... 209 La Escuela Normal para profesoras en el Estado de México. Un espacio para la formación de las mujeres, 1891-1910 María del Carmen Gutiérrez Garduño ........................................ 227 Huérfanas, nodrizas y profesoras poblanas a finales del siglo XIX María de Lourdes Herrera Feria ................................................ 251 Historia, raza y género en el fin de siglo poblano, 1894-1906 Carmen Ramos Escandón .......................................................... 269 IV. TRANSGRESORAS DEL SIGLO XX La Mujer Moderna: una revista feminista y revolucionaria, 1915-1917 María Elizabeth Jaime Espinoza ................................................ 285 Sexualidad y género: motivos de Estado. México 1920-1935 Elsa Muñiz García ................................................................... 297 Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora: una propuesta de las comunistas para educar a las mujeres en México, 1935-1940 María de Lourdes Cueva Tazzer ................................................. 311

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1953: Las mujeres poblanas y el derecho al voto. Significados preliminares Ana María Huerta Jaramillo ..................................................... Junto a un gran obrero, una gran mujer. Historias de mujeres en un entorno fabril de Tlaxcala Blanca Esthela Santibañez Tijerina ............................................ Elena Garro: de la rebeldía al ostracismo María del Carmen García Aguilar ............................................. De la casa a la democracia. Las mujeres y sus experiencias en el 68 mexicano Gloria A. Tirado Villegas ...........................................................

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V. FUENTES PARA LA HISTORIA DE LAS MUJERES El recurso de la oralidad en los estudios de género: historias para contar Gabriel Montes Sosa ................................................................. Fuentes documentales en el Archivo General Municipal de Puebla para el estudio de las mujeres. Siglos XIX y XX María Eugenia Cabrera Bruschetta, Leticia López Gonzaga, Felícitas Ocampo López, Rocío del Carmen Gómez Hernández, Silvia Meza León, Paulino Fuentes Solar y Oscar Alejo García ......... Las fuentes, los centros y los fondos documentales sobre las mujeres en México Elva Rivera Gómez ................................................................... Fuentes hemerográficas: Mujeres en la prensa oficial poblana, índice preliminar, 1849-1890 María de Lourdes Herrera Feria, con la colaboración de Lucero Rodríguez Velázquez y Ubaldo Hernández Flores ..........

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Comentarios finales María del Carmen García Aguilar ............................................. 467 Autoras/es ............................................................................... 479

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PALABRAS PRELIMINARES

Historiar la vida de las mujeres a través de su producción, acción y

pensamiento, desde la mirada de otras mujeres, es un proceso detallado y complicado; la complejidad deviene de las particularidades que conlleva la propia investigación, ya que la historia de las mujeres requiere no sólo la búsqueda de nuevas fuentes, sino de un trabajo pormenorizado de reinterpretación y resignificación. Este tipo de trabajo, que se ha realizado ya desde hace algunas décadas, tomó un nuevo impulso con el uso de la categoría de género, como instrumento de análisis y concepto histórico que permite una función reguladora de la identidad de las mujeres y de los hombres. Esta forma de investigación hizo posible tanto hacer visible la producción de las mujeres, desde los diferentes ámbitos del quehacer humano, como llevar al cabo nuevas búsquedas de ésta productividad, partiendo de parámetros diferentes a los tradicionalmente utilizados para esta tarea, como pueden ser la búsqueda y /o relectura de cartas, diarios, historias familiares y personales. Las recientes investigaciones sobre las identidades de género, sus formas de relacionarse con las representaciones culturales históricamente específicas que las determinan, han permitido un conocimiento más amplio de la humanidad en su conjunto y en sus relaciones. Pero para desarrollar agudamente un trabajo de este tipo, hay que partir de la consideración de que la historia ha sido parcial, en el sentido de que la participación y producción de las mujeres ha estado excluida de la misma, pues no se refleja, hasta ahora –—salvo los ejemplos consabidos—, la producción y la existencia de las mujeres. De ahí la necesidad no sólo de ir develando este aspecto de invisibilidad y olvido del desarrollo de la humanidad, sino ir reconstruyendo, a través de las investigaciones de la historia de las mujeres, una historia de la humanidad que reúna los acontecimientos, procesos, relatos en donde se destaque ampliamente la participación de las mujeres. Para lo cual, es necesario poner a la luz el que-

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PALABRAS PRELIMINARES

hacer de las mujeres, sobre todo el de aquellas que de alguna manera han pasado desapercibidas en la historia, sin olvidar desde luego, aquellas que ya figuran en la misma. Este texto, Estudios históricos sobre las mujeres en México, tiene particularmente un sentido colectivo de género, sentido que sabemos está inscrito en los nuevos paradigmas sociales que permiten restar la invisibilidad de las mujeres, y presentar aspectos reformadores y reparadores sobre el quehacer de las mujeres. Los ensayos que conforman este libro muestran no sólo la presencia de las mujeres en diversas épocas de la historia, sino que también son escritos por mujeres y por algunos varones, que comparten nuestros intereses y objetivos, de tal manera que presentamos un conjunto de conocimientos, datos, referencias que pueden contribuir, tanto a conformar una perspectiva diferente del quehacer y producción de las mujeres, como a participar en la construcción de la historia equitativa de la humanidad. Cada persona, circunstancia y tiempo descritos en estas páginas, intenta dar voz a los miles de silencios de las mujeres en la historia mexicana. La fluidez y la objetividad de todos ellos tienen, de alguna manera, que contribuir a que no ocurran más sigilos, retrocesos, omisiones y olvidos. Las mujeres consideradas, hasta hace poco y tradicionalmente, como meras generadoras de la vida y relegadas a las tareas de cuidado y atención del mundo doméstico, a través de éstas páginas y muchas otras escritas desde hace ya tiempo, presentan como particularidad el tener una plena conciencia de ir más allá de esta condición. De una u otra forma encontramos “atajos”, “puertas escondidas”, “caminillos”, o “disimulos” por los que algunas mujeres han intentado vivir su vida de una forma libre y digna como principios ineluctables de la condición humana desde su propia construcción de género. En este sentido el trabajo histórico se vuelve imprescindible para ir construyendo esa otra parte olvidada de la historia: la historia de las mujeres y con la cual, a través de este trabajo, pretendemos contribuir. Es necesario destacar que el texto representa también un reconocimiento de los principios, ideas, sugerencias, argumentos, ánimos, impulsos y estímulos recibidos de diversas personas que han coincidido con nosotras en la importancia y la necesidad de destacar el trabajo y el pensamiento de las mujeres en la historia. Mtra. María del Carmen García Aguilar

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INTRODUCCIÓN

La tradición historiográfica que ha centrado su indagación en los

hechos relevantes de hombres notables, ha tenido que conciliar, en los últimos tiempos, su perspectiva con nuevos paradigmas que proponen atender la existencia y la trascendencia de gente común y corriente, así como el papel de su experiencia cotidiana en el ámbito de lo social. Historiadores que abordaban una gran diversidad de períodos, temas y motivos han vislumbrado las posibilidades que ofrece la exploración del pasado desde el punto de vista de seres, entre los que indiscutiblemente se cuentan las mujeres, cuya existencia se ignora, se da por supuesta o se menciona de pasada en el conjunto principal de los hechos calificados de históricos. Este cambio de perspectiva sugiere consecuencias epistemológicas que exigen nuevos combates por la historia, en la medida que reformulan las bases teóricas de una práctica científica. La constante crítica y revisión de aportaciones y postulados, ya por escuela, ya por especialidad que han hecho de la historia una disciplina científica ascendente, actualmente confronta en el debate historiográfico general a quienes ensayan a escribir la historia de las mujeres, avanzando y retrocediendo, tanteando y abonando el terreno de lo paradigmático. Hasta hace poco los conceptos que marcaron la historiografía han surgido de historias hechas de, por, y para hombres, entre otras razones por la tendencia a identificar como único ámbito de las acciones humanas a la esfera de lo público y porque en estas sociedades ha sido incuestionable la hegemonía masculina, y eso incluye a las nuevas tendencias, como por ejemplo, la nueva historia cultural, la microhistoria, e incluso el giro lingüístico, de tal manera que sólo la adopción de nuevas categorías de análisis, de nuevos criterios de periodización o de determinados aportes epistemológicos e historiográficos de la historia de las mujeres, pueden modificar al-

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INTRODUCCIÓN

gunas reglas del juego, para devenir en paradigmas comúnmente aceptados, compartidos. Sin embargo y aún cuando no se asuman colectivamente determinados paradigmas de la historiografía feminista, los historiadores y las historiadoras con visión e ilusión del futuro hemos de considerar, en nombre de la ciencia, en nombre de la racionalidad, ciertamente, de una nueva racionalidad en nuestra disciplina y de su renovación, las contribuciones de la historia de las mujeres a la historia en general, empezando por el descubrimiento y puesta en valor del sujeto femenino que constituye, nada menos, que la mitad de la población mundial. Así, la historia de las mujeres es síntoma, causa y consecuencia del cambio de paradigmas que estamos viviendo. En el siglo XX tuvieron lugar dos grandes hechos subversivos, tanto en la historiografía como en la sociedad. El primero fue la emergencia de las clases obreras y populares, gracias al empuje del marxismo, y viceversa. La segunda gran subversión es la historia de las mujeres, que gracias al ímpetu del feminismo, se ha incorporado a las grandes tendencias historiográficas. Ahora bien aunque el feminismo planteó el reto de construir una historia que proporcionara heroínas, pruebas de la actividad de las mujeres, explicaciones de la opresión y móviles para la acción, lo cierto es que la historia, como disciplina, respondió con creces y ha superado los fines utilitarios que le asignaba la militancia política al constituir una línea de trabajo que amplió su campo de interrogantes y, al pretender cumplir con la tarea de documentar todos los aspectos de la vida de las mujeres, adquirió un impulso propio, más allá de la política. En este sentido, la escritura de la historia sobre las mujeres en México ha compartido el rumbo de la historiografía occidental; de la revisión de la historiografía de la mujer en México, se desprende que en la narración de los hechos del pasado, la presencia de las mujeres sólo puede desagregarse cuando su existencia se asocia con valores culturales, positivos o negativos, que las convierten en personajes de la historia, sólo así se justifica que en los testimonios y su posterior análisis se otorgue especial atención a la figura de Doña Marina, para unos, o de la Malinche para otros, sobre la experiencia de los miles de mujeres que sufrieron o vivieron el momento de la conquista española. En la época colonial, las mujeres obtienen un lugar en crónicas y registros, en la medida que sus vidas puedan calificarse de ejemplares, pues la práctica de virtudes cristianas a favor de los pobres, los

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desvalidos o los enfermos, las identifica como devotas de valores religiosos y morales y las hace dignas de pasar a la historia, gracias al género biográfico que ejercitaron con fruición los hombres y mujeres de la época, si bien hay que decirlo, las biografías escritas por hombres se dieron a la estampa y por tanto, a la posteridad, mientras que las escritas por mujeres quedaron en calidad de manuscritos, muchos de ellos, hoy inaccesibles. De esta época nos quedaron biografías y autobiografías, además de sermones funerarios o panegíricos cuyo formato exige un método crítico de análisis, que ya ha sido explorado, para lograr dar cuenta de la vida de las virtuosas, mientras que de la vida de las mujeres que se extraviaron en los caminos de la perdición sólo encontramos noticia en la historia de establecimientos e instituciones destinadas a socorrerlas, cubriendo con el “velo del recato” su destino. Dar forma y sustancia a los números y nombres con los que quedaron vagamente registradas en la listas de ingreso en casas de asistencia, recogimientos y hospitales es una tarea que se inició con mucha fortuna en algunos casos, pero en otros, la escasez de fuentes para el largo y ancho territorio nacional, la ha convertido en una tarea pendiente que aún clama por mentes hábiles y curiosas que rescaten su presencia y su esencia. El advenimiento del romántico siglo XIX, con los vaivenes políticos aparejados a la surgimiento de la nación, imprimió nuevas marcas a la historiografía de la mujer mexicana aunque la oficiosa práctica de confundir la historia con la política, al grado de periodizar nuestra historia conforme al ritmo de los acontecimientos políticos, devino en hacer solamente la historia de aquellas mujeres que tuvieron un papel destacado en el proceso de construcción de la nación lo cual resulta comprensible si atendemos la vocación de la historia por registrar no sólo lo que permanece, sino sobre todo, lo que cambia. La acción de las mujeres que conspiraron a favor de la independencia política de México o que impulsadas por un fervor patrio tuvieron alguna participación en la definición del rumbo de la nación representó la ruptura de la serie, su comportamiento fue lo heterogéneo frente a la homogeneidad de las acciones que se les habían atribuido y por las cuales se les había reconocido. Así, la indagación histórica encontró el modo y la ocasión para rescatar del anonimato la presencia femenina, pues la atención puesta en historiar esa presencia por sus valores, por sus atributos o por su actuación marcó nuevos derroteros; la historia ya no se avino a documentar solamente la ruptura de la serie, armada con nuevos

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INTRODUCCIÓN

recursos teóricos y metodológicos dirigió su mirada al conjunto, a esa mitad de la población que podía ser identificada en un terreno abonado por las pretensiones del liberalismo y sus instituciones que argumentaban a favor de la conveniencia de la ilustración de la mujer. En este punto las aportaciones de la historia de la educación en México ha logrado desbrozar del camino, pues su contribución recupera la presencia de las mujeres en diferentes aspectos de la vida social al mostrar cómo desde la segunda mitad del siglo XIX mexicano fue patente el interés de incorporar a la mujer al ámbito educativo: el acceso a la educación escolarizada, preparó el terreno para su arribo a otros espacios públicos, al mundo de la participación política y al del trabajo técnico y profesional a lo largo del siglo XX. En el último siglo del segundo milenio, la construcción de una historiografía nacional interesada en indagar el ámbito de lo público y de lo privado se ha ocupado de describir e interpretar la fuerza y el alcance de la presencia femenina en la sociedad. Aunque en sus primeras etapas el trabajo historiográfico en torno a las mujeres se ha dedicado a sacar del anonimato su actuación desde líneas de trabajo específicas como la historia de la cotidianidad o de la sexualidad, de la familia o de las mentalidades, aún está pendiente un esfuerzo nacional, lento y sostenido, que permita rescatar y organizar nuevas fuentes de información y reinterpretar las ya existentes, desagregando del conjunto la presencia de las mujeres, para esclarecer el ensanchamiento del campo de estudio de la historia social por la inclusión de la reflexión en torno al concepto de género como una categoría histórica, que dé cuenta de la participación femenina como sujeto de la historia. Con estos afanes hemos reunido textos que han sido expuestos a la curiosidad de versados, legos y profanos en foros y seminarios académicos que giran en torno a una temática que exhibe un vigor renovado al principio del tercer milenio; pertenecen a diversos géneros de la escritura histórica: reflexiones sobre fuentes y métodos, estudios de casos, comentarios y balances historiográficos que abordan diferentes períodos desde enfoques disciplinarios diversos, y sin embargo, al menos eso esperamos, mantienen una coherencia que proviene de su unidad temática: la historia de las mujeres en México. La amplia gama de temas en torno a la condición femenina y su transformación social y cultural en la sociedad mexicana, por razones operativas, se agruparon cinco apartados: las antiguas mexicanas,

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novohispanas ilustradas y rebeldes; trabajo, educación y sexualidad femenina en el siglo XIX; transgresoras del siglo XX y fuentes para el estudio de las mujeres. Al primer apartado corresponden los trabajos de María J. Rodríguez-Shadow, de María del Pilar Paleta Vázquez, de Ana Ma. Fernández Poncela y de Angélica Rodríguez Maldonado, quienes nos ofrecen imágenes del pasado remoto de las mujeres mexicanas. Sobre las condiciones de vida y la representación de las mujeres de la época colonial nos informan los trabajos de Marcela Suárez Escobar, Indira Palacios García, Raúl Aguilar Carbajal, Julieta de la Torre, Virginia Hernández Enríquez, Mayabel Ranero Castro y Martha Eugenia Delfín. Sin duda, en esta selección han predominado los trabajos que se refieren a las mujeres en el siglo XIX, Fernanda Nuñez, Guadalupe Ríos de la Torre, María del Carmen Tonella, Norma Gutiérrez Hernández, María del Carmen Gutiérrez Garduño, María de Lourdes Herrera Feria y Carmen Ramos Escandón se esfuerzan por mostrar la forma cómo las mujeres ganaron su espacio en el ámbito público mediante los caminos que les ofreció la actividad económica, la educación y la asistencia social. De las mujeres en abierta participación en el mundo de las ideas, del trabajo y de la política en el siglo XX nos hablan María Elizabeth Jaime Espinoza, Elsa Muñiz, María de Lourdes Cueva Tazzer, Ana María Huerta Jaramillo, Blanca Esthela Santibañez Tijerina, María del Carmen García Aguilar y Gloria Tirado Villegas. En el último apartado, el personal del Archivo Municipal de Puebla, Elva Rivera Gómez, Gabriel Montes Sosa y María de Lourdes Herrera Feria, en colaboración con Lucero Rodríguez Velázquez y Ubaldo Hernández Flores, nos acercan al conocimiento de algunas de las posibles fuentes para el estudio de la historia de las mujeres. Este volumen resulta de la suma de individualidades que comparten el mérito de fundarse en fuentes documentales de primer orden y nos brindan la oportunidad de acercarnos a la experiencia histórica de las mujeres en su afán por transformar el papel que juegan en la sociedad en diferentes contextos regionales. Todos ellos nos dejan con la certeza de que mucha agua ha corrido bajo el puente desde que Olympe de Gouges desafió al poder patriarcal con su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, pero el gesto que pagó con su vida ha formado parte de la tradición que actualmente, y de manera innegable, reconoce la presencia femenina en los nuevos escenarios de la modernidad occidental.

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INTRODUCCIÓN

Éste es, indudablemente, un trabajo colectivo que sólo ha podido realizarse con el concurso de muchas manos y de muchos esfuerzos, por esto debemos reconocer el apoyo que la Vicerrectoría de Investigación y Estudios de Postgrado y la Facultad de Filosofía y Letras le brindaron a la iniciativa de publicar estos trabajos, pues gracias a sus programas dedicados al fomento a la investigación en nuestra Casa de Estudios y al esfuerzo editorial empeñado en la difusión de los resultados del trabajo académico de la Facultad es que este volumen puede darse a la estampa, a esa Vicerrectoría también hemos de agradecer el haber contado con dos becarios, Ubaldo Hernández y Lucero Rodríguez, que contribuyeron en las tareas de investigación de algunos artículos, su desempeño fue por demás excelente. Para los autores y las autoras que confiaron sus manuscritos y discutieron el alcance, la forma y el contenido de esta propuesta de trabajo nunca será suficiente nuestro reconocimiento. Aquí es oportuno mencionar la desinteresada contribución de Guitté Hartog, quien, pese a lo limitado de los plazos de entrega, no dudó en apoyarnos con su trabajo creativo para enriquecer a la vista este volumen; así como la eficaz labor de José Carlos Blázquez Espinosa en la ardua labor de edición. Finalmente, he de agradecer a María del Carmen García Aguilar, coordinadora del Centro de Estudios de Género de la Facultad del Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla las palabras de aliento, el espacio y la oportunidad para coordinar la publicación de este volumen, así como la iniciativa y dedicación de Elva Rivera Gómez y de Gloria Tirado Villegas, amigas y colegas, incansables compañeras de ruta. María de Lourdes Herrera Feria

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LAS ANTIGUAS MEXICANAS

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LAS MUJERES DE LA ELITE MAYA EN EL CLÁSICO María Rodríguez-Shadow

INTRODUCCIÓN

Las investigaciones en las que se habla de las mujeres en el mundo

maya son relativamente recientes. Las interesadas en tratar esta temática han sido fundamentalmente etnohistoriadoras, antropólogas, arqueólogas, historiadoras del arte y académicas feministas, adoptando diferentes perspectivas teóricas, distintas metodologías y diversos aspectos de la realidad social. Sus trabajos se pueden rastrear a través del tiempo y no tienen más de cincuenta años. [RodríguezShadow, 2003] Una de las primeras académicas que se interesaron por esta temática fue Tatiana Proskouriakoff, quien publicó en 1961 uno de los más tempranos trabajos sobre las mujeres mayas. Posteriormente, en 1974 Molloy y Rathje propusieron que las hijas de los nobles eran manejadas como un recurso político por parte del grupo en el poder. En 1976 Joyce Marcus descubrió que muchos glifos emblemas foráneos encontrados en los sitios mayas aludían a personajes femeninos proponiendo entonces que las aristócratas que se habían casado con los gobernantes de esas ciudades procedían de otras urbes. En 1982 Heinrich Berlín se interesó por indagar el papel político desempeñado por las mujeres nobles; en 1985 Ramón Carrasco exploró la evidencia epigráfica de la Señora Cimi en Yaxchilán y Palenque; en 1986 Schele y Miller plantearon que las mujeres de la elite maya desempeñaban papeles cruciales en el mantenimiento de los linajes; Carolyn Tate en 1987 analizó los roles femeninos en Yaxchilán; al año siguiente Virginia Miller publicó una compilación donde varias expertas examinaron el estatus de las mujeres y su papel como productoras de tejidos, uno de los artículos más apreciados y de gran valor simbólico. Es importante señalar que la producción y tributación de mantas de algodón en tiempos prehispánicos fue aportada fundamentalmente por fuerza de trabajo femenina.

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LAS MUJERES DE LA ELITE MAYA EN EL CLÁSICO

Desde 1992 Rosemary Joyce ha estado publicando sus investigaciones (artículos, compilaciones y libros) en torno a diversos aspectos de la condición femenina en el mundo maya. En 1997 Hendon, a partir de sus exploraciones en Copán, aplica a la sociedad maya el modelo propuesto por los McCafferty para el Altiplano Central, al señalar que las labores textiles y la producción de alimentos constituyeron importantes elementos en la definición de la identidad social. En 1999 Stone escribió un ensayo en el que se proponía explorar los espacios femeninos: la casa, sus actividades económicas, su intervención en los rituales y el poder político que habían logrado. En el 2002 se publicaron dos compilaciones, una editada por Gustafson y Trevelyan y otra coordinada por Ardren. En 2003, De la Garza dio a conocer sus opiniones en torno a la condición femenina en el número 60 de la revista Arqueología Mexicana; en ese mismo año se llevó a cabo la III Mesa de Estudios de Género en los que participaron destacados académicos que presentaron los resultados de sus investigaciones en relación a este asunto. La publicación más reciente que conozco fue realizada por Tate [2004] en el número 65 de Arqueología Mexicana, y en el Simposio de Arqueología de Género que se llevó a cabo en el marco de la Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología celebrada en Xalapa en agosto, se dieron a conocer investigaciones recientes que abordaban aspectos novedosos sobre las mujeres mayas. LAS MUJERES NOBLES EN EL MUNDO CLÁSICO Aunque en la mayoría de los estudios arriba mencionados se ha planteado que las aristócratas tuvieron un papel social de gran relevancia y un amplio acceso a las prebendas sociales, políticas y religiosas, en este artículo, apoyándome en sus propios datos, sostengo una opinión completamente opuesta. Esta exposición breve representa la contraparte de los datos que presento en mi artículo “La condición femenina en la civilización maya y en la azteca” que aparecerá publicado en una compilación sobre la historia de las mujeres en México. En esta ocasión mi propósito es examinar las diversas investigaciones que se han llevado a cabo sobre la condición femenina en la sociedad maya, privilegiando la investigación arqueológica, enfocándome sólo en el periodo Clásico y en el empleo de la categoría de género.

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Los asentamientos mayas aparecen en el registro arqueológico desde el Preclásico Medio (1200-400 a. n. e.), por ejemplo Tikal, Nakbé o El Mirador [Hansen, 1998], aunque el desarrollo más importante ocurrió hasta el Preclásico tardío (400 a. n. e. al año 200 d. C.). Para este periodo ya había varios sitios con características urbanas, Izapa entre ellos; algunos otros emplazamientos como Edzná, Becán, Calakmul, El Mirador, Uaxactún, Tikal, Copán o Kaminaljuyú tuvieron un importante desarrollo en el Clásico; varios de ellos incluso con evidencia temprana de escritura. CLÁSICO TEMPRANO (200-600) Arqueológicamente se ha constatado que en las poblaciones de este periodo ya había una división social del trabajo que permitió la existencia de especialistas dedicados a la fabricación de diversos artefactos de obsidiana, sílex y basalto. Con este último material elaboraron morteros y metates en los que las mujeres molían los granos, así como talleres de alfarería que estaban al servicio del grupo en el poder [Manzanilla, 2001: 213]. Se estableció una fuerte vigilancia de las rutas de comercio, se institucionalizó el apoyo gubernamental a un grupo especializado de mercaderes que traficaban con artículos de importación de carácter suntuario y se impuso un severo control de los mercados, elementos claves en los que se sustentaba la hegemonía de los grupos gobernantes. Entre las distintas localidades se establecieron relaciones de poder, sometimiento y en muchas ocasiones alianzas que se cimentaban en enlaces nupciales [Valdés, Fahsen y Escobedo, 1999]. La diferenciación radical entre los asentamientos urbanos y los rurales, debió traer aparejadas variaciones en las cargas de trabajo entre las mujeres que se articulaban a diferentes estratos y la valoración social de éstas de acuerdo a la pertenencia a un determinado linaje y grupo étnico. El sistema político maya estaba encabezado por un individuo que acaparaba la máxima autoridad económica, política y religiosa. Los hombres ostentaban el monopolio de los espacios públicos, aunque esto ya era así desde los olmecas. El hecho de que de una lista de 154 gobernantes mayas sólo cuatro fueran mujeres, nos da una idea de la desigualdad genérica en el acceso al poder político. Esa intervención femenina en la política, de todas maneras, se debió a que estaban emparentadas con hombres muy influyentes [Gustafson, 2002: 157]. Esto demuestra que ellas ascendieron al trono o actuaron como

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regentes debido al poder que detentaba su grupo político, no por su género [cf. Stone, 1999: 295]. Los linajes dinásticos de Palenque y Yaxchilán seguían reglas de filiación patrilineal, puesto que el parentesco se atribuía sólo a los hombres [Benavides, 2001: 92; Dávalos, 1998: 74; De la Garza, 2003: 34]. Se ha pensado que entre la nobleza maya había una ideología de dominación masculina al analizar comparativamente las ofrendas encontradas en tumbas de mujeres y hombres [Adams, 1971; cf. Bruhns y Stothert, 1999: 14]. Y aunque se han descubierto muchos sepulcros de mujeres que fueron enterradas de manera fastuosa, eso sólo ocurrió con algunas de la elite. La suntuosidad de una tumba para un personaje femenino se relacionaba con la necesidad de los nobles de legitimar su derecho a gobernar cuando aspiraban a ocupar el trono. Dado que en diversas tumbas de la nobleza se ha encontrado evidencia de mujeres sacrificadas, eso puede indicarnos que las líneas que separaban a los géneros se empalmaban con las de clase. Los entierros femeninos que pertenecían a otros estratos sociales eran muy sencillos. Aunque las nobles desempeñaron papeles muy importantes en la transmisión del poder, en la creación de alianzas comerciales o militares a través de enlaces nupciales cuidadosamente planeados, con grupos dinásticos del mismo sitio o de otros asentamientos [Benavides, 2001: 119-160], en las inscripciones de estelas o en los sepulcros femeninos hubo escasa preocupación por consignar sus nombres. Este hecho, según De la Garza [2003: 36] confirma que su función fue la de acompañantes de los varones; pues los nombres de ellos aparecen en los textos que describen sus hazañas. En los vestigios arqueológicos mayas existe una desproporcionada representación que privilegia a la figura masculina, usualmente en su papel de gobernante o en actividades asociadas a la guerra, la cacería, la pintura, la escritura, la escultura, la orfebrería, la arquitectura, la danza y el juego de pelota [Joyce, 2002: 330; Gustafson, 2003: 156]. El hecho de que las imágenes femeninas sean escasas y las que hay, estén presentadas en composiciones que incluyen a otros personajes o junto a hombres representados más grandes que ellas, indica una sumisión simbólica [Stone, 1988: 79]. Las relaciones entre los géneros eran profundamente asimétricas puesto que las mujeres en su conjunto fueron separadas de los trabajos y actividades que implicaban autonomía, prestigio o autoridad, que producían riqueza o el poder supremo; los pintores, sacerdotes, escribas y ceramistas siempre fueron hombres [Tate, 2004: 40].

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Las figurillas masculinas encontradas en Palenque representan gobernantes, guerreros o jugadores de pelota, las femeninas, en cambio, ejecutan labores domésticas o su papel cotidiano de madres. Aunque la cuestión de diferenciar las actividades que las imágenes femeninas realizan en los monumentos que provienen del arte oficial (bajorrelieves, esculturas, cerámica policroma, pinturas mural) y las que llevan a cabo en las figurillas de cerámica, posiblemente realizadas por ellas mismas, será discutida en un artículo posterior. Las mayas no intervinieron en el comercio de larga distancia, ni participaron en combates, estaban excluidas de las actividades cinegéticas, no desempeñaban ningún papel ritual importante y su rol en las ceremonias era fundamentalmente como asistentes [Gustafson, 2002: 144]. Existe una fuerte evidencia arqueológica a partir de la cual se infiere que sólo unas cuantas descollaron en algunos aspectos de la vida social, el mundo de la política y la esfera de lo religioso. En las pinturas, los bajorrelieves y las figurillas mayas los hombres y las mujeres son representados de manera distinta: se observa “la aguda humanización otorgada a las mujeres y, por otra y contrastante, el endiosamiento dado a los hombres” [De la Fuente, 2003: 45]. Algunas, que quizá se desempeñaron como sacerdotisas o shamanas aparecen representadas en estelas o en figurillas de arcilla, pues ostentan deformación craneana y mutilación dentaria, prácticas asociadas a la elite [De la Garza, 2003: 31; Benavides, 1998; Garza, 1991: 31]. A las niñas mayas, a los tres meses de edad se las sometía a un ritual que las vinculaba simbólicamente con el espacio doméstico: las piedras del fogón, los husos, los trastes de cocina, en suma, a su papel socialmente asignado. A los tres años de edad se le colocaba sobre el pubis una concha roja que debían conservar hasta el rito de la pubertad, después de lo cual ya podían casarse; a esta misma edad a los niños les otorgaban instrumentos de labranza, armas y objetos rituales, a los trece años se retiraban a vivir a una casa donde practicaban ritos, aprendían un oficio y recibían la visita de prostitutas [Landa, 1978; Barba de Piña Chán, 2002: 210; De la Garza, 2003: 33-34; Dávalos, 1998: 79]. Mucho de lo anterior es válido para los mayas peninsulares del Posclásico, de quienes escribió Landa, aunque debe tenerse en mente que hubo diferentes grupos mayas y varias épocas previas en las que pudieron haber sucedido prácticas similares. El rito del matrimonio pudo haber sido semejante entre los diversos grupos que componían la sociedad maya, pero ciertamente

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su significado sociopolítico era diferente entre las clases; entre los nobles simbolizaban alianzas con fines políticos y comerciales, para sellar la paz o la continuidad de la estirpe; para los tributarios pudo tener sentidos distintos. En todo caso una de las funciones importantes del matrimonio era la organización de la división sexual del trabajo en actividades productivas que eran complementarias y excluyentes [Dávalos, 1998: 83]. Entre los nobles se permitía la poliginia y a los gobernados se les imponía la monogamia; también había un doble patrón de moralidad, a las mujeres se les enseñaba que debían ser corteses, comedidas y recatadas, enfocadas en su familia y sus cuidados [De la Garza, 2003: 37]. Al exigírsele una conducta muy estricta, se reprimían sus impulsos sexuales para controlar su capacidad reproductiva. Quienes presidían los ritos nupciales eran ancianos que ataban los extremos de las mantas de los cónyuges; a las ancianas les tocaba conducir a los recién casados instruyéndolos en sus deberes. Ellas eran admitidas en ritos vedados a las jóvenes, sólo porque ya no estaban sujetas a la contaminación que producía el parto y la menstruación [Landa, 1978; De la Garza, 2003: 32-35]. Las mayas nobles, aunque también desempeñaban trabajos domésticos y cuidaban a sus hijos, pudieron, como ya se mencionó, participar en ciertas actividades rituales, administrativas y a algunas hasta se les permitió aprender a leer y a escribir, quizá unas cuantas pudieron ocuparse poco de las tareas domésticas cuyo peso recaía en las esclavas [Benavides, 2001: 133-134; Gustafson, 2002: 144]. Las mujeres y los niños mayas tributarios se encargaban del cuidado de los huertos, utilizando los desechos domésticos, logrando una alta productividad, cultivaron verduras, árboles frutales, plantas medicinales y de ornato, también condimentos que empleaban con fines culinarios [Benavides, 2001: 131]. Estos productos alimenticios proporcionaron gran parte de la dieta que era complementada con las proteínas que provenían de perros, patos, palomas, guajolotes y conejos, animales que ellas cuidaban, así como de iguanas, tortugas, armadillos y tejones que capturaban, aunado a la caza de venados, actividad quizá asignada a los hombres [Benavides, 2001: 144]. También elaboraban la cerámica de uso doméstico, las figurillas de barro y el papel [Tate, 2004: 39] y pese a que ellas cuidaban los altares domésticos, a las tributarias y a la mayoría de las nobles se les prohibió derramar su sangre y asistir a los templos cuando se efectuaban sacrificios [De la Garza, 2003: 32-36; Benavides, 2003: 22]. Otra labor de gran importancia económica era la elaboración de

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textiles, la maestría lograda por ellas en sus telares de cintura se muestran en los bellísimos trajes que portan diversos personajes representados en pinturas murales, figurillas de cerámica, esculturas y bajorrelieves. La cestería y el arte plumario también parecen haber estado principalmente en sus manos [Benavides, 2003: 13]. El cultivo era actividad propia de los hombres tributarios. Los artesanos que se encargaron de la elaboración de cerámica ritual y otros artículos, ocuparon, junto con los comerciantes, los estratos medios de la sociedad maya; los mercaderes que comerciaban con esclavos y artículos suntuarios, ocupaban, al lado de los sacerdotes, los guerreros distinguidos y los gobernantes la cúspide de la jerarquía social [Benavides, 2001: 139]. En los mercados periódicos, celebrados en tiempos prehispánicos, las mujeres seguramente participaron activamente en el traslado de mercancías al mercado y en su venta. Los ejemplos etnográficos modernos demuestran una fuerte participación de las mujeres del pueblo en la comercialización de muchos bienes que incluso ellas mismas manufacturaron o ayudaron a producir (flores, condimentos, alimentos, cerámica, textiles, artesanías, entre otros artículos). CLÁSICO TARDÍO (600-900) La gran importancia que adquirió la arquitectura monumental, la edificación de juegos de pelota y las construcciones que albergaban los restos mortales de los gobernantes varones evidencia la concentración del poder religioso y civil y la forma en la que estos se vinculaban privilegiando los valores asociados a lo masculino. Ejemplo de esto es la Tumba de Pakal en Palenque. Las elites emplearon la escritura para sus fines oficiales y personales pues aparece en el contexto privado de las tumbas, lápidas, pinturas murales y en sus residencias. En los edificios, plazas y patios dedicados al culto oficial, altares, dinteles, columnas, estelas y monumentos pétreos muestran representaciones de los miembros del grupo gobernante, la mayoría hombres y algunas mujeres. Estas escenas se refieren a victorias bélicas, ascensos al trono, autosacrificio o alianzas nupciales [Benavides, 2001: 93]. En el área maya las sociedades mostraron notables distinciones clasistas con una clara tendencia patrilineal y patrilocal, aunque cuando resultó políticamente necesario la ascendencia femenina se resaltaba, cuando un gobernante moría y el heredero en el poder era un menor, la madre podía ocupar el cargo tem-

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poralmente hasta que el niño tuviera edad suficiente para gobernar [Benavides, 2001: 89-145]. La declinación de la participación femenina en las ceremonias domésticas y el ritual adivinatorio se produjo, probablemente, como consecuencia del surgimiento del estado como sistema de gobierno y la consolidación de un sistema estratificado en el que las ceremonias públicas fueron hechas por sacerdotes de tiempo completo relacionados con el estado. Aunque el análisis epigráfico muestra que mientras las mayas de la elite gozaron de un alto estatus cuando su linaje legitimaba un ascenso al trono, en los restos óseos se constata que tenían una dieta pobre y su esperanza de vida era una década menor que la de los hombres [Ardren, 2002: 4]. Resulta muy interesante el análisis comparativo de los vestidos que realiza Anawalt [1999: 188], pues nos muestra que en una sociedad donde la riqueza, el poder y el prestigio se mostraban mediante la ropa, las prendas destinadas a las mujeres, aún las nobles, eran más escasas y más simples. La indumentaria muestra que ellas ocupaban menos espacios sociales y desempeñaban menos funciones rituales y actividades políticas que los hombres. La sociedad estaba escindida en clases y géneros con atribuciones, derechos, espacios y obligaciones diferentes: el uso de piezas de joyería elaboradas con materiales importados o producidos por artesanos expertos en su oficio se restringía a los miembros de la elite, los hombres tenían acceso a un repertorio más amplio de opciones laborales, actividades lúdicas, oportunidades de ascenso social, ejercicio de su sexualidad, con menos restricciones para adquirir conocimientos, participar en ritos y otros privilegios asociados a su género. Los artistas, fueran ceramistas, escultores, pintores o dibujantes evitaron mostrar los órganos sexuales en sus creaciones, lo más común era que las formas corporales se ocultaran bajo trajes que indicaban los roles genéricos, el estatus o la identidad ritual [Tate, 2004: 41]. En mi opinión, el valor simbólico de las mujeres de la elite era reconocido; y el trabajo desempeñado por las tributarias fue valorado, mismo que resultaba indispensable, pero les estaban vedados, como género, ciertos espacios: los puestos administrativos, las supremas funciones sacerdotales, los oficios más remunerados y prestigiosos (escriba, guerrero, artesano, pintor, orfebre), la esfera del conocimiento (la astronomía, matemáticas, lectura y escritura, y la

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arquitectura) el control de su erotismo, sus actividades productivas y capacidades reproductivas, entre otros. COMENTARIOS FINALES Aunque en este apartado sólo me he referido a los géneros en Mesoamérica como si sólo hubiera dos, tanto en las fuentes documentales como en las representaciones pictóricas e imágenes talladas hay efigies que se han interpretado como de homosexuales y en las fuentes documentales se mencionaron el lesbianismo, travestismo y hermafroditismo. La actitud de las diversas sociedades hacia estas prácticas varió, a veces era de desprecio y rechazo, en otras ocasiones de tolerancia [Balutet, 2003: 77]. En términos generales, estimo que durante el periodo Clásico, las mujeres del grupo dominante sólo raramente desempeñaron los puestos de regentes, especialmente entre los mayas. Tampoco ocuparon cargos administrativos, mercantiles o judiciales, ni se desenvolvieron como arquitectas, matemáticas, médicas, astrónomas o escribas. Desempeñaron en muy pocas ocasiones los roles de guerreras [Rodríguez-Shadow, 2000, Cf. McCafferty y McCafferty, 2003; Rossell, 2003: 76; Ayala, 1999] y sólo pudieron fungir como asistentes en las ceremonias religiosas donde sus maridos ocupaban el papel central. Sólo las mujeres de las clases humildes pudieron ejercer diversos oficios que les permitieron coadyuvar a la reproducción de sus grupos domésticos. Estas labores, sin embargo, no constituían un trabajo especializado, ni era un oficio que aprendían en una escuela y quizá tampoco tenían un reconocimiento social. El desigual acceso a bienes, servicios, alimentos de calidad y la sobreexplotación de su fuerza de trabajo originó que los grupos tributarios en general y en especial las mujeres sufrieran diversos padecimientos asociados con la desnutrición, las enfermedades gastrointestinales, artritis reumatoide a causa de su intensa actividad en labores de molienda y la producción textil, además de los padecimientos vinculados a su capacidad reproductiva. Las tumbas femeninas y sus ofrendas, las pinturas murales, las pictografías, las figurillas cerámicas y las fuentes documentales nos permiten conocer las diversas enfermedades que padecían relacionadas a sus capacidades reproductivas y con el trabajo que desempeñaron, nos hablan de su papel en la familia, sus roles sociales, sus actividades rituales, sus funciones políticas y la for-

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ma en la que se vincularon con los hombres, con sus hijos y con las elites en el poder. Aunque los diferentes grupos que ocupaban Mesoamérica crearon tradiciones culturales, lenguajes, distintos grados de complejidad política y culturas distintivas en diversos nichos ecológicos, y cada región parece haber seguido sus propios patrones y ritmos de desarrollo socioeconómico, pues participaron en una extensa red de relaciones de intercambio de materias primas, bienes e ideas y alianzas políticas. A causa de lo anterior, es posible afirmar, a partir de la evidencia arqueológica que pese a que se desarrolló una gran afinidad cultural entre los distintos grupos y periodos históricos se produjo una gran diversidad de identidades y relaciones entre los géneros que incluyeron: interdependencia, igualdad, paralelismo, complementariedad, oposición complementaria y asimetría. No hay un asomo de duda en relación a la importancia económica de los trabajos desempeñados por las mujeres en sus comunidades, ni del papel crucial que tuvieron en la reproducción biológica y cultural de sus pueblos, pero hay muy poca evidencia de que sus labores fueran valoradas en su justa medida. Desde mi punto de vista en la sociedad maya existieron profundas diferencias clasistas, una rígida división sexual del trabajo, una intensa segregación laboral, exclusión ritual y política de las mujeres, situación que se había iniciado desde el periodo llamado Preclásico medio y que se agudizó durante el periodo Clásico. Futuras exploraciones arqueológicas y el análisis crítico de los datos ya existentes nos permitirán la construcción de un panorama más completo de la condición femenina en la sociedad maya, civilización que ha subyugado tanto a los académicos como a un público muy amplio. Deseo agradecer al arqueólogo. Antonio Benavides, del Centro INAH-Campeche por las valiosas indicaciones, correcciones y sugerencias bibliográficas realizadas a la versión inicial de este artículo.

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CIHTIN, LAS ANTIGUAS MEXICANAS María del Pilar Paleta Vázquez

A partir de los años sesenta, la presencia de las mujeres en la vida

pública se ha fortalecido en diferentes espacios y niveles, y los estudios sobre ellas —desde los diversos saberes humanos—, se han multiplicado. Investigaciones sociales que sobre ellas hicieron especialistas de ambos sexos, bajo las más variadas perspectivas, fueron especialmente significativos en las últimas dos décadas del siglo XX.1 Hoy se puede reconocer que la perspectiva mujer versus hombre en los estudios sociales ha sido notablemente superada, mientras se avanza por nuevas vías de comprensión sobre el papel de las mujeres tanto en el presente como en el pasado. Por supuesto, no debe dejar de considerarse que en la medida en que el tema se ha convertido en un tópico de interés institucional, surge un riesgo lógico: que el “discurso en pro de la mujer” beneficie más a unos cuantos que a la mayoría de quienes son el objeto de estudio. No obstante este peligro, y sin olvidar la permanencia o el refuerzo de una vertiente de abierta misoginia en los nuevos tiempos (¿excesos de cambio?), el estudio sistemático y crítico sobre las mujeres representa un notable avance.2 HISTORIAS DE MEXICANAS La historiografía relativa a la mujer mexicana suma importantes esfuerzos de autores reconocidos brindando nuevos frutos. En Puebla hay trabajos de jóvenes historiadores que rompen con lugares comunes y abren nuevos caminos de conocimiento sobre la mujer, cito sólo algunos como el de Indira Palacios en su estudio sobre las parteras novohispanas en Puebla, el de Ana Claudia Islas en su trabajo sobre la aplicación de la justicia a las mujeres de la Puebla colonial; el excelente estudio de Jorge Tino sobre la partera totonaca de Olintla, o el de Angélica Ramírez sobre las prostitutas poblanas de principios del siglo XX [Palacios, 1999; Ramírez, 1999; Tino, 2002].

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Los aportes nos remiten a problemáticas y perspectivas que hasta hace unas décadas no se imaginaban en la investigación histórica, o acaso se perfilaron como complemento de historias centradas en el ámbito público, escenario básicamente masculino. PROBLEMÁTICA DE

ANÁLISIS

Vivimos todavía, a principios del siglo XXI, en medio de una cultura que tiende al rechazo o peor aún, al desprecio abierto a las mujeres, misoginia, que no es una característica exclusiva de la cultura de un grupo social determinado o de un individuo específico, hoy es más bien un rasgo que existe en mayor o menor medida, en toda clase de individuos, incluso en aquellos que gustan de teorizar acerca de la equidad de los sexos. Ese rechazo se presenta por igual en mujeres y a veces, en nosotras con mayor intensidad. Al respecto, la psicoanalista francesa Christian Olivier, ofreció una explicación muy interesante, descubrió su origen en un conjunto de necesidades no atendidas a lo largo de la vida de las mujeres, una experiencia constante que se asienta como un conflicto difícil de superar, causado directamente por la organización de la sociedad [Olivier, 1984]. A partir de varios años de análisis clínicos, Olivier encontró un denominador común en las mujeres que analizó: una impresionante sensación de soledad afectiva, más o menos consciente, que terminó por convertirse en un círculo vicioso. La explicación nada tiene que ver con la idea de Freud acerca de la mujer que la expone como varón castrado, y que fue “su explicación” de “los problemas de las mujeres”; éstos, frutos del supuesto recelo por lo que su constitución física femenina no le ofrece. En el fondo esta idea ha sido dominante —antes y después de Freud—, aunque los argumentos varíen, se resume en creer que la mujer envidia lo que no posee [Granoff y Perrier, 1980; Horney, 1982; Safouan, 1979]. Una duda gira en torno a saber cuándo surgió esa misoginia. Los relatos bíblicos parecen evidenciar un tiempo lejano, pero es pertinente preguntar sobre tal fenómeno en nuestro continente: América. Si surgió con la conquista o mucho antes. Un conjunto de relatos, repetidos sin cesar, hacen creer que la condición de la mujer mexicana en la antigüedad era semejante a la actual, o peor aún. Se argumenta y concluye con mucha facilidad que el “machismo de los mexicanos” es una causa y muestra del atraso cultural de nuestro país y no es casual que cada ejemplo de agresión hacia la mujer se presente grotescamente tanto en las pláticas comunes como en

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talk shows, estableciendo la idea de que tal relación “es natural” en familias de trabajadores urbanos, rurales o indígenas, es decir, en la mayoría de los mexicanos. El estereotipo está más que arraigado y no debe dejar de sorprendernos la auto-aceptación que hacemos de él. POSTURA TEÓRICA El concepto dominante que se tiene de “la mujer” en México, guarda características comunes al existente en el resto de las sociedades humanas actuales, la homogeneización tuvo su punto de partida en la integración de los cinco continentes a través de un sistema económico mundial único —si bien con particularidades—, y con su correlativa cultura “racional y moderna”. Esta circunstancia por sí misma nos lleva a adoptar, para el estudio de la historia de estas mujeres, una perspectiva de larga duración, pero también a considerar el tema en tiempos breves y medianos [Braudel, 1991]. Entender la historia de las mujeres en México exige entonces un referente universal, y una concepción múltiple y relativa del espacio y del tiempo de análisis que permita ofrecer luz desde las especificidades. Es necesario considerar las formas diversas del desarrollo histórico y sus combinaciones, así como partir de un criterio: ver a las mujeres en su responsabilidad permanente de ser tales, haciendo historia y por ende, su historia. PROBLEMAS

METODOLÓGICOS EN EL ESTUDIO

DE LAS MUJERES DEL

MÉXICO ANTIGUO

Un problema inicial en el estudio de las mujeres, especialmente del México antiguo, es que este se encuentra cubierto de grandes silencios, especialmente cuando de ellas se debía tratar. Aclaremos, los hombres y las mujeres que vivimos en los últimos dos siglos tendemos a suponer que sólo podemos conocer aquello que dejó un testimonio escrito, sin embargo estudios de carácter arqueológico y el uso de testimonios iconográficos e incluso los orales, están permitiendo un acercamiento más coherente al pasado. A medida que se multiplica la capacidad de los investigadores para estudiar tales documentos, la presencia de las mujeres en diferentes ámbitos de la vida se hace más evidente. Bajo la consideración de que la escritura ha sido monopolio de manos masculinas en diferentes espacios, y de que se avanza en la reinterpretación de los textos, hoy,

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los ojos, el oído y la mente descubren realidades que antes permanecían ocultas bajo los escasos trazos que se conservan de amanuenses y escribanos. Para el caso específico de la historia de la mujer mexicana antigua, es decir de la época llamada “prehispánica”, aparece también un problema central en el manejo de los testimonios históricos, aunque cabe señalar que tal conflicto se presenta para la historia mesoamericana en general, e incluso para la de los primeros tiempos de la Colonia.3 Aquí se precisan sólo aspectos primarios. El medio fundamental de transmisión de la cultura en el México antiguo era la oralidad y el ritual, la palabra-imagen o escrita servía de apoyo. Se trata de sociedades mixtas o secundarias respecto a la oralidad, si adoptamos críticamente la explicación ofrecida para las sociedades del medioevo europeo.4 Al contrario, la cultura de Europa, particularmente la occidental entraba con vigor, desde el siglo XV, a una cultura dominada por la escritura. Los testimonios que llegan a nosotros, surgieron bajo circunstancias que es necesario no olvidar: a) El pensamiento mesoamericano responde a una racionalidad propia, tiende a ser esencialmente inmanente y se mantiene en la vía del conocimiento sensible. A su vez, concibe al hombre y a la mujer como creaciones de lo sagrado, cada uno regido por diversos factores pero donde eran responsables de su propio destino, de su “rostro y corazón”. Aunque en la práctica y pensamiento, se subrayaba la responsabilidad que la comunidad tenía en tal definición [León Portilla, 1979: 199-202; Johansson, 1993, 1989]. b) La historia de los pueblos de América se movió cíclicamente, y con ello la pérdida de sus testimonios histórico-materiales fue continua. Así como hay superpuestas construcciones en cada ciudad levantada en el México antiguo, hay culturas e historias superpuestas en cada huella preservada, lo cual hace de la tarea de desciframiento e interpretación un reto altamente complejo. c) Los testimonios que derivan del momento en que se da el contacto o enfrentamiento entre los pueblos del México antiguo con los hombres europeos del siglo XVI son escasos, su destrucción fue inconmensurable. d) La mayoría de los que quedaron de esos momentos, emergieron de un fin inquisitivo, fueron recuperados e integrados de acuerdo a la racionalidad del conquistador, quien tenía la certeza de estar en el camino de la verdad y por ello eliminó, concientemente o no, la esencia de la cultura que encontraba.

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e) Las formas de expresión de los hombres mesoamericanos eran diversas, llenas de elementos que penetraban en el pensamiento alterando la sensibilidad del hombre, este camino tenía el fin de abrir puertas al entendimiento, no siempre racional. Incluso, muchas de esas expresiones tenían un carácter dionisiaco, como lo ha mostrado Patrick Johansson. Así, los escritos con caracteres latinos que dejan un registro de ese pasado, se integran de palabras o frases descontextualizadas de su circunstancia específica y que perdieron su significado funcional.5 f) El estudio del México Antiguo, y en particular el de sus mujeres, exige esfuerzos e interpretaciones multidisciplinarias.6 Lo que pone en tela de juicio la división estricta de las áreas de conocimientos emergidas especialmente desde el siglo XIX y fortalecida en el XX. Evidentemente, no funciona una visión esquematizada e inamovible de la división de los saberes. g) El hombre europeo del siglo XVI era profundamente misógino, no estaba acostumbrado a reconocer la presencia pública y abierta de la mujer, no la valoraba en forma equivalente al varón, entonces, difícilmente podía dar especial atención a la mujer fuera de lo que él consideraba “su ámbito natural”: el hogar, la reproducción, la partería o la prostitución. TOCIHTIN, LAS ABUELAS7 1.- Concepción filosófica de lo femenino en el México Antiguo La visión cosmogónica de los antiguos mexicanos era dual: día-noche, luna-sol, tierra-sol, padre-madre, hombre-mujer, constante que observaron en todos los aspectos de la realidad que les rodeaba. Esta visión de la unidad de los elementos duales fue explicada no con un principio de oposición, sino de integridad, identificando atributos distintos en los componentes de la unicidad. Lo femenino y lo masculino constituían un todo indisoluble, la realidad en movimiento, una dialéctica sin duda inspirada por la identificación de ambos elementos creadores de la vida [López Austin, 1998]. 2.- La antigua mexicana en la religión. En la teología de los antiguos mexicanos, no existe una deidad masculina por encima de otra femenina, la deidad suprema era Ometéotl, la dualidad. Esta se formaba con Omecíhuatl, la mujer dual, y Ometlácatl, el hombre dual.8 Tonantzin, nuestra madre tierra, se vincula a Tonatiuh, nuestro padre

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sol, y sólo juntos dan paso a la fertilidad, origen de la vida. Más allá, toda deidad nahua, mizteca, purépecha, maya, totonaca, otomí, contenía atributos femeninos y masculinos, reflejos de la naturaleza, del universo [León Portilla, 1979]. Este principio se reflejaba en casi toda idea fraguada por el antiguo mexicano, por ejemplo, Quetzalcóatl en Colhuacan —según los Anales de Cuauhtitlan— oraba en el cielo e invocaba a Citlalyncue, Citlallatónac, Tonacacíhuatl, Tonacatecuhtli, Tecollinquenqui, Yeztlaquenqui, Tlallamánac y Tlallíchcatl. A su vez, los Anales de Cuauhtitlan dicen que él “daba voces en el Omeyocan”, lugar de dos [Códice Chimalpopoca, 1992: 8]. Antes de morir, oró a deidades femeninas y masculinas sintetizadas en el lugar de la dualidad.9 En el mismo texto se narra que en el año 8 tochtli hubo muchos presagios en Tollan, entonces llegaron las llamadas Ixcuinameh, según contaban los viejos. Venían de Cuextlan, ya habían pronosticado que iniciarían “el flechamiento” en Tollan. Con este último se festejaría el inicio del mes Izcalli. En 9 acatl, llegaron las Ixcuinameh con sus cautivos, a dos los flecharon, y se dice que sus maridos eran sus cautivos cuextecas. Yaotl se hizo presente e introdujo el desollamiento, en Texcallapan a una mujer otomí que arreglaba unas hojas de maguey en el río, la tomó Yaotl y la desolló, con su piel vistió al tolteca Xiuhcóatl. Entonces empezó Tótec a vestirse con la piel [Códice Chimalpopoca, 1992: 12-13]. Como se observa, este relato es simbólico, las ixcuinas son las responsables del proceso de regeneración. La muerte era vista como el paso inevitable para la recreación de la vida, el nombre de este fenómeno en lengua náhuatl era “Tlazoltéotl”, una de las deidades nahuas. 3.- Concepción de “Cihuatl” en el México Antiguo a) En el tiempo. En diversos relatos recopilados por los cronistas del siglo XVI y XVII, esencialmente religiosos e indígenas, se refiere siempre una pareja creadora, origen de la historia de cada grupo étnico: cipactonal y oxomo, el caimán y la cueva. [...] salieron de Chicomóztoc los chichimecas [...] La cuenta de los años, la cuenta de los signos (de los hados o adivinatoria) y la cuenta de cada veintena estaban a cuidado personal de los nombrados Oxomoco y Cipactónal. Oxomoco, varón; Cipactónal, mujer, ambos eran de los muy viejos y viejas... [Anales de Cuauhtitlan, 1992: 3-4].

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En las narraciones épicas esta pareja se suele confundir con personajes concretos y tal vez lo fueran, sin embargo se les recuerda con los nombres que refieren su carácter fundador, la misma leyenda asegura que posteriormente, se llamaron así a todos los ancianos y las ancianas: Cipactónal y Oxomoco. Aparecen mujeres deidad, mujeres mito como Chimalma (“Escudo que se expande”), esta fue portadora de Huitzilopochtli en la peregrinación. Según el relato de los mexicanos salidos de Aztlán en el Códice Aubin, los aztecas se dirigieron a Colhuacan y de ahí salieron conducidos por cuatro portadores de deidades, uno de ellos era Chimalma. Así aparece en la primera lámina de la Tira de la Peregrinación, ella está sentada en una isla al lado de un varón, bajo el dibujo de las siete tribus se puede observar a Chimalma. Aparece la pareja creadora de la peregrinación, también responsable del cuidado de la deidad [Códice Aubin, 1980: 12-13]. De manera más concreta, en la peregrinación mexica, cuando sus protagonistas habían perdido su antiguo nombre (aztecas, para definirse de forma más particular), y poco antes de su llegada o retorno al islote donde se asentarían, las mujeres jugaron un papel fundacional, en Zoquipan parieron en abundancia tras la construcción que los hombres hicieron de sus temazcales [Anales de Cuauhtitlan, 1992: 49-50]. Hay que considerar, además que Cipactónal y Oxomoco, eran los detentadores de “los contadores del tiempo”, y heredaron a todo anciano y anciana la función de cuidar del tiempo, es decir, de la sabiduría de la comunidad. Cabe precisar que en el Códice Borbónico, lámina XI se indica con un glifo, que Cipactonal es el varón.10 b) En el espacio. No sólo la mujer aparece como parte del tiempo desde el origen del hombre, también la mujer tiene un lugar específico en el espacio horizontal de la concepción antigua. De los cuatro rumbos del universo uno va hacia la región de la muerte, fría y desierta del pedernal (negro), es decir, al norte; otro hacia el oriente, región de la luz, fertilidad y vida (rojo); otro más hacia el sur, región incierta (la del conejo que nadie sabe por dónde brinca), y el último rumbo, es la casa del sol, del “Cihuatlán”, lugar de las mujeres en el occidente (blanco) [León Portilla, 1979: 111]. 4.- El papel social de la mujer. Actividades integradoras a) La mujer en los códigos éticos. Es evidente una “equidad” de hombres y mujeres en la definición de la moral antigua. En los

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Huehuetlahtolli, la palabra antigua, “aquella que nos han legado nuestros abuelos”, se puede observar que las diversas exhortaciones siempre son elaboradas desde la perspectiva de una pareja: “Sólo así, yo tu madre, tu padre, [...] hablo, hablo, hijo mío.” [Huehuetlahtolli, 1991: 115]. Las respuestas a estas palabras, implicaban no sólo compromisos en el plano ético, también agradecían a quienes otorgaban el Huehuetlahtolli, siempre dicho en momentos importantes de la vida de los individuos [Huehuetlahtolli, 1991: 117-118]. El padre y la madre, tahtli-nantli, dirigían a sus hijos las palabras conservadas por generaciones, llenas de sabiduría y amor, función educativa que fue quizá una de las actividades de mayor envergadura y que, a contrario de lo comúnmente expresado, no estaban reservadas al varón, ni recaía pesadamente sólo en la mujer. También se dirigían discursos específicos al niño y a la niña, a la joven y al joven, a la hija y al hijo, al médico y a la partera, a la madre y al padre con el fin de normar su conducta y proceder bajo el código ético de su sociedad. Como en toda cultura, ésta construyó ideales de hombre y mujer que se reconocían como los mejores rostros posibles de un individuo, de acuerdo a su edad, función e incluso, estatus [León Portilla, 1998: 17-19]. b) Las mujeres guerreras. La mujer mexicana antigua fue una guerrera, exponía la vida y luchaba por ella pero no solo para conservar la propia. Si en esta lucha perecía pasaba a formar parte de los acompañantes de Tonatiuh en el ocaso, un reconocimiento de dignidad y grandiosidad. Eran las dadoras directas de las flores, de los seres humanos que morían en batalla, es decir en parto. Esta lucha central por la vida no era la única que libraban las cihuatin, también en la vida militar de los antiguos pueblos participaron en formas diversas: como aliciente, como apoyo logístico, como mediadoras, como guerreras mismas. Testimonios diversos dan luces de la participación de las mujeres en las actividades militares o en la protección de las naciones mesoamericanas. En su canto, Macuilxóchitl, la poeta, subraya la intervención de un grupo de mujeres tecpanecas que al ver derrotado su ejército ante Axayácatl, pidieron el perdón de vida para su tlahtoani: Tílatl. Estaba lleno de miedo el otomí Pero entonces sus mujeres

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Por él hicieron súplica a Axayácatl [León Portilla,1994: 205-209].

Tampoco deja lugar a dudas, la intervención en 1521, de las mujeres tenochcas contra el mismo conquistador español testimoniada por indígenas y españoles. c) La mujer Tlahtoani. En la estructura de mando del gobierno mexica existía la figura suprema del Tlahtoani, “el que hablaba por los demás”, mal traducido como “rey” o “monarca”. Las funciones que desempeñó el Tlahtoani no estaban reservadas a varones, como puede percibirse en los Anales de Cuauhtitlan: cuando se inició el señorío de Cuauhtitlan, una mujer tuvo un papel fundador: Itzpapálotl quien se dirigió a los chichimecas para indicarles que Huactli debía ser su señor y cuál ritual debían efectuar hacia los cuatro rumbos del universo. Entre las tlahtoani(meh) chichimecas se refieren las siguientes: Cóhuatl, Miáhuatl, Coacueye, Yoacíhuatl, Chichimecacihuatl y Tlacochcue y para el año 11 tochtli se nombró a la señora Xiuhtlacuilolxochitzin que reinó doce años [Anales de Cuauhtitlan, 1992: 6-7]. En el año 6 ácatl, Huactzin, señor de Cuauhtitlan fue por vez primera a “tirar con arco” y encontró una joven en Tepolco, llamada Itztolpanxochitl, hija de Coxcoxteuctli, rey de Colhuacan, con quien se casaría. Ambos tuvieron dos hijos: Cuauhtliypantémoc, e Iztactótol. El padre de ella la perdió sin saber de su paradero, hasta que tiempo después siendo ya guerrero su primer nieto, este fue a reverenciar al anciano y a darle noticias de su hija. Después de varios tlahtoani, se entronizó Huémac, recibió el nombre de Atecpanécatl; él estaba recién casado con Coacueye, una “mujer valiente”, mocihuaquezque. Se cuenta que Húemac fue asistente de Quetzalcóatl, y que unos “demonios” como Yáotl “guerra”, le engañaron disfrazados de mujer, guiados por Quauhtli y la propia Coacueye, su mujer. También se lee que en un año ce técpal, fue nombrada como tlahtoani, la señora Iztacxillotzin, ella vivía en Izquitanotla, donde le honraban “muchas dueñas”, ahí reinó once años [Anales de Cuauhtitlan, 1992: 12-13]. Hay que preguntarse sobre la manera en que las mujeres de los tlahtoanimeh se relacionaban con sus compañeros, se narra en los Anales —citados ya—, que vencidos los mexicas cerca de Chapoltepec, una doncella mexicana llamada Chimallaxochitzin, hija de Huitzilhuitzin

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fue capturada por Quinantzin, quien mandó por ella. Tras algunos contratiempos fue llevada al tlatoani, quien la amó y quiso tener para él, ella expuso que tal pretensión era imposible porque entonces era “hermana mayor y hacía barrimiento”, llevaba dos años de voto y le faltaba otro tanto. Quinantzin esperó, y cuando ella terminó el servicio sagrado, se casaron. Más tarde la joven dio a luz, nació un niño, el rey le dio por nombre Tlacanóztoc. Adelante, con un segundo hijo, fue Chimallaxotzin quien le dio nombre sin consultar al padre, le llamó Tezcatlteuctli, nombre de Tezcaltlipoca, pues ella portaba un tezcatl (espejo) en su cabello, la decisión la tomó porque no le resultó grato el nombre de su primer hijo y decidió en esta ocasión, por sí sola. Este último hijo sería señor de Cuauhtitlan. Tendrían un tercer hijo: Teocatzin, el cuarto: Tochtzin, y finalmente, una mujer [Anales de Cuauhtitlan, 1992: 18-19]. No se piense, por el uso de estas fuentes, que sólo en los pueblos de habla náhuatl la mujer llegó a ser tlahtoani; para la zona maya, en diversas estelas y epigrafías se muestran mujeres como gobernantes supremas de sus pueblos, el arqueólogo Antonio Benavides dice: En cuanto a Palenque, sabemos que de sus doce gobernantes dos fueron mujeres y ambas jugaron un papel fundamental en la preservación del poder político familiar. La señora Kanal Ika inició su reinado en 583 y lo ejerció hasta su muerte ocurrida en 604. Su hijo Ac Kan ocupó el trono ocho años y, después de él, una mujer se hizo cargo nuevamente del gobierno. Esa segunda rectora de los destinos palencanos fue la señora Zac Kuk, quien reinó 612 al 640 de nuestra era.11 [Benavides, 1998: 36].

El mismo autor afirma que la relevancia política de la mujer en el mundo maya fue común, tanto en Quintana Roo como en Campeche y Chiapas. Por otra parte es necesario buscar los elementos que permitan entender la historia de lo que se conoce como Cihuacótal, un gobernante complementario del Tlahtoani. Se sabe, por su constancia en imágenes, que al lado del señor gobernante existía una especie de ministro inmediato, identificado como Cihuacóatl. La palabra significa “mujer serpiente”, responsable de equilibrar y complementar las decisiones del Tlahtoani, sin duda esto es parte de esa concepción dual de la realidad que se trasladó a formas de poder político. Pero es necesario abundar en él, ver hasta qué punto pudo existir en un principio y en cuáles sociedades, porque hablar del México anti-

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guo significa hablar de pueblos numérica y socialmente complejos y de historias diversas. Es necesario rastrear dónde surgió y se mantuvo una estructura política integrada en su cima por dos gobernantes: uno masculino y otro femenino. Bien podría preguntarse si se concibió la dualidad solo en atributos y funciones desde un principio o si en efecto, se alternaron hombres y mujeres. De cualquier forma Oxomoco y Cipactonal nos llaman a la reflexión [Johansson, 1998]. d) La mujer en la educación. Fray Diego Durán dejó el testimonio de las reformas promovidas por Moctezuma Ilhuicamina, y por los grandes de todo el reino en forma simultánea, estas establecieron: ... que hubiese en todos los barrios escuelas y recogimientos de mancebos donde se ejercitasen en religión y buena crianza, en penitencia y aspereza, y en buenas costumbres y en ejercicios de guerra y en trabajos corporales, en ayunos y en disciplinas y en sacrificarse [Durán, 1985: 59].

El acceso de la mujer a cualquier ámbito educativo no estaba prohibido, y así hay que decirlo; después de la etapa formativa venían otras más. En el templo mayor de Tenochtitlan había dos monasterios, según refiere Durán, uno para los mancebos de 18 a 20 años y otro para las doncellas de 12 a 13 años. Todos dedicados al culto de Huitzilopochtli y cuyo tiempo de estudios era de un año. En los Telpochcalli, casa de jóvenes, de México Tenochtitla ingresaban sin restricciones las mujeres y los varones de cualquier origen social y llegaban para convertirse en telpochtli, joven adolescente o maduro. Había una casa para niños y otra para niñas, aquí se rendía culto especial a Tezcatlipoca. Si en el transcurso de su estancia se definían por “la religión y el recogimiento” se les trasladaba al Tlamazcalli, y no se indicaba algún requisito de estatus obligado o de origen social, mucho menos de sexo. Ahí los jóvenes completaban su formación, cantaban, bailaban, oraban, definían sus inclinaciones a la vez que aprendían diferentes artes, era la casa de los mancebos en la “perfecta edad de la juventud”, el recinto que correspondía a las mujeres se llamaba Cihuatlamasqueh... [Durán, 1985: 63-92]. Una parte fundamental de la educación se daba en los Cuicalcalli, casas de canto y danza, en sus amplios edificios, mujeres y varones adquirían un legado cultural esencial: tañer instrumentos, cantar y danzar. Con ellos recreaban su cultura, interiorizaban el conocimiento

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de su pueblo por medio del recurso de la memorización, cuyo vehículo más efectivo fue el verso dulcificado con música, reforzado por la danza. Niños y niñas eran recogidos por ancianos y ancianas destinados expresamente a esta labor, lo hacían antes de caer el sol y luego los devolvían a sus casas, los asistentes tendrían alrededor de los 13 años [Sahagún, 2000, II: 778-779]. e) Tlamatinimeh, la mujer en la ciencia. La mujer podía llegar a tener uno de los más altos grados educativos, podía ser una Cihuatlacuilo, la poseedora del “negro y el rojo;12 es decir, podía ser una pintora de códices o amoxtin; o una tlamatini o sabia [León Portilla, 1997: 9-10; Huehuetlahtolli, 1991: 9-10; Tino, 2002]. Otro tipo de tlamatini eran las Makakatsiy, mujeres parteras. Un oficio central en la vida de toda comunidad humana es sin duda la del médico responsable de cuidar la gestación de los seres humanos. En el México antiguo, esta función la desempeñaron mujeres sabias en su materia y dignas en su calidad moral. Eran a la vez médicas, conocedoras de los secretos de su profesión, y portadoras de la voluntad de los dioses, por ello, eran también sacerdotisas de la vida, al lado de la atención física eran responsables de los rituales que debían acompañar a la gran celebración de la concepción, el alumbramiento, el reestablecimiento de la parturienta y la sobrevivencia del nuevo hombre o mujer. En totonaca se les llama aún Makakatsiy, es decir, “las que tienen el conocimiento en sus manos”. Afortunadamente, de ellas desde los Huehuetlahtolli, recopilados por Sahagún y Durán, hasta nuevos estudios, así como por la preservación parcial del oficio hasta nuestros días, se ha ido comprendiendo la significación del mismo [Sullivan, 1998: 42-49; Palacios, 1998; Tino, 2002]. f) In xóchitl, in cuícatl. Mujeres poetas.13 Pocos testimonios se guardan de su actividad como poetas e historiadoras, sin embargo entre los testimonios que se han logrado conservar aparece el poema épico que escribió Macuilxochitzin, hija de Tlacaélel Cihuacóatl; era originaria de Tenochtitlan y vivió a mediados del siglo XV. Su nombre es el mismo que la deidad de las artes. El canto épico, como el escrito por Macuilxóchitl, busca dejar memoria de acontecimientos de gran relevancia en la historia de su esplendorosa nación, la mexica, y con él agradece al dios supremo su presencia. Elevo mis cantos, Yo, Macuilxochitl,

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Con ellos alegro al Dador de la vida. [León Portilla, 1994: 195-202].

Existieron otras poetas, una de ellas fue la señora de Tula, mujer de Netzahualpilli, tan sabia que se afirma: “competía” con el tlahtoani, pero su nombre y obra se ignoran, quizá de esta última se conozcan algunos fragmentos a nombre de otros14 El cronista Juan de Pomar subrayó que esta situación en la que una mujer alcanza fama como poeta se dio en un grupo especial: las mujeres del tlahtoani, y a partir de esa afirmación es como Dominique Raby expone, precisamente, que es entre las cihuatin de los gobernantes de mayor rango, donde se puede encontrar a mujeres que reunían condiciones apropiadas, eran instruidas, con tiempo libre suficiente y con experiencia práctica en la vida —que bien pudieron dedicarse a escribir cantos. Raby analiza de manera concreta un tipo de palabra: los cococuicatl (cantos de tórtolos, o de amor); estudiando su estructura en los restos que son parte de la colección de Cantares Mexicanos y en algunos Códices, explica que estos cuicatin eran esencialmente creados por mujeres y representados por las mismas. Son muchas veces mujeres las que hablan de sus experiencias y reflexiones amorosas. Simbólicamente las ahuiani eran quienes en términos regulares, entonaban los cococuicatl en diversos contextos sociales, pero en todo caso ligados a un culto: el de Xochiquetzal. La enunciación de los cococuicatl por las ahuiani en relación a Xochiquetzal constituía una de las partes de la dualidad al integrase con la representación de danzas que los guerreros tributaban a Tezcatlipoca o a Huitizilopochtli. Asociados ambos, eran el vínculo del amor y la guerra15 [Raby, 1999: 225-226; Durán, 1995, II: 263-264]. g) Cihuatlacuilo, escritoras. No aparecen nombres precisos, aquí podríamos incluir las referidas entre las compositoras de cantos como los cococuicatl, pero se trata de mujeres que escribían también otro tipo de textos, incluso dibujaba sus códices y lo que sí se conserva es su imagen en vasijas y códices, incluso algunas acompañan los corpus documentales que sirvieron a los frailes-cronistas, ahí están mujeres escribiendo códices, mujeres poseedoras del negro y el rojo, de la sabiduría contenida en sus antiguos libros. CONSIDERACIONES

FINALES

A partir de la conquista, las mujeres mesoamericanas dejaron de ser

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en términos filosóficos la complementariedad de la deidad dual que consigna la filosofía antigua, dejaron de existir como tales y aparecieron en escena las mujeres novohispanas (indias, mestizas, española y negras), seres que podían ser sublimes si lograban superar su “naturaleza perversa”, según el nuevo pensamiento. Podremos hablar de mujeres con una gran fuerza económica y hasta política por lo menos localmente, como las señoras cacicas o algunas empresarias, pero en general las mujeres que sobrevivieron a la violencia de la conquista y las que nacieron o llegaron después, fueron asumidas como sujetos dependientes, de voces débiles para las instituciones y de voluntades pobres, aunque no siempre lo fueron. Se puede afirmar, que gracias a los esfuerzos de los especialistas que van ampliando los horizontes del conocimiento de la Historia Antigua de México, se percibe una sociedad donde el rechazo a la mujer no era un rasgo característico, lo que no significa evidentemente la existencia de una absoluta “equidad”. Por todo, se plantea entonces la necesidad de recopilar minuciosa y críticamente todo testimonio que permita mostrar de manera más clara, la historia de las antiguas mexicanas, la historia de nuestras abuelas, de nosotras mismas.

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CITHIN, LAS ANTIGUAS MEXICANAS

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MALINALLI: UNA REINTERPRETACIÓN CULTURAL Ana M. Fernández Poncela

INTRODUCCIÓN

Este texto se propone una reinterpretación cultural, más que histó-

rica, del mito en sí. Ubicarlo, en primer lugar, en el contexto social de la época relacionándolo con algunas de las costumbres existentes entre las antiguas culturas americanas y la sociedad novohispana, y que se recreaban en ese momento histórico, así como en la creación de leyendas populares en la época —entre españoles y mexicas— sobre determinados temas, y que cobran nuevo vuelo literario en los siglos XIX y XX, al calor de la Independencia, primero, y la construcción nacional, más adelante. Para concluir que la elevación de esta supuesta historia a mito presenta congruencia tanto con la tradición cultural discursiva indígena, la visión de los conquistadores españoles, como con la situación presente que se estaba viviendo en aquel período, y la posterior funcionalidad social que llega prácticamente hasta nuestros días. Sobre Malinche, mucho y muy variado se ha escrito. Es un tema que hechiza, atrae y apasiona. Es alguien a quien todo mundo cree conocer. Forma parte del imaginario popular, pero además, con mensajes para la mexicanidad y para las mujeres, a primera vista claros. La figura de La Malinche, que vamos a llamar Malinali, por considerar que posiblemente fuera su nombre original, frente al español Marina, el mexicano Malinche o el indio Malintzin, puede interpretarse a través de los datos históricos existentes, los Códices Prehispánicos, las Crónicas de Indias (XVI, XVII), los historiadores (XVIII), las historias de mujeres contemporáneas de la época, las reflexiones de los mexicanistas y los artistas —literatos y dramaturgos— del siglo XX. En estas páginas hemos elegido realizar el ejercicio reinterpretativo a través de antiguas leyendas populares de tradición oral, algunas con versiones escritas en los últimos dos siglos,

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por un lado, y de otro, las narraciones literarias y periodísticas sobre el tema, de autores en los siglos XIX y XX.1 ANTIGUAS LEYENDAS POPULARES A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS2 Cuando vivía en Nicaragua recogí varios relatos orales populares en torno a leyendas con personajes protagónicos y una trama argumental similar: la protagonista femenina, hija del cacique principal indígena se enamora de quien no debe, extranjero de otra tribu indígena, indio pobre o conquistador español, y ese error sentimental causa siempre su desgracia que suele concluir con su propia inmolación, pero que muchas veces era acompañada por la destrucción material de su pueblo, véase simbólica y físicamente su cultura, ante la del enamorado foráneo. Por supuesto, ni la leyenda de la Llorona, ni la historia de Malinali se escapan a esta influencia narrativa, es más, con sus variantes, forman parte de esta oralidad popular que llega hasta nuestros días, viva en el habla popular, o en su caso, pasada por el tamiz de los escritores, fundamentalmente de los dos últimos siglos. Xiloá es una laguna que posee un balneario muy popular a pocos kilómetros de Managua. Según un relato allí Xochitl, hija de cacique indio se enamoró de un campesino indio. El padre mandó ahogar al joven y ella al enterarse se quedó en la orilla de la laguna llorando para siempre. Dicen que por eso su agua es salada.3 Estas leyendas son prototípicas, esto es, hay muchas regadas por Mesoamérica. Otro ejemplo, Xalí en Masaya, Nicaragua, hija de cacique también se casó con su enamorado indio, y dejó al que tenía inicialmente como prometido. Éste, despechado, tras la boda le disparó una flecha al novio y lo mató, ella lloraba y le suplicaba morir también, y así sucedió. Murieron junto a la laguna de Masaya y en las noches de plenilunio el viento sobre el agua hace y deshace los pliegues de la túnica de Xalí, según cuentan todavía.4 La narración de Zacar, hija de cacique, ahora en Guatemala es una leyenda similar. Se enamora de un hijo de cacique de una etnia enemiga que es hecho prisionero, éste mata al pretendiente de ella, la toma y se escapan, en la huida ella queda en una cueva mientras él atraviesa a nado a un lado, a su regreso ella había sido devorada por los coyotes. La abrazó y se lanzó al lago. Sus almas enamoradas rondan el lado, y por supuesto, sus respectivos pueblos hacen las paces.5 Sobre este esquema narrativo se levanta una nueva versión, el hijo de cacique enemigo o indio pobre, es sustituido durante la colonia por el conquistador español, sin desaparecer los otros relatos

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llegan nuevos donde hay una redefinición de papeles en los personajes, más el mensaje es muy similar, casi el mismo. Sigamos con Nicaragua: en Tiscapa, una laguna situada en lo que un día fue el centro de Managua —derruido por el terremoto de 1972— una joven se enamoró de un español en tiempos de la conquista. Su madre la desaconsejó, sin embargo ella guiada por su corazón se involucró con él un día que lo vio pasear por la laguna mientras ella lavaba la ropa. Tuvo un hijo. Tiempo después el español regresó a su país y la joven quedó desolada. Lavando y llorando no vio o no quiso ver —hay varias versiones en el habla popular— cómo la cesta en la que estaba el niño era llevada por las aguas. Al darse cuenta de lo que sucedía se tiró a la laguna y fue tragada para siempre. Cuentan que algunos atardeceres, los paseantes todavía pueden oír los lamentos de la mujer y los llantos del niño. Aquí todo parecido con la Llorona, no parece pura coincidencia.6 Otra historia trágica es la de Xóchitl, en León, Nicaragua. Hija de cacique indio se enamora de capitán español, y el despechado prometido indígena acusa al padre de ella ante los españoles de preparar un levantamiento. Estos arrasan el pueblo, ella sobrevive, enloquece y se prende fuego. Hoy existe el tamarindo donde el padre de la joven fue ahorcado por los españoles, y el alma del cacique se pasea convertido en cangrejo de oro.7 Pero lleguemos a México donde también hay relatos parecidos en varios rincones del país, como el de Malitzín y Xúchitl en tierras de Zacatecas. En el primero, la hija de cacique indio, a la muerte de su padre, es dejada en custodia a un sacerdote indio que la pretendía. Ella se casa con su amor español, pero el mismo día de la boda, al regresar a su palacio, mientras su marido resolvía unos asuntos, el sacerdote la pide abjurar de su nueva religión y casarse con él, al negarse, la llevó a la hoguera. El palacio fue arrasado, se cree y se dice, que por los españoles. En el segundo, la hija del cacique, que en la hora de su muerte pretende obligarla a unirse con su aliado indio, lo rechazó porque no lo amaba, pues estaba enamorada de un capitán español, se cristianizó y se casó con él. El indio murió de tristeza.8 Esta parece ser la versión ligera tras ver los dramáticos acontecimientos que acaecieron en las otras, en las cuales la protagonista femenina siempre es asesinada o se autoinmola, y a veces, arrastra a su pueblo tras ella. Aquí dejamos las citas a este tipo o prototipo de narraciones en México, hay muchas más. Quizás mencionar aquellas en las que el amor es entre hombre y mujer india, pero de pueblos y culturas

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diferentes y a menudo enfrentadas, y en las cuales, éstas acaban muriendo —se suicidan o caen muertas— por desobedecer, o lo que es lo mismo, para no obedecer, como “La princesa azteca. Leyenda de la alberca de Chapultepec”,9 “El caballero águila y el caballero tigre”,10 y “Aguila alerta”.11 Luego están las que tienen un final trágico también, debido a antiguos prometidos rechazados y despechados o padres autoritarios, que acaban dando muerte a la pareja de enamorados o siendo éstos condenados al exilio, como “Aguanda y el príncipe Hiquíngari”,12 “Mololoa y Sangangüey”13 o “Chichén-Itzá y la princesa Sac-Nicté”.14 También, como se dijo, hay relatos similares cuyos protagonistas son mujeres indias y hombres españoles. En ellas, la conquista y la guerra quedan reducidas a una edulcorada historia de amor, donde el poder del padre sobre la hija es notorio y la codicia de los blancos sobresale. Donde los hombres se enfrentan, más que por la situación social del momento según la historia, por el amor de una mujer según la leyenda. Ella siempre es una princesa bella y dulce, él un soldado valiente, pero incumplen los supuestos mandatos sociales de sus pueblos y el amante despechado o el padre, o en algún caso ella misma acaba dándose muerte: “El amor de dos sangres”,15 “La muerte de Tzilacatzin”,16 “Por el amor, el dinero y el orgullo”,17 “Sonot, la princesa Opata”,18 “La cruz de Culiacán”,19 “Atzimba y el español Villadiego”.20 Existen también algunas narraciones de este estilo con final feliz y boda, pero son excepciones, gotas de agua en un mar donde todas tienen un trágico final. No hay que exagerar, pero la aparentemente fácil entrega de la mujer india al colonizador blanco, tiene que ver en primer lugar con la imposición por la fuerza del primero, pero y también, quizás con la valoración de aquella hacía el segundo, con relación a cómo era tratada por éste en comparación con su compañero indio. Sin obviar, por supuesto, el cálculo en torno a la sobrevivencia, su capacidad de adaptación cultural y la posibilidad de movilización étnicosocial ascendente de la propia mujer. Y si bien, como señala Bernal Díaz del Castillo [1991] los españoles ambicionaban el oro y buscaban “una buena india”, no es menos cierto como este mismo autor dice: “Había muchas mujeres que no se querían ir con sus padres, ni madres, ni maridos, sino estarse con los soldados con quienes estaban, y otras se escondía, y otras decían que no quería volver a idolatrar; y aun algunas de ellas estaban ya preñadas” [Díaz del Castillo, 1991: 195]. Como y también se ha de tener en cuenta los estragos de los conquistadores “Las cuales (mujeres),21 aunque la historia no

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lo cuenta, no creo que la virtud de los nuestros fue tanta que les aconsejasen que perseverasen en su castidad y honestidad y recogimiento en que estaban” [Durán, 1951: 75]. Está claro cómo todas estas mujeres indias de las leyendas descritas subvierten aparentemente el discurso narrativo legendario fuertemente endogámico, pero no la regla cultural del intercambio de mujeres o el matrimonio preferencial según los estudios levistrossionanos. En Tenochtitlán, según el historiador Pedro Carrasco, predominaban para la clase noble los matrimonios entre un mismo linaje. “Esto parece guardar relación con el sistema de sucesión colateral cuando un señor se casa con la hija de su antecesor. También se estila que un príncipe del linaje Tenochca se entronice en un lugar que antes tenía dinastía propia; entonces el nuevo señor se casa con la hija del que reemplaza, relacionándose así con la dinastía local” [Carrasco, 1994: 197]. Así las cosas ¿por qué condenar en las leyendas orales populares a las uniones o los matrimonios mixtos que eran utilizados de hecho y en la práctica como alianza política? Es más, la historiadora Pilar Gonzalbo afirma: “Sabemos que los soldados competían por ellas (indias)22 y que las valoraban de acuerdo con sus criterios estéticos y utilitarios...Muchas indias se casaron con españoles y muchas más vivieron amancebadas temporal o indefinidamente. Las jóvenes herederas de tierras o cacicazgos, pertenecientes a la nobleza prehispánica, fueron novias muy solicitadas por los españoles, que así se beneficiaban de la fórmula legal que daba la herencia a las mujeres y la administración de los bienes a sus maridos” [Gonzalbo, 1994: 107]. Pero además, en las Crónicas de Indias se menciona cómo se regalan hijas de principales a los conquistadores, como las hijas de caciques tlaxcaltecas o las del propio Moctezuma a Cortés [Díaz del Castillo, 1991]. Está claro que no había escrúpulos étnicos en las uniones conyugales mixtas o en los matrimonios —quizás sí de nivel social pero no por cuestión étnica—, y que no sólo eran usuales, sino incluso deseados sexualmente y políticamente convenientes en múltiples ocasiones. Entonces ¿Por qué las leyendas populares orales que todavía están vivas, o sus versiones escritas posteriores, muestran un final diferente y las uniones interétnicas siempre acaban con la muerte de ella o de ambos cónyuges? Probablemente, este discurso corresponde a un prejuicio grabado en la cultura popular, que no refleja la práctica real. Sin embargo, sabemos que para que un mensaje se mantenga en la narrativa oral popular es porque tiene alguna funcionalidad social readaptada a los nuevos tiempos ¿Cuál sería

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ésta? Tal vez podríamos pensar que la utilidad de las narraciones es culpar a las mujeres de la destrucción de la cultura india, ellas como mujeres, y en ocasiones como nobles, se unen al enemigo y colaboran a la desestructuración del viejo orden o a su readaptación social. Eso es, la unión entre ambas etnias conduce a la destrucción, ilustrada en las leyendas con la desaparición física de un pueblo indio, o lo más usual con aquella que lo propició: la mujer, según la visión india. Pero según la mirada de los españoles, puede decirse que reducen la conquista, la guerra y la destrucción a una historia de amor incomprendida. Así que todos contentos. Por otra parte un pequeño grupo de narraciones de leyendas, éstas ya escritas, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, exponen los casos de mujeres indias, nobles princesas quienes, como en el caso de “Suceso memorable de una princesa mexicana”,23 sueñan y predicen a su pueblo la llegada de los extranjeros, junto a la prédica de la palabra de Dios. Concretamente en este relato, Papantzin, hermana de Moctezuma y viuda del gobernador de Tlatelolco fallece, y luego misteriosamente se aparece y afirma que un ángel se le apareció y le dijo “Dios te ama, aunque tú no lo conoces” [Clavijero en Álvarez, 1998: 144], también vio en su sueño barcos con hombres blancos y barbudos. El ángel de esta anunciación, la vuelve a la vida para que dé testimonio ante su pueblo de aquello que iba a acontecer. Los hombres extranjeros iban a ser los dueños de esas tierras y traerían al verdadero Dios. Moctezuma quedó atónito y no quiso volver a verla. Cuenta la leyenda que “La princesa vivió muchos años...consagrada al retiro y a la abstinencia. Fue la primera que en el año de 1524 recibió...el bautismo” [Álvarez, 1998: 146].24 Otro relato de similar índole es “Albor de Aurora”,25 en él una princesa india convertida, María de Sandoval, intenta “aplacar la cólera de los caciques...la rebelión” [Frías, 1999: 286], como le expone a su sacerdote. Su historia se remonta cuando es liberada por Gonzalo de Sandoval de los indios y le da su apellido y la educa como cristiana. Según la leyenda ama a Dios, pero a la vez ama a su patria y a los suyos. Es por ello que los intenta detener ante los conquistadores que arriban a sus tierras: “Esperad hermanos” y los llega a convencer esta “¡virgen enamorada del sacrificio!” [Frías, 1999: 291]. Un tercer texto, “Amor de esclavos”,26 es la historia de amor entre Tzintzan (michoacana) y Huehuetxolotl (de misterioso origen), ambos esclavos al servicio de los españoles en el palacio de Cortés. Al inicio piensan que no pueden ser felices por tener diferentes dioses

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y pertenecer a etnias distintas, como era tradición entre los indios. Se confiesan ante un sacerdote, se cristianizan y éste los une. Así su destino funesto de desencuentro se salva gracias a la nueva fe y las nuevas reglas sociales. En un trágico episodio, él toma una canoa y la lleva a ella, lleva también un tesoro del cual es depositario. Los persigue el sacerdote para hacerle confesar, pero antes un blanco lo mata, ella se pregunta dónde está Dios y su bondad. Respóndele el sacerdote: “¡–Llora, pobre enamorada, sufre y perdona! Que se pierdan los tesoros de la tierra: tú lo quisiste, Salazar (el blanco),27 y tú, triste india, que te bendiga Dios, porque has amado y has sufrido mucho!” [Frías, 1999: 248]. Todo un canto a la resignación. Así las cosas, y al margen de las diferencias de las tres narraciones, todas tienen el común denominador de una mujer india que acepta rápida y fervorosamente la nueva fe, y en las dos primeras además princesas, y que pretenden convertir a su pueblo. Esto último, quizás no sólo es por la fe, sino también porque considera racionalmente la superioridad bélica del enemigo, con lo cual lo más inteligente es subordinarse al mismo, ya que el enfrentamiento directo sería suicida. Cuestión ésta la de la adaptabilidad social que va mucho con el quehacer femenino en la historia, desde el aspecto lingüístico hasta el cultural en general. Se trata de una visión legendaria y literaria del asunto, ya que una incursión más histórica nos muestra el caso de la reina, madre de Ixtlixúchitl —cacique de Texcoco que se cristianizó con el nombre de Hernando (1519) y luchó junto a Cortés— que se negó a recibir el bautismo y su propio hijo incendió su casa con objeto de convencerla. Ella fue bautizada con el nombre de María, apadrinada por Cortés, y según dicen se trata de la primera mujer india bautizada [León-Portilla, 1972].28 ¿Cómo y por qué estas leyendas hacen una alabanza del papel evangelizador de la mujer y contradicen así, por ejemplo, a una historia real? Hay que tener claro que se tratan de narraciones ya escritas en los siglos XVIII y XIX. Por otra parte, la mujer sigue siendo la introductoria de la nueva sociedad, no sólo como veíamos anteriormente a través de uniones conyugales, sino en este caso transportando y transmitiendo la nueva fe. El objetivo en este caso es dejar claro que se trata de un modelo que se repite, y en el cual tiene cabida la historia de Malinali, con sus diferencias por supuesto, y saltando de la leyenda a la historia con pinceladas legendarias. Princesa india, hija de cacique principal — en el caso de Malinali, esto está en duda—, se enamora o une a

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soldado o capitán español, y recibe el desprecio de su pueblo, lo arrastra a la destrucción —metáfora del enfrentamiento bélico y cultural interéctnico—, y ella acaba muerta —a manos de prometido vengativo, padre dominante, hermano, la fuerza del destino, o por su propia mano—, o denigrada por los siglos de los siglos —como sucede con Malinali—. Siempre queda la duda de la función social en nuestros días de estos relatos, en el caso de Xochitl hija de Adiact en Subtiava, León, Nicaragua, se puede especular que en realidad los españoles propagaron la leyenda con un doble objeto, primero, enmascarar la destrucción de la comunidad india con una supuesta historia de amor donde éste se resalta y semioculta lo otro; segundo, se responsabiliza a un indígena de la misma, que a su vez es instigado por sentimientos de venganza hacia una mujer indígena: es ella la traidora y la culpable en última instancia de todo a ojos de su propio pueblo. Mujer chivo expiatorio de la conquista, pero no sólo para limpiar la imagen de los españoles, sino y sobre todo, para descargar el coraje, ahora sí, de los indios. Los primeros son enemigos muy poderosos, pero una mujer indígena, aunque sea hija de cacique o por eso mismo, es más fácil de culpar. El hombre pobre y desposeído ante una cultura que se desestructura, señala a la noble que se pasa a las filas del enemigo. ¿Me siguen? En la época —como dijimos— muchos conquistadores estaban muy interesados en las hijas de caciques [Gonzalbo, 1994]. No había muchos escrúpulos étnicos, ni mucho menos, pero sí existían muchos intereses económicos y políticos de por medio, sin negar el amor, Dios me libre. Así las nobles princesas no cambiaban mucho su status social, mientras el resto de la población padecía la explotación. ¿Qué nos sugiere esto con relación a Malinali? ¿Son estas leyendas reproducción de los relatos orales tradicionales de las antiguas culturas indígenas mesoamericanas? Qué duda cabe, pues reflejan la costumbre de la endogamia matrimonial, o corrijo, más que la costumbre práctica, la costumbre del discurso del imaginario social, no de la realidad, o la invención de un discurso frente a una nueva realidad adversa; porque sabemos que la exogamia en la nobleza era usual para fines de alianzas político-matrimoniales, y así prosiguió con la llegada de los españoles. También muestran la visión negativa del “otro” que irrumpe en la propia cultura. Y una imagen negativa de las mujeres: traidoras a su familia, pueblo y cultura. Además, el mensaje responsabiliza directamente a la mujer de la destrucción física y cultural de su comunidad. La cultura india se explica lo acae-

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cido y exorciza sus rencores. Pero están también reelaboradas y refuncionalizadas según la visión española de la leyenda rosa de la conquista que desea mostrar historias románticas de amores incomprendidos, que rompen arbitrarios culturales y que sobrevuelan los mandamientos sociales, donde el amor todo lo puede, aunque acarree la desgracia a los vencedores, que no a los vencidos. Es por ello, por su utilización en ambas culturas que se crean y recrean. Lo mismo el mito de Malinali ha sido refuncionalizado en cada momento histórico, y está íntimamente ligado a estas narraciones populares, es más, las condensa y representa, toda vez que se nutre y perpetúa en ellas. RECREACIÓN

LITERARIA DE LEYENDAS

POPULARES EN LOS SIGLOS XIX Y XX

En general, tras la Independencia se ha hecho una lectura sesgada con gran menosprecio de la vida y obra de Malinali. Es la encarnación de la traición por así decirlo, si bien y según la época y las influencias literarias o históricas, además de políticas y nacionalistas, del momento, es pintada con más o menos crueldad, algo justificada o totalmente denostada. Una gigantesca tarea se abre a los intelectuales o pensadores de la época: la construcción de una cultura nacional. En un primer momento, la intención de los liberales es borrar al indio o lo indio del pasado del país. Hay persecución de los grupos que quedan en rebeldía que no han sido asimilados, como algunos en el norte del país, y se lucha con los grupos del sur que se levantan. Pero como señala Fernanda Nuñez: “El exterminio llano tenía, sin embargo, sus bemoles; repugnaba a las conciencias liberales, costaba muy caro y engrandecía demasiado a los caudillos militares. Para vencer la tenaz oposición de los indios a todo proyecto de integración nacional, se buscarán otros métodos de ‘asimilación’” [Núñez, 1998: 72]. En una segunda etapa, en la segunda mitad del XIX, se reinicia la política nacionalista, encabezada por Ignacio Manuel Altamirano, y se intenta la creación de una literatura nacional, en la cual se incluye el interés por reavivar relatos míticos y legendarios en torno al pasado indio del pueblo mexicano, seguramente bajo la influencia del romanticismo y a manera de epopeya pseudohistórica. Princesas y príncipes indígenas, sus amores y desamores, son los protagonistas de las narraciones, recreadas desde la mirada de la época, con un lenguaje que las hacía pasar como verídicas: “Nuestra literatura pudo haber seguido por el camino de aquel nacionalismo espontáneo en

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que se había encauzado desde las primeras décadas de la vida independiente, pero Altamirano comprendió que era necesario un programa coherente para que la literatura mexicana llegara a ser auténticamente nacional y original y para que, rindiendo culto a las tradiciones y a los héroes, contribuyera a la formación de nuestra conciencia cívica” [Martínez, 1994: 1053]. Este escritor consideraba que había que tener temas propios y dignificar lo mexicano. Heriberto Frías (1870-1925) escritor y periodista antiporfirista tiene muchas historias de este tipo. Aquí se muestran dos relatos en los cuales aparece la figura de la Malinche. El primero de ellos es “Cuauhtémoc y Hernán Cortés” y en él alaba al primero, como líder indio que es, lo presenta enojado pues su tío Moctezuma que está jugando con Cortés, al entrar en la estancia donde esto acontece exclama sorprendido “–¡Tú, Malitzin!”, Moctezuma le ordena salir y “El príncipe retrocedió, baja la frente, fulminado por la visión de aquella mujer, de la mujer apóstata, del caudillo extranjero. –Infame, traidora!- iba rugiendo por las calles y puentes” [Frías, 1999: 344]. Según el relato Cuauhtémoc había conocido a Malinali en Tabasco “linda como las auroras del trópico, dulce y lánguida como el sueño vaporoso de sus siestas, y exuberante y regia como su vegetación soberana y lujuriosa. ¿Cómo no habían de amarse el caudillo y la hija de aquellos paraísos?... Se amaron... No; ya el guerrero no piensa en su juramento de arrancar el corazón de Hernán: piensa en Malintzin que se ha unido a él, seducida por el brillo de plata de su armadura, por su cutis blanco, por su barba majestuosa...” [Frías, 1999: 344-5]. En un encuentro de Cuauhtémoc y Malinali, él le recrimina: “¿Por qué has traicionado a tu amante a tus dioses y a tu raza y te entregas al extranjero blanco?” [Frías, 1999: 346], ella responde: “porque él es bueno y el enviado del verdadero Dios” [ídem: 346]. Aparece Cortés en escena y Cuauhtémoc le pide: “–Dile que te amo y que fuiste mía —dice en idioma nahuatl—. –Dice que a tu pesar he de ser suya y te odia —dijo en castellano la india Malintzin. Desenvainó su espada Cortés, la levantó en alto amenazando a Cuauhtémoc, y éste presentó su pecho; pero en el momento en que iba a cerrar sobre él, viendo Malintzin la nobleza del mexicano, se interpuso ante Cortés gritándole: –¡Sé noble, está desarmado! Hernán retrocedió... Cuauhtémoc... –¡Dile, ingrata, que de hoy en adelante no espere misericordia de nosotros; que si se la habíamos tenido era por nuestro emperador; que ya estamos cansados y yo voy a acaudillar la rebelión santa hasta morir, ya que merezco la muerte por amarte!” [ídem: 346]. Como se ve, ya hay mexicanos en

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aquella época y son indios por más señas, también se presenta la imagen del indio valeroso y el no tanto, mientras el conquistador es el enemigo pero también es gallardo. Malinali es la que sale peor librada, pues a pesar de ser india, es la más mala de todos, y no tanto por traicionar a su pueblo, que también, sino por traicionar el amor de Cuauhtémoc, según este relato, que por otra parte y seguramente, poco tiene que ver con la verdadera historia. La segunda narración de este autor es “La venganza”. En ella aparece en escena Mencia, ahijada de Cortés y enamorada de Cuauhtémoc, según el texto: “ella ama como nunca al príncipe mexica cuyos pies calcinados besara un día en un frenesí de lástima y amor... lo que más la torturaba, era el pensamiento de que Cuauhtémoc apenas se había dignado besarla... ¡Orgulloso indio! ¡No besar a una dama española él, el indio hijo de una raza que los suyos ultrajaban de la manera más vil” [Frías, 1999: 374]. El caso es que Malinali era amiga de Mencia y “miraba sonriendo a la española con una sonrisa traidora” mientras ésta pronunciaba “–Esclava miserable que has vendido a tu raza a la codicia de los aventureros de mi tierra... tú los crees grandes y nobles... los verdaderos grandes y nobles no te los imaginas... La Malinche bajó humildemente la cabeza” y prosigue “–Lo comprendo mi ama: pero, ¿qué quieres que haga?... Oye Mencia...¡Tampoco tú te imaginas a lo que quiero! ¡Vengarme!... Mi señor te ama, yo se lo he oído decir en sueños... Cuauhtémoc me ama a mí... y tú a él... ¿Comprendes que todo está en que tú vayas a verlo a despecho de la voluntad de mi amo?” [Frías, 1999: 375]. Así es como llevan a cabo el plan, se cambian los ropajes y Mencia vestida de india parte el palacio de Cuauhtémoc, esto sucedió muchas noches más. “La Malinche, la lengua, como le decían los españoles, era la eterna sombra de Cortés; jamás la india intérprete amada del caudillo lo abandonaba un instante” [ídem: 376]. Los rumores de infidelidad se extendieron más “¡Cómo creer semejante cosa si la Malinche no se separaba de él ni un instante! Sin embargo, envenenada el alma por una sospecha, la retuvo más que nunca a su lado. ¡Sabía que Cuauhtémoc la amaba y la había poseído! Ella estaba contenta, tenía de nuevo el amor de su amo, de quien sospechaba que amase a Mencia” [Frías, 1999: 377]. Dos años después Cortés cedía a Malinali a Juan de Jaramillo. Pero con la sublevación de Hibueras (Honduras) Cortés partió con Malinali, Cuauhtémoc y Mencia. Este fue ahorcado por el primero y Mencia besó su cadáver y juró vengarlo: contrae matrimonio con un marino vuelve a España y “refiere las iniquidades de la conquista” ante el rey Carlos V. Cortés sufrió

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humillaciones en la corte. Mencia acabó en un convento pidiendo perdón a su padrino. Como se ve los indios son los buenos de la película y sus defensores, no importa su etnia, lo son también. Malinali es malvada se mire por donde se mire, aunque la maldad sea fruto de la razón y la inteligencia, de la adaptación social y la sobrevivencia física. Las venganzas son realizadas por mujeres, a través de una estrategia de acción más que de amenaza, los hombres aparecen vencidos por la astucia femenina, se matan entre ellos, y finalmente la co-protagonista de la historia acaba en un convento como toda joven de la colonia que rompiera de alguna manera las tradiciones y buenas costumbres de la época [Fernández Poncela, 2000]. Malinali, condenada a la crítica negativa. A inicios del siglo XX, hay un grupo de intelectuales —periodistas y escritores— denominados “los colonialistas”, debido a que entre los objetivos de sus obras, se trataba de reivindicar el pasado colonial del pueblo mexicano como anclaje de origen del mismo, y en contraposición con el discurso oficial que elogiaba lo autóctono encarnado en los héroes indios de un mítico pasado. Luis González Obregón (1865-1938), entre otras cosas cronista de la ciudad de México, pertenecía a dicha corriente. De su pluma se puede leer “La calle de Juan Jaramillo”, leyenda de una de las calles de la ciudad de México, en la cual aparece Malinali. La hoy populosa y céntrica República de Cuba cambió de nombre en varias ocasiones, en una época se denominó Juan Jaramillo —alrededor de 1527—, pues allí era la morada del esposo de Malinali, “no faltando un ingenuo pero malicioso cronista, que asegurara no haber estado en su sano juicio el Jaramillo cuando se desposó con la Malinche” [González Obregón, 2000: 135]. Como se ve desde un inicio el prejuicio se percibe claro e irónico a la vez. El texto también informa de la segunda boda de Jaramillo, esta vez con una española. Y añade en otro momento del relato “Todos los historiadores de la conquista de México se han ocupado en referir los importantes servicios que prestó la célebre india doña Marina a Hernán Cortés y a sus capitanes y soldados, ya sirviéndoles de intérprete con los indios, ya descubriéndoles serias conspiraciones, en que hubieran perecido sin sus oportunos avisos; ya indicándoles las rutas seguras para no extraviarse por caminos largos y peligrosos; ora, en fin, suministrándoles alimentos para que no pereciesen de hambre, cuando los indígenas los sitiaban y se negaban a proporcionárselos dolosamente” [ídem: 135]. Entre otras cosas, en este texto, se critica a los españoles por no

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haber agradecido los favores tan necesarios que Malinali les ofreció. Fue la india buena y a pesar de la ironía anterior, y como reflejo del enfoque “colonialista” ya mencionado, hay de alguna manera que reivindicar su nombre como aliada de la conquista y colonia española. A pesar del título de la narración, se trata de reivindicar los derechos de descendencia de los dos hijos de Malinali: Martín y María. ALGUNAS REFLEXIONES Como se observa, y según la época, los indios son más o menos buenos, y Malinali, más o menos mala o mejor o peor valorada, según estas leyendas ya con autoría y de data reciente. Hemos visto aquí el retrato de Malinali a partir de las antiguas leyendas orales tradicionales que todavía se cuentan de viva voz aunque algunas estén recogidas en versiones ya escritas, y otras leyendas de los siglos XIX y XX, éstas ya redactadas, firmadas y con autoría. Todas ellas tienen, como todo relato —oral o escrito— una funcionalidad social. Pero lo que más nos interesa es ver cómo se configura el mito de Malinali en el imaginario social de indios, españoles y mexicanos. Cómo estas leyendas proyectan una época y unas circunstancias sociales a través de una representación legendaria que muchas veces, poco o nada tiene que ver con la realidad de ese momento. Más bien se trata de un reflejo ideológico-nacionalista de una época, como los escritores del XIX que exaltan un mítico pasado indígena, o los “colonialistas” del siglo XX que reivindicaban el pasado español. Y lo que es más importante, cómo Malinali es un mito, cuya leyenda o historia, se inserta como figura protagónica y estructura de relato, en las antiguas leyendas que condenan las uniones interétnicas —que en la época tenían lugar y eran bien vistas— y alaban el papel evangelizador de la mujer —con alguna historia real que contradice ese mensaje—. Malinali ejerce ambos papeles legendarios y míticos, por una parte, y de otra, también su historia se relaciona con la realidad, con la historia que se conoce en nuestros días de ese pasado. Malinali es compañera y traductora de Cortés, y de otros españoles, y esposa de Jaramillo, se cristianiza y aconseja a su pueblo de origen sobre la “conveniencia” de la nueva fe. Y si bien no acaba muerta y su alma vaga en pena como en las leyendas orales populares de las princesas indias que se unían a un español, sí que la tradición cultural posterior la condena duramente, aunque sea simbólicamente, a deambular cual fantasma generación tras generación, por cinco siglos, hasta la actualidad.

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LA ENTREGA Y EL BAUTISMO DE LAS DONCELLAS TLAXCALTECAS: LAS PRIMERAS REACCIONES ANTE EL CRISTIANISMO

Angélica Rodríguez Maldonado

Después de haberse anotado tan notable triunfo al lograr la alian-

za con los tlaxcaltecas y de contar con su ayuda y apoyo, Cortés decidió, al día siguiente de la visita de los señores de Tlaxcala, ir hacia la cabecera de la provincia junto con su gente; todos iban bien pertrechados y alertas ante una posible emboscada. El conquistador manifestó su deseo de que fuesen con ellos los mensajeros de Moctezuma, y desde Tlaxcala los despacharía, prometiéndoles que permanecerían junto a ellos en los aposentos que les fuesen asignados. La ruta seguida por Hernán Cortés, en su camino hacía Tlaxcala, fue Iliyocan,de ahí paso a Técoac, luego a Atlihuetzian y finalmente a Tlaxcala. “El primer recibimiento fue en Tzompanzingo, lugar importante de Tlaxcala, para después pasar a Atliquitlan, enseguida bajaron a Tizatlán que era el lugar cabecera de Xicoténcatl, donde éste poseía sus casas y es aquí donde recibió a Cortés por su avanzada edad” [Muñoz Camargo, 1998: 200], pues le era difícil desplazarse. Para iniciar su marcha hacia el centro de la provincia, los españoles contaron con la ayuda de los indígenas de carga; emplearon en el desplazamiento veinticuatro días, arribando a la cabecera de Tlaxcala el 23 de septiembre de 1519. Cuando se avisó a los caciques que Cortés y su gente avanzaban hacia la ciudad, se adelantaron para preparar el recibimiento y alojamiento de tan singulares huéspedes. A un cuarto de legua de la ciudad, los cuatro caciques, junto con sus familias, se aprestaron para recibir a los españoles: “también vinieron de todos los lugares sujetos y traían sus libreas que los diferenciaban a unos de otros. Sus libreas fabricadas de henequén con variadas labores y pinturas” [Díaz del Castillo, 1976: 129-130]. Tomaron parte también en el recibimiento los sacerdotes, sahumando a todos; pero su apariencia física causó una mala impresión a los conquistadores por sus largas cabelleras llenas de sangre, así como sus crecidas uñas. Entretanto, la gente de la ciudad salía a las calles y

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azoteas para verles llegar, haciendo grandes aclamaciones, unidas a la música de flautas y atabalillos. Una vez dentro de la ciudad, le trajeron a Cortés veinte piñas confeccionadas con rosas de diversos colores y agradables aromas, recibieron el mismo presente los acompañantes de Cortés que tenían un rango militar, sobre todo los de a caballo. Concluida esta famosa ceremonia de encuentro y alianza, Cortés, Xicoténcatl y Malintzi se fueron hasta donde habían de ser alojados e instalados los españoles, para después reunirse y hablar de su pacto y ayuda en oposición a Moctezuma, su principal enemigo. Los señores de Tlaxcala les dieron bastimentos (gallinas de la tierra, pan de maíz, tunas y legumbres) a los conquistadores, a los totonacas y demás aliados indios; hasta los perros y los caballos recibieron su parte durante su estancia de veinte días. Sin duda fue un acontecimiento muy importante en la historia de la conquista de México el que, durante estos días, los españoles y su gente pudieron descansar, tranquilizarse y considerar que habían salido airosos en las batallas sostenidas contra los numerosos ejércitos indígenas y con muy pocas bajas en sus filas. En reciprocidad hacía los señores de Tlaxcala por el recibimiento y las advertencias que a cada momento les hacían sobre los mexicanos, les fue entregada gran parte de las mantas finas enviadas por Moctezuma. El sitio que les sirvió de habitación, “era la mejor casa de la ciudad, donde había tres o cuatro patios muy espaciosos con tantos y tan capaces aposentos que consiguió Cortés sin dificultad la conveniencia de tener unida a su gente y a los embajadores de Moctezuma” [Solís, 1973: 135]. Sin duda el factor más importante de la estancia de Cortés en Tlaxcala fue la alianza duradera que estableció, y la amistad con los señores Maxixcatzin y Xicoténcatl el Viejo. La cortesía y el buen trato con que fueron acogidos tuvieron buenos resultados. Los tlaxcaltecas deseaban fortalecer su alianza con la entrega de regalos, pero a causa del cerco mexicano poco les pudieron dar, a no ser alimentos y mujeres. Durante su estancia en las casas reales les fueron presentadas a Cortés más de trescientas esclavas muy jóvenes, destinadas al sacrificio de sus dioses. Al principio no las quería aceptar por prohibirlo así su religión, pero el percatarse de que el no hacerlo sería tomado como un gran desaire, y tras haber hablado con fray Bartolomé de Olmedo, Cortés consintió al fin en recibirlas para el servicio de Malintzi.

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Aprovechó la ocasión para decirles que el rey de Castilla deseaba que se deshicieran de sus ídolos y abandonaran la práctica del sacrificio humano; les enseñó imágenes del Niño Jesús y de la Virgen María, y les propuso que si querían ser sus hermanos y que aceptaran a sus hijas, deberían adorar al Dios cristiano y abandonar a sus ídolos; de no hacerlo, irían al infierno al morir y allí arderían por siempre jamás. A pesar de haber asistido a una misa de agradecimiento por la paz, celebrada por el clérigo Juan Díaz, Maxixcatzin y Xicoténcatl preguntaron: ¿Cómo podían pensar que abandonarían a sus dioses? ¿Qué dirían sus hijos y sus sacerdotes? El pueblo se enojaría. Ante este razonamiento, fray Bartolomé de Olmedo aconsejó a Cortés con gran prudencia: “No es justo que por fuerza los hagamos ser cristianos... No quisiera yo que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nuestra santa fe”. Varios de los capitanes más cercanos, Lugo, Velázquez de León y Alvarado, estuvieron de acuerdo con esa decisión. Los tlaxcaltecas respondieron que con el tiempo podrían convertirse en cristianos. Entretanto los españoles los convencieron de que limpiaran y quitaran sus ídolos de un templo para poner el lugar a disposición del culto cristiano, allí colocaron una cruz y la imagen de la Virgen María. Relata Bernal Díaz del Castillo: “...y parece ser tenían concertado entre todos los caciques de darnos sus hijas y sobrinas, las más hermosas que tenían, que fuesen doncellas por casar, y dijo el viejo Xicoténcatl: ‘Malinche, porque más claramente conozcáis el bien que os queremos, y deseamos en todo contentaros, nosotros queremos dar nuestras hijas para que sean vuestras mujeres y hagáis generación, porque queremos teneros por hermanos... ‘Yo tengo una hija muy hermosa, y no ha sido casada, quiérola para vos.’ Y asimismo Maxixcatzin y todos los demás caciques dijeron que traerían sus hijas y que las recibiésemos por mujeres; y dijeron otras muchas palabras y ofrecimientos... Cortés les respondió a lo de las mujeres, que él y todos nosotros se lo teníamos en merced, y que en buenas obras se lo pagaríamos... otro día vinieron los mismos caciques viejos y trajeron cinco indias, hermosas, doncellas y mozas, y para ser indias, eran de buen parecer y bien ataviadas y traían para cada india otra india moza para su servicio y todas eran hijas de caciques. Y dijo Xicoténcatl a Cortés: ‘Malinche, ésta es mi hija y no ha sido casada, que es doncella, y tómala para vos’” (Se trataba de doña Luisa Teohquilhuastzin). Mientras los señores caciques al ver que algunas de las mujeres

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indígenas se hallaban bien con los españoles, que éstos las trataban como señoras, tomaron la decisión de entregarles algunas de sus hijas, junto con las otras trescientas jóvenes, y todas ellas fueron recibidas a condición de que fueran bautizadas. Los tlaxcaltecas pensaron que, así, sus hijas criarían una generación de hombres tan valientes y temidos como los recién llegados, con los que emparentarían aun sin la celebración del matrimonio cristiano, ceremonia que no consideraban necesaria; ya que para ellos lo importante era sellar su amistad y consolidar la alianza militar en el campo de batalla. Madariaga señala que estas jóvenes doncellas pasarían a ser parte de una de las instituciones más difundidas entre la sociedad española de la época: la barraganía. Las barraganas eran mujeres cristianas, solteras, de buena fama, que venían a ser una especie de concubinas reconocidas y oficiales. Fueron tomadas por los conquistadores solteros en calidad de esposas en todo menos en el sacramento; eran tratadas con respeto, se les reconocía como “doñas”, no fueron esclavas, sino señoras; aceptadas legalmente con todos los honores y privilegios y los hijos producto de estas relaciones fueron admitidos jurídicamente y tratados sin ninguna discriminación; si bien no podían heredar la primogenitura. Estas mujeres podían contraer matrimonio más adelante o disolver la unión sin que la mujer y los hijos habidos perdieran los derechos que el contrato les otorgaba. Con todo la situación de vida de estas jóvenes si bien era legal, era desigual. A cambio de las indígenas que le fueron entregadas, Cortés mando traer de Cempoala algunos presentes como telas, capas, sal, que fueron recibidos con gran beneplácito por parte de los señores. Sin duda las nobles tlaxcaltecas fueron bautizadas antes de ser entregadas a los capitanes de Cortés. Así, Tecuiloatzin, hija de Xicoténcatl, recibió el nombre de Luisa y fue entregada a Alvarado; la hija de Maxixcatzin, Zicuetzin, de la que se decía era muy hermosa, recibió el nombre de Elvira y fue dada a Juan Velázquez de León; y las otras, llamadas Toltequequetzaltzin, Zacuancózcatl y Huitznahuazihuatzin, fueron para Sandoval, Olid y Ávila. A partir de ese momento, los oficiales de mayor rango tendrían una mujer indígena y, a las pocas semanas, muchos soldados encontrarían una también; por lo que los mestizos no tardaron en llegar. Como los españoles fueron bien recibidos en las casas y palacios de Xicoténcatl, Maxixcatzin procuró pedir a Cortés que él y toda su gente pasase a su señorío, cuya cabecera era Ocotelulco. El conquistador consideró que le convenía tener contentos a todos los señores y en especial a Maxixcatzin, quien desde un principio y aun sin co-

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nocerle había mostrado una gran inclinación hacía él, por lo que decidió complacerlo y acompañarlo hasta sus tierras. En Ocotelulco pasaron algunos días de descanso siendo objeto de atenciones y grandes festividades. Durante su estancia en Tlaxcala, tanto Hernán Cortés como Pedro de Alvarado, su acompañante, recibieron una especial denominación. Al primero le llamaron Chalchiuh Capitán, es decir, capitán de gran estima y valor. En tanto que nombraron al segundo Tonatiuh, porque decían era hijo del sol por ser rubio y apuesto. En tanto permanecían en tierras tlaxcaltecas, los conquistadores españoles, aun después de haber pactado la paz y hecho la alianza, se mantenían recelosos y alertas contra un sorpresivo ataque. Tal actitud no pasó desapercibida para los señores de Tlaxcala quienes les manifestaron su inquietud, Cortés respondió que, aun siendo ellos buenos, era útil permanecer en constante alerta a causa del reducido número de españoles. Bernal da cuenta de la respuesta de los tlaxcaltecas: “ya que aquí estás y te daremos todo lo que quisieres, hasta nuestras personas e hijos y moriremos por vosotros; por eso demanda en rehenes lo que fuere tu voluntad” [Díaz del Castillo, 1976: 130]. En las dos semanas siguientes a su llegada (octubre de 1519), Cortés les habló de los beneficios del cristianismo, suceso del que se enteraría el mestizo Muñoz Camargo, quien años más tarde reseñó las conversaciones entre los señores de Tlaxcala y Cortés, acerca de los objetivos de la expedición, de su origen y naturaleza. El conquistador dio largas explicaciones sobre la relación de la religión cristiana y los poderes terrenales, criticó la práctica del sacrificio humano y repitió que los españoles eran seres humanos como ellos; la única diferencia era que ellos eran cristianos. Después de la llegada de Cortés a Tlaxcala, los señores de las cuatro cabeceras se preguntaron sobre la naturaleza y las intenciones de los recién llegados: si eran mortales o dioses, si se quedarían a vivir entre ellos; en este caso les ofrecieron escoger un buen sitio, proporcionarles tierras, agua y ayudarles a construir sus casas. A las preguntas hechas por Maxixcatzin y Xicoténcatl, Cortés, valiéndose de Malintzi y de Jerónimo de Aguilar, respondió acorde a la visión providencial propia del cristianismo, que todos eran cristianos, por ser hijos del verdadero Dios; que venían de parte del emperador don Carlos, que les había enviado por saber lo necesitados que estaban de su fe y que los dioses que adoraban, y que eran fabricados por sus manos, eran falsos. Afirmó que venía con el encargo de apartarlos de los sacrificios crueles y a manifestarles que

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después de esta vida había otra que era eterna y les hizo saber que, para instruirles más, pronto llegarían los verdaderos ministros de Dios. Por todo esto les pedía que le permitieran derribar sus ídolos y aceptaran el bautismo para hacerse cristianos. A cambio de tan difícil prueba de confianza, Cortés les prometió ayudarles a emprender una guerra contra Moctezuma para tomar la revancha por las arbitrariedades e injurias de las que habían sido objeto. Los caciques se conmovieron ante tanta elocuencia, pero no consintieron en la destrucción de sus ídolos por temor a incurrir en graves castigos y calamidades para su pueblo. En cuanto a ir contra Moctezuma, estaban dispuestos, así como someterse al emperador; estaban en la mejor disposición para hacer la paz y la guerra. Cortés continuó insistiendo en que los ídolos fueran destruidos y los caciques tuvieron que aceptar esta determinación permitiendo que “los ídolos fueran quitados, limpiado y encalado el lugar, para colocar de inmediato una cruz, así como una imagen de la Virgen en la que rápidamente se dijo una misa y en la cual fueron bautizadas las doncellas nobles ofrecidas a Cortés” [Muñoz Camargo, 1998: 220]. Viendo Cortés la buena disposición hacia la nueva fe mostrada por los tlaxcaltecas, fueron después bautizados los cuatro señores de las cuatro cabeceras, por mano de Juan Díaz, presbítero que venia por capellán de la armada.“Hecha esta general y pública conversión a honra y gloria de nuestro señor y de su benditísima madre la siempre Virgen María y señora nuestra, se comenzaron a bautizar luego los otros muchos señores y caciques de esta República” [Díaz del Castillo, 1976: 449]. Los nombres que se les dio en el bautismo a los señores principales de Tlaxcala fueron los siguientes: Vicente Xicoténcatl, Lorenzo Maxixcatzin, Bartolomé Citlalpopocatzin y Gonzalo Tlehuexolotzin. Fueron padrinos de los cuatro señores: Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Andrés de Tapia, Gonzalo de Sandoval y Cristóbal de Olid. Ese día se hicieron grandes fiestas a la usanza española, con luminarias por la noche y con la celebración de carreras de caballos. Los indígenas, a su vez, efectuaron grandes danzas, además de ofrecer mucha comida y presentes a sus huéspedes. Al parecer un gran número de tlaxcaltecas se convirtió y, según Muñoz Camargo, al tiempo de bautizarlos se tuvo este orden: “un día que se bautizaban los varones, se llamaban Juanes, otros en que se bautizaban las mujeres se llamaban Anas, otro día Pedros, otros Marías de suerte que venían por días los nombres de los varones y hembras” [Muñoz Camargo, 1998: 221]. Señala además que se les

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hacía entrega de una cedulita en la que se escribían los nombres de los bautizados aquel día, además de llevar una especie de padrón o registro de los bautizados en la provincia de Tlaxcala. Situación difícil de aceptar tomando en cuenta las condiciones de ese momento que eran de tensa calma. Habría que pensar que tanto tlaxcaltecas como españoles recelaban unos de otros, y aun no habían tenido ocasión para demostrarse la fidelidad y ayuda que se habían prometido tras la alianza, lo que sí era un hecho es que ambos bandos iban tras una alianza militar y los beneficios que de ella pudieran obtener. Después de que Cortés y su gente fueron recibidos en Tlaxcala en septiembre de 1519, tras grandes fiestas y muestras de entusiasmo por parte de los señores de Tlaxcala ataviados con vistosas ropas de tela roja o blanca, precedidos por los sacerdotes con capuchas blancas, que portaban unos braceros ardientes para sahumar a tan importantes visitantes, el conquistador dedicó las dos semanas posteriores a su llegada a hablar con los señores sobre los beneficios del cristianismo, la relación de la religión cristiana y los poderes terrenales; a la vez que criticó las prácticas religiosas indígenas, sobre todo la del sacrificio humano. Por medio de estas largas conversaciones, Cortés logró convencer a los caciques para que aceptaran el bautismo de manos del clérigo Juan Díaz, aunque en un reciente artículo el doctor Rubial García señala, tras una acuciosa investigación historiográfica, que Maxixcatzin recibió el bautismo de manos de fray Bartolomé de Olmedo [Rubial García, 2000: 48]. Sin duda el caso de Tlaxcala fue especial, sobre todo porque ya se había logrado la alianza y en ese momento se impuso la prudencia del mercedario Olmedo, quien aconsejó al conquistador que, para evitar una posible sublevación de los tlaxcaltecas como respuesta a la destrucción de sus templos y a sus dioses, se les diera tiempo para que aceptaran el cristianismo. Entretanto, los caciques mostraron una actitud muy abierta, ya que manifestaron que creían que podrían convertirse en cristianos, pero sólo después de haber visto más costumbres españolas. Como los españoles valoraban su inmediata utilidad militar, pensaron que era mejor no ofender las creencias religiosas de los tlaxcaltecas y, de acuerdo con la opinión de Olmedo, se aplazó su conversión con el propósito de no repetir los hechos violentos vividos en Cempoala que habían terminado en una devastadora campaña para destruir ídolos e imponer por la fuerza el cristianismo. Tal vez pesó más en el ánimo de los españoles la ayuda militar en gran

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escala de los tlaxcaltecas, así las crónicas testifican que en el territorio tlaxcalteca no se cometieron los actos de destrucción anteriores, sino que se valieron de medios aparentemente pacíficos para lograr sus objetivos. El resultado fue que se consiguió la ayuda militar que se esperaba, en tanto que la población seguía adorando abiertamente a sus dioses; fenómeno muy generalizado en la provincia todavía hasta cerca de 1530. Por lo anterior, el aspecto militar de la conquista fue más fuerte y evidente que el religioso, ya que la población todavía no estaba preparada para aceptar plenamente estas creencias. La cristianización pasó a formar parte de la segunda etapa de la colonización española en Tlaxcala. La conversión de la población se inició a finales de 1520 y se acrecentó con una mayor actividad evangelizadora hacia la década de los años treinta del siglo XVI. A pesar de las circunstancias que mediaron en los intereses político-económicos de hispanos y tlaxcaltecas que se concretaron en la alianza militar, se han destacado y engrandecido algunos sucesos religiosos de estos primeros tiempos, mostrándolos como actos sobrenaturales y divinos, en los que se hizo evidente el toque providencial que caracterizó la conquista española, sobre todo a la historia cristiana de Tlaxcala; entre ellos está el que se refiere a la leyenda del bautizo de los cuatro señores. Esta leyenda dio origen a otras, pues desde fines del siglo XVI, Tlaxcala fue conocida como el lugar en el que se había administrado el primer bautismo cristiano. Ceremonia incluida en el Lienzo de Tlaxcala como parte de las escenas vividas en esta primera época. Otra leyenda muy difundida y que pudiera relacionarse con la buena acogida y una entusiasta visión de la cristianización en Tlaxcala, es la que se refiere a una cruz milagrosa que apareció de la noche a la mañana en el lugar en el que los cuatro señores recibieron a Cortés. Nuevamente el Lienzo de Tlaxcala recuperó el hecho. Se describió a la cruz como de buena hechura y de tres brazas de alto y fue adornada por los indios con plantas y flores y llamada, tonacacuahuitl “madera que da vida” [Mendieta, 1980: 245]. A fines del siglo XVI se desconocía ya la ubicación de la cruz milagrosa, por lo que, años después, varias poblaciones de la provincia se disputaron el honor de su aparición, entre ellas Tizatlán, Atlihuetzia y Totolac. De hecho, se ha establecido que los tlaxcaltecas no aceptaron de buen grado una nueva religión ni en los tiempos de la conquista ni en los años siguientes. Cortés les pidió que abandonaran sus ídolos; pero se conoce la respuesta de Maxixcatzin en defensa de sus deida-

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des, rechazando el cristianismo y prometiendo su ayuda a los españoles en todos los terrenos, excepto en lo religioso. Así, aún después de 1521, tanto en Tlaxcala como en el resto de la Nueva España, hubo ocultamiento y adoración secreta de los ídolos. Gibson señala que la derrota militar contribuyó a debilitar la reverencia de los tlaxcaltecas a sus deidades a las que, en un principio, habían querido sacrificar soldados españoles, lo que finalmente no lograron; situación que aprovechó el conquistador para su beneficio. En ese momento Tlaxcala era la pieza clave para Cortés y los suyos, representaba la única posibilidad para conquistar y someter al gran imperio mexica por lo que el conquistador tuvo que mostrarse tolerante y valerse de medios aparentemente pacíficos a fin de persuadir a los tlaxcaltecas para adaptar uno de sus templos y destinarlo al culto cristiano. Los indígenas asistieron a una misa como espectadores llenos de asombro, aunque Cortés y Bernal Díaz señalan que se presentaron para orar y observar [Díaz del Castillo, 1976: 245]. Bernal menciona a Maxixcatzin y Xicoténcatl el Viejo como testigos de la primera misa celebrada en Tlaxcala a fines de septiembre de 1519. Sin embargo habría que considerar su presencia como una posible atención hacia sus distinguidos huéspedes, pues todavía persistía en las mentes de los señores la idea de que era posible llevar al cabo la alianza y participar en la guerra contra los mexicanos, sin aceptar la fe cristiana. Cortés se dio cuenta que no se había logrado la conversión de los tlaxcaltecas al no hacerles comprender la existencia de un Dios poderoso y único que exigía todo el amor y la devoción de los conversos. Los indígenas escucharon el mensaje sin que les causara la más mínima inquietud, ya que lo entendieron como la existencia de otra divinidad más, indudablemente poderosa, pero no única.

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BIBLIOGRAFÍA Cortés, Hernán. 1975. Cartas de relación. México: Porrúa. Díaz del Castillo, Bernal. 1976. Historia de la conquista de la Nueva España. México: Porrúa. Gibson, Charles. 1991. Tlaxcala en el siglo XVI. México: FCE. Madariaga, Salvador de. 1992. Hernán Cortés. Buenos Aires: Sudamericana. Mendieta, Fr. Gerónimo de. 1980. Historia eclesiástica indiana. México: Porrúa. Muñoz Camargo, Diego. 1998. Historia de Tlaxcala. México: Gobierno del Estado de Tlaxcala-CIESAS-UAT. Solís, Antonio de. 1973. Historia de la conquista de Méjico. México: Porrúa.

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SEXUALIDAD Y MITOS EN EL MÉXICO COLONIAL Marcela Suárez Escobar

El concepto de Mito supone definiciones sobre connotaciones

infinitas1 que tienen formas e interpretaciones diferentes. Implica discursos de un carácter dramático y ejemplar y por ello, de la mitología importa la influencia que ejerce en las posibilidades de recepción, las formas que ésta asume y sus posibilidades de supervivencia. Desde el punto de vista sociológico2 se ubica a éste con referencia a la función que cumple en los distintos grupos sociales en su significado moral y didáctico, o en su función fortalecedora de tradiciones y costumbres con fines de control social. El ejercicio de la sexualidad es un elemento fundamental para las sociedades, las culturas y las vidas humanas, y por lo mismo, foco de atención para innumerables discursos, entre ellos, los mitos. Para el caso de México colonial, la situación de conquista y colonización generó conductas sexuales que se encontraban distantes del paradigma cristiano, situación que podía considerarse un problema importante dado el contexto que enmarcaba esfuerzos de la Corona e Iglesia españolas por el logro de una completa evangelización, y una construcción de una nueva sociedad apegada a las normas cristianas. Esta situación tuvo como consecuencia la producción de leyes, bandos, ordenanzas, sermones, reglas, catecismos y cánones que intentaron regular, controlar y prohibir aquellos ejercicios que se encontraran fuera del modelo cristiano de conyugalidad. Esto generó varias interpretaciones posteriores, algunas de las cuales construyeron el mito de la existencia de una sociedad colonial reprimida, en donde unas normas históricas que la oprimieron continuaron en una forma lineal reprimiendo a una sociedad ahistórica. Esto es inexacto, si el análisis se enfoca a los marcos conceptuales y contextos, se constatará que los discursos no siempre corresponden a las realidades.

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LOS DISCURSOS Las normas de la moralidad con frecuencia tratan de conservar el orden existente, y la sexualidad se convirtió en un asunto de moral, de poder, y por lo tanto de control social. Se consideraba al matrimonio monogámico elemento esencial para la consolidación de la familia como primer elemento para el orden social. Dentro de éste, un orden patriarcal se daba por natural y la legislación y los discursos así lo marcaron. Como desde los escritos de San Pablo se había colocado a las mujeres en un lugar de subordinación en la doctrina cristiana,3 y el discurso cristiano todo lo permeaba, tanto en España como en sus colonias se restringieron derechos a las mujeres en aras de la creencia en su inferioridad física y mental con respecto a los varones.4 Las leyes estipulaban que las mujeres requerían de tutela masculina para aceptar una herencia,5 se las excluía en muchas ocasiones de las actividades que implicaran mando o gobierno, no podían legitimar a los hijos,6 y renunciaban a su soberanía sobre transacciones legales cuando contraían matrimonio. Pablo, el apóstol, consideraba a las mujeres generadoras de pecados7 y por “su peligrosidad” les asignó el deber de sumisión en la relación conyugal.8 Las mujeres casadas por tanto sufrían mayores restricciones que las que no lo estaban, la legislación las colocaba bajo la tutela del marido renunciando a su soberanía sobre casi todas las acciones públicas e incluso también en ocasiones las privadas. Los hombres no requerían de autorización para actuar en nombre de sus esposas, y, con el pretexto de “protegerlas”, manejaban sus propiedades e ingresos, y podían autorizar o desautorizar contratos o donaciones.9 El honor estaba vinculado muchas veces a la sexualidad femenina y esta última al control social. El honor como algo que se posee de lo que otros carecen era una base muy importante para la diferenciación social; la pérdida del honor por conducta sexual constituía un elemento de inferioridad social, junto con la indecencia, la falta de higiene y la rusticidad. La conducta sexual masculina no tenía consecuencias legales, pero las mujeres “sueltas”, no “decentes” —cuando la decencia se vinculaba a la castidad en la soltería, y a la viudez y a la fidelidad en el matrimonio— perdían derechos. Aquellas mujeres que vistieran como prostitutas no tenían derecho a procesar al hombre que las ofendiera,10 y en delitos sexuales como bigamia, incesto, adulterio y amancebamiento se las castigaba igual que a los hombres.

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La Nueva España se encontraba regida por la legislación española gran parte de la cual provenía de su etapa medieval y estaba constituida por varios cuerpos jurídicos que se fueron superponiendo y combinando, a estas leyes se agregaron normas específicas para el Nuevo Mundo lo que constituyó el Derecho Indiano. Esta legislación contuvo normas para la regulación, control y prohibición de aquellos ejercicios sexuales que se encontraban fuera del modelo cristiano de conyugalidad, existiendo una culpabilidad decreciente del adulterio a la barraganía.11 Las penas para los infractores sexuales correspondieron a cualquiera de las cuatro formas de táctica punitiva empleadas en la historia de la humanidad: la deportación, expulsión, destierro o desaparición física del individuo; el rescate, la recompensa, pago de deuda o multa; las marcas infamantes en el cuerpo y el encierro. El destierro se empleaba para que las parejas no tuvieran contacto, esta pena se aplicaba a bígamos, amancebados y en ocasiones, a los adúlteros. A los curas solicitantes se les desaparecía temporalmente para que no se diera el escándalo, se les cambiaba de sede y se les impedía el contacto con las feligresas; a los que sí se desapareció en forma definitiva en los siglos XVI y XVII fue a los homosexuales, y ésto se hizo en la hoguera. Las marcas infamantes como los azotes se aplicaron a sodomitas y el emplumado a alcahuetes y lenonas. La recompensa o pago se daba en algunos casos de violación y estupro, o cuando la virginidad de la dama se había perdido bajo la promesa masculina de matrimonio y éste no podía efectuarse. El encierro se aplicó a prostitutas o mujeres de vida “poco arreglada”. Todos estos transgresores padecían antes del castigo un encierro con el fin de tenerlos a buen recaudo en tanto se realizaban las investigaciones y se efectuaba el proceso, a veces este encierro era suficiente como castigo para los adúlteros, pues interesaba unir a los matrimonios, y en ocasiones se extendió para los solicitantes y las mujeres de “vida desordenada” como parte de la pena. Para las mujeres el encierro era más difícil ya que en muchas ocasiones no se concretaba a una simple reclusión en una institución, sino que abarcaba una institución mayor denominada “depósito”. El depósito12 era una práctica que nunca se definió claramente y aparentaba no ser sanción aunque en realidad sí lo era, consistía en un encierro de las mujeres para “protegerlas” y “vigilarlas” de los males exteriores o interiores; les impedía su libertad y las obligaba a realizar trabajos en contra de su voluntad y sin remuneración alguna, ya que las mujeres depositadas generalmente lo eran en casas de hombres de pres-

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tigio de la comunidad, teniendo que efectuar alguna labor para el depositante a cambio de su estadía. Esta sanción se empleó incluso para mujeres no infractoras, como para las desposadas para protegerles su virginidad antes de la boda, después de todo, “su fragilidad y debilidad física y mental estaba fuera de toda duda.” Para el siglo XVIII, las reformas introducidas por los Borbones extendieron su poder por y sobre las fuertes corporaciones, entre ellas la Iglesia, fue entonces cuando el ejercicio de sexualidades no permitidas se hizo un problema más que religioso, civil, y su control pasó —con excepción de las infracciones de bigamia y solicitación— a manos exclusivas del Estado. En ese tiempo se incrementaron leyes, pragmáticas y cédulas reales para regular desde los matrimonios, hasta la sexualidad de los soldados y la prostitución.13 La Corona se esforzó por lograr una nueva organización bajo un orden más racional, intentó desaparecer tradiciones y supersticiones, y al mismo tiempo pretendió sacar a los diablos y pecados de la sexualidad. CONDUCTAS Y RESISTENCIAS En general durante los tres siglos del virreinato, las acciones de la Iglesia y el Estado a través de sus tribunales tuvieron que ser muy abiertas y con cierto tono tolerante, debido a que los procesos no siempre correspondían a los delitos debido a denuncias falsas, errores en la recepción del discurso cristiano o simplemente ignorancia de los acusadores y acusados. Como señala Solange Alberro con respecto al Tribunal del Santo Oficio,14 algunos “pecados” en realidad no lo eran, el territorio de la Nueva España era muy grande y las comunicaciones difíciles, por lo que las posibilidades de perseguir delitos eran pocas dada también la gran mezcla de razas y la amplia movilidad de la población. Entonces, a pesar de discursos y restricciones las mujeres salieron a trabajar a las calles participando activamente en el comercio informal y en casos de gran necesidad en la prostitución.15 Desde fines del siglo XVII las mujeres empezaron a resistirse ante los patrones de conducta impuestos y fueron introduciendo nuevos comportamientos a la cotidianidad.16 Muchas mujeres de la clase pobre se emplearon como domésticas y para el siglo XVIII en la Real Fábrica de Tabaco; otras trabajaron como costureras, bordadoras, y las de la clase intermedia llegaron a tener sus propios negocios de costura, panadería y recauderías o se convirtieron en corredoras de diversas mercancías. Se prefería contratar mano de obra masculina,17 pero gran

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cantidad de mujeres laboraron aun a pesar de los bajos ingresos que recibían. De hecho, los datos del censo de 1811 revelan que la mujer constituía una tercera parte de la población económicamente activa. Como ejemplo, Pilar Gonzalbo afirma que para fines del siglo XVIII en la ciudad de México las mujeres solteras —no casadas, no vírgenes— constituían del 18 al 27%, y si se agregaban las viudas, el número de mujeres no casadas superaba al de las casadas,18 que muchas mujeres mantenían a sus hijos y ellas y sus vástagos eran socialmente aceptados. Algunas recurrían a la prostitución para completar el ingreso y era tan conocida esta labor, que incluso existió una Guía de Forasteros de la Ciudad de México —recogida por el Tribunal del Santo Oficio— que recomendaba los mejores lugares en donde se ejercía. Entre los documentos que aún sobreviven del Santo Tribunal existen unos versos que previenen y aconsejan sobre algunas prostitutas muy conocidas de la Ciudad de México19 y discursos irreverentes que algunos realizaban, como Tebanillo González que fue juzgado por la Inquisición por realizar dibujos obscenos y escribir poemas como este: ...el chiristiano le da el culo al Dios mismo que lo crió y a su hijo lo da por nulo y christiano yntituló...20

En general las autoridades —principalmente los inquisidores— prefirieron ubicarse en un nivel entre la ignorancia y la tolerancia, sin aceptar, eso sí, ningún escándalo ni discurso que justificara la fornicación. Hombres y mujeres compraban hechizos para el amor, y ya sea con fetiches, con conjuros o con los pequeños pajaritos llamados chuparosas intentaron, pese al catolicismo, atraer a sus amantes.21 Se exaltaba la bondad del encierro femenino en el hogar, pero si las mujeres pobres no pudieron asumirlo por la necesidad de empleo, las de la clase alta se rebelaron para los últimos años del Siglo de las Luces. Fue cuando algunas aristócratas abrieron sus salones para tertulias literarias y políticas e hicieron cotidianos fiestas y paseos.22 Para fines del virreinato hasta la moda femenina cambió, de los vestidos llenos de tela se cambió a los “Túnicos”, muy a la francesa que develaban más el cuerpo femenino. “El Despejo” desplazó al recato y a la timidez, y se introdujo la moda del “Cortejo” que consistía en la costumbre de algunas aristócratas de tener en casa un pretendiente invitado con anuencia del marido.

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Los adulterios continuaron como producto de necesidades límite en un contexto de un matrimonio monogámico indisoluble; muchas mujeres buscaron otra “protección” ante maltratos maritales y poca autosuficiencia económica. Ante los estigmas para la mujer trabajadora, algunas mujeres de la clase media prefirieron prostituirse en privado para sobrevivir.23 Vivieron en amancebamiento los que por alguna razón tenían impedimentos para casarse, los que vivían “al día” emocional y económicamente, los adúlteros que lograban una relación duradera, los que no contaban con permiso para casarse, el clero que deseaba el calor de una mujer y una familia o aquellos que temían a una relación de bigamia.24 En general los amancebados pasaban por casados, y sólo en pocas ocasiones, en general cuando intervenía otra falta, éstos eran descubiertos. Los amancebados nunca calificaron moralmente la falta, sabían que cometían infracción y trataban de evitar su conocimiento público.25 Los curas —dado el celibato forzoso y en muchas ocasiones la vocación obligada— continuaron solicitando favores sexuales de sus feligresas y muchas de ellas aceptaron gustosas la relación que implicaba algún intercambio, o a veces, admiración y amor. Algunos tuvieron hijos como Fray Francisco González en el año 1796. El fraile vivía en amancebamiento con Mariana Albornoz —mujer de clase pudiente— no convivía con ella permanentemente pero de su relación nació una niña. Cuando esto sucedió el sacerdote compró a dos reos a los que otorgó la fianza para salir de la cárcel a cambio de un favor. Josefa Fabián se casaría con Faustino Cervantes con el nombre de Mariana Albornoz. El sacerdote compró así el nombre para que su amante al tener a la niña, pudiera afirmar que era del marido con el que se había casado.26 En el mundo colonial las contingencias y aventuras materiales y humanas fueron muchas, y una paradoja resultante de ello era la falta de la bigamia o la insistencia de las personas de cumplir excesivamente con Dios, a pesar de los múltiples problemas que significaba ser bígamo. El polígamo tenía que mentir para realizar un nuevo enlace pues para casarse se requería ser soltero o viudo, corriendo el peligro de enfrentarse al Santo Oficio. Hubo osados que en su afán por cumplir con el sacramento llegaron hasta a falsificar documentos, como Doña Ignacia Romanategui, mujer de clase pudiente, que en Cartagena de Indias presentó una acta de defunción de su primer marido, Don Juan de Lara, para poder casarse de nuevo. El documento provenía de México y la Inquisición de Cartagena mandó el documento a verificar, el delito se descubrió cuando el Tribu-

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nal al revisar el documento descubrió su falsedad ¡por cuestión de formas! pues la pobre Doña Ignacia no se había actualizado en las nuevas formas de redacción de las actas de defunción.27 En suma, los bígamos continuaron casándose para obedecer a Dios. En fin, a pesar de los discursos y prohibiciones, los documentos de la época nos muestran que las personas no siempre ajustaron la conducta a los mandatos. En realidad los discursos se empequeñecieron ante las necesidades urgentes de la vida, quizá éstos fueron débiles, o más bien, las pulsiones fueron más fuertes que la Corona y la Fe. Gramsci señala que cada individuo no es sólo la síntesis de las relaciones existentes sino también la historia de esas relaciones, quizá la construcción de una moral de la posmodernidad que nos espera, no deba de obedecer a principios generales, sino más bien a realidades contingentes. Carlos García Gual señala que cuando los mitos dejan de ser creídos necesitan ser reinterpretados para lograr nuevas recepciones,28 también que éstos reflejan a la sociedad que los creó y los mantiene, si las pulsiones sexuales implican una de las fuerzas más poderosas y difíciles de controlar, ¿qué tipo de sociedad empleará qué mecanismos para el control del ejercicio de la sexualidad en el siglo XXI ?

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Notas 1

Carlos García Gual. La Mitología, interpretaciones del pensamiento mítico. Barcelona, Montesinos, 1989, p.10. 2 J. Frazer. La Rama Dorada. México, Fondo de Cultura Económica, 1991, passim. 3 Jean Delameau. El Miedo en Occidente. Madrid, Taurus, 1989, p. 479. 4 Pilar Gonzalbo. Las mujeres de la Nueva España. Educación y vida cotidiana. México, El Colegio de México, 1987, pp. 27-35 5 Josefina Muriel. Los Recogimientos de Mujeres. México, UNAM, 1974, p.17 6 José María Ots Capdequí. El Estado español en las Indias. México, FCE, 1982, p. 107. 7 I. Corintios, VII:1.3 8 Philipe Ariés et, al., “El amor en el matrimonio” en Sexualidades Occidentales, México, Paidos, 1987, pp. 182-183. 9 Silvia Marina Arrom. Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857. México, Siglo XXI, 1988, p.86. 10 Archivo General de la Nación de México, en adelante AGNM, Ramo Inquisición. Vol. 1157, exp. 8 año 1777. 11 Marcela Suárez. “De amores y castigos. Algunas consideraciones sociológicas sobre el poder y la sexualidad en los albores del siglo XIX en México”, en Sociológica, Año 9, Num.26. Sep.-Dic. de 1994. 12 Deborah Kanter. Mujeres depositadas: A View from the Countryside. University of Virginia, 1990, passim. 13 AGNM. Ramo Bandos y Ordenanzas. Vol. 11 f9, Vol. 15 f1. 14 Solange Alberro. Inquisición y Sociedad en México 1571-1700. México, FCE. 1988 pp 21-29. 15 AGNM. Ramo Criminal. Vols 84 y 89 . 16 Carmen Martín Gayte. Usos amorosos del XVIII en España. Barcelona, Anagrama, 1987, passim 17 Silvia Marina Arrom, op, cit,. p.30 18 Pilar Gonzalbo, op, cit,. pp. 151-152. 19 AGNM. Ramo Inquisición Vol. 548-3. Exp. 6. 20 AGNM. Ramo Inquisición. Vol. 1505, 1a parte Año 1789. 21 AGNM. Ramo Inquisición. Vol. 1088 exp 1 Año 1768. Ver caso de Fetiche, para ver hechizos con pajaritos véase Ramo Inquisición Vol. 1078 exp 9. Año 1766. 22 Carmen Martín Gayte, op, cit,. p.32. 23 Silvia Arrom, op, cit., p. 193 24 Marcela Suárez. Sexualidad y Norma sobre lo prohibido. México, UAM, 2000, pp. 225-226. 25 Ibid. pp. 225-232. 26 AGNM. Ramo Criminal, Vol. 607, exp. 6. 27 AGNM. Ramo Inquisición, Vol. 1285, exp. 17 . Año 1788 28 Carlos García Gual, op, cit., prólogo.

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FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA Archivo General de la Nación México, Ramos Inquisición, Criminal y Bandos y Ordenanzas. Bibliografía Arrom, Silvia Marina. 1988. Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857. México, Siglo XXI. Alberro Solange. 1988. Inquisición y sociedad en México 1571-1700. México, Fondo de Cultura Económica. Ariés, Philipe. 1987. “El amor en el matrimonio” en Sexualidades Occidentales. México, Paidós. Frazer J. 1991. La Rama Dorada. México: Fondo de Cultura Económica. Delameau, Jean. 1989. El Miedo en Occidente. Madrid, Taurus. García Gual, Carlos. 1989. La mitología. Interpretaciones del pensamiento mítico. Barcelona, Montesinos. Gonzalbo, Pilar. 1987. Las mujeres de la Nueva España. Educación y vida cotidiana. México, El Colegio de México. Kanter, Deborah. 1990. Mujeres depositadas: A View from the Countryside. University of Virginia. Martín Gayte, Carmen. 1987. Usos amorosos del XVIII en España. Barcelona, Anagrama. Muriel, Josefina. 1974. Los recogimientos de mujeres. México, UNAM. Ots Capdequí, José María. 1982. El Estado Español en las Indias. México, Fondo de Cultura Económica. Suárez, Marcela. 1994. “De amores y castigos. Algunas consideraciones sociológicas sobre el poder y la sexualidad en los albores del siglo XIX en México” en Sociológica, Año 9, No. 26. SEP-DIC. Suárez, Marcela. 2000. Sexualidad y Norma sobre lo prohibido. México, Universidad Autónoma Metropolitana.

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BRUJA, SUPERSTICIOSA O IGNORANTE Indira Dulce M. Palacios García

El título de este trabajo define las etapas que vivieron las mujeres

que se dedicaron al arte de partear en un lapso aproximado de 300 años. Primero con una tradición heredada de Europa, ligada a la persecución de lo femenino y representada en la figura maligna o perversa de las brujas que nos llegó con la conquista; más tarde, ante la persistencia de tradiciones prehispánicas que se combinaron con las europeas en la Nueva España, manifestándose en ciertas costumbres de las mujeres de esa sociedad colonial, particularmente con las que se dedicaban al oficio de partear y eran acusadas por superstición. Y, finalmente con la actitud a la que se enfrentaron las parteras ante la llegada de la razón Ilustrada, cuando se encontraron ante la desventaja de nuevas reglas para ejercer en ese oficio; ya no eran brujas, ahora se sabía que éstas no existían, sí eran supersticiosas se aceptaría que no era por mala voluntad, simplemente eran ignorantes, y esa fue su desventaja ante una ciencia que era de dominio masculino. Tenemos entonces que en el periodo de interés para este trabajo, la época de la colonia, se modificaron algunas características de las mujeres dedicadas al oficio de partear y su papel dentro de la sociedad novohispana, sobre todo al ser vínculo entre otras mujeres, de niveles distintos pero de necesidades similares. SINCRETISMO Y MESTIZAJE: LA MAGIA EN LAS MUJERES NOVOHISPANAS

Como ya se ha mencionado, a las parteras se les identificaba con las brujas medievales de Europa, lo cual pudo ser resultado de una actitud de defensa hacia lo desconocido, como lo era la maternidad y en general las funciones femeninas para los hombres de la Edad media. Así surgieron en el imaginario personajes singulares como las hechiceras, quienes por una mínima paga vendían un poco de espe-

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ranza o ilusión1 que sirviera para aliviar la realidad privada de las mujeres, y hasta de algunos hombres, que vivieron durante el periodo de dominio español. Estas hechiceras eran, por supuesto, mujeres que en muchos casos se ocupaban de curar, atender partos y afirmar que tenían algún poder “mágico”. Después de la conquista española, la combinación de prácticas paganas con cristianas, dio lugar a reconocidas supersticiones coloniales. Por ejemplo, citemos la oración, un aporte cristiano mediante el cual se realizaba la invocación a lo divino2 y era, como hasta hoy, una forma de alivio muy socorrida por las mujeres. Por otro lado, el conjuro es el aspecto mágico que puede identificarse como una herencia pagana; era herramienta tanto de los indígenas como de las “brujas” europeas para invocar el poder de la naturaleza y de otros espíritus. Es en el conjuro donde parece radicar una mayor fuerza dentro de las prácticas mágico-curativas de la cultura occidental y no en la sustancia, animal, mineral o vegetal, que sirviera como medicamento. Podemos ir identificando los elementos de culturas distintas que dieron origen al sincretismo de la realidad colonial novohispana, en la cual la mujer no podía permanecer al margen, ya que de un lado y de otro, indígena o europeo, ellas tenían que ser quienes se esforzaran para mantener viva su memoria ancestral, o sucumbir ante una nueva y distinta cultura. Entonces, la mujer se ha visto como preservadora e innovadora de cultura, dado su papel de enlace entre las dos formas de vida que se encontraron. Así, la mujer indígena tuvo que adaptarse a las transformaciones que se dieron por los cambios demográficos y económicos, y ante una amenaza que no era sólo física, igual de difícil sería el dominio ideológico que penetró principalmente a través de la evangelización. La mujer indígena se incorporó a la vida occidental sirviendo como criada, encomendada y, muchas veces, siendo nodrizas de los hijos de europeos. Con ello no se dio una desvinculación con sus orígenes, al contrario, tuvieron la oportunidad de compartir su tradición con los recién llegados, y de ahí llegar a una combinación de costumbres que nos da otra característica de la cultura novohispana, el mestizaje. Debemos recordar que el mestizaje no fue sólo resultado de la unión biológica de indígenas con españoles, pues a lo largo del periodo colonial se sumaron otros elementos de diversos orígenes, particularmente consideramos la presencia de los negros y su tradición afroantillana que enriqueció la tradición mágico cu-

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rativa colonial ya mencionada y que veremos fue parte de nuestras parteras. Con todo y que los negros fueron explotados en beneficio de los colonizadores, se les identificaba por lo aislados, poco a poco se integran en grupos si conseguían su libertad, o aun dentro de su esclavitud, y de esa manera también intentaban mantener viva su memoria o rescatar elementos para crear una nueva identidad. La magia era una de sus formas de manifestar su cultura negra, y muchas ocasiones fue la causa o el pretexto para perseguirlos y acusarlos ante las autoridades, como el Santo Oficio de la Inquisición donde se pueden encontrar suficientes ejemplos y sobre todo de mujeres negras o mulatas. Sin duda sus prácticas pudieron representar una forma de “violencia ofensiva”,3 es decir, una forma de atacar aquello con lo que no estaban conformes, en éste caso el dominio y la imposición de una cultura, que era la cristiana, totalmente ajena a ellos. La convivencia temprana de los cristianos con los negros, en su condición de esclavos, pudo despertar en éstos un sentimiento de repudio hacia esa vida que se les imponía, dándose diversas manifestaciones de rebeldía. Al mezclarse los esclavos con las mujeres indígenas o mestizas o españoles y negras, se pueden identificar dos situaciones: por un lado aquellos esclavos habían sido arrancados de sus orígenes, luego entonces, era difícil que se identificaran con una cultura que los expoliaba. Por otro lado dentro de la escala de castas, como resultado del mestizaje, los grupos mestizos de negros, por lo general llamados mulatos, se encontraban en la base de la pirámide social. Por su parte el grupo dominante debía hacer un esfuerzo para eliminar las manifestaciones paganas, tanto de los naturales como de los negros que ellos mismos trajeron y de esa manera evitar la “contaminación” entre dominados, si bien hoy reconocemos la circularidad de la cultura, es decir el intercambio de ideas, prácticas y costumbres en distintos niveles de una sociedad, de las capas superiores a las inferiores y a la inversa, que hace inevitable esa “contaminación”. LAS HUELLAS DE LAS PARTERAS EN LA NUEVA ESPAÑA Ante la dominación, lo que se trataba era de erradicar la tradición nativa e imponer la de los conquistadores, sobre todo su religión, de ahí que las instituciones, que en Europa funcionaban como

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reguladoras del orden, en la colonia se encargaban de evitar las manifestaciones que atentaran contra las costumbres de los dominadores. Para nuestro estudio se considera a dos de las instituciones coloniales: El Real Protomedicato, que se encargaba de lo relacionado con las prácticas médicas, y El Santo Oficio de la Inquisición, claro para evitar todo aquello que atentara contra la fe cristiana, y las acusaciones por prácticas mágico-curativas eran una forma de atentado, pues resultaban de la combinación de tradiciones no cristianas, pero que de alguna manera terminaban afectando a la cultura dominante. Ahora bien, si la cuestión es indagar sobre las mujeres que se encargaban de cuidar y atender a las embarazadas antes y durante el parto, se debe mencionar que realmente no es fácil encontrar rastros de aquellos que a lo largo de la historia han ocupado los sitios más humildes y tratándose de mujeres la situación se complica. Sin embargo fue posible encontrar algunas pistas de las que pudieron ser las primeras parteras de la Nueva España, pues al tratarse de mujeres que ejercieron el arte de partear para sobrevivir, se rescataron sólo aquellas que por sus prácticas contrarias a la religión cristiana, llamaron la atención de la autoridad eclesiástica, ya que a lo largo del periodo colonial, la autoridad médica no parece haberles prestado mayor atención, al menos no hasta que se dio un cambio de mentalidad con la que aparecería un reglamentación en el ejercicio del arte de partear. La historiografía tradicional no se ha ocupado, hasta hoy, de documentar mujeres si su vida no parece relevante o destacada para la sociedad, por ello el apoyo en la búsqueda de nuestras parteras se dio en la historiografía médica, donde la imagen de la partera tampoco está apartada de descalificaciones por sus costumbres dentro de su ejercicio. De esta manera se puede retomar lo que el connotado médico e historiador del siglo XIX, Francisco de Asís Flores, dice al hablar de la obstetricia en el periodo metafísico de nuestro país: “... esa turba de tenedores y comadronas nada pudieron escribir sobre el (arte de partear)”4 claro, pues no sabían escribir, de allí que sus huellas sean más difíciles de encontrar. Es entonces cuando la memoria de los olvidados se intenta rescatar en lo que otros pudieron decir de ellos, aunque sea en los registros menos dignos, en el recuerdo de los disidentes de una sociedad que los califica de criminales. Por estas razones las huellas de nuestras parteras se pudieron encontrar en los archivos de la Santa Inquisición, donde llegaban los enemigos de la sociedad cristiana novohispana.

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Si bien es cierto que antes de la llegada de los españoles ya se contaba con la figura de la partera, que de hecho era una mujer respetada, la situación debió cambiar tras la conquista, aunque podemos pensar que las mujeres indígenas pudieron ser atendidas por sus propias parteras. La tlamatquitícitl, o médica nahua, de quien afortunadamente sí se ha rescatado parte de su memoria a partir de los mismos evangelizadores como Sahagún,5 pero eso podía suceder entre comunidades indígenas con menos penetración española, y aquí lo que buscamos es el impacto ante una nueva cultura que surgió del mestizaje y el sincretismo. Entonces tenemos que con las mujeres que llegaron de la Península, posiblemente al inicio se apoyaron entre ellas mismas, con sus madres por ejemplo. Aunque en una relación de profesionistas médicos del siglo XVI,6 se menciona al menos a dos parteras: Beatriz Muñoz, tal vez española pues no se da de ella mayor información, se trataba de una persona honorable. La otra partera o “comadrona”, como se les denomina, fue una mujer llamada María “la moralla”, de quien se encuentra una breve pista, en los archivos de la Inquisición, pues fue acusada de hechicera,7 y aun cuando no se tuvo acceso directo al documento, podemos deducir que su origen era moro, de ahí su apelativo y su desventaja a los ojos del Santo Oficio. Para el siglo XVII la presencia española ya era definitiva, así que la convivencia entre mujeres naturales y peninsulares era parte de lo cotidiano, así como la creciente presencia de las castas. Para ese siglo se puede acceder a un caso muy especial, el de Catalina González,8 de la que se dice era “mulata y vieja partera”, fue acusada por supersticiosa en 1627, ya no por hechicera. Si digo que su caso era especial es precisamente porque conforme avanza su expediente se van encontrando pruebas de su relación con otras mujeres de la sociedad colonial, tanto para solicitar su servicio como para que les enseñara su oficio. Además se van sumando datos particulares, como que era viuda, así que tenía que ver por sí misma. En las declaraciones aparece para acusarla Inés Jerez, esposa de un encomendero, por lo que debió ser española y la que aceptó haber sido ayudada por la partera nada menos que siete veces para parir, lo cual da buena referencia de su ejercicio, si no ¿por qué la volvería a llamar? Ya veremos que su capacidad no es la que se pone en duda, sino algunas de sus prácticas. Más adelante es acusada por Constanza de Maldonado de la que sí se específica que era española, con ella se confirma el intercambio de prácticas y tradiciones que he

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mencionado, pues esta mujer aceptó ser ella misma quien retiraba las reliquias, símbolos cristianos, a sus hijas cuando iban a parir,9 y esa es la razón original por la que fue acusada la partera. Lo importante aquí es que vemos el vínculo de un madre española con la partera mulata y de ambas con las hijas, sin duda criollas, con lo que la circularidad cultural va desarrollándose. Continuando con el expediente, existen al menos otras cinco mujeres que denunciaron a la partera, entre ellas otras dos parteras a las que la misma Catalina enseñó el oficio. Las acusaciones son por el retiro de reliquias, lo que atenta a las creencias cristianas, o por haber dado algún bebedizo, lo que haría suponer alguna práctica “hechiceril”. Sin embargo ninguna de las mujeres la acusa por la muerte de alguna parturienta o de algún recién nacido, lo que sería prueba de su capacidad en el oficio, pero ésto no pareció ser tomado en cuenta.10 Para mí, el caso de Catalina González es uno de los ejemplos más claros sobre la necesidad de la presencia de las parteras, no sólo en la cuestión de su oficio, sino como enlace de cultura y sobre todo, una forma de relación entre mujeres para esa época donde era difícil transgredir lo privado de su vida y hacerlo parte de lo público, reservado a los varones. Ya entrando en el siglo XVIII se pueden encontrar casos de parteras acusadas aún por brujería o prácticas de hechicería, como fueron los casos de Josepha de Zárate, “La chepa”11 en 1721, mulata una vez más y que es presentada realmente como si se tratara de una bruja. De forma similar se encuentra en 1753 el caso de Marcela,12 acusada de enfermar a una parturienta que tuvo un disgusto con la mencionada partera, lo cual descubre la verdadera razón de su supuesto delito, ya que en este caso aparece un médico para valorar a la afectada, pero no logra la curación de la misma, por lo que se sostiene que era víctima de un maleficio del que se culpa a la partera. El porqué se acusa en ocasiones a parteras y curanderas se hace notar en un caso de 1792, cuando es denunciada otra partera, Agustina Carrasco, acusada por un negro de haber cometido maleficio contra su esposa y en este caso es el oficial de la Inquisición quien hace notar que en ocasiones eran los temores o las revanchas las que propiciaban este tipo de acusaciones, afirmando que “la mayor parte son falsedades y ficciones de los mismos de quienes atribuyen semejantes delitos”. La creencia de brujería se va descartando, acercándose a un plano más racional, propio de la época que iniciaba. Finalmente tenemos en el archivo de la Inquisición un caso más, en 1798, donde se puede concretar la idea que hemos venido mane-

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jando sobre la concepción que se tenía sobre las parteras a lo largo de la época colonial. Aquí encontramos a una mujer española haciendo la denuncia de una vieja partera llamada Lorenza.13 La denunciante recién había llegado de la península y venía embarazada, por lo que le fue recomendada la partera, pero no aceptó ser atendida por la misma ya que le sugirió que tomara unas “yerbitas” para no sentir dolor, lo que por supuesto estaba en contra de los designios de Dios. Pero en este caso llama la atención la presencia de una autoridad médica, el cirujano, que en el siglo XVIII se comenzaba a considerar como el adecuado para la atención de los partos, y también se llamó al boticario, ambos para calificar las yerbas utilizadas por la partera. Sin embargo ella no quiso confesar de qué yerbas se trataba argumentando que ese era uno de sus secretos, así como ellos tenían los suyos para su trabajo, digamos que se trataba de un celo profesional. Además la acusación, aun cuando se hace ante una autoridad eclesiástica por considerarse una superstición, realmente es hecha porque la mujer embarazada temía por su vida, en un sentido más conciente de un posible daño por las yerbas desconocidas y su efecto real y no mágico. Así, el pensamiento de la época colonial se ha ido transformando, aunque no tanto la actitud hacía las mujeres que ejercían como parteras que, como se ha mostrado, no pertenecían a grupos favorecidos; por el contrarío su oficio surgió ante la necesidad de sobrevivencia. Ya en el ocaso del siglo XVIII se hace hincapié en que mujeres como las que encontramos en los expedientes de la Inquisición, no eran lo ideal para la atención de los partos, pero entonces ¿qué opciones había tanto para quienes querían dedicarse al oficio como para quienes necesitaban de sus servicios? Puedo asegurar que en la Nueva España, hasta esos momentos, no existía ninguna opción de formación ni de atención para todas las mujeres que lo necesitaban. LA INFLUENCIA DE LA ILUSTRACIÓN EN EL ARTE DE PARTEAR Los intereses políticos estaban cambiando, la conformación de las naciones estado trajo consigo un nuevo interés por los individuos que las conformaban, lo que implicaba prestar mayor atención a su bienestar, por su puesto a su salud, aunque el cambio se fue dando poco a poco, incluyendo la aceptación de una nueva forma de “venir al mundo”, atendido no sólo por mujeres capaces, sino también ha-

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ciendo participes a los médicos, los hombres de ciencia que hasta entonces despreciaban la atención de las mujeres, particularmente de los partos. Si bien la preocupación por una atención adecuada a la madre y particularmente al recién nacido no se dio sólo entre los hombres de ciencia, la Iglesia se vio también en la necesidad de considerar a las parteras para que participaran en la salvación de vidas, si no lo podían hacer para el cuerpo del recién nacido en la tierra, si era importante que se prepararan para salvar las almas de los inocentes. Así es que un primer acercamiento al problema que representaba la atención a la maternidad, fue más por un sentido de fe que de salud, con interés no sólo de la Iglesia sino del propio Estado Ilustrado que reinaba ya en España. Lo anterior se refleja en la obra del padre Francisco Ciangiamila, la Embriología Sagrada,14 realizada a petición del monarca Carlos III, en 1749, y que no es precisamente un tratado científico, ya que su fin era promover la aplicación del bautizo tanto en los recién nacidos vivos, como en aquellos que fueran producto de un aborto o tuvieran alguna malformación. Se dirige no sólo a la parteras o comadres, también lo hace a los médicos, confesores y sacerdotes, aunque es obvio el interés por las primeras, ya que eran las que en primera instancia atendían a las mujeres embarazadas, pero la inclusión de otros para dicho fin, refleja en cambio de mentalidad en lo que se refería a que ya no sólo podían ser tratadas por mujeres en sus menesteres. De esa obra se desprendió otra más breve que tuvo al parecer mayor difusión en el reino español, Los Avisos Saludables a las parteras de Ignacio Segura,15 tratándose de un librillo donde el autor ya no sólo sintetizó las sugerencias de Ciangiamila, Segura era médico por lo que daba, además algunos consejos para el ejercicio de las parteras descartando algunas de las prácticas supersticiosas más comunes, como el uso posterior de la placenta y membranas, llamadas “pares” así como de imágenes u oraciones que no fueran las aceptadas por la Iglesia. Además Segura se ofrecía para instruir a las parteras, aunque afirmaba que sería como “una limosna” tanto para ellas como para las criaturas que atenderían, con lo que se confirma que en la generalidad se trataba de mujeres pobres. Este pudo ser el primer manifiesto escrito en la Nueva España, sobre el oficio de las parteras, en él se buscaba sin duda dar inicio a un control sobre el ejercicio del también llamado “arte de partear” reconociendo su importancia y de aquellas que lo llevaban al cabo. Ahora bien, si hablamos del cambio de mentalidad y del arribo

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de las ideas Ilustradas, debemos saber cuál fue la actitud de otras autoridades distintas a la Iglesia, específicamente de los hombres de ciencia hacia las parteras de la época. Regresando al siglo XVI y a la Península, de donde provenían la mayoría de las leyes para las colonias españolas, se sabe que fue establecido un examen para las parteras por los reyes Fernando e Isabel, lo que llevó al Real Protomedicato a establecer cuotas como requisito para las que siendo examinadas quisieran ejercer.16 Pero la cuota se convirtió en soborno pues al parecer las parteras pagaban para no ser examinadas y seguir “trabajando”, de tal manera que hasta el siglo XVIII no había registro de alguna partera examinada en España, así como no lo había al menos hasta iniciado el XIX para la Nueva España, donde se supone que se debía hacer efectiva la disposición Real. Ante la carencia de una regulación efectiva en el arte de partear, y reconociendo el Estado la necesidad de legislar sobre el mismo, fue como en 1750 apareció por disposición de Fernando VI, la indicación de que las parteras fueran examinadas bajo las condiciones que enseguida veremos, así como la publicación de una Cartilla para que aquellas mujeres que así lo quisieran, se apoyaran para su instrucción. La “Cartilla Nueva, útil y necesaria para las parteras...”,17 es un librito a manera de catecismo, con preguntas y respuestas sencillas y accesibles para aquellas mujeres que sabían leer, por supuesto no muchas y menos nuestras reconocidas parteras. Fue solicitada por el Real Protomedicato al doctor Antonio Medina en 1750, pero no fue sino hasta 1806 cuando se divulgó en México y en ella se encuentra la definición y el objetivo del arte de partear, así como la anatomía genital femenina y algunas escasas técnicas para el oficio, además mencionaba algunas características físicas de las matronas, que siempre debían ser mujeres. La cartilla al parecer se hizo común en España, aunque tardó en llegar los reinos trasatlánticos. El examen quedó en manos del Real Protomedicato, y para poder sustentarlo se debían cubrir los siguientes requisitos: “ solicitud consabida en el papel sellado de a dos reales, fe de bautismo, información de limpieza de sangre y de buena vida y costumbres, certificado de haber practicado tres o cuatro años con un cirujano y partera aprobados ...”18 Además, si eran casadas, debían presentar consentimiento del esposo, y en caso de ser viudas, presentarían una certificación del párroco de que eran “viudas honradas”, de ninguna manera podían ser solteras. Ante tales exigencias, era realmente difícil que alguna de las mu-

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jeres que se dedicaban al oficio cumpliera ya no digo con todos, sino con algunos requisitos, simplemente recordemos los casos de la Inquisición, casi todas eran mulatas, con lo que no cubrían la limpieza de sangre, el pago de los trámites también era un obstáculo, y difícilmente conseguirían una carta de “buenas costumbres”. Pero dentro de todo lo menos lógico era que pudieran comprobar su formación en una institución o al lado de un médico honorable, pues hasta el siglo XIX, los médicos, tanto por moral como por desinterés, no se dedicaban a la atención de los partos, mucho menos a formar parteras. Por lo que tal parecía que no había mucha intención de calificar a aquellas mujeres que se dedicaban a la atención de los partos, al menos no a las que comúnmente lo hacían, que parecían ser las más despreciadas, que se habían formado al lado de sus madres o de alguna otra partera que les transmitió su conocimiento, lo cual también significaba que de aceptar las condiciones de la autoridad, debían renunciar a sus tradiciones vistas como supersticiones. PARTERAS QUE SE ACERCARON AL ORDEN ILUSTRADO Debieron existir también parteras digamos más aceptadas o, al menos, toleradas por su capacidad, como fue el caso de aquellas que se encargaban de atender a las honorables damas que recurrían a la sala de “partos ocultos”,19 perteneciente al hospicio de la ciudad de México y que podemos considerar como la primera clínica de maternidad, pues era para esos momentos el lugar más adecuado para ese fin, manteniendo ciertas medidas de higiene y seguridad tanto para la madre como para el recién nacido. Sin embargo ese lugar estaba reservado para mujeres que por su posición social no podían dar a conocer sus embarazos, para mantener el honor de su matrimonio, el decoro de las familias y la paz y tranquilidad de la sociedad. Por lo que en secreto eran atendidas por un sacerdote, alguna partera capacitada y en caso de ser necesario, la partera era apoyada por un médico o un cirujano, guardando siempre la identidad de la madre. Así que las parteras que ahí colaboraban debían de alguna forma ser aprobadas, tal vez por el sacerdote o por el médico, aunque esas parteras no presentaron examen, debieron cumplir con algunos requisitos, como la práctica en una institución importante y al lado de un médico reconocido, debió faltarles seguramente uno de los más importantes, el de la limpieza de sangre. Afortunadamente se encuentran dos casos de parteras examina-

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das, ya casi al final del periodo de dominación, iniciando el siglo XIX, lo que he considerado como la excepción que confirmaría la regla sobre las mujeres que queriendo ejercer el oficio, no cubrían los requisitos tanto por la carencia de su formación como por sus propios orígenes. La prueba de la existencia de estas parteras se encuentra en los archivos del Protomedicato, donde sólo dos parteras aparecen registradas para la colonia, la primera en 1816, y la segunda en 1818. En ambos casos las solicitudes venían de la ciudad de Puebla hacia el Protomedicato, por lo cual, sin otro antecedente me atrevo a firmar que las primeras parteras novohispanas Ilustradas, fueron poblanas. Tal afirmación cobra fuerza cuando se sabe que la primera cátedra de partear se aprobó en 1814 en la ciudad de Puebla de los Ángeles, en el Hospital de San Pedro,20 con lo que la formación de las parteras quedaba garantizada. Sobre los requisitos de ingreso a dicha cátedra no hay referencias, pero sin duda debieron apegarse a las disposiciones del Protomedicato. Desafortunadamente no se encuentra ya el expediente completo de la primera partera sustentante de la que sabemos se llamaba Ángela María Leite,21 aunque Tate Lanning debió tener oportunamente el documento, pues afirmó en su obra sobre el Real Protomedicato, que dicha partera solicitó ser examinada en su ciudad, Puebla. Lo que se pudo confirmar fue que nació el 3 de octubre de 1778, hija de españoles, era pues candidata ideal a “Obstetriz,” como se le menciona en el expediente. De la segunda partera se pudo saber un poco más, María Francisca Ignacia Sánchez,22 en su expediente aparece la constancia de bautizo que aseguraba haber sido presentada el día 13 de octubre de 1776 en la parroquia del Evangelista San Marcos de la ciudad de Puebla, siendo española e hija legítima, presentó una carta de aprobación por parte del párroco, más adelante afirmaba que su madre también había sido partera, con ella se inició en la práctica del “arte obstétrico” además de complementar su instrucción en el Hospital General de San Pedro. En la solicitud exponía que no contaba con recursos suficientes para trasladarse a la ciudad de México y realizar otros trámites, por lo que además de autorizar la omisión de algunos pagos, se permite que una comisión se traslade a Puebla para el examen. Así es como por fin una partera cubre de alguna manera con los requisitos establecidos y se le otorga el título correspondiente para su ejercicio y, al parecer, no hubo otro similar en lo que resta del periodo de dominación española de nuestro país.

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Hasta aquí hemos visto, grosso modo, los orígenes de una profesión en México, donde la mujer es el punto de partida, enfrentándose siempre a los retos que implican los cambios de cada época. Por supuesto que el avance científico, el cambio en las ideas y el mismo proceso de independencia llevaron a otros cambios, tanto en la formación de parteras como en la legislación sobre su ejercicio ahora también de los parteros, aunque esa ya es otra parte de la historia. La imagen de aquella partera-bruja medieval no ha desaparecido, vive en la misma mujer que, en la atención de otras mujeres, busca una forma de sobrevivir, pero que sigue sin la oportunidad de una enseñanza formal, preservando la sabiduría de sus antecesoras.

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Alberro, Solange. 1994. “Herejes, brujas y beatas: mujeres ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.” En Presencia y Transparencia de la Mujer, México: El Colegio de México, p. 89. 2 Gruzinsky, Serge. 1991. La Colonización de lo Imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español en los siglos XVI – XVIII. México. Fondo de Cultura Económica, pág.165. 3 Alberro, Solange. 1998. Inquisición Y Sociedad 1571 – 1700. México: Fondo de Cultura Económica, pág. 463 4 Flores Y Troncoso, Francisco de Asís. 1886. Historia de la Medicina en México, desde la antigüedad a los tiempos actuales. México: Ed. Facsímil IMSS, pág. 396 5 Sahagún, Fray Bernardino de. 1981. Historia General de las Cosas de la Nueva España. México: Editorial Porrúa, Libro VI, Cap. XVIII 6 Somolinos D’Ardois, Germán. 1911. Relación alfabética de los profesionistas Médicos o en relación con la medicina. Que practicaron en territorio mexicano (15211618). Capítulos de Historia medica mexicana, apéndice. México: Soc. Mexicana de Historia y Filosofía de la Medicina, pág. 218. 7 Archivo: AGN. Acervo Inquisición, 38, 2. Restringido. 8 Archivo:AGN. Inquisición, 360. 55, f.159. 9 Idem. f. 488 10 Palacios García Indira D.M. 1999. La partera Colonial Hacía el Nuevo Orden Ilustrado (1536-1831). Tesis de Licenciatura. México: Colegio de Historia. Facultad de Filosofía y Letras, BUAP, pp. 66- 67. 11 Archivo: AGN, Inquisición. 798. 8, f.124 12 Archivo:AGN, Inquisición. 953.41, f. 309. 13 Archivo: AGN, Inquisición. 1313.12 f. 1-4. 14 Cangiamila, Francisco. 1778. Embriología Sagrada o tratado de la obligación que tienen los curas, confesores, comadres y otras personas de cooperar en la salvación de los niños que aun no han nacido, de los que nacen al parecer muertos, de los abortivos, de los monstruos etc. Madrid: imprenta de Pedro Marín. 15 Segura, Ignacio. 1775. Avisos Saludables A Las Parteras, para el cumplimiento de su obligación sacados de la Embriología Sacra del Sr. Doctor D. Francisco Manuel Ciangiamila. México: Facsímil, UNAM. 16 Tate Lanning, John. 1997. El Real Protomedicato. La Reglamentación de la profesión médica en el Imperio español. México: Facultad de Medicina, Instituto de Investigaciones jurídicas, UNAM, pp. 428 - 429 17 Medina, Antonio. 1806. Cartilla Nueva Útil y Necesaria para las parteras para instruirse las matronas que vulgarmente llaman comadres en el oficio de partear, con licencia del superior gobierno. Madrid: Facsímil-UNAM. 18 Flores, ídem. Vol. II, pp. 190 – 191. 19 Muriel, Josefina. 1991. Hospitales de la Nueva España. T. II. Fundaciones del Siglo XVII y XVIII. México: UNAM, pp. 197 – 198. 20 Archivo: AHAP. Actas de Cabildo, L.83 enero-diciembre 1814. 21 Archivo: AHFM. Protomedicato, Legajo X, exp. 12, f.1 (faltando una) 22 Archivo: AHFM. Protomedicato, legajo XII, exp. 15 f.1

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BIBLIOGRAFÍA Archivo General de la Nación, AGN Archivo histórico del ayuntamiento de Puebla, AHAP Archivo histórico de la Faculta de Medicina UNAM, AHFM Alberro, Solange. — 1994. “Herejes, brujas, y beatas: mujeres ante el tribunal del santo oficio de la Inquisición”, en Presencia y transparencia de la mujer. El Colegio de México. — Inquisición y Sociedad 1571 1700. 1998. México, Fondo de Cultura Económica. Ciangiamila, Francisco. Embriología Sagrada, o tratado de la obligación que tienen los curas, confesores, comadres y otras personas de cooperar en la salvación de los niños que aun no han nacido, de los que nacen al parecer muertos, de los abortivos, de los monstruos. 1778. Publicado con licencia en Madrid, en la imprenta de Pedro Marín. Flores y Troncoso, Francisco de Asís. 1986. Historia de la medicina en México, desde la antigüedad a los tiempos actuales. México: IMSS. Gruzinsky, Serge. 1991. La Colonización de lo Imaginario, sociedades indígenas y occidentalización en el México español en los siglos XVI-XVIII. México: Fondo de Cultura Económica. Medina, Antonio. 1750. Cartilla nueva útil y necesaria para las parteras, para instruirse la matronas que vulgarmente llaman comadres en el oficio de partear, con licencia del superior gobierno, Madrid: Facsímil UNAM. Muriel, Josefina. 1991. Hospitales de la Nueva España tomo II, fundaciones del siglo XVII y XVIII. México: UNAM. Palacios García, Indira. 1999. La partera Colonial hacia el nuevo orden ilustrado 1536-1831. Tesis de licenciatura Colegio de Historia. México: Facultad de Filosofía y Letras, BUAP. Segura, Ignacio. Avisos saludables a las parteras, para el cumplimiento de su obligación, sacados de la embriología sacra del Sr. doctor D. Francisco Manuel Ciangiamila. 1775. México: UNAM. Tate Lanning, John. 1997. El Real protomedicato, la reglamentación de la profesión médica en el imperio Español. México: Facultad de Medicina- Instituto de Investigaciones jurídicas-UNAM. Sahagun Fray Bernardino de.1981. Historia general de las cosas de la nueva España.. México: Porrúa. Somolinos D’ Ardois, German. 1911. Relación alfabética de los profesionistas médicos o en relación con la medicina, que practicaron en territorio Mexicano (1521-1618). Capítulos de Historia médica mexicana, Apéndice. México: Sociedad Mexicana de Historia y Filosofía de la Medicina.

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GERÓNIMA DE RIOJA, UNA VIUDA EN EL SIGLO XVII: LA CONDICIÓN Y REPRESENTACIÓN JURÍDICA DE LA MUJER EN LA NUEVA ESPAÑA Raúl Aguilar Carbajal y Julieta de la Torre Herrera

…si una viuda sale de su casa, la juzgan por deshonesta; si no quiere salir de casa, piérdese su hacienda; si se ríe un poco, nótanla de liviana; si nunca se ríe, dicen que es hipócrita; si va a la iglesia, nótanla de andariega; si no va a la iglesia, dicen que es a su marido ingrata; si anda mal vestida, nótanla de extremada; si tiene la ropa limpia, dicen que se cansa ya de ser viuda; si es esquiva, nótanla de presuntuosa; si es conversable, luego es la sospecha de la casa; finalmente digo, que las desdichadas viudas hallan a mil que juzguen sus vidas, y no hallan uno que remedie sus penas… Fray Juan de Guevara, 1572.1

PRESENTACIÓN

La presente investigación es un acercamiento a la vida social y pri-

vada de una mujer viuda que habitó en la ciudad de México en el siglo XVII, en las casas que se localizaban en la esquina de la calle del Convento de San Francisco (hoy Francisco I. Madero) y la calle “que va al Colegio de las Niñas”, que después se le conoció como Coliseo Nuevo (hoy Bolívar),2 casualmente enfrente de donde hoy en día se alberga la documentación sobre doña Gerónima de Rioja, nuestra viuda, y que en el año de 1775 el Conde de la Torre de Cosío adquirió para su beneficio. La operación de compraventa promovida ante el Cabildo de la Ciudad originó una serie de averiguaciones acerca de sus diferentes propietarios con el fin de conocer pormenores sobre la propiedad en cuanto a valor, censos, hipotecas, cesión testamentaria, estado físico, trabajos de mantenimiento y mejoras en la

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construcción, entre otros, para determinar la legalidad de la transacción del inmueble. El expediente que da cuenta de la vida de Gerónima de Rioja es el más antiguo del Archivo Histórico de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y comprende documentos protocolarios que se acompañan de las declaraciones de los testigos que dieron fe de las personas beneficiadas o mencionadas en los testamentos de doña Gerónima de Rioja y de don Diego de Ortega, su marido, segundos propietarios del inmueble. La última voluntad de la viuda, descrita en su testamento, nos reveló muy valiosa información sobre una parte de su vida privada y pública3, datos de interés que nos dicen mucho acerca de la actitud de esta mujer ante una sociedad patriarcal en su condición de viuda. LA VIUDEZ EN LA NUEVA ESPAÑA Bíblicamente la mujer fue creada del costillar del varón y entregada a él bajo su potestad, verdad irrefutable para la doctrina cristiana y que, aún hoy día, forma parte de la educación familiar. Al estudiar la sociedad colonial de México la situación social de las mujeres se dibuja pasiva, sumisa, silenciosa… imagen construida a partir de la organización patriarcal de la sociedad del virreinato; un estereotipo que encasilla a las mujeres al ámbito de la casa y la familia bajo las órdenes del jefe o cabeza de la misma, es decir, del padre, o del esposo. Sin embargo, los documentos de la época nos muestran la presencia de la mujer novohispana en diferentes terrenos de lo público, por ejemplo, como comerciantes al menudeo en plazas y mercados; como despachadoras en varios negocios, entre los que se pueden mencionar las pulquerías, pulperías o panaderías; como administradoras de su propia hacienda o comercio; actividades en las que, según el exponente masculino, no se requería de gran destreza mental ni física, por lo tanto, se consideraban propias del sexo femenino. La idea de la debilidad femenina se contrapone al observar la participación de las mujeres en los diferentes tumultos acaecidos en la Ciudad de México a lo largo de trescientos años de dominio español, su contribución a la dinámica comercial y la serie de procesos judiciales que ellas siguieron por el maltrato de sus cónyuges.4 Por lo anterior, no es válido pensar que la mujer novohispana siempre fue de carácter sumiso, obediente y sobre todo improductiva. El modelo ideal cristiano de la mujer sumisa, obediente, casta y condescendiente se observó, se aplicó y se defendió sobre todo en

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aquella parte de la sociedad que perteneció a un estrato social superior, es decir, españoles con título nobiliario, ricos comerciantes, mineros y hacendados. Educar a sus mujeres bajo esta conducta fue parte fundamental para un buen matrimonio que salvara o aumentara la fortuna familiar, su posición social y su apellido… el amor fue cosa secundaria.5 La dirección de la conducta y educación de los hijos partía de la enseñanza de la doctrina cristiana, es decir, del amor a Dios, del respeto y cumplimiento de los mandamientos y preceptos de la Iglesia, discurso que muchas veces estuvo alejado de la realidad si atendemos a las diversas denuncias por bigamia, blasfemia, herejía, sacrilegio o todas aquellas que se calificaron de ofensivas a la fe católica. Por otra parte, el amor maternal por los hijos muchas veces se vio violentado por cuestiones económicas de la propia familia. En situaciones de pobreza y escasez de alimentos, los hijos varones son expulsados del hogar y denunciados como vagos para ser enlistados en la milicia, es decir, son ofrecidos voluntariamente al servicio del rey por la propia madre. Esta separación de los hijos del seno familiar para ser encaminados a un determinado tipo de vida, no obedece a una falta de amor maternal, su concepción está por encima de un mero vínculo sanguíneo, es la preservación, en ciertos casos de un apellido o de la supervivencia de la familia.6 En estratos sociales superiores la situación no cambia: la herencia paterna y materna estaba destinada a un solo heredero, el varón primogénito que se encargaba de administrar los bienes y hacienda de la familia y que procuraba aumentarlos. En el caso de las hijas, como ya se mencionó, la dote matrimonial sólo le estaba reservada a una de ellas. Para el resto de los hijos varones y mujeres, sus opciones se restringieron a la vida militar y conventual. Ante el asedio del que pudieran ser objeto las mujeres viudas, contaban con la protección de la Real Audiencia, por lo que, todo agravio que sufrían se consideró delito de primera instancia.7 Asimismo, la ley ordenaba el resguardo de las viudas pobres en una casa de recogidas para salvaguardar su honor mientras no contrajeran matrimonio nuevamente. Se infiere entonces que, el estado de viudez de la mujer no le otorgó libertad plena sobre su conducta y su vida, pues se consideraba que era vulnerable a toda tentación carnal8, por ello, y para mantenerse a salvo de habladurías sobre su modo de vivir, era común que las viudas, sobre todo las jóvenes,

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guardaran un año de luto para después poder contraer segundas nupcias y quedar nuevamente protegidas bajo el apellido del marido.9 Esta regla se observaba, según la ley antigua, para no incurrir en pena de infamia, pérdida de arras, donaciones y legados del difunto, y no quedar sin herencia; ley que la Novísima Recopilación revocó y anuló para dar a las viudas plena libertad de unirse nuevamente en matrimonio en el año que falleciere su primer marido sin incurrir en falta alguna. Asimismo, ordenaba se cumplieran las disposiciones respecto a las herencias correspondientes a los descendientes del primer matrimonio.10 De acuerdo con la ley, una madre viuda podía ser tutora, albacea y tenedora de sus hijos cuando estos fueran menores de edad o mientras no tomaran estado matrimonial o sacerdotal. Pero también, según la ley, ninguna mujer podía acudir por sí misma ante una autoridad a levantar juicio alguno sin el consentimiento del marido, padre o hermano mayor. Luego entonces, ¿en qué situaciones o momentos las mujeres podían demandar acciones judiciales por sí mismas? Los procesos judiciales donde la demandante es una mujer ocurren en dos situaciones: porque se querella contra su propio marido o porque es viuda. Sin embargo, en una acción testamentaria el testador podía otorgar poder judicial y extrajudicialmente ante los tribunales a su propia esposa, a su muerte. En este sentido, y bajo este patrón social y de conducta, estudiamos el caso de doña Gerónima de Rioja, una de las siete hijas y cuatro hijos del matrimonio entre el capitán Juan de Rioja e Isabel Lezama, españoles.11 EL RECUENTO DE UNA VIDA Dentro de los documentos que se tiene sobre esta mujer peculiar no se menciona gran cosa sobre su infancia, no podemos determinar con precisión el año de su nacimiento, aunque se puede inferir por ciertos detalles que nació cerca de 1602, por ello, nos acercaremos a ella en otra época de su vida: la de casada. Es sabido que en todo vínculo matrimonial la dote de la mujer fue un elemento importante para atraerse un buen partido, por lo que generalmente se reservaba para una de las hijas de la familia: la que prometiera una buena inversión. En este caso, Gerónima y su hermana María, quien siempre vivió con su marido en las Filipinas, pagaron dote matrimonial y las demás profesaron como monjas,

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destino reservado a todas aquellas hijas de familia que no alcanzaban dote para el matrimonio. Doña Gerónima se casó tres veces. La primera con don Juan de Carreón; procrearon una hija de nombre Gerónima, quien falleció sin dejar descendientes. Seguramente enviudó muy joven, por lo que desposó por segunda ocasión, y a escasos cinco meses de que falleciera don Juan de Carreón, con don Diego de Ortega de 24 años, originario de Valladolid, España, con quien tuvo siete hijos: Diego, Bernabé, Antonio, Juana, Magdalena, Francisca y Josefa. Por último, contrajo matrimonio con don Marcos de Torres y Sosa de quien lo único que se sabe es que no tuvo descendencia ni bienes que heredar de él.12 Aunque desconocemos el valor de la dote del primer matrimonio de Gerónima, a ésta se sumó lo heredado de su difunto esposo, ya que como legítima esposa que fue y al no haber descendencia, heredó todos sus bienes, mismos que a su vez formaron parte de la dote para su segundo casamiento.13 Esta riqueza seguramente la hizo una viuda de buena posición económica y candidata a un buen matrimonio. En los quince años de matrimonio con don Diego de Ortega, y como ya se mencionó, procrearon siete hijos: tres varones y cuatro mujeres14 y, sin perder el formulismo social, sólo una hija se preparó para el matrimonio que en este caso fue la más pequeña: doña Josefa; sus hermanas, se prepararon para la vida conventual. Cuando el primogénito varón murió, la herencia paterna y materna correspondiente quedó indivisible, por lo que, los otros dos hijos varones fueron dedicados a Dios en el convento franciscano. En esta segunda etapa matrimonial de Gerónima de Rioja se trasluce una mujer dedicada a administrar e incrementar los bienes familiares por una parte y, por la otra, a guiar la vida de sus hijos. Como madre de siete hijos, buscó de alguna forma asegurar el futuro de cada uno de ellos mientras viviera el padre, pues a la muerte de su cónyuge trató de asegurar la propia. La última voluntad de don Diego de Ortega fue nombrar a su esposa como albacea, tenedora, administradora, curadora y tutora de todos sus bienes y los de sus hijos, otorgándole poder amplio y cumplido para ejercer juicios ante cualquier juez o autoridad por su “mucha virtud y capacidad”.15 De esta manera, doña Gerónima adquirió, en cierto sentido, poder de representación ante cualquier autoridad jurídica, función que observó no sólo en el manejo de la herencia testamentaria de su esposo don Diego de Ortega, sino también en la distribución de los bienes y herencia de su padre entre sus hermanos y sobrinos.16

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La vida que llevó doña Gerónima de Rioja como mujer viuda, si no fue de riqueza y lujo, tampoco lo fue de carencias. Como dueña y administradora de una botica, ubicada en la parte baja de su casa en la calle de San Francisco, conoció, pero no ejerció, el “arte de boticario”, mismo que desempeñaron sus dos primeros maridos, aunque a la muerte del segundo, no se sabe con certeza quién la atendió. El encargo de la botica la llevó a seguir en el mundo de los negocios, comerciando con boticarios de Valladolid y las Filipinas, como lo hacía don Diego de Ortega, su difunto marido. Incluso, dentro de su testamento declaró: “...diferentes personas, conventos y cofradías me deben cantidades de pesos de medicinas que han llevado de la botica que de presente no están ajustadas ni de presente se pueden ajustar porque va prosiguiendo la dicha cuenta...”17 Pero no sólo estuvo inmiscuida en el mundo empresarial, sino también en el judicial y entre las acciones que llevó a cabo en su situación de viuda fue la venta de bienes inmuebles como fueron las casas de su padre ubicadas en la calle que va del Colegio de las Niñas al Convento de Nuestra Señora de Regina Coelli en mil 300 pesos, suma que se repartió entre sus familiares después de descontar 600 pesos para el pago de gastos administrativos.18 Otra operación de esta naturaleza fue la venta, en 1654, de unas casas chicas que se localizaron en la calle que va al Colegio de Niñas, contigua a la casa principal y que pagaban un censo al Convento de la Merced por 12 mil pesos, mismo que fue retirado a su petición y por no aparecer registrado en el cabildo. 19 Estas diligencias incrementaron y consolidaron su fortuna, a la que además se sumaron los bienes a los que renunciaron sus hijas e hijo que profesaron.20 Dentro de su testamentaria da poder al capitán Antonio de Lera Olivos para que mande vender sus casas en la ciudad de Valladolid de los reinos de Castilla que heredó de don Diego de Ortega y da poder a Baltazar de Resulta para que cobre el monto obtenido de la venta y a su vez pide que éste lo entregue a sus albaceas. Para mostrar ante los demás su linaje como española, tuvo para su servicio dos esclavos en su casa: Domingo Machado, chino, y Sebastiana de Sámano, mulata, ambos de 50 años, además de otra en la botica: Antonia, mulata de 28 años; sin embargo, a pesar de la mujer enérgica que era, también tenía su parte piadosa, lo que observamos cuando sus dos esclavos de la casa quedaron en libertad a su muerte “por haber servido con todo amor, cariño y buena voluntad”, no así la mulata Antonia que siguió formando parte del inventario de la botica.21

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Siguió una vida regulada por su fe religiosa, profesó como hermana terciaria de San Francisco. Perteneció a dos archicofradías: El Santísimo Sacramento y Nuestra Señora del Rosario; así como a dos cofradías: De las Benditas Ánimas del Purgatorio y la Santísima Trinidad22, aspecto de su vida que nos revela y confirma su posición social, dado que la pertenencia a las archicofradías del Santísimo Sacramento y a la de Nuestra Señora del Rosario, requirió del cumplimiento, por parte de los cófrades, de las obligaciones económicas, en especie o efectivo, para las diferentes ceremonias religiosas celebradas en honor del Santísimo Sacramento y de sus miembros fallecidos. Las altas cuotas hacían imposible que cualquiera pudiera participar en ella. Para descargo de su alma y la de su familia fundó una capellanía de misas rezadas que estuvo a cargo de su sobrino, el famoso pintor, don Baltazar de Echave y Rioja23 y su esposa doña Ana del Castillo por doce años y posteriormente de sus descendientes; como patrón perpetuo nombró al padre prior de la orden de nuestra señora del Carmen.24 Una tarea importante que no dejó pasar fue preparar cómo y dónde sería sepultada. Según su voluntad su cuerpo debía ser amortajado con el hábito de San Francisco y en 1668 pagó dos mil pesos de oro común para quedar en el presbiterio del templo de San Francisco junto con los restos de don Diego de Ortega y de su padre don Juan de Rioja. Otra forma de mostrar su importancia dentro de la sociedad novohispana fueron las donaciones para obras pías, lo cual queda demostrado al ceder, entre otras cosas, una imagen de la Virgen María decorada con marfil y corona de plata dorada e incrustaciones de oro y perlas a la Congregación y Capilla de San Francisco Javier de la Compañía de Jesús, así como diversas limosnas a lugares santos como Jerusalén o lugares cercanos a la ciudad como fueron los santuarios de la Virgen de Guadalupe, de los Remedios y de la Piedad.25 Como parte de su última voluntad pide a su albacea realizar las gestiones para que pueda cobrar parte de la herencia paterna que tenía depositada en su hermano, el capitán don Nicolás Antonio de Rioja, así como otra parte que le heredó su hermana Inés de San Gerónimo, destinando todo este dinero a los sacerdotes carmelitanos para que lo gastaran en misas para la salvación de las almas de sus familiares.26 Estos hechos, preparatorios a su muerte, además de revelarnos su miedo ante la justicia divina, no dejan de ser un indicativo de la

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riqueza material en que se desenvolvió y que correspondió a la de una mujer novohispana de cierta alcurnia. CONCLUSIONES Aunque el papel de la mujer en la Nueva España, dentro de la esfera social privilegiada, estaba limitado al de hija, esposa y madre, con dinero, carácter fuerte y un poco de suerte, su situación podía cambiar, como fue el caso de doña Gerónima de Rioja. Si bien esta mujer no sabía leer ni escribir, sí supo pelear ante las autoridades, ya sea civiles o eclesiásticas, y ante quien fuera necesario por sus derechos o lo que creía justo para sí y su familia. Con los hechos que podemos percibir, realmente se confirma lo que don Diego de Ortega mencionó acerca de su esposa con absoluto acierto en su testamento: “mucha virtud y capacidad”, lo cual también nos deja entrever su bondad, hasta donde las circunstancias se lo permitían. Empero la singularidad de algunas de sus actividades, consideramos que eso no le impidió asumir los “deberes inherentes a su condición y sexo” como las visitas sociales, cocinar, bordar y principalmente rezar. Así como el de doña Gerónima de Rioja, hay muchos otros casos que se pueden descubrir en los archivos. A fin de fomentar el estudio de estas fuentes ricas en información, en el Archivo Histórico de la Suprema Corte de Justicia de la Nación se pueden localizar cientos de expedientes que dan cuenta de la historia de las mujeres ante la justicia de este país.

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Notas 1

Guevara, 1529:276. Las casas han sido objeto de diversas remodelaciones y modificaciones en su diseño y distribución de los espacios desde su construcción en el siglo XVII hasta la actualidad. Lo notable es que la planta baja donde se encontraban las accesorias hoy son ocupadas por negocios de diferentes giros y donde se encontraba la botica administrada por doña Gerónima de Rioja, ahora es un comercio de comida rápida. 3 Del análisis de un testamento es posible averiguar parte de la vida privada del testador y su familia, sobre su condición social y económica e incluso de salud al momento de testar. La acción testamentaria introducida por los españoles también se extendió entre la población indígena, por lo que este tipo de instrumento protocolario se ha convertido en una fuente rica en información para la historia social. Véase Zárate, 2000; Rojas, Rea y Medina, 1999. 4 En los procesos criminales ejecutados por la Real Sala del Crimen por tumultos, asonadas y revueltas populares ocurridas en diferentes puntos del territorio de la Nueva España, se describe al grupo de participantes en donde salen a relucir las mujeres, véase Archivo General de la Nación, fondo Criminal. 5 Para una visión sobre el origen de la nobleza novohispana y la forma en que se entrelazaron las diferentes familias para asegurar su fortuna véase Artís, 1994; Ladd, 1984. 6 Sobre la existencia del amor maternal entre sociedades antiguas véase Badinter, 1980. 7 Véase MacLachan, 1976. 8 Malvido, 1986. 9 Escriche, 1993:713-714. 10 Ídem:714. 11 Sus hermanos fueron Juan, Juana, Inés, Sebastiana, Luisa, Nicolás Antonio, Ana, María, Leandro y Gerónimo. 12 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Títulos de la casa que se compró a los reverendos padres carmelitas en la calle del Coliseo Nuevo. Caja 547. Exp. 63005 (1775). 13 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Testamento de Doña Gerónima de Rioja. Caja 547. Exp. 63005 (1672), fs. 143-155v. 14 Diego de Ortega hijo, murió joven y sin dejar descendencia; Bernabé de Rioja y Antonio de Ortega ingresaron al convento de San Francisco en donde mueren, sólo Bernabé dejó testamento; Juana de Rioja ingresó al convento dominico de Santa Catalina de Sena y tomó el nombre de Juana de la Presentación, donde falleció testando a favor de su madre; Magdalena y Francisca de Rioja y Ortega profesaron en el convento de Nuestra Señora de la Limpia y Pura Concepción con los nombres de Magdalena de San Gerónimo y Francisca de la Ascención respectivamente, ambas testaron a favor de su madre; finalmente, Josefa de Ortega y Rioja se casó con Baltazar de Contreras, de quien se divorció y separó por las leyes eclesiásticas por golpes y maltratos físicos y verbales. Murió sin dejar descendientes ni testamento, en AHSCJN, ídem., fs. 147-147v. 15 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Testamento de don Diego de Ortega, Caja 547, exp. 63005 (1639), f. 31v. 16 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Transacción, concierto y paga de legítimas entre los hijos y nietos herederos de Pedro de Rioja e Isabel Muñoz. Caja 547, Exp. 63005 (1656), fs. 129-138v. 17 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Testamento de doña Gerónima de Rioja. Caja 547, Exp. 8 (1672), f. 144. 2

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Ídem., f. 135. AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Carta de pago, redención y cancelación de 12 000 pesos de principal y 600 de réditos que otorgó el convento y frailes de nuestra señora de la Merced a favor de las casas que fueron de don Diego de Ortega. Caja 2050, Exp. 8 (1658), fs. 117-121v. 20 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Testamentos de la madre Juana de la Presentación (1647), fray Bernabé de Rioja, (1651), Magdalena de San Gerónimo (1652) y Francisca de la Ascensión (1652). Caja 547, Exp. 63005, fs. 32v-45v. 21 Ídem., fs. 151-151v. 22 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Testamento de doña Gerónima de Rioja. Caja 547, Exp. 63005 (1672), fs. 144v-145. Para conocer las funciones sociales de las cofradías en la Nueva España véase Bazarte, 1989. 23 Uno de los mejores pintores barrocos, nacido en México en 1632; varias obras suyas se pueden apreciar en la Catedral Metropolitana y en la Pinacoteca Virreinal, ambas en la ciudad de México, de las cuales sobresalen Entierro de Cristo y El triunfo de la Iglesia. 24 AHSCJN. Serie Asuntos Económicos s. XIX. Testamento de doña Gerónima de Rioja. Caja 547, exp. 63005 (1672), fs. 148v-149. 25 Ídem., fs. 144v-150. 26 Ídem., fs. 145v. y 150 v. 19

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Virginia Hernández Enríquez

Desde el punto de vista antropológico, la subjetividad es la con-

cepción del mundo particular de los sujetos, ésta no se puede reducir al término de ‘ideología’, pues es algo mucho más amplio y abarca toda la visión que un sujeto tiene en relación no sólo con la ciencia, sino con la religión, la magia, la mitología, el lenguaje, las creencias, las tradiciones y las prácticas sociales. Esta visión del mundo por lo regular se estructura a partir del entorno socio-cultural dominante. A las mujeres se les ha mantenido propiamente en la invisibilidad, sólo aparecen o destacan aquellas que la ideología dominante del momento consideraba importantes. Este es uno de esos casos, el de una mujer casi santa, venerable. Una monja concepcionista poblana y criolla del XVII: Sor María de Jesús Tomellín,1 cuya subjetividad tuvo que conformarse de acuerdo a las prácticas vigentes de la ideología patriarcal dominante de la Iglesia. El texto es una hagiografía, como otras tantas escritas con el propósito de servir de modelo a otras mujeres y a la sociedad en general. Ésta fue escrita por el clérigo Francisco Pardo en el año de 1676. La voz de la protagonista se entrevera con el discurso patriarcal y en la hagiografía se puede apreciar cuál era la concepción del mundo novohispano y cómo su discurso normador influía en la constitución subjetiva. Este ensayo es una revisión somera de las condiciones prevalecientes en la época, que nos permite dilucidar desde qué tipo de reglas y coerciones se conforma la identidad de estas mujeres. A decir de Marcela Lagarde, la subjetividad es: El grado de elaboración, de complejidad y de especialización de la concepción del mundo de los sujetos está determinado por su acceso a sabidurías y conocimientos diversos, a la calidad de éstos, a la capacidad crítica y creativa del sujeto para reinterpretar

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y crear, a partir de los elementos dados, nuevos conceptos y procedimientos para comprender el mundo y para vivir [Lagarde, 1997: 296].

Cuando estas concepciones del mundo van de acuerdo a las condiciones de vida y existe una unión entre el sujeto y aquéllas, podemos hablar de una personalidad que coexiste entre el discurso autoritario y el íntimo. Esto no sólo posibilita al individuo el percibirse con una identidad escindida, sino que además le lleva a asumirse como sujeto ideal, complementando esa identidad mediante ciertos mecanismos de resistencia y sumisión ante ese discurso autoritario. Si la construcción es de por sí compleja, el caso de la subjetividad femenina es aún más difícil, ya que la subjetividad femenina es una elaboración dependiente del entorno socio-cultural y epocal. Subjetividad, que además se construye dentro de un cuerpo valorado o denigrado. ¿Cuál era el sujeto femenino ideal para los novohispanos regidos por la Iglesia? La Iglesia era (y es) una de las detentadoras de el poder patriarcal no sólo en un nivel individual sino también grupal. Según Michel Foucault, el poder es una serie de relaciones que se establecen entre los miembros asociados a él, es decir entre dominantes y dominados, y que tiene que ver con la subjetividad: “... más que preguntar a los sujetos ideales qué es lo que ellos han podido ceder de sí mismos o de sus poderes para dejarse dominar, es necesario buscar cómo las relaciones de dominio pueden constituir a los sujetos [Foucault, 1996: 152]. Por lo tanto en este juego de poder, la Iglesia instituyó durante la época colonial sus controles grupales no sólo en el espacio conventual, sino dentro de la propia sociedad civil, de hecho la confesión fue una de las maneras de coaccionar y dominar a los individuos. A través de la confesión se controlaban los cuerpos que eran el lugar del pecado, de la desobediencia y del control del deseo. Los sujetos, al confesar sus culpas, eran sometidos a las penitencias pertinentes a su pecado.2 Como se ha dicho, el sujeto novohispano femenino era controlado duramente. Los estados permitidos a los que accedían las mujeres eran el matrimonio o el monacato.3 Las monjas se constituían en mujeres consagradas y entregadas a Dios en cuerpo y alma, es decir, ellas se sometían a ciertas normas de vida, controladas por el poder eclesiástico y a las que no podían renunciar. La España de la Contrarreforma al convertirse en la defensora del papado “ se llenó con un ejército de místicos, obispos, misione-

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ros, fundadores y reformadores de órdenes que con su elevación en los altares ratificaban el apoyo divino a su obra mesiánica” [Rubial, 1999: 35]. Esta ideología pasó a la Nueva España con mayor fuerza en su necesidad evangelizadora y se inició la fundación de conventos (tanto masculinos como femeninos) en la Nueva España, a raíz de la conquista.4 En primer lugar, como señalé, con el fin de evangelizar, en segundo, con objeto de educar a las niñas, además de actuar como sitios donde se podía ubicar a mujeres de cierta clase social con la idea de protegerlas de los vicios, y, por otro lado, para que fungieran como intercesoras ante Dios. De ahí que, para las familias novohispanas fuera de capital importancia que alguna de sus hijas o a veces todas tomase los hábitos. En una sociedad como la poblana, en la que prevalecían los ideales de la Contrarreforma, no era extraño que predominara el de la pureza, y la idea de que la Iglesia, especialmente en estas “tierras de salvajes”, tuviese que controlar, no sólo a los indios y negros, sino a los propios españoles capaces de caer en los pecados de la carne. Entonces, qué mejor control que la vida clerical tanto para hombres como para mujeres.5 María Alba Pastor señala que: Desde las últimas décadas del siglo XVI, proliferó la construcción de conventos de monjas, beaterios, colegios para doncellas y “casas de recogidas” (generalmente mujeres de mala vida), fundadas por píos ciudadanos u obispos. En el caso de mujeres adolescentes y adultas sin pareja, pertenecientes a los grupos dominantes, el convento fue el lugar más adecuado para su custodia y disciplina [Alba Pastor, 1999: 64].

Con la intensa campaña para reglamentar a la naciente sociedad novohispana, y con la idea de cohesionar los grupos sociales, hubo una estimulación del poder patriarcal al momento en que el poder se concentró aún más en las figuras masculinas. Esto no quiere decir que no hubiera resistencia, pero al normar la vida familiar, se destinó a las mujeres a llevar la mejor conducta, tolerando, por otro lado, la doble moral masculina que prevalece hasta nuestros días. Los conventos femeninos, procedentes de la institución más poderosa de la época tenían como finalidad resguardar a sus vírgenes de los peligros y con sus gruesos muros el convento fungía como verdadera prisión para las religiosas que lo habitaban, vigiladas constantemente por la autoridad eclesiástica. Sin embargo, los conventos tenían sus propias

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constituciones, cuyos estatutos debían seguir las postulantes. El acto de profesar implicaba cuatro votos: obediencia, pobreza, castidad y clausura, éstos implicaban el sometimiento de la conducta y del propio ser en aras de la adoración divina, todo con el fin de la propia salvación. Los votos fueron, en muchos de los casos, en extremo rigurosos para aquellas profesas, y, aunque es cierto que una de las condiciones buscadas y deseadas por la Iglesia, era que entraran por voluntad propia, no faltaron casos en que las futuras monjas ingresaran por fracasos amorosos u obligadas por sus familiares. Para aquellas que entraban desde la infancia en calidad de educandas o “niñas”, como solían llamarse, el paso no era difícil, sin embargo, al terminar su educación, tenían que regresar un año “al siglo” con sus familiares para después hacer el noviciado y por último profesar. Hubo muchos casos de estas “niñas” que permanecieron en los conventos hasta llegar a la madurez e incluso a la ancianidad. Esto quiere decir que los conventos sostenían y preservaban a muchas mujeres que no tenían un lugar adecuado entre la sociedad civil. Específicamente, desde sus orígenes, el Convento de la Concepción de Puebla (en el que profesó SMJ) fue una institución dedicada a la educación de niñas, aunque las educandas residían en morada aparte de la clausura. Los conventos en sus inicios estaban constituidos por las famosas celdas, propiedad particular de algunas de las monjas, quienes podían donarlas, venderlas o heredarlas a quien quisieran. En muchas de estas “quadras”6 se repetía el lujo del siglo, no fue sino después de la reforma teresiana y durante el XVIII que se obligó a las monjas a llevar vida comunitaria. En el voto de pobreza estaba implícito el no apegarse a las cosas o personas, pues en su caso, y si la priora se percataba de ello, estaba obligada a despojar a cualquier monja del bien en cuestión, ya fuese amiga, imagen, libro y hasta de su celda [Salazar, 1994: 178]. Con lo anterior nos percatamos de que reglas, votos y constituciones formaban parte de una amplia gama de elementos que iban conformando a estas mujeres. Entre otros, estaban los textos dirigidos a ellas como las Cartillas y Reglamentos, y los elementos iconográficos de la época que era rica en representaciones de Jesucristo y la Virgen, ambos modelos de imitación, con quienes además establecían diálogos las monjas místicas como SMJ. Un ejemplo de ello es la Cartilla de la doctrina religiosa (1680), escrita por el sacerdote jesuita Antonio Núñez de Miranda (confesor de Sor Juana Inés de la Cruz), quien a decir de Dolores Bravo “[...] es uno de los más influyentes y poderosos dictaminadores de conciencias de su contexto

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social” [Bravo, 1997: 57]. Al conocer esta gran cantidad de elementos de control del comportamiento de las monacales, nos es más fácil entender cómo se conformaba la subjetividad de esas mujeres. A continuación haré algunas referencias de la biografía escrita por Pardo, en la que se detectan características de la formación de la subjetividad de SMJ, desde sus orígenes y que se muestran en el discurso intencional y normativo de la hagiografía. La personaje presenta ya desde la infancia rasgos particulares que se manifestarán en forma más completa después de su ingreso al convento. En algunas de las siguientes citas de Pardo, es posible apreciar la rebelión y fuerza de decisión de la monja, aunque, paradójicamente, esta decisión fuera el repetir o insistir en un modelo deseado por la ideología vigente. En la narración de la historia, Pardo considera que SMJ quiso siempre ser religiosa. Iniciada por su madre en la educación espiritual, desde la infancia se vio a sí misma como sierva de Dios. El autor relata la disposición espiritual de la personaje desde temprana edad: [...] despreciando las puerilidades, y entretenimientos de niña, siendo de cinco años, todos sus recreos, gustos y delicias libraba en estarse asistiendo, y saludando a una Imagen de María Santísima que tenía en el oratorio; allí la levantaba Dios a tan sublime oración, y contemplación [...] se hallaba elevada en el aire junto a la imagen de la Soberana Madre de Dios, y gozaba de esta Señora tantos, y tan suaves halagos, caricias, y favores [...] En medio de estos repetidos arrobos, y crecidos regalos, sabía lo que pasaba, y acaecía en este, y en el otro mundo[...] [Pardo, 1676: 11].

Además SMJ desde su infancia, según el texto hagiográfico, ya imita a Cristo al ostentar sus llagas. El cuerpo se involucra desde entonces en la formación del sujeto conjuntamente con una actitud masoquista. Según Lagarde: “El paradigma de la monja es el masoquismo: lograr la gracia en el sufrimiento. El paradigma del poder y de la obediencia es la víctima que, en el extremo de las prohibiciones y de las obligaciones desarrolla el bien, sublima el sufrimiento o encuentra el amor en él” [Lagarde, 1997: 486]. A lo largo de la biografía encontramos que SMJ trató de convertirse en un modelo de santidad mediante el sufrimiento. Estos sufrimientos eran de índole física y espiritual, pues en primer

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lugar tuvo que enfrentarse con la negativa y hasta los maltratos físicos por parte de su padre antes de ingresar al convento, al que entra rebelándose. Para SMJ, el haber padecido estos problemas con el fin de lograr lo que ella quería, a decir de Pardo, nos remiten al carácter decidido que caracteriza a la personaje, y que la lleva a conformarse dentro de esta vida de santidad. Al respecto Rubial señala que: La presencia familiar, más fuerte aquí que en ningún otro de los tratados hagiográficos, testimonia la dependencia de la mujer de la voluntad de sus padres, pero también muestra la posibilidad de romper con las prácticas tradicionales en aras de una vocación predestinada y el uso que las mujeres hacían de su cuerpo desde la Edad Media, por medio de la enfermedad y del ayuno, para hacer frente a la imposición masculina [...] [Rubial, 1999: 171].

Lo anterior me permite sostener que el ser santo o santa era una verdadera profesión o proyecto de vida para los sujetos novohispanos, y aunque desconocemos las intenciones profundas; como indica Lagarde: “La vida de las mujeres que optan por la vida religiosa significa un capital real y simbólico que ellas dan a la divinidad a cambio de la salvación” [Lagarde, 1997: 531]. La monja es entonces, según esta autora “[...] el símbolo de la negación de la feminidad, por amor. Y a la vez, la renuncia amorosa la feminiza, y ella simboliza entonces la subjetividad ideal de la mujer: la monja es mujer porque ama en la renuncia de sí misma” [ídem: 529]. Paradójicamente lo anterior confirma cierta subversión, pues la sujeto repudia al amor terrenal, pero se realiza en el amor divino. SMJ renuncia al posible amor terreno por destinarse como Esposa de Cristo, ella es de las elegidas, desde su infancia fue consagrada para serlo mediante las señales y los llamados de la divinidad, es decir, las visiones y conversaciones con el propio Jesús, con la Virgen, santas y santos. Lagarde considera que la aparición de estas señales, por lo regular, le sucedían a estas mujeres “[...] durante la infancia o en la pubertad, siempre en circunstancias de conflicto o de excepción: en crisis personales o familiares, catástrofes [...] en accidentes o enfermedades [...] por la muerte de alguien [...]” [ídem: 523]. En el caso de SMJ, es factible que su personalidad y la propia construcción se presentase desde sus orígenes: el nacimiento prematuro, una infancia enfermiza y conflictiva, una vida atribulada entre las ansias pías de la madre y la agresividad del padre; esto debe

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haber influido en su decisión de ingresar al claustro. La vida conventual ofrecía una opción salvadora y le brindaba la oportunidad de una vida pacífica. Sin embargo, esto no fue así, pues SMJ, al ser una de las “elegidas” tuvo que sufrir otro tipo de persecuciones y envidias. A decir de Pardo, sus compañeras y hasta el propio obispo, llegaron a despreciarla. Como ejemplo, Pardo narra el hecho de que varias veces intentaron elegirla como Abadesa o Prelada, y ella se disculpaba por considerarse indigna para cumplir con el cargo, y le pedía a Dios por que no la escogiesen. Dios se lo concedía mediante la debida cuota de penitencia, que consistía en sufrir las envidias y maledicencias de las demás monjas. Sí aceptó en cambio otros cargos de menor envergadura como el de Tornera o Portera, en cumplimiento del voto de obediencia. Lo curioso es que los menosprecios se los mandaba Dios para probarla, quien actuaba no como el amante esposo, sino más bien como un amo a quien debía someterse. Así en el sufrimiento de penurias enviadas y autoprovocadas por sus prácticas ascéticas, la monja fue conformando su subjetividad e imagen de santa. Otro elemento importante en el camino de la santidad era el reforzamiento de las virtudes cristianas, tanto las teologales como las cardinales, porque estas eran un testimonio de la vida conventual. Veamos cómo las muestra Pardo y como el ejercicio de las mismas formaba la subjetividad de esta mujer. Pardo menciona que San Agustín comparó la fe con el oro, y considera que SMJ era rica en fe, ella se convierte en maestra de esa virtud para sus compañeras religiosas e incluso para las criadas del convento, al anunciar: “Hijas, morir por la Fe” [Pardo, 1676: 38]. Con el fin de vincular la práctica de estas con la subjetividad, me apoyo en la tesis de Lagarde, quien señala que la fe es característica de las mujeres y ésta tiene un carácter totalizador junto con el prejuicio. La autora cita a Agnes Heller, quien establece mejor la relación: “El efecto del prejuicio es la fe [...] Los motivos y las necesidades que alimentan nuestra fe, y con ella nuestro prejuicio, satisfacen en cualquier caso nuestra propia particularidad [...]” [en Lagarde, 1997: 309]. De esta forma, es más fácil entender que la fe, sea cual fuere la de los sujetos, puesto que es una virtud (si así queremos considerarla), posibilita la creencia en prejuicios, confirma acciones anteriores y permite volver acríticas a las mujeres. Por otro lado, esta doble relación lleva también a la propia autocomplacencia, y se da en el sujeto la ambivalencia y la escisión. SMJ está dispuesta a morir por la

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fe, y a que sus compañeras y conciudadanos lo hagan también. En la segunda virtud teologal de la esperanza, también se distinguió SMJ. Pardo compara esta virtud con el verde del arco iris y señala que la monja fomentaba también entre su comunidad la esperanza de encontrarse en el cielo con el esposo divino. La esperanza parecer ser una virtud común al género femenino, según Lagarde: La esperanza remite al deseo, es la actitud de espera en el cumplimiento y gratificación del deseo. Su realización se ubica siempre en el futuro, aunque se basa en el aprendizaje de no aceptación del pasado. La mujer proyecta al futuro y deposita en los otros la satisfacción de sus deseos, elaborados como proyectos o fantasías [ídem: 306].

En el texto de Pardo, se comprueba que a SMJ no le bastaba la fe, era necesaria la esperanza que la enlazaría a futuro con la vida eterna y su creador. El inculcarla a los demás, también era parte del afán normador de la Iglesia, pues los seres humanos debían padecer en esta vida, para ser glorificados en la otra. La tercera virtud es la caridad o amor a Dios y al prójimo manifestada en todas sus acciones, SMJ se convierte en “abogada de Puebla”. Pardo narra “[...] el celo fervoroso con que la sierva de el Señor remediaba el daño de las culpas, olvido de Dios y necesidades de la Puebla” [ídem: 42]. La práctica de esta última virtud, acompañada de arrobos y padecimientos se dirigía también a la salvación de las almas del purgatorio. El autor cuenta que “Tanta fue la clemencia, piedad, y compasión, que tuvo esta alma pura, acerca de las que padecen las penas y llamas terribles del Purgatorio: que repitiendo favores en su oración libraba de el fuego temporal innumerables almas” [ídem: 62]. Tal salvación no la lograba únicamente mediante las plegarias, sino a través del sufrimiento de los ardores y padecimientos que estas ánimas soportaban, pues el Esposo mediante un mensajero angélico, le propone este intercambio: “[...] el Ángel cruelmente piadoso, entró, y puso a la Madre María de Jesús, en medio de aquella hoguera ardentísima, y la cercó de aquellas llamaradas terribles, que estaban sintiendo las almas de los difuntos [...]” [ídem: 66]. Mediante la práctica de las virtudes, la oración y mortificación, así como las demostraciones de milagros y apariciones, SMJ va reforzando la personalidad de el sujeto que quiere construir: el que, por un lado, se atiene al dogma y a lo normado por la Iglesia, y el

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otro íntimo que se manifiesta en un diálogo con Dios. Considero que, aunque la práctica virtuosa tenga que ver con el cumplimiento del modelo deseado, posiblemente la monja, al incidir en ellas, satisfacía su propio ego. Muestra de ello es el cumplimiento de las virtudes cardinales tales como la paciencia, en la que más destacó y que según Rubial: . . .la hacía parecer siempre como víctima. Víctima de los halagos venenosos de su padre [...] Víctima de las calumnias y de las envidias de las monjas [...] Víctima de sus sirvientas que la golpeaban y la maltrataban, [...] Víctima de los demonios que la ahogaban [...] Víctima de sí misma [...] Víctima en fin del mismo Dios, que todos los días que pasó en el convento le envió dolores, enfermedades y oprobios como pruebas de su amor [...] [ídem: 172].

Esta actitud la convierte ante los ojos de los demás y ante sí misma en una verdadera mártir. La subjetividad sigue construyéndose a través de la práctica, no sólo de la paciencia, sino de una humildad manifiesta en un constante desprecio de sí misma. El biógrafo relata que desde niña se distinguió por desestimarse y realizar todo tipo de acciones serviles. Ya dentro del claustro se adelantaba para llevar a cabo las tareas más bajas, como cuidar y atender a las enfermas, llegando su espíritu de servicio y humildad hasta atender “[...] a las criadas, y a esclavas del Convento, a las cuales (por humillarse más con lo menos de aquella Comunidad) les hacía la cama, [...] solicitaba el alivio, [...] y olvidando melindres, ascos y pundonores, les lavaba los vasos inmundos, y les hacía por sus manos mismas las unturas [...]” [Pardo 1676: 33]. En este sentido, la práctica de la virtud de la humildad debe haber sido trascendente, especialmente en este aspecto que señala la cita, respecto a la atención a criadas y a esclavas, quienes eran consideradas de tercera, pues Pardo se refiere a ellas, en otras partes del texto, como a seres torpes, viles y además paganas. Se confirma así, lo que dice Rubial: “A la humildad vienen asociadas otras virtudes como la obediencia y la mansedumbre, sacralizadoras del orden, de la sociedad jerarquizada e inmóvil, instrumentos ideales para el arte de disciplinar cuerpos y almas [...]” [ídem: 173]. El control sigue presente en las acciones y prácticas de la monja, las cuales paradójicamente, logran convertirla en transgresora al acceder al discurso místico. El texto de Pardo es abundante en ejemplos de las acciones de

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SMJ. Éstas la distinguen, la hacen diferente, y esa distinción la hace valiosa. Para las mujeres del XVII que sufrían controles mucho más estrictos, el convento y la práctica de las virtudes les permitía autovalorarse. Como menciona Lagarde: La distinción les valoriza además, su rango y su prestigio. En la decisión divina se reitera el principio del poder patriarcal sagrado: las mujeres no son sujetos, en el sentido de poner en práctica su voluntad... Otros deciden sobre su vida: en esta circunstancia se trata de Dios... la divinidad es la síntesis del poder del conjunto de determinaciones sociales y culturales que imponen a la mujer ser monja [ídem: 532].

Entonces, SMJ se forma como un sujeto modélico que se va construyendo en gran parte por las normas eclesiásticas de la época, y entabla, a decir de Lagarde, una relación con el poder que se establece mediante una dialéctica de consenso y coerción. De esta manera y según la tesis de la antropóloga, las mujeres están cautivas dentro de la sociedad patriarcal [ídem: 157-159].7 En el caso de SMJ, es un doble cautiverio: el del patriarcado y los muros conventuales. Sin embargo, a pesar de estar cautiva, la otra parte que constituye a un sujeto, la íntima, el discurso persuasivo e interior, es el que le permitirá como dice Jean Franco, la resistencia o la subversión. Hasta aquí hemos visto ese modo de ser mujer y monja en el XVII. Un ser tabuado para la sexualidad y expropiada de su cuerpo y de su subjetividad. Para Franca Basaglia: “El hecho de que la mujer esté ligada a la naturaleza, al ciclo cósmico por el que es poseída, no reduce sus necesidades subjetivas [...] Pero esta diversidad natural del cuerpo de la mujer ha sido traducida —culturalmente— en desigualdad histórica; identificándola con aquel cuerpo distinto, para más fácilmente poder privarla de las necesidades subjetivas [...]” [Basaglia, 1985: 17]. Esto tiene que ver de alguna manera con la condición perennemente infantil que se les ha asignado a las mujeres, con el deseo no resuelto y con la sujeción, pues el cuerpo sigue actuando como prisión. Las mujeres novohispanas, por su parte, estaban sujetas a los mitos y a un discurso normador y patriarcal específico de su tiempo. Sin embargo, en el caso de las monjas, algunas, como es el caso de SMJ, encontraron la forma de resistir a sus cautiverios, hallando en el discurso místico una disrupción y una posibilidad de ser escuchadas por los demás.

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La paradoja de esta transgresión se halla en el discurso íntimo que las monjas podían practicar al dirigirse a Dios. Es decir que la subjetividad de estas mujeres presentaba dos facetas: la del control y la de la subversión, esta última al tener la posibilidad del discurso místico en el que también participaba el cuerpo, puesto que el cuerpo es el espacio del “yo”. Esa participación del cuerpo, visto desde una dualidad maniquea, como el lado malo y pecaminoso del ser, va a ser la vía de transgresión para las monjas místicas. Un elemento que destaca es la práctica de la ascética. Para la vida edificante era necesario el maltrato del cuerpo. Los ejercicios espirituales propuestos por San Ignacio fueron en realidad ejercicios corporales “ [...] destinados a provocar un estado anímico especial encaminado a provocar el éxtasis y una ‘interlocución con Dios’” [Glantz, 1995: 123]. Vale la pena citar lo que decía el propio San Ignacio: Castigar la carne [...] es, a saber, dándole dolor sensible, el cual se da trayendo cilicios y sogas o barras de hierro sobre las carnes, flagelándose, y otras maneras de asperezas, lo que parece más cómodo y más seguro en la penitencia, es que el dolor sea sensible en las carnes y que no entre dentro de los huesos, de manera que dé dolor y no enfermedad; por lo cual parece que es lo más conveniente lastimarse con cuerdas delgadas, que dan dolor de fuera, que no de otra manera que cause dentro enfermedad que sea notable [citado por Glantz, ídem: 123].

Las monjas tenían permitido el castigo corporal, desde luego sin provocar enfermedad, cosa que no sucedía. De hecho, SMJ fue una mujer bastante enferma que presentó a lo largo de su vida conventual cuadros sumamente patológicos, añadidas a ellos las costumbres no demasiado higiénicas propias de la época. Pardo cuenta que SMJ: “ [...] tomaba rigurosas disciplinas y tan dilatadas, que corrían avenidas de sangre por su llagado cuerpo, [...] [ídem: 31]. Esto nos muestra la ambigüedad de estas prácticas. Como dice Glantz: [...] las monjas ‘edificadas’ del siglo XVII utilizaban esos métodos como ejercicio cotidiano para provocar las visiones, en un afán por imitar la Pasión de Cristo y comunicarse con él a través de los sentidos [...] Armados de una ambivalente autoridad los confesores y los altos prelados exigían a las monjas ejercicios ascéticos ‘moderados’, aunque alababan a aquellas que se desmesuraban

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en esas prácticas [ídem: 125].

Es entonces, dentro de esa mentalidad extraña para nuestra época, que el espíritu de las monjas novohispanas establecía por un lado una lucha contra el cuerpo, en su afán de servir a Dios y conseguir la salvación eterna. Por otro, esta práctica ascética inducida las conducía a la experiencia mística. Asimismo, a partir de la destrucción del cuerpo, siguiendo la normativa eclesiástica y conventual, tenían la posibilidad de la construcción de una vida dedicada a la santidad, lo que les permitía la oportunidad de trascendencia, la veneración a futuro al fungir sus vidas como materia prima para los biógrafos, ya que las vidas de estas monjas edificadas como SMJ eran modelos a seguir. En resumen se puede concluir que la construcción subjetiva de SMJ fluctuó entre el discurso y las prácticas normadoras e impositivas de la Iglesia, y por otro lado tuvo lugar en el discurso íntimo de la práctica mística8 su única vía de escape.

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Notas 1

A partir de este momento me referiré a ella como SMJ. Michel Foucault en Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, ha señalado que la confesión “[...] es un ritual de discurso en el cual el sujeto que habla coincide con el sujeto del enunciado; también es un ritual que se despliega en una relación de poder, pues no se confiesa sin la presencia al menos virtual del otro, que no es simplemente el interlocutor sino la instancia que requiere la confesión, la impone, la aprecia e interviene para juzgar, castigar, perdonar, consolar, reconciliar [...]” [Foucault 1996: 78]. 3 Jean Franco, en su ensayo “Si me permiten hablar: la lucha por el poder interpretativo” dice que “[...] a pesar de tratarse de una época en que los límites eran bien definidos y la transgresión era castigada brutalmente, se pueden encontrar trazas de una lucha ideológica por la interpretación en géneros marginales, por ejemplo en las vidas de monjas místicas [...]” [Franco 1988: 91]. 4 No está de más subrayar que el caso de la fundación de conventos femeninos fue más tardío que el de varones. Esto se debió, en primer lugar, a que en los inicios de la Colonia eran pocas las mujeres españolas; sin embargo, con el transcurso del tiempo y al haber ya un excedente de mujeres tanto españolas como criollas, fue necesaria la fundación de recogimientos, beaterios y conventos. Aclaro que estas fundaciones fueron propiamente urbanas y apoyadas por la Corona española. De este modo, la Corona, la autoridad civil, la Iglesia y la propia sociedad novohispana cooperaban para los gastos que implicaban los conventos. Aunque muchas de las monjas provenían de familias ricas que podían pagar la dote; en algunos casos eran ayudadas por donaciones de parientes o ciudadanos ricos para su ingreso al convento. Por otro lado, tales donaciones no eran solamente por caridad o por protección de las mujeres contra el pecado; los benefactores ponían de por medio su salvación ya que sus donaciones eran bendecidas con indulgencias que les aseguraban la salvación eterna; en el ámbito social era de prestigio patrocinar una monja. 5 Inmaculada de la Corte dice que “El objetivo de la creación de estos institutos monacales tenía que ver con la sociedad española, no con la indígena ya que según su propósito explícito y declarado, se trataba de ofrecer un ámbito de recogimiento, de clausura, para que las mujeres hicieran una vida de servicio a Dios a través de la oración, de la contemplación y de la observancia de los votos” (en Ramos Medina 1995: 138). 6 Las “quadras” o “celdas profanas”, ya fueran individuales o familiares, proliferaron en los conventos novohispanos. Estas eran construidas con todo lujo por la familia de las propias monjas. Había celdas bastante grandes como las de las hijas del matrimonio Monroy e Hijar, quienes profesaron en un monasterio queretano. La “quadra” tenía “[...] celda y trascelda con su alacenas, cocina y patio, todo con cimientos de cal y canto, paredes de adobe enjarradas, blanqueadas y bruñidas con su cenefa de almagre, cubiertas de buena viguería y tejamanil, con sus puertas, las principales de cedro y cojinillo y las otras de tablazón .” [Ramos Medina, 1995: 567] Algunas de las más lujosas constaban de sala y antesala y “hasta baño de placer”. 7 Para Lagarde los cautiverios de las mujeres se estructuran de la siguiente manera: “i) los ejes centrales de la definición histórica de su condición: la sexualidad y la relación con los otros (con el poder); ii)sus modos de vida constituidos a partir de la concentración de círculos particulares (redes de relaciones sociales y espacios culturales).” Señala después los tipos de cautiverios: “ Cautiverio, prisión, encierro, claustro, cárcel, reclusorio, recogimiento [...] Las monjas están cautivas del tabú que es su sexualidad, en la vida consagrada, por la religión, en el convento” [ídem: 173-174]. 2

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SOR MARÍA DE JESÚS TOMELLÍN: EL IDEAL DE LA MUJER NOVOHISPANA 8

Entiéndase esta práctica como el diálogo con Dios, Cristo, la Virgen y santos, los viajes, éxtasis y arrobos, de las cuales el cuerpo es el vehículo, no sólo el espíritu.

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ENFERMEDAD Y CONTROL SOCIAL. MUJERES EN EL VERACRUZ COLONIAL Mayabel Ranero Castro

El puerto de Veracruz fue la puerta de entrada y salida de la más

rica colonia del imperio hispano, comunicación con Europa por donde entraron ideas, personas y mercancías que crearon la Nueva España. Al lado de su gran relevancia estratégica, militar y comercial, el puerto se consideró la capital de las enfermedades, un camposanto frente al mar, por cuyos altos niveles de enfermedad y muerte el régimen colonial fundó numerosas instituciones hospitalarias para atender a los necesitados bajo preceptos caritativos y misericordiosos. De ese conjunto de instituciones, resaltaremos las fundaciones abocadas al control de las enfermedades femeninas: el Hospital de Nuestra Señora de Loreto y la Casa de Recogidas, fundaciones de los siglos XVII y XVIII, momentos de crecimiento y auge del principal puerto de la Nueva España. Queremos destacar la idea que a fines del siglo XVII y en el XVIII la conducta femenina indeseable se asimiló al concepto de enfermedad tal y como entonces se le concebía, ubicándose su tratamiento clausurante y monacal en la antesala de la visión disciplinante del reformismo ilustrado y sus instituciones de castigo y corrección. CREACIÓN Y POBLAMIENTO DE VERACRUZ Veracruz fue fundada en 1519 y como otras ciudades del mundo, tuvo una existencia itinerante. El primero de sus asentamientos se realizó frente al islote de Ulúa, el segundo unos pocos kilómetros al norte y se conoció como la Villa Rica de la Veracruz. El tercero se ubicó en las márgenes del río Huitzilapan o de la Antigua hacia 1529. Esta ciudad fue consolidándose en los años que se efectuaba el poblamiento hispano de la colonia, varias epidemias reducían dramáticamente la población indígena autóctona y se introducía mano de obra negra para suplir la carencia de brazos indios. En más de medio siglo fue paulatinamente edificando almacenes, templos, re-

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sidencias y hospitalidades para atender a los contingentes que arribaban con las naves de la Carrera de Indias. La población de la Antigua Veracruz la componían unos pocos españoles y mayoritariamente negros, quienes realizaban las labores comerciales y militares que signaron la vida del puerto. Por su constitución eran más resistentes a los rigores del trópico, y realizaron las labores vitales para la vida portuaria. En conjunto hacia mitad del siglo XVI habitaban medio millar de personas, dos terceras partes negros y pardos, y el resto de españoles.1 Además de ésta población fija, en los momentos de arribo de la Flota se incrementaban sustantivamente la gente en Veracruz, para quienes no se contaban con suficientes recursos e instalaciones. Toda la gama social que pobló la Nueva España pisó tierra veracruzana: colonos, funcionarios civiles y religiosos, esclavos del Rey, soldados, forzados, marineros y advenedizos de todas clases y cantidades”.2 En tales conjuntos arribaron también mujeres, siempre en menores cantidades que los varones, y a quienes las regulaciones del poblamiento del Nuevo Mundo consideran de manera cambiante en los distintos momentos de la colonización de América y en particular de la Nueva España.3 Muchos de estos visitantes llegaban en malas condiciones por las largas travesías, o enfermaban por el temperamento de la costa, por lo que tempranamente se evidenció la necesidad de atender a los viajeros baldados y enfermos. Bernardino Álvarez (creador de la orden hospitalaria de la Caridad de San Hipólito) fundó los primeros hospitales de Veracruz alrededor de 1569-1579: uno en la isla de San Juan de Ulúa llamado Hospital de San Martín, y otro en la Antigua Veracruz, el Hospital de Pobres o Nuestra Señora de la Caridad. Se abocaban a “…recoger a los infelices europeos que desembarcaban sin amparo, destituidos y enfermos”.4 El hospital de San Martín en Ulúa tuvo una importancia estratégica por ser el primer contacto de los viajeros con el continente. Allí se prestaba atención hospitalaria a las tripulaciones de los barcos, a viajeros, soldados, esclavos y forzados. El sostenimiento del hospital se basaba en limosnas, fuentes y ayudas oficiales y algunos impuestos especiales; por ejemplo, en 1570 se ordenó a los arrieros que llegaban al puerto entregar harina y maíz al hospital, inaugurando así un recurso muy criticado por los comerciantes no veracruzanos: cobrar a los que hacían uso del puerto una serie de impuestos que beneficiaban principalmente a la población porteña. La vida de la antigua Veracruz en el mas de medio siglo que permaneció en las márgenes del río Huitzilapan fue afectada por algu-

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nos sucesos que motivaron su mudanza a los arenales frente a Ulúa: inundaciones, ataques piratas y alta incidencia de enfermedades febriles debidas al insano temperamento de la población ribereña. Por todo ello se movió una cuarta vez la residencia de la ciudad. LA NUEVA VERACRUZ En los primeros años del siglo XVII se ordenó el traslado de la ciudad frente al islote de Ulúa (que se consideraba otorgaría protección a la ciudad, además de ser el punto de desembarco de las naves trasatlánticas). Aunque de la mudanza se resaltaron las razones de hacer más eficiente el comercio y mejorar la protección del poblado, el sitio no ofrecía mejores condiciones que el de la Antigua; eran arenales yermos rodeados por ciénegas, carentes de materiales de construcción y suficiente provisión de agua y mano de obra. No obstante los impedimentos se trasladaron pobladores y poderes al nuevo sitio, y dificultosamente se hizo surgir una ciudad de la nada. Ante la falta de materiales de construcción la mayoría de los edificios se construyeron de madera, de donde le vino el apelativo de “la ciudad de las tablas”. Hacia fines del siglo XVII e inicios del XVIII la bonanza comercial permitió construir los edificios principales de cal y canto, de piedra múcara recortada de los arrecifes coralinos. Comercio y milicias signaron la vida de la ciudad. Almacén de plata del Atlántico, Veracruz recibía los millonarios embarques argentíferos para embarcarlos hacia España, por lo que se convertía en botín apetitoso para la activa piratería floreciente en la centuria que se creó la nueva ciudad. Para resguardar el vecindario de tales asechanzas, se construyó una muralla defensiva en 1683, y paulatinamente se fortificó el islote de Ulúa hasta convertirle en un sólido bastión militar. Los servicios hospitalarios también debieron ser activados prontamente en la ciudad nueva: cerrado el Hospital de la Caridad en la Antigua, la orden hipólita creó uno nuevo al que bautizó con el nombre de su protector: San Juan de Dios de Montesclaros en 16041607. Se estableció en un edificio cuyo reducido tamaño obligó a hacer continuas ampliaciones y reparaciones; su capacidad era de aproximadamente sesenta camas distribuidas en enfermerías de hombres y mujeres, número insuficiente cuando los navíos permanecían en Veracruz durante la invernada y/o se presentaba una epidemia, lo que obligaba a recibir en ocasiones un número tres veces mayor de enfermos, que se ubicaban en cualquier sitio disponible del piso.

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El nosocomio recibía a una población similar a la que acudía al hospital de San Martín; soldados, forzados, comerciantes, viajeros y algunas mujeres de quienes no se precisa mas que eso. Además de las ayudas reales Montesclaros para mantenerse recibió recursos de juegos de azar, el pago de las estancias de soldados y marinos, algunos censos y especialmente fondos del ramo de avería, que se cobraba para asegurar el trafico marítimo. Sufriendo en verano de enfermedades epidémicas, donde resaltaba el vómito negro, y azotada en invierno por fuertes “nortes” que hacían peligrar la navegación, la ciudad fue creciendo hasta alcanzar preeminencia y autonomía comercial hacia la segunda mitad del siglo XVIII. Paulatinamente en los siglos XVII y XVIII se fue creando la infraestructura urbana, fundando instituciones y regulando prácticas sociales, entre las que destacaremos las abocadas al control femenino. UNA VISIÓN DE CONTAGIO Y CLAUSURA Los requerimientos hospitalarios de Veracruz continuamente rebasaron las capacidades de Montesclaros, demandando servicios de los que éste carecía, como la atención quirúrgica. A ello se abocó un cirujano veneciano, a fundar un hospital mixto que atendiera exclusivamente problemas quirúrgicos o afecciones externas, de forma independiente a Montesclaros. Según sus lineamientos exclusivamente debería atender “cirugía, bubas, postemas, llagas y heridas”, competencia quirúrgica más que estrictamente médica o interna. En el siglo XVII medicina y cirugía se entendían como prácticas diferenciadas, teniendo la primera un carácter más especulativo que la segunda, más pragmática. La cirugía según la definición clásica en uso de la antigüedad al Medioevo, se dedicaba a los efectos externos, enfermedades traumáticos o idiopáticas, que piden el auxilio de la mano.5 Tal diferencia frecuentemente se entendía de forma demeritante, considerando los médicos que los cirujanos ejercían una rama menor de la medicina. ¿A qué se dedicaban los cirujanos? Su canon había sido acotado por Galeno en el Segundo libro sobre el método terapéutico, que establecía un amplio campo de competencia6 y que en la actualidad comprendería las especialidades de traumatología y patología externa. Estomatología, dentistería, atención a partos y peritajes de orden legal. Las especialidades de ojos, oído y piel y con ésta la venereología y urología de las vías inferiores, también de competencia quirúrgica y amplia demanda social.

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En el occidente cristiano las bubas o enfermedades venéreas eran padecidas extensamente por todos los grupos sociales, cuya movilidad y trascendencia en un puerto como el de Veracruz incrementaba su importancia. Para la atención de esos enfermos destinó Ronzón el hospital de Loreto, que buscaba atender tanto a hombres como mujeres. Sin embargo, la dinámica y necesidad de la ciudad le perfilaría a ser un nosocomio dedicado solamente a la atención a mujeres que padecieran males contagiosos, como bubas, postemas, llagas, tuberculosis, locura, delirio y frenesí. De ellas se destacaba que en general eran sobre todo pobres. Pero, ¿cómo explicar que el hospital no sólo atendiera los padecimientos quirúrgicos o externos a que su fundador lo había dedicado, sino aquellos otros que actualmente pensamos y nominamos como enfermedades mentales? El hospital religioso en términos sanitarios funcionaba como una especie de lazareto que aislaba a los enfermos de sus medios habituales de vida y trabajo. Ello era particularmente importante en enfermedades reconocidas como contagiosas: la lepra, tuberculosis, sífilis, cuyo vehículo de contagio (según la mentalidad de la época) era el aire, pues la concentración de humores nocivos en los lugares mal ventilados generaba corrupción y enfermedad.7 En el caso de la locura, delirio y frenesí, el contagio puede ser entendido en un sentido social, en un horizonte histórico que no consideraba tales comportamientos como mórbidos sino como anímicos, pero que de la misma forma se escondían en la seguridad de la clausura. Para todas estas problemáticas femeninas se aplicaban similares medidas de encierro hospitalario en establecimientos de las características piadosas antes dichas. Los hospitales para mujeres en la Colonia en general atendían problemas venéreos y “mentales”, tal y como ahora les nombramos. En el primero de los casos se aplicaba la terapéutica religiosa y quirúrgica que combinaba los rezos y rogativas con la aplicación de mercurio, y en el segundo simplemente se recluía a las mujeres locas, para evitar que vagaran por las calles, por el perjuicio a sí mismas y por las faltas a la moral que ello suponía, además que se tornaban mal ejemplo para los demás. El nosocomio así buscaba evitar tal especie de contagio moral, porque en el horizonte de la medicina occidental sería hasta avanzado el siglo XIX cuando se considerase la enfermedad mental como tal, susceptible de tratamiento y curación. En ese sentido el nosocomio colonial era más que una institución medica o sanitaria. Era al mismo tiempo refugio y cárcel, en el sen-

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tido que ésta tiene de obligatoriedad e imposición de un deber ser que se supone mejor y más adecuado que la conducta-enfermedad (o conducta enfermiza) por la cual se ingresaban las mujeres. En Veracruz fue el Hospital de Loreto la institución caritativa y controladora de la conducta femenina inadecuada, que para la ideología de la época era más extensa que la conducta señalada como “virtuosa” o deseable. La sociedad hispana de los siglos XVI-XVII consideraba a las mujeres de forma subalterna, dependiente e infantilizante. Sujetas a la legislación castellana, se les consideraba imposibilitadas para desempeñar puestos públicos y ejercer funciones judiciales. No podían realizar contratos, aceptar herencias ni ser testigo en juicios. No podían ser fiadoras o encarceladas por deudas: en fin, carentes de personalidad jurídica y económica, requerían la personalidad de un varón bajo el cual se les colocaba en relaciones de tutelaje y cuidado, como fueran parientes, confesores o preceptores. El ideal de conducta femenina era el enclaustramiento o la “toma de estado”, fuera en el matrimonio o en el convento; para ambos se necesitaban recursos para la dote, lo que no suponía gran impedimento para las clases altas. Pero para el resto de las clases de menores posesiones materiales la situación femenina se complicaba y ponía a las mujeres en situación inconveniente. No sólo carentes de capital para una dote, sino impelidas a ganarse el sustento en una economía que dejaba a las mujeres muy escasos medios de trabajo remunerado como no fueran las labores manuales de hilo y aguja. Por ello las mujeres se ubicaron en los márgenes económicos y morales de sociedades patriarcales, excluyentes y muy estratificadas racial y socialmente. Pensadores de la época consideraron que ello les empujaba a caer en el pecado y la perdición, fuera por ejercer el comercio carnal en la prostitución, o fuera por amancebarse con algún varón que respondiera por su mantenimiento y el de la prole. En el Veracruz de fines del siglo XVII y XVIII la floreciente actividad comercial y posteriormente militar, atrajeron a mucha población de los alrededores. De tal espectro las mujeres acudieron a prestar servicios domésticos, preparación y venta de alimentos, bebidas embriagantes y prostitución, de formas alternas o superpuestas. De tales labores (que secularmente han sido de primacía femenina) la prostitución supuso una “amenaza” médica y moral a la sociedad porteña, para lo que se fundaron un hospital y un recogimiento que buscaran atender algunas de las aristas de la problemática femenina. Así que las enfermas de bubas, tanto como las aquejadas de deli-

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rio y frenesí, se consideraban destinatarias de la acción caritativa y restrictiva que buscaría impedir su circulación abierta por la ciudad. De allí que el hospital de mujeres del puerto comparta el carácter de ser un sitio de clausura y reclusión como lo fueron el resto de instituciones para la atención de mujeres en la Colonia, fuera de forma voluntaria o no. Será ese nuestro punto de contacto y relación del Hospital de Loreto con el Depósito de Mujeres públicas, conocido posteriormente como Casa de Recogidas. HOSPITAL DE NUESTRA SEÑORA DE LORETO Las instituciones caritativas de la colonia eran fundaciones religiosas, impulsadas por dignidades eclesiásticas o por devotos seglares acaudalados. Para la atención a mujeres se fundaron instituciones destinadas a atender a los diferentes segmentos de la sociedad estratificada sociorracialmente. Así se crearon escuelas, colegios, conventos, hospitales, hospicios y casas de recogidas en las principales ciudades del virreinato, sobre todo en los siglos XVI y XVII.8 Todas contaban con bienes que aseguraban su funcionamiento legados por los fundadores, patrones y bienhechores, a los que podían unirse recursos de la Corona española si se encontraban bajo el Patronato Real. En general podemos apuntar que todas las fundaciones piadosas de los dos primeros siglos de dominio colonial se realizaron a posteriori, una vez que se presentaban situaciones problemáticas que reclamaban la atención de las autoridades coloniales, a un tiempo civiles y religiosas. El caso del Hospital de Loreto sigue tales directrices; hacia 1616 el cirujano Ronzón planeó un nosocomio para la atención a bubas y otros padecimientos quirúrgicos contagiosos que se fue perfilando de acuerdo con las necesidades de un Veracruz en crecimiento. Como otros ricos benefactores coloniales, Ronzón destinó su fortuna a la construcción del hospital, que se pondría al cuidado de los religiosos de San Hipólito.9 Bajo la administración de un Patronato, éstos se encargarían del cabal funcionamiento del hospital, en los asuntos de intendencia, cirugía y medicina y disciplina. Los recursos debían cubrir los costos de las ropas de las enfermas, camas, sabanas y cabezales para cada uno de los lechos, alimentos, medicinas, emolumentos de médicos y cirujanos, así como lo necesario para los religiosos hipólitos encargados del funcionamiento. El fundador había dejado como dotación del hospital dos esclavos varones, un albañil y un aserrador y una mujer, María, encargada de labores de limpieza y cocina.

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El hospital inició normalmente sus funciones alrededor de 1650. Primeramente se terminó la Iglesia (hacia 1646) y posteriormente el resto del centro, que se componía de dos lienzos de enfermerías ubicadas en escuadra, cada una de ellas con capacidad de doce camas.10 Suponemos que existía un apartado destinado a enfermas de distinción, una sala de Nuestra Señora de la Soledad, “..habitación de mujeres con su capilla”. Otros componentes eran la oficina para el cuerpo de guardia, para el religioso responsable, un padre prior, sala apartada para moribundos, depósito de cadáveres y áreas de servicio como cocina, fregadero y bodega para catres sobrantes. Contaba además con camposanto. Una de las enfermerías colindaba con la iglesia y en el espacio central se encontraba una fuente para uso del público y en el resto del solar no se había construido nada.11 LAS ENFERMAS Al Hospital de Loreto acudían las pobres y desamparadas que padecían bubas o sífilis, tuberculosis y enfermedades mentales, consideradas altamente contagiosas. En las proyecciones de hospital se estableció que debían recibirse todo tipo de mujeres pobres y necesitadas “… de todas calidades”, pero las que más acudían eran españolas.12 Por tal término debemos entender un conjunto racial mestizo que buscaba asimilarse al grupo dominante. Pero si consideramos que la mayor parte de la población porteña era de color: negros, pardos y mulatos, podemos advertir que la atención a estas mujeres “no negras” era minoritaria frente a un conjunto social mucho mayor que atendía sus problemas de salud de forma harto distinta, y que le suponían al interés real una importancia diferente. Cuando se habla de enfermos de sífilis en la Colonia generalmente se presta atención al grupo social considerado su monopolista: las prostitutas, que debieron ser muy numerosas en un puerto de tan grande población flotante como lo era Veracruz.13 Ellas eran las pacientes de Loreto, mientras que los varones eran atendidos en sus respectivos nosocomios: los enfermos militares acudían al Hospital de San Carlos y el resto en Montesclaros. La terapéutica de la época indicaba la aplicación de mercurio oralmente en forma de cápsulas o tópicamente como unciones. Sobre todo para éstas últimas se necesitaban espacios dedicados ex profeso y que debían ser frecuentemente “limpiados”, pues se consideraba el mercurio altamente contaminante, que infestaba paredes y ropas de los afectados. Los dos nosocomios de atención a varones contaban con tales espacios, no

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así el de Loreto, lo que puede reforzar la idea de su índole de refugio además de atención médica.14 Desde su apertura, hacia 1650, las mujeres acudieron a Loreto con relativa tranquilidad hasta 1762-1763. Posteriormente su atención se vio afectada por la invasión que el ejército hizo del terreno del nosocomio. Instaló allí primero un Hospital militar provisional y posteriormente uno de plaza o definitivo, el Hospital Real de San Carlos. Debieron convivir soldados y enfermos en una contigüidad que las autoridades de la época consideraban negativa, para después ser expulsadas las enfermas del nosocomio. Los religiosos hipólitos se inconformaron y armaron una querella, por la cual se les reinstaló, pero en la mitad del espacio que antes disponían. Al mismo tiempo, las adiciones y mejoras en el hospital militar paulatinamente les fueron dejando las dos enfermerías para su uso, estableciendo una débil división entre ambos establecimientos. No obstante, las autoridades religiosas y seglares consideraban que ello era indeseable, pues “la contigüidad con los soldados es nada decente las comunicaciones y peligrosa la concurrencia”.15 Las pacientes de Loreto permanecían en el hospital lapsos muy variados de tiempo, que podían abarcar más allá de su curación, para incluso vivir ahí mismo. Por ejemplo, en el libro de entradas se señala que algunas de ellas permanecían en el mismo “dos años y medio o tres, como más largamente consta en el citado libro”. Dadas las reglamentaciones de estas instituciones, la permanencia en el mismo debía ser continua, como una clausura, sujetas a reglas de conducta muy cercanas a las monacales. Se cuenta con una mínima estadística de los ingresos del hospital en un periodo corto y complejo de su vida. De 1756 a 1766 fueron atendidas mil 67 enfermas, de las que se curaron 767 y 272 murieron. Esos años comprenden los que el ejército requisó el hospital, y no nos pueden servir para hacer algún tipo de promedio de atención.16 Justamente en el año final, 1766, fue cuando las enfermas expulsadas retornaron a su establecimiento gracias al enconado proceso seguido por los religiosos hipólitos para que les fuera regresado su nosocomio, indispensable para la atención de enfermas pobres de medicina y cirugía que no tenían donde acogerse.17 DEPÓSITO DE MUJERES PÚBLICAS Y CASA DE RECOGIDAS Los instituciones religiosas para las mujeres coloniales trataban de adecuar su modo de vida a los cánones que la sociedad de entonces

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consideraba deseables para ellas, que líneas atrás nominamos como la “toma de estado”. Pero el matrimonio o la clausura monacal, el retiro del mundo, en fin, poco se adecuaba a la vida común y cotidiana de la mayoría de las mujeres novohispanas, fuera por necesidad o voluntad. La sociedad novohispana buscó implementar una solución para la atención de la conducta femenina problemática mediante los Recogimientos. Estos eran resguardo de las frágiles mujeres sin hogar y en situación de inseguridad, que fueron evolucionando hasta tornarse instituciones correctivas. Dicha normalización pasó de la concepción religiosa en los dos primeros siglos de colonia a la disciplinante o correctiva del siglo XVIII. Los recogimientos aparecieron en la Nueva España desde el siglo XVI para proporcionar a las doncellas españolas o indias un lugar donde vivir decentemente, careciendo muchas de esas mujeres de medios económicos familiares que les dispensaran protección. Un religioso de la época expresaba así el problema: Hay en México diez o doce mil doncellas hijas de españoles … que cuasi todas no tienen con qué se casar, ni se sabe como podellar remediar; y sabe Dios lo que así doncellas harán por no tener un pan que comer.18

En ese primer siglo de Colonia se fundaron varias instituciones para la protección de las mujeres en el imperio hispánico, bajo el mismo espíritu devoto y misericordioso que fundó otros colegios, conventos, beateríos. En Filipinas se creó la Santa Misericordia de Manila, en Lima el Recogimiento y Hospital de la Caridad, dedicado a recibir “…todo estado de mujeres deseosas de recogimiento y virtud, y para curar a las pobres dolientes.”19 En México los primeros fueron impulsados por el obispo Zumárraga sobre todo como colegios. Posteriormente surgieron los recogimientos de mujeres arrepentidas, quienes voluntariamente acudían a casas donde se les proporcionaba abrigo y los medios para arrepentirse de su vida disoluta e iniciar una de devoción y penitencia. Posteriormente se formaron casas de recogimiento para mujeres casadas, divorciadas o solteras que requirieran un lugar para resguardarse de la violencia conyugal y social. En el siglo XVIII surgieron los recogimientos como instituciones de corrección para mujeres delincuentes, que contrariaban la idea de decencia y propiedad que la sociedad colonial asignaba a las mujeres. La Casa de Veracruz fue de este tipo, creada además en momentos que las fundaciones hospitalarias y misericordiosas del puerto

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vivían un proceso de declinación ante un proyecto sociohistórico distinto al de los Austria, como fue el reformismo borbónico. LOS PECADOS FEMENINOS La investigación de la vida de las mujeres novohispanas a través de las instituciones a que hacemos referencia nos permite atisbar a la élite, sólo a una pequeña parte de la compleja sociedad colonial mexicana. Queda fuera el enorme cuerpo social que sólo podemos inferir a través de las conductas delictuosas, que como un iceberg, muestra una pequeña parte de lo que acontece bajo la superficie. Así uno de los recursos con que puede atisbarse ese mar ancho y profundo que fueron los mestizajes ocurridos entre los grupos indio, negro e hispánico son las conductas infractoras que algunos investigadores han inquirido en los Archivos del Tribunal del Santo Oficio, que perseguía las faltas contra las buenas costumbres. La Inquisición era la encargada de juzgar los delitos contra la moral (como eran la conducta bígama, el amancebamiento y adulterio) y los pecados contra la fe —de mayor gravedad— como se consideraba la brujería. En ambos grupos se debatieron las conductas infractoras de las mujeres, que por medio de la brujería sexual, lo sobrenatural y demoníaco lograban ganar un espacio de poder en medio del extendido demérito y dependencia en que la sociedad les colocaba.20 La Inquisición vivió sus años de mayor actividad en el siglo XVII, cuando se complejizaron los tipos y matices del roce social y sexual de la sociedad colonial, que a veces denunciaba a sus infractoras e infractores. Pero los dictámenes del Santo Oficio eran ejemplares en sentido educativo, lo que se fue transformando hacia el siglo XVIII cuando se modificó la concepción de dichas conductas. Para el caso de la conducta femenina anómala, paulatinamente se le fue concibiendo como susceptible de ser corregida y castigada, con el envío de las mujeres pecadoras a las Casas de Recogimiento que funcionaron como especie de cárcel privada. En Veracruz ello tuvo las características que le daba el auge comercial vivido por el puerto hacia la segunda mitad del Siglo de las Luces, cuando el grupo de comerciantes logró poder suficiente para fundar su Consulado. Controladores de la vida toda del puerto, dominaban el ayuntamiento y desde la segunda década del siglo XVIII se dieron a la tarea de mejorar el entorno urbano de la ciudad, por un siglo sucia y descuidada. Se levantaron los edificios principales de mampostería y realizaron obras de mejoramiento urbano que con-

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tribuyeran a limpiar y hermosear la ciudad que había afianzado su fama de ser capital mundial de las enfermedades. EL RECOGIMIENTO DE VERACRUZ La actividad mercantil y militar de Veracruz de la segunda mitad del siglo XVIII atrajo a numerosa mano de obra de su hinterland, dentro de la que se encontraban mujeres que poco se adecuaban a los cánones de vida encerrada y monacal. Algunas de ellas eran alterna o indistintamente sirvientas, cocineras, venteras, enfermeras, tepacheras… y prostitutas. Una variada gama de posibilidades de vida y fortuna, que en ocasiones eran apresadas por su conducta licenciosa y escandalizante, carente de respeto y temor de Dios. A tales mujeres infractoras las autoridades porteñas las mandaban a la cárcel, pero el tamaño de la misma les orilló a buscar otras opciones de encierro. La cárcel pública se edificó entre 1604 y 1627 y tenía una capacidad de cincuenta reos, misma que se vio rebasada entre dos y tres veces un siglo después. Las condiciones en que tales convictos vivían era muy deprimida, no muy diferente a otros sistemas penitenciarios de occidente, como el francés.21 El tamaño de la cárcel orilló a las autoridades veracruzanas a recluir a las mujeres infractoras en casas particulares, lo que no dejaba buenos resultados, después de lo cual se vio la necesidad de crear un espacio ex profeso. Hacia 1756 las autoridades veracruzanas buscaron crear una institución para “depositar” a las prostitutas que ejercían su oficio en las calles y que escandalizaban la moral publica. Recordemos que la existencia y tolerancia de la prostitución se observa desde el siglo XVI mientras se realizase en locales cerrados, conocidos como casas de mancebías.22 Pero tanto este sistema permisivo como el implementado un siglo después, y conocido como sistema francés, se mostraron incapaces de controlar un fenómeno que se salía de cauces policiales, económicos y médicos, asociado a pulsiones vitales de fiesta, gozo y la holganza que en el puerto de Veracruz tuvieron fuerte impronta negra. A ese mar de algarabía lujuriosa y vital se buscó reformar mediante el encierro de las mujeres transgresoras. Hacia 1756 algunos notables veracruzanos presentaron al obispo de Puebla el proyecto de establecer una Casa-depósito de mujeres. La intención era hacer un lugar donde pudieran ser recluídas por pocos días las mujeres infractoras y escandalosas, que ofendían la moral de la sociedad y practicaban la prostitución en las calles. Sólo deben recogerse mujeres que por vía de providencia o co-

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rrección, hayan de entrar en ella un corto tiempo por meretrices o incontinentes, y no por otras causas, ni por condenación definitiva de algún año o años.23 La iniciativa contó con el apoyo de las autoridades virreinales y comenzó a funcionar a una escala relativamente modesta. Para su sostenimiento fijó que se dieran a la Casa los recursos de las vacantes de capellanías de todos los obispados, a lo que se aunó el apoyo del cabildo veracruzano para el pago del alquiler de la casa. La Casa empezó a funcionar hacia 1756-57, y además de las habitaciones y servicios necesarios para reposo y alimento, debía contar con un sitio para orar, donde las recogidas pudieran oír misa con regularidad sin salir del encierro. Como la Casa se ubicaba muy cerca del Hospital de Loreto (separadas ambas instituciones por un estrecho callejón) se pretendió que el Ayuntamiento porteño cediera dicho callejón para tener acceso a la Iglesia del nosocomio. Pero el proyecto fue rechazado por el prior de los Hipólitos, que consideraba peligroso comunicar a mujeres de mal vivir con las enfermas del hospital a su cargo. Para solventar la importante carencia el obispo de Puebla autorizó un oratorio privado en la Casa para el servicio religioso de las mujeres. El control y gobierno de la Casa dependía del obispo diocesano, quien nombraba a un capellán para su vigilancia. Pero si los asuntos disciplinarios y devotos eran de índole religiosa, la administración económica la realizaron seglares, muchos de ellos pertenecientes a la cofradías y hermandades del puerto.24 Para el gobierno interior de la misma se designó a una mujer de conducta ejemplar, que viviera en el mismo y se encargara de la dirección y conducta de las mujeres a su cargo, a quienes era mejor guiar con el ejemplo virtuoso, y después con la reprimenda y el castigo. La Casa Depósito veracruzana era una institución de índole carcelaria; el ingreso de las mujeres era obligatorio. Allí eran depositadas las mujeres infractoras por algún varón con la autoridad moral y política para ello, y que ocasionalmente debía hacerse cargo de su manutención. A veces dicho varón era un religioso, aunque después fueron principalmente los jueces y autoridades civiles del puerto quienes enviaban a dichas mujeres “que había perdido toda vergüenza y temor de Dios” al recogimiento para buscar si no la enmienda sí el castigo del encierro. La Casa depósito duró en las cercanías del Hospital de Loreto aproximadamente una década, de 1756 a1762. Fue interrumpida su existencia por la toma de los ingleses de Cuba, lo que movió militar-

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mente a Veracruz. Y así como Loreto fue requisado por el ejército naciente, la Casa Depósito se cerró para alojar allí a su cuerpo médico. Acabada la emergencia militar, se reabrió unos pocos años para clausurarse en 1776, por agravarse sus necesidades económicas cuando una Real Cédula le retiró los fondos de los vacantes de capellanías. Clausurada la Casa, las mujeres públicas se trasladaron a una sala especial de la cárcel. Pero un administrador seguía manejando los escasos fondos y concesiones, y buscando la manera de reabrirle. Es en este momento que la Casa cambia un poco la índole de su apreciación: cuando el ayuntamiento porteño decide tomar íntegramente el control y administración de la misma, con cierta distancia del control e iniciativa religiosa que la había fundado. De esa manera podemos ubicar la fundación del recogimiento con el último aliento de las fundaciones misericordiosas en el puerto, y el inicio de una concepción secularizante de las problemas y soluciones sociales de la ciudad, que en las últimas décadas padecería momentos de crecimiento demográfico motivado por el acantonamiento militar y la liberalización del comercio y fundación del Consulado veracruzano. El aumento del vecindario de Veracruz incrementó y complicó las problemáticas asociadas a las clases que llegaban al puerto atraídas por la demanda de brazos para los servicios del puerto, y todas las actividades y necesidades asociadas al mismo. Entre tales aumentos se encontró el número de prostitutas, vagos, malandrines, músicos, mendigos, arrieros y milicianos que rondaban por los arrabales de extramuros, sobre todo de los barrios de San Sebastián y del Cristo del Buen Viaje. Podemos correlacionar las demandas hechas a la Inquisición25 con la necesidad de control y gobierno planteados al cabildo porteño. Es así que inicia la segunda etapa de la casa de recogimiento con esa dirección seglar que ya se había apoderado del Hospital de Montesclaros y del de Loreto, modificando en éste el tipo de enfermas que recepcionaba.26 La fundación del Hospital de San Sebastián por el Consulado cierra definitivamente el ciclo de fundaciones hospitalarias religiosas iniciadas en Veracruz en las primeras décadas del siglo XVI. En el último cuarto de siglo la Casa depósito sufre transformaciones. Se asienta en dos edificios distintos, permaneciendo después de 1791 en una casa propiedad de los señores Francisco Durán y Agustina Lombardini, situada en la calle de Belem frente a la maestranza de Artillería. La casa se adaptó a las necesidades de la institución, desde entonces llamada Casa de Recogidas, más que

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depósito. Una de las reformas fue la instalación de un oratorio grande donde se realizaban los servicios religiosos. Según el espíritu de la época, era necesario que la recogidas se encargaran de los servicios de limpieza y cocina, así como otras labores “de manos” que pudieran ayudar a ganar algo de dinero para su sostén. Pero tal posibilidad económica del Recogimiento se fue paulatinamente incrementando, de pensarse como adicional a ser principal. En ese sentido las recogidas lavaron sábanas del Hospital de Loreto y de San Carlos y en algunos otros momentos despepitaron algodón, labor que requería todo cuidado y delicadeza.27 Los beneficios de tales labores se usaron para el sostenimiento de la Casa, y en los momentos que se incrementaron levemente, apropiados por el Cabildo. Como en otras instituciones carcelarias y de reclusión, los hombres y mujeres encerrados eran considerados por las autoridades ilustradas reservorios de mano de obra impaga, todo un cambio respecto a la concepción de las instituciones religiosas de los siglos precedentes. Además de los recursos obtenidos con tales labores, el ayuntamiento de Veracruz había establecido para el sostén del Recogimiento el alquiler de casillas de la plaza del maíz, así como los beneficios de juegos de azar y del coliseo de las comedias. Ello representaba en ocasiones de bonanza un considerable ingreso, que podía depositarse a censo para saldar deudas o guardar provisiones para tiempos de escasez. Los recogimientos en esta fase eran mínimas unidades económicas y máximas punitivas y correccionales. Era constante la fuga de recogidas, que justo por ello se hallaba fuertemente penado. No se permitía la comunicación con el exterior sin los recursos de rejas y torno, mismos que se usaban en los conventos. La imagen del internamiento generoso, a título de beneficencia, pertenece al campo de la utopía filantrópica. En la práctica, es siempre un castigo, en razón de las condiciones inhumanas de la detención y su duración: necesitados o delincuentes, los pobres o recluidos se ven privados de su libertad por largos años, a veces para siempre. Lejos de prepararlos para una nueva función en la sociedad, el hospicio está destinado a separarles de ella.28 Muchas de las ingresadas al Recogimiento debieron ser mujeres de color que, como la mayor parte de la numerosa población negra veracruzana, le supuso a las autoridades coloniales una doble apreciación: ser mano de obra resistente y adaptada a las condiciones sanitarias del puerto, lo que incluye su participación en las milicias de pardos y morenos. Y por otro ser la broza porteña cuya conducta licenciosa y

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bullanguera motivó numerosas demandas a la inquisición, entre las cuales la más conocida fue la de los bailes indecentes del Chuchumbé. NEGRAS Y MULATAS EN LOS MÁRGENES CENTRALES El temperamento mórbido de Veracruz que se ensañaba con los blancos arribeños, era amable con la población de color. Para fines del siglo XVIII más de la mitad de los porteños eran negros, pardos o mulatos, el alma económica y festiva del puerto. Si los varones pudieron ser estibadores, pequeños comerciantes, milicianos, curanderos, carpinteros, criados y músicos, las negras y mulatas eran sirvientas, cocineras, curanderas, venteras, prostitutas y brujas: la compleja y superpuesta gama de posibilidades que la sociedad demandaba y al mismo tiempo condenaba. La desenfadada muestra de tales encantos y amenazas en las calles fue preocupación constante de las autoridades civiles y religiosas, que buscaron conjurar tan sugerentes amenazas. Uno de los reclamos constantes de voces influyentes eran los servicios que mujeres de color ofrecían a viajeros y enfermos en sus casas.29 Además de curarles y atenderles les embrujaban para mantenerlos a su lado, haciendo uso de magia y hechicería, los conocidos recursos del contrapoder femenino de la Colonia. Cuando algunas de tales víctimas eran promisorios jóvenes españoles que arribaban al puerto para hacer fortuna, dicha situación se presentaba como un problema. Cuando no, era la dinámica común y normal con la que se realizaron los mestizajes de uno de los puertos más cosmopolitas de la Nueva España. El caso de las mujeres de color que cuidaban a enfermos en sus casas se buscó evitar con la ampliación o creación de servicios hospitalarios, como la fallida iniciativa del Hospital de Jesús, María y José en 1779.30 Los otras casos de conductas escandalizantes, prostitución y venta de licores31 que realizaban las mujeres “del común” se buscaron paliar con el encierro en la Casa de Recogidas, medida que tampoco se caracterizó por su éxito. La reincidencia de muchas de las reclusas bien puede hablar de la incapacidad de las políticas restrictivas y controladoras sobre usos y prácticas sociales de profundas raigambres ideológicas de los pueblos. La vida de la Casa de Recogidas y del Hospital de Loreto no alcanzaron la mitad de la centuria XIX. Agudizados sus problemas financieros en los primeros años del siglo, antes de 1824 se clausuraron definitivamente. Juntas de notables porteños mantuvieron en los

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años de la lucha independentista los últimos alientos de las dos instituciones encargadas de velar por vida de las mujeres veracruzanas, proyectos de vida pensados sobre preceptos devotos y correccionales un tanto alejados de las complejas relaciones festivas, mórbidas, de encierro y holganza que las mujeres iban construyendo y transformando en una sociedad que al tiempo que les demeritaba les temía. Que podía considerarles seres frágiles, necesitadas de protección y abrigo, al mismo tiempo que íncubos perversos capaces de robar el alma de los hombres… Compleja y contradictoria construcción sociohistórica de la femineidad que estamos lejos de considerar superada.

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Notas 1

“Llegó a tener 200 españoles con cerca de 600 esclavos negros para trabajo portuario”. Alcántara, 2002:180-181. Otros historiadores no anotan más de mil, aumentando en los siglos XVII y XVIII; por ejemplo hacia 1681 había 3000 personas y en 1791 eran 4 000 los habitantes porteños, según Rudolph Widmer. Suárez, 2001:34 2 AGN, Ramo Hospitales, tomo 43, exp. 5 3 Pumar, 1991:12-13 4 El hospital novohispano era una institución religiosa antes que médica o sanitaria. Basado en el mito cristiano de la virtud-pecado, consideraba que la enfermedad se presentaba al haber cometido un pecado o infracción a la ley divina. En consecuencia, debía entonarse una serie de ruegos y suplicas para invocar el retorno de la gracia divina, terapéutica que se aunó a la médica y quirúrgica en la atención de enfermos en los hospitales coloniales. Su principal función era dar cuidado espiritual y médico a pobres, enfermos y necesitados en general, sostenido por ayudas oficiales y limosnas de particulares. 5 “Inflamaciones, edemas, tumores de todo tipo, apostemas o abscesos, úlceras y afecciones gangrenosas. Enfermedades de los huesos, fracturas y luxaciones, heridas, várices. Dolor. Enfermedades del gusto y de la boca, de las orejas y del oído, del ojo y de la vista. Enfermedades de los tegumentos del cuerpo, de los pelos, uñas y tacto. Excoriaciones, quemaduras, congelación. Manchas, costras, sarna, pústulas. Hernias, procidencias; piedra en la uretra…” Izquierdo, 1949:127 6 Corbin, 1987. 7 En el siglo XVIII —especialmente hacia la segunda mitad— se buscó imponer una dirección distinta para la acción social, bajo las luces de la Razón más que de la devoción que signó el período anterior. 8 Trens, 1992. 9 No obstante, en su funcionamiento normal a veces llegaba a recibir mayores números. En una visita realizada en el último cuarto del siglo XVIII se apuntó que su capacidad regular oscilaba entre 20 y 40 enfermas. 10 AGN, Ramo Hospitales tomo 49 exp. 9. Puede apreciarse ya la distribución del hospital de mujeres con la adición de las fábricas de San Carlos, que se construyeron en la parte anteriormente vacía del solar. Dicho hospital militar convivió muchos años con el de Loreto, y le sobrevivió: este último fue derribado en la segunda mitad del siglo XIX, y San Carlos se tornó hospital militar en funciones hasta 1990, aproximadamente. 11 AGN, Ramo Hospitales, tomo 23, exp. 7. 12 La sífilis había permeado a todos los grupos socio raciales de la colonia, y en su etiología se encendieron acerbos debates sobre su origen americano o europeo. Para conocer tal debate véase “Visión histórica de la sífilis” en Martínez y López, 1997:5-26 13 Archer, 1983:334-335. 14 AGN, Ramo Hospitales tomo 43 exp. 7. 15 Los dos hospitales tiene algunas diferencias, siendo que en el español se recibían enfermos ambulatorios que recibían unciones mercuriales una o dos veces por año. Martínez y López, 1997. 16 AGN, Ramo Hospitales tomo 43 exp. 7. 17 Carta de fray Jerónimo de Mendieta al padre Bustamante, enero de 1562, citada en Muriel, 1974:43. Debemos apuntar que aunque el fenómeno de la prostitución es de una complejidad tal que rebasa la sola necesidad económica, este es el factor más importantes para su práctica. Ver Núñez, 2002.

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Muriel, 1974: 45. Behar, 1989. 20 Foucault (1997) (1998). 21 Muchas veces los beneficios económicos de estas eran abrogados por los cabildos. En México se autorizó la primer casa de mancebía en la capital mediante Real Cédula de 1538. Muriel, 1974:34. 22 Archivo Histórico Municipal de Veracruz, caja 31, foja 367, citado en Suárez, 2001:105. 23 Un pormenorizado estudio de la administración de la Casa de Recogidas lo realizó Suárez, 2001. 24 González Casanova, 1986, Alcántara López, 2002. 25 Es necesario trabajar con mas detalle los documentos de tal hospital, buscando hallar el numero y sobre todo el tipo de enfermas y tratamiento recibido una vez que estuviera funcionando la Casa de Recogidas. Es un labor que en futuro realizaremos, buscando enriquecer las fuentes hasta ahora localizadas en el AGN, que privilegian sobre todo las cuestiones administrativas. Es expresivo en ese sentido el documento del volumen 23 expediente 9 del Ramo Hospitales del AGN, “Diligencias hechas para la averiguación de las enfermas que han entrado a curarse en el H. de N.S. de Loreto, Fincas que tiene propias y renta anual corriente”. 26 Suárez, 2001:102. 27 Antonio Elorza citado en Suárez, op. cit. p 76-77. 28 AGN, Ramo hospitales, tomo 43 exp. 4. 29 Muriel, 1991:235 tomo II. 30 Negras y mulatas eran también proveedoras de alcoholes y aguardientes prohibidos, que hacían llegar a los consumidores del puerto desde trapiches cercanos. 19

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LA MARUCA, UNA VECINA REBELDE DE TACUBAYA EN EL SIGLO XVIII Martha Eugenia Delfín Guillaumin

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n octubre de 1769 un acontecimiento vino a alterar el orden de Tacubaya: los pobladores, gente “del común y naturales de la villa”, solicitaron a la Real Audiencia a través del procurador de indios, don Joaquín Antonio Guerrero y Tagle, que se efectuaran autos y diligencias en contra de Gertrudis Efigenia, alias la Maruca, acusándola de “ser muy escandalosa, provocativa y desvergonzada”. Sin embargo, y a pesar de que las declaraciones tomadas a los testigos siempre la muestran en sus aspectos más negativos, aquí se intenta analizar su comportamiento rebelde desde otra perspectiva para suponer que, más que un carácter escandaloso, provocativo y desvergonzado, la Maruca manifestaba su inconformidad ante el modo de vida impuesto aunque fuese con una conducta que a muchos escandalizaba.1 El caso de la Maruca puede ser considerado como especial porque se trata de una mujer indígena del común que se anima a rebelarse ante cualquier gente sin importar su rango. Antes del suyo, ya otros escándalos habían conmovido a los habitantes de la villa durante el siglo XVIII, por ejemplo, la querella judicial entre los frailes predicadores de la parroquia de La Candelaria de Tacubaya y unos particulares con motivo de un asunto testamentario que en 1727 causó gran consternación entre la población. Luego, en 1740, una india también apodada Maruca había sido pillada in fraganti con su amante Manuel de Lira, ministro de vara de la villa, provocando bastante revuelo por lo bochornoso de su captura organizada por los frailes dominicos y secundada por algunos vecinos indios y españoles, quienes los condujeron a empellones desde la casa de la amante hasta el convento, a él lo encerraron en el cuarto donde se guardaba “la cal para la obra de la iglesia” y a ella la retuvieron en una celda vacía. Un evento bastante importante que se dio a mediados de 1763 fue la secularización de la parroquia de la villa de Tacubaya, de tal forma que los frailes predicadores tuvieron que dejar de adminis-

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trarla. Y por último, tenemos ese otro caso judicial de principios de 1764 cuando los indios principales y el común de la villa solicitaron al virrey, a través de su nuevo párroco seglar, el licenciado José Ignacio Ruiz de la Vega, que el teniente de corregidor, Miguel Guijarro, fuese destituido de su cargo por abuso de autoridad y otras actitudes irrespetuosas hacia los moradores de Tacubaya. Entre las múltiples quejas presentadas por los testigos, destaca aquella que lo señalaba de haber “puesto juego en su casa de albures en que concurrían españoles e indios y otras calidades, aun menores de edad, y los hacía jugar con barajas de España.”2 Sin embargo, de entre todos estos acontecimientos peculiares mencionados he elegido el caso de Gertrudis Efigenia, alias la Maruca, quien me parece que, por la construcción que hacen de ella sus acusadores, es la antítesis de todo aquello que se supondría debía ser una mujer india del común.3 El 14 de octubre de 1769 Joaquín Antonio Guerrero y Tagle, procurador de indios, fue el encargado de presentar la denuncia al virrey, el marqués de Croix, en representación de Vicente Ferrer Velásquez (gobernador del cabildo indígena), Juan Miguel de Herrera (alcalde), Ramón Velásquez (alcalde), Dionisio Francisco Velásquez (escribano) y “demás oficiales de República, común y naturales de la villa de Tacubaya, jurisdicción de la de Coyoacán.”4 En su escrito el procurador manifestaba lo siguiente: Digo: que en dicha villa reside una india alobada nombrada Gertrudis Efigenia alias la Maruca, de tan perverso natural y desenfrenados procederes que de muchos años a esta parte tiene displicentados a casi todos los vecinos del lugar por ser frecuentes los lances y discordias que origina su intrépido y altivo genio, en tal grado que ni tiene respeto a su cura (a quien ha ocasionado varios disgustos), ni a la justicia, ni a los vecinos de su posición y mucho menos a los gobernadores, alcaldes y demás ministros de aquella República, quienes o muchas veces no le cobran el tributo y demás pensiones a que está sujeta como originaria de allí y que está disfrutando un pedazo de tierra de los del repartimiento de aquella comunidad, o si le reconvienen sobre la paga, experimentan siempre gravísimos ultrajes y vilipendios de palabras y aun amenazas, dejándose llevar tanto de su maldito genio y mordacidad que no hay en su boca honra segura sin reservar personas de calidad y carácter.5

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En esta misma relatoría el procurador señalaba que la Maruca había sostenido un pleito judicial con un vecino de la villa llamado Blas de la Candelaria con motivo de “cierto pedazo de tierra” y como la sentencia del corregidor (seguramente el de Coyoacán) y la Real Audiencia falló a favor de Blas de la Candelaria, ella se enfrentó con los indios principales de la villa “desvergonzándose audazmente no sólo con el gobernador y alcaldes sino también con varios de los ministros que intervinieron en la práctica de dichas diligencias”. Luego de ello comenzó a divulgar entre la población que Blas de la Candelaria había sacado “porción de plata que unos ladrones tenían enterrada en el solar de la disputa” y que iba a denunciarlo ante el juez de la Acordada. Además, manifestaba el procurador, que todos los días la Maruca trataba a este individuo y a su familia “con tales ultrajes y vilipendios” entre los que se incluían las amenazas de muerte. También la acusaba de haber ido a buscarlo a su casa cierta noche acompañada por su marido “a quien predomina” y por un hermano, y como Blas de la Candelaria no le abrió la puerta, entonces ella comenzó a golpearla con una piedra. Inclusive, según el procurador, el suceso más grave se presentó cuando “estando este solo [Candelaria] en una milpilla que tiene dentro de la misma villa, lo asaltaron repentinamente la dicha Gertrudis por un lado y su marido por otro, maltratándolo con tales improperios y palabras tan injuriosas, que ellas por sí solas estaban manifestando el mal ánimo de uno y otro; y tal vez lo hubieran muerto o al menos herido si casualmente no hubiera aparecido allí su mujer.”6

Según Guerrero y Tagle, las personas a las que representaba temían que, considerando “la procacidad y malevolencia de esta mujer”, atacara físicamente o llegara a matar a Juan de la Candelaria o a alguno de su familia “o que cometa otro semejante absurdo”. Sin embargo, a pesar de todas estas imputaciones, aclaraba el procurador que ni el gobernador ni los alcaldes mandaron aplicar a Gertrudis Efigenia ningún castigo “que sirviese de corrección a su orgullo y al mismo tiempo precaviese las fatales resultas”. No se animaron a hacerlo “por el horror que le tienen a su audaz e intrépido genio y ya porque su malicia no les levante alguna quimera que les incomode en su quietud y bienestar y aun en sus personas”.7 Indicaba el procurador en su escrito que sus representados no habían acudido con anterioridad a quejarse con el corregidor de Coyoacán porque

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el teniente de la villa, Pedro Cortegana, protegió a la Maruca cuando ésta tenía la querella por el solar con Blas de la Candelaria. Por otra parte, Blas de la Candelaria era descrito como una persona tranquila, “a más de ser de genio pacato, y toda su familia bien criada y de arregladas costumbres”. Era, según el procurador, un hombre honrado, gentil en su trato con todas las personas, muy puntual en el cumplimiento de sus obligaciones (contribuciones a la Iglesia y a la comunidad), había desempeñado cargos públicos en esa República de Indios, además, había sido por muchos años — hasta el momento del escrito— mayordomo de la Cofradía del Tránsito o Asunción de Nuestra Señora. Inclusive, se había distinguido por haber contribuido con más de doscientos pesos en la construcción del puente de cal y canto “que está enfrente de la Iglesia Parroquial de aquella villa, por lo que mereció que yendo a ella de paseo el excelentísimo señor marqués de Cruillas, le diese por sí mismo [informado de su generoso celo] las gracias por la construcción de dicho puente.”8 En su denuncia el procurador indicaba que debido a sus incontables “indisposiciones y disturbios” que continuamente ocasionaba entre los vecinos por su “genio díscolo”, era que ellos “por no tenerla de vecina y colindante” no tomaba ninguno de ellos un pedazo de tierra inmediato al solar suyo “perdiendo por esto la comunidad el usufructo que le podía rendir anualmente”. También apuntaba que la Maruca tenía “tal astucia para mentir y aparatar verdades” que luego de la disputa judicial por el terreno con Blas de la Candelaria, y a pesar de haber sido prevenida de observar “perpetuo silencio”, siguió quejándose del fallo. Inclusive, llegó a entrar en la sala de audiencia “dando descompasados gritos” logrando que algunas personas de representación “la apadrinasen, como lo hicieron varias ocasiones, movidos a compasión.”9 Cierto individuo llamado Antonio Leonardo, caracterizado por su carácter violento, le había “apadrinado sus cavilosidades y enredos” por querer “ostentar la vanidad de que entiende de papeles y negocios forenses” se ponía a “formarle escritos en distintos asuntos.”10 Inclusive, se acusaba a Antonio Leonardo de haber atacado al gobernador don Vicente Ferrer Velásquez, delito por el cual fue procesado por el corregidor, “y asimismo tuvo la inaudita osadía de intentar también matar a su padre a quien de hecho arrastró del cuello, lo que fue público en aquella villa.” 11 Por último, el procurador Guerrero y Tagle concluía su escrito solicitando al virrey que mandara a un juez receptor de la Real Au-

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diencia a la villa de Tacubaya para que realizara la averiguación sumaria tomándoles su declaración a los testigos. Todo esto con el propósito de que la gente de Tacubaya tuviera quietud y se excusaran “las fatales resultas que prepara el revoltoso e intrépido genio de dicha Gertrudis” y, además, para evitar sus provocaciones a Blas de la Candelaria y a su familia. Aclaraba que de resultar ciertas las acusaciones que se le hacían a la Maruca, ésta debía ser aprehendida para tomarle su declaración preparatoria y luego ser conducida “presa y a buen recaudo” a la Real Cárcel de Corte a fin de que el propio virrey le impusiera la pena correspondiente, “principalmente la de perpetuo destierro de aquella villa a competente distancia.”12 Con lo que respecta a Antonio Leonardo, el procurador le pedía al virrey que lo mandase prevenir de que no se entrometiera “a fomentar litigios ni discordias, absteniéndose de formar escritos y patrocinar cavilosidades” porque de lo contrario se le castigaría enviándolo a un obraje o con alguna otra sanción que fuera del agrado del virrey. De esta forma, el día 18 de octubre, el señor Toribio Gómez de Tagle, secretario de su majestad, receptor de la Real Audiencia y juez comisario de estas diligencias, se hizo cargo de la averiguación sumaria convocando a los “vecinos más idóneos y de total imparcialidad” para tomarles su declaración. En total fueron seis testigos los que se presentaron: cuatro españoles, un castizo y un mestizo. El primer testigo, Joseph de la Vega, español de 79 años, quien había sido el encargado del abasto de carne y dueño de una panadería en la villa, manifestó que conocía a la Maruca “desde su tierna edad” y que le constaba “de vista, ciencia y experiencia que dicha Gertrudis es de perverso natural, revoltosa y desvergonzada en tal manera que ni a la justicia ni a los gobernadores, alcaldes ni españoles respeta ni tampoco a su cura”,13 negándose a pagar “las pensiones que le corresponden y que aun para pagar el tributo primero harta a desvergüenzas a los gobernadores y alcaldes”. Asimismo, señaló que la Maruca le tenía ojeriza a Blas de la Candelaria por el asunto del pleito judicial sobre la posesión del terreno y que lo injuriaba a él y a su familia “por ser naturalmente pleitista y escandalosa haciéndose la primera cabecilla de bando con otros en cuantos motines se mueven”. También declaró sobre el asunto de las personas que evitaban ser sus vecinos. Un dato interesante es que este testigo mencionó que el marido de Gertrudis Efigenia era “de genio cuitado que no la puede sujetar, y antes ella lo manda y gobierna”. Además, señalaba que la mayoría de los vecinos, tanto españoles como

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indios, la miraban “con fastidio por su mal genio y procederes”. En cuanto a los otros delitos mencionados confirmó que ella tenía nexos con Antonio Leonardo quien “la apadrina y le hace los escritos”, que éste había atacado al gobernador de la villa y a su padre con un cuchillo, y también añadió el atentado contra otro indio principal llamado don Pedro Tlacateco, fiscal de la Iglesia, a quien “golpeó en las mismas gradas”. Por último, declaró que la gente de la villa temía que la Maruca cometiera “algún absurdo contra Blas” a quien calificó como un magnífico vecino, “muy quieto y sosegado y útil a la República y bien de ella y de la Iglesia.”14 El segundo testigo, Joaquín Gamboa, castizo de 44 años, maestro de escuela, también dijo que la conocía “desde su tierna edad”. La consideraba “muy sediciosa y revoltosa y que siempre ha vivido sin temor a la justicia ni a los curas”, pleitista y cabeza de bando “cada vez que se ofrece”. A su marido lo calificaba de ser “de natural afeminado [que] no la puede sujetar, antes bien ella lo manda y gobierna a él.”15 El tercer testigo, Miguel Carrillo, español, de 45 años, dueño de una tienda de cigarrería, manifestó que “conoce y comunica” a la culpable desde hacía más de veinte años por lo que tenía “experimentado en ella que es de perverso natural, muy desvergonzada y revoltosa”. La consideraba “sumamente pleitista y escandalosa alborotadora haciéndose en cuanto se ofrece cabeza de bando... y también es muy cierto que el marido es de genio acuitado que no la puede sujetar, antes ella lo manda y gobierna a él.”16 Por lo demás, confirmó los ataques a Blas de la Candelaria. Juan Antonio de Vargas, el cuarto vecino que testificó, era un español de 56 años, oficial de pluma, quien declaró la conocía y la había tratado desde pequeña por lo que le constaba que era “de genio muy revoltoso, atrevida y desvergonzada... y es tan pleitista que en cuantas coyunturas haya de inquietudes es la primera y se hace cabeza de bando abanderizándose con otros de su calibre.”17 También mencionó que la Maruca gobernaba a su marido. El quinto en testificar fue Juan Palomo, español de 30 años de edad, quien tenía tres años de conocer a la acusada porque habitaba “inmediato a donde ella vive” por lo que sabía que tenía un “genio inquieto y revoltoso... y que por cualquier cosa que se ofrezca prorrumpe en maldiciones contra todos que se estremecen las carnes de oírlas, echando contra todos con palabras deshonrosas y denigrativas” y que su marido “es de genio tan afeminado que se deja gobernar de ella.”18

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El sexto y último testigo fue Cristóbal de Soberanis, mestizo de 72 años, sastre quien dijo que tenía más de treinta años de conocerla y que como había sido su vecina “adquirió pleno conocimiento de su genio y sabe que es bien inquieta y revoltosa, y osada”, y se niega a pagar obvenciones y tributos sin respetar al cura, a la justicia ni a los españoles. También mencionó el pleito de la Maruca contra Blas de la Candelaria, al que trataba “con mil improperios poniéndole mil nombres injuriosos”. Declaró que ella era “de tal naturaleza que en su boca no hay honra segura ni de casada ni de doncella” y que en cuantos disturbios se ofrecían era la “primera que los acalora haciéndose cabeza de bando sin que la pueda sujetar ni su propio marido por ser un cuitado a quien gobierna ella estando con esto muy mal vista de todos en este lugar huyendo de sus concurrencias.”19 El 19 de octubre, el juez receptor, Toribio Gómez de Tagle, escribió al virrey para informarle que después de haberle tomado su declaración a los testigos se había podido confirmar que efectivamente la Maruca era responsable de los delitos que se le imputaban y que entonces procedía su aprehensión. De esta forma le solicitó al teniente de corregidor de la villa que le enviase dos ministros de vara para que lo auxiliaran en estas diligencias; sin embargo, cuando ya se iba a realizar dicha captura, se presentaron el gobernador y el propio Blas de la Candelaria para informarle que Gertrudis Efigenia estaba embarazada “aunque no de meses mayores”, le pedían que se suspendiese la aprehensión y que diera cuenta al virrey “para que en semejante caso se sirviese resolver lo que fuese de su superior agrado respecto a que temían que al llevar a México a dicha Efigenia se golpease el vientre maliciosamente para abortar y que les resultase a ellos perjuicio, como ya en otra ocasión sucedió el caso de que llevando a dicha ciudad preso a su marido por cierta dependencia [deuda] lo fue siguiendo ella y en el camino ejecutó el exceso de abollarse el vientre y abortar, lo que le costó al dueño de la dependencia muchas pesadumbres y gastos mayores que la suerte principal del dévito”. Luego, ella culpó a los ministros que habían participado en la aprehensión de su marido por haberle provocado la pérdida de su embarazo. En vista de esta situación, el juez receptor decidió suspender la captura e informar inmediatamente al virrey todo lo acontecido hasta ese momento. El 4 de diciembre de 1769 el señor Joaquín Antonio Guerrero y Tagle, procurador de indios, le solicitó al virrey que ordenara la captura de la Maruca “con la mayor cautela y de modo que no llegue a conocerlo” para poder conducirla a la ciudad de México y allí ence-

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rrarla en la Real Cárcel de Corte y ya “hecho se proceda a lo demás que se manda en el citado superior decreto”. Por último, “respecto a resultar gravemente culpada Gertrudis Efigenia alias la Maruca”, el día 16 de diciembre se derivó el caso “al señor fiscal para que en su vista pida lo que estime conveniente.”20 Este expediente no nos aclara si la Maruca efectivamente fue llevada con disimulos a la cárcel, si se le llegó a tomar su declaración preparatoria y si se pudo defender de aquellos delitos de los que se le acusaba. Lo último que se menciona es esa referencia al fiscal por lo que suponemos éste se encargaría de aplicarle la pena solicitada por el procurador de indios, es decir, el “perpetuo destierro de aquella villa a competente distancia”. Seguramente no había posibilidades de salir bien librada de esta situación, mucha gente la señalaba y los delitos por los cuales había sido procesada eran considerados sumamente graves. Para la sociedad novohispana, la mujer debía actuar con prudencia y moderación sin caer en excesos ni escándalos. El ideal de modelo del comportamiento femenino “que debería servir de pauta para las niñas, doncellas y mujeres adultas de cualquier condición, era en apariencia muy simple e igualitario: hijas obedientes, doncellas honestas, esposas sumisas y viudas respetables, [quienes] permanecerían en su hogar, sin más paseos y distracciones que la asistencia a las funciones litúrgicas” [Gonzalbo Aizpuru, 1998: 9]. Sin embargo, la Maruca, según los testimonios ofrecidos por los testigos, se la pasaba participando en cuanto disturbio popular se presentaba en la villa figurando siempre como “cabeza de bando”. También se pretendía que la mujer sirviera a su marido, sin embargo, el esposo de la Maruca era considerado “de natural afeminado”, “de genio cuitado que no la puede sujetar”, por el contrario, “ella lo manda y gobierna a él”. El jesuita Juan Martínez de la Parra a fines del siglo XVII predicaba en la iglesia de La Profesa: Yo supongo que no habrá marido apocado, tan inútil, tan afeminado, que se deje mandar y gobernar de su mujer. Las leyes divinas y humanas le dan al marido todo el dominio21 [Gonzalbo Aizpuru, 1998:6].

El marido de la Maruca probablemente no había escuchado hablar ni del derecho canónico ni de las leyes de Castilla. Es de sospecharse que era tan apocado que ni siquiera lo mencionan por su nombre en las declaraciones. Se supone que lo normal sería, en todo

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caso, que el hombre fuera el violento y, en ese caso: “¿Qué podía hacer la mujer? ¿A quién podía apelar? ¿Qué apoyo encontraba en aquella sociedad, en sus instituciones directivas, incluida la propia Iglesia?” se pregunta Manuel Fernández Álvarez [Fernández, 2000: 66]. Ahora bien, la Maruca era reconocida por su genio fuerte y sus arranques violentos de ira. Sobre este tipo de caracteres ya había dado su opinión fray Luis de León: “No sé yo si hay cosa más monstruosa y que más disuene de lo que es ser una mujer áspera y brava” [León, 1970: 155]. La violencia de la Maruca, manifestada en sus acciones en contra de Blas de la Candelaria y su disposición para abanderar los motines, no es en todo caso una situación aislada en el contexto novohispano. Steve Stern relata varios casos de rebeldía femenina en la región del actual estado de Morelos a fines del período colonial, en los cuales las mujeres llegaron a golpear o a “arrastrar” a sus cónyuges en medio de una discusión doméstica. Por otro lado, si recordamos los supuestos tratos de la Maruca con Antonio Leonardo, quien “la apadrinaba” y le hacía escritos “fomentándole sus cavilocidades”, este mismo autor refiere que: A pesar de la calidad masculinizada de la ciudadanía subalterna, las mujeres se abrían paso hacia el espacio político público, a menudo contando con la complicidad de los hombres, y se forjaban importantes funciones e influencias en la cultura política popular... la prominencia de las mujeres, como alborotadoras en la multitud y como vehementes líderes de la confrontación, aparece una y otra vez en los registros de los tumultos comunitarios [Stern, 1999: 287-289].

Otro hecho violento, supuestamente cometido por la Maruca, fue haberse abollado el vientre con sus propios puños y provocar con ello la pérdida de su embarazo. La pregunta sería si pudo haber llegado a esos excesos en un arranque de impotencia y desesperación. No trato de disculparla ni de construir una imagen alterna de Gertrudis Efigenia, alias la Maruca, una mujer que fue acusada y juzgada por los hombres de su comunidad y del gobierno novohispano, respectivamente. No tengo elementos para hacerlo, tan sólo me atrevo a cuestionar si efectivamente era tan escandalosa, provocativa y desvergonzada, una fémina a la que “la mayor parte de este vecindario así de españoles como de indios la miran con

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fastidio por su mal genio y procederes”.22 La Maruca no pudo ser juzgada de otra manera, ella tendría que haber pagado las obvenciones respetando así a su cura y a la Iglesia, debería de haber pagado el tributo sin proferir imprecaciones a los recaudadores cumpliendo con su deber hacia el rey como fiel vasalla, debería haber sido sumisa con su esposo y gentil con sus enemigos, estar metida en su casa cumpliendo con las tareas propias de su sexo y condición, y no haberse involucrado en ningún disturbio popular olvidando con ello que “la ociosidad de las mujeres las hace además entrometidas, pues el abandono de sus quehaceres las incita a pensar en lo que no les va ni les viene... todo lo critican y en todo se mezclan” [Gonzalbo Aizpuru, 1997: 78]. Es decir, debió haber sido una mujer dócil y prudente, pero no lo fue. No hay duda de que era una mujer de carácter fuerte y aguerrido, pero resultaría demasiado simplista encasillarla como una mera revoltosa. Se trata sin duda de una persona a la que por género, etnia y estrato social, le estaba más que prohibido rebelarse en contra del orden establecido.

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Notas 1

El expediente de este caso judicial se encuentra con el número 14 en el Ramo Criminal, volumen 132, del Archivo General de la Nación, México. 2 Delfín Guillaumin, Martha Eugenia, “El convento dominico de Nuestra Señora de la Purificación: La labor dominicana en Tacubaya durante la época colonial”, tesis inédita de maestría de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, México, UNAM, 1998, págs. 139-140. 3 El expediente no menciona las características físicas ni la edad de la Maruca, sin embargo, si se consideran los datos proporcionados por los testigos durante su proceso, es válido suponer que se trataba de una mujer 4 Archivo General de la Nación. Ramo Criminal. vol.132, no. 14, f. 310 5 AGN. Ídem. 310 anv. y rev. 6 AGN. Ídem. 311 anv. 7 AGN. Ídem. 311 rev. 8 AGN. Ídem., foja 312 anv. 9 AGN. Ídem., foja 312 anv. 10 AGN. Ídem., foja 312 rev. 11 AGN. Ídem., foja 312 rev. 12 AGN. Ídem., fojas 312 rev. y 313 anv. 13 AGN. Ídem., foja 314 rev. 14 AGN. Ídem., foja 315 anv. 15 AGN. Ídem., foja 315 rev. 16 AGN. Ídem., foja 316 anv. y rev. 17 AGN. Ídem., foja 317 anv. 18 AGN. Ídem., foja 318 anv. 19 AGN. Ídem., foja 318 anv. y rev. 20 AGN. Ídem., foja 13 rev. 21 Pilar Gonzalbo cita el trabajo Luz de verdades católicas y explicación de la doctrina cristiana, de Martínez de la Parra, Juan, publicado en México en 1948, vol II. P. 315. 22 foja 5 rev.

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BIBLIOGRAFÍA Delfín Guillaumin, Martha Eugenia. 1998. El convento dominico de Nuestra Señora de la Purificación: La labor dominicana en Tacubaya durante la época colonial. tesis inédita de maestría de Historia. Facultad de Filosofía y Letras. México: UNAM. Fernández Álvarez, Manuel. 2000. Juana La Loca, la cautiva de Tordesillas. Madrid: Editorial Espasa Calpe. Gonzalbo Aizpuru, Pilar. — 1997. Género, familia y mentalidades en América Latina. Puerto Rico:Editorial de la Universidad de Puerto . — 1998. “Con amor y reverencia. Mujeres y familias en el México colonial”. separata de Jahrbuch Für Geschichte Lateinamerikas. Böhlau Verlag: Colonia. León, Fray Luis de. 1970. La perfecta casada. España: Aguilar. Pino Iturrieta, Elías. 1997. “No atravesar calles. Un caso de honor y recogimiento en el siglo XIX venezolano”. en Género, familia y mentalidades en América Latina. Pilar Gonzalbo Aizpuru (editora). Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Stern, Steve J. 1999. La historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del período colonial. México: Fondo de Cultura Económica.

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La Naturaleza atestigua una superioridad física y moral en el hombre, y por lo tanto éste manda al débil, Dios le confió su protección y defensa. Esta superioridad es un derecho natural y el orden social no lo puede abatir. Siempre habrá ricos y pobres, sabios e ignorantes. Por eso es indispensable que la autoridad del hombre continúe, así como la inferioridad de la mujer debe ser eterna y ningún hombre sensato debe cuestionarlo, pues la familia desaparecería.... La educación propia para las mujeres es la que está más de acorde con su futuro destino, debe ponderar pues la vida doméstica. Se debe educar su corazón, y no hay mejor mano que la de su madre. Rivero, 1845

PUREZA / TRABAJO

E

S ya un lugar común decir que las señoritas decentes nacieron para el matrimonio. Pero no lo es tanto si no historizamos las percepciones en torno a los presupuestos culturales de una época. Es así como la visión sobre el papel de las mujeres en la sociedad y su lugar en la historia ha cambiado según la época histórica. El siglo XIX, llamado por los historiadores contemporáneos el siglo de Victoria, época victoriana o siglo burgués, pero también, por esa increíble necedad de querer someter a las mujeres a un papel determinado, ha sido llamado el siglo del encerramiento de las mujeres, sobra decir que en el hogar, aunque la similitud pueda ir más lejos hasta afirmar que la pretensión decimonónica de encerrar a las prostitutas en burdeles para mejor controlarlas, tenga que ver con todo esto. La opinión generalizada de ese siglo era que las señoritas no tenían más carrera y futuro que el matrimonio que biológicamente les estaba predestinado debido a su naturaleza inferior y sentimental.

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Las publicaciones destinadas al bello sexo, así como las novelas e incluso cierta literatura médica, ensalzan la carrera matrimonial y la describen con metáforas religiosas en acuerdo con una imagen ideal que se impondrá en el siglo: el ángel del hogar, la sacerdotisa del matrimonio, la familia como templo de virtudes y bastión de la decencia. Pero esa ‘nobilísima misión’ que las mujeres tenían que desempeñar en el ámbito doméstico se volvió una obligación que requería total dedicación y no podía compartirse con el trabajo remunerado fuera del hogar. El Almanaque Literario, en los “Consejos a las Señoritas”, da un panorama muy fiel de lo que se esperaba de una mujer decente ...desde nuestra Independencia, la educación y las costumbres van cambiando notablemente y el bello sexo, cuya dignidad e importancia se estima en lo que vale desde entonces, se ocupa de lo que es útil o agradable: las tareas domésticas, dirige el orden y ocupaciones de la familia con acierto, se entretiene con la música, bordado, cultivo de flores, aprende algunos idiomas, se consagra a lecturas provechosas y llena de delicias a la sociedad con su trato y conversación (1851).

A pesar de que hubo voces que clamaban por una mejor preparación y educación para que las mujeres que no tenían la suerte de encontrar marido, o quedaban huérfanas o viudas, pudieran sostenerse dignamente, las pocas opciones reales de trabajo que había para ellas seguían estando ligadas a su papel —visto como innato— de servir, y obviamente pésimamente retribuidos, como el de maestras, costureras, y al terminar el siglo, enfermeras o secretarias. Bendita seas esposa mía pues la mujer que cumple estrictamente con sus deberes de esposa o madre, es una buena mujer, pero la que los cumple con la abnegación que tú lo has hecho, es un ángel... [Esteva, 1883].

La imagen del ángel del hogar fue un ideal común del occidente decimonónico, Thostein Veblen en su Teoría de la clase ociosa (1899), analiza el proceso gradual pero inexorable mediante el cual la riqueza llegó a ser considerada como evidencia de dignidad y respetabilidad. Aunque el hombre de la clase media tuviera que salir a trabajar, el “ocio” de su mujer era la prueba de su respetabilidad y buen nombre. Podríamos pensar que esos ideales familiares tan di-

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fundidos entre las clases medias y altas del mundo occidental surgieron por los enormes reacomodos económicos (y morales) de los que el capitalismo fue el portador. La lógica moderna, industrial, mecanizada, llevaba como contraparte el fantasear alrededor de un pasado visto en general como idílico en donde las mujeres habían sido eternamente sumisas y acataban mejor sus deberes y obligaciones que en ese presente “moderno” y angustiado, que algunos bautizaron como el “siglo del nerviosismo”. El hogar se vuelve un refugio, un remanso de paz y de intimidad familiar que permite que se afiance esa vieja idea de que si la naturaleza había diseñado el cuerpo femenino con un útero y dado leche a las mujeres, era para que permanecieran en su hogar criando a los hijos que Dios les enviara. Y sin embargo la historia nos enseña que la cosa no fue así de sencilla pues, por lo menos hasta el siglo XVII, era impensable que las mujeres no trabajaran y nunca fue la facilidad o la rudeza lo que determinaba el tipo de trabajo de hombres y mujeres. La feminidad no era excusa para no hacer algún trabajo pesado, sino un lugar en la jerarquía de posibilidades y responsabilidades de la casa. El término de casa incluso era mucho más amplio que el del XIX, pues englobaba la vida entera de las personas, en general numerosas, que nacían, vivían, crecían, se reproducían, comían, trabajaban, se morían en ella. No queremos decir con ello que la actividad femenina implicara igualdad, las mujeres eran dependientes, pero como lo era el resto de la familia. En el medio artesanal, por ejemplo, las mujeres eran indispensables, aunque no estuvieran adscritas a algún gremio. Su mundo les reconocía un valor importante, un viudo, por ejemplo, siempre buscaba volver a casarse. Los trabajos de Arlette Farge sobre la vida cotidiana de las clases populares en el París del XVIII nos hablan de esta “igualdad” de ambos frente a los embates de la vida, pues en una sociedad de Antiguo Régimen, donde el tercer estado no tiene derechos, el hombre y la mujer conocen entre ellos menos rivalidades y la pareja puede vivir esa suerte de igualdad con respecto al honor, porque ambos trabajan, circulan en la ciudad, participan plenamente en las fiestas y en la sociabilidad cotidiana. No hay por una parte el hombre, personaje que pasa del interior al exterior protegiendo la virtud de los suyos, y por otra la mujer, vuelta hacia el interior. Hay más bien dos seres, ocupados en trabajar y en vivir lo mejor posible frente a una comunidad a la que miran y que los mira [Farge, 1992: 55].

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¿Es entonces su no-representación —ya que la mujer estaba fundida en el concepto casa— o su subordinación al jefe de ella, lo que las hizo invisibles a los ojos de la posteridad? El hecho es que para cuando su actividad fue censada, en el siglo XIX, ellas ya son minoría, y como minoría, siempre sospechosa. Si bien es cierto que el frente apologético de la mujer en el hogar tuvo mucha difusión tanto en Europa como en México, ese discurso moralizador y normalizador iba dirigido a las “mujeres decentes”. El reverso de la medalla eran las mujeres que trabajaban, vistas como desviadas, cuando bien les iba y como criminales o degeneradas en el peor de los casos. La idea tan difundida de que el trabajo de la mujer era degradante, creencia arraigada sobre todo entre las clases medias, supuso una formidable barrera psicológica no sólo para las mujeres. La deshonra de tener que trabajar, era mayor si la mujer estaba casada pues humillaba al marido, visto como un incapaz que no era apto para mantener o proteger a su familia. Es por esa razón que las mujeres inteligentes, activas, inquietas y de buenas familias que pretendían hacer más cosas, además de ocuparse de sus hogares, tuvieron que buscar ocupaciones que no llamaran la atención, que fueran discretas, siempre tuvieron el recurso de la filantropía, ocupación que era bien aceptada por la sociedad y que muchas veces fue un trabajo agotador y al que le dedicaban buena parte de su energía, tiempo y dinero. Sin embargo la innata “fragilidad” de las mujeres se topaba con una realidad incuestionable: la mujer de las clases populares solía pasar todo el día trabajando y no siempre en labores dignas de su sexo, fáciles o ligeras. Atrás de esa imagen blanca y celestial del ángel del hogar había una negra, la de la mujer casada que trabajaba fuera de su casa. Y si una era casta y moral, la otra inmoral, porque para el escandalizado siglo XIX, en las fábricas se mezclaban los sexos lo que acarreaba la inevitable promiscuidad, que, como lo repitieron hasta el cansancio, tenía efectos funestos en el desarrollo del carácter femenino; las obreras eran acusadas de ser madres desnaturalizadas pues como trabajaban hasta 16 horas al día no podían desarrollar el amor maternal; eran además amas de casa incompetentes y despilfarradoras, pues al entrar tan jóvenes a trabajar no aprendían el trabajo doméstico y no sabían hacer nada.2 Además se les culpaba de que los hombres no encontraran trabajo, porque los patrones las preferían ya que a ellas se les pagaba menos. En Inglaterra los escandalizados testigos de la cuestión obrera confirman que las tres cuartas partes

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de las jóvenes que trabajaban entre los 14 y los 20 años no eran castas. Y los mismísimos Marx y Engels tan hostiles a la estructura económica y social dominante, retoman la imagen negra de la obrera casada y nos muestran lo difícil que es desprenderse de la visión de hombres de su propia clase. En la historia del movimiento obrero, en Inglaterra o en Francia, hasta los líderes sindicales más cultos y sensibles estuvieron en contra de que la mujer trabajara, argumentando siempre que su lugar estaba en la casa y que le quitaban trabajo a los hombres. No debemos olvidar que las mujeres se movilizaron exigiendo mejores condiciones laborales, pero no tenían tanta experiencia sindical y se enfrentaron siempre con el muro de la crítica misógina. Los patrones las preferían porque su trabajo era pagado a la mitad, no se quejaban, eran dóciles y nunca tenían tiempo para mítines. De cualquier forma las obreras no podían subsistir con un sólo salario. En México sucede lo mismo, las publicaciones periódicas no dejan de condenar a las mujeres que “desatienden” a sus familias o que pretenden “igualar” al hombre ganando un salario. El Álbum dedicado al obrero mexicano, por ejemplo, hace la apología del hogar doméstico visto como, “templo del amor puro y santo, nido tibio de la familia, palacio encantado de la mujer... la mujer se diviniza desde el momento que es madre y consagra su vida al cuidado del esposo y de los hijos... ella come migajas y da al esposo e hijos su mejor porción...” (1909) y condenan a la que no cumple ese papel. Sin embargo, la cruda realidad se imponía mostrando la otra cara de la moneda, las ciudades estaban llenas de mujeres —en general pobres— con hijos, con o sin hombre, que tenían que trabajar para poder sobrevivir. ¿Cuáles eran sus opciones en la ciudad de México? SITUACIÓN DE LAS MUJERES POBRES DE LA CIUDAD DE MÉXICO Cualquier estudioso de la situación femenina decimonónica debe leer el pionero libro de Silvia Arrom.3 A pesar de que ella sólo analiza la primera mitad del siglo, creemos que es muy importante ya que no hay un trabajo similar para la segunda parte del XIX y nos permitirá sentar los precedentes de nuestras mujeres trabajadoras. Arrom comprueba nuestra hipótesis de que las experiencias femeninas reales difieren completamente de los papeles (normativos) prescritos para ellas en Latinoamérica, ya que las mujeres de carne y hueso estaban muy presentes en la vida económica y social de la ciudad, aunque con diferente representación.

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El censo que ella utiliza para analizar ciertos patrones demográficos, el de 1811, muestra que el nivel femenino de empleo era elevado para las pautas (ideales) del XIX, pues una tercera parte de la fuerza de trabajo de la ciudad de México la constituyen mujeres, sobre todo pobres, lo que quiere decir que alrededor de 20 mil 500 mujeres trabajaban fuera de su hogar. Más de un cuarto de toda la población femenina urbana de más de 15 años tenía una ocupación y tal vez la proporción de mujeres trabajadoras haya sido mayor pues en el censo no se registraron ni las prostitutas, ni las trabajadoras ilegales, ni las lavanderas o costureras, así como tampoco están registradas todas las que entraban diariamente a la ciudad de los pueblos vecinos a vender comestibles de todo tipo. La mayoría de las mujeres que están censadas y declaran su actividad eran de clase baja pues no trabajar, como ya lo vimos, era un signo de estatus [Arrom, 1988: 123-252]. La ocupación para la mayoría de las mujeres era el servicio doméstico pero también fue muy importante la labor de las mujeres de llevar comida a la ciudad: tortilleras, atoleras, fruteras, trajineras, pateras, seberas, placeras, torteras, 20% de las mujeres trabajadoras del mismo censo tenían algo que ver con la industria de la comida. Desde finales del siglo XVIII la manufactura doméstica para uso familiar era ya insignificante, en la ciudad la mayor parte de los bienes de consumo básico se compraban en vez de hacerse en casa. Las mujeres de las clases populares también trabajaban en la Fábrica de Tabaco, haciendo cigarros, en pequeños talleres textiles, en las prisiones, hospitales, orfanatorios y asilos. Eran meseras en pulquerías y mesones. Llevaban a sus casas ropa para coser y lavar, salar cueros, lavar e hilar algodón, bordar, hacer encajes, cintas e incluso zapatos, otras eran caseras, parteras, curanderas. El empleo diferenciaba claramente a las mujeres de diferentes grupos sociales, así que las mujeres de las castas o las indias tenían cuatro veces más probabilidades de trabajar que las españolas. Para las mujeres de las capas intermedias, a lo largo del XIX, se van abriendo poco a poco más ocupaciones respetables en donde podían trabajar. Directoras o maestras de escuelas para niñas, o Amigas, que cada vez se fueron haciendo más numerosas, así como el interés por la educación femenina fue tomando más espacio en la prensa a partir de 1840. Aunque a mediados del XIX no había aún más de 150 maestras en la ciudad y muchas de ellas extranjeras. La proporción de trabajadoras de la clase media fue tan pequeña que la tendencia no aparece en las muestras del censo que utiliza Arrom; ellas

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empezaron a entrar a la fuerza de trabajo en número importante hasta fines del siglo cuando se fundan las escuelas normales. Hasta entonces podían trabajar en el comercio, o de dependientas en tiendas, sederías, rebocerías, y en todo lo relativo a la costura [Arrom, ibid.]. Sólo una pequeña proporción de mujeres de clase media trabajaba, en realidad, las probabilidades de que la mujer trabajara dependían casi exclusivamente de su clase, y por lo tanto, el tipo de ocupación diferenciaba claramente a las mujeres de diferentes grupos sociales. Las mujeres que trabajaban —en general pobres, como ya vimos— no lo hacían porque estuvieran solas o viudas, sino porque su salario era fundamental para la economía doméstica. El que consiguieran trabajo y el tipo de empleo dependía mucho de su lugar de nacimiento, de su edad, de su estado civil, pero sobre todo de su clase. Si el matrimonio reducía efectivamente las posibilidades de trabajar de una mujer, no por ello matrimonio y trabajo eran excluyentes, pues un cuarto de las trabajadoras censadas eran casadas, aunque las solteras y viudas tenían casi el doble de probabilidades de trabajar que las casadas. Sobre todo entre el grupo de las españolas ya que en general, entre la población blanca, las mujeres sólo ingresaban a la fuerza de trabajo cuando se veían obligadas a hacerlo (separadas, abandonadas, viudas, casadas con inválidos...) Y si las esposas pobres preferían dejar de trabajar cuando se casaban o cuando nacía su primer hijo, en el momento del censo una de cada tres madres declaró ocupación. Las que seguían trabajando cuando tenían hijos, simplemente cambiaban de tipo de empleo, por uno que les permitiera vivir con sus familias, lo que ciertamente no sucedía en el servicio doméstico. Esta es la razón de que sus empleos fueran transitorios e irregulares pues dependían mucho de los ciclos de vida femeninos. Estas tendencias demuestran que no hay que pensar que sólo un cuarto del total de mujeres urbanas trabajaba, puesto que en las clases más bajas, donde cerca de la mitad de las mujeres trabajaba en el momento del censo, casi todas lo hacían en algún momento de sus vidas, en general cuando eran solteras. Pues lo cierto es que la incapacidad de subsistir con un único salario empujaba a las familias a obligar a las jóvenes a trabajar, siendo su salario fundamental cuando, como era frecuente, la cabeza de familia era una mujer sola. De todas las mujeres, las que más probabilidades tenían de trabajar eran las migrantes lo que habla de que las oportunidades de empleo atraían a muchas mujeres de la provincia a la capital, que se empleaban sobre todo en el servicio doméstico. Otros oficios daban a las mujeres libertad personal y permitían vigilar a la familia en el hogar, pero

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eran muy mal remunerados. Estos trabajos ”propios de una mujer” fueron el recurso de abandonadas, viudas o huérfanas decentes. EL SERVICIO DOMÉSTICO En la segunda mitad del siglo el servicio doméstico fue la alternativa de trabajo de las muchachas pobres que llegaban de la provincia, de los alrededores de la ciudad, si no es que habían nacido en ella, en busca de trabajo, es ahí donde los moralistas encuentran el venero que alimentaba las filas de la prostitución. Como veremos en los datos que proporcionan los estudiosos del tema, los observadores sociales de la época parecen unánimes al afirmar que el oficio anterior de la prostituta mexicana registrada, era el servicio doméstico. A los doctores encargados de solucionar “el problema prostitucional” les interesaba saber por qué las mujeres tomaban el camino de la prostitución, a pesar de estar conscientes de factores económicos tan importantes como la pobreza o la falta de trabajos y de educación, estaban convencidos de que la prostitución existía —y había existido siempre— no sólo porque eran mujeres pobres y analfabetas, sino porque ambos factores determinaban una predisposición —a fines de siglo ya dirán innata— al vicio. Es importante no dejarnos atrapar por los discursos emitidos por los científicos decimonónicos para poder entender cómo un doctor como Lara y Prado, especialista en el tema, pudo llegar a afirmar —apoyado en los ”avanzados” estudios de antropología criminal de su época— que las sirvientas eran seres anormales que indefectiblemente se volvían prostitutas. Es decir, intentar entender cómo es que el positivismo porfirista cierra el círculo que condenaba a las mujeres pobres trabajadoras, estigmatizando su función social. El servicio doméstico, decía el Dr. Lara, es adoptado por las mujeres no sólo porque hubiera mucha demanda, ya que “la cortedad aparente del salario hace que todas las familias de la clase media y alta ocupen a más de un sirviente y que la falta de educación especial y los usos mexicanos hacen que sea imposible hacer ese servicio sin un personal numeroso, aunque la cortedad de su salario es aparente pues de su clase social, son las domésticas las que resultan más beneficiadas”; sino sobretodo porque, “la ciencia ha demostrado que la prostitución es un estado de inferioridad psicológica y social, una degeneración como la vagancia, la criminalidad o la mendicidad” [Lara y Pardo, 1908:114]. En 1865 tenemos a 584 mujeres registradas como prostitutas. De

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las que se tienen datos: 138 declaran no tener oficio, 151 están en el servicio doméstico (sirvientas, lavanderas, planchadoras), 167 en lo relativo a la costura (bordadoras, modistas), el resto de mujeres, está repartido en varios oficios. En los reportes sobre la prostitución pública en la capital, que el Dr. Alfaro presenta al Consejo Superior de Salubridad en 1871 habla sobre 500 mujeres sometidas de las que 234 se dedican al servicio doméstico (sirvientas y lavanderas), 91 son costureras y bordadoras, 61 no tienen oficio, 35 son estanqueras, 23 botineras, 13 molenderas, 10 empuntadoras, 8 sombrereras, y el resto está repartido en diversos oficios. En 1879, el Dr. Arellano informa acerca de los oficios de 240 mujeres inscritas en la Inspección Sanitaria en ese año: 49 domésticas y 49 lavanderas, 39 costureras, 18 molenderas, 15 estanqueras, 9 empuntadoras, 6 fosforeras, 2 sederas, 1 florera, 1 peinadora, “las demás no tenían modo de vivir.” En 1888, el Dr. Güemes informa de 177 prostitutas; 73 son domésticas, 52 sin oficio, 29 están dedicadas a la costura y el resto está repartido entre estanqueras, tortilleras, zapateras, empuntadoras, obreras, fosforera, frutera y rebocera. El Dr. Lara y Pardo dice que de cerca de 622 inscritas en el año 1904, 201 son domésticas, 133 no tienen oficio, 101 costureras y las demás están repartidas en diversos oficios [Núñez, 1986: 221-222; 2002: 91-114]. Basándose en el censo de 1900, este doctor afirma horrorizado que de 195 mil 251 mujeres que constituía la población femenina total, 25 mil 74 mujeres eran criadas o sirvientas. De cada mil mujeres, 128 eran sirvientas, “y en este grupo de mujeres se observa la prostitución por simple hábito, sin que la acompañe ni la produzca la idea de lucro” [Lara y Pardo 1908:25]. Observadores sociales y viajeros extranjeros están de acuerdo en unirse a las quejas que la sociedad profería con respecto a los sirvientes, que ”ya no eran como los de antes, no sabían servir con fidelidad, eran sucios, flojos”, etc. y en echarles la culpa de robos frecuentes, o de cosas peores como de ejercer la prostitución. Dejando de lado esa preferencia por un antaño siempre visto como idílico, tan común del siglo XIX, los sirvientes domésticos parecen haber variado el tipo de actividad realizada conforme el capital mercantil fue ganando terreno en la ciudad en la segunda parte del XIX y las casas fueron dejando de ser lo que habían sido en la Colonia: lugares productivos y restringiéndose al puro servicio en el hogar [Salazar: 125].

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En 1846 José Ma. Lafragua había propuesto que la policía fuera quien vigilara a esa clase de la sociedad a fin de poner freno a sus fechorías. Los sirvientes domésticos pertenecían a las clases peligrosas de la sociedad, al igual que los vagos, prostitutas, mendigos, léperos, y por ello debían ser vigilados. En 1852 se decreta el reglamento para criados domésticos unos cuantos años antes del de las prostitutas; al igual que ellas, los sirvientes debían portar un libreto en donde se registraran sus movimientos, y en caso de ser necesario, las multas o castigos a su incumplimiento. Las penas impuestas a la falta de algún apartado eran las de ir a servir al hospicio de pobres o al hospital. Con el reglamento se pretendía dar seguridad a los patrones, pero también, y en acuerdo con el espíritu reglamentarista, mejorar la condición y costumbres de los criados, es decir, moralizarlos. Hombres y mujeres debían asistir a la sección de policía para que se les expidiera una libreta con sus datos, que al encontrar acomodo pasaría a manos de los patrones quienes anotarían lo referente a su conducta. Si no encontraban trabajo durante más de un mes, serían castigados como vagos. En 1879, se promulga otro reglamento con algunas variaciones al anterior, también como en el caso de las prostitutas, se incluye el requisito de llevar una fotografía, y el de tener un archivo con los datos en la 2a. sección de la policía civil. Sin embargo, en 1901, Prantl y Groso informan que había pocos criados inscritos en esa sección lo que indica seguramente que los patrones no estaban tan asustados de las supuestas atrocidades cometidas por los sirvientes, y que los sirvientes tampoco veían la utilidad de registrarse.4 Una vez más, como en el caso de las prostitutas, los reglamentos sirven para mostrarnos un temor social, más que para remediar efectivamente un mal. ¿Fue la prostitución en el XIX el camino más fácil para ”enriquecerse” y satisfacer la innata propensión a la coquetería de todas las mujeres, como dicen la mayoría de sus contemporáneos? ¿Fue sólo un recurso in extremis en momentos de apuro, en caso de necesidad, y que una vez que se salía de ellos, las mujeres dejaban la calle y se volvían “honradas”?, ¿o era un oficio como cualquier otro, si bien con una carga moral negativa, pero que podía ser pagada sin problemas, en el que tal vez se ganaba mejor que en otros, y además, una tenía la apariencia, o la sensación de libertad que otras ocupaciones no la daban? , ¿o una actividad nocturna y de fin de semana, ocasional, a la que se recurría para redondear los jornales exiguos que las mujeres llegaron a ganar entonces?, ¿o serían las precarias

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condiciones de vida de las clases populares, en particular de las mujeres solas, en ese siglo en vías de modernización lo que hizo que el teatro prostitucional se derramara por las calles de la ciudad y que los observadores sociales exclamaran alarmados que esta ciudad, antaño tranquila, se estaba convirtiendo en una nueva Babilonia? Para dar respuesta aunque sea parcial a esas interrogantes, e intentar acercarnos un poco más a las condiciones reales de las mujeres pobres de la ciudad no podemos dejar de mencionar que no se ha hecho mucho para resarcir la carencia de estudios concretos, sobre todo en cuanto a mano de obra, salarios, condiciones de vida de las mujeres trabajadoras hasta antes del porfiriato, la información es muy desigual e incompleta. Los estudios médicos consultados nos muestran que en México, se empezaban a utilizar series estadísticas, sin embargo no pudimos encontrar ninguna de las encuestas que los doctores dicen haber aplicado y sólo tenemos, y no siempre completos, los resultados de éstas, por lo que deberemos estar muy atentos y críticos al utilizar sus cálculos. Pero más allá de una justificación estadística elemental lo que dichos resultados sí nos muestran, una vez más, es que la causa subyacente para caer en el vicio, la causa, estaba en la dichosa naturaleza femenina... “estas mujeres están ávidas de placer, quieren satisfacer ciertos deseos de lujo y coquetería innatos en toda mujer y por lo tanto se entregan sin reserva al primero que llega...” [Güemes, 1888]. A pesar de que estos doctores saben de antemano la respuesta, necesitan que “las encuestas” confirmen y al preguntar a las mujeres las causas de su prostitución quieren que ellas mismas reconozcan, lo quieren oir de su propia voz, y harán todo para que éstas les digan que la causa de su caída en la prostitución, es su naturaleza femenina, una naturaleza fundamentalmente viciosa. Vemos así cómo era el temperamento lúbrico, la predisposición para el vicio, el instinto, la pereza, el afán de lucro, el exceso, y una vida desordenada, lo que según el discurso médico conducía a las mujeres a la prostitución. En los análisis médicos, la miseria, el desempleo o el hambre son factores secundarios y no se hace hincapié en esas 169 mujeres citadas por el Dr. Manuel Alfaro y que declaran haberse hecho prostitutas “por gusto o inclinación a la carrera”; es decir, el que las mujeres hayan podido escoger ‘libremente’ su oficio. La libertad, o la racionalidad no pueden ser tomadas en cuenta. Es cierto que los médicos están de acuerdo en afirmar que la situación económica para una mujer sola o viuda con hijos era bastante

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difícil, que los salarios femeninos no les alcanzaban para mantenerse, que había pocas industrias en donde podían trabajar; no creen que las mujeres hayan sufrido privaciones antes de hundirse en ese fango del que no se sale jamás. Después de haber leído gran parte de la bibliografía prostitucional de su tiempo, el Dr. Lara y Pardo opina que para la mayoría, la prostitución se debía a tres causas: miseria, seducción y abandono. Aunque la ciencia ha demostrado, concluía orgulloso, que la prostitución era un estado de inferioridad psicológica y social, una degeneración como eran la vagancia, la criminalidad o la mendicidad. Agradece a Dios de que esa horrible tara no se difundiera tan fácilmente —era bien conocida la esterilidad de las prostitutas—; pero en cambio, de lo que sí se preocupa es de lo que se hereda, es decir, la inferioridad psicológica, moral y social. Según él, una mujer con tal herencia se hará indefectiblemente prostituta, piensa, en la más pura corriente lombrociana, que si en México la mayoría de las prostitutas viene de las capas inferiores de la sociedad, se acusa a la pobreza de ser la causa de la prostitución, cuando en realidad en este país, dice, “las sirvientas no pueden quejarse de falta de trabajo, a pesar de que son perezosas, viciosas, ladronas y estén asquerosamente enfermas...” [Lara y Pardo 1908: 37]. Las criadas, continúa, reciben alimentación por unos servicios que son siempre defectuosos, tienen alojamiento y salario (ocho pesos al mes sin tomar en cuenta las pequeñas cifras que logra robar) y concluye que su situación no era desesperada, que el trabajo generalmente no era rudo. Se pregunta entonces, por qué, si estas mujeres tenían satisfechas sus necesidades, eran las que con más frecuencia cedían y se prostituían; su respuesta es que la servidumbre constituía por sí misma un grado de degeneración. Después de las sirvientas, el contingente más grande de prostitutas estaba formado, según él, por las obreras de tabaco, de tejidos y confecciones. Las más numerosas eran las que vivían de la costura, su situación era igual a la de las sirvientas, estas mujeres sólo deseaban aparentar una situación superior a la que sus medios les proporcionaban. Lara afirma que no se hacen domésticas porque las sirvientas procedían de las clases inferiores, ni obreras porque les horrorizaba vestirse de rebozo y hacer mandados. La obrera generalmente salía de familia trabajadora y su vida era conforme a ello, la costurera no, por lo regular es una muchacha huérfana, abandonada, venida a menos, y su vida se asemeja a la de la grissete parisina. Su conclusión es rotunda, la vida de las mujeres en México era más

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fácil mientras más baja estaba en las capas sociales donde las oportunidades de trabajo eran mayores y las necesidades mínimas. Mientras más se asciende en la escala social, las dificultades crecen, es así como en la clase media, semi-culta, decente pero sin bienes, era donde verdaderamente se lucha, se sufre y se pone toda voluntad para no caer y mantenerse en la pobreza decorosa [Lara y Pardo 1908: 114116]. De esta clase heroica, concluye nuestro doctor, salen muy pocas prostitutas. Y es que para él, como ya vimos, no era la pobreza ni la falta de trabajo la causa de la prostitución en México, sino la degeneración de la raza. CONCLUSIONES Sin necesidad de profundizar mucho en los prejuicios “científicos” de nuestros antepasados porfirianos, me gustaría concluir este breve recorrido por esos presupuestos que influyeron tanto en la percepción que de las mujeres pobres y trabajadoras se hizo el siglo XIX recordando que la amplitud, omnipresencia y diversidad social de la prostitución, real o imaginaria, que el discurso decimonónico intenta hacernos palpable, refleja algo importante y fundamental: más que la miseria o el desempleo femenino, más que el temperamento lúbrico o una sucia e irremediable herencia, las mujeres se prostituyen en todos los países y clases sociales debido a las frustraciones sexuales existentes en los diversos sectores sociales. Todos los reformadores sociales del XIX lo dijeron hasta el cansancio: “la ciudad moderna es un enorme lupanar”, afirmación que formaba parte de la fascinación que ejerció la prostitución en esa clase y en su propio siglo. La prostitución —en cualquiera de sus múltiples formas— surge y se desarrolla por necesidades eróticas insatisfechas que suscitaron enormes demandas y obviamente una fructuosa industria. Pensamos que aún no se han explicitado con toda la claridad que merece el caso las relaciones entre esa explosión discursiva médicohigiénica sobre la sexualidad femenina, el aumento de la prostitución visible en las calles de la ciudad decimonónica y del peligro venéreo, con la moral burguesa. La moral, que hemos llamado victoriana a principio de este artículo, puede ser un intento plausible para racionalizar y explicitar la “frustración”, “represión”, “contención” de la sexualidad por fin encausada en el siglo XIX, y es desde esa racionalización cultural vista como “progreso ineluctable” de la civilización desde donde se elaborará y tomará existencia el “pro-

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blema prostitucional” como lo concibe el siglo XIX. La continencia sexual, la castidad, el self-control, la disciplina de trabajo, la cohesión familiar, fueron algunas de las preocupaciones centrales de la existencia humana en el siglo XIX europeo que el México porfiriano también intentó arduamente en volver suyas. En la percepción de la mujer que trabaja, de la mujer que estudia, o que intenta ser independiente ejerciendo su sexualidad de otra manera que la establecida, los victorianos y los porfiristas confluían.

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Notas 1

Esta exposición se basa en una parte del capítulo 7 de mi tesis de Maestría en Historia intitulada, “El Juez, la prostituta y sus clientes: discurso y representaciones sobre las prostitutas y la prostitución en la ciudad de México en la segunda mitad del siglo XIX, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1996. 2 A pesar de que la Fábrica de Tabacos fue un lugar de trabajo privilegiado para las mujeres porque ganaban mejor que en otros lugares, la jornada de trabajo era de 11 horas. ( Arrom 1988:240) 3 Silvia Arrom. 1985. Women and the family in México City, 1800-1857. Tesis de Doctorado (facsímil) Stanford University. Recientemente han aparecido los trabajos de Sonia Pérez Toledo que vienen a completar el trabajo iniciado por Arrom. 4 Novísima Guía Universal de la Capital de la República Mexicana, citado por [Salazar 1979:126].

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LA ZONA DE LAS MARGARITAS: LAS MERETRICES EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX EN MÉXICO Guadalupe Ríos de la Torre

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a presencia de la prostitución en el devenir de México no se limitó al periodo porfiriano: en el mundo prehispánico, aunque se concibió en forma muy diferente a la visión occidental, existió; en la Nueva España se toleró, de suerte que se le consideraba mal necesario desde el siglo XVI. La tolerancia hacia su ejercicio se promulgó sólo hasta el siglo XIX, cuando se reglamentó siguiendo el sistema francés.1 La idea que prevalecía en la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX, como en épocas anteriores, era que el Estado debía vigilar la prostitución para preservar al hombre de ciertas enfermedades, lo cual hizo surgir, en el hombre, naturalmente, la creencia de que estaba al abrigo del contagio. Este pensamiento llevó a que siguieran activas y cada vez más fuertes las instituciones necesarias para la vigilancia y el control del fenómeno. La meretriz siguió siendo el prototipo de la mujer delincuente y enferma, que sufría una desviación social. Las mujeres de la calle siguieron siendo victimizadas y colocadas en el terreno de la anormalidad sexual. Los estudios referentes al tema de la prostitución se refieren a ella como un problema de índole social, psicológico y penal, por lo que los gobiernos liberales plantearon soluciones para ayudar a salvar a las mujeres públicas: generar empleos, o encerrarlas y medicarlas, es decir, vigilar y controlar. Ahora bien, el espectáculo de la miseria había sorprendido a los gobiernos liberales a tal punto que, desde el primer momento, entre 1867 y 1876, se hicieron varios esfuerzos por mejorar la situación, que así ejemplificaba un testimonio sobre las vecindades: más que casa, son cloacas inmundas. Las familias que por escasez de recursos se ven obligadas a habitar esas asquerosas viviendas, y

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aun los más asquerosos cuartos bajos, son frecuentemente víctimas del tipo y de la multitud de enfermedades eruptivas que cada día se desarrollan más en la capital y que casi todas son de carácter grave. Pudiera decirse con verdad que si el mal no se ataja, llegaremos a vivir en un estado normal de epidemias.2

Para el efecto, se realizaron varios planes pero no pudieron cumplirse, y continuaron expandiéndose diversas enfermedades en la ciudad, como el tifo, la viruela, el paludismo y la sífilis. A pesar de todos los esfuerzos las autoridades opinaban que la “inmundicia que siempre en México ha dominado es proverbial, casi no se da paso sin encontrar un objeto repugnante hasta en las calles centrales.” En este clima de forcejeos entre la suciedad y la podredumbre y el anhelo de orden y belleza se intentó controlar la prostitución, por representar una doble amenaza: “contra la moral y contra la higiene pública.” La segunda mitad del siglo XIX fue de búsqueda de normas, de comisiones, campañas y reglamentaciones. Así, las autoridades trataron de determinar, de acuerdo con el reglamento de la prostitución, las llamadas zonas de tolerancia lugares de las margaritas3. Por su parte, la sociedad de la época señaló a las prostitutas con innumerables nombres: rameras, busconas, coscolinas, lagartonas, cuscas, huilas, putas y margaritas. La legislación decimonónica mexicana fundamentalmente se encaminó hacia la prostitución de mujeres pobres, no con la actitud de prohibir sino de procurar que, si ésta se ejercía, se hiciera bajo ciertas garantías sanitarias y un control del Estado, sentido práctico, muy de moda.4 Más allá de los preceptos políticos, étnicos, sociales, morales y económicos, el ejercicio prostitucional sentó sus bases en una capital que vestía ropajes, por un lado, de distinción francesa y, por otro, que mezclaba lo urbano y lo rural. Así, en el entramado citadino se alojaba una población tan diversa como: hacendados, prestamistas, comerciantes en gran escala, la alta burocracia y parte de las jerarquías militar y eclesiástica conforman los estratos sociales elevados, situándose por debajo de ellos los profesionistas (médicos, abogados entre otros), los tenderos y los empleados públicos. Las clases y grupos subalternos conformaban la mayoría de la población urbana.5

Durante largo tiempo continuaron las acciones de orden político,

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social y jurídico en contra de las margaritas, con el fin de operar una vigilancia generalizada. Así, de manera tal que los intersticios del poder cuadricularon el control con la urgencia de vigilar a cada paso a la prostituta. Sabemos que entonces se pensaba que las casas públicas eran necesarias, y que los ordenamientos se emitieron para un mejor control de las cortesanas: bajo esta justificación se creó la oficina de Inspección de Sanidad, centro administrativo dependiente del Consejo Superior de Salubridad, que era el encargado de llevar el registro de las prostitutas que habitaban los burdeles, de las casas de citas y de asignación, y del cobro de impuestos fijados por el Estado para autorizar el ejercicio de la prostitución. De acuerdo con sus disposiciones, las mujeres dedicadas a ese oficio quedaron obligadas a ser revisadas médicamente una vez por semana y a pagar, con la misma frecuencia, una determinada cantidad al Estado por el permiso. Asimismo, se exigió a las margaritas a someterse a la Inspección de Policía, que vigilaba los centros de prostitución y era responsable de la aprehensión de la mujeres sospechosas, especialmente las meretrices clandestinas o sin registro, el cual era imperativo. El registro como tal era una libreta comúnmente utilizada en ese tiempo por notarios, jueces, párrocos. En cada página se inscribía a tres mujeres públicas con su respectiva fotografía a cuyo lado: aparecían el nombre de la mujer y el lugar del que provenía. Acerca de su procedencia se daban a conocer los pueblos o ciudades de los que habían migrado. También se informaba la edad y se anotó la profesión o el oficio que muy probablemente cada mujer había aprendido en el transcurso de su vida o que en esos momentos desempeñaba. En algunas ocasiones las mujeres dedicadas a la prostitución también solían tener otros oficios de los que vivían: domésticas, lavanderas, costureras, estanqueras, atoleras, actrices, tejedoras, sombrereras, etc. No todas tenían, por decirlo así, este privilegio, porque existían las “otras” las dedicadas a la prostitución de tiempo completo. Además, se conocieron los domicilios en los que se localizaban las casas públicas o burdeles y casas de tolerancia. En otros casos, las prostitutas detallaron sus domicilios personales, los cuales comprendían cuartos o accesorias en vecindades. En estas últimas podemos ubicar a las margaritas y madrotas,6 quienes desempeñaron un intercambio sexual en la vida furtiva de la ciudad de México. Los prostíbulos debían ocultar su verdadera función, pues se indicaba que la apertura de un burdel no debía llamar la atención de

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los transeúntes, para no interferir con la vida social de la ciudad, por lo que no existiría señal alguna de su presencia. Para poder abrir un burdel o casa de tolerancia era necesario que la petición se hiciera por escrito con la aprobación del propietario o dueño de la casa. Quienes intervenían en el trámite administrativo para la apertura de la casa eran el comisario de Sanidad Pública, y la aprobación definitiva recaía en el prefecto político. El permiso sería concedido a la persona que lo hubiera requerido y tendría validez por un año. Todo eso significaba un desembolso económico, pues las madrotas debían pagar por cada mujer de primera clase doce pesos, de segunda clase ocho y de tercera clase cuatro. Se prohibía la existencia de cualquier casa pública sin licencia correspondiente; de no existir ésta, se cerraría y el propietario estaba obligado a pagar un doble importe por cada mujer que se encontrara en la casa e iría a prisión por seis meses. Otro de los límites previstos por la reglamentación para las casas públicas, señalaba que éstas no podían establecerse en las inmediaciones de los templos, colegios, escuelas, cuarteles, teatros, calles principales y casas de vecindad,7 y si ésto se hacía serían cerradas, de acuerdo con los requerimientos normativos. El comercio sexual se estableció sobre todo al norte de la capital y tejió sus operaciones sobre la base de una alta densidad de población de prostitutas circunscritas en los límites de esta zona. Sin embargo, la actividad prostibularia también se extendió hacia otros sectores de la ciudad, de lo cual da cuenta el registro. En esto se evidencia que la acción política llevada a cabo por las autoridades estimuló el ejercicio reglamentario no la interdicción de la práctica prostibularia. Se tuvo presente en todo momento el hecho de que junto a ese carácter transgresor la existencia de la prostitución cumplía una función social importante. La prostitución turba, altera, trastorna y desordena, pero también conscientes de que conserva y mantiene el orden, preserva la familia, perpetúa y prolonga el tipo de relaciones establecidas entre los sexos.8 Así, las autoridades trataron de determinar, de acuerdo con el reglamento de la prostitución, las llamadas zonas de tolerancia: agrupamiento de prostíbulos.9 De igual forma, el Ayuntamiento fijó el perímetro dentro del cual no se permitían casas non sanctas10 en la capital, definieéndolas como zona de tolerancia. Así, las autoridades observaron que como ideal para establecer la

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zona de tolerancia fue el que existiera un solo perímetro circunscrito, en el mayor alejamiento posible de las áreas habitadas por la gente de orden. La combinación de todos estos factores daba a la ley de la oferta y la demanda una serie de posibilidades. Existieron las categorías del trabajo de las prostitutas, claramente diferenciados por el Consejo Superior de Salubridad. No sólo los burdeles o casas de tolerancia se encontraron estratificados por la regulación. Otra sistematización que recuperó el registro fue que a cada mujer se le otorgara una categoría ya fuera de primera, segunda y tercera clase, de acuerdo con las posibilidades económicas de cada una. Las mujeres podían ser de tal o cual clase siempre y cuando pagaran sus contribuciones a la Comisaría; es decir, si la mujer quería formar parte del grupo de mujeres de primera clase estaba obligada a pagar mensualmente diez pesos y por derecho de inscripción veinte; las de segunda clase, cuatro y diez pesos y las de tercera categoría uno y cuatro, respectivamente. No obstante, la norma sólo preveía el caso de las margaritas que quisieran subir de una clase inferior a una mayor. Las circunstancias, con todo, eran distintas a lo estipulado en el papel, pues de casi una cincuentena de mujeres que cambiaron de clase, algunas lo hicieron de forma contraria a lo que estaba normado. Las autoridades determinaron como zonas de tolerancia en la ciudad las siguientes: Primera zona. Abarcaría el callejón de Nava, exclusivamente la acera sur, 2a calle de Pajaritos, la parte comprendida entre la acera sur del callejón de Nava hasta encontrar la acera norte de la calle de Dr. Daniel Ruiz; la 1a calle de Dr. Daniel Ruiz; calles de Cuauhtemotzín (hoy Fray Servando Teresa de Mier), desde la calle de Niño Perdido (hoy eje Lázaro Cárdenas), hasta encontrar la calle de Isabel la Católica; el callejón de la Igualdad hasta la acera norte del callejón de Tizapán. Segunda zona. Comprendía las calles de República de Panamá desde Santa María la Redonda, hasta encontrar la acera oriente del callejón del Órgano (hoy Rayón); todo el callejón del Órgano hasta encontrar la acera orienta de la calle de Comonfort; calles de la República del Ecuador, desde la acera oriental de Santa María la Redonda hasta encontrar la misma acera oriental del callejón de la Vaquita hasta Juan Álvarez. Para la mejor realización de los fines que se perseguían con las zonas de tolerancia las autoridades decidieron que el personal poli-

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ciaco encargado de su vigilancia: ...deberá ser seleccionado y se le darán convenientes instrucciones para que se concrete a intervenir exclusivamente en las faltas de policía y de moral que [se] comete dentro de las propias zonas, respetando los demás aspectos de los asuntos de prostitución, que corresponden a los Inspectores de Sanidad, con los cuales podrá colaborar cuando su auxilio le sea requerido por dichos Inspectores de Sanidad.

Para la Inspección de Sanidad Pública se estipulaba que caía de sus funciones la supervisión de Todo lo relativo al acondicionamiento interior de las casas destinadas al ejercicio de la prostitución: instalación sanitaria, mobiliario, ropas, material higiénico y en general todo lo relativo a la parte sanitaria derivada del reglamento en vigor, respetando las cuestiones de moral de policía y de moral pública.

Las normas establecieron que tanto el Departamento de Sanidad como las demás autoridades colaborarían de la siguiente manera: No se permite que en las zonas de tolerancia o en su proximidad se instalen escuelas, fábricas y en general todos aquellos edificios cerca de los cuales está prohibido que existan casas que se dediquen al ejercicio de la prostitución, para obtener así la consolidación de dichas zonas de tolerancia y evitar todo problema de queja.

Para las casas de asignación y hoteles registrados: Podrán seguirse estableciendo en lugares ubicados fuera de la zona de tolerancia que se proponen para las casas de asignación, pero su establecimiento requerirá de la aprobación y estudio previo, a fin de evitar en lo posible los peligros que pudieron ofrecer las mismas casas a la moral y al orden público.

Para las mujeres que ejercían el oficio: Las autoridades de la ciudad de México deberán construir con la brevedad posible el establecimiento especial para mujeres menores de edad o de mujeres débiles mentales mayores o menores de edad, que pudiera servir como preventorio social.11

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El trabajo de la prostitución estaba estructurado de acuerdo con un mercado activo y competitivo, donde las tarifas fueron definidas no sólo en función del tipo de servicio que se ofrecía, sino también de la belleza, la edad, la clase social y el tipo étnico de la mujer. La combinación de todos estos factores daba a la ley de la oferta y la demanda una serie de posibilidades. A partir del saber organizado, la autoridad sabía con exactitud en qué vivienda, calle o número podía ubicar a las prostitutas. Se comprueba así que el saber organizado es un elemento que contribuye al procedimiento de control, vigilar, dominar y utilizar: a fin de cuentas, la ciudad de México se convirtió en un mapa en el que se podía identificar a la mujer pública o a un grupo de prostitutas, sobre las cuales el ojo avizor de la autoridad estaría atento a sus movimientos. Dicho mapa sería una forma más de vigilar asiduamente al grupo de mujeres, por lo que su distribución en el espacio se basaría en una localización celular. Pero, a diferencia de la mirada celular en la que se organiza un espacio para que tenga una funcionalidad y jerarquización, en el espacio de la ciudad los burdeles adoptarían una clasificación de acuerdo con los servicios otorgados por las mujeres. A diferencia de las prisiones que tuvieron éxito, esta organización capitalina de los burdeles no tuvo el resultado esperado. De acuerdo con los valores imperantes, la sexualidad sucia, la ilegítima, había que esconderla, tolerarla, ocultarla. La sociedad liberal siguió vigilando el ejercicio de la prostitución e hizo surgir, como en tiempos pasados, la creencia de que estaba al abrigo del contagio. Se comprueba con los documentos revisados el hecho de que las autoridades siguieron persiguiendo con más rigor a las prostitutas que se salían de la zona de tolerancia. Así, la mujer que caía bajo la vigilancia de la Inspección de Sanidad y de los policías de burdeles estaba obligada a ejercer su actividad dentro de las redes de corrupción que se fueron tejiendo desde muchos años antes en la famosa ciudad de los palacios. Sin hacer caso de las arbitrariedades y de los abusos por parte de las autoridades, los médicos continuaron al principio con la discusión sobre abolir o mantener el reglamento; después se manifestaron por el reglamentarismo. La prostitución era asunto que daba materia para redactar un nuevo capítulo en la Ley de la República que heredó el gobierno de Porfirio Díaz con el Código de 1872. No obstante, la sociedad sólo decidió tocar el asunto en forma administrativa y sanitaria, y promulgó un Código Penal que la incluyera a fin

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de que ésta no sólo se reglamentara sino que se legislara sobre ella, lo que sucedería años más tarde, en 1929. Se hizo evidente que el discurso sobre el moralismo sexual fue una de las expresiones del esfuerzo por ejercer mecanismos de poder y control sobre el sexo, el Estado siguió extendiendo su poder hasta él y lo convirtió en una pieza más del mecanismo político.

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Notas 1

Durante el imperio de Maximiliano el mariscal Aquiles Bazaine promulgó un decreto para proteger la salud de los soldados del emperador que fue dado a conocer en 1865. 2 Las autoridades reconocían que la parte comprendida entre las plazuelas del Agua y San Juan, y las garitas del Niño Perdido y Belem disfrutaban notoriamente de mejor clima que cualquier otro punto de esta capital; pero no fue habitada sino por gente muy pobre en su mayor parte. Razón es el abandono en que siempre se ha tenido sepultada tal demarcación. Salvador Novo, Un año, hace ciento. La ciudad de México 1873, México, Porrúa, 1973, p. 10. 3 El último reglamento aplicable a la materia fue el del 18 de septiembre de 1898. Véase Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, (AHSS) Reglamento de Prostitución. 4 A pesar de los recursos empleados para la instauración de la reglamentación de la prostitución en México, fracasó la importación del sistema francés. 5 Carlos Illades, Hacia la República del trabajo. La organización artesanal en la ciudad de México, 1853-1876, México, Universidad Autónoma de México-Colegio de México, 1996, p. 26. 6 ídem. 7 La política imperial en 1865 fue la de regenerar a México a través de una monarquía estable, próspera e ilustrada, que se encaminó más a decretar un sinnúmero de leyes y reglamentaciones. Véase Caesar Corti, Maximiliano y Carlota, México, FCE, 1944, p. 141. 8 Carlos Illades, ídem, p. 26 9 Archivo del Ayuntamiento, Solicitud por la Sección del Gobierno, ramo de sanidad, legajo I, vol. 3892, exp. 223. 10 Sergio González Rodríguez, Los bajos fondos. El antro, la bohemia y el café, México, Cal y Arena, 1999, p. 90. Véase del mismo autor «Las prostitutas: mito e imagen» en Enrique Florescano (coordinador), Mitos mexicanos, México, Aguilar Nuevo Siglo, 1995, pp. 276-284. 11 Archivo:AHSS. Zonas de tolerancia, fondo Salubridad Pública, sección Inspección Antivenérea, caja 3, exp. 10.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA Archivo de la Secretaría de Salud Corti, Caesar. (1994). Maximiliano y Carlota. México, FCE. González Rodríguez, Sergio. (1995) Los bajos fondos. El antro, la bohemia y el café. México, Cal y Arena, 1900. Véase del mismo autor “Las prostitutas: mito e imagen” en Enrique Florescano (coordinador), Mitos mexicanos. México, Aguilar Nuevo Siglo. Illades, Carlos. (1996). Hacia la República del trabajo. La organización artesanal en la ciudad de México, 1873-1876. México, UNAM-Colegio de México. Novo, Salvador. (1973) Un año, hace ciento. La ciudad de México 1873, México, Porrúa. Ríos de la Torre, Guadalupe. La prostitución femenina en la ciudad de México durante el porfirismo, México, UNAM, ( Maestría) 1991.

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LA MUJER DE LA FRONTERA NORTE EN EL SIGLO XIX. UN ESTUDIO CON BASE EN TESTAMENTOS María del Carmen Tonella Trelles

INTRODUCCIÓN

El hacer un recuento de las actividades de la mujer en el pasado ha

sido poco frecuente en la historiografía regional, dado que generalmente se tenía como objeto de estudio central la vida política, campo en el que ella había tenido muy pocas oportunidades de participar. Actualmente hay un interés creciente por conocer la participación femenina en México, aunque la mayoría de las investigaciones se centran en las experiencias vividas por las mujeres del centro del país, pero hay que insistir sobre el hecho de que no existe “la mujer” del siglo XIX, sino una gran diversidad de situaciones de las cuales no se ha podido dar noticias en su totalidad, de ahí la necesidad de analizar de manera cabal y sistemática los rasgos comunes a pesar de las diferencias individuales, culturales o regionales. El enfocar las fuentes existentes desde un ángulo diferente es el primer paso en la etapa inicial de rescate de las experiencias femeninas en la historia, por ello ofrezco a continuación un estudio que aborda las condiciones de la mujer del distrito de Arizpe, estado de Sonora, en sus diferentes roles sociales, durante un período que va de 1796 a 1859 teniendo como base los testamentos. La temporalidad se centró en las últimas décadas del período colonial y las primeras del postcolonial y del México independiente, debido a que el material de investigación, o sea los testamentos, son más detallados en este lapso, teniendo pocos competidores serios para estudios culturales. Se decidió delimitar el estudio hasta 1859, ya que en ese año se implantaron en la región las Leyes de Reforma, ocasionando que el testamento paulatinamente fuera dejando de tener su dimensión religiosa y, al mismo tiempo, se simplificara su redacción en detrimento de su valor como fuente histórica. Se seleccionó el distrito de Arizpe, estado de Sonora, porque la capital del mismo nombre ostentaba la sede de la Comandancia de

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las Provincias Internas delimitada mediante la “Ordenanza de Intendentes de Ejército y Provincia” que se expidió en Madrid, el 4 de diciembre de 1785, durante el reinado de Carlos III, conservando los mismos límites del Obispado del mismo nombre, establecido siete años antes. Esta reorganización que tiene lugar en la Nueva España entre 1786 y 1787 hizo que Sonora y Sinaloa pasaran a formar la Intendencia de Arizpe, al mismo tiempo que pertenecían a las Provincias Internas de Occidente desde 1779.1 También contaba con el monopolio del comercio, introduciendo al noroeste las mercancías surtidas por mayoristas de la ciudad de México, hasta que fue reemplazada por el contrabando marítimo que tomó como sede el puerto de Guaymas, estado de Sonora.2 La región en estudio se encuadra en el término de frontera que Alonso define: “En el nuevo mundo la frontera se concibe como un espacio entre lo salvaje y lo civilizado, un lugar donde la lucha entre los seres humanos y la naturaleza está amenazada. Las sociedades de frontera son vistas como espacios de ruptura con lo establecido, como menos de rutina y menos obedientes a las leyes y más abiertas al avance del individuo y su realización personal”.3 Los instrumentos notariales se encuentran dentro de cinco libros de Protocolos de Instrumentos Públicos localizados en el Fondo de Notarías del Archivo General del Estado de Sonora. Es mediante estos instrumentos que se valora a los pobladores del distrito de Arizpe, de ambos sexos, que los hicieron escribir, mediante el análisis de los contenidos, prestando atención a quiénes y cómo eran, a qué actividad se dedicaban, sus relaciones dentro y fuera del ámbito familiar, la distribución de la herencia y los sentimientos de afecto y desafecto, entre otras cuestiones. Por esta razón, esta historia de las mujeres deja entender que también es la historia de los hombres, la de la relación y diferencia entre los sexos. ¿QUÉ ES UN TESTAMENTO? La palabra testamento proviene de las voces latinas testatio mentis y significa testimonio de la voluntad del hombre, porque efectivamente es una manifestación de su voluntad hecha delante de testigos.4 El testamento es: La declaración legal que uno hace de su última voluntad, disponiendo de sus bienes para después de su muerte. Esta declaración ha de ser legal, esto es, hecha con las formalidades que pres-

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criben las leyes, para evitar los fraudes y suposiciones de testamentos que pudiera forjar la codicia; y como la disposición que contiene es de última voluntad, no empieza a tener efecto sino después de la muerte del testador, y puede siempre revocarse por él hasta el último momento de su vida (...)5

El derecho de hacer testamento, o de disponer de los bienes al final de la existencia, no viene de la naturaleza, pues en el iusnaturalismo “el hombre muere, sus bienes quedan vacantes y se apodera de ellos el primero que llega”.6 Es hasta que se establece el derecho de propiedad en la antigua Grecia cuando surge el culto hereditario: “no era posible que ese derecho se extinguiese tras la breve existencia de un individuo. El hombre muere; el culto permanece; el hogar no debe extinguirse, ni la tumba abandonarse. Prosiguiendo la religión doméstica, el derecho de propiedad debe continuar con ella”.7 Según Cicerón, orador, político y literato romano (106-43 a. C.), la religión prescribe que: “los bienes y el culto de cada familia sean inseparables y que el cuidado de los sacrificios corresponda siempre a aquél a quien le toque la herencia”. Como sociólogo Fustel de Coulanges analiza lo anterior, agregando: Aquí es cuando las leyes antiguas, a primera vista, parecen extrañas e injustas. Se experimenta alguna sorpresa cuando se ve en el derecho romano que la hija no hereda del padre si se casa, y en el derecho griego que no hereda en ningún caso. La regla para el culto es que se trasmita de varón en varón; la regla para la herencia, que siga al culto. La hija no es apta para continuar la religión paterna, pues que se casa, y al casarse renuncia al culto del padre para adoptar el del esposo, no posee pues, ningún título a la herencia. Si un padre dejase sus bienes a la hija, la propiedad se separaría del culto y esto es inadmisible. La hija ni siquiera podría cumplir el primer deber del heredero, que consiste en continuar la serie de las comidas fúnebres, pues a quien ofrece los sacrificios es a los antepasados de su marido. Luego, la religión le prohibe heredar de su padre. Tal es el antiguo principio que se impone igualmente a los legisladores de los indos que a los de Grecia y de Roma. Los tres pueblos tienen las mismas leyes, no porque se las hayan prestado, sino por que las han derivado de las mismas creencias.8

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Es a partir del siglo XII cuando los testamentos empiezan a adquirir mayor importancia en Europa, debido al fortalecimiento de la economía monetaria, el renacimiento urbano y la expansión del occidente medieval. Ya en el siglo XIV se consideró a los testamentos como un documento religioso y laico, debido a que su registro debía hacerse ante un tribunal o escribanía de jurisdicción secular. Sin embargo en la España del siglo XVIII, se seguían viendo como un instrumento eminentemente religioso que adquiría validez legal por la presencia de un escribano.9 Una de las funciones del testamento era cumplir con la obligación cristiana, ante la hora incierta de la muerte, de dejar arreglados todos los asuntos terrenales y así poder dedicar los últimos momentos sobre la tierra a la preparación espiritual que asegurara el tránsito a la otra vida. Pero resulta importante subrayar el cariz material que paulatinamente fue ganando peso y se relacionaba directamente con el destino de los bienes de fortuna que quedaban tras el difunto en la tierra, con lo cual los testamentos fueron perdiendo su dimensión espiritual, mientras que lo material predominaba, hasta convertir el testamento en lo que modernamente es: un documento destinado únicamente a determinar la distribución del caudal. EL TESTAMENTO COMO FUENTE HISTÓRICA Para el estudio de la mujer de la frontera novohispana y después del México independiente, es preciso ubicarla como un ente individual y estudiar los roles desarrollados por cada una de ellas, dada la ausencia, en el norte, de agrupaciones femeninas como los conventos —sólo participaban como miembros de cofradías de las iglesias—. Inclusive en el centro de la Nueva España estuvieron excluidas de los Consulados de Comerciantes, no obstante que algunas de ellas se desempeñaron en ese ramo. Para reintegrar a las mujeres a la historia, es necesario, en primer lugar, averiguar datos concretos sobre ellas, cuántas son, qué hacen, qué dicen, cómo viven, qué significa su presencia en una sociedad determinada, enfoque al que se le ha denominado la historia de las mujeres. Desde esta perspectiva, y al ganar adeptos la idea de que la historia debe estudiar a las mayorías, aunque sin dejar de tomar en cuenta las individualidades de que éstas se componen, los testamentos son un ejemplo de los tipos de documentos históricos que han llegado a ser de un creciente objeto de investigación, ya que contienen

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un amplio margen de información susceptible de conformar una serie documental en cierto sentido homogénea, por ser estos documentos de “instancias particulares” creadas como antecedentes de un tipo repetitivo de interacción particular: la transferencia de la propiedad al fallecimiento. No obstante sus silencios, los testimonios de última voluntad, que representan un lugar bastante modesto en comparación con otro tipo de actas notariales como son por ejemplo compraventas, conformación de sociedades, fianzas contratos crediticios, entre otros, se revelan como un indicador fiable del espíritu que anima a una sociedad, pues involucra la transmisión de derechos que representa un proceso crítico para la reproducción del sistema social en sí mismo, permitiendo acercarse a fenómenos en torno a la vida y muerte de personas comunes que no dejaron huella en la documentación oficial, ni en la del ámbito privado como las correspondencias particulares, diarios y crónicas. Se trata pues, de dar vida a acciones de los hombres muertos. Esto último porque a partir de los testamentos se puede conocer más de la vida que de la muerte de un individuo, ya que es un retrato de quien lo otorga. Todo lo que se cree, lo que se ama, lo que se prefiere, aparece de algún modo en estos documentos, así también muchas veces los rencores, desprecios o fracasos se reflejan en ellos, ofreciendo por tanto una imagen o representación de las pautas sociales en las que se desenvuelve. LA PRÁCTICA TESTAMENTARIA EN EL DISTRITO DE ARIZPE, 1796-1859. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS RESALTANTES Durante el reinado de los Reyes Católicos se realizó un ordenamiento de leyes que se editaron en las Cortes celebradas el año de 1505 en la ciudad de Toro, por lo que se conocen como las Leyes de Toro y que fueron promulgadas para su uso general en la Nueva España.10 En ellas se estipulaba que la edad mínima para testar debía de ser de 14 años para los hombres y 12 años para las mujeres. Por lo que respecta a las casadas, podían expresar su última voluntad sin la licencia del marido e inclusive estaban facultadas para actuar como albaceas. En el distrito de Arizpe la proporción de testadoras mujeres es de 48% del total, mientras que los testadores varones representan el 52%, por lo que se hace evidente que no existe una desproporción y que ellas ejercían sus derechos y deberes, como es el de otorgar testamento.

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La persona a cuyo cargo estaba hacer cumplir y ejecutar lo que el testador había asentado en su testamento, lo ordenado por la ley o por mandato del juez, era el cabezalero, mansesor o como más comúnmente se le llamaba: albacea. La obligación moral de los albaceas era de extrema gravedad pues en ellos depositaba toda su confianza el testador para el cumplimiento de lo que dejaba ordenado y establecido. De las veinticinco disposiciones testamentarias correspondientes a varones, seis no aclaran su estado civil, seis dicen ser solteros y trece manifiestan haber contraído matrimonio. En estos últimos se hace evidente una tendencia de nombrar albacea a la consorte, como demostración de que estaba al tanto de la situación familiar en términos patrimoniales y afectivos e igualmente estaría en posición inmejorable para cuidar el futuro de los descendientes y la consolidación del patrimonio. Atendiendo el estado civil de las testadoras, solteras y viudas encabezaban un sustancial número de unidades domésticas (el 61%) y al mismo tiempo se dedicaban a la conservación y el acrecentamiento del patrimonio familiar. El estado de viudez daba a la mujer una gran libertad de acción y eran altamente apreciadas como “buenos partidos”, pues los bienes propios y los heredados del marido les aseguraba una posición económica que superaba a la dotación usual, que en algunos casos, aportaban las doncellas al matrimonio. Es por ello, que de las doce viudas testadoras en Arizpe, tres de ellas contrajeron nuevamente matrimonio hasta en tres y cuatro ocasiones. Algunos autores sugieren que la viudez proporcionaba a la mujer el completo ejercicio de sus derechos legales. En la Nueva España la corona asumió una actitud protectora, dándose por tanto la peculiar situación de que mientras permanecía casada, estaba subordinada y cuando enviudaba, tenía derechos y recibía protección.11 La familia en la América hispana de los siglos XVI al XVIII, como en España, tuvo por base legal el matrimonio, constituido de acuerdo con las disposiciones del derecho canónico. El matrimonio cristiano, único reconocido por el Estado era indisoluble (salvo condiciones de anulación fijadas por el propio derecho) durante los tres siglos coloniales y aún en los primeros cincuenta años del siglo XIX. El control de la validez, nulidad y divorcio, quedó a cargo del obispo diocesano, juntamente con el Estado a través de las reales cédulas.12 Doña Gertrudis Bravo, una viuda reincidente en contraer nupcias es, junto con Gregoria Ortiz, una de las dos mujeres que apare-

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cen entre los comerciantes más importantes de Arizpe en el período 1801-1816, que mantenían intercambios comerciales con la casa de Palacio de la ciudad de México, pagando las correspondientes alcabalas. Al surgir desavenencias en su segundo matrimonio se presentó ante el tribunal eclesiástico: “Ytem. Declaro que con el motivo de haber tenido con el citado mi segundo esposo varios pleitos sobre manejo del caudal, y sobre divorcio, (...) esté aun pendiente en el Juzgado Episcopal, como todo consta de Escrituras y papeles otorgados en los Juzgados del Sr. Gobernador Intendente de estas Provincias y del Teniente letrado de ellas (...)13 Otro caso similar se presentó de una testadora, Antonia Romero, quien contrajo matrimonio hasta en cuatro ocasiones y, en el último de los cuales, se presentaron también desavenencias conyugales, so pretexto de las cuales el esposo se apoderó de algunos de los cuantiosos bienes: “Ytem: Declaro ser casada en cuartas nupcias con José María Frexo a quien no heredo nada por razón de no haber hecho vida conyugal y es público y constante (que) en nuestro matrimonio me ha tratado con mucha ingratitud, separando la unión correspondiente para evadirse de las obligaciones del matrimonio, razón por la que deberá entregar a mis albaceas una mula, dos burros aparejados, dos barras, un machete y una caja que de mi pertenencia tiene en su poder y mando se agregue todo al cuerpo de mis bienes.”14 No hace mención de que alguno de sus esposos introdujera bienes al matrimonio y en cambio María Regina Estrada manifiesta que el origen de sus propiedades es debido a su esfuerzo personal y por otro de los caminos de que la mujer casada se valía para acrecentar sus propiedades: los llamados bienes parafernales:15 Ytem: Declaro que fui casada y velada en primeras nupcias con José Quihui natural de esta ciudad, de cuyo matrimonio tuvimos legítimamente a nuestras dos hijas Gertrudis y Francisca; en segundas nupcias con José María Figueroa, ya difunto, y que en este matrimonio no tuvimos sucesión ninguna y en terceras nupcias con mi actual esposo José María Morales, con el que tampoco hemos habido ningunos hijos. Ytem. Declaro por mis bienes propios adquiridos con el sudor de mi trabajo personal (...) Yt. Declaro que en Bamori tengo una tierra que siendo alcalde D. Gabriel Padilla me la dieron por el servicio que yo daba a la Santa Iglesia en su coro (...)16

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Por lo que se puede apreciar, se trataba de viudas ricas en las cuales ya había pasado la edad fértil, lo que las hacía más atractivas como “buenos partidos”. También por medio de escritura pública se dio fe de una reunión de avenimiento matrimonial ante autoridades civiles, que muestra los esfuerzos por reunir el matrimonio y evitar un divorcio, provocado por la denuncia presentada por la cónyuge y en la que el marido Pedro Gracia reconoció que al contraer matrimonio no introdujo bienes y que fue debido al trabajo de su esposa que disfrutaba de ellos, lo mismo que mostró firmes propósitos de enmienda: (...) y dijo: Que por cuanto desea remediar los daños que su matrimonio padece y el escándalo que da a este público, ha solicitado como consta de Diligencias la reunión con su esposa Da. Gertrúdis Siqueiros que en el día se halla en honesto depósito en virtud del divorcio que ha intentado (...) Segunda: que por cuanto es público, notorio y constante y el mismo Don Pedro Gracia lo confiesa que cuando casó con la citada Doña Gertrudis Siqueiros no tenía bienes algunos y que los que en el día disfruta los ha adquirido durante el matrimonio y debe la mayor parte al trabajo emprendido por su citada esposa (...)17

Como se dijo anteriormente, durante el período de 1800 a 1857 los juicios de divorcio se tramitaban ante el tribunal eclesiástico y eran civiles, precedidos como en el anterior caso por pleitos en tribunales seculares por malos tratos, amenazas de muerte, adulterio o abandono. Debe notarse que la mujer no necesitaba licencia de su marido para litigar en su contra. Los pasos del juicio de divorcio en ese tiempo son, entre otros, presentar la demanda de un cónyuge contra el otro, ante el juez o autoridad eclesiástica. Con citación previa de ella, se le corre traslado al marido y se pide el auxilio de una autoridad secular para que acompañe al alguacil de la curia a depositar a la mujer en una casa honrada donde ha de vivir separada del marido durante el curso del pleito. Uno de los aspectos en que los testamentos resultan más esclarecedores, es lo concerniente a las relaciones matrimoniales. La dote matrimonial constituye el primer reconocimiento de la personalidad jurídica de la mujer, ya que los padres a la vez que ayudaban a la instalación del nuevo matrimonio, también buscaban proteger a

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sus hijas. La dote no era requisito indispensable para que una mujer se casara, pero, además de que concedía prestigio social, evitaba la dilapidación total de los bienes de la mujer. Una de las preguntas claves respecto al régimen dotal es si en realidad la mujer podía defender o salvar su propiedad de la dilapidación del marido o de la bancarrota del mismo. En la muestra estudiada, encontré que se respetaba la obligación de mencionar lo aportado por cada cónyuge al matrimonio: “Declara que cuando contrajo el primer matrimonio nada introdujo a él su citada difunta muger Da. María Manuela Pérez Serrano. Que cuando casó con Da. María Francisca de Bustamante introdujo ésta los bienes que constan en el libro de cuentas que se halla entre sus papeles”18 En el siguiente caso, ninguno de los dos cónyuges aportaron bienes al momento de contraer matrimonio, pero al testar, el esposo reconoce la ayuda que uno al otro se han brindado para el acrecentamiento de su patrimonio: “Declaro que cuando contraje matrimonio con la citada mi esposa Da. María Vicenta Bustamante éramos pobres el uno y el otro y ningunos bienes introducimos a él por lo que habiéndonos ayudado el uno al otro recíprocamente a adquirir los que ahora poseemos tocan y corresponden a ésta la mitad de todos (...)”19 Este mismo testador pareciera también brindar un único caso de “celos a futuro”: “6ª Nombro a la referida mi mujer por tutora y curadora ad bona, interin subsista viuda y en atención a su buena conducta, aplicación, gobierno y maternal amor que les profesa, pero si volviese a casarse mando que aunque dé fianza se le quite la tutela de los bienes que pertenecen a mis hijos(...)”20 Lo anterior, podría ser evidencia de una moral masculina impuesta a la esposa aún después de la muerte del cónyuge, pero es más pertinente pensar que esta restricción de asegurar que el capital trasmitido a través del padre no fuera depositado dentro de otro linaje mediante un nuevo casamiento de la viuda. Algunos autores sugieren que figuras como la dote o su figura inversa la donatio propter nuptias,21 o donación esponsálica —que es el presente o regalo que antes de celebrarse el matrimonio se hace por el esposo a la esposa y alguna vez al contrario— protegieron a la oligarquía contra intrusos desde abajo. El hombre o la mujer que no tuviesen suficiente dinero quedaban fuera del mercado matrimonial de la “gente fina”.

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Este parece ser el caso de la donación llevada a cabo cuatro días después de celebrado el matrimonio entre la hija de un importante funcionario novohispano y una persona no arraigada en Arizpe: (...) atendiendo a la nobleza, honestidad, virtud y otras loables prendas que en su esposa concurren determinó hacerle cierta donación propter nuptias y para que conste y tenga efecto en la mejor vía y forma que haya lugar en Dro. otorga que da en arras22 y donación propter nupticas a la expresada Doña María de los Dolores Tresierra, su esposa, la cantidad de veinte mil pesos, que confiesa caben en la décima parte de los bienes libres que al presente tiene (...)22

Las arras según la legislación vigente en la época, se concedieron a las mujeres por las grandes cargas matrimoniales que sufren y son entre otras: el gobierno de su casa, la conservación y aumento de sus bienes, el obsequio y reverencia al marido, el peligro de los partos “(...) y porque no estén indotadas, pues conviene a la república que se casen para que el estado se propague.”23 Según el derecho de las Partidas, generalmente se trataba de un estimativo del diez por ciento de todos los bienes del testador y no podrían sobrepasar la octava parte de lo que importase la dote de la esposa.24 El motivo de restringir al diez por ciento las arras fue para proteger la propiedad de los hijos en caso de que un hombre mayor buscara contraer de nuevo matrimonio. A partir de que en algunas ocasiones ambos cónyuges introducían bienes al matrimonio, o eran buscados conjuntamente durante la vida matrimonial, era común el reparto de la mitad de gananciales y además un tipo de mejora como cortesía del marido. Esto significa que los hijos no adquirían los derechos completos de la propiedad hasta que ambos padres estaban muertos. Como merecedora de su confianza, Pedro Salcido, nombra a su esposa curadora25 de sus hijos, haciendo constar la ayuda prestada para la formación de su patrimonio: ... nombro por curadora de mis hijos Doña Gertrudis, Doña Antonia y Don Jesús a mi expresada esposa Doña Josefa Moreno, mediante la seguridad que tengo de la buena conducta y procederes y el maternal amor que profesa a los referidos nuestros hijos. Declaro que cuando casé con mi esposa no tenía haber alguno y los que tengo actualmente se lo debo a la eficacia de mi

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citada cónyuge; por cuya circunstancia y la de haberme acompañado con fidelidad y constancia recíprocamente, es mi voluntad que pagados el funeral y entierro y satisfechas todas las deudas que contrahen la cláusula sexta antecedente de este testamento sea entregado a mi enunciada esposa Doña Josefa Moreno la mitad de los ya insinuados bienes y que la otra mitad restante sea dividible entre mis hijos y herederos.26

El privar o excluir a alguno o algunos de la herencia a que tenían derecho estaba contemplado en las leyes del Fuero Real y Novísima Recopilación elaborada en 1805, mediante una serie de causales. Uno de los testadores deshereda no sólo a su esposa, sino también a los hijos tenidos durante su matrimonio: (...) que esta expresada mujer última a más de no haber metido ni un centavo al matrimonio, le ha desfalcado al que depone todo el capitalito que disfrutaba cuando murió mi segunda esposa Francisca Quijada hasta dejarme casi a la mendicidad infiriéndome también el incomparable agravio de infidelidad conyugal hasta la fecha que se mantiene adulterando públicamente en el pueblo de Banámichi y por su vil deshonesta y escandalosa conducta y desarreglada vida, queda desheredada tanto ella, como mis hijos que en su persona hube, de las miserias que dejo.27

Una cuestión que puede ser de interés reseñar es la atención recibida por algunos de los testadores durante las enfermedades que padecieron y que posteriormente los llevaron a la tumba. Don Santos Trejo, natural de la Villa de Sonsunate, república de Guatemala revela en su testamento ser contralor del hospital de Arizpe por lo que en el caso de la beneficiaria de su última voluntad, podría tratarse de una especie de precursora de las posteriormente nombradas enfermeras: “7ª Ytem. Declaro que pagadas todas mis deudas y si algo sobrare es mi voluntad integra hacer donación de todo ello, como lo hago, a Doña Cecilia Romero, por los servicios que me ha dado de muchos años y en particular en mi dilatada enfermedad, porque de cuyos servicios no tengo con que compensárselos religiosamente.”28 Otros casos se relacionan con la atención a individuos en los que parecería que la soledad era un componente habitual, como se desprende del otorgado por el también extranjero Casimiro Merino, natural de los reinos de Castilla:

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“Que las casas donde habito, todo cuanto ahí se encuentra, bienes semovientes que se reconozca de mi propiedad, la cedo y dono a beneficio de mi tercer Albacea Doña Francisca Moreno por el cuidado y asistencia que en tantos años ha tenido de mi persona y en recompensa de sus buenos servicios”29 Así mismo, Fray Mariano Nieto, Capellán de Ejército, estableció un legado: “(...) y dijo: que por la presente, y bien impuesto de lo que se hace en este caso, hace donación pura, mera y perfecta que el derecho llama “intervivos” a Doña Lorenza Vale e hijos.”30 Al mismo tiempo, hubo ocasiones en que los maridos heredaban a sus esposas litigios que tardaron años en resolverse: “13Yt. Declaro que el padre Don Carlos Moreno, Cura de la Villa de Horcasitas debe al citado mi esposo por su fallecimiento la cantidad de tres mil pesos de resultas de un litis que con Joseph Jesús Bustamante y el citado mi Esposo pende en el Juzgado Eclesiástico del Ilustrísimo Señor Obispo.”31 Trece años después en 1820, dicha señora Corella dictó otro testamento en que se dictó sentencia a su favor: “Declaro que el litis pendiente que tenía (...) se feneció a mi favor ...ofreciendo satisfacerme los tres mil doscientos veinte y un pesos seis reales que se me deben incluidas las costas que tuve presente...”32 También hacían recomendaciones que estaban lejos de poder cumplirse y así cuando José Santiago García nombra albacea a su esposa, le recomienda efectúe el pago a sus acreedores y le perdone las deudas a sus acreedores.33 A los veintisiete años, la viuda efectúa su propia declaración testamentaria, en la cual expresa: (...) pues de lo que testó y se pudo recoger (con alguna parte de mi tutela paterna) se invirtió en pagar los créditos que tenía y aun hoy tiene la testamentaría.34

La principal ventaja al utilizar los testamentos para una geografía de las relaciones familiares se encuentra en la enumeración de los miembros de la familia y en el nombramiento de las preferencias sucesorias produciendo una fotografía instantánea de la familia en el momento mismo en que el testamento es elaborado y luego la de establecer una jerarquía de relaciones con respecto al testador.35 Juzgando por lo tanto, desde la lógica de los testamentos localizados, se puede afirmar que existía una gran libertad para efectuar transferencias en oposición a las leyes de sucesión, pero con la cons-

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tante, en los casos de existencia de descendientes infantes, de no desheredarlos totalmente. En Arizpe, la herencia fue la mayoría de las veces concebida como una transmisión de la propiedad de una manera equitativa para descendientes directos, lo que marcó una tendencia a la fragmentación de las propiedades. Esto significa que la primogenitura no echó raíces en el noroeste, debido a que la propiedad se dividió en partes iguales entre todos los hijos varones y mujeres.36 El vínculo y la primogenitura, dos instituciones esenciales para el bienestar de cualquier nobleza junto con el mayorazgo, fueron los mecanismos de mantenimiento del patrimonio en el “linaje” muy usados en el centro de la Nueva España. A pesar de todo, altos niveles de mortalidad dieron como resultado múltiples herencias indirectas. De esta manera, habiendo especificado la dirección que la propiedad concedida tomaría, el testador podía ser más indulgente en designar algún heredero o legatario en lo particular para recibir donaciones en prenda, fue en esta categoría que sirvientes, ahijados, hijos adoptivos, sobrinos y primos se empezarían a relacionar con las mujeres más aptas para ofrecer estos pagos. El que los elementos no pertenecientes a la familia consanguínea vivieran bajo el mismo techo fue una situación frecuente, lo mismo que algunos de los adultos fueran a su vez padrinos para un nieto o sobrino, mostrando algunas de las solidaridades fundamentales en una sociedad donde no existía la abundancia y donde la edad y la enfermedad fueron inadecuadamente atendidas por los mecanismos de la beneficencia pública. Jack Goody expresa que: “Sin embargo la transmisión mortis causa es no sólo el medio por el cual la reproducción del sistema social es llevada a cabo, sino también el camino como se estructuran las relaciones interpersonales. (...) El sistema de herencia de cualquier sociedad es el camino por el cual la propiedad es trasmitida ente la vida y la muerte y especialmente entre generaciones.”37 En este sentido, resultaron más complejas las formas de distribución de la propiedad de la mujer, examinadas desde la óptica de sus roles de mujer casada, viuda o soltera. Casi es un lugar común el considerar a la mujer mexicana de la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX como un ser dedicado exclusivamente a su papel de esposa y madre. Como se ha visto a través de estas páginas y como más adelante se explica, la mujer participaba más de lo que se ha pensado en actividades sociales y otras funciones.

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Cuantificar los bienes citados por las mujeres que los precisaron en sus “mortales palabras” dio como resultado que los principales haberes fueran de naturaleza inmobiliaria. La propiedad rústica representó el 58%, la urbana el 74%, los bienes semovientes 68% y un alto porcentaje el 74% mencionó con gran detalle bienes de su uso personal y entre estos últimos algunos que dan idea de una sociedad que mayoritariamente estaba dedicada a actividades primarias y de comercio, conjuntamente con inmigrantes europeos desempeñando funciones civiles, eclesiásticas y militares, dueños de una vigorosa tradición urbana, como lo demuestra el que sus familias hayan adquirido artículos que reflejaban gustos refinados. Que la mujer tenía capacidad económica para establecer transacciones monetarias se demuestra en que aparecen como sujetos y otorgantes de créditos. Esto demuestra la participación económica de la mujer. Por último, a través de la necesidad de dar autenticidad al documento por medio de la firma y la rúbrica del testador, se encuentra una vía para estudiar, aunque sea parcialmente, el nivel cultural de los pobladores de este Distrito, compensado la ausencia de referencias a libros de enseñanza o de solaz y esparcimiento. En los últimos años, para estudiar el grado de alfabetización de una sociedad en un período determinado, se recurre a los registros notariales y no al número de escuelas o instituciones de enseñanza que existían en ese momento. Sin embargo, el hecho de que firmaran o no su disposición testamentaria estaría relacionado no sólo con su condición de letrados o iletrados, sino con su estado de salud. Aunque los datos obtenidos sólo pueden tener un valor orientativo no está de más señalar que 16 de los hombres firmaron su disposición testamentaria y nueve no lo hicieron. En el caso de las mujeres sólo firmaron tres de ellas de un total de 23 instrumentos. CONCLUSIONES Uno de los fines del presente trabajo radica en poner de relieve el papel desempeñado por la mujer de frontera en el siglo XIX y al mismo tiempo, probar la utilidad y riqueza de una fuente histórica insustituible. Esta resolución es el hilo que me ha dirigido a través de la masa densa de los documentos y ha trazado el derrotero que he seguido hasta el final. En función de las preguntas planteadas es como los datos almacenados en los corpus han ido tomando una forma y un

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sentido, una continuidad y una lógica. Este sistema de interrogación y de explicación ha sido el tamiz que ha permitido descifrar datos de otro modo ininteligibles o aislados, sin relación entre sí. Escudriñar la experiencia y el papel de la mujer como agente del proceso histórico ha sido el motivo fundamental, lo mismo que resaltar su decisiva participación en la determinación de las condiciones sociales y económicas del medio. A partir de que planteo indicadores de hoy a situaciones del pretérito, desde el punto de vista de temas de importancia para la mujer, fue posible captar problemas como el abandono de hogares, las crisis matrimoniales, las separaciones, divorcios y anulaciones, los conflictos por establecer la custodia de los hijos, entre otros. A pesar de las omisiones inevitables, es posible llegar a las siguientes conclusiones: — En los documentos analizados, se encuentra, de manera predominante, un solo sistema de herencia, el cual fue casi siempre concebido como una transmisión de propiedad para descendientes directos, esto es en su concepción más virtual desde la familia nuclear, la cual consistió en que el reparto de los bienes entre los hijos y demás descendientes era más o menos igualitario, sin distinción de sexo. Esta sociedad puede ser contextualizada como fronteriza y por tanto alejada de los centros de poder, lo que les permitió una gran libertad. Las opciones comúnmente configuradas desde el entendimiento particular de los testadores incluían una justicia social “natural” manifestando un tipo de “economía moral” coherente por parte del individuo agonizante y atribuyendo premios y castigos en una escala proporcionada por sus facultades. Una realidad que permea a partir de la voluntad de los y las testantes, es que éstos estaban más preocupados por asegurar la sobrevivencia de las personas sobre la base de su patrimonio y repartir así la propiedad de acuerdo a un deseo individual de justicia social. — En lo que concierne a los roles específicos desempeñados por la mujer, su fuerza de trabajo constituyó una importante aportación a la economía, al luchar junto a los hombres por la supervivencia de la familia y su cultura. — El porcentaje de mujeres testadoras, o como actoras de otros instrumentos y la constante referencia a ellas como sujetos de crédito, responde a que no existieron obstáculos en contra de la mujer propietaria o la transmisión de sus bienes. Al mismo tiempo se observa una mejoría en su autoestima, al no dejarse manipular en la

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defensa de sus intereses y que la sumisión no era total, al haber sido siempre ellas las que iniciaban los juicios de anulación de matrimonio, separación o divorcio —la mayor movilidad espacial del hombre le daba ventaja sobre la mujer fijada a su residencia y le facilitaba la evasión de responsabilidades económicas o la salida para una situación de desavenencia— así como la creciente renuencia de la mujer a aceptar el abuso de la autoridad del esposo, como reflejo de las tendencias filosóficas de la época hacia la búsqueda de la felicidad individual que tuvo profundas repercusiones en las ideas sobre las relaciones de poder dentro de la familia.

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Notas 1

Commons Áurea,. Las Intendencias de la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, p. 80. 2 Jerónimo Romero Saúl. “Del monopolio de la ciudad de México al contrabando de la costa de Sonora. Alcabalas en Arizpe 1801-1816”, en Tiempo y Escritura, revista electrónica de la Universidad Autónoma MetropolitanaAzcapotzalco, número 0, julio de 1996, s/p., fecha de consulta: junio 6 de 1999, http:www-azc.uam.mx/tye/indice-es. html. 3 Alonso Ana María. Thread of Blood. Colonialism, Revolution and Gender on México’s Northern Frontier, Tucson, The University of Arizona, Press, 1995, p. 15. 4 Escriche Joaquín. Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense. Con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel, impreso en la Oficina de Galván a cargo de Mariano Arévalo, Mégico, 1837, edición y estudio introductorio de María del Refugio González, México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, U. N. A. M., 1996, p. 674. 5 Ibidem 6 Coulanges Fustel de. La Ciudad Antigua, Estudio sobre el culto, el derecho y las instituciones de Grecia y Roma, Estudio preliminar de Daniel Moreno, México, Editorial Porrúa, 1996, P. 48. 7 Idem, pp. 48-49. 8 Idem, pp. 49-50. 9 Zárate Toscano Verónica. Los nobles entre la muerte en México. Actitudes, ceremonias y memoria, 1750-1850. Tesis doctoral, México, El Colegio de México, 1996, pp. 14-15. 10 Escriche Joaquín. Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia. Nueva edición corregida notablemente, y aumentada con nuevos artículos, notas y adicciones sobre el derecho americano por don Juan B. Guim, La Mesa, B.C., Cárdenas Editor y Distribuidor, tomo II, pp. 1174-1175. 11 Tuñón Pablos Julia. Women in México. A Past Unveiled, Austin, University of Texas Press, 1999, p. 25. 12 Muriel Josefina, “La transmisión cultural en la familia criolla novohispana” en Familias novohispanas. Siglos XVI al XIX. México, El Colegio de México, 1991, pp. 109-110. 13 Testamento de Gertrudis Bravo, ciudad de Arizpe, 4 de febrero de 1805, Protocolos de Instrumentos públicos 1/1798/Fondo de Notarías/ Archivo General del Estado de Sonora. 14 Testamento abierto de Antonia Romero, ciudad de Arizpe, 4 de mayo de 1811, PIP001/1798/FN/AGES. 15 Los bienes parafernales son: “los que lleva la mujer al matrimonio fuera de la dote, y los que adquiere durante él por título lucrativo, como herencia o donación. Del griego parapherna que significa extra dote, fuera de dote”, ver Joaquín Escriche, Cárdenas Editor, Op. Cit., p. 372. 16 Testamento cerrado de María Regina Estrada, ciudad de Arizpe, 24 de agosto de 1834, PIP004/1833/FN/AGES. 17 Protocolo de instrumentos públicos 002/1815/FN/AGES. 18 Poder testamentario de Tomás Moreno, ciudad de Arizpe, 21 de agosto de 1800, PIP001/1798/FN/AGES. 19 Testamento abierto de José Francisco Pesqueira, ciudad de Arizpe, 16 de marzo de 1801, PIP001/1798/FN/AGES. 20 Ibidem 21 En el renacimiento la donación propter nupticas había recibido en la práctica

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el nombre de “arras”, término de origen arábigo, ver Margadant Guillermo F., “La familia en el derecho novohispano”, en Pilar Gonzalbo Aizpuru (Coord.), Familias Novohispanas, siglos XVI al XIX. Seminario de Historia de la Familia, México, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México, 1991, p. 43. 22 Donación esponsálica de Antonio Ferrari, ciudad de Arizpe, 28 de septiembre de 1816, PIP002/1815/FN/AGES. 23 Febrero, Josef. Febrero adicionado o librería de escribanos: Instrucción teórico práctica para principiantes. Tomo I, Madrid, Imprenta de Don Josef del Collado, 1806, p. 271. 24 Yrolo Calar Nicolás de. La política de escrituras, México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, p. XLIII. 25 Curador es: “La persona nombrada para cuidar de los bienes y negocios de que por causas de menor edad, demencia, imbecilidad, ausencia y otros, no se halla en estado de administrarlos o manejarlos por si mismo”, véase Joaquín Escriche, Cárdenas Editor, Op. Cit., P. 525. 26 Testamento abierto de Pedro Salcido, ciudad de Arizpe, mayo de 1823, PIP002/1815/FN/AGES. 27 Testamento abierto de Alejandro Romero, ciudad de Arizpe, 31 de diciembre de 1844, PIP005/1844/FN/AGES. 28 Testamento abierto de Santos Trejo, ciudad de Arizpe, 10 de febrero de 1846, PIP005/1844/FN/AGES. 29 Codicilo de Casimiro Merino, ciudad de Arizpe, 16 de mayo de 1828, PIP003/ 1824/FN/AGES. 30 Donación de Mariano Nieto, ciudad de Arizpe, 15 de septiembre de 1840, PIP004/1833/FN/AGES. 31 Testamento abierto de Teresa Corella, ciudad de Arizpe, 30 de diciembre de 1807, PIP001/1798/FN/AGES. 32 Testamento abierto de María Teresa Corella, ciudad de Arizpe, 18 de septiembre de 1820, PIP002/1815/FN/AGES. 33 Testamento abierto de José Santiago García, ciudad de Arizpe, 7 de agosto de 1825, PIP003/1824/FN/AGES. 34 Testamento abierto de Petra Morales, ciudad de Arizpe, 12 de agosto de 1852. Documento proporcionado por Ignacio Pesqueira Taylor y Silvia Pellat Molina, descendientes de la testadora. 35 En su estudio sobre la familia, Francisco Chacón dice: “existe un sustrato ideológico que define una determinada jerarquía familiar y una concepción de la autoridad a través de las prácticas de herencia”, Chacón Jiménez Francisco, “Hacia una nueva definición de la estructura social en la España del Antiguo Régimen a través de la familia y las relaciones de parentesco”, en Historia Social, No. 21, España, 1995, pp. 75-104. 36 Donde la mujer recibe tierra y los medios básicos de producción, ya sea como una dote o como parte de su herencia (aún cuando tiene hermanos), las implicaciones sociales son amplias toda vez que su propiedad es drásticamente reorganizada en cada generación. La tierra cambia de manos entre los sexos y en cada matrimonio o fallecimiento, grandes cantidades de tierra puedan llegar a estar bajo el control directo o indirecto de la mujer, véase Goody Jack, “Inheritance, propery and women: some comparative considerations” en Jack Goody, Joan Thirsk, E. P. Thompson (Edited by) Family and Inheritance. Rural Society in Western Europe, 1200-188, Cambridge, 1976, p. 10. 37 Idem, p. 1.

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BIBLIOGRAFÍA Fuentes primarias: archivos y colecciones AGES Archivo General del Estado de Sonora, Hermosillo, Sonora, México. Fondo de Notarías Fuentes Secundarias: Impresos y obras publicadas Alonso, Ana María. 1995. Thread of Blood. Colonialism. Revolution and Gender on México’s Northern Frontier. Tucson: The University of Arizona, Press. Commons, Áurea. 1993. Las Intendencias de la Nueva España. México: Universidad Nacional Autónoma de México. Coulanges, Fustel de. 1996. La Ciudad Antigua. Estudio sobre el culto, el derecho y las instituciones de Grecia y Roma. Estudio Preliminar de Daniel Moreno. México: Editorial Porrúa. Chacón Jiménez, Francisco. 1995. “Hacia una nueva definición de la estructura social en la España del Antiguo Régimen a través de la familia y las relaciones de parentesco.” Historia Social (España). Vol. 21, pp. 75104. Escriche, Joaquín. — 1996. Diccionario Razonado de legislación civil, penal, comercial y forense. Con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel, impreso en la Oficina de Galván a cargo de Mariano Arévalo, Mégico, 1837, edición y estudio introductorio de María del Refugio González. México: Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM. — Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia. Nueva edición corregida notablemente y aumentada con nuevos artículos, notas y adicciones sobre el derecho americano por don Juan B. Guim. La Mesa, B.C.: Cárdenas Editor y Distribuidor, tomo II. Febrero, Josef. 1806. Febrero adicionado o librería de escribanos: Instrucción teórico práctica para principiantes. Tomo I. Madrid: Imprenta de Don Josef del Collado. Goody, Jack, 1976 “Inheritance, property and Women: some comparative considerations” en Jack Goody, Joan Thirsk, E.P. Thompson (Edited by) Family and Inheritance, Rural Society in Western Europe, 1200-1800. Cambridge: Cambridge University Press. Jerónimo Romero, Saúl. 1996. “Del monopolio de la ciudad de México al contrabando de la costa de Sonora. Alcabalas en Arizpe 1801-1816” en Tiempo y escritura, revista electrónica de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, número 0, julio de 1996, s/p., fecha de consulta: junio 6 de 1999, http.www.azc.uam.mx/tye/indice es.html. Margadant, Guillermo F. 1991. “La familia en el derecho novohispano” en Pilar Gonzalbo Aizpuru (Coord:) Familias Novohispanas, siglos XVI al XIX.

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Seminario de Historia de la Familia. México: Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México. Muriel, Josefina. 1991. “La transmisión cultural en la familia criolla novohispana” en Familias Novohispanas. Siglos XVI al XIX. México. El Colegio de México. Tuñón Pablos, Julia. 1991. Women in Mexico. A past Unveiled.Austin: University of Texas Press. Yrolo Calar, Nicolás de. 1996. La política de escrituras. México: Instituto de Investigaciones Jurídicas. UNAM Zárate Toscano, Verónica. 1996. Los Nobles entre la muerte en México. Actitudes, ceremonias y memoria. 1750-1850. Tesis Doctoral. México: El Colegio de México.

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LA EDUCACIÓN DE LAS MUJERES ZACATECANAS DURANTE EL RÉGIMEN PORFIRISTA: GÉNERO, ALCANCES Y OPORTUNIDADES LABORALES Norma Gutiérrez Hernández

INTRODUCCIÓN

El presente trabajo es parte de una investigación más amplia cuyo

objetivo central es advertir la participación laboral del sector femenino en la ciudad de Zacatecas durante el porfiriato. El eje central en este apartado se circunscribe a un marco general sobre la educación de las niñas y jóvenes para conocer, comprender y analizar ciertas prácticas laborales a la luz de la educación superior que se brindó en la ciudad capital, específicamente en el magisterio, la profesionaliza-ción y ciertos estudios para el ramo de los servicios. LA IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN

Con el arribo del general Porfirio Díaz a la presidencia nacional hacia 1877 y durante su larga permanencia en este puesto por más de tres décadas, el país se vio envuelto en toda una serie de cambios de diferente índole en los rubros de lo político, económico, cultural, social, ideológico y educativo. El proyecto global que se tenía era que el país se enrolara en aras de la modernización, que se integrara al ritmo del desarrollo que las principales potencias económicas de la época marcaban, como Estados Unidos, Francia, España e Inglaterra. Para desarrollar tan anhelado progreso la administración central vía las secretarías, los gobiernos estatales y el grupo de ideólogos —estos últimos de vital importancia para sustentar, promover y avalar los lineamientos que el régimen quería—, desplegó una actividad inusitada hasta ese entonces en los terrenos que según él eran los prioritarios para sacar al país del tradicional estado de atraso que lo caracterizaba. El primer punto en tal empresa fue el de la educación. Coincidiendo con los liberales de décadas atrás se pensaba que solamente

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a través de ésta la nación podría salir del letargo en que se encontraba, dirimiendo los latentes problemas de la desunión, ignorancia, atraso, superstición, fanatismo, falta de espíritu emprendedor y visión progresista que albergaban en su mayoría los mexicanos decimonónicos. Además, era de suma importancia instruir a la población, educarla y capacitarla para que estuviera acorde con los requerimientos que la base empresarial demandaba, a saber, en la generación de obreros y obreras técnicas; así como empleados y empleadas en el ramo de los servicios; sin omitir por supuesto a la naciente elite profesionista que justo en este periodo alcanzó un significativo grado de consolidación y diversificación. La fuerza y el apoyo que brindó el ejecutivo a la educación —y por orden de éste también los gobernadores de todos los estados y algunos empresarios—, permitió un desarrollo tal que en los últimos años del régimen se observaron buenos resultados. Si bien es cierto que las expectativas fueron demasiado ambiciosas y por lo mismo no se cumplieron cabalmente como se había esperado, también fue evidente que el grado de adelanto que la nación tuvo en el ámbito educativo fue considerable, sobre todo si se comparaba con la situación educativa de años anteriores. En términos generales, de acuerdo con una especialista en el tema, la educación en esta época cosechó “...triunfos en calidad, no en la cantidad. En números relativos más niños fueron a la escuela, pero el índice de alfabetismo apenas aumentó. El crecimiento no se dio ahí sino en toda la pila de ideologías y debates, que transformaron y adoptaron como propia la modernidad en la educación.”1 Esta innovación en el ramo educativo se reflejó en la introducción de la pedagogía moderna, en la edificación y multiplicación de las escuelas normales, en las carreras técnicas que se ofrecieron al sector obrero y en el florecimiento que tuvo la educación superior. 2 Es necesario precisar que el desarrollo de la educación durante el porfiriato no fue uniforme, como tampoco lo fue el proceso de modernización y tecnificación en todo el país. Ahora bien, lo que no se modificó mucho fue el tipo de educación otorgada a cada sexo. Esto es, los lineamientos, objetivos y características particulares que desde la época colonial tuvo la instrucción tanto para hombres como para mujeres siguió prevaleciendo con muy pocas variantes. En este sentido, el objetivo de la educación del sector femenino —distinguido ampliamente del dirigido a los hombres—, en su afán

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de mantener el equilibrio mediante la construcción social de roles asignados a las mujeres, hizo posible que el tinte de la instrucción femenina porfirista se mantuviera “fiel a valores y prejuicios sancionados por el modelo familiar burgués, en el que la función de la mujer en cualquiera de sus fases (hija, hermana, esposa o madre) ocupaba un lugar prioritario en tanto garante indispensable e insustituible del sistema, justificándose su instrucción no por su creciente participación en la estructura económica del país, sino por su función como madre y esposa.”3 En otras palabras, se quería que las mujeres fueran instruidas para que fungieran como mejores madres y esposas, no para que se enrolaran en una esfera pública laboral. Sin embargo, este orden ideológico empeñado en el mantenimiento del ideal femenino, ante las necesidades económicas del país propiciaba una fuerte contradicción, porque “por una parte, intentaba preservar la imagen ideal y tradicional de “lo femenino” y, por la otra, se hacia cargo de la urgente necesidad de preparar a este importante sector de la población, precisamente para que en su papel de formadora de los futuros ciudadanos estuviera a la altura de los requerimientos de los nuevos tiempos y secundara con su acción los proyectos “modernos” del Estado porfirista.”4 A la luz de estas consideraciones, es oportuno analizar la educación de las mujeres zacatecanas, en términos del tipo de instrucción que recibieron y de las alternativas académicas y laborales que encontraron en la ciudad capital, todo ello en aras de obtener un marco general que de cuenta de una parte del desempeño laboral de las mujeres zacatecanas durante el período porfirista. PRINCIPALES LINEAMIENTOS

EDUCATIVOS

La educación elemental de las niñas tenía el carácter de obligatoria desde los seis hasta los doce años de edad. Los varones también gozaron de este principio, pero en ellos se prolongaba la extensión siempre y cuando no rebasaran los catorce años.5 Todo tipo de instrucción que se diera a niños y niñas, tanto en los establecimientos patrocinados por el gobierno, o bien por las escuelas privadas o asociaciones, tenía como rasgo distintivo el ser laica y uniforme, ya que siguiendo el eco nacional y avalando la postura de la administración central, el ejecutivo estatal consideró que estas condiciones unían a la población, generándoles un sentido de identidad y adhesión nacional. Vista en estos términos, la instrucción

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primaria fue dividida en dos niveles: un elemental y un superior —llamado también instrucción secundaria. El primero tenía una duración de cuatro años comprendiendo las siguientes materias: moral práctica e instrucción cívica,6 lengua nacional —incluyendo la enseñanza de la lectura y escritura—, aritmética, nociones de ciencias físicas y naturales, nociones prácticas de geometría, nociones de geografía e historia patria, dibujo, canto, gimnasia —ejercicios militares para los niños—, y labores manuales para las niñas,7 básicamente en tres rubros: bordado, tejido y corte.8 El grado superior se daba en dos años, reforzándose los conocimientos adquiridos en el primer nivel. En esta segunda etapa la educación de las niñas adquiría ciertas particularidades: adolecía de la materia de economía política, se les daban algunas nociones de gimnasia con “las modificaciones convenientes”, y se les intensificaban las labores de mano.9 De acuerdo a la ley, la instrucción elemental debía ser igual para ambos sexos. Para las mujeres también se quería que fuera positiva, completa, científica, jerárquica y enciclopédica; empero, en atención a las cualidades “intrínsecas” del sector femenino en el terreno de lo físico, intelectual y afectivo, se debería “evitar el sentido abstracto, extensión y... profundidad de los contenidos teóricos que constituyen la base de la educación masculina.”10 Únicamente en el plano de lo moral las mujeres tenían cierta superioridad respecto de los hombres, ya que se juzgaba que tenían una “inteligencia más rápida, más receptora y más sagaz que la masculina.”11 Tales concepciones —con algunos casos de excepción— permeaban el pensamiento de la población nacional en los diferentes sectores sociales que la componían y en ambos sexos, de tal forma que, en todas las entidades estas ideas tenían vigencia y eran reforzadas continuamente. La intención de preservar y enfatizar la dicotomía genérica entre hombres y mujeres encontraba diferentes medios e instituciones para dar vigor y mantenimiento a las estructuras sociales asimétricas en que se sustentaba la sociedad. En el caso de las mujeres, lo que se quería era educarlas para que desempeñaran mejor la tríada de roles socialmente construidos: madre-esposa-ama de casa; de ahí el freno en los contenidos educativos y la intensificación de las prácticas “propias de su sexo”. Sin embargo, al poner tanto el acento en el resguardo del ideal femenino a través de la educación y la socialización en el hogar, se estaba atendiendo a un fenómeno importante que, paradójicamente se dio gracias a la formación educativa de un gran número de mujeres y su

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posterior incursión a la esfera laboral —principalmente en las maestras y el reducido grupo de profesionistas-, a saber: un incipiente proceso de concientización en términos de género y de clase.12 LOS CENTROS EDUCATIVOS PARA EL SECTOR FEMENINO EN ZACATECAS Para 1910 el número de escuelas oficiales con que contaba el estado de Zacatecas era de 376.13 A éstas se sumaban las que eran dirigidas por particulares, aproximadamente unas 56; y las que estuvieron en manos del clero, cuya cantidad ascendía a 35, dando todas un total de 432 establecimientos educativos.14 Las escuelas estuvieron ubicadas en toda la región, distribuidas en los doce partidos que conformaron la entidad.15 Además de la educación elemental que patrocinó el gobierno para las niñas en los diferentes planteles de la ciudad, hubo dos Escuelas de Adultas que contribuyeron a la formación de zacatecanas, sobre todo a las pertenecientes de los sectores más humildes. Una de las mejores opciones educativas que tuvieron las niñas zacatecanas más humildes, desamparadas y/o huérfanas, fue el Asilo de Niñas, institución de beneficencia estatal dependiente del Hospicio de Niños de Guadalupe. Este plantel brindaba la instrucción primaria a las asiladas y pensionistas, y al mismo tiempo fungía como Escuela de Artes y Oficios. Existían los talleres de tejido de medias, confección de trajes, labores en blanco y bordados, fabricación de flores artificiales, confección de sombreros, telegrafía; y clases de cocina, modas, lengua española, música vocal e instrumental, economía doméstica y algunas materias de instrucción secundaria.16 Naturalmente se les educaba dentro de un patrón social de construcción genérico, inculcándoseles “faenas de cocina, lavado y planchado de ropa, cuyo aprendizaje es tan necesario...”17 Además de la instrucción primaria, que fue la que mayormente desarrolló la iniciativa privada en la ciudad, también se registraron algunas academias de inglés, contabilidad, comercio y taquigrafía, en las modalidades de clases en grupo o a domicilio.18 De igual forma, también se tiene noticia de clases particulares de carácter artístico, sobre todo de música.19 La administración estatal firmemente convencida de que “La instrucción es uno de los mayores bienes de que puede disfrutar el hombre, y la piedra angular en que tiene que afianzarse el verdadero progreso”,20 instaba a los particulares que tenían una

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mayor solvencia económica —sobre todo a los propietarios de fábricas, minas y haciendas de campo—, para que por su parte secundaran la acción del Ejecutivo y difundieran la instrucción elemental “aun en los lugares más apartados y de escasa población...” 21 Para tener una idea en términos de la cantidad de personas que concurrían a los establecimientos educativos en el estado, se hace énfasis en los siguientes datos que proporciona la ya señalada erudita en la materia. En 1907, de una probable población escolar de 92 mil 438 en la entidad, sólo existieron 30 mil 807 estudiantes, arrojando esto un porcentaje de inscripción con relación a la población escolar de un 33.33%, verdaderamente un índice muy bajo, pero que dentro del contexto nacional se ubicó dentro de los doce primeros estados con mayor porcentaje.22 Este patético panorama educativo en torno a la cantidad de niños, niñas y población adulta que podían asistir a las escuelas estuvo relacionado con la pobreza de recursos que presentaron algunas entidades y que se vio reflejado en el presupuesto que se dio a la educación; el grado de desarrollo económico en sus actividades productivas; las concepciones ideológicas que imperaron en torno a la instrucción —por considerarla una mala inversión, muy especialmente en el caso de las mujeres—; y la poca motivación que en términos de salarios y hasta de empleos encontraron los y las que siguieron una formación académica. EL MAGISTERIO: LA OPCIÓN MÁS POPULAR El apoyo que recibió la formación de maestros y maestras por parte de la administración central —y por mandato de ésta todos los estados—, estuvo sustentado en los parámetros de modernización y adelanto que se querían para el país. En tan importante empresa era necesario capacitar gente que coadyuvara en la instrucción de los miles de mexicanos analfabetas. Por consiguiente, una vez que se erigió en 1885 la primera Escuela Normal en la ciudad de México, la acción fue secundada en todas las entidades. En Zacatecas, “con el fin de dotar al estado de un profesorado competente muy pronto se establecieron...dos escuelas normales, una de ellas para mujeres (al parecer la primera a nivel nacional), y se invirtieron importantes recursos para su sostenimiento...”23 El magisterio, representaba para ellas —léase a las integrantes de los sectores medio y popular— una opción viable para continuar

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con sus estudios académicos, a la par que un modesto medio para ganarse la vida; además, era la alternativa por excelencia que promovía la administración estatal para las mujeres zacatecanas. Como prueba de lo anterior, el gobierno ordenaba a las directoras de las diferentes escuelas de niñas que le informaran sobre las educandas que hubieran concluido sus estudios y “estén aptas para pasar a la normal en el próximo año escolar, a fin de resolver lo conveniente”.24 Ahora bien, fuera de los conocimientos teóricos que les impartían a las futuras profesoras, la línea de su instrucción y que posteriormente transmitirían a las pequeñas, estaba regida por la edificación social de género asignada al sector femenino, tal como se manifiesta en las palabras de una de las directoras de la Escuela Normal y que huelga decir encontraban eco entre la mayoría de la población. En opinión de la preceptora Ma. G. Aguilar “Una escuela normal para profesoras tiene un valor muy alto... por tener la maestra que educar niñas, que más tarde serán jóvenes que formen un hogar como madres y es bien sabido lo que una ilustrada y buena madre es en el seno de la familia.”25 Con esta concepción también se trasluce la aprobación sobre la educación superior de las mujeres, naturalmente aquélla con el expreso fin de que se desempeñe mejor su rol genérico femenino. Además de las Escuelas Normales, el Instituto de Ciencias del Estado también brindó la carrera de profesora y profesor de instrucción primaria, aunque con una inscripción muy por debajo de la que se registró en los planteles magisteriales. LA INCIPIENTE

PROFESIONALIZACIÓN DE LAS ZACATECANAS

La ciudad de Zacatecas era el lugar a donde se dirigían las mujeres de la entidad que estaban interesadas en cursar una profesión, ya que sólo aquí se contaba con los pocos establecimientos que brindaban este tipo de servicios; asimismo, era también en la capital en donde se encontraba la Escuela Normal para Profesoras, motivo por lo que las expectativas académicas para el grupo de zacatecanas que siguieron una educación superior se monopolizaron en la capital. Es necesario señalar que hubo algunas excepciones sobre lo anterior, ya que un reducido número de destacadas jóvenes que desearon seguir preparándose, fueron becadas por el gobierno para que cursaran una carrera en la capital de la República. Las profesiones para mujeres no tuvieron un desarrollo importante en la capital, de tal modo que hubo muy pocas opciones

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—tanto las patrocinadas por el gobierno como las que establecieron los particulares—; además de que eran costosas —sobre todo si se pretendía estudiarla en un establecimiento de la iniciativa privada—, y tenían un rigor académico más exhaustivo. Adicionalmente, es oportuno precisar que hubo poca demanda y se careció de recursos para apoyar la educación superior; sin contar con que los estudios superiores para el grupo femenino chocaron fuertemente con el recalcitrante orden ideológico de la época que las concebía solamente dentro de la esfera doméstica y que tenía vigencia en un nutrido grupo de zacatecanos y zacatecanas —de todos los sectores sociales—, todo lo cual influyó poderosamente en el incipiente proceso de profesionalización que se registró en la entidad. La profesión por excelencia para las mujeres de Zacatecas —en términos de las que se podían cursar— fue la de profesora en obstetricia o partos. Esta carrera la ofrecía el Instituto de Ciencias del Estado y tenía una duración de dos años. Un reducido número de mujeres zacatecanas —muchas de ellas ya casadas— se involucró en este estudio, al parecer todas con muy buen desempeño académico. Dentro de los estudios profesionales para las mujeres zacatecanas existió otra opción: la carrera de farmacia. Esta se instituyó “a fin de hacer asequible a la mujer el profesorado en esta materia, tanto por abrirle una ruta más a su actividad, cuya esfera es preciso ir ensanchando gradualmente, como porque en casi todas las poblaciones del Estado se ha resentido siempre la falta de profesores de farmacia.”26 Más allá de la “buena disposición” del gobierno estatal para que las mujeres ampliaran su radio de acción en cuanto a su formación académica y posterior práctica laboral, la carrera de farmacia para mujeres fue posible debido a una necesidad social, ya que hubo una mayor demanda en este ramo en atención a la implementación del artículo 133 al Reglamento de Policía. En este se enfatizaba que: “Ninguna botica de la municipalidad será servida sino por profesor de Farmacia examinado, ni mucho menos su despacho será confiado a muchachos ni personas de poca inteligencia... La falta de cumplimiento a... este artículo, será castigada con una multa de 10 a 500 pesos...”27 Es oportuno advertir que los varones contaban con mayores oportunidades en cuanto a cursar una profesión, ya que además de que su instrucción superior tenía un amplio consenso social, también tenían más expectativas académicas. En comparación con las dos carreras que se ofrecía para las mujeres, ellos podían escoger entre las carreras de abogado, ingeniero —topógrafo y de minas—, ensayador, notario y farmacéutico; o bien, el gobierno les ofrecía

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becas para la ciudad de México en profesiones que no proporcionaba el Instituto de Ciencias, como por ejemplo en medicina. Vale la pena mencionar que salvo la carrera de ensayador, todas las demás deberían de ir precedidas por los cinco años de educación preparatoria.28 LOS EMPLEOS DE “CUELLO BLANCO” El concepto de empleos de cuello blanco es original de la historiadora Joan W. Scott. El término comprende a aquellos trabajos femeninos desarrollados en Europa que cobraron una importancia mayúscula en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, característico de las mujeres de los sectores medios. De acuerdo a la caracterización que expone Scott para la sociedad europea, estas ocupaciones femeninas se ubicaron dentro del ramo comercial y de servicios, absorbiendo la fuerza de trabajo que cumpliera con dos requisitos: juventud y soltería, todo lo cual nos habla de “una mano de obra muy homogénea, por debajo de los 25 años”.29 Los puestos de cuello blanco de acuerdo al análisis histórico que realiza Scott, cubrían todo un mosaico laboral; se destacaba así la presencia femenina en las oficinas gubernamentales, empresas, compañías de correo, teléfono y telégrafo, tiendas, almacenes, hospitales y escuelas, lo cual daba como resultado “un desplazamiento de vasto alcance de servicio doméstico (urbano y rural, de hogar, oficio y agrícola) a los empleos de cuello blanco, con lo que se abren oportunidades profesionales a las mujeres de clase media, grupo relativamente nuevo de la fuerza de trabajo.”30 Es importante destacar la apreciación que indica Joan W. Scott en los empleos de cuello blanco. Estos eran identificados como “trabajo de mujeres”, con base en discursos esencialistas sobre la concepción asimétrica de los géneros, por lo que se consideraba que “... los trabajos de oficina se suponían muy adecuados a su naturaleza sumisa, a su tolerancia y su capacidad de repetición, así como a su gusto por los detalles.”31 Con base en estas consideraciones, el concepto de Scott es oportuno para advertir las ocupaciones femeninas que se registraron en Zacatecas, precisamente dentro de la determinación que elabora sobre este tipo de acciones laborales. En este sentido, el panorama sobre los empleos de cuello blanco en la entidad tuvo un desarrollo modesto, comenzando desde el tipo y número de planteles que instruyeron al reducido grupo de mujeres con mayores recursos económicos, hasta las estrechas posi-

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bilidades laborales que encontraron una vez concluidos los estudios. Lo anterior, naturalmente vinculado con el tenue grado de modernización que definió a la entidad. Bajo este tenor, además de las carreras señaladas —magisterio, obstetricia y farmacéutica—, las otras alternativas de educación superior para las mujeres se encontraron dentro del rubro de estos empleos que especifica la citada historiadora. La formación e instrucción para estos trabajos residió en las Academias de Contabilidad y de Taquigrafía, o las Escuelas de Comercio. LAS PERSPECTIVAS LABORALES Tal como ya se señaló, la gran mayoría de las mujeres zacatecanas que siguieron una formación académica se enrolaron en las filas del magisterio, por ser esta la opción por excelencia que tuvieron dentro de sus limitados recursos económicos y las alternativas que pudo brindarles la ciudad —naturalmente hablando de las mujeres de los sectores medio y popular. Ya empleadas, las maestras se daban cuenta de que el salario que se les daba no alcanzaba a cubrir sus necesidades, ni siquiera las elementales. La noble labor que desempeñaban no estaba acorde con sus requerimientos económicos.32 En este rubro quienes llevaban la peor parte eran las maestras que salían fuera de la ciudad, ya que tenían más gastos y el salario que recibían no les alcanzaba. En relación al campo laboral de las profesionistas, específicamente de las profesoras en obstetricia o partos, lo más común fue que proporcionaran sus servicios por su propia cuenta, establecidas en sus domicilios o en los y las de quienes las requirieran. La manera en como normalmente se dieron a conocer a la población fue por medio de los “avisos profesionales”, breves textos que publicaban en la prensa local.33 De acuerdo al Censo General de Población de 1900, el número de parteras registradas para Zacatecas fue de 52.34 Esta cantidad de practicantes relativamente grande es necesario considerarla dentro de un vasto campo de acción, esto es, ubicadas en las mil 563 poblaciones de la entidad, distribuidas en las ciudades, villas, pueblos, haciendas de campo y ranchos.35 Bajo este tenor, el número de parteras resultaría insuficiente para cubrir las amplias necesidades de los habitantes zacatecanos, máxime si se considera el reducido número de médicos en el estado —aproximadamente 42 hacia 1892.36

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En torno a las especialistas en farmacéutica es muy probable que se emplearan en las boticas, tanto en la ciudad capital como en los municipios. Sin embargo, es necesario precisar que el ejercicio de éstas tuvo lugar en el ocaso del régimen porfirista, dada su incorporación tardía a estos estudios y el tiempo que requirieron para su formación. Así, no es de extrañar que el citado Censo de 1900 no registrara ningún número de farmacéuticas en la entidad, realidad que caracterizó también a la gran mayoría del territorio nacional ya que, salvo el Distrito Federal, Durango, Jalisco, San Luis Potosí y Tabasco, todos los demás estados no asentaron tampoco este tipo de profesionistas.37 Dentro del rubro de los puestos de cuello blanco, se tiene noticia de un estrecho número de empleadas públicas, encuadernadoras y telegrafistas para el año de 1900, las cantidades son de 15, 1 y 4, respectivamente.38 Este pequeño porcentaje debe observarse bajo la óptica de que la formación académica para este tipo de empleos en las diferentes instituciones que la brindaron, dató de los últimos años de la administración porfirista, de tal forma que, bien pueden catalogarse como alternativas académicas y laborales nuevas. En este sentido, para el Censo de 1910 el número de las empleadas de cuello blanco en la entidad presentó un notable aumento. Las mujeres que desempeñaron actividades laborales en el ramo de la telegrafía y la telefonía fue de 17, mientras que las que ocuparon puestos en la administración pública fueron 58.39 En relación a los puestos de telegrafía, las fuentes consultadas coinciden en que las personas encargadas de las oficinas telegráficas tanto en la capital como en los doce partidos y algunos municipios de estos, fueron jefes,40 reduciendo así las posibilidades de trabajo para las pocas telegrafistas egresadas. El siguiente testimonio ilustra esta situación: La Srita. Julia Cerrillo presentó examen de Telegrafía ante la Dirección de las líneas telegráficas del Estado, y en vista de los conocimientos que mostró en ese difícil arte, se le expidió el certificado de aptitud. El certificado servirá de bien poco a la Srita. Cerrillo si el Gobierno no se decide a seguir el ejemplo de los gobiernos de Michoacán, Veracruz y Distrito Federal, empleando a señoras en sus oficinas telegráficas. 41

Sobre las telefonistas se dispone de poca información para esta época, lo único que podemos advertir es que de los empleos de cuello blanco

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fue el que más tardíamente se incorporó en la entidad, y que muy probablemente el reducido número de telefonistas estuvo laborando en la Compañía Telefónica Zacatecana,42 ya que el proceso de instalación de las líneas telefónicas en los municipios y ciudades principales estaba en su fase inicial en el último decenio del período aludido. Finalmente, sobre este tipo de empleos es importante señalar que las jóvenes que estudiaban en las academias algunas veces no tenían tantos problemas para enrolarse en la esfera laboral, porque las mismas instituciones ofrecían bolsa de trabajo, aunque en una reducida dimensión. CONCLUSIONES En relación a las mujeres que tuvieron un desempeño laboral una vez concluida una formación académica, podemos señalar que el número de éstas fue reducido. Lo anterior estuvo relacionado con las oportunidades educativas que tuvieron algunas de ellas, ya que en muchos casos su instrucción fue vista como una “mala inversión”. Los padres no accedieron a que se siguieran preparando sus hijas porque consideraron que no tendría algún provecho, dado que pasarían a desempeñar sus roles femeninos, remitidas en la esfera doméstica. Adicionalmente, la profesionalización en la entidad y más particularmente en la ciudad capital, fue incipiente. Las mujeres que quisieron y pudieron seguir una formación académica tuvieron pocas alternativas, incluso, dentro de este estrecho margen de estudios superiores, algunos de ellos dataron de la última década del porfiriato, como la especialidad en farmacia, telegrafía y telefonía. Por si este panorama fuera poco desalentador, existieron otros dos factores que en gran medida explicaron el reducido porcentaje de mujeres en los estudios superiores y su posterior acción laboral. El primero de ellos se refiere a la restricción que sufrieron las mujeres para ocuparse en ciertos empleos, por ejemplo en el ramo de telegrafía, rubro en el que dominó el sector masculino, sin ninguna oportunidad para las mujeres, pese a que hubieran tenido una buena instrucción. El segundo se relaciona con el costo que implicaba solventar una formación académica, la línea exhaustiva que tenían los estudios y los sueldos tan bajos que recibían las que una vez terminada su carrera se enrolaban en la esfera laboral. Al respecto, son frecuentes los testimonios de las maestras que solicitaron un aumen-

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to de sueldo, o bien, que decidieron renunciar antes que permanecer en tales condiciones de subsistencia. En suma, un importante número de zacatecanas tuvo acceso a la educación superior, principalmente las pertenecientes al sector medio y popular, y de entre estas las radicadas en la ciudad capital, sin duda por las oportunidades que aquí se encontraban, ya que en el medio rural no se registró ningún establecimiento que brindara este tipo de formación académica.. Es necesario señalar que la educación de éstas estuvo enmarcada dentro del orden ideológico nacional que recalcaba la instrucción de este sector para que encarara mejor el ideal femenino, acorde con la construcción genérica ampliamente desarrollada para las mujeres, particularmente el de ser “buenas madres”. En este sentido, se permitió la instrucción de las zacatecanas, aunque con grandes proporciones asimétricas en relación con la que contaron los varones. La insistencia sobre el ideal femenino en el discurso de la época, nos habla de la decadencia que éste estaba sufriendo, del poco apego que se le tenía, o bien de infracciones y violaciones que se le infringían, seguramente el proceso de modernización por el que estaba atravesando el país influyó decisivamente en ello. Finalmente, podemos precisar que existió una marcada división sexual en el mercado de trabajo, motivo por lo que se concentró a las mujeres en ciertos puestos o empleos, naturalmente en una menor condición laboral respecto del hombre, como por ejemplo en el salario. La identificación de la acción laboral femenina en algunas ocupaciones, tuvo como consecuencia que las mujeres zacatecanas se involucraran en una mayor proporción en otras actividades “acordes o adecuadas” a su construcción genérica.

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Notas 1

Mílada, Bazant. 1993. Historia de la educación durante el porfiriato. México: El Colegio de México. p. 15. 2 Idem. 3 Ma. de Lourdes Alvarado. 1992. “La educación femenina bajo el prisma positivista”, en Patricia Galeana, comp., La condición de la mujer mexicana, T. I, Memoria del II Seminario Nacional de la Federación Mexicana de Universitarias. México: UNAM-Gobierno del Estado de Puebla. pp. 100 y 101. 4 Idem. 5 Archivo Histórico del Municipio de Zacatecas (en adelante AHMZ), Colección de Impresos Núm. 66, Ley orgánica de Instrucción Primaria. Programas de enseñanza y reglamento de dicha ley, para los establecimientos primarios del estado, Zacatecas, Imprenta del Hospicio de Niños, 1891, p. 3 6 El objetivo primordial de esta materia —contemplada en todos los planes de estudio de educación primaria en el país— era fomentar en niños y niñas “un espíritu recto y digno, tomando por temas el honor, la veracidad, la sinceridad, la dignidad personal, el respeto a sí mismo, la modestia, el conocimiento de los propios defectos, el orgullo, la vanidad, etc.;”, en Mílada Bazant, op. cit., p. 61. Todo ello para combatir la pereza, la cólera, la pasividad, las supersticiones populares, y crear así generaciones de mexicanos y mexicanas con una visión progresista, fieles seguidores del orden y el altruismo. Como fiel reflejo de estas ideas V. Archivo Histórico del Municipio de Zacatecas, (en adelante AHMZ), Colección de Impresos Núm. 24, G. Tiberghien, Código moral y tratado de urbanidad. Para uso de las Escuelas del Estado, Zacatecas, Imp. y Lit. de N. Espinosa, 1890. 7 Ibid., Colección de Impresos Núm. 66, op. cit., p. 4. 8 Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (en adelante AHEZ), Fondo: Ayuntamiento, Serie: Crónica Municipal, Caja Núm. 2, Cronología: 1890-1900, Exp. s/n., Crónica Municipal, T. XIII, Núm. 39, Zacatecas, 24 de septiembre de 1891, p. 3. 9 AHEZ, Colección de Impresos Núm. 66, op. cit., p. 5. Entre las costuras más representativas que se elaboraban en un establecimiento escolar se mencionan las toallas, calzoncillos, fondos, manteles, camisas de niña y de señora, chambras, fondos de niñas, fundas, camisas de niño, baberos y cojines bordados para cama. V. AHEZ, Fondo:Jefatura Política, Serie: Instrucción Pública, Subserie: Generalidades, Caja Núm. 7, Cronología: 1885-1886, Exp. s/n., Zacatecas, 6 de septiembre de 1886. 10 Ma. de Lourdes Alvarado, op. cit., p. 103. 11 Idem. 12 V. Raquel Barceló, “Hegemonía y conflicto en la ideología porfiriana sobre el papel de la mujer y la familia, en Soledad González Montes y Julia Tuñón, comps., Familias y mujeres en México, México, El Colegio de México, 1997, p. 100 y ss. 13 De estas, 125 eran urbanas, y las restantes 251 eran rurales. V. Anexos 1, Número de escuelas urbanas y rurales en el país (1910), en Mílada Bazant, op. cit., p. 91. No debemos olvidar que durante el porfiriato hubo una abrumadora mayoría de población rural en todo el territorio nacional. En nuestra entidad los habitantes rurales ocuparon hacia 1910 un 76.38%, muy por encima del 23.62% de los urbanos. En Moisés González Navarro, Estadísticas sociales del porfiriato, 1877-1910, México, Sría. de Economía, 1956. Cit. Ibid., p. 94. 14 V. Anexos, 2. Escuelas oficiales, particulares y del clero (1910), Ibid., p. 92. Cantidad en la que quedaron contempladas las escuelas urbanas, rurales, mixtas

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—para ambos sexos—, nocturnas, para adultos y para adultas. 15 Para una mayor ilustración sobre la división territorial de Zacatecas durante este período, advirtiendo los municipios que tenía cada partido, así como la cantidad de ciudades, villas, pueblos, haciendas de campo y ranchos, V. AHEZ, Colección “Arturo Romo Gutiérrez” (en adelante CARG), Noticia estadística de Zacatecas, formada por el Sr. Elías Amador, Jefe de la Sección del ramo en la Sría. del Gobierno del Estado , Zacatecas, Tip. de la Escuela de Artes y Oficios, 1982, p. 31. 16 AHEZ, CARG, Genaro G. García, gobernador, Memoria sobre la administración pública del estado de Zacatecas, presentada al Congreso del mismo estado por el Gobierno Constitucional, correspondiente al tiempo transcurrido de 1900-1904, México, Tip. de los sucesores de Fco. Díaz de León, 1905, p. 39. 17 Idem. 18 V. AHMZ, Sección Hemerográfica, Libro Núm. 3, Correo de Zacatecas. Periódico de información política y social, Año IV, Núm. 204, Zacatecas, 13 de mayo de 1906, p. 3; Ibid., Año VI, Núm. 269, Zacatecas, 11 de agosto de 1907, p. 2; Ibid., Año VIII, Núm. 400, Zacatecas, 13 de febrero de 1910, p. 3. Para tener una idea de lo que costaba este tipo de educación se remite la siguiente información. Un curso elemental práctico de inglés con duración de seis semanas —con una clase diaria excepto los domingos—, tenía el precio de ocho pesos por alumno —con algunas opciones de pago que a veces estipulaban los particulares—. V. Ibid., Fondo: Jefatura Política, Serie: Impresos, Caja Núm. 2, Cronología: 1900-1903, Exp. s/n, Zacatecas, Junio de 1902. 19 AHEZ, Fondo: Ayuntamiento, Serie: Crónica Municipal, Caja Núm. 1, Cronología: 1883-1890, Exp. s/n., Crónica Municipal..., T. IX, Núm. 38, Zacatecas, 27 de octubre de 1887, p. 3. V. también AHMZ, Sección Hemerográfica, Libro 3, Correo de Zacatecas, Año VI, Núm. 279, Zacatecas, 20 de octubre de 1907, p. 3. La prensa local vía los avisos clasificados fue la encargada de difundir los intereses particulares de quienes brindaban sus servicios como maestros y maestras en diferentes áreas artísticas. 20 AHEZ, CARG, Genaro G. García, op. cit., p. 27. 21 AHMZ, Fondo: Jefatura Política, Serie: Instrucción Pública, Subserie: Generalidades, Caja Núm. 2, Cronología: 1902-1905, Exp. s/n., Zacatecas, 26 de mayo de 1904. 22 V. Anexos, 3. Población e inscripción escolares (1907), en Mílada Bazant, op. cit., p. 93. Valga la pena señalar que la población de Zacatecas hacia 1900 era de 462 mil 190 habitantes, de los cuales 228 mil 691 eran hombres y 233 mil 499 mujeres. En Biblioteca de El Colegio de México, Colección Especial, Resumen General del Censo de la República Mexicana, verificado el 28 de octubre de 1900, Dirección General de Estadística a cargo del Dr. Antonio Peñafiel, México, Imprenta y Fototipia de la Sria. de Fomento, 1905, p. 1. 23 Luis Jáuregui y Sandra Kuntz Ficker, “Entre el pasado y el presente: 18671940”, en La fragua de una leyenda. Historia mínima de Zacatecas, México, Limusa, 1995, p. 162. El plantel se fundó en 1878 y durante algunos años estuvo funcionando en un reducido local. Tiempo después —1896—, debido a la demanda que tuvo, fue necesario rentar un lugar más grande, y se pasó a la Av. Juárez —hoy Escuela Primaria “Valentín Gómez Farías”—, hasta que en 1904 bajo la administración del gobernador Eduardo G. Pankhurst se compró el edificio. En AHEZ, CARG, Salvador Vidal, Ciudad de Zacatecas. Estudio histórico, Zacatecas, Imprenta Flores, 1951, p. 22. 24 AHEZ, Fondo: Jefatura Política, Serie: Instrucción Pública, Subserie: Generalidades, Caja Núm. 6, Cronología: 1879-1884, Exps. s/n, 2, 13 de septiembre, 4, y 5 de octubre de 1879, y 28 de octubre de 1881.

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AHEZ, CARG, Genaro G. García, gobernador, op. cit., p. 214. AHEZ, CARG, Genaro G. García, gobernador, op. cit., p. 31. 27 AHMZ, Fondo: Jefatura Política, Sección: Correspondencia General, Caja Núm. 2, op. cit., Exp. s/n., Zacatecas 23 de febrero de 1901. Para este año existían en la capital 9 boticas, distribuidas en las calles principales de la ciudad. Idem. 28 Sobre los planes de estudio de la instrucción preparatoria, así como la regulación de ésta en el Instituto de Ciencias V. Ley de Instrucción Preparatoria y Profesional, Zacatecas, Talleres del Hospicio de Niños en Guadalupe, 1909, pp. 15 y 16, en AHEZ, Fondo: Ayuntamiento, Serie: Enseñanza, Caja Núm. 5, op. cit., Exp. s/n. 29 Joan W. Scott, “La mujer trabajadora en el siglo XIX”, en Genevière Fraisse y Michelle Perrot, Historia de las mujeres en Occidente, T. 4, El siglo XIX, España, Taurus, 1993, p. 413. 30 Idem. 31 Ibid., p. 422. 32 En términos generales, una subayudante ganaba 20 pesos mensuales V. AHEZ, Fondo: Jefatura Política, Serie: Instrucción Pública, Subserie: Generalidades, Caja Núm. 5, op. cit.,, Exp. s/n., Zacatecas, 26 de octubre de 1877; mientras que una profesora 25 o un poco más, sobre todo si eran directoras o daban clases en la Escuela Normal. 33 Algunos ejemplos en AHMZ, Sección Hemerográfica, Libro 3, Correo de Zacatecas, op. cit., Año IV, Núm. 204, Zacatecas, 13 de mayo de 1906, p. 3; AHEZ, Colecciones, El Pregonero. De la muy noble y leal ciudad de Nuestra Sra. de los Zacatecas. Órgano Informativo del Archivo Histórico del Estado, Núm. 6, Zacatecas abril de 1992, p. 7.; BMM, Sección Hemerográfica, Caja Núm. 1, El eco de la opinión. Periódico semanal de política y variedades, Año 1, Núm. 5, Zacatecas, Zac., 2 de Agosto de 1895, p. 4. 34 Cuadro III Profesiones, Cit. en Ma. de la Luz Parcero, Condiciones de la mujer en México durante el siglo XIX, México, INAH, Col. Científica Núm. 264, 1992, p. 73. 35 V. AHEZ, CARG, Noticia estadística de Zacatecas..., op. cit., p. 30 y ss. 36 Ibid.,p. 47. 37 V. Cuadro III Profesiones, Cit. en Ma. de la Luz Parcero, op. cit., p. 73. El número de farmacéuticos en Zacatecas para 1892 fue de 16, cantidad muy reducida para cubrir los requerimientos de la población y que en buena medida motivó la aprobación de la incursión del sector femenino. V.AHEZ, CARG, Noticia estadística..., op. cit., p. 47. 38 Ma. de la Luz Parcero, op. cit., pp. 75, 78 y 82. 39 Ibid., p. 87. 40 V. AHMZ, Fondo: Jefatura Política, Serie: Telegramas, Subserie: Telégrafos, Caja Núm. 1, Cronología: 1896-1902, Exp. s/n., Zacatecas, 2 de septiembre de 1900; Ibid., Sección Hemerográfica, Libro 3, La Rosa del Tepeyac.., op. cit., Año XX, Época III, T. 3, Núm. 385, Zacatecas, 20 de febrero de 1897. Aproximadamente había 30 oficinas telegráficas en la entidad hacia 1904. 41 Biblioteca «Mauricio Magdaleno», Sección Hemerográfica, Caja Núm. 4, El Constitucional. Órgano de la Liga Liberal “Benito Juárez”, Año I, Núm. 13, Zacatecas, 4 de enero de 1896, p. 3. 42 La ausencia de mayores datos nos impide detallar más ampliamente esta alternativa laboral, ya que no se sabe en dónde se capacitaba a las que ocupaban estos puestos, qué tanta demanda había y cuáles eran sus salarios y condiciones de trabajo. Desafortunadamente sólo se encontró un documento al respecto con poca información. V. AHMZ, FJP, Serie: Correspondencia General, Caja Núm. 1, Cronología: 1826-1900, Exp. s/n., Zacatecas, 29 de junio de 1900. 26

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LA ESCUELA NORMAL PARA PROFESORAS EN EL ESTADO DE MÉXICO. UN ESPACIO PARA LA FORMACIÓN DE LAS MUJERES, 1891-1910 María del Carmen Gutiérrez Garduño

El presente trabajo pretende enmarcarse dentro de una historia

de la educación de las mujeres que no se limita a tener únicamente en cuenta los aspectos institucionales del proceso educativo, sino que se ocupa también de explicar las prácticas sociales, políticas y culturales que tienen mucho que ver con los ideales y la reproducción de las prácticas opresivas, conciente e inconcientemente aceptadas y ampliadas en torno a la educación femenina. Ello nos permite exhibir la manera en cómo se ha ido dando, lenta e inexorablemente la inserción de las mujeres a los estudios profesionales. LA INSTRUCCIÓN PRIMARIA PÚBLICA ESTADO DE MÉXICO

PARA LAS NIÑAS EN EL

Para conocer la realidad educativa en el año de 1867 en la ciudad de Toluca se contaba con seis escuelas primarias para niños, una escuela para la instrucción de las niñas ubicada en el Hospicio de niñas pobres y cuatro escuelas particulares que se sostenían con grandes esfuerzos y albergaban a un número muy reducido de alumnas, principalmente a niñas de funcionarios o familia ricas. Como una medida alternativa, la entidad el 4 de febrero de 1868 decretó la ley que estableció: Las municipalidades de cada unos de los Distritos sostendrán una escuela de niños y otra de niñas en cada uno de los pueblos que lo forman que tenga al menos 500 habitantes, y se aumentara una de cada sexo por cada 2000 habitantes. Los ayuntamientos insistirán en la filantropía de los hacendados de su municipalidad a fin de que establezcan a sus expensas en cada una de las fincas rústicas de su propiedad, una escuela de primeras letras para lo cual podrán los ayuntamientos, si sus fondos lo permiten,

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auxiliarlos con las cantidades que creyeren absolutamente necesarias [La ley, 4 de febrero de 1868, p. 2].

La obligatoriedad fue un aspecto que cobró énfasis en la entidad al intentar brindar educación a todos los sectores, principalmente a los rurales y marginales que fueron los espacios que se trataron de atender. Pero, pese a los esfuerzos, la lejanía de las escuelas o la inexistencia de ellas provocaron que la intensión quedar sólo como anhelo para la educación de las niñas, no obstante la instrucción de los niños tuvo mejor éxito. Pese a ello, las iniciativas fueron una parte importante, pues con ellas se empezaron a construir las bases del ordenamiento y encauzamiento de las políticas educativas para el asentamiento de las bases de organización de la instrucción elemental en la entidad. La visión de Baranda sobre la educación permitió que la escuela primaria fuera la …solución de los grandes problemas que afectaban al país en el orden político, social y económico. Así, la instrucción es un poderoso elemento de unidad nacional en el que el progreso humano no puede explicarse sino aceptando la necesidad de vulgarizar los conocimientos, [para lo cual] hay que vestir la ciencia con la blusa del obrero para regenerar el taller; hay que vestirla con el inocente traje de niño para deslizarla en la escuela primaria. [Y no olvidaba la importancia de la instrucción para la independencia nacional al señalar que] ...un pueblo ignorante es más fácil de dominar que un pueblo ilustrado [Martínez, 1996: 523].

La preocupación por reorganizar la instrucción elemental fue una de las principales inquietudes del Gobernador de la entidad, el Lic. José Zubieta, quien estableció en 1881 la Junta de Instrucción Pública Primaria del Estado de México. La junta se encargó de determinar el reglamento para la instrucción pública primaria en la entidad. Con ello se orientaron importantes disposiciones para la instrucción primaria, entre ellas, el carácter laico de la educación impartida por el estado. Sobre la educación de las niñas, Zubieta expresó: …tratando de corregir los defectos de que en todo tiempo ha adolecido la educación de la mujer, procura con empeño elevarla a la misma categoría del hombre; al comprender que cuanto se

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haga en este sentido será incompleto, si no se comienza por educarse a la mujer, esa primera maestra que la naturaleza impone al hombre. Por ello, las niñas deben recibir una amplia y sólida instrucción, adecuada a su sexo, es decir, sin que redunde en esa hinchada erudición que más bien es perjudicial para la mujer, volviéndola pedante y marisabidilla; y donde con la instrucción recibe lecciones de moral, basada en un criterio recto e imparcial. Con el planteamiento de sistema tan conforme con las ideas modernas y con nuestras instituciones [La Ley, 4 de octubre de 1898, tomo XVII, No. 119, p.1].

Pese a reconocer la necesidad de instruir a las niñas, el gobernador Zubieta marcó un currículo diferenciado entre la educación ofrecida a los niños y a las niñas, ello se plasmó al incluir en los planes de estudios de escuelas primarias para niñas las clases de bordado y tejido. El interés de Zubieta, por la educación femenina se vio fortalecida con la construcción de escuelas para niñas. Con ello nacieron tres escuelas primarias para niñas en la ciudad de Toluca, llamadas “Luisa Maldonado”, “Leona Vicario” y “Josefa Ortiz de Domínguez”. La escuela “Luisa Maldonado” fue establecida el 15 de agosto de 1881 con los bienes donados por la Sra. Luisa Maldonado, quien al morir legó al gobierno de la entidad sus ahorros para el fomento de la instrucción. La junta de Junta de instrucción pública del Estado de México se encargó de buscar a la directora de la escuela; así, la dirección del plantel fue encargada a la Srita. Concepción García, quien tras una serie de exámenes realizados se determinó como la más apta para tan loable función. El establecimiento admitió a 115 alumnas, las cuales fueron las primeras en inscribirse a la institución, pero meses después la demanda fue mayor. En la ceremonia de inauguración, el Sr. Alfonso Mejía enunció un discurso donde exaltó la importancia de la labor de la entidad, al enunciar: Los crímenes, las malas acciones, viene de la ignorancia, de la falta de instrucción, porque si la inteligencia, no se cultiva, las ideas, quedan como un diamante en bruto, ocultando sus vívidos destellos por falta de lapidario, como la pobre florecilla que al nacer se muere y se marchita al ardoroso rayo de un sol abrasador por falta de un jardinero que la cultive. Por ello, la ciudad de Toluca cuenta desde hoy en su seno con un diamante más. Sus destellos al iluminar las tiernas inteligencias de los pequeños ni-

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ños, nos auguran un provenir de luz [La Ley, 19 de agosto de 1881, Tomo X, No. 99, p.3].

También era costumbre que en las inauguraciones escolares o ceremonias cívicas, se ofreciera una poesía en honor del acto que se celebraba; en esta ocasión fue ofrecida por el Lic. Agustín González, que en sus líneas finales enunciaba: Que haya escuelas, clamaban las montañas. Que haya escuelas, repetía el cielo, que se difunda ese acento en las cabañas. Que haya escuelas, murmura el arroyuelo. Que haya escuelas, resuenan en la espesura, y a tan mágica voz, con la ternura que produce en el alma una creencia, mire el Orbe que a México no espanta la grandeza del bien, y que adelanta con un Mundo de luz en la conciencia. [La Ley, 19 de agosto de 1881, Tomo X, No. 99, p.3].

Sin lugar a dudas los textos anteriores reconocen la necesidad de fundar instituciones educativas en la entidad para formar a las niñas que necesitaba la nación del siglo XIX. Un par de meses después se estableció la escuela “Leona Vicario”, segunda institución para niñas en la municipalidad de Toluca. El establecimiento fue inaugurado de manera conjunta con la escuela “Urbano Fonseca”, plantel destinado a la educación de los niños. Ambos planteles nacen en las fiestas conmemorativas del aniversario de la Independencia Nacional. El día de 17 de Septiembre de 1881 a las 3 de la tarde, el Gobernador del Estado Lic. José Zubieta acompañado de una comitiva de palacio da por inauguradas los establecimientos de instrucción primaria para niñas y para niños. La escuela de niñas se situó en la calle del Valle No. 7 [La Ley, 14 de septiembre de 1881, Tomo X, No. 110, p.2].

La institución estuvo a cargo de la Srita Trinidad García, sucediéndola en su cargo la Srita. Julia García. El número de alumnas inscritas fue de 182. La escuela contó con dos ayudantes que auxilian a la directora en la institución.

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El primero de abril de 1882 se inauguró la escuela “Josefa Ortiz de Domínguez”. La primera directora del plantel fue la Srita. Flavia Méndez a quien sucedió en su cargo la Srita. Beatriz Islas. La institución contó con dos ayudantes para la atención de las 190 alumnas inscritas. Las tres escuelas públicas destinadas para la educación de las niñas funcionaron en locales alquilados por el Gobierno del Estado a diferentes personas, por lo que los espacios fueron acondicionados como aulas, en donde la mayor parte de los meses del año eran húmedos y con poca luz natural. Con el fin de organizar la instrucción primaria, el Gobernador del Estado Lic. José Zubieta expide en 1887 el reglamento provisional para los exámenes de las escuelas públicas. Según el reglamento, las escuelas para niñas las clasificó en primera, segunda y tercera clase. La clasificación de las escuelas determinó que las escuelas de primera clase fueran establecidas en las cabeceras distritales, las instituciones de segunda clase para los municipios integrantes del Distrito, mientras, que las escuelas de tercera clase fueron reservadas para las zonas rurales o rancherías. Con la categorización también se determinó un currículo diferenciado que consideraba diferentes niveles de profundidad en el conocimiento. PROGRAMAS DE INSTRUCCIÓN PARA LAS ESCUELAS PRIMARIAS DEL ESTADO DE MÉXICO EN 1887 La clasificación buscó responder no sólo a las necesidades de las comunidades, sino también a una racionalización de los contenidos, buscando con ello, atender a las características de las clases sociales existentes en la entidad. Sin embargo, con ello, se reflejó un proceso de inclusión, exclusión y segmentación para las niñas. La inclusión se entiende como el nivel de acceso brindado a una población, en este caso a las niñas, las cuales en números determinaron generalmente una cantidad menor de escuelas en relación a las oportunidades establecidas para los niños. Por otra parte, la exclusión fue determinada por la falta de instituciones, principalmente en las comunidades rurales o indígenas donde la posibilidad de escuelas para niñas era poco atendida e incluso, poco solicitadas por los padres de familia. Mientras tanto, la segmentación determinó el nivel de profundidad abordado por los contenidos escolares en un mismo grado escolar, es decir una segmentación horizontal que propone objetivos y contenidos diferenciados entre las escuelas de primera, segunda y tercera clase.

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Para 1888, el periódico La Ley publicó en una de sus páginas, …en la capital del Estado existen 5 establecimientos para la instrucción de las niñas, dirigidas por personas bastante ilustradas, y de una moralidad que se requiere en quienes tiene la noble misión de dirigir y guiar a la mujer. Con tales elementos, la instrucción de la mujer en el Estado, no solamente ha adquirido un notable desarrollo, pues establecimientos análogos a los de la capital existen en todos los distritos, los cuales han alcanzado tal prestigio, tal crédito, que a cada una de las escuelas ya establecidas concurren anualmente un crecido número de alumnas [La Ley, 4 de octubre de 1888, Tomo XVII, No. 119, p. 1].

En el mismo artículo se enunció la posibilidad de creación de la Escuela Normal para Profesoras, como un proyecto a desarrollar a corto plazo. Sin embargo la iniciativa no cristalizó y fue el gobernador José Vicente Villada quien retomó más tarde la propuesta. El Gobernador del Estado José Zubieta dio un impulso muy importante en materia educativa a la entidad, sobre todo en lo que a la educación de las mujeres se refiere, pues tuvo el mérito de ocuparse de la educación de las niñas, al crear escuelas primarias para ellas. Pues las pocas mujeres que lograron acceder a una instrucción primaria no tenían la oportunidad de continuar una carrera profesional, dada la inexistencia de la misma en la entidad y las pocas mujeres que pudieron continuaron algún estudio más allá de la escuela primaria, fueron las hijas de familias ricas o empleados gubernamentales quienes tuvieron la oportunidad de contratar a un maestro particular o bien enviar a sus hijas a la capital del país o en el extranjero. Generalmente los estudios iban encaminados al aprendizaje de algún instrumento musical, la pintura o la poesía. Mientras tanto para la clase media, el ingreso a la escuela primaria fue una oportunidad para acceder al magisterio, principalmente como maestras del nivel primaria. Varias fueron las niñas que tras cursar un par de años en las escuelas primarias de la capital o en el mejor de los casos concluir su instrucción primaria solicitaban a la Junta de instrucción pública primaria trabajo como maestras en las diferentes escuelas primarias para niñas que se fueron estableciendo en los poblados próximos a la ciudad de Toluca. La contratación se realizaba con la examinación de las jóvenes, quienes demostraban sus habilidades en la lectura, escritura y las cuatro operaciones

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Programas de Instrucción para las Escuelas Primarias del Estado de México en 1887 Ramo

Primera clase

Segunda Clase

Tercera Clase

Idioma

Lectura explicada, escritura ortográfica, gramática castellana desde la terminación de la analogía, hasta concluir el texto

Escritura caligráfica, y la primera parte de la gramática castellana.

Lectura, escritura, rudimentos de gramática castellana

Cálculo

Aritmética: desde los números denominados en adelante. Elementos de geometría, nociones de sistema métrico decimal.

Aritmética: las operaciones fundamentales con números enteros y fracciones comunes y decimales. Principios de geometría plana.

Aritmética: las operaciones fundamentales con los números enteros

Historia y Geografía

Historia de México: desde la consumación de la conquista en adelante. Geografía nacional: descripción especial de los estados de la república. Elementos de cosmografía.

Historia de México: desde los primeros sucesos hasta la consumación de la conquista. Geografía nacional: nociones generales. Principios de cosmografía.

Nociones generales de geografía e historia de México

Curso de deberes

Moral, urbanidad, constitución general y particular del Estado. Higiene. Dichas materias en la mayor extensión posible.

Las mismas materias de la sección primera con menor extensión.

Nociones de moral, urbanidad e higiene

Labores femeninas

Tejidos y bordados Costuras en blanco Principios de de diferentes clases y corte de ropa costura y corte de y cortes de interior. ropa interior. vestidos.

Fuente: “Programas de Instrucción primara de primera, segunda y tercera clase”, en: Colección de Leyes y Decretos. Del 2 de marzo de 1887 al 2 de marzo de 1889, Tomo XX, p. 51 -53.

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básicas. Tras resultar aprobadas se nombraban para alguna institución primaria del municipio o la entidad. ALGUNAS OPINIONES EN TORNO A LA SUPERACIÓN DE LAS MUJERES El problema de abrir espacios para los estudios profesionales de las mujeres fue muy comentado durante el siglo XIX, tanto por liberales como por conservadores. Los primeros estaban a favor de que las mujeres se instruyeran dentro de las aulas, en un arte u oficio. Los segundos, enunciaban que el fomentar la educación de las mujeres sólo traería actitudes de rebeldía en su comportamiento. Pues algunos colegios, sólo contribuyen a fomentar la vanidad de la mujer, proporcionándole ideas que más tarde la llevaran a creerse sabia. Porque habla más o menos bien el inglés o el francés, toca medianamente algún instrumento, dirigen el lápiz sobre el papel satín, tiene algunas nociones de historia y geografía y saben de memoria algunas fórmulas sociales, y creyéndose con esto rica de sabiduría y dando por terminada su educación, se conceptúa indecorosa de su ilustración el confeccionar sus trajes y vestidos con sencillez y se ocupa únicamente de mil bagatelas y frivolidades [Violetas del Anáhuac, 22 de enero de 1888, Tomo I, No. 9, p.104].

El texto destacó lo que las escuelas particulares habían desarrollado como educación, el dotarlas de un barniz cultural y exaltar sus habilidades artísticas al privilegiar lo que se ha denominado como la educación del adorno. Por otra parte, el sentir del pensamiento conservador considera la posibilidad de la competencia entre hombres y mujeres en las actividades laborales, ante el descuido de las actividades del hogar y de la familia. Estas y otras razones fueron expresadas en torno a la posibilidad del ingreso de las mujeres a los espacios educativos. Sin embargo en el trasfondo se demuestra una parte de egoísmo al considerar que las profesiones y el trabajo estaba destinado únicamente para el sexo fuerte, el hombre. En contraste, el pensamiento de los liberales reconoció la necesidad de instrucción de las mujeres en un arte u oficio que fuera acorde a las condiciones físicas e intelectuales de las féminas. Así, profesiones como la medicina y la jurisprudencia estaban negadas para ellas, pues demandaban de un gran esfuerzo intelectual que las mujeres no podían hacer debido a lo reducido de su cerebro y quienes

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lo intentaban estaban expuestas a sufrir trastornos mentales e incluso la locura; por tanto, fueron consideradas como carreras destinada para el sexo masculino. Ello llevó a los intelectuales a identificar profesiones idóneas para las mujeres. Así se establecieron las carreras de profesorado, parteras y telegrafía como actividades propicias para ellas. Sin embargo, la historia nos revela que el trabajo en la instrucción ha sido desempeñado por las mujeres desde épocas muy remotas y que ésta no es una actividad propia del siglo XIX, su papel se ha desarrollado en diferentes periodos, algunos con mayor éxito que otros, en donde la participación de las mujeres dentro de la enseñanza siempre ha estado presente, de manera especial las solteras y la viudas, quienes tras comprobar sus conocimientos ante alguna autoridad educativa, ya fuera por medio de la presentación de un documento que indicara el saber leer, escribir, contar y de “notoria buena conducta”, o en el mejor de los casos, el someterse a un examen que avaló los conocimientos necesarios para la instrucción primaria. Con ello, se les permitió el ejercicio de la enseñanza. Era común que las mujeres abrieran su propia escuela dentro de su hogar. Esto hacía posible una mayor existencia de colegios particulares para la instrucción de las niñas. Los colegios privilegiaron el aprendizaje de la pintura, la música, los idiomas, la poesía, y las labores femeniles más que los contenidos educativos. La continuidad de un establecimiento privado estuvo determinada la mayoría de las veces por la matrícula de alumnas o bien por la disponibilidad de los maestros o de los locales donde se laboraba [Gutiérrez, 2003: 197–218]. Con la posibilidad de crear instituciones formadoras de profesoras se estableció una línea divisoria entre el saber culto y los conocimientos vulgares, legitimando los primeros a través de un sistema educativo frente a otras formas de socialización cultural. Esto significó para los saberes femeninos y su forma de transmisión y socialización, la marginación. LA FORMACIÓN PROFESIONAL DE LAS MUJERES EN EL ESTADO DE MÉXICO Establecer una Escuela Normal para mujeres había sido una preocupación y una necesidad ya lejana, varias eran las razones para que las mujeres fueran maestras. Socialmente había una gran aceptación porque era sobreentendido que ciertos rasgos de su carácter, como el amor, la bondad y la paciencia, las capacitaban mejor que al hombre para desempeñarse en el magisterio. Otro factor no menos im-

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portante fue el económico, ya que la mujer podía conformarse con un sueldo bajo: “una profesora formada en la Normal salía más barata puesto que servía mayor número de años en el profesorado. Por otra parte, era una carrera corta: duraba cuatro años, y sólo se requería la primaria para ingresar” [Bazant, 1993: 133]. Otro motivo, y quizás el más importante, fue la necesidad de profesionalizar al magisterio y de esta forma elevar el nivel académico de los preceptores en general. La Escuela Normal para Profesoras y de Artes y Oficios en el Estado de México fue creada en el año de 1891, con la fusión de las escuelas primarias del Asilo de Niñas y la escuela “José Vicente Villada”, creada pocos años atrás para la educación de las niñas. La incorporación de las dos escuelas primarias permitió a la Escuela Normal contar con diferentes niveles educativos, que iban desde la instrucción primaria y las secciones profesional y de Artes y Oficios. El decreto que estableció la escuela determinó:“La Escuela denominada Normal para Profesoras y de Artes y Oficios se destinará a la enseñanza de la carrera pedagógica y a las demás profesiones, artes y oficios que designe el Estado, entre las que se puedan desempeñar las mujeres” [AHMT, Ley Orgánica de la Escuela profesional de Artes y Oficios para Señoritas, Colección de Leyes y Decretos del Décimo Congreso Constitucional del 2 de marzo de 1899 al 2 de marzo de 1901, Tomo XXVI, p. 218]. Con ello se determinó que la formación profesional en el magisterio era una tarea principal para la institución. Junto con ello, se abre la posibilidad de integrar otras opciones de formación profesional o de un arte u oficio acordes a las condiciones femeninas. Por tanto, en la sección profesional estaban las carreras de profesora de primera, segunda y tercera clase; telegrafista, comercio y farmacia. Mientras tanto, en la sección de Artes y Oficios se ofrecieron diferentes cursos y talleres que estaban determinados por la demanda de las asistentes, los más solicitados fueron filigrana, fotografía, flores artificiales, corte y confección, costura en máquina, encaje inglés, encuadernación, entre otros. Con ello, se abrió la posibilidad de preparar a las mujeres en carreras propias de su sexo a fin de ganarse la vida honradamente. La Escuela Normal comenzó a laborar en el claustro del Templo del Carmen. Según lo estipulado en la Ley Orgánica de la Escuela profesional de Artes y Oficios para Señoritas, se establecieron tres posibilidades de formación de profesoras. Las profesoras de primera clase cursaron sus estudios en un lapso de cinco años y al concluir sus estudios

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estaban destinadas a laborar en las escuelas urbanas del Estado. Las de segunda clase realizaron sus estudios en un lapso de cuatro años, destinadas para laborar en escuelas primarias rurales; finalmente, las profesoras de tercera clase tuvieron un plan de estudios de tres años, a ellas también se les conoció como profesoras rudimentarias y fueron empleadas en las rancherías. El tipo de preparación entre las diferentes clases de preceptoras implicó no sólo una diferenciación entre la cantidad y calidad de la enseñanza, sino también una forma de ahorrar tiempo en la formación. SOBRE LAS ALUMNAS DE LA ESCUELA NORMAL Para asegurar el ingreso de alumnas a la institución, el gobierno del Estado determinó dos tipos de alumnas, las internas y las externas. Las internas se clasificaron en gracia, media gracia y pensionistas. Las alumnas de gracia y media gracia podían ser alumnas sostenidas por los fondos del gobierno del Estado o bien por cada uno de los Distritos de la entidad. Para ser alumna de gracia o de media gracia, se solicitaron los siguientes requisitos: Ser alumna de notoria pobreza, debiendo acreditar la primera de estas circunstancias con documento legal, y la segunda con el de dos personas de reconocida honorabilidad. Ser de intachable conducta, que comprobarán con un certificado suscrito por las mismas personas a que se refiere la parte final de la fracción anterior, o por otras dos en idénticas condiciones. Comprobar por medio de certificado, procedente de las escuelas oficiales, a que la solicitante hubiere concurrido, que ha demostrado en ellas aplicación y buena inteligencia. Ser hija, o cuando menos vecina del Estado. Tener de doce a dieciocho años de edad, que comprobará con el documento legal respectivo. Que el Ejecutivo del Estado posea los fondos públicos, o en caso de vacante, resuelva lo conveniente [AHMT, Ley orgánica de la escuela profesional de artes y oficios para señoritas, en: Colección de Leyes y Decretos de del Décimo Octavo Congreso Constitucional, del 2 de marzo 1899 al 2 de marzo de 1901, Tomo XXVI, p. 220].

Cada uno de los municipios de la entidad, proponía a una alumna para participar en un sorteo cuyo premio era ser considerada alumna de gracia para ingresar a la institución en calidad de alumna

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interna. La alumna de gracia contaba con el apoyo de alojamiento en el internado de la escuela, dotación de uniformes y ropa necesaria, alimentación, compra de libros y útiles necesarios para su aprendizaje. Para las alumnas de media gracia se realizaba el mismo procedimiento, sólo que en su caso se suministraba el alojamiento y la alimentación. Por su parte las alumnas externas sólo asistieron a la institución para recibir enseñanza además de pagar una colegiatura mensual. Pero si las posibilidades para ingresar como alumna de gracia o media gracia eran pocas, las de concluir los estudios estaban determinadas por el aprovechamiento y la buena conducta. El aprovechamiento era valorado en los exámenes realizados de manera mensual y final, los método de evaluación ponderaban el aprendizaje memorístico de cada uno de los contenidos, por lo que, el aprovechamiento estaba determinado por la capacidad de retención y memorización de las alumnas. Naturalmente el ingreso a la institución no garantizaba la culminación de los estudios en el tiempo determinado en el plan de estudios. Generalmente, tras reprobar varias materias, las alumnas eran dadas de baja hasta que realizaran los exámenes extraordinarios. Una vez regularizada su situación tenían la opción de continuar sus estudios y para ello recurrían al gobierno para el otorgamiento de una manutención que pagara su colegiatura. En aquellos casos en los que no se les otorgaba tal apoyo, las alumnas dejaban los estudios y solicitaban a la junta de instrucción pública trabajo como profesoras en zonas rurales. Ser alumna de gracia de la Escuela Normal exigía un buen aprovechamiento y buena conducta, ante el incumplimiento eran dadas de baja. Dadas las pocas oportunidades para ingresar, las aspirantes a ocupar un lugar de gracia dentro de la institución estaban al pendiente de las bajas que pudieran existir para solicitar dicho lugar. Con el fin de asegurar el arraigo en la entidad de las profesoras formadas en la Escuela Normal, se determinó para las alumnas de gracia el compromiso de laborar por tres años dentro de la entidad y para asegurarse de ello, se firmaba un documento compromiso de la alumna avalado por el padre o tutor. Una vez concluidos los estudios, las profesoras eran nombradas para laborar en las diferentes instituciones educativas de la entidad según la clase para la cual se habían formado. En relación con los cursos, éstos iniciaban el primero de febrero y concluían el 31 de octubre, destinándose la primera quincena de

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noviembre a la preparación de los exámenes ordinarios del año escolar. Los días de trabajo eran de lunes a viernes y los sábados estaban destinados a recibir conferencias, a fin de brindar un reforzamiento a los contenidos en donde las alumnas tuvieran dificultad. El horario de las clases era de una hora, la cual podía reducirse a sesiones de 45 minutos. El horario para las clases de idiomas, literatura y ejercicios físicos eran de media hora. Sobre los exámenes, existieron los ordinarios y los extraordinarios. Los primeros se efectuaban al final de cada mesm y los finales durante la segunda quincena de noviembre y la primera de diciembre de cada año. Para el caso de los extraordinarios, éstos se consultaban con la Secretaría del Consejo de Enseñanza Secundaria, previa solicitud de las alumnas en donde expusieran las razones y motivos para solicitar este tipo de examen.

DE LA

LAS PRIMERAS PROFESORAS EGRESADAS ESCUELA NORMAL DEL ESTADO DE MÉXICO

En 1895 egresó la primera generación de profesoras de la Normal, la cual estuvo conformada por trece profesoras de primera clase integrada por las siguientes señoritas: Loreto Bustos, Lucrecia Benítez, Esther Cano, Remedios Colón, Luz Esquivel, Trinidad García Moreno, Margarita González, Vicenta Gómez Tagle, Sofía Henkel, Leonor Legorreta, Josefina López de Vallado, Francisca Rojas, y Rafaela Velasco. Como profesoras de instrucción primaria de tercera clase estuvieron las señoritas profesoras Virginia Alonso, Elpidia Barrueta, Gilberta Gacía, Cleofas Hernández, Ignacia Rodualda y María E. Vázquez. La primera generación no tuvo egresadas de segunda clase, tal vez, porque lo más conveniente era ser de primera clase o de tercera. La institución estableció el requisito del examen profesional para la entrega el título correspondiente. Para ello, las egresadas tuvieron que presentar un trabajo por escrito en donde se desarrolló algún tema o punto referente a los estudios, considerando opiniones personales sobre el mismo, o bien en observaciones prácticas o medios de aplicación de las doctrinas o métodos. Los trabajos fueron denominados como teóricos y eran entregados a los miembros del jurado. La conformación del cuerpo de jurados para los exámenes profesionales estaba integrado por cuatro profesores de instrucción primaria titulados, precedidos por la directora de la Escuela Normal, la cual pudo interrogar a la sustentante, además de tener voto

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en la decisión del jurado. La secretaría estuvo ocupada por un profesor del establecimiento, quien se encargaba de levantar las actas correspondientes al fallo del examen. Sobre el veredicto del jurado, se realizaba a través de unas fichas color blanco o negro, las cuales eran entregadas a cada jurado. Las primeras eran para indicar que se aprobaba a la alumna. Las fichas eran depositadas en una ánfora que al ser extraídas indicaban la aprobación o reprobación de la aspirante. Si era aprobada entonces existían dos opciones, por unanimidad y por mayoría. El fallo del jurado era dado a conocer ese mismo día a la interesada. También se solicitó un examen a través de un ejercicio práctico, que se realizaba en la escuela primaria anexa a la Normal, el cual tenía una duración de una hora para las profesoras de primera clase y tres cuartos de hora para las de tercera clase. Tanto el examen teórico como el examen práctico se realizaban el mismo día. Aunque las profesoras de tercera clase no tuvieron que elaborar un trabajo por escrito para ser sustentado, ello no suprimió la posibilidad de sustentar un examen oral sobre los contenidos más importantes de la carrera, así como de las leyes y documentos normativos que sustentaban a la educación en su momento. Las 19 alumnas fueron programadas para presentar los exámenes correspondientes según su categoría, resultando aprobadas por unanimidad. Para enaltecer el esfuerzo de las jóvenes, se efectuó el día 31 de enero de 1895 la ceremonia de graduación, en donde el director de la Institución, el Licenciado Eduardo Villada, se refirió al evento como: Hoy que las primeras alumnas de nuestra escuela han obtenido el título que las acredita para ejercer la humilde, pero a la vez grandiosa carrera del magisterio… [...] Señoritas profesoras, tras laboriosos y multiplicados esfuerzos habéis sido iniciados en el noble sacerdocio del Magisterio; la ciencia como una hada bienhechora ha ungido vuestras frentes con el beso del reconocimiento, señalaos el camino de la virtud, como el único digno de sus elogios. Comenzad, en buena hora vuestra noble tarea, y nuevas sacerdotisas del siglo, haced fulgurar la luz en el modesto recinto de la Escuela Primaria, sin olvidaros jamás de que cada inteligencia y cada espíritu, un título de gloria para la sociedad y un elemento de progreso para la República que hoy vincula en nosotros la más cara de sus esperanzas [Boletín Pedagógico del Estado de México, 1º de Mayo de 1895, Tomo I, No. 20, p. 3 – 5].

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La nueva generación de profesoras, formadas dentro de una Escuela Normal con conocimientos teóricos, saberes pedagógicos y psicológicos del niño fueron nombradas para laborar en las siguientes escuelas: … el Gobierno del Estado ha nombrado profesoras de las escuelas oficiales, en Lerma a la Srita Luz Esquivel; en la de Texcoco a la Srita. Sofía Henkel y Rafaela Velazco, en Zumpango a Srita. Leonor Legorreta, en la Sociedad Progresista de Artesanos a la Srita. Loreto Bustos, en Almoloya de Alquisiras perteneciente al Distrito de Sultepec, y en la escuela de adultas de la capital a la Srita. Remedios Colón. Con tan notables profesoras, la instrucción pública del estado mejorará notablemente, y de esperarse es, que en el presente año, sea fecundo en adelantos prácticos para la niñez que se educa [Gaceta del Gobierno, 27 de febrero de 1895, Tomo VII, No. 69, p.6].

Las profesoras de primera clase faltantes más tarde fueron ubicadas en diferentes cabeceras distritales. Sobre las profesoras de tercera clase, es muy probable que tuvieran que regresaron a sus lugares de origen y ocuparse de las escuelas de instrucción primaria de sus localidades o de poblados cercanos. LAS NUEVAS PROFESORAS Y LOS CAMBIOS REALIZADOS EN LAS ESCUELAS

Varias de las profesoras, después de haber laborado en las escuelas designadas (alrededor de un año o dos aproximadamente), se incorporaron a laborar en la Escuelas anexas de la Normal o en la sección de Artes y Oficios, sobre todo las profesoras de la primera y segunda generación de primera clase. Una de las primeras en incorporarse a la plantilla del personal de la Institución fue la señorita profesora Remedios Colón para laborar en la Escuela Primaria Anexa a la Normal con un grupo de primer año. Inicialmente les fueron otorgadas materias manuales, artísticas y de caligrafía, hasta que finalmente lograron incorporarse en materias importantes del plan de estudios, tales como historia, geografía, metodología de la enseñanza, etc. Su incorporación implicó la substitución de la plantilla de profesores varones que desde la creación de la escuela había estado presente, principalmente los provenientes del Instituto Científico y Literario del Estado de México. Una vez dentro de la institución, la mayoría de ellas buscaron un

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mayor número de horas tanto en la sección profesional como en la sección de Artes y Oficios. Algunas de las profesoras pudieron gozar de la ventaja de estar como profesoras internas contando con el hospedaje y los alimentos. Una desventaja fue el asignarles continuamente comisiones tanto dentro como fuera de la institución, esto implicó que pocas veces solicitaran vacaciones. Por ejemplo el caso de Luz Herrera, quien después de cinco años de estar dentro de la institución solicita sus vacaciones por una semana. Tal vez por temor a perder el empleo. El buen desempeño de las primeras profesoras egresadas de la Escuela Normal, y que laboraban allí mismo, trascendió las fronteras y fueron invitadas a trabajar en la Escuela Normal para Varones atendiendo las cátedras de Metodología de la Enseñanza. Algunas más participaron activamente en la Academia Pedagógica de la ciudad de Toluca, en donde llegaron a elaborar algunas disertaciones sobre la pedagogía. Estos trabajos fueron publicados en el Boletín Pedagógico del Estado de México entre 1894 y 1896. La mayor parte de los trabajos publicados corresponden a la profesora Remedios Colón y Mercedes Carrasco. Otras profesoras tomaron la iniciativa de abrir sus propias instituciones, que iban desde las escuelas primarias hasta las instituciones de instrucción superior. Así Ester Cano funda la Normal Católica en la ciudad. LAS PROFESIONES DE FARMACIA, TELEGRAFÍA Y COMERCIO Otros estudios profesionales ofrecidos en la institución fueron las carreras de Farmacia, Telegrafía y Comercio. La iniciativa de incluir dentro de la Escuela Profesional para Señoritas la carrera de farmacia fue a través de la propuesta realizada por el profesor Dionocio Morales, quien propuso al Gobierno del Estado su establecimiento. La elaboración de la propuesta sobre el plan de estudios fue realizada por el farmacéutico Don Feliciano Nava. La importancia de los estudios farmacéuticos fue resaltada en el periódico La Gaceta del Gobierno, donde se enunció: La farmacia en nuestro humilde concepto, no puede estar mejor servida que por mano de una mujer que por su propia naturaleza, está dotada de mayor paciencia, es más escrupulosa en todos sus actos, más limpia y más eficaz en todo aquello que requiere una vigilancia tenaz, y la humanidad ganará con mucho; sobre todo al tratarse del servicio de substancias tóxicas en que el menor descuido origina perjuicios de considerable trascendencia

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[Gaceta del Gobierno, “La mujer farmacéutica”, 15 de Abril 1899, Tomo XI, No. 83, p.3 y 4].

El plan de estudios correspondientes a la carrera de farmacia consideró cinco años para su realización. El ejercicio de la práctica estaba previsto en el plan, por lo que, en los dos últimos años, las alumnas dedicaban dos horas diarias para la realización de la práctica profesional. Pese a los esfuerzos por difundir e invitar a las jóvenes a estudiar esta profesión, la demanda fue de cuatro alumnas; ante ello se determinó como insuficiente el número de alumnas para abrir un grupo. Por lo cual, las jóvenes fueron invitadas a inscribirse en otras carreras. Por su parte, los estudios del Comercio fueron considerados como nuevas fuentes de trabajo para la mujer y en cuyas actividades podían desempeñarse. El ejercicio de la profesión del comercio para la mujer, fue considerado por las cualidades femeninas como la modestia, limpieza y orden que eran características por su propia condición. La escuela de Comercio no determinó categorías como en la escuela Normal, pero sí jerarquías dentro de la misma carrera. Se consideraron tres posibilidades: dependiente, tenedora de libros, y por último, gestora de alguna negociación. Para desempeñarse como dependiente bastaba con conocer el manejo de los libros correspondientes. A diferencia de la tenedora de libros, que necesitaba de mayores conocimientos: … pues su misión es la del historiógrafo, que acopia datos, los clasifica y los ordena, para que el conjunto demuestre la verdad de los hechos en que tiene necesidad de intervenir, con las ventajas y progresos que se obtengan. Los conocimientos de ese arte que marcha vinculado con la ciencia del cálculo y de la economía, son indispensables lo mismo que el de dos o más idiomas extranjeros, con los cuales esté más en transacciones el comercio a que el negociante se consagra [Gaceta del Gobierno, “La educación e instrucción mercantil en la mujer”, III, 6 de septiembre de 1899, Tomo XII, No. 20].

Mientras tanto, la Gestora estaba encargada de una negociación mercantil, industrial o agrícola, para lo cual fue necesario tener conocimientos teórico-prácticos del ramo, llevando la responsabilidad de las operaciones que se realizaban. Acceder a estos puestos precisaba que la mujer se preparara en los conocimientos necesarios. La

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carrera de comercio o tenedora de libros, como se conoció, fue considerada como la más corta, al plantearse un plan de estudios a desarrollarse en un lapso de tres años. Además de contar con un campo laboral que demandaba a los tenedores de libros. Esta carrera continuó por muchos años dentro de la institución, hasta que se instituye la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) en 1956, la cual pasó a formar parte de la Facultad de Contaduría. Fue hasta 1903 cuando se enunciaron las bases para la organización de la Escuela de Comercio. El documento consideró en segundo año la realización de prácticas en una casa de comercio y a partir del tercer año en una oficina rentística que el gobierno designó. Así mismo, se estableció como requisito la edad mínima de 14 años para ingresar a la institución. Sobre la carrera de telegrafía es poca información que existe; los datos que se han podido localizar se remontan al año de 1899, cuando se publicó en la Gaceta del Gobierno una nota en la que dos señoritas (no se mencionan los nombres) fueron contratadas para trabajar en la Oficina Central de Telégrafos y Teléfonos de la entidad. Probablemente fueron las primeras egresadas de la carera. Un año más tarde, se ofrece otra noticia referente a los exámenes profesionales en el año de 1900. Quizás pocas mujeres se interesaron por esta profesión debido a los pocos espacios para laborar, los cuales se reducían a la Oficina Central de Telégrafos y Teléfonos y algunas oficinas similares en los distritos de la entidad. En esa ocasión Angela Miranda, Mercedes Vargas, Zenaida Hernández, y María Fajardo fueron nombradas para laborar en Texcoco, Elisa Navarro y Elena Cárdenas para la Central de Toluca. LA ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS La necesidad de ofrecer una instrucción técnica a la población mexicana fue poco a poco convirtiéndose en prioritaria para el progreso de la nación. Bajo estas circunstancias se crearon instituciones que formaron a los técnicos que la industria y el comercio necesitaban. Una de las reformas más importantes en el aspecto educativo fue, sin duda alguna, la educación que se brindaba en las Escuelas de Artes y Oficios, educación menos teórica y más práctica. Siguiendo esta concepción, los diversos talleres que se ofrecieron en la sección de Artes y Oficios pretendieron capacitar a las alumnas en el desarrolló de las habilidades manuales. “Como tantos otros planes edu-

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cativos del Porfiriato, las escuelas de artes y oficios que tomaron como ejemplo a las escuelas de Francia… cuyo objeto era ocuparse de los obreros y de instruir al pueblo” [Bazant, 1993: 111]. Dentro de la entidad, la sección de Artes y Oficios tuvo como objetivo primordial brindar a las mujeres un conocimiento utilitario. Debido a ello, los oficios estuvieron determinados por la demanda de los mismos. La Escuela de Artes y Oficios estuvo regida por la Ley Orgánica de la Escuela Normal y de Artes y Oficios para Señoritas y por diversos reglamentos internos. Los requisitos de admisión, como en general de cualquier sección dentro de la esculea, exigieron las mismas condiciones. La única particularidad para la sección de Artes y Oficios: Las alumnas de gracia, que opten por el aprendizaje de un arte u oficio, pasarán al taller correspondiente, y en él se ejercitaran durante tres años consecutivos, al cabo de los cuales, dará por terminada su enseñanza. Sólo de un modo excepcional podrá el gobierno concederles un año más de permanencia en el taller expresado, cuando el profesor del mismo lo solicite, a titulo de perfeccionamiento de la alumna [ Ley orgánica de la escuela profesional de artes y oficios para señoritas, en: Colección de Leyes y Decretos de del Decimoctavo Congreso Constitucional, del 2 de marzo de 1899 al 2 de marzo de 1901, tomo XXVI, p. 221].

Los talleres estuvieron sujetos a la demanda y a su aceptación, por lo que su existencia se debió a las solicitudes de las alumnas. Existiendo en 1898 los talleres de filigrana, fotografía, fotograbado, dibujo, canto superior, flores artificiales y corte y confección, con un total de 140 alumnas inscritas. Para 1900 se encontraban inscritas 74 alumnas, cursando los talleres de: Filigrana, fotografía, canto superior, flores artificiales y modas y confecciones. En 1906 los talleres que se ofrecieron fueron fotografía, modas y confecciones, flores artificiales, bordado, costura en máquina, encaje inglés, encuadernación y encaje catalán; asistiendo un total de 125 alumnas a los diferentes talleres. Para brindarle una mayor importancia a la Sección de Artes y Oficios, las autoridades educativas publicaron en La Gaceta del Gobierno un artículo referente a las Escuelas de Artes y Oficios en el Estado de México. La finalidad era destacar la trascendencia de las labores tanto de la Escuela de Artes y Oficios para varones en el Instituto Científico y Literario, como la de Artes y Oficios para seño-

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ritas en la Escuela Normal. Hacerles comprender a los que aún tienen la preocupación de que hemos hablado, que el trabajo no deshonra, que tan respetable es el artesano hábil e industrioso como el que ha cultivado su talento en las aulas, levantar, en una palabra, a las artes mecánicas y demás oficios, del decaimiento en que han yacido por tanto tiempo, es una obra regeneradora, que la perseverancia y el trabajo lograrán llevar a cabo. A ello ha propendido el Gobierno del Estado de México con el impulso y desarrollo que ha dado a la Escuela de Artes y Oficios, en la cual se forman artesanos útiles, inteligentes y honrados. El gobierno ha conseguido al fin ver realizados sus ideales y convertir esa escuela en un centro de trabajo, a donde acuden jóvenes decentes en busca de un porvenir [Gaceta del Gobierno, 9 de diciembre de 1899, Tomo XII, N0. 47, p.1].

La intención era fomentar, tanto en los hombres como en las mujeres, el aprendizaje de un arte u oficio que les permitiera ganarse la vida honradamente, ofreciendo a las mujeres pobres una opción para laborar en un taller o de manera particular en el oficio aprendido. Al confeccionar algún artículo u obra dentro de la institución era entregada a las ayudantes para ser guardado en el almacén con una cinta que indicaba el número de registro y el precio estipulado. Estos objetos posteriormente eran puestos a la venta. Los profesores no recibieron ninguna ganancia por la venta de los objetos y sin embargo sí tuvieron la obligación de enviar mensualmente un escrito que indicara el número de artículos elaborados. Por otra parte, la misma institución podía ordenar la realización de diferentes artículos. Por lo general se elaboraron prendas de vestir y se confeccionaron sábanas para el Hospital General de la ciudad, ropa para los presidiarios y las internas de la misma institución. En el caso del taller de fotografía, continuamente eran encargados trabajos fotográficos, generalmente retratos de diferentes personas y de jefes políticos. En el taller de flores artificiales se elaboraron artículos para adornar las diferentes fiestas o ceremonias cívicas. Cuando los trabajos eran encomendados a uno de los diferentes talleres, la obligación de las alumnas era realizarlos con pulcritud y de acuerdo a las características señaladas para su elaboración. Por la realización de los diferentes objetos las alumnas no recibieron ningún pago pues

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era parte de su aprendizaje. Algunos de estos objetos participaron en diferentes exposiciones tanto a nivel local, nacional como internacional. Los trabajos fueron enviados a diferentes certámenes llegando a recibir importantes reconocimientos. Por ejemplo, en la exposición de Chicago de 1893 participaron varias alumnas con trabajos de costura en blanco, bordado y flores artificiales. En la exposición de Nahsville de 1897 se participó con la elaboración de encajes, bordados, adornos, flores artificiales, abanicos, etc., de estos trabajos algunos de ellos resultaron premiados. “La escuela envió varias labores de bordado (cambray, seda, chaquira, manteles); en encajes, cubiertas para cojín, mascadas, pañuelos, delantales; además de labores en litografía. Una labor curiosa fue la realizada por Elena Cárdenas quien presentó cascarón de huevo bordado en oro” [Gaceta del Gobierno, 2 de febrero de 1898, Tomo X, No. 62, p. 4]. La mayoría de las veces, las labores y los artículos fueron elaborados con el material mínimo indispensable, pues la escasez de ellos era continua. Por lo general se dotaba de aquellos que se encontraban en el almacén gubernamental o bien, lo que los jefes políticos consideraban como necesarios. La adquisición de los materiales se realizaba en la Ciudad de México y mucho de este material era de importación, principalmente el utilizado en el taller de fotografía. De aquí que los costos fueran muy altos y se surtiera a la escuela de un número menor. Muy pocas de las alumnas que asistieron estuvieron en calidad de internas. El mayor número lo constituyeron las alumnas externas, muchas de las cuales eran hijas o esposas de políticos o personas importantes de la ciudad y en menor las niñas o jóvenes pobres. Su asistencia a la institución quizás se debe a que en ellas, la educación del adorno era una parte importante. Por otra parte, fueron ellas las que fungieron como profesoras de la sección. Los talleres con mayor éxito fueron los de bordado y costura en máquina. Esto se debe, primeramente, a que estas actividades eran desempeñadas y ejercidas tradicionalmente por mujeres. Una razón más fue la propagación de pequeños talleres que se dedicaron a la confección de ropa para ambos sexos. Las mujeres de clase alta, para finales del siglo, ya podían comprar desde unas enaguas, hasta un pantalón para caballero en esos talleres. Esto sin duda nos habla de cómo el aprendizaje de un oficio implicó la especialización del trabajo. De tal forma que —quizás movidas por la tentación de estar a la vanguardia en la moda, y al no tener que desempeñar otras ocupa-

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ciones— procuraban ser mejores en las labores designadas para el sexo femenino. Así, las mujeres de clase alta se insertaron en la modernidad del siglo XIX, aprovechando no sólo la oportunidad de tener profesoras en una institución educativa para impartir este tipo de actividades femeninas, sino también el uso de nuevas máquinas para la elaboración de los artículos. En síntesis, la creación de la Escuela Profesional y de Artes y Oficios para señoritas estableció una línea divisoria entre el saber culto y los conocimientos vulgares. La institución se encargaría de legitimar el primero a través de un sistema educativo frente a otras formas de socialización cultural. Para los saberes femeninos y su forma de transmisión y socialización, ésto significó la marginalidad, permitiendo a unas el conformar sus propios espacios para trabajar y a otras la posibilidad de elaborar las prendas para el uso cotidiano. Estos nuevos oficios demandaron el desarrollo de capacidades específicas, pero sobre todo del saber legitimado por una institución. Con ello se estaría formando una nueva clase social, la clase asalariada y las nuevas posibilidades de desempeñar otras actividades para las mujeres. Mientras que para las que no contaban con estudios, las actividades desempeñadas por tradición: las tortilleras, las molinderas, las sirvientas y las lavanderas. Pese a que se le dio mayor importancia a la Escuela Normal, el éxito del Departamento de Artes y Oficios fue trascendente para la entidad, pues la sección se encargó de preparar a las mujeres que a principios del siglo XX se incorporaron a laborar en los pequeños talleres, a desempeñar trabajos que necesitaban de una mano de obra especializada, sobre todo en las industrias textiles, tabacaleras y pequeños comercios o talleres.

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FUENTES Archivos: AHEM: Archivo Histórico del Estado de México. AHMT: Archivo Histórico del Municipio de Toluca AHENP: Archivo Histórico de la Escuela Normal para Profesores de Toluca. Hemerografía: Violetas del Anáhuac, México 1888 – 1889 La Ley del Estado de México 1868 - 1899 La Gaceta de Gobierno del Estado de México 1900 - 1915 Boletín Pedagógico del Estado de México, Toluca, Estado de México 1894 1896 Bibliografía: Bazant, Milada. 1993. Historia de la educación durante el Porfiriato. México: El Colegio de México. Baranda, Martha y Lía García Verástegui. 1987. Estado de México. Una historia compartida. México: Gobierno del Estado de México - Instituto Mora. Duby, Georges y Michelle Perrot. 1993. Historia de las mujeres. Siglo XIX. Tomo IV, México Taurus. Gutiérrez Garduño, María del Carmen. — 1997.» De la educación de las niñas a la mujer educadora en el siglo XIX». 1997. En: Galván, Luz Elena (Coord.) Miradas en torno a la educación de ayer. Investigación educativa 1993 - 1995. México: COMIE, Universidad Autónoma de Guadalajara, pp.111 – 118. — 2003. “La instrucción de las niñas ricas. Los colegios particulares en la ciudad de Toluca, 1867 – 1910. En: María Adelina Arredondo, Obedecer, servir y resistir. La educación de las mujeres en la historia de México. México: Universidad Pedagógica Nacional, pp.197 – 218. Herrera Feria. María de Lourdes. 2002. La educación Técnica en Puebla durante el porfiriato: La enseñanza de artes y oficios. México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Martínez Jiménez, Alejandro.1996. La educación primaria en la formación social mexicana 1875 – 1905. México: Universidad Autónoma Metropolitana. Ramos, Carmen et. al.1987. Presencia y transparencia. La mujer en la historia de México. México: El Colegio de México. Sánchez García, Alfonso. 1982. Primer centenario del normalismo en el Estado de México. Avance histórico, México: Secretaría de Educación Cultura y Bienestar Social de Estado de México.

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HUÉRFANAS, NODRIZAS Y PROFESORAS POBLANAS A FINALES DEL SIGLO XIX

María de Lourdes Herrera Feria

PRESENTACIÓN*

En este trabajo pretendo aportar datos sobre la existencia y el

destino de las mujeres que vivían en casas de asistencia social en el período correspondiente al último tercio del siglo XIX poblano, cuya reclusión fue resultado de las políticas higienistas que se oficializaron al amparo del “orden y el progreso” del régimen porfirista; esta pretensión se funda en la información proveniente de los documentos del Orfanatorio de San Cristóbal, del Hospicio de Pobres y de la Escuela de Artes y Oficios, que pertenecen al Grupo Documental Beneficencia Pública y en las actas del Registro Civil, fondos documentales resguardados en el Archivo General del Estado de Puebla. Los documentos históricos de la Beneficencia Pública del Estado de Puebla permiten acercarse a la historia social y económica de la región de Puebla desde el período colonial hasta etapas posteriores a la revolución mexicana, haciendo tangible la presencia de grupos socialmente marginados, por su edad, condición o género. Aquejados de males del cuerpo o del alma, hombres, mujeres y niños, fueron excluidos de la posibilidad de participar en la toma de decisiones que afectaban su posición y destino en una sociedad cada vez más cambiante. Tras el “domus” que protege la vida privada, las mujeres se vuelven visibles para la investigación histórica, cuando se ubican en los espacios destinados a la asistencia social, donde la presencia femenina, desde la condición del abandono, se define en el mosaico social de la marginación. La marginalidad como objeto de estudio de las ciencias sociales es una línea de investigación que se remonta a la década de los cincuenta cuando se hizo evidente el crecimiento de zonas densamente pobladas al margen y en torno a los grandes centros urbanos. Esta

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línea de trabajo reconoce, como rasgo fundamental de la marginación, la exclusión objetiva de los centros de poder de un sistema social y de la distribución de los bienes que éste produce de un número creciente de grupos sociales. Desde esta perspectiva, la marginalidad de los grupos sociales se define estructuralmente por la ausencia de un rol económico articulado con el sistema de producción industrial y la pobreza deviene en una categoría de orden cuantitativo que define una de las consecuencias de la marginalidad. Por lo cual los conceptos de marginación y pobreza no mantienen una relación de equivalencia sino más bien de complementariedad. Ahora bien, aunque la marginalidad sea una categoría de análisis de cuño reciente, uno de sus atributos mas significativos, la pobreza, ha sido objeto de reflexión tanto de hombres de Iglesia como de hombres de Estado a lo largo de la historia humana. En vísperas de la revolución industrial, la pobreza era esencialmente lo que había sido siempre: un hecho natural, desafortunado y a menudo trágico de la vida, pero no necesariamente era un hecho degradante o denigrante; en esa sociedad preindustrial, la pobreza formaba parte del orden natural de las cosas, como también lo era la ayuda para los pobres impuesta por uno de los dogmas sagrados de la religión: la caridad. Por tanto, la percepción de la pobreza como fenómeno social y sus implicaciones tiene una larga tradición en los estudios históricos. De esta forma, sin entrar en la precisión sobre el origen y la condición de la pobreza de la que concienzudamente se han ocupado autores como G. Himmelfarb [1983] o M. Mollat [1998], nos limitamos a presentar elementos que permiten el estudio de los pobres, entre los que se cuentan las mujeres, que eran objeto de ayuda por parte de la sociedad y para los que se crearon limosnas e instituciones encargadas de atenderlos: hospitales para enfermos, escuelas de caridad para la enseñanza de oficios y de instrucción elemental, casas de asistencia para huérfanos abandonados, mujeres y ancianos. HUÉRFANAS Y ABANDONADAS Para muchos seres anónimos, el camino del desamparo se inició con la exposición pública y el abandono desde el nacimiento, en el mejor de los casos continuaba con el paso por casas de misericordia y asistencia hasta lograr los medios para su subsistencia bajo la tutela del poder eclesiástico o civil y de la caridad pública.

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En la sociedad novohispana, la Iglesia, primero, el poder civil, después, atendieron la situación de los niños expuestos y abandonados en la vía pública y fundaron casas-cuna o de recepción para estos infantes expósitos. La ciudad de Puebla fue de las primeras en promover el establecimiento de instituciones de este tipo ante el hecho de que: “todos los días amanecen tirados desde las azoteas o en los basurales cientos de niños muertos en las calles”.2 Así, en febrero de 1604, se fundó el Orfanatorio de San Cristóbal a iniciativa del presbítero don Cristóbal Rivera, con bienes de su propiedad y de su hermana doña María Rivera. La donación consistió en hipotecas, alhajas, dinero en efectivo, las casas en las que se estableció y los productos de algunas fincas. Poco sabemos sobre el número de niños asilados en esta casa de asistencia en sus primeros tiempos y durante el período colonial, solamente una minuciosa y disciplinada búsqueda en los archivos parroquiales nos informa de que a lo largo de los siglos XVII y XVIII se registraron miles de niños nacidos ilegítimamente, muchos de los cuales fueron abandonados a la puerta de las casas de familias angelopolitanas, en las plazas, en las bancas y puertas de las iglesias y en el torno del Orfanatorio; sólo un escaso porcentaje de la niñez expuesta y abandonada en la vía pública encontraba refugio en esa casa de misericordia, y más aún, ya fuera que los niños abandonados fueran amparados por familias o por instituciones, pocos sobrevivían. Aún así, el fenómeno de los niños abandonados en Puebla de los Ángeles debió ser un fenómeno lo suficientemente cruel y recurrente como para intranquilizar las conciencias y para excitar la piedad, pues además del Orfanatorio de San Cristóbal se proyectó la fundación de otras dos casas con el fin de amparar a la niñez desvalida: a un lado del templo de la Concepción y en los solares del templo de Nuestra Señora de Guadalupe, de los que sólo hemos localizado los planos, pero aún no tenemos evidencia de que hayan sido puestos en marcha. Otros indicios sobre el destino de estos niños desamparados se localizan en la descripción de la expedición de Balmis a finales del siglo XVIII, cuando desde España se introdujo en la Nueva España y Filipinas la vacuna contra la viruela. El suero antivarioloso fue transportado brazo a brazo en niños huérfanos provenientes de las casas de cuna metropolitanas. A su llegada a Veracruz y en su paso por la ciudad de Puebla, entre los recursos y provisiones solicitados por los expedicionarios para cumplir con la difusión de la vacuna, se cuenta el requerimiento de niños huérfanos para mantener el fluido vacu-

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no con la promesa de que la Corona tomaría bajo su cuidado el destino y la educación de estos niños. Del régimen de vida interior tenemos menos datos, salvo lo que menciona H. Leicht, en el sentido de que los días Jueves Santo, los niños eran sacados del Orfanatorio y se exponían al público con dos fines: uno, mostrar que los niños eran atendidos solícitamente, pues se presentaban limpios y saludables y segundo, incitar a las familias para que los tomaran a su cuidado. Sobre cómo se mantenía el funcionamiento del Orfanatorio nos lo informa el Archivo de Notarías de la ciudad en donde se registraron las donaciones y testamentarías hechas a su favor, lo cual no lo puso a salvo de penurias y estrecheces que limitaban su acción a favor de la infancia desvalida. Así, la fundación de esta casa de misericordia inicialmente apareció como una empresa de particulares bajo la divisa de la caridad cristiana y por tanto fue respaldada por organizaciones religiosas, pero después de la Reforma Liberal sufrió importantes transformaciones a fin de cumplir con tareas de asistencia social más a propósito con el Estado liberal de la segunda mitad del siglo XIX mexicano. Después de 1821 la orientación que guió la atención a la población desamparada en términos generales cambió, se constituyó en un ramo de la administración civil y la tendencia fue que pasara de religiosa a laica y de privada a pública. Del interés del poder civil por atender y organizar a las instituciones de beneficencia dan cuenta los decretos y reglamentos que empezaron a hacerse públicos a partir de 1830, el gobierno del estado se ocupó de formalizar la existencia de … una casa de beneficencia pública, donde sin distinción se reciba al impedido y el miserable, se de una provechosa dedicación al huérfano y al ocioso y en donde se saque en suma un partido ventajoso de la propia capacidad y flaqueza de los hombres ...,3

y un año después, en junio de 1831,4 se decretó el reglamento para administrar el Orfanatorio definiendo como su objeto principal el brindar albergue, sustento y educación a los niños, los cuales por sus condiciones se pueden distinguir en tres clases: los que eran abandonados en la vía pública o en las puertas de los templos o de la misma Institución y que en el registro aparecen como entregados por desconocidos, por lo cual se agrupan como expósitos; los niños que eran presentados por sus familiares aduciendo la imposibilidad

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de sostenerlos y por tanto solicitan un lugar de gracia, de tal suerte que se les denominaba asilados de gracia o indigentes; y aquellos que eran presentados por sus familiares alegando que no disponían de tiempo para su atención y educación y por lo tanto solicitaban su ingreso a cambio de una cuota que se establecía conforme a la situación económica de los padres; a éstos se les denominaba, pensionistas. En el mismo reglamento se establecía que los niños asilados podían permanecer en el Orfanatorio hasta cumplir los siete años, una vez cumplida esa edad, y si nadie los reclamaba como propios o los adoptaba, debían pasar a otra institución: el Hospicio de Pobres; también se señalaban los procedimientos y requisitos legales para ingresar a los niños y para cumplir sus fines humanitarios. Para su buen gobierno se definían las funciones, obligaciones y atribuciones de una junta administrativa, un administrador, una rectora, un médico, un vigilante, una costurera, una lavandera, una nodriza para cada niño lactante, una cocinera, una galopina, una criada, un mozo y un portero. Hasta mediados del siglo XIX, la sociedad occidental no tuvo necesidad de representarse al niño, en buena medida porque la presencia infantil en la familia y en la sociedad era tan breve e insignificante que no había tiempo ni ocasión para que esa presencia tomara lugar en la memoria y en la sensibilidad colectiva. Su desaparición física, ocurrida con frecuencia, afligía pero no por mucho tiempo, ya que otro lo reemplazaría casi enseguida. La existencia del niño no salía de una especie de anonimato mientras no superara los primeros riesgos y se convirtiera en adulto. De esa especie de anonimato los rescata la obligatoriedad de registrar el nacimiento mediante instancias civiles que debían cumplir protocolos administrativos y legales; a la larga, esos registros permiten la cuantificación y la identificación, que individualiza la presencia de los niños desamparados en la sociedad poblana. En Puebla de los Ángeles desde 1861, la legislación que obligaba al registro del nacimiento de los niños enfrentó inercias y resistencias que se prolongaron hasta bien entrado el siglo XX, pero con todos los inconvenientes del caso, la documentación que generó su cumplimiento, sirve para darnos idea sobre el número de nacimientos a partir de 1861, y, más aún, nos permite diferenciar un grupo particular: los niños que fueron registrados por la autoridad civil como abandonados y que se enviaron al Orfanatorio de la ciudad para su atención y cuidado.

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La cuantificación e identificación del niño abandonado y desamparado se sustenta en dos fuentes documentales, el Registro Civil en el Estado de Puebla desde 1861 y los libros de matrícula del Orfanatorio que contiene información seriada desde 1852 hasta 1880. Sin embargo, estos datos no son definitivos si consideramos, primero, que la aplicación de la ley se encuentra en etapas muy tempranas, muchas son las contingencias que escapan a su ejercicio y segundo, que las reflexiones sobre los casos de niños abandonados que fueron registrados deben tener presentes a aquellos que ni siquiera dejaron huella en los registros oficiales. Según las actas del Registro Civil de la ciudad de Puebla entre 1861 y 1880 nacieron 1679 niños, de estos 902 fueron varones y 777 fueron mujeres; de ese conjunto, 131 niños fueron registrados como abandonados, de los cuales 51 eran varones y 76 mujeres. Para el período comprendido entre 1852 y 1880, de acuerdo al Libro de Matrículas en el que se registraba año con año el ingreso de infantes al Orfanatorio, tenemos que se recibieron 644 niños que se ubicaban en un rango de edad entre los 0 y 7 años, de éstos el 52.7% (340) eran niñas y el 47.2% (304) niños. Del conjunto de los niños ingresados, 428 o el 66% del total, lo hacen en calidad de expósitos o abandonados, pues son entregados a la institución por desconocidos mientras que los 216 restantes son entregados por algún familiar. La disponibilidad de cifras en los años que coincide la información de las dos fuentes consultadas permite establecer que las niñas eran abandonadas con mayor frecuencia que los niños. NODRIZAS Asimiladas a la esfera privada de producción y reproducción de las condiciones de vida, las mujeres han pasado desapercibidas, sólo se les reconoce por sus obras: los hijos criados, la comida elaborada, la ropa limpia y planchada, en fin, el orden doméstico establecido y sostenido a lo largo de la historia en diversas latitudes y sólo gracias al desarrollo de los estudios antropológicos, a la atención que se ha prestado al tema de la familia, a la afirmación de la historia de las “mentalidades” que se ocupa de lo cotidiano, lo privado y lo individual, pero sobre todo gracias al movimiento a favor de las mujeres, se ha puesto en el escenario de las preocupaciones de la investigación social la determinación de fuentes y métodos que hagan visible su presencia.

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Desde el período previo a la industrialización, en busca de salarios que aportaran ingresos adicionales para la subsistencia, las mujeres han desempeñado una amplia gama de actividades, dentro o fuera del espacio doméstico que tradicionalmente se le ha reconocido como propio. Desdibujadas en ese orden doméstico, pero apegadas estrictamente a él ocupando una posición diferenciada, intuimos su presencia invisible, desempeñado tareas de madre sustituta como amas de cría o nodrizas en auxilio de otras mujeres, generalmente de clases altas, imposibilitadas o indispuesta para alimentar a sus propios hijos, pues sólo la mujeres pudientes desde la antigüedad clásica podían contratar mujeres que alquilaban su cuerpo como amas de cría, las nodrizas, que alimentaban a hijos ajenos brindándoles el calostro y la leche materna, fácilmente digerible y con valiosos anticuerpos para incrementar las posibilidades de supervivencia del niño, el cual debía ser destetado gradualmente entre el primer y tercer año de vida. En algunas provincias españolas, las casas señoriales comisionaban al cirujano de cámara, para que con su criado se desplazara por las tierras del feudo en busca de amas de cría. Las nodrizas debían de ser de buena disposición, ni gruesas ni excesivamente delgadas, con buena salud, de color no muy blanco ni muy moreno, de entre 21 y 27 años, de dentadura blanca, pechos firmes y no muy cerrados, con pezones no muy gruesos, estando de segundo o tercer parto, sin menstruación, con abundante leche y de buenas cualidades, que no hubieran padecido enfermedades contagiosas del cutis y que tuvieran el pelo negro o castaño. Debían ser de honestas costumbres (casadas), de buena crianza y genio templado, limpias y curiosas, que no bebieran vino ni licores. Una vez aprobado su cuerpo, se pasaba a recabar información sobre su alma: su conducta debía ser aprobada por el párroco u otras personas dignas de fe que dieran referencia de su buena crianza y de que sus padres o ellas mismas no ejercieron oficios viles. Entre las mujeres que reunieran esas características, se seleccionaba al ama de lactancia y a dos más de repuesto, ante cualquier posible eventualidad. Las de reserva vivían acompañadas de sus hijos, a los que continuaban amamantando, en una casa contigua a la casa señorial bajo la dirección de una rectora de amas. La lactancia duraba dos años, hasta que los dientes del infante dificultaran el trabajo de las nodrizas y durante ese tiempo recibían una retribución. Testimonios del siglo XI demuestran que las esposas nobles paga-

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ban a una campesina, normalmente una cuyo hijo hubiera muerto para que fuese al señorío como nodriza. Así, para las campesinas casadas, la muerte de un hijo podía acarrear beneficios indirectos si podía conservar la leche de sus pechos, lo que le aseguraba otra fuente de ingresos: podía hacer de ama de cría.5 En las grandes casas siempre había niñeras. Leonor, condesa de Leicester en el siglo XIII, tenía una para cada niño6 que obtenían un salario de 12 florines al año, aproximadamente el mismo que el de cualquier criada.7 A principios del siglo XV la práctica de domiciliar a la nodriza en la casa del lactante se modifica, en vez de acudir la nodriza a la casa, se enviaba a los niños al lugar de residencia de la nodriza, por lo general en el campo. El mercader florentino Antonio Rustichi anotaba en su diario que había enviado varios niños a la mujer de un granjero y después a la mujer de un panadero. A pesar de Rousseau, primero, y de los médicos inspectores, después, la industria de la nodriza prosperó en todo el Occidente, aunque con algunas variantes: en el sur de los Estados Unidos predominó la nodriza negra, los ingleses empleaban madres solteras, mientras que los franceses preferían como nodrizas a las campesinas casadas. Cada vez más se daba el caso de que los lactantes fueran entregados a las nodrizas para que éstas los alimentaran en sus propias casas; ésto se convirtió en una práctica frecuente, sobre todo en los siglos XIX y XX, a la que acudieron las autoridades civiles y eclesiásticas cuando asumieron el cuidado de los niños abandonados, generando datos y registros que permiten reconocer que la industria del amamantamiento no tiene en el egoísmo de las clases pudientes su único origen, ya que fue menester recurrir a nodrizas mercenarias para los niños abandonados y para aquellos cuyas madres se veían forzadas a trabajar. Las mujeres que consienten criar con su leche a estas criaturas pobres van a buscarlas a la ciudad, a los hospicios o a las oficinas especializadas. Nadie cuestionaba la elevada mortalidad de los niños durante la crianza resultante del hecho de que la nodriza no podía alimentar a todos los niños que tenía a su cargo, el dinero que le habían pagado no les daría de comer y, por tanto, morían. Incluso se podía desear la muerte de los niños de padres desconocidos. Los artesanos franceses enviaban sus hijos con las nodrizas y luego dejaban de pagarlas, no necesariamente por insensibilidad sino por una severa elección: la muerte de uno podía preservar las vidas de los hermanos mayores. En tales circunstancias el hospicio y la

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casa de crianza (también llamada “granja de bebés”) hacían fácil lo imposible, la muerte del niño en un lugar más distante y por eso menos dolorosa. Al respecto, una referencia puntual sobre nuestro entorno regional nos la ofrece el fondo documental del Orfanatorio de San Cristóbal de Puebla, responsable del cuidado y atención de los niños expósitos y huérfanos desde la época colonial, permitiendo prefigurar los escenarios y los actores de la marginalidad, en este caso, no sólo los niños desamparados, sino también las mujeres pobres que los atendían bajo el ojo atento de un creciente poder civil. Esta referencia documental nos permite reconocer que, al igual que en otros establecimientos de los que se tiene noticia,8 la presencia de las nodrizas que lactaban “in situ” o en los pueblos son una constante en el funcionamiento de la casa. Los pequeños puestos bajo el cuidado de estas mujeres suelen ser débiles y enfermizos; ellas, abrumadas de tareas, les dedican poco tiempo y los ven morir sin recursos para evitarlo. La vocación liberal del naciente estado tuvo que rendirse ante las dificultades que implicaban la administración y atención de estas instituciones, y en 1843 el gobierno liberal se vio obligado a permitir el establecimiento de las Hermanas de la Caridad, del Instituto de San Vicente de Paul con el objeto de encargarles el cuidado de los hospitales, hospicios y demás casas de beneficencia. Esta asociación de mujeres piadosas tomó a su cargo la administración del Orfanatorio de San Cristóbal, sus tareas de cuidar, enseñar o socorrer llevaban la doble marca del modelo religioso y de la metáfora materna: dedicación-disponibilidad, humildad-sumisión, abnegación-sacrificio y propagaba la persistente idea según la cual había actividades específicamente femeninas, sobre todo en el terreno de la sanidad y la asistencia social, que justificaban la soledad y el anonimato de una inmensa energía femenina cuyos efectos sociales son difíciles de medir, pues como mujeres no deben esperar ningún tipo de retribución por este “trabajo de amor”, el cuidado de la ciudad y sus habitantes, los más desprotegidos sobre todo, es como el cuidado de la casa, gratuito. Entre las tareas que asumieron las Hermanas de la Caridad estaba el control de las nodrizas a cuyos pechos se criaban los lactantes huérfanos del Orfanatorio, que tenía una sección de párvulos, otra de destetados y una más de niños expósitos, algunas de estas nodrizas vivían dentro del Orfanatorio pero otras eran externas, por lo que se llevaban a los niños a su domicilio y tenían la obligación de

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presentarlos periódicamente ante la Junta de Caridad, autoridad civil que supervisaba el funcionamiento de la institución, disposición que no se cumplía cabalmente.9 La sobrepoblación en esta institución en la década de los sesenta del siglo XIX, había obligado a esa Junta de Caridad a aceptar que las mujeres que se desempeñan como nodrizas de los lactantes no vivieran dentro del establecimiento y que se llevaran al niño a su domicilio con la obligación de presentarlos cada domingo, que era cuando pasaban revista en la institución, a fin de poder exigir su paga. El control de las nodrizas se convirtió en motivo frecuente de conflicto, lo que llevó a señalar a la Hermanas de la Caridad como administradoras incompetentes, pues la administración civil insistía en que ... todos los niños pertenecientes al Orfanatorio se criarán y asistirán en sus instalaciones, aboliéndose la costumbre de dar a criar algunos fuera de ellas, (...) la que siendo invencible habría que recogerles los huérfanos y entregarlos a otras nuevas nodrizas, cuya adquisición es también muy dificultosa, y aún el cambio podría ser perjudicial para las criaturas: que por estas razones había que limitarse, por ahora, a recoger sólo aquellos niños que fuese de más urgencia hacerlo, a imponer a las nodrizas externas la obligación de presentar sus niños cada ocho días y a procurar que los nuevos que se presenten no se entreguen ya a nodrizas que no quieran permanecer en el Orfanatorio, y a aprovechar todos los casos en que puedan adquirirse otras nuevas sujetas a esta última condición, solicitándolas por todos los medios posibles...10

En ningún momento se menciona que debían reunir determinadas características físicas, seguramente por lo difícil que resultaba allegarse de ellas. A lo largo de 1867 existen continuas referencias a la rebeldía de las nodrizas para residir de forma permanente en el Orfanatorio y para presentar a revista semanal a los niños, rebeldía que fue alentada por las Hermanas de la Caridad pero que fue vencida mediante la imposición de multas pecuniarias por cada falta de asistencia. La expulsión de la Orden el 9 de noviembre de 1868 por instrucciones del Superior Gobierno, argumentando su incapacidad administrativa y la inconveniencia de su postura política a favor del Segundo Imperio, no resolvió el problema de las nodrizas, siempre

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insuficientes, pero revela el momento en que la gestión de la asistencia social pasa a manos de políticos y profesionales dispuestos a convertir a las mujeres en auxiliares confinadas a posiciones subalternas. A partir de la reorganización del ramo de beneficencia promovida por los regímenes liberales las actividades que habían hecho posible la presencia de las mujeres en los espacios públicos fueron controladas, subordinadas e incluso domesticadas por los nuevos administradores. PROFESORAS Para la población asilada en las casas de asistencia, la educación fue el camino propuesto para redimirlos de su destino, quienes permanecieron en el Orfanatorio sin que alguien los reclamara como propios, al cumplir los siete años fueron trasladados al Hospicio de Pobres en donde su existencia era regulada por estrictos horarios en los que tenía un lugar especial el tiempo dedicado a la instrucción elemental. Una vez que cumplían doce años seguían viviendo en el Hospicio de Pobres pero debían continuar su instrucción en la Escuela de Artes y Oficios. Las mujeres amparadas por la Beneficencia Pública, carentes del entorno familiar en el que tradicionalmente se adquirían las habilidades propias de su sexo, tuvieron en el ámbito de los establecimientos de beneficencia la oportunidad de remontar esa carencia y de retribuir con su personal trabajo los favores dispensados por un estado benefactor que no perdía de vista la importancia de formar ciudadanas hábiles y honestas que contribuyeran con su trabajo a la construcción de la nación que los nuevos tiempos exigían. Este destino, compartido por hombres y mujeres, no pudo sustraerse a la tradición. La instrucción de las mujeres asiladas en casas de asistencia social se limitó al aprendizaje de algunos rudimentos de instrucción elemental y privilegió el aprendizaje de los oficios domésticos como la costura y la cocina. La tendencia fue relevarlas de la carga académica y adiestrarlas en actividades manuales. Un hecho que puede ilustrar no sólo el nivel académico con que las mujeres ingresaban a la institución sino el nivel con el que egresaban es el caso de Adela Santos, la cual después de haber estado asilada en el Hospicio de Pobres cursando la instrucción elemental para después pasar a los diversos talleres de la Escuela de Artes y Oficios durante dos años, difícilmente pudo asentar su firma en el

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acta de salida, en su letra vacilante se revela su falta de pericia en la escritura de su nombre.11 La ausencia de la documentación, certificados, boletas de calificaciones que confirmen la formación escolar de las mujeres más allá de la instrucción elemental nos lleva a suponer las precarias condiciones en que las mujeres se iniciaban en los recintos académicos. Esta suposición se refuerza a la luz de su desempeño como estudiantes y no tanto por la inexistencia de antecedentes escolares.12 En los ritmos que toma la instrucción de las mujeres en este establecimiento se puede percibir la escasa atención que se brindaba a su formación académica, los pocos esfuerzos empeñados en contrarrestar una vieja herencia en la educación femenina y en contrapartida, el interés por capacitarlas como mano de obra productiva y eficiente sin alterar su lugar que en el orden doméstico la sociedad le había asignado. Esta situación se encuentra expresada en los registros de inscripción, a partir de 1905 ya no aparecen mujeres en las noticias de alumnos inscritos, pero esto no significa que estuvieran ausentes, el que no aparezcan en los registros da la impresión de que no se les considera como alumnas, sin embargo, su presencia se percibe en las noticias mensuales sobre conducta, asistencia y aprovechamiento. Esta situación marginal de las alumnas tiene su correlato en la planta académica de las escuelas que dependían de la beneficencia pública, la cual sólo considera al personal académico masculino. En los registros e informes no se incluye a las maestras de los talleres de cocina, de corte y costura, de lavado y planchado y de tejido de medias. Desde los últimos años del siglo XIX, las mujeres, tanto las profesoras como las alumnas, no aparecen más en los registros escolares, sólo podemos percibirlas por sus obras: la comida en la mesa, la ropa limpia y planchada, la ropa recosida. Las profesoras de los talleres de la Escuela de Artes y Oficios, sin embargo, conservaban un reducido espacio en el cerrado mundo masculino de la toma de decisiones escolares: la Academia de Profesores de la Escuela. En ella se congregaban tanto los profesores como los maestros de taller y las autoridades de la escuela y en su seno se trataba lo relacionado a horarios, actividades académicas, pero sobre todo, de ella emanaban las propuestas de modificación de planes y programas de estudio. De acuerdo con el Libro de Actas de la Academia,13 ésta se reu-nía una vez al año, y en su seno lo que, generalmente, se trataba era el

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nombramiento de la comisión que estudiaría las reformas al programa de estudios para elevarla, en calidad de propuesta, a la consideración del gobernador, y en menor medida se hacían consideraciones respecto a la organización de las actividades académicas y a la conveniencia o no de incluir o excluir determinados temas o materia en las cátedras, y aunque la discusión no está extensamente documentada en las actas, es una referencia muy puntual de las preocupaciones de los profesores. A partir de 1894 encontramos como parte de la Academia a las maestras de taller, nunca forman parte de las comisiones y casi nunca toman la palabra, hasta el 10 de noviembre de 1903 en que “la señorita Albina Herrasti solicitó hacer uso de la palabra y concedido, dijo: no estamos conformes con que se tengan las horas de trabajo que marca el régimen de educación llevado en el presente año, pues las alumnas se fatigan demasiado; atendiendo a que la mayor parte de las mismas son de corta edad, con mucha más razón pretendemos se disminuyan las referidas horas de trabajo...”,14 a lo que los profesores pidieron que en vista de que la maestra del taller de tejido de medias hablaba en nombre de todas las maestras del taller, era conveniente que cada una de ellas formulara y argumentara su proposición, quedando esto pendiente para la próxima sesión. En esta ocasión la sesión se celebró, contra lo regularmente establecido, seis días después. En la sesión del 16 de noviembre de 1903 todas las maestras de taller coincidieron en señalar que era un régimen excesivo de trabajo el pretender que las alumnas trabajaran diariamente en todos y cada uno de los talleres, cocinando, lavando, cosiendo y tejiendo medias, que no se les dejaba tiempo para su instrucción y que la rutina del trabajo en algunos de ellos exigía una inmovilidad perjudicial para su salud; su propuesta en general fue que, de acuerdo al orden doméstico, en el turno matutino las alumnas se dedicaran a cocinar y a lavar y por la tarde a planchar, coser y tejer. Sus propuestas fueron turnadas a una comisión que dictaminó que la propuesta de las maestras estaba basada de consideraciones de conveniencia personal y de comodidad individual, pero concordaron en que sería beneficioso que se redujera el número de horas de trabajo en cada taller y que así las niñas puedan concurrir a todos los talleres, dejan al juicio de las maestras incluir amenidad y variedad en las rutinas de los talleres. En esta única intervención de las profesoras en las sesiones de la Academia de Profesores de la Escuela de Artes y Oficios, desde que se fundó en 1886 hasta 1910 revelan su papel subordinado con respecto a los profesores y autoridades masculinas de la institución.

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Para configurar la presencia e influencia de las profesoras que laboraban en las escuelas pertenecientes a las instituciones de beneficencia, la documentación de la Escuela de Artes y Oficios resulta reveladora del lugar que ocupaban dentro de la organización escolar, en su posición y desempeño se manifiesta el peso de una tradición que asigna a las mujeres el cuidado de los otros teniendo como base lo que se consideraba la natural vocación femenina más que una formación académica explícita, pues de estas profesoras no se encuentra referencia alguna que dé cuenta de su preparación para ejercer el magisterio. La situación de estas profesoras seguramente matiza la que tenían las mujeres dedicadas a las tareas educativas en nuestro estado. COMENTARIOS FINALES La pretensión de documentar la presencia femenina en los espacios a los que las confinó la marginación y el abandono aún tiene mucho camino por recorrer y, en este caso, ha resultado fructífero desagregarlas del conjunto de individuos que tuvieron que crecer y formarse al amparo de la asistencia pública. El seguimiento a través de los fondos documentales de los grupos marginados y asistidos por corporaciones, de diferente naturaleza, ha permitido confirmar la situación de vulnerabilidad en que se ha colocado a la mujer como resultado de una tradición históricamente arraigada en nuestra cultura. Desde el nacimiento, las mujeres fueron expuestas en mayor proporción a un destino incierto, en su atención y cuidado fueron empeñados menores esfuerzos que los que se aplicaron a favor de los hombres, sus actividades fuera del esfera privada fueron controladas y subordinadas al orden establecido, así, el camino del desamparo ha resultado más largo y difícil para las mujeres. Sobre las niñas abandonadas que ingresaron al Orfanatorio y que lograron sobrevivir al abandono, se ejerció un tutelaje incuestionable; su vida se planeó de acuerdo a políticas sociales y económicas que estaban fuera de su alcance y comprensión, pero en el último tercio del siglo XIX mexicano ésto no resultaba extraño en un modo de vida en donde las mujeres en general vivían al margen de las grandes y pequeñas decisiones. A la luz de esas precarias condiciones de donde emergieron las mujeres poblanas para conquistar los espacios que le han sido históricamente vedados hemos de comprender nuestra realidad actual.

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Notas * Una primera versión de este trabajo se presentó y discutió en el II Coloquio Internacional de Historia de las Mujeres y de Género en México, celebrado en Guadalajara, Jalisco, México en septiembre de 2003. 1 Pérez Moreda, Vicente, citado por Elsa Malvido. “La Nueva España a principios del siglo XIX”, en El poblamiento de México. México, CONAPO, 1993, t. III, p. 28 y ss. 2 Memoria presentada al congreso de Puebla de los Angeles por el secretario del despacho del gobierno sobre el estado de la administración pública, año de 1830, Puebla, Imp. del Gobierno a cargo del ciudadano Mariano Grijalva, pág 21. 3 Zenizo y Gomes, Gonzalo, La Beneficencia Pública del Estado de Puebla: sus fines sociales, organización administrativa, fuentes de ingreso para sus sostenimiento y contabilidad. Puebla, Imprenta de la Escuela De Artes y Oficios, 1935, p. 6. 4 Anderson, B. S y J. P. Zinser. Historia de las mujeres: una historia propia. Barcelona, Crítica, 1992. Tomo I, p. 164. 5 Anderson, B. S y J. P. Zinser. Op. cit., p. 321. 6 Origo, Iris. The merchant of Prato. Londres, Jonathan Cape, 1957 p. 215. Veáse también Klapisch-Zuber, Christiane. Women, family and ritual in Renaissance Italy, traducido por Lydia Cochrane, Chicago, The University if Chicago Press, 1985, p.p. 133-56 citados en Anderson Bonnie S. y Judith P. Zinsser. Historia de las mujeres: una historia propia. Barcelona, Crítica, 1992. Tomo I; p. 164-165. 7 Diputación Provincial de Zaragoza, España. Cultura. Archivo de los Establecimientos de Beneficencia. 3. Maternidad e Inclusa Provincial y 4. Hogar Infantil de Calatayud 8 AGEP. GDBP. Fondo Orfanatorio; sección Dirección; serie Junta, caja 1, exp. 1 y 2, 1867-1868. 9 AGEP. GDBP. Fondo Orfanatorio; Dirección; Junta, caja 1, expediente 1 relativo al Libro de Actas no. 1 de la Junta de Caridad del Orfanatorio del Estado. Sesión del 14 de julio de 1867. 10 AGEP. GDBP. Escuela de Artes y Oficios; Dirección, Miscelánea, 1897, caja 75, exp. 31. 11 AGEP. GDBP. Escuela de Artes y Oficios; Dirección; Miscelánea, 1895, caja 71, exp. 24, fojas relativas a Reconocimiento de Exámenes Trimestrales. 12 AGEP. GDBP. Escuela de Artes y Oficios; Educación; Técnica; caja 121, exp. 1. Actas de la Academia de la Escuela. 13 AGEP. GDBP. Escuela de Artes y Oficios; Educación; Técnica, Actas de la Academia, fs. 25 y s.s.

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FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA a). Fuentes Archivo General del Estado de Puebla, Registro Civil (AGEP, RC) Archivo General del Estado de Puebla, Grupo Documental de la Beneficencia Pública (AGEP, GDBP), Fondo Escuela de Artes y Oficios. Archivo General del Estado de Puebla, Grupo Documental de la Beneficencia Pública (AGEP, GDBP), Fondo Orfanatorio de San Cristóbal Biblioteca José María Lafragua de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla b). Bibliografía Anderson Bonnie S. y Judith P. Zinsser. 1992. Historia de las mujeres: una historia propia. Barcelona: Crítica. Tomo I. Ariès, Philippe. 1987. El niño y la vida familiar en el antiguo régimen. Madrid: Taurus. Ariès, Philippe. 1995. Ensayos de la memoria. 1943-1983. Bogotá, Colombia: Editorial Norma. Carrión Antonio.1897. 1970. Historia de la ciudad de Puebla de los Angeles. Obra dedicada a los hijos del Estado de Puebla. Puebla: Edit. José M. Cajica Jr. Tomo I. Cordero y Torres, Enrique. 1966. Historia compendiada del Estado de Puebla. Puebla: CEHP. Cruz Barrera, Nydia. 1993. “Los nuevos rumbos de la nación: educación y orientación social en Puebla”. Carlos Contreras Cruz. comp. Puebla, una historia compartida. México: Gobierno del Estado de Puebla. UAP-Instituto Mora. Duby, Georges y Micelle Perrot. 1994. Historia de las mujeres en Occidente. México: Taurus. Herrera Feria, María de Lourdes. 2000. Fuentes documentales para el estudio de la marginalidad en el pasado mexicano in Marginalidad y minorías en el pasado mexicano: Memoria del XVI Congreso Nacional de Historia regional. Culiacán. Sinaloa: Universidad Autónoma de Sinaloa. Herrera Feria, María de Lourdes. 2001. “De la caridad a la asistencia social: los niños huérfanos y abandonados en Puebla, 1852-1880”. Revista Enlaces no. 9. nueva época. primavera-verano. Puebla. México: BUAP. Himmelfarb, Gertrude. 1988. La idea de la pobreza: Inglaterra a principios de la época industrial. México: Fondo de Cultura Económica. Leicht, Hugo. 1986. Las calles de Puebla, estudio histórico. Puebla: Junta de Mejoramiento Moral Cívico y Material del Municipio de Puebla. Lomnitz, Larissa A. de. 1997. Cómo sobreviven los marginados. México: Siglo XXI. Malvido, Elsa. “La Nueva España a principios del siglo XIX”, El poblamiento de México: una visión demográfica. México, CONAPO, 1993. T. III. McDowell, Linda. 2000. “Dentro y fuera de lugar: cuerpo y corporeidad”,

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Género, identidad y lugar. Un estudio de las geografías feministas. Madrid:Cátedra. p.p. 59-110 Memoria presentada al Congreso de Puebla de los Ángeles por el secretario del despacho del gobierno sobre el estado de la administración pública. año de 1830. Puebla: Imprenta del Gobierno a cargo del c. Mariano Grijalva. Mollat, Michel. 1998. Pobres, humildes y miserables en la edad media: estudio social. México: Fondo de Cultura Económica. Morales Pereyra, Samuel. 1888. Algunas consideraciones sobre las causas que motivan la gran mortalidad de la primera infancia y recursos que deben oponerse para combatirla. México: Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento. Torija Tapia, Hortencia. 2002. El abandono de infantes y la formación del nuevo ciudadano en Puebla durante el porfiriato. Tesis de Licenciatura en Historia. Puebla: BUAP - Facultad de Filosofía y Letras. Zenizo y Gomes, Gonzalo. 1935. La Beneficencia Pública del Estado de Puebla: sus fines sociales, organización administrativa, fuentes de ingreso para su sostenimiento y contabilidad. Puebla: Imprenta de la Escuela De Artes y Oficios.

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Cuando en 1896 Refugio Cortés presentó su tesis en la Escuela

Normal de Profesoras del Estado de Puebla, escogió como tema para desarrollar la enseñanza del castellano entre “las razas aborígenes”, es decir entre la población indígena, en especial la de la sierra norte del Estado de Puebla. Este tipo de estudio es un síntoma del tipo de imposición educativa que se planteó durante le Porfiriato, cuando en un esfuerzo por destruir la diversidad étnica y cultural de México se trató de uniformar la educación, sobre todo la educación primaria imponiendo a los grupos indígenas la enseñanza del español. En efecto, la diversidad étnica y cultural del país en ese momento es objeto de estudio, así como los efectos del esfuerzo educativo porfiriano, que no fue uniforme, y tuvo éxitos más notables en la zona norte del país, justamente donde existía poca población indígena [Bazant, 1993: 16]. Este esfuerzo unificador de la educación primaria porfiriana tuvo en la alumna Refugio Cortés una representante convencida, pues refiriéndose a los indígenas con enorme énfasis establece que “… dar muerte civil a estas razas es lo más interesante para el adelanto de México, porque en su estado actual, ni producen ni consumen” [Cortés, 1896: 6]. El intento por explorar en esta tesis de la Normal de Puebla, los elementos y las posibilidades que para educar a los indígenas ofrecía la instrucción normalista, llevó a plantear a la joven maestra Cortés la necesidad de proporcionar instrucción de la lengua española a los indígenas, pues en su opinión éstos estaban llenos de ideas puramente animales, ideas supersticiosas en materia religiosa, aversión a cuanto dignifica progreso, antipatía por la gente culta, subordinación artera o inconsciente a la ley, odio burlesco a los usos y objetos bien recibidos en sociedades civilizadas, he aquí el patrimonio de nuestros indígenas, el credo de cuatro millones de habitantes de México [Cortés, 1896: 6-7]. El prejuicio y la falta de simpatía que la profesora Cortés muestra

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hacia los indígenas, le sirve para justificar la necesidad de instruirlos en el idioma español, pero sobre todo revela el papel de transmisora de la ideología que se reproducía en la Escuela Normal de Puebla a la que Refugio Cortés asistía. Ésto no impedía que en su trabajo de tesis, la normalista mostrara una preocupación auténtica por la necesidad de instruir a los indígenas, pues el trabajo de Cortés consistió justamente en elaborar un programa para los primeros seis años de instrucción primaria y un método para enseñar el español a los indígenas. En cuanto a su método, éste revela también la resonancia que alcanzaba la ideología evolucionista que tanta difusión tuvo en el Porfiriato. Cortés cita explícitamente a Herbert Spencer y a Auguste Comte, dos de los filósofos positivistas más influyentes en México sostenedores de la idea evolucionista 1 Cortés afirma que: No debe olvidarse este proceso de evolución, porque como afirman Comte y Herbert Spencer: La educación del niño debe seguir, en su modo y orden, la misma marcha que ha seguido la educación de la humanidad, considerada bajo el punto de vista histórico. En otros términos, la génesis de la ciencia en el individuo, debe seguir el mismo camino que la génesis de la ciencia en la raza [Cortés, 1896].

Así, la historia, o por mejor decir, el concepto de historia lineal, evolutiva y orientada a un fin único, el de la demostración del triunfo de la razón sobre la barbarie, se convierte en la gran justificación para implantar una educación excluyente para los indígenas, en la cual la pérdida de su lengua debía ser substituida por el español. A este respecto debe señalarse que la lengua revela también una estructura mental, una forma de ver el mundo, una sensibilidad y que la pérdida de la lengua altera necesariamente estas percepciones. Sin embargo, para el aparato ideológico y educativo del Porfiriato, la exigencia de una unificación nacional necesariamente incluía la desaparición de las lenguas indígenas. Lo interesante de todo esto es el uso que se hace de la historia, entendida ésta como el gran esfuerzo por la civilización, como una marcha lineal de la humanidad hacia un esquema de triunfo de la “razón”, entendiendo por ésta la cultura europea occidental. En este sentido, el tipo de temáticas que se presentan en las tesis de la Escuela Normal del Estado de Puebla obedece a esta interpretación en la que sobre la base de un argumento histórico, se justifica el esfuerzo uniformizador del Porfiriato. Este esfuerzo, que caracte-

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rizó buena parte de la política educativa del régimen, admite sin embargo, ciertos matices. Las Escuelas Normales para mujeres fueron diferentes de las Escuelas Normales para hombres, inclusive la preparación para ingresar a ellas, era diferente. Así, en la ciudad de México, se fundó en 1869 la Escuela Secundaria para Niñas, donde se preparaba a las mujeres para ser maestras o bien para trabajar en algunos de los oficios que la creciente demanda de servicios imponía en las zonas urbanas [Ramos Escandón, 1988: 113-123]. Maestras, dependientas, telegrafistas, fueron oficios que se consideraron adecuados para las actividades femeninas. Sin embargo, ninguno tan identificado con la femineidad como el magisterio. Esta convicción llevó a la comisión formada por Julio Zárate, Miguel Serrano y Manuel Peredo a estudiar el sistema normalista norteamericano en un viaje especial a los Estados Unidos; después de rendir su informe, en 1887, la Escuela Normal para profesoras de la ciudad de México empezó a funcionar en 1890 [Bazant, 1993: 132-133]. En el caso poblano, la Escuela Normal tenía entre 1894 y 1900 tanto alumnos mujeres como varones, pero compartía con la de la ciudad de México, la idea central de que el temperamento femenino era especialmente proclive a la enseñanza y en sus aulas se reproducía el estereotipo de conducta femenina que en el porfiriato se reclamaba como adecuado para la mujer. Así, cuando Elena Romero presentó en 1894 su tesis para optar por el grado de Profesora de Educación Primaria en la Normal del Estado de Puebla, escogió como tema de su trabajo, la vocación. En su trabajo la señorita Romero hacía una comparación que resultaba frecuente en la época. Afirmaba: la profesora viene a ser una madre, cuyos derechos y obligaciones no tienen por objeto formar con acierto y para el bien, una sola familia, sino desempeñar esta nobilísima y difícil misión respecto de toda una sociedad prodigando su instrucción, sus cuidados afectuosos y con ellos una parte muy esencial de su existencia a un numero indeterminado de niños, hijos todos de distintas madres y viciados muchos de ellos por un mimo imprudente y perjudicial [Romero, 1894: 5].

Al expresar en las líneas anteriores el papel que, en su opinión, debía desempeñar una maestra, esta joven normalista no estaba sino expresando de una manera cabal algunos de los ideales de la socie-

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dad de su tiempo. En efecto, la política educativa del Porfiriato, como sabemos, fomentó la instrucción primaria con una eficacia que no había tenido ningún régimen hasta esa fecha. A pesar de su poca uniformidad y su incidencia mínima en los índices de analfabetismo en el país, la educación, sobre todo la educación primaria, fue una prioridad para el régimen porfiriano. En este esquema de promoción educativa la preparación de quienes estaban encargadas de la educación resultaba primordial. Es por ello que se procuró el establecimiento de escuelas específicamente orientadas a la formación de las maestras. Tal fue la Escuela Normal de Profesoras del Estado de Puebla. La función que esta institución tuvo en la formación de una identidad de género entre las jóvenes maestras, y cómo esta identidad refleja algunos de los valores que sobre la sociedad —en especial sobre la nación y la raza—, se trasmiten en el porfiriato mexicano, es el objeto de este trabajo. La fuente documental en la que se basa, es un conjunto seleccionado de tesis presentadas para obtener el grado de maestra en la Escuela Normal de Puebla entre los años de 1894 y 1906. He escogido esta fuente porque considero que el proceso de construcción de diferencia genérica pasa por la instrucción de la escuela tanto como por la de la familia, y me parece que el análisis de contenido de las tesis presentadas en la Escuela Normal de Puebla puede ser un instrumento útil para conocer el tipo de valores en las que se instruía a las mujeres porfirianas de la época. La referencia a una tesis sobre la mujer hecha por el historiador norteamericano Callcott [1965] en su libro sobre el liberalismo en México, llamó mi atención sobre las temáticas de dichas tesis y sobre su posible utilidad para conocer el proceso de transmisión de cultura genérica entre las mujeres de clase media de la época en Puebla. La primera constatación sobre el contenido de dichas tesis es el hecho de que en la mayor parte de los casos están presentadas por mujeres, es decir, que la profesión de maestra o instructora de educación elemental era una de las pocas profesiones que legítimamente podían escoger las mujeres de la época, más aún, como bien dice la señorita Romero, la tarea docente se concibió como una prolongación de la tarea maternal. En una sociedad donde buena parte de la población es producto de un apareamiento que no pasa por el reconocimiento legal, es decir por la formalidad el matrimonio civil, la abundancia de hijos ilegítimos parecería ser el reflejo no tanto de la moral relajada, como creían las buenas conciencias de la época, sino de la falta de hábito de legitimar los apareamientos. En este

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sentido, es bien conocida la intentona del estado porfiriano por fomentar una mística de la maternidad a través de la construcción de una imagen ideal de la mujer madre perfecta, más aún de la identificación de la labor maternal con la identidad de la mujer [Ramos Escandón, 1996: 275-286]. En este mismo sentido, la labor estatal de la educación tiende a prolongar y subrayar la imagen de la mujer como madre-maestra. Es decir, la maestra resulta una prolongación de aquellas virtudes maternales que se suponen forman parte de la identidad femenina en la época. Así, la labor del magisterio viene a ser exaltada en el discurso de la época como una especie de apostolado en donde se prolongan las virtudes maternales de paciencia, abnegación, entrega, desinterés. Es decir, aquellas virtudes de corte católico que forman parte de la imagen de mujer y madre que prevalece en la época. Así pues, la maestra resulta ser, como afirma la joven maestra Romero, una prolongación del papel de la madre y en cuanto tal, su identidad está identificada con las virtudes que conforman la identidad de aquella. Al respecto no deja de llamar la atención que una institución de carácter estatal, como lo era la Escuela Normal de Puebla, transmitiera valores de corte tradicional católico en una sociedad que justamente es producto de un enfrentamiento y de una separación entre Iglesia y Estado. Sin embargo, en la construcción de la identidad femenina, de las características de género de la maestra normalista poblana, resuenan ecos de una cultura tradicional que se presentan ahora con el nuevo ropaje de una ética del trabajo. En efecto, la principal característica de la maestra, según esta tesis, es la de dedicarse, en cuerpo y alma, a su labor docente. La maestra debe, pues, consagrar su tiempo al cumplimiento de la obligación durante el día y emplear con frecuencia una parte de la noche en resolver casos difíciles y preparar las clases del día siguiente, no permitiéndose más descanso que el estrictamente necesario para conservar la salud. Tal devoción al trabajo pretende construir una forma de ser mujer, una conducta genérica en donde queden confundidas la identidad personal y la identidad laboral. La maestra deberá serlo tantas horas al día cuanto sea necesario, sin que exista un espacio para su identidad personal. Más aún, ésta, la identidad personal de la mujer maestra, deberá estar reglamentada por la imagen de lo que en el contexto social debe ser una buena maestra. La imagen misma de la maestra en cuanto a su relación más íntima, su relación con su cuerpo, está codificada de acuerdo al deber ser de maestra, cuya apa-

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riencia personal deberá ser controlada. El aseo es indispensable en todo ser, pero si degenera en pasión por los afeites, convierte las horas en minutos para la persona a quien hace su esclava, de aquí se deduce que debe ser muy sobria en su aspecto, no sólo por ahorrar tiempo, sino también para que aquel esté en armonía con su grave ocupación. Así pues, la mujer-maestra, debe someterse a los requerimientos sociales de la identidad maestra. A este respecto es fácil adivinar la tensión subyacente en la imagen de la maestra como producto de la sobriedad y la discreción, mientras que las páginas de los periódicos de la época empiezan a llenarse de noticias sobre cremas maravillosas, polvos de arroz y otros productos de consumo que comienzan a ser masivos para la construcción de una imagen femenina en donde el deseo de agradar, pero sobre todo de conformarse de acuerdo a una imagen arquetípica de la mujer, hace su aparición con fuerza. Sin embargo, la construcción de esta identidad femenina no pasa únicamente por el aspecto físico, sino que se integra también el aspecto moral o, por decirlo en términos modernos, se trata aquí de la construcción de una identidad de género en donde los rasgos caracterológicos de la mujer maestra están determinados por el deber ser de su actividad. En este sentido el estudio de Elena Romero hace un énfasis especial en la vocación. Debe aclararse que también la idea de vocación es una idea de corte cristiano, vocación es llamado y, al parecer, según la maestra Romero, el carácter especial de la actividad docente necesariamente requería de una actitud personal que propiciara su ejercicio, misma que a falta de mejor nombre, llama vocación. Según ella, la vocación de la maestra está sobre todo centrada en la existencia de esa voluntad de sacrificio especial, de entrega a los demás. La vocación, sin embargo resulta genéricamente diferenciada pues si bien es deseable en los varones, resulta del todo indispensable en las mujeres, y si bien es cierto que de acuerdo con la ideología positivista de perfeccionamiento social de la que participa tan a fondo la ideología porfiriana, la vocación, en especial la vocación femenina, no puede suplirse con el esfuerzo por la corrección de un defecto. Se trata pues de una virtud esencialmente femenina, que constituye una diferencia de género entre los profesores y las profesoras poblanas del momento. Para Romero, la vocación del magisterio es una inclinación que debe ser en la profesora tan desinteresada y sublime como lo es el amor maternal, si no temo haber dicho demasiado, pues sólo un afecto semejante al de la madre puede colo-

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car en su verdadero punto de vista a quien debe ser al ángel tutelar de la niñez [Romero, 1894: 8]. La construcción de la identidad femenina y la característica genéricamente diferenciada de la mujer como ángel del hogar, aparece, como sabemos, en una buena cantidad de los artículos que las revistas femeninas publican en la época, y por ello no es de extrañarse que la profesora Romero incorpore el estereotipo de la mujer como ángel en su conceptualización de lo que debe ser la mujer maestra. Cabe señalar también que esta característica de angelidad resulta también sumamente adecuada para la desexualizacion de la imagen de la mujer, pues como es de todos sabido, los ángeles no tienen sexo y la inmaterialidad de la mujer ángel no sólo cancela la sexualidad de la mujer, sino también, de un modo simbólico, su corporalidad. El deber ser de la mujer maestra pasa pues por la negación de la identidad personal propia para consagrar su vida al beneficio de los demás [Romero, 1894: 17]. Es decir, se trata de la formación de una identidad genéricamente diferenciada de la de los profesores varones mediante la observancia de un ideal de identidad femenina en la que prevalece el esfuerzo personal en nombre de una vocación de servicio que tiene más ecos en la moral cristiana que en la mentalidad laica con la que el estado porfiriano se identifica. La maestra es pues una trabajadora disciplinada y generosa que tendrá que luchar sin descanso con la ignorancia, la pereza, los malos hábitos y aun la insubordinación de sus discípulos, y cuantas veces con las impertinencias que un amor mal entendido sugiere a los padres [Romero, 1894: 12]. Así pues, la maestra se convierte en la amiga, la consejera y la madre de los niños. El papel de la identidad materna sigue presente. MAESTRAS Y SENTIDOS Si bien es cierto que la imagen de la madre maestra prevalece en varias de las tesis de la Normal de Puebla, es necesario señalar también que las tesis mismas, en cuanto fuentes, revelan la dicotomía profiriana entre la inteligencia y la sensibilidad. A este respecto la tesis que con la solicitud de examen profesional presenta a la directora de la Escuela Normal de Profesoras la alumna Nicolasa Quintero, aspirante al título de profesora de instrucción primaria en 1895, constituye un excelente ejemplo de lo que podríamos llamar la construcción de la sensibilidad corporal, o mejor aún el sometimiento del cuerpo por la disciplina física.

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Así la corporalidad femenina se construye sobre la base de la necesidad del sometimiento de los sentidos, de su educación. Según Nicolasa: … la educación de los sentidos ejerce su influencia sobre la educación en general, o sea sobre los tres grados que ella abraza: la educación física, la educación moral, la educación intelectual. Nadie puede poner en duda la relación que tienen entre sí los tres grados de educación, así la educación intelectual influye sobre la parte moral [Quintero, 1895: 1].

Esta necesidad de someter y educar a los sentidos lleva a la profesora Nicolasa Quintero a elaborar dos ejemplos alegóricos para poder enseñar en los niños la posibilidad de desarrollar la vista, el oído y el olfato. En su texto la profesora Quintero describe cómo se deben desarrollar estos sentidos en los niños mediante ejemplos alegóricos sobre su uso. Este tipo de instrucción de los sentidos está sin duda inmerso en un esquema más amplio de formación del individuo, en particular, de un esquema de mujer que señala claramente las diferencias genéricas y que construye la identidad femenina sobre la base de la separación clara de los espacios público y privado de acuerdo a una jerarquizaron genérica que no admite sino una clara dicotomía de ellos como “león para el combate y ellas como paloma para el nido.” Es a este nido de domesticidad al que se aboca la tesis de Leonor Cobos López (1895), quien dedica su trabajo a la necesidad de que a las alumnas se les instruyese en las tareas de la educación doméstica. En su trabajo, Leonor señala en primer lugar la necesidad de incluir la economía doméstica como parte de la instrucción de las niñas, ya que en su perspectiva la economía doméstica es el punto principal de la educación femenil [Cobos, 1895: 6]. A pesar de tan tajante afirmación, Doña Leonor abunda aún más en su afán por justificar la educación femenina. La prosperidad social, así como la felicidad individual y colectiva de la humanidad, dependen del grado de educación de la mujer; y en efecto, como ella está destinada por la naturaleza para ser guía de la familia, necesita preparación especial que la ponga en aptitud de conocer la importancia de sus obligaciones para que pueda desempeñarlas concienzudamente. Si siempre se tuviera en cuenta que las niñas deben llegar algún día a desempeñar los augustos deberes de esposas, madres, amas de casa y educadoras de sus hijos, en ningún plantel don-

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de se las educa se descuidaría prepararlas para el desempeño de tan sublimes funciones. En efecto, el proyecto de sociedad del porfiriato fomentaba la inclusión de la mujer en aquellas tareas que resultaban una prolongación de su papel maternal y doméstico como hemos visto, pero lo interesante del caso de Leonor es que parece abogar por una especie de refuncionalización reflectora de la domesticidad que ahora viene presentada como una necesidad importante en el proceso que integra a la modernidad, a la educación femenina. Leonor considera que la educación femenina es una necesidad impostergable. Por desgracia para nosotros, el atraso de la educación de la mujer mexicana se hace sentir tan pesadamente en el país, que puede considerarse como el mayor obstáculo, como la rémora más grande para el progreso y adelanto de éste. Citando a algunos teóricos tanto europeos como norteamericanos, y a quienes no menciona, Cobos justifica la necesidad de dar instrucción doméstica a la mujer porque se ha hecho sentir la necesidad de que la mujer no olvide nunca que su centro es el hogar. La ignorancia de los principios más sencillos de la Economía Doméstica, convierten en un infierno el hogar de la mujer; por más entendida que sea en las demás ramas de la ciencia, la tranquilidad y la felicidad de todas las familias, sea cual fuere su posición social, aunque parezca increíble, está en manos de la ama de casa. Así la domesticidad se convierte en la tarea central de la educación de la mujer y ésta, a su vez, en la urgencia nacional más relevante. DOMESTICIDAD

NACIONALISTA, DOMESTICIDAD UNIVERSAL

La construcción de un proyecto de nación se afianza, pues, en la perpetuación de la domesticidad, en la que la mujer desempeña un papel central al asumir la separación genérica que distribuye las actividades de acuerdo a un esquema dicotómico de separación de espacios. Así, no basta que la niña aprenda a leer, a escribir, a calcular, etc., es preciso despertar en ella el gusto por los trabajos de la casa, es preciso desterrar la idea errónea que sólo la ignorancia ha podido sostener tanto tiempo, de que no es digna la mujer que se ocupa del interior de su casa [Cobos, 1895: 7]. La economía doméstica se convierte así, sobre la base de esta refuncionalización de su importancia, en una “ciencia” de la domesticidad, con asignaturas y espacios específicamente asignados a su aplicación. La tesis de Cobos López incluía todo un programa de

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cómo debía impartirse la economía doméstica puesto que, dado que se trataba de una ciencia, tenía que tener un ordenamiento sistemático de materias. Como ejemplo se insertaba el programa de enseñanza doméstica de las escuelas de Francia para el año de 1887, en donde se iniciaba a las alumnas en la organización y conservación de la casa habitación, para después pasar a la conservación de los muebles, de las telas, la colada, lavado y planchado, sin olvidar, desde luego, las artes de la repostería; el programa incluía materias como conocimiento de la harina, el horno de pan, cocción de pan y pastelería, para terminar con temas referentes a la conservación y cocción de legumbres, la conservación de las frutas, el empaque y transporte de frutas, repostería y finalmente, como culminación de ese primer curso, la contabilidad doméstica. La atención a tan especializadas tareas la fundamenta doña Leonor en la importancia que a cursos semejantes se le ha dado en países como Estados Unidos, Suiza, Austria, Bélgica y Alemania, y afirma, como se ve por todo lo dicho, la necesidad de volcar la escuela a la familia; la obra de la educación doméstica está reconocida de la misma manera en los países más importantes de Europa y América [Cobos, 1895: 21]. En favor de su argumento —sobre la necesidad de que fuese la escuela y no la familia quien instruyese a las mujeres en las labores domésticas—, Leonor Cobos declaraba que: … la mujer mexicana carece de muchos conocimientos muy indispensables para la dirección de la casa y esto hace que su inferioridad se palpe en el seno de la familia, donde generalmente el padre tiene que intervenir en cuestiones muy triviales, tales como indicar qué alimentos son los más sanos, la mejor manera de condimentarlos, las horas más propias para los baños, el tiempo que deben durar éstos, cuáles son las telas más apropiadas para el vestido según las estaciones, la alimentación más propia para un enfermo, la manera de hacer la ventilación de las habitaciones, etc., todo esto nos viene demostrando que es preciso que en las escuelas de niñas se les enseñe y prepare para la vida, ya que la educación que pueden recibir en la casa es tan incompleta [Cobos, 1895: 22].

La poca credibilidad que se concede a las familias como el espacio privilegiado para la construcción de la domesticidad es, tam-

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bién, el tema de análisis de la tesis de Margarita Pérez Munive en 1895. En su trabajo Pérez Munive se ocupó particularmente de la necesidad de la buena relación que debe existir entre la familia y el maestro; parte de la necesidad de que exista una colaboración entre ambos. La observación y la experiencia han demostrado que la familia, sea poderosa o humilde, desempeña el principal papel en la educación del niño y del adolescente, por eso es que la maestra debe procurar a toda costa contar con la ayuda de ellos. [Pérez Munive, 1895: 4] Es interesante señalar que en esta tarea, la tesis de Pérez Munive coincide con la de Cobos López en lo que se refiere a la importancia de la enseñanza doméstica y establece la necesidad de una alianza de género entre madre y maestra para fomentar este conocimiento: … la maestra debe recomendar a la madre de familia la dedicación de las niñas en la casa a los trabajos domésticos en los ratos de ocio porque ésto es de utilidad indiscutible, porque en la vida doméstica, mejor que en ninguna otra parte se adquieren y practican todos los principios y las reglas que rigen el gobierno de una casa. En consecuencia, la maestra recomendara constantemente la práctica en el hogar de muchas de las verdades adquiridas en la escuela [Pérez Munive, 1895: 7].

Una de esas prácticas es, según doña Margarita, la costura, pues establece que otra de las recomendaciones que los maestros deben hacer a los padres es referente a la costura. Se observa que la familia de las niñas pone poco empeño en proporcionarles el material para esta clase, lo que puede ser debido a la falta de recursos y al abandono de las familias o a la ignorancia de éstas. De aquí la necesidad de una entrevista que tenga por objeto hacer conocer a la familia la utilidad e importancia de esta signatura, así como la clase del material que debe proporcionar a la niña para al trabajo que va a emprender [Pérez, 1895: 6]. La costura, el manejo de la casa son, pues, las tareas que se asignan a la mujer y a través de las cuales se construye un parámetro de conducta femenina, un espacio de prescripción de comportamientos genéricos de acuerdo a los cuales la mujer porfiriana poblana construye su identidad. Se trata, según muestran las tesis de la Escuela Normal de Profesoras del Estado, de un discurso profundamente asimilado por las mujeres, pues son ellas mismas quienes lo reproducen y, podemos suponer, lo implementan en la formación de las nuevas generaciones de mujeres. El esquema de la conducta

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femenina y la feminidad identificada con el espacio privado y con las formas de conducta genérica encaminadas a reproducir la domesticidad tuvo, en la Puebla de fin de siglo, una expresión acabada en la Escuela Normal de Profesoras, institución que pese a su carácter estatal y, en tanto que tal, laico coincide peligrosamente con los parámetros de conducta para la mujer de una religiosidad católica. Al hacerlo, la Escuela Normal ejemplifica la coincidencia entre el poder estatal y el aparato ideológico religioso en el establecimiento de formas de conducta genérica que se construyen y se reproducen en esa institución. Se trata pues, de una etapa más de la construcción de la identidad femenina cuyos ecos acaso resuenen aún hoy.

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Notas 1

Sobre el positivismo en México el estudio clásico es el de Leopoldo Zea. 1968. El positivismo en México. México, El Colegio de México. Véase también del mismo autor su trabajo publicado en 1963 e intitulado: Del liberalismo a la Revolución en la educación mexicana.

BIBLIOGRAFÍA Bazant, Milada. 1993. Historia de la educación durante el Porfiriato. México, El Colegio de México, 4ª. reimpresión 2000. Callcott, Wilfrid Hardy. 1965. Liberalism in Mexico, 1857-1929. Hamdem, Connecticut USA, Archon Books. Cobos López Leonor. 1895. Tesis que para el examen profesional presenta al jurado Calificador Leonor Cobos López, aspirante al titulo de Profesora de Instrucción Primaria. Puebla, Tipografía de Jesús Franco, 1ª. de Santa Teresa no. 3. Cortes, Refugio. 1896. Tesis que a la señorita Directora de la Escuela Normal de Profesoras del Estado de Puebla, presenta la alumna Refugio Cortes para su Examen Profesional. Puebla, Imprenta de Manuel V. Álvarez y Hnos. Pérez Munive, Margarita. 1895. Tesis que presenta en su examen profesional la alumna Margarita Pérez Munive, aspirante al honroso título de profesora de instrucción primaria. Puebla, Imprenta de Manuel Alvarez y Hnos. Quintero, Nicolasa. 1895. Tesis que con la solicitud de examen profesional presenta a la directora de la Escuela Normal de Profesoras la alumna Nicolasa Quintero aspirante al título de Profesora de Instrucción Primaria. Puebla, Imprenta de Isidro María Romero calle del Sagrario No. 6. Ramos Escandón, Carmen. 1988. “Mujeres trabajadoras en el Porfiriato.» Historias, no. 21, México, Dirección de Estudios Históricos INAH, pp. 113-123. Ramos Escandón, Carmen. 1996. «The Social Construction of Wife and Mother. Women in Porfirian Mexico: 1880-1917» en Kinship. Gender Power: a comparative and interdisicplinary history. Mary Jo Maynes, Ann Walter, Brigitte Soland, Ulrique Strasser eds. London, New York, Routledge, pp. 275-286. Romero, Elena. 1894. Estudio acerca de la vocación de la profesión de instrucción primaria. Tesis que presenta para su examen profesional la alumna de la Escuela Normal de Profesoras Elena Romero. Puebla, Litografía y Tipografía de Pedro N. Alarcón. Zea, Leopoldo. — 1968. El positivismo en México. México, El Colegio de México. — 1963. Del liberalismo a la Revolución en la educación mexicana. México, SEP.

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LA MUJER MODERNA: UNA REVISTA FEMINISTA Y REVOLUCIONARIA (1915-1917) María Elizabeth Jaime Espinosa

El semanario ilustrado La Mujer Moderna, cuya directora y propie-

taria fue Hermila Galindo Acosta, se publicó en la ciudad de México de 1915 a 1917.1 Su circulación fue, en su primer semestre, mensual; para 1916 ya se editaba semanalmente y se distribuía los domingos en los sitios autorizados para su venta.2 La suscripción, trimestral, tenía un costo mensual de 20 centavos aplicable a todo el país, para el extranjero era el mismo precio pero en oro.3 El contenido de la publicación se centró en dos aspectos fundamentales: la difusión de movimiento feminista en México y el proselitismo a favor de la lucha armada dirigida por Venustiano Carranza. Además de difundir los objetivos básicos, éste editó, regularmente entre 16 y 18 páginas e incluyó información considerada en la época como propia del “sexo débil”: consejos de belleza, cocina, modas y literatura. Sin embargo hay que aclarar que el contenido de estas secciones en cuanto a publicidad, recomendaciones para procurar una buena apariencia física, y mantener todo en orden dentro del hogar, siempre fueron moderadas en comparación con otras revistas del periodo que tuvieron como fin promover el ideal femenino de la época: la ubicación de la mujer dentro de la esfera doméstica.4 HERMILA GALINDO, UNA MUJER DE IDEAS REVOLUCIONARIAS Hermila Galindo Acosta, nació en Ciudad Lerdo, Durango, el 29 de mayo de 1885. Hija de Rosario Galindo y Hermila Acosta, socialmente perteneció a la clase media mexicana. Sus primeros estudios los realizó en su ciudad natal y su educación profesional la cursó en la ciudad de Chihuahua, en la Escuela Industrial para Señoritas.5 Al de la Revolución, en 1910, Hermila Galindo ostentaba el grado de profesora y se encontraba ejerciendo su profesión. Sin abandonar su actividad de educadora, dio inicio a su participación en el movimiento maderista.6

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Para 1913, tras la muerte de Francisco I. Madero, la militancia de Hermila Galindo se hizo más visible al unirse a la facción dirigida por Venustiano Carranza, convencida de las propuestas de igualdad que constantemente manifestó el revolucionario durante sus trayectoria hacia el centro del país.7 Desde su incursión en el constitucionalismo, Hermila se caracterizó por su excelente capacidad de convocatoria, a través de su habilidad como oradora. Aptitud que demostró cuando fue comisionada por el club liberal Abraham González, para que pronunciara el discurso de bienvenida a Venustiano Carranza a su entrada a la ciudad de México, en 1914. El Primer Jefe, impresionado por la capacidad de oratoria y entusiasmo revolucionario, le propuso formar parte de su grupo de colaboradores, invitación que Hermila aceptó cuando Venustiano Carranza trasladó su gobierno a Veracruz, a donde le acompañó para asistirle como su secretaria.8 En en periodo de 1915 a 1917, Hermila fue comisionada para realizar una serie de campañas a favor del constitucionalismo en las principales ciudades del país, y en el extranjero viajó a La Habana, Cuba, Colombia y Estados Unidos de América.9 Hermila aprovechó al máximo su posición privilegiada como vocera constitucionalista y —preocupada por la necesidad de promover la conciencia revolucionaria y de género dentro de la población femenil letrada, e inspirada por sus convicciones feministas— el 16 de septiembre de 1915 dio a conocer el primer número del semanario ilustrado La Mujer Moderna, que se convirtió en la primer revista que promovió abiertamente el feminismo en México en las primeras décadas del siglo XX. Así lo hizo saber desde su primer editorial al que tituló “Laboremos”, en el que manifestó que : Nuestras aspiraciones por que la mujer mexicana se eleve social y moralmente hasta el grado que compenetre de la cosa pública, y de ella participe dentro de su capacidad y circunstancias, no implica en modo alguno el propósito de usurpar o invadir los derechos del ciudadano, no concedidos aún a nuestro sexo por las leyes actuales, no deseamos que la mujer mexicana colabore con sus esfuerzos reiterando, su intuición y perseverancia en pro de las causas nobles y dignas; para ello no necesitamos de ciudadanías, tenemos medio propicio y terreno fecundo: el hogar…10

Bajo esta perspectiva, Hermila asumía que dentro de los espacios

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asignados por la sociedad, las mujeres tenían poder y sólo era cuestión de ejercerlo. Por otra parte era claro que su proyecto feminista partía de las ideas de igualdad entre el sexo femenino y masculino.11 Asimismo proponía el reconocimiento de los derechos individuales y públicos de las mujeres. Con respecto a lo que pensaba del constitucionalismo y de su apoyo hacia la revista y el sexo femenino manifestó lo siguiente: La noble causa constitucionalista cuya bandera simboliza la conquista de las más preciadas libertades humanas, no será la que oponga resistencia a nuestras justas aspiraciones. La honradez y prestigio de su digno Jefe, el patriota esclarecido señor Carranza, como la ilustración y altruismo de sus principales colaboradores, son prenda segura de que nuestro esfuerzo encontrará en ellos alentadora y benévola protección.12

Cabe mencionar que la revista surgió en el año en que el constitucionalismo se estaba consolidando como facción revolucionaria. Por lo que es muy probable que este factor político influyera en la difusión y aceptación de la revista, sobre todo en la áreas geográficas en donde el movimiento se impuso. LA MUJER MODERNA, APORTES Y COLABORACIONES Se puede decir que La Mujer Moderna estaba estructurada en dos partes, integradas, a su vez, de forma regular por diez o doce secciones.13 En la primera parte siempre se incluyeron los artículos más importantes de la edición, que generalmente abordaban dos aspectos básicos, la promoción del feminismo y la propuesta ideológica del movimiento constitucionalista. Entre los artículos más frecuente se encontraron los redactados por Hermila Galindo y Salomé Carranza quienes, a lo largo de sus disertaciones, intentaron generar conciencia entre sus lectoras a través de la reflexión en torno a su situación como mujer y de las opciones a las que podían aspirar si se liberaban de sus ataduras tradicionales. La segunda parte estaba conformada por las secciones “básicas” de cualquier revista dirigida para mujeres de la época: literatura, crónicas sociales, belleza, moda, cocina, variedades, y entretenimientos entre otras secciones Sin perder de vista la propuesta reivindicativa, la revista incluía estratégicamente a lo largo de sus páginas fotografías e información

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sobre la presencia de la mujer en la esfera pública, sobre todo de aquellas que se habían destacado en el terreno educativo como lo eran las normalistas, o de aquellas que habían contribuido en el terreno de la literatura y las bellas artes, quienes aparecían con una reseña breve y formaban parte de las secciones “Álbum de damas profesionistas”, “Galería de Educadoras”, “Jardín Mexicano”.14 Asimismo, rindieron tributo a aquellas mujeres que habían obtenido logros profesionales y que además habían sido reconocidas por su presencia a nivel nacional, tales fueron los casos de Matilde Montoya, primer médica titulada en México,15 y la literata y escritora Laureana Wriht de Kleingahns, de quienes publicaron sus fotografía en la plana principal de la revistas correspondientes a los días 3 de octubre y 7 de noviembre de 1915, respectivamente. La mayor parte de los artículos que editó La Mujer Moderna fueron escritos por el sexo femenino. Escaso fueron los trabajos redactados por hombres y, a juzgar por su contenido, es probable que la editora seleccionara exclusivamente aquellos que causaran polémica en torno a la propuesta del semanario, tal fue el caso del artículo del periodista español Julio Sesto titulado “¿Hombres con faldas o mujeres con pantalones?”, en el que pugnaba por el ascenso de la mujer en la sociedad siempre y cuando ésta se limitara a la esfera de lo educativo y cultural. Bajo esta perspectiva el autor opinó que: Las mexicanas empiezan a dar muestras de una independencia sexual que promete una esperanza, si los prejuicios sociales no anulan todos los estímulos y todas las facultades, o si el amor no se las madruga… Y aquí llegamos a lo más escabroso del asunto: ¿Está bien que las mujeres sean todo eso? Unos dicen que sí. Otros dicen que no. A mí me parece que la opinión depende de la cultura, del temperamento y del modo de ser de los padres y los maridos. Opino que estando tan desarrollados los sentimientos eminentes femeniles en la mujer mexicana, como son la ternura, la abnegación, la obediencia, la dulcedumbre y otras virtudes, la única virtud que ahora debe desarrollar es la cultural.16

Bajo esta perspectiva era evidente que este tipo de escritores —al igual que la mayor parte de los intelectuales que disertaron sobre el papel de la mujer en la sociedad a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, a través de la tribuna o la prensa—, se encargaron de reforzar el “ideal femenino”. Asimismo, plantearon que su incorpo-

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ración al ámbito educativo era parte de las políticas nacionales necesarias para lograr el progreso de la sociedad mexicana.17 Aparte, de estas colaboraciones, llaman la atención aquellas que aparecieron en las secciones “Buzón” y “La semilla que fecunda”, en las que hombres y mujeres enviaban a la redacción cartas en donde se hacían excelentes críticas a favor y en contra de la revista. Un ejemplo de ésto fue la que presentó César A. González de Mérida, Yucatán, quien a través del título “Conceptos brillantes en pro de nuestros ideales” felicitaba a la editora por la labor de carácter feminista que llevaba acabo en todo el país a través de la divulgación de la revista y la presentación de conferencias en donde convocaba a la creación de organizaciones feministas, sobre lo cual opinó lo siguiente: De aquí que la obra emprendida por la señorita Galindo, de ilustrar, fortalecer y emancipar a la mujer mexicana, tenga para nosotros una altísima significación, y de aquí también la necesidad de prestarle todo nuestro apoyo moral e intelectual, para que su labor no se pierda en el vacío.18

Los aportes del sexo masculino también se desarrollaron brevemente en la sección de “Literatura”, en donde solamente se publicaron aquellos trabajos que retomaban la participación de la mujer mexicana, como fueron los casos de Manuel Gutiérrez Nájera con la poesía “A la Corregidora”, o la composición a la “Soldadera” de Juan. N. Palomares.19 Derivado de lo anterior se puede afirmar que las colaboraciones realizadas por hombres no fueron fundamentales para la publicación, si se compara la producción intelectual que llevaron a cabo las aficionadas y periodistas que participaron activamente durante toda la vida de la revista. MUJERES QUE ESCRIBEN Y DENUNCIAN La Mujer Moderna contó regularmente con la participación de “señoras” y “señoritas” de diversos estados de la República, interesadas en promover la superación y la reivindicación del sexo femenino. Entre las colaboradoras se encontraron María Luisa de la Torre de Otero, Clarisa P. de Torres, Micaela Rosado de P., Candelaria Ruiz Patrón, Luisa Bustamante, Rosario Rivas Hernández, María Pacheco y las hermanas Salomé y María del Jesús Carranza. 20 A pesar de contar con los nombres de las participantes en cada uno

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de los números a través de la hoja de créditos, pocas fueron las que firmaron con su nombre los trabajos publicados, tales los aportes de María Dília Macías con el artículo “La Encuesta acerca del Congreso Feminista”, y Elvira García y García con “El trabajo de la mujer”. Cabe señalar que entre las colaboradoras más destacadas y frecuentes se encontró Salomé Carranza G., quien desde Tlacotlapan, Veracruz, enviaba sus aportes sobre el feminismo. Por ejemplo entre los trabajos más importantes que publicó se encuentra el titulado “La emancipación de la mujer”, que apareció en la edición del 20 de febrero de 1916, y en el que desarrolló un interesante análisis que cuestionó ¿Por qué La mujer mexicana no había logrado su emancipación? A lo largo de su disertación propuso varias alternativas para liberarla, entre éstas destacan el romper con las ataduras de la Iglesia, abatir la ignorancia en la cual se encontraba inmersa, así como desligarse de la manipulación que ejercía el hombre sobre ésta, al hacerle creer que inferior a él. Para lograr esto Salomé proponía que: Es preciso trabajar por nuestra emancipación. Nuestros propósitos los conseguiremos en no lejanos días por medio de la instrucción; instrucción sana y completa que debemos exigir al Estado o al Municipio, y las autoridades deben obligar a los padres de familia a que envíen a las escuelas a sus hijos, a la escuela laica y obligatoria. En la escuela, no hay que dudarlo, está la base de nuestra emancipación. Allí bulle, allí se agita ese atributo nuestro, bello y grandioso, contra el despecho de los retrógrados de la Iglesia y sus santos. 21

Salomé Carranza no sólo aportó ideas a través del tintero, su feminismo también lo llevó a la práctica a través de creación de una asociación feminista en su ciudad natal. De igual forma aprovechó su posición como organizadora de la sociedad literaria “José Murillo” para difundir la emancipación de la mujer por medio del órgano informativo Dulcinea. Es probable que como este caso existieran otros en los diversos estados de la República, en los que las lectoras se encargaron de difundir la propuesta reivindicativa de La Mujer Moderna. Por otra parte, se encontraron aquellos artículos que no contaban con autoría y que sin duda alguna sus contenidos fueron importantes para sus lectoras y lectores. Entre estos trabajos se pueden citar

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“La mujer en el campo”, “La crisis del momento”, “El verdadero de Yucatán”, “El Segundo Congreso Feminista” “Cayó como los héroes”, “El vencedor del zapatismo y su cooperación en pro de la justicia y la pacificación nacional” y “Del mensaje del presidente de Estados Unidos”.22 Sin duda alguna cada uno de estos artículos fueron importantes no sólo por sus contenidos sino porque reflejaban parte de la realidad política y social de México así como de otros países. Por otra parte, existieron artículos firmados con seudónimo, es probable que este proceder formara parte de los lineamiento editoriales de La mujer Moderna. Cabe mencionar que de las revistas hasta el momento consultadas sólo se ha localizado un caso en el que se registró el nombre de la autora después del seudónimo.23 De forma general los nombres de los seudónimos siempre tuvieron como referente el tema a tratar, por ejemplo, la sección de “Espectáculos” apareció con la firma de Justa Paliza, “Crónica de la Semana” por Victoria Segura, “Belleza” de Luz Flores, e “Higiene y Salud” por Esther Lozano.24 Si bien estas secciones tenían como fin promover y reforzar parte de los roles femeninos asignados por la sociedad, sus contenidos eran mesurados, ya que la meta era la superación y reivindicación de la mujer en el ámbito público. Sin embargo, ésto no impidió que sus lectoras se mantuvieran actualizadas en cuanto a las innovaciones y la vanguardia de la moda a nivel mundial. En cuanto a este tema es interesante ver cómo en cada una de las emisiones se incluyó publicidad a través de la presentación de figurines en los que se explicaba a detalle los nuevos modelos de ropa interior, exterior y accesorios de origen francés. El feminismo de La Mujer Moderna estuvo definido en función de las propuestas de Hermila Galindo que siempre giraron en torno a las perspectivas de igualdad educativa, política, social, económica y jurídica. En cuanto al tema del sufragio, el semanario ilustrado no lo dejó ver tan abiertamente, lo más cercano al tema se publicó en el tiraje del 11 de marzo de 1917, cuando la editora publicó un artículo dirigido al 5º. Distrito Electoral para solicitar su postulación como candidata electoral. También es probable que las periodistas no escribieran sobre el voto femenino por cuestiones estratégicas; por ejemplo, algunas reservaron su opinión para espacios más propicios como lo fue el Segundo Congreso Feminista.25 Si se toma en cuenta la redacción y lenguaje claro utilizados en la revista, así como las características de los artículos, el tipo de propa-

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ganda y publicidad que incluía, era evidente que el semanario estaba dirigido a “señoras y señoritas” que socialmente se ubicaron en los grupos medio y alto, que cubrían ciertas expectativas educativas o se encontraban insertas dentro del grupo de profesoras que se habían incorporado a la lucha armada. También es obvio que las asiduas suscriptoras y en varios de los casos colaboradoras, estaban interesadas en ampliar no sólo sus horizontes culturales sino que pretendían lograr la igualdad con relación al hombre en el terreno de lo social, político y jurídico.26 Por otra parte, es clara la preocupación de las editoras por promover la cultura en sus lectoras, por ejemplo en cada una de las ediciones se presentaba en una cuartilla, algún sitio o monumento histórico que había sido reconocido a nivel mundial. Además de presentar la fotografía se incluyó una breve introducción histórica sobre el tema a tratar. Cabe destacar que esta fue una de las secciones que nunca contó con la firma de su autora. Desafortunadamente se desconoce el tiraje de La Mujer Moderna a lo largo de su trayectoria, es posible que esta superara los mil ejemplares en cada edición, si se toman en cuenta los pedidos que solicitaba los gobiernos constitucionalista, de los cuales dependió para su difusión, ya que sin el apoyo de éstos, la revista feminista no hubiera podido sobrevivir en tiempos de guerra. La Mujer Moderna trabajó por espacio de dos años, y tuvo un periodo de receso cuando, en 1916, dejó de circular debido al encarecimiento del papel para su impresión. Después de este corto receso, la publicación implementó nuevas estrategias de venta a través del aumento del costo del ejemplar y la incorporación de notas publicitarias de almacenes de prestigio de la capital del país. Asimismo el contenido de la revista modificó algunas de sus secciones sin que por esta razón se dejara de promover el feminismo. De esta forma, a partir de la edición del 20 de febrero de 1916, se incrementaron los artículos y notas relacionadas con los avances y victorias del Ejército Constitucionalista en todo el país. De igual forma se presentaron pequeñas biografías de los principales jefes militares como fueron los casos de Cándido Aguilar y Salvador Alvarado. Asimismo, a finales de 1916 se incluyó una sección titulada “Documentos para la Historia” en la que se presentaron los informes del general Pablo González.27 Es probable que el aumento de noticias referentes a la lucha armada se debiera al predominio del constitucionalismo, pues para ese periodo ya tenía el control de la mayor parte de las principales plazas del país.

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Otro factor pudo haber sido el hecho de que, desde sus creación, contó con recursos económicos del gobierno de Venustiano Carranza. Cabe señalar que el apoyo no fue sólo monetario, sino también de difusión y venta, ya que a través de los gobiernos estatales en manos del constitucionalismo, se promovió y repartió la revista entre el profesorado de dichos estados.28 También considero que gracias a la apertura política de Venustiano Carranza de incorporar a las mujeres en la esfera pública —no sólo como parte de los objetivos de la revolución, sino como individuos capaces de producir ideas y expresarlas sin que por esta razón fueran censuradas—, se logró que La Mujer Moderna se convirtiera en el medio más eficaz para la reflexión en torno al proceso de reivindicación de la mujer mexicana. CONSIDERACIONES

FINALES

La Mujer Moderna se convirtió en la primer revista feminista de principios de siglo XX, que tuvo una excelente difusión entre las “señoras” y “señoritas” de clase media y de élite, a las que semanalmente se les hizo saber de la importancia de la superación personal y las perspectivas que podían alcanzar vía el feminismo. Creo que el aporte más importante de la revista fue la colaboración intelectual de cada una de las redactoras, quienes formaron parte de la última generación de mujeres que nació en el porfiriato y que tuvieron la oportunidad de cuestionar el “ideal femenino” en el cual crecieron y que intentaron transformar a través de su intervenciones dentro del periodismo, como fue el caso de su propietaria y directora, Hermila Galindo Acosta, mujer que rompió con los convencionalismos de la época y que aprovecho la coyuntura histórica para difundir el feminismo en México. Finalmente quisiera concluir afirmando que el soporte económico y financiero que proporcionó el gobierno constitucionalista fue fundamental para la difusión y permanencia de La Mujer Moderna en tiempos de guerra. Ya que sin el apoyo de los gobernadores con ideas liberales difícilmente hubiera podido circular por la mayor parte de los estados de la país e inclusive en algunos países de Latinoamérica.

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Notas 1

Hasta el momento se han localizado ejemplares de La Mujer Moderna entre los años de 1915 a 1917. Es probable que la publicación tuviera una vigencia mayor. Si se toma en cuenta que fue apoyada financieramente por del gobierno de Venustiano Carranza. 2 La Mujer Moderna, 7 de noviembre de 1915 y 20 de febrero de 1916. 3 Ibid, p. 16. 4 A nivel nacional se publicaron revistas o periódicos que tenían como misión reforzar las actividades “propias” de las mujeres dentro de la sociedad. Entre estas publicaciones pueden citarse las revista La Semana Ilustrada, y El Hogar. 5 Véase Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, expediente de Hermila Galindo de Topete. 6 Hermila Galindo trabajó intensamente en campañas revolucionarias y feministas en los estados de Veracruz, San Luis Potosí, Monterrey, Tabasco, Yucatán, Puebla y Distrito Federal entre otra entidades. De igual forma, llevó acabo campañas en Estados Unidos de América y algunos países latinoamericanos como fueron Cuba y Colombia. Su labor periodística la desarrollo en la revista Mujer Moderna (1915-1917). Como escritora publicó varios libros de corte político entre los que se encuentran La Doctrina Carranza y el acercamiento indolatino; (1918), y Un presidenciable Pablo González (1919). Sus demandas feministas fueron más allá del periodismo y la denuncia pública en 1917, envió una propuesta al Congreso Constituyente referente al sufragio femenino misma que fue rechazada. En 1923 contrajo matrimonio con el revolucionario Miguel Topete, producto del matrimonio nacieron Hermila del Rosario y Concepción. En 1941, la Secretaría de la Defensa Nacional la reconoció como Veterana de la Revolución. Posteriormente, víctima de una enfermedad crónica murió en la ciudad de México en agosto de 1954. Véase AHSDN, expediente de Hermila Galindo. 7 La incorporación de contingente femenino y masculino en los diversos frentes del movimiento constitucionalista tuvo su origen en gran parte por la propuesta de Venustiano Carranza, así como por compartir algunas de las iniciativas que Francisco I. Madero tuvo en cuanto a la idea de la paz, la cual no se podía lograr si no se partía de un orden legal. Véase Richmond, Douglas W., La lucha constitucionalista de Venustiano Carranza (1893-1920), México, FCE, 1986, y Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejercito y la revolución constitucionalista, México, INEHRM, 1985. Véase discurso pronunciado por Venustiano Carranza en Hermosillo, Sonora, el 14 de septiembre de 1913. p.217. 8 Anna Macías, Against all odds. The feminist movement in Mexico to 1940, Connecticut, Greenwood Press, 1982, p.33. 9 Hermila Galindo, La doctrina Carranza y el acercamiento indolatino, México, s.p.i., 1919, pp. 159-167. 10 Ibíd. 11 La idea de igualitarismo, partía de la propuesta de las feministas estadounidenses y francesas de finales del siglo XIX. Véase Anna-Marie Käppeli, “Escenarios del feminismo” en Historia de las mujeres, Barcelona, Taurus, 1993. p. 192. 12 La Mujer Moderna, 16 de septiembre de 1915, p.2. 13 Entre las secciones se encontraron “Crónica de la Semana”, Literatura”, “Semilla que Fecunda”, “Espectáculos”, “Miscelánea “, “Higiene y Salud”, “Álbum de profesionistas” “Modas” y “Variedad y entretenimiento. 14 Cfr. La Mujer Moderna, 16 de septiembre de 1915, pp. 8 y 9; 7 de noviembre de 1915, p. 1; y 3 octubre de 1915 p. 1 y 17;

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Obtuvo el grado de Doctora en Medicina en el año de 1887. Para más información sobre su biografía véase Laureana Wriht de Kleinhans, Mujeres notables mexicanas, México, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1910. 16 A pesar de que algunos hombres escribieron en la revista, nunca se les incorporó en la hoja de créditos. Véase, La Mujer Moderna, 20 de febrero de 1916, p.12. 17 Para más información artículos que reforzaron tales ideas. véase María Elizabeth Jaime Espinosa “ Una mirada a los periódicos para señoras y señoritas del Porfiriato”, en Entornos, año 5, revista de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, núms. 8 y 9, julio 1998- junio 1999. pp. 4-8. 18 La Mujer Moderna , 7 de noviembre de 1915, p. 5. 19 Ibíd. 16 de septiembre de 1915, p. 5 y 7 de noviembre p. 8. 20 De acuerdo con la hoja de créditos es probable que en un buen número las mujeres anteriormente citadas no participaron como autoras de artículos, pero sí como encargadas de la edición, la tipografía y selección de temas entre otras actividades propias de la revista. 21 La Mujer Moderna, 20 de febrero de 1916, p.5. 22 En las secciones de belleza, moda y cocina se caracterizaron por no incluir los créditos de quien redactaba la sección. Es probable que algunas de las articulistas participaran continuamente en las secciones de belleza, moda y cocina en donde no se registraba la autoría. 23 El artículos “A las enfermeras en tiempo de guerra” fue firmado por Rosa Blanca, era María Luisa de la Torre. 24 Véase La Mujer Moderna, secciones de “ Crónica de la Semana” y “Espectáculos”, del: 16 de septiembre, 7 de noviembre de 1915; 20 de febrero de y 2 de abril de 1916. 25 Como fue el caso de Hermila Galindo, con la ponencia Estudio de la srita. Hermila Galindo con motivo de los temas que han de absolverse en el Segundo Congreso Feminista de Yucatán. 26 De acuerdo con la información que se registraba en la sección “Semilla que Fecunda” y “Buzón”, sus lectoras eran mujeres que contaban con estudios o se encontraban insertas dentro del grupo de las profesoras. 27 La actividad revolucionaria del general Pablo González fue una constante en los artículos publicados por La Mujer Moderna. Cfr. años 1916 y 1917 de la revista. 28 Entre los estados que apoyaron la medida se encontró, Yucatán que estaba gobernado por el general Salvador Alvarado.

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FUENTES Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional Expediente de Hermila Galindo de Topete. HEMEROGRAFÍA La Mujer Moderna, México, (Distrito Federal), 1915-1917 BIBLIOGRAFÍA Cumberland, Charles C.1983. La Revolución mexicana. México: FCE. Galindo, Hermila. 1919. La doctrina Carranza y el acercamiento indolatino. México: s.p.i. Jaime Espinosa, María Elizabeth. 1998-1999. “ Una mirada a los periódicos para señoras y señoritas del Porfiriato”, en Entornos, año 5, revista de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, núms. 8 y 9, julio 1998- junio 1999: 4-8. Macías, Anna. 1982. Connecticut: Reenwood Press. Richmond, Douglas W.1986. La lucha constitucionalista de Venustiano Carranza (1893 Against all odds. The feminist movement in Mexico to 1940-1920). México: FCE.

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SEXUALIDAD Y GÉNERO: MOTIVOS DE ESTADO. MÉXICO 1920-1935 Elsa Muñíz García

LOS “FABULOSOS VEINTE”

La etapa que va de 1920 a 1935 ha sido mejor conocida como la

“década fabulosa” o como los “fabulosos veinte”. Según Eric Hobsbawm,1 hablamos de los años en que, más allá de los límites cronológicos, da inicio el siglo veinte; son los albores de la modernidad en todo el mundo. El fin de la Primera Guerra Mundial marcaba el ascenso de los Estados Unidos de Norteamérica como primera potencia económica y afianzaba de muchas maneras su hegemonía política y cultural. En este contexto, México salía de una violenta guerra civil y recién comenzaba una vida republicana bajo la dirección de los caudillos sonorenses quienes se preocupaban por devolver la estabilidad política al país, propiciar la unidad nacional y recomponer el orden social resquebrajado por las luchas intestinas. El proceso de institucionalización que siguió a la lucha armada y que se emprendió con fuerza durante los períodos presidenciales de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y el período conocido como Maximato, no sólo incidió en las esferas de la alta política, también incluyó el reforzamiento de una serie de instituciones y mecanismos de vigilancia estricta del comportamiento de los individuos, lo cual coadyuvó a constituir las representaciones del ser hombre y del ser mujer en México, definió espacios y tiempos específicos, asignó conductas y formas de ser a los sujetos diferenciados por sexo, determinó el tipo de relaciones aceptadas-prohibidas y contribuyó firmemente a la construcción de las identidades femeninas y masculinas. Tal proceso de diferenciación y regulación afianzó una cultura de género2 androcéntrica y con rasgos patriarcales. Sin embargo, las especulaciones, no totalmente infundadas, han transmitido una imagen arrebatadora de libertad y apertura en todos los planos de la vida social durante este período. El triunfo sufragista de norteamericanas e inglesas, el establecimiento de pro-

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gramas de protección materno-infantiles en esos países, así como la participación laboral que tuvieron esas mujeres durante la guerra y aún concluida ésta, marcaron indiscutiblemente el fin del victoriano siglo XIX. Las imágenes de las “flappers” norteamericanas e inglesas, de las “garçones” francesas o de las “vamps” italianas muestran claramente un enfoque diferente en la concepción del cuerpo y la sexualidad femenina: cabello corto, profusión en el maquillaje, seda para las faldas cortas, los escotes cada vez más bajos, el abandono del corsé, las medias de seda, los brazos descubiertos, los zapatos de alto tacón y largas boquillas para los cigarros que despreocupadamente fumaban las chicas modernas de los veinte.3 Como podemos advertir, el ingreso a la modernidad del nuevo siglo pasaba, como en muchas otras épocas de la historia, por el cuerpo y en particular por el cuerpo y la sexualidad de las mujeres. En México, el nuevo grupo gobernante en conjunción con otras instancias del poder, construía las representaciones de la mexicana y del mexicano prototípicos de los nuevos tiempos. Así, “la pelona”, versión vernácula de la flapper norteamericana coexistía con la imagen idealizada de “la india bonita”, como la representante femenina de la raza cósmica.4 La lucha de representación de lo femenino y lo masculino durante los primeros años de la reconstrucción nacional se dio en un contexto de evidente secularización en el que se advertía una marcada preocupación por el cuerpo por parte de la sociedad en su conjunto: algunos por controlarlo, otros por mostrarlo. Sin embargo, frente a esta aparente apertura, la tónica sería tratar de ignorarlo o reducirlo, por eso se hacían intentos por desvanecer simbólicamente el cuerpo de los individuos en el cuerpo de la sociedad a la que se trataba médicamente igual que como se protegía al cuerpo enfermo de un individuo, al perfecto estilo decimonónico. Entonces, algunas de las políticas impulsadas desde un Estado de fuerte raigambre positivista, se encaminaron a organizar la vida privada de la gente y como parte de sus primeras acciones se llevó a cabo una disputa por la apropiación del cuerpo —microespacio de poder privilegiado— como punto de arranque en el proceso de cooptación de las conciencias de los individuos, pugna que se debió librar durante los años de la reconstrucción, principalmente contra la Iglesia, quien hasta entonces se atribuía la pertenencia y posesión de los cuerpos y de las almas. El cuerpo, concebido como objeto de apropiación y disputa, se afirmaba como instrumento de poder desde donde se construía tanto la diferencia genérica como su representación, ya que a través de su control y disciplina se ha confundido

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la manipulación y la conducción cultural de sus movimientos, de sus gestos y de sus actitudes, con la “naturaleza” o la pura anatomía. El grado de civilización alcanzado por las sociedades modernas, así como la adquisición de la conciencia del cuerpo, se da únicamente “por efecto de ocupación del cuerpo por el poder”,5 en ese sentido, la gimnasia, la educación física, el desarrollo muscular y la exaltación de la belleza, son expresiones de la importancia que cobró el cuerpo para los reconstructores del régimen en su afán civilizatorio. Del mismo modo, el significado adquirido por la promoción de la salud física y mental de los individuos, el combate de las enfermedades endémicas e infecciosas y el impulso hacia una sexualidad reproductora, se muestra en los programas instrumentados desde las políticas estatales que hicieron de la higiene un principio abarcador: desde los individuos hasta la sociedad, desde lo corpóreo hasta lo mental, donde la higiene física se acompañaría indisolublemente de la higiene mental, la cual se convirtió en una guía de comportamientos avalados por el discurso médico de la época, el cual encontró su correlato en otros discursos como el educativo, el de las buenas maneras y el amoroso, utilizados tanto en el hogar, como en la escuela, en los sermones eclesiásticos y en los medios masivos de comunicación. Abatir las enfermedades contagiosas como la sífilis y el alcoholismo, consideradas como un obstáculo para la formación de una sociedad sana, se expresaron en medidas concretas para combatir, por ejemplo, la criminalidad, la prostitución y la vagancia. Se discutía en torno a la importancia de la eugenesia y se planteaba la exclusión de los degenerados, los deformes y los enfermos, de ahí que el control y la vigilancia de la sexualidad se volvieran un tema central para la higiene mental más que para la salud física, ya que la higiene mental predispondría a los sujetos para la adquisición de hábitos morales conducentes al establecimiento de una política sexual promotora de una sexualidad eminentemente procreativa. Como ha señalado Foucault, a partir del siglo XVIII y hasta muy entrado el siglo XX, se sostenía que la “dominación del cuerpo por el poder debía ser pesada, maciza, constante y meticulosa”6 y practicada en escuelas, hospitales, hospicios, cárceles y fundamentalmente en la familia, y sin embargo, los debates en torno al cuerpo y con relación a quién tendría la titularidad de los controles sobre la sexualidad eran comunes, persistentes y públicos. En realidad, la regulación de la sexualidad se estableció desde todas las instituciones y a partir de todos los discursos. La codificación del poder por las leyes

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del sexo dio lugar a todo un dispositivo de la sexualidad que incluía el discurso sobre el amor. La relación entre la construcción del poder político, el desarrollo capitalista, y la organización de un cierto tipo de relaciones sociales, se expresó a través de una política del sexo que ordenó la vida erótica de los individuos, que determinó lo que es bueno y lo que es malo, lo dañino y lo saludable, lo normal y lo anormal, lo apropiado y lo inapropiado, y marcó jerarquías e impuso relaciones de dominación y subordinación entre hombres y mujeres. La institucionalización de los patrones de comportamiento para los sujetos femeninos y masculinos, sustentados en una división sexual del trabajo donde la mujer es el actor pasivo y el hombre al activo dentro de la relación sexual, institucionalizó también al sexo procreador en el seno del matrimonio y las relaciones heterosexuales, proscribiendo el perturbador sexo comercial, así como las relaciones homosexuales. Así, junto al ideal del matrimonio monogámico, la familia nuclear y el culto de la clase media a la vida hogareña, se afirmaron las representaciones de la mujer femenina como madre, mujer que niega su sexualidad erótica, y por oposición, de la prostituta, como la mujer sexual y sensual hecha para el erotismo y el placer pasajero. Del mismo modo, se fortaleció la representación del hombre masculino poseedor de una sexualidad implacable que debía satisfacerse de cualquier manera sin menoscabo de su integridad. El establecimiento de esta política sexual definió márgenes muy estrechos para la acción de los individuos, en particular para las mujeres. La consecuencia fue la aparición de la doble moral típica de las sociedades burguesas, en las que la trasgresión y el atentado contra las normas se convertirían en una constante. GOBERNAR ES POBLAR En el México posrevolucionario la propuesta del gobierno pasaba por la consigna de “gobernar es poblar” ya que un país en vías de reconstruirse a sí mismo necesitaba de toda la capacidad de sus habitantes para impulsar una economía vigorosa. Tal política pronatalista durante los años posrevolucionarios chocaba con las ideas de la contracepción, lo deseable era aumentar la población lo cual resultó una realidad ya que entre 1921 y 1940 casi se duplicó el número de nacimientos.7 De este modo, el control de la natalidad solamente era aceptado en tanto el médico lo juzgara conveniente, como en el caso de afec-

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ciones de la mujer, o cuando la mujer tuviera tal grado de estrechez pélvica que pusiera en riesgo su vida, el médico debería hacer lo posible por evitar un nuevo embarazo; también en las mujeres débiles y anémicas no era recomendable la preñez. Para evitar el embarazo en las mujeres que al llegar a una edad aproximada de treinta y cinco años tuvieran seis o más hijos, un médico fácilmente podría recomendar como medida radical la continencia sexual a la pareja, sin embargo, señalaban los médicos, no sería muy probable que los matrimonios acataran tales sugerencias, pero aún en el supuesto de que adoptaran el consejo, resultaría peligroso para un hombre joven habituado a las relaciones carnales matrimoniales, pues la continencia podría causarle trastornos corporales o psíquicos, además, impulsaría al hombre a buscar la satisfacción del apetito sexual fuera de la casa, con lo que padecería la moral y la higiene, por lo tanto los galenos recomendaban buscar otros medios de evitar la concepción no deseada. Se hablaba de algunos métodos anticonceptivos que permitieran el coito normal pero que por medio de acciones mecánicas o químicas obstaculizaran la llegada del semen. Los medios mecánicos consistían principalmente en pesarios u oclusivos de pluma con los que se trataba de impedir la entrada del semen en la matriz. No estaban exentos de inconvenientes, puesto que su uso continuo causaba irritación; y para que asentaran bien e hicieran bien la obstrucción debían ser colocados por el médico quien también debería extraerlos al llegar la menstruación; como eran tan molestos, la mayoría de las mujeres se negaba a usarlos. La esponja de seguridad era otro dispositivo muy usado antes, cuyo papel era absorber el semen, dificultando así su llegada a la matriz, ambos eran ineficaces e inadecuados. En el mismo caso estaban las irrigaciones vaginales con las que se intentaba arrastrar el semen al exterior; dicha práctica se complementó agregando sustancias como el ácido fénico y el timol destinadas a matar por acción química a los espermatozoides, las mismas sustancias se empleaban en pomadas. En ambos casos, tales sustancias se desechaban porque para cumplir su cometido deberían usarse en fuertes concentraciones, lo cual resultaba peligroso y provocaba irritaciones catarrales y eran por demás inseguras. Finalmente, se proponían métodos aplicados a los hombres, en particular el preservativo o condón que se conocía con el nombre de tripas, capotas inglesas, cintas de seguridad, guantes de amor, anticorrupciones y preservativos de goma. Dichas “envolturas” se preparaban con película de tripa de buey o de caucho y se les utilizaba con dos fines: para “frustrar los designios

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de la naturaleza” impidiendo la fecundidad de la mujer, o bien como profiláctico contra las afecciones venéreas. Según los especialistas, el uso del condón requería de ciertos cuidados y tenía sus consecuencias, entre ellas, que “atenúa la sensación voluptuosa”, lo cual en todo caso, sería secundario. Con todo y las recomendaciones y los medios anticonceptivos conocidos hasta entonces, la práctica más generalizada y más difícil de comprobar era el coitos interruptus, se suponía que este acto proporcionaba seguridad completa contra el embarazo aunque no era del todo inofensivo. Señalaban los médicos que a la conmoción nerviosa propia del acto, se suman aquí el temor de dejarse pasar el momento oportuno y la fijeza de atención precisa para evitarlo; y aunque los hombres corporal y psíquicamente sanos pueden soportar frecuentemente esto durante muchos años, los de sistema nervioso debilitado, fácilmente experimentan perjuicios, como la neurastenia sexual o general. En cuanto al aborto, según prestigiados galenos, podía ser terapéutico o provocado. Admitía, aunque no concedía, que se pudiera llegar al momento en el que el médico se viera orillado a provocar el aborto como el único camino para salvar la vida de una madre. El aborto provocado con el fin de interrumpir la preñez fisiológica era un crimen que debería estar condenado por todos los códigos del mundo, en tal sentido, para ellos significaba un problema de moral profesional. La cuestión del aborto provocado tenía tres aspectos: primero, que era un pecado contra la humanidad; segundo, un pecado contra la patria; y tercero, un pecado contra el mismo autor del atentado a quien podría causarle la pérdida de la vida o por lo menos, dado el sexo, de una prisión tan prolongada que equivaldría a la misma muerte.8 El código penal de 1929 conservaba la definición que sobre el aborto tenía el de 1871, con el agregado de que la expulsión provocada por cualquier medio tenía como objeto “...interrumpir la vida del producto” por tanto, el aborto voluntario siempre tendría esa finalidad. La pena para quien realizara el aborto iría de diez años de cárcel a la pena capital en caso de que las defunciones a causa del mismo, fueran tanto de la madre como el feto. Curiosamente, la pena contra quien permitiera que se le aplicara el aborto disminuía por razones de “honor sexual” se sancionaba a la mujer con una punibilidad de seis meses a un año de prisión, en tal caso la mujer debía comprobar: I. Que no tenga mala fama II. Que no haya logrado ocultar su embarazo

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III. Que ese fruto sea de una relación ilegítima, faltando alguna de estas circunstancias, se le aplicará de uno a cinco años de prisión. (Art.332)9

En resumen, la sexualidad solamente puede comprenderse en el contexto de una determinada organización social. Las representaciones de lo sexual adquieren relevancia a partir de las formas culturales, es así que se ha visto tejida en una intrincada red de conceptos y creencias que organizan las actitudes y respuestas de los individuos en torno a su manejo. De tal manera que actos como la prostitución, como el “fraude” de la anticoncepción y el “crimen” del aborto estaban en contra de la idea de la maternidad y del ejercicio de la sexualidad procreadora pregonada por los diferentes discursos como valores incuestionables de la nueva cultura nacional. AMOR EXCLUSIVO Las relaciones de género son las que estructuran las desigualdades y las jerarquías sociales y su expresión más nítida en las sociedades modernas es el matrimonio monogámico y heterosexual, entendido como la única forma permitida de relación entre un hombre y una mujer que no están ligadas consanguíneamente y cuya finalidad es perpetuar a la especie y al grupo. Tal como lo plantea Foucault al referirse a la sociedad clásica, en México a partir del siglo XIX, se estableció un “modelo fuerte de existencia conyugal” desde los discursos hegemónicos, o que intentaban serlo, a partir del cual se ha organizado la sociedad moderna. En ese modelo, “la relación con el otro que aparece más fundamental no es la relación de sangre ni la de amistad, es la relación de un hombre y una mujer cuando se organiza en la forma institucional del matrimonio y en la vida común que se superpone a ella”.10 Reglamentar las relaciones de conyugalidad entre los individuos de diferente sexo fue uno de los principales objetivos de las Leyes de Reforma, las cuales establecían la obligatoriedad del matrimonio civil como la base de la familia, de la nueva sociedad y de un Estado fuerte. La familia, desde entonces, se convirtió en un espacio en disputa entre los distintos poderes, sobre todo el de la Iglesia y el del Estado. Siguiendo a Foucault, pensamos que la preocupación por regular las relaciones entre los géneros se debe a la importancia que tiene para el Estado, como el microespacio a partir del cual se estructura el poder en la sociedad. En la mínima relación humana que

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es la establecida entre el hombre y la mujer se alojan todas las particularidades de la educación cristiana, de la familiar y de la oficial, así como las formas de conductas deseadas y permitidas para los individuos dentro de un orden social determinado: “Las cosas pequeñas disponen para las grandes” al referirse a la regulación de la organización social.11 Reglamentar el matrimonio y la familia ha sido uno de los aspectos primordiales para establecer y mantener el orden social, en este sentido, el Código Civil de 1884 y el de 1928, pasando por la Ley de Relaciones Familiares expedida por Carranza en 1917, le impusieron a las relaciones entre los géneros una cierta “disciplina”. El impacto de la Revolución en la sociedad, y el sueño de una vida, hicieron suponer a los individuos y a los historiadores que la “nueva era” había llegado cabalgando con los caudillos sonorenses. Sin embargo, a la luz del análisis de lo que fue la reconstrucción del Estado Mexicano, advertimos que tanto el porfiriato como los primeros años de gobierno posrevolucionarios son etapas de un mismo proceso en el que se perseguían tres objetivos básicos: por una parte, la consolidación de un sistema político para lo cual se requirió de un marco jurídico dado por la Reforma y la Constitución de 1917; por otra, la instrumentación de un proyecto capitalista donde este marco jurídico también era necesario; y, finalmente, la conformación de la cultura burguesa, portadora de las costumbres, los hábitos, las actitudes y los valores sustentadores del nuevo orden social. La preocupación del Estado por institucionalizar las relaciones entren los sujetos femeninos y masculinos empezó por afianzar el matrimonio civil. En el Código Civil de 1884 se establece: Art. 155. El matrimonio es la sociedad legítima de un solo hombre y una sola mujer, que se unen con vínculo indisoluble para perpetuar su especie y ayudarse a llevar el peso de la vida.

Además del establecimiento legal del matrimonio monogámico y heterosexual como única forma permitida de relación entre hombres y mujeres no vinculados por la sangre, advertimos su gran carga religiosa, como claramente lo señalaba el abogado Francisco Pascual García, quien comenta la edición citada del Código Civil: Comparando los preceptos de este título y de la ley expedida en Veracruz en 23 de julio de 1859, con el derecho canónico, en lo relativo al matrimonio, aparece que al secularizarle, el

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Estado, separado de la Iglesia, no hizo más que trasladar al derecho civil los principios morales afirmados y consagrados por la Iglesia en sus concilios y en sus cánones así como los estatutos disciplinares contenidos en la legislación eclesiástica en cuanto eran compatibles con el carácter que de mero contrato civil atribuye al matrimonio el liberalismo.12

En el Código Civil de 1928, la definición del matrimonio desde la perspectiva del nuevo orden, se mantuvo casi en los mismos términos, aunque más determinante en su redacción: Art. 150. Cualquier condición contraria a la perpetuación de la especie o a la ayuda mutua que se deben los cónyuges, se tendrá por no puesta.

Aunque la legitimación de la unión conyugal estaba establecida desde 1859 por la ley del matrimonio civil, a través de la cual alcanzaba el carácter de un contrato que aseguraba los privilegios que tal ley otorgaba, “...la religión católica consideraba que el matrimonio civil sin el religioso era vergonzoso”.13 Sin embargo, se habían instituido junto a la celebración del matrimonio civil, la costumbre de entregar un “librito” que, como el acta de matrimonio, atestiguaba la legitimidad de la unión efectuada. Este documento contenía “...cuestiones morales que enseñaban a los casados sus deberes recíprocos”, los cuales eran: 1. Guardarse fidelidad inviolable, hacer lo contrario, dice un moralista, es no sólo una vergüenza, sino una injusticia, y un perjurio; 2. Amarse mutuamente. Donde no hay amor, no hay felicidad posible, la carga del matrimonio es, más que pesada, insoportable, y la desgracia vive en el hogar; 3. Ayudarse mutuamente, así en lo espiritual como en lo material, asistirse en sus enfermedades, estimularse en la virtud y en el deber, consolarse en sus penas y sostener sus creencias; 4. Soportarse mutuamente sus defectos, perdonarse sus faltas, tratarse con dulzura y paciencia; 5. Llevar con resignación la carga de la familia, teniendo presente que Dios bendice las familias virtuosas; y 6. Educar a los hijos en la virtud y el honor y darles buenos ejemplos.14

En el Código de 1884, la edad pertinente para casarse era, para los hombres, desde los catorce años; y para las mujeres desde los

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doce. En cambio, para 1928, el Código señalaba como edad mínima en los hombres los dieciséis años y en las mujeres catorce. Y ambos, en caso de no cumplir la mayoría de edad, es decir si no hubieran cumplido veintiún años, no podrían casarse sin la autorización de los padres. El Código Civil también definía las obligaciones de los esposos en cuanto a distribución de tareas y la administración de bienes de la sociedad conyugal surgida del matrimonio. Así, tanto en el Código de 1884 como en el de 1928, la primera obligación de ambos esposos era la de contribuir cada uno con su parte a los fines del matrimonio y a “socorrerse mutuamente”. Se advierten, sin embargo, algunas diferencias entre ambos códigos, diferencias posiblemente atribuibles a sucesos que mediaron entre la aparición de uno y otro, puesto que debemos tener presente que existe una diferencia de 44 años entre ambos. Pero lo interesante no es el tiempo transcurrido sino los sucesos acontecidos: el período de la dictadura, la revolución, los primeros congresos feministas celebrados en México, y la expedición de la Ley de Relaciones Familiares de Carranza. Los cambios aludidos merecen ser mencionados ya que representan, en algunos casos, beneficios para las mujeres, cuando menos desde el punto de vista formal. De tal manera que en el Código de 1884 se señalaba la obligatoriedad de la mujer para “...seguir a su marido, si este lo exige, dondequiera que establezca su residencia” y solamente podría eximírsele si el marido trasladara su residencia al extranjero. En el Código de 1928 se cambió incluso la redacción que señala que “La mujer debe vivir al lado de su marido...” y se le eximirá del cumplimiento de tal ordenamiento, cuando el marido se traslade al extranjero “... a no ser que lo haga en servicio de la Patria, o cuando se establezca en un lugar insalubre o indecoroso”. Un cambio sustancial se aprecia en lo que el Código de 1884 establece en cuanto a la autoridad en el hogar, la representación legal de la mujer y de la familia, y la distribución de las tareas. Entre los artículos 192 y 198 encontramos que el marido debe proteger a la mujer y la mujer debe obedecer a aquél tanto en lo doméstico como en la educación de los hijos y en la administración de los bienes (Art.192); la mujer con recursos debe dar alimentos a su esposo cuando éste carece de ellos y está impedido para trabajar (Art. 193); el marido es el administrador legítimo de todos lo bienes del matrimonio (Art. 196); el marido es el representante legítimo de su mujer, ésta no puede sin su permiso escrito, comparecer en juicio ni aún en pleitos comenzados antes del matrimonio (Art. 197);

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tampoco puede la mujer enajenar sus bienes sin licencia de su marido (Art. 198). Ya en la citada Ley de Relaciones Familiares de 1917 se dieron algunas modificaciones que podrían considerarse como benéficas para las mujeres y que fueron incorporadas al Código de 1928: el marido debe dar alimentos a la mujer y hacer todos los gastos necesarios para el sostenimiento del hogar, pero si la mujer tiene algún trabajo, profesión u oficio, deberá contribuir también para los gastos de la familia siempre que la parte que le corresponda no exceda de la mitad de dichos gastos a no ser que el hombre estuviera imposibilitado (Art. 170); la mujer tendrá siempre derecho preferente sobre los productos de los bienes del marido y sobre sus sueldos, salarios y emolumentos, por las cantidades que correspondan para la alimentación de ella y de sus hijos (Art. 171); el marido y la mujer tendrán en el hogar autoridad y consideraciones iguales, por tanto, de común acuerdo arreglarán todo lo relativo a la educación y establecimiento de los hijos, y a la administración de los bienes que a éstos pertenezcan (Art. 173); el marido y la mujer, mayores de edad, tienen capacidad para administrar, contratar o disponer de sus bienes propios y ejercitar las acciones u oponer las excepciones que a ellos corresponden sin que para ello necesite el esposo del consentimiento de su esposa ni ella la autorización de aquel (Art. 178). Bajo esta aparente igualdad entre los cónyuges se encuentran algunas contradicciones como la de otorgarles una obligación equiparable con relación a la manutención de la mujer y del hogar o viceversa, y carecer las mujeres del derecho al voto. Otra contradicción es la que emana de la división artificial que el Código establece entre las esferas pública y privada, debido a que la coyuntura política y económica derivada de la importante participación de la sociedad, el impulso al proyecto capitalista y la gran movilidad social, hicieron necesaria la incursión cada vez mayor de las mujeres en el ámbito laboral, no obstante dicho reconocimiento, no dejaban de encomendárseles, prioritaria y obligatoriamente, las labores del hogar, tal como lo establecía el Código Civil de 1928: estará a cargo de la mujer la dirección y cuidado de los trabajos del hogar (Art. 174); la mujer podrá desempeñar un empleo, ejercer una profesión o industria, oficio o comercio, cuando ello no perjudique a la misión que le impone el artículo anterior (Art. 175); el marido podrá oponerse a que la mujer se dedique a las actividades a que se refiere el artículo anterior, siempre que subvenga a todas las necesidades del hogar y funde la oposición en causas graves y justificadas (Art.176); en caso

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de que la mujer insista en usar de los derechos que le concede el artículo 175, no obstante que el marido se los rehúse apoyado en el artículo 176, el juez resolverá lo que sea procedente (Art. 177). COLOFÓN Como hemos observado, el proceso de secularización encabezado por el Estado mexicano, en el que la educación y las pautas marcadas por una moral sexual establecida tanto desde el Estado como desde la Iglesia nos hablan de una regulación férrea que hacía evidente la trasgresión. La etapa que había comenzado con un proyecto nacionalista y educativo de gran envergadura encabezado por José Vasconcelos desde la Secretaría de Educación Pública, concluyó hacia 1934-35 con la gran pugna entre la Iglesia y el Estado por controlar las conciencias y los cuerpos de los individuos. La controversia por la educación sexual que llevó a la renuncia de Narciso Bassols nos habla de la significación que tienen los cuerpos y la sexualidad de los gobernados para el establecimiento del poder. Resulta más que evidente la importancia que el Estado le atribuía a la regulación de todos los actos sociales, hasta de la relación más íntima de los individuos. La institucionalización de la relación entre hombres y mujeres a través del matrimonio significaba, además del establecimiento de un orden social determinado con papeles bien diferenciados por sexo, el control sobre la sexualidad de los individuos y en particular de las mujeres. Sin embargo, ante el afán del Estado por reglamentar la vida de los individuos, ellos continuaban actuando según sus costumbres. Así, al inicio de la década de 1930, el matrimonio civil, religioso o ambos se efectuaba casi en la misma proporción, particularmente entre las parejas cuyas edades fluctuaban entre los veinte y los cuarenta años; es decir, los que nacieron entre la última década del siglo XIX y la primera del XIX, cuando ya se encontraba vigente el Código de 1884. La proporción entre matrimonio civil, religioso o ambos era casi la misma que de uniones libres: 45.15% casados sólo por lo civil; 40.30% casados sólo por la iglesia; y 46.96% en unión libre.15

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Notas 1

Véase, Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, 1914-1994, Crítica Grijalbo, Buenos Aires, 1998. 2 Con la noción de “cultura de género, pretendo encontrar algunas de las bases de legitimación desarrolladas por el Estado Mexicano en lo que se refiere a la relación de los individuos con el poder. [...] La cultura de género se entiende aquí como una región liminal que da cuenta de la fragmentación y la heterogeneidad de la estructura social; es el lugar donde se tocan espacios y épocas diferentes y se observan diversos tipos de transformaciones y cambios en direcciones opuestas, así como cambios y permanencias que se refieren al control de la emotividad, del comportamiento y de la experiencia de los sujetos femeninos y masculinos por medio de coerciones individuales internas y externas que mantienen una única dirección a lo largo de varias generaciones [...] Su función consiste en profundizar la diferencia entre los individuos de distinto sexo mediante la creación de las representaciones de lo femenino y lo masculino a partir de las cuales se legitima un tipo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres que afianzan una determinada división sexual del trabajo y por consiguiente una determinada asignación de papeles sociales”. Véase, Elsa Muñiz, Cuerpo, representación y poder. México en los albores de la reconstrucción nacional (1920-1934), Tesis de Doctorado, Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 1999, Introducción. 3 Véase, “Garçones, flappers y pelonas en la década fabulosa: ¿De qué modernidad hablamos?, en Revista Fuentes Humanísticas 21/22, Departamento de Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana, Año 11, 2001. 4 Véase, Elsa Muñiz, “Las ‘pelonas’: una imagen de modernidad del siglo XX mexicano”, en GénEros, núm 24, Asociación Colimense de Universitarias-Universidad de Colima-Centro Universitario de Estudios de Género, Año 8, Junio 2001. 5 Michel Foucault, Microfísica del poder, 3ª edición, Trad. De Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría, La Piqueta, Madrid, 1992, pp.157-158. 6 Véase, Michel Foucault, Idem. También, Historia de la sexualidad, 4ª edición, Trad. de Ulises Guiñazú, Siglo XXI, México, 1987, Tomo 1. 7 Resumen del V Censo de Población, Dirección General de Geografía y Estadística, México, 1932. 8 José Perches Franco, “Aborto provocado”, en Medicina. Revista Científica Mensual, 43, México, enero de 1924, p. 19, Tomo VI-Año VI. 9 Código Penal para el Distrito y Territorio Federales y para toda la República en Materia de Fuero Federal, Botas, México, 1931. 10 Michel Foucault, La historia de la sexualidad, 4ª edición, Trad. de Ulises Guiñazú, Martí Soler y Tomás Segovia, Siglo XXI, 1987, p. 152, T. 311 “La minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, la sujeción a control de las menores partículas de la vida y del cuerpo darán pronto, dentro del marco de la escuela, del cuartel, del hospital o del taller, un contenido laicizado, una racionalidad económica o técnica a este cálculo místico de lo ínfimo y del infinito”. Michel Foucault, Vigilar y castigar, 19ª edición, Trad. de Aurelio Garzón, Siglo XXI, México, 1991, p. 144. 12 Código Civil. Vigente en el Distrito y Territorios Federales, 4ª edición, Herrero Hermanos Sucesores, México, 1908, p. 38. 13 Sofía Villa de Buentello, La verdad sobre el matrimonio, Imprenta FrancoMexicana, S.A., México, 1923, p. 6. 14 Ibíd., pp. 23-24. 15 Resumen del Censo de población de 1930, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1931.

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CASA-ESCUELA DE LA MUJER TRABAJADORA: UNA PROPUESTA DE LAS COMUNISTAS PARA EDUCAR A LAS MUJERES EN MÉXICO, 1935-1940

Ma. de Lourdes Cueva Tazzer

E

n esta ocasión me interesa revisar una propuesta educativa orientada a formar de manera más integral a las mujeres trabajadoras como parte de las acciones que el Frente Único Pro Derechos de la Mujer llevó a cabo en la segunda mitad de los años treinta. Aunque no se realizó cabalmente, el proyecto planteaba de fondo una problemática que estuvo presente en la mayor parte de los trabajos efectuados por parte del Frente: atender a la mujer en su especificidad como mujer y como madre, en un intento de superar todas las limitaciones de las que había sido objeto por su condición de mujer en una sociedad que la había marginado sistemáticamente. Esta posición estuvo en permanente tensión y al final quedó relegada frente a otra postura que pretendía atender a las mujeres como parte de un esfuerzo más amplio de búsqueda de igualdad para hombres y mujeres, en los planos político, económico y social donde la educación era sólo una parte importante pero no la fundamental. Este trabajo se concentra entonces, en la forma en cómo surge, sus postulados básicos y las formas específicas que se pretendían trabajar en dicho proyecto, para concluir con algunas condiciones que permitan reflexionar sobre la significación del mismo en un ámbito más amplio. Hasta hace pocas décadas la historia se escribía, se conocía y se escuchaba únicamente desde un solo canal. La escritura de la historia presentó a los hombres como representantes de la humanidad. Así, lo distinto, la otredad, estaba invisible o se pretendía invisible. La mujer y lo femenino estaban ausentes de la mayor parte de la investigación histórica, de las preocupaciones de los estudiosos de la historia [Orellana 2000: 2]. La misma circunstancia de invisibilidad se puede constatar en diferentes campos de estudio. Así, en la educación pública, a principios del siglo XX en México, encontramos que se plantearon proyectos nacionales para la educación de los niños en forma genérica en

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un intento de empezar a normar la educación en el periodo posrevolucionario. Entre un conjunto muy diverso de propuestas sobre las formas en cómo se debían organizar las escuelas y lo que debería ser importante para la niñez mexicana en esa nueva etapa posterior a la lucha armada, es muy interesante la advertencia que hizo el profesor Leonardo Ramos en el Primer Congreso Mexicano del Niño, en 1920, sobre los factores sociales que debían tenerse en consideración para lograr “un efectivo progreso nacional”: [..] hasta ahora se puede decir, sin equivocarse, que las pedagogías son en substancia unisexuales, pues sólo disertan y preconizan con abundancia al tratarse del niño, olvidando casi en absoluto a la niña, con lo cual se comprenderá que la enseñanza ha tenido que ser, puntos más puntos menos, exclusivamente masculina, anomalía que unos cuantos lustros atrás no merecía la pena señalarse y con mayor fuerza de corregirse, pero que en los tiempos que corren es imperiosa y razonable la reparación de esa lamentable y trascendental irregularidad que repercute en el destino de los pueblos, ya que está probado que el hombre y la mujer están en función directa y recíproca [Ramos 1921: 336].

La Memoria de dicho Congreso no consignaba si hubo discusión sobre este punto o si se tomó una resolución al respecto. Tampoco conocemos proyecto o propuesta alguna de la Secretaría de Educación Pública desde la perspectiva señalada por el profesor Ramos. Fueron, en realidad, las mujeres organizadas a principios de los años treinta del siglo XX, y en especial un sector de mujeres comunistas, las que hicieron un planteamiento más claro respecto a la educación y la cultura de las mujeres. Como sabemos, la década de los años veinte en México culminó efervescente y en crisis. Las mujeres, al igual que otros sectores, mantuvieron una actividad más constante y sostenida; adquirieron una mayor presencia o, como afirma Gabriela Cano, su participación fue más visible que antes en movimientos políticos y sociales como la campaña vasconcelista [Cano 1993: 393-394], en el movimiento inquilinario, en las protestas organizadas de los desempleados y en diversas manifestaciones de protesta por la crisis y por la represión política [Vázquez Ramírez, 1998: 47, 127, 173-178; Spenser, 1998: 165-166, 219]. En efecto, ya desde el año 1931 y durante el primer lustro de los años treinta, se llevó a cabo una actividad febril, de congresos y de

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actividades colectivas de mujeres para luchar por lo que consideraron sus derechos y posibilidades de existencia. No se trataba sólo de política. Era un terreno en el que se pusieron en juego capacidades de expresión, de negociación, de rupturas, de intercambio de ideas y de creación de espacios; era un ámbito donde se manifestaron posiciones, se enfrentó la diversidad y se tejieron esperanzas, donde un número significativo de mujeres se lanzaron, en muchos de los casos por primera vez, a desempeñar diversas actividades políticas, sociales y culturales; era un terreno donde algunas certidumbres empezaron a ser crisis y otras comenzaron a ser posibilidades [Senda Nueva 6, 1935: 7; Mujeres, No. 321, 1977; Tuñón: 1992; AGN. Fondo DGIPS, C.4, exp11; C.30, exp.30; C. 68, exp.4, f.85]. Así, por ejemplo, hubo tres Congresos Nacionales de Obreras y Campesinas en los años 1931, 1933 y 1934, convocados por el PNR, pero a los que asistieron mujeres de diversas posturas e ideologías y en los cuales las comunistas tuvieron un papel muy destacado. Hubo otro congreso para discutir las cuestiones de la prostitución en 1934. Como corolario de todos estos eventos se formó, en 1935, el Frente Único Pro-Derechos de la Mujer (FUPDM), indiscutiblemente la organización de mujeres más importante de la época, no sólo por la cantidad de mujeres que se afiliaron a él —cincuenta mil mujeres aproximadamente [Tuñón1992: 32-68, Cano 1993: 308]—, sino por las diferentes actividades y proyectos que desencadenó en diversos campos como salud pública e higiene, educación, arte, cultura, periodismo, política, economía familiar y defensa de los derechos de la mujer, entre otros. Uno de estos proyectos fue sin duda el que tenía que ver con la educación de las mujeres, que cristalizó en un controvertido proyecto, la “Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora”, que planteaba una educación para la mujer diferente de la otorgada hasta ese momento en las escuelas de la Secretaría de Educación Pública. La Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora fue una propuesta que se empezó a planear desde los primeros años de la década de los treinta y aún cuando en los congresos no se expuso claramente, las ideas fueron madurando al calor de los debates y de las distintas posiciones sobre mujer y sociedad [Concha Michel, 1934, 1936a, 1938a, 1938b]. Este proyecto educativo se derivó de una posición sostenida por un grupo minoritario en el partido comunista, encabezado por Concha Michel, que se fue forjando desde las primeras reuniones y que podríamos sintetizar de la siguiente manera: combatir al feminismo

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burgués por no querer transformar el estado de cosas actual, por no interesarle la clase trabajadora y por ubicar al hombre como el principal enemigo de la mujer; oponerse también con firmeza a la posición de sus propios compañeros comunistas que consideraban que la mujer se liberaría de sus condiciones de opresión una vez que el proletariado tomara el poder, y que por lo tanto, juzgaban innecesario e incluso pequeño burgués, dedicarse como lo planteaba este grupo de mujeres, a proyectos exclusivos para solucionar las problemáticas específicas de las mujeres y mejorar sus condiciones generales. Concha Michel, la principal artífice y defensora de esta posición, que había iniciado su militancia comunista desde mediados de los años veinte con una labor destacada en los ámbitos de la música y el teatro populares, así como una actividad intelectual como promotora de grupos de izquierda, se separó temporalmente del Partido Comunista en 1934 por considerar que este organismo se negaba a reconocer el problema de la mujer. Ella lo explicó con sus propias palabras: [...] mientras en la disciplina del mismo Partido no esté incluida también una línea que dé garantías y apoyo al factor femenino (no sólo en lo económico), todo esfuerzo por triunfante que aparezca, se estancará primero, para caer en todas las contradicciones en que estamos dentro del capitalismo […] [Concha Michel 1934: 33].

Desde esta posición, el problema de la mujer no era exclusivamente sólo de clase. Compartía con los hombres de la clase trabajadora el ser explotada por los capitalistas, pero tenía también una causa diferente de lucha que era la reconquista de la propia autonomía en relación con la responsabilidad social que tenía como madre y como productora de la especie humana. Se basaba en las posiciones de Lenin, Clara Zetkin, Alejandra Kollontai, y Juana B. Gutiérrez de Mendoza para hacer suyas estas declaraciones: […] A pesar de todo lo que se ha hecho o se ha dicho en tal sentido, la mujer sigue con sus problemas sin resolver, y lo que es más: los problemas femeninos hasta aquí, no han sido tomados en cuenta, confundiéndolos o considerándolos incluidos en la generalidad de los problemas que se trata de resolver [Concha Michel, 1938: 74].

Trabajar por la emancipación de la mujer debía ser una lucha

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paralela: se debía reconocer que la economía no tenía sólo el aspecto de la subsistencia, sino también el de la reproducción. Era fundamental incorporar el aspecto de la biología para tener una verdadera transformación de la sociedad. Si biológicamente eran distintos hombre y mujer, así socialmente sus funciones debían ser distintas, pero complementarias: el hombre productor de medios de subsistencia y para engendrar la especie humana; la mujer para concebir y vitalizar con su propia sangre a su misma especie y en segundo término para contribuir en la producción de medios de subsistencia. Si ésto no se tomaba en cuenta como base de un proyecto nuevo de sociedad, estaría condenado al fracaso irremediablemente. La lucha por la transformación de la sociedad debía empezar por el reconocimiento de estos dos antagonismos fundamentales para luchar juntos contra ambos. La mujer no era ni inferior ni lo mismo que el hombre. Era equipotencial y complementaria. La mujer debía asumir su propia responsabilidad de resolver el problema de la mujer; ésta sería su principal aportación a la causa del proletariado [Concha Michel, 1938: 46-57]. La mujer carecía de un “programa de principios” en el cual se apoyara su movimiento en la transformación del régimen; era preciso desarrollarlo desde su papel de productora de la humanidad, “reconquistando el puesto de directriz de la energía humana en las relaciones de producción de su especie” [Concha Michel, 1938: 87]. Para enfrentar el problema desde su raíz, era menester hacerlo a través de programas educativos y culturales enfocados a despertar en la mujer la conciencia de su responsabilidad social en la reproducción de la especie y en la transformación actual del régimen a una nueva organización social en la que: […] a más de reconsiderarse sus derechos en igualdad de circunstancias respecto al hombre, en el sentido cultural, económico y social, se reconsidere también la dignidad de la mujer así como su autonomía social respecto a la familia[…] [Concha Michel, 1936a: 5].

La Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora funcionaría con planes similares a los de las Escuelas Regionales Agrícolas de la Secretaría de Educación Pública, sólo que adaptados a sus propios fines. Para ello, tendría diversas secciones: la de Enseñanza, la de Industrias, la de Maternidad, Biblioteca y Teatro, Cultivos Agrícolas, y finalmente la de atención infantil. Funcionaría como un internado-guardería

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siempre y cuando la beneficiarias estudiaran y trabajaran en Industrias para el sostenimiento de la Casa-Escuela. En el proyecto mismo se le daba prioridad a las secciones de enseñanza y maternidad. La primera sería para: […] cultivar la inteligencia de la mujer trabajadora, para que, atendiendo los problemas que se le presenten, en los órdenes económico, biológico, social, político y técnico, pueda actuar mejor en relación con su responsabilidad social [...] Nuestra tendencia es aclarar en la mente femenina las causas que determinan su esclavitud actual, y proporcionar los medios para lograr su liberación […]. [Instituto Revolucionario Femenino 1937: 3].

La sección de maternidad, por su parte, debía preparar a las mujeres previniendo todo tipo de problemas de acuerdo a los principios de eugenesia y puericultura, aplicados con la mayor conciencia y responsabilidad social. Además de atender a mujeres huérfanas, viudas, abandonadas y maltratadas, la Casa- Escuela de la Mujer Trabajadora tendría conexión y servicios a diferentes grupos de mujeres y sus respectivos hijos, como las campesinas, obreras, maestras, intelectuales, empleadas, artistas, soldaderas, comerciantes, meseras, empleadas de cabaret, mendigas y hasta las “mujeres que llaman públicas” [Concha Michel, 1936a: 15-17]. Durante la época cardenista, estas casas funcionaron en la ciudad de México y en algunas regiones del país, pero no llegó a ser un proyecto educativo a nivel nacional, como lo pretendían sus promotoras [Tuñón, 1992: 121-122; Rascón, 1976: 112-113], en gran parte por la ruptura que se dio al interior del FUPDM con las principales impulsoras de dicho programa. Desde finales de 1936 la propuesta de la Casa-Escuela de la Mujer trabajadora fue más bien promovida por un pequeño grupo de mujeres al margen del Frente, mientras que éste se concentró en otro proyecto alternativo de atención a la maternidad y a mejorar las condiciones de salud y bienestar de las mujeres madres [Concha Michel, 1936; Olcott, 2001: 19-21]. Aun así, por el carácter mismo de la propuesta educativa, vale la pena dejar planteadas algunas inquietudes que servirán para iniciar la discusión y reflexión alrededor de este tema: a) El proyecto “Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora” fue la única iniciativa a nivel educativo presentada por el Frente Único Pro-Derechos de la Mujer en la década de los treinta, que proponía a nivel oficial una educación específica para la mujer. Si bien

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es cierto que no se planeaba incidir en la educación básica de manera radical, sí proponía que se atendiera de manera urgente la educación de las mujeres en todos los lugares que se pudiera instaurar con el concurso coordinado de la Secretaría de Educación Pública, del Departamento Agrario, del Departamento de Asuntos Indígenas, de la Secretaría de Comunicaciones, del Departamento de Salubridad, así como del Departamento del Trabajo. Aún cuando contó con el apoyo de funcionarios y personalidades como Manuel Gamio, Francisco Mújica, Eulalia Guzmán, Graciano Sánchez, y del mismo general Lázaro Cárdenas del Río, las evidencias que tenemos hasta el momento indican que la iniciativa no se pudo discutir y aprobar a nivel nacional por desacuerdos internos entre las integrantes del Frente Único Pro-Derechos de la Mujer [Concha Michel, 1936b]. Estas mujeres, que se reivindicaban de izquierda y que ya para 1937 formaron el “Instituto Revolucionario Femenino”, se empeñaron en convencer para que se implantara institucionalmente dicho proyecto educativo en diferentes foros y de maneras diversas durante la tercera y cuarta décadas del siglo XX.1 Si bien intentaron tener una independencia económica y política, como grupo y en el plano personal, tuvieron necesariamente que actuar en el marco institucional; ya desde la Secretaría de Educación Pública impulsando varios proyectos en el medio rural, ya desde la Confederación Campesina Mexicana. En todas sus actividades y proyectos estuvo presente la permanente tensión entre luchar por una transformación de la sociedad y tener que trabajar desde las instituciones gubernamentales; la constante contradicción de trabajar entre el nacionalismo revolucionario que se impulsaba desde el estado mexicano y el internacionalismo proletario que pretendían los comunistas desde diferentes frentes políticos, educativos y culturales. b) Su insistencia en la necesidad de educar a la mujer mexicana para que fuera una madre de calidad y al mismo tiempo luchara contra el régimen capitalista y la instauración de un gobierno proletario, las coloca en una posición interesante frente a la concepción de mujer y sociedad y su papel en la construcción de la nación moderna. En este sentido vale la pena preguntarse ¿cuáles son los puntos en común y cuáles las diferencias de fondo de este proyecto con los promovidos por las feministas de los años veinte, que adoptando un lenguaje socialista, promovían en la población campesina la campaña en favor del control de la natalidad?. Como afirma Sara Buck respecto a ellas:

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Se consideraban a sí mismas como las portadoras del estandarte de un nuevo México, que superaría el legado destructivo de la revolución ..[y] los problemas poscoloniales de desarrollo. [...] Consideraban su trabajo como un proyecto más amplio para modernizar e industrializar a México, mediante la... [promoción] de trabajadores más eficientes y... [el convencimiento] a los pobres y a los mexicanos de la clase trabajadora de que adoptaran la mentalidad y las prácticas de la clase media [Buck, 2001:53].

Aún cuando los planteamientos de la Casa-Escuela de la Mujer trabajadora iban más encaminados a la liberación de la mujer, a la toma de conciencia de su papel, y a construir estrategias que le permitieran participar en la lucha social, generalmente iban acompañados de argumentos relacionados con la construcción de una nación moderna y más fuerte. El planteamiento central y más polémico del Proyecto Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora consistió en enfatizar la diferencia de las mujeres respecto a los hombres en el aspecto biológico y con base en ello justificar la necesidad de ofrecerle herramientas específicas de acuerdo a su función básica: la reproducción de la especie. En un ambiente político y social de lucha por los derechos de la mujer en el que se enarbolaba la igualdad de los sexos, estas mujeres insistieron en la diferencia biológica, y en tomarla como punto de partida para construir una sociedad sin clases en la cual las actividades de los diferentes sexos se organizarían con base en un carácter diferencial y complementario. Por ello su posición se calificó en aquel tiempo como feminista radical en contra de los hombres; en otras ocasiones se ha calificado como anarquista, o cercana a posiciones conservadoras, con un fuerte determinismo biologicista [Tuñón, 1992: 113-125; Rascón, 111-113]. c) Más que juzgar o calificar con etiquetas, me parece importante tratar de comprender esta propuesta educativa. Desde la perspectiva de la historia cultural podemos concentrarnos en estas distintas representaciones y comprenderlas en el contexto en el que se van produciendo: cómo la mujer va adquiriendo conciencia de sí misma, de la diferencia entre ella y “el otro” y en la relación que se va dando con ese otro en una sociedad que se está reestructurando. Como hemos sostenido en otros momentos, las mujeres comunistas no fueron de ninguna manera un bloque homogéneo que pudiéramos distinguir claramente con características y concepciones simila-

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res. En realidad hubo formas muy distintas de entender su militancia comunista, de concebirse o representarse como mujer de izquierda, de interpretar los escritos y los conceptos marxistas y de involucrarse en el movimiento comunista o de oposición al régimen revolucionario. Es por ello que en este mismo grupo de mujeres de izquierda encontramos diferencias radicales, puntos de vista contrarios, debates, rupturas, formas distintas de entender mujer, hombre, pareja, sociedad e identidad. d) También es preciso analizar este proyecto educativo a la luz de procesos más amplios. Su posicionamiento tiene que ver con las políticas familiares que se implantaron en Europa y Estados Unidos de los años veinte a los sesenta en las cuales las mujeres se destinan a la maternidad y los hombres, al trabajo remunerado. [Thébaud, 1993:18-19] También estas posiciones son muy similares a las del movimiento feminista de entreguerra en Europa para el cual “lo femenino” y “lo masculino” son elementos naturales y por tanto se pronuncia por la diferencia y la complementariedad de los sexos, como afirma Thébaud, se exalta “[..] la maternidad, no sobre la base de los derechos de las mujeres, sino de las necesidades de las madres y exige una protección específica para las trabajadoras” [Thébaud, 1993: 82]. e) Por último, desde la perspectiva de la historia de la educación valdría la pena analizar las iniciativas que en el siglo XX se han dado al respecto. No deja de ser interesante el agudo señalamiento en 1936 de Concha Michel sobre el riesgo de planear políticas educativas desde una perspectiva unilateral. El hecho, afirma, de “asimilar” la problemática de la mujer a la del hombre, provocará mantener siempre la inequidad entre los sexos. Esta problemática se expone con meridiana claridad en el año 2000, en el Consejo Nacional de Población de nuestro país, en su último informe: [...] la brecha educativa entre hombres y mujeres se ha reducido significativamente en los últimos años, sin embargo persisten múltiples barreras y obstáculos que es preciso remover y superar para garantizar la plena igualdad de oportunidades educativas para hombres y mujeres. Además de dedicar esfuerzos firmes y decididos para abatir el analfabetismo, extender el acceso y cobertura del sistema educativo en todos sus niveles y modalidades,[..] es necesario continuar promoviendo una educación libre de prejuicios sexistas, que en sus contenidos, textos, materiales y métodos pedagógicos transmita y refuerce va-

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lores, actitudes e imágenes de equidad entre los sexos, y contribuya a fortalecer la autonomía de la mujer, su autoestima y capacidad de decisión, así como su afán de logro y superación personal” [CONAPO, 2000: 18].

Desde nuestra perspectiva, los esfuerzos que se han realizado en distintas épocas sobre la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres, aunque no hayan sido exitosos, deben considerarse en su contexto histórico y como parte de un conjunto más complejo para contribuir a una mejor comprensión de las formas culturales que fue adquiriendo la sociedad mexicana posrevolucionaria.

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Nota 1

Son varias las fuentes que hemos localizado en los documentos y proyectos sueltos en el archivo particular Concha Michel. Agradezco infinitamente la generosidad de Citlali Rieder Espinoza por facilitarme el acceso al archivo de su abuela paterna. AGN. DGIPS. v. 30, exp. 30, f.1-7; AHSEP. Antiguo Magisterio. Exp. 225/10; Concha Michel 1934; Bloque Nacional de Mujeres Revolucionarias 1935; “Instituto Revolucionario Femenino…”1937; Sector Femenino de la CCM 1938; Concha Michel 1938a, 1938b; “Centro Femenino de Estudios y Acción Social...” 1939; “Llamamiento a las Mujeres Mexicanas” 1943; “Congreso Nacional de Mujeres” 1941; “Programa de la Mujer Mexicana para 1946-1952” 1946.

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1953: LAS MUJERES POBLANAS Y EL DERECHO AL VOTO. SIGNIFICADOS PRELIMINARES Ana María Dolores Huerta Jaramillo

En

el 2003 se conmemoraron los cincuenta años de la promulgación del voto femenino en México. Si bien existen estudios acerca de la participación política de las mujeres para períodos anteriores, para el caso de los estudios regionales carecemos de significados históricos en torno a la conquista del sufragio femenino pleno. Desde la actividad docente en un Seminario de Historia Regional1 nos dimos a la tarea de reflexionar el tema y también procedimos a rastrear las huellas que las mujeres en Puebla dejaron en uno de los registros informativos a los que se acude en el camino de la reconstrucción histórica: noticias aparecidas en algunas de las principales publicaciones periódicas poblanas y nacionales del año 1953. Integramos un expediente con información hemerográfica y algunos documentos de primera mano. Partimos del supuesto de que en ese año las acciones de las mujeres que abanderaron la conquista del voto se manifestaron, y al hacerlo se debieron convertir en noticias de interés para la opinión pública de la época. La política como ámbito de lo público debió de consignarse en los medios de comunicación pública. Y en efecto recuperamos un cuerpo informativo con noticias sobre la presencia de las mujeres en el mundo laboral, el deporte, el arte, la literatura y el periodismo, la vida profesional, la violencia familiar, y por supuesto en la política. De todo ese cúmulo sólo se muestra a continuación un reporte del desenvolvimiento político de las mujeres más destacadas en la causa sufragista a nivel regional poblano.2 ANTECEDENTES La lucha de las mujeres en el siglo XX estuvo enmarcada por la Revolución Mexicana, cuya Constitución de 1917 inscribió la igualdad legal para hombres y mujeres, aunque no menciona el derecho

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femenino al voto. A principios del siglo XX, mujeres precursoras como Luz F. viuda de Herrera, Dolores Correa Zapata, María Sandoval de Zarco, Laura S. de Bolaños Torres y Esther Huidobro de Azúa —así como muchas otras, cuyos nombres han quedado injustamente olvidados—, continuaron la lucha infructuosamente. Entre ellas, Hermila Galindo, fundadora de la revista Mujer moderna, solicitó el voto femenino al Congreso Constituyente de 1916-1917. En México, en 1916, en el estado de Yucatán, se realizó el Primer Congreso Feminista. Mas adelante, en la medida en que las mujeres se fueron organizando, lograron notables avances. En 1916 en Chiapas, Yucatán y Tabasco, se concedió a la mujer la igualdad jurídica para votar y ser elegida a puestos de representación popular. En 1922, en Yucatán, se reconoció el derecho de las mujeres a participar en elecciones municipales y estatales. En 1924, en San Luis Potosí, se aprobó la ley que permitió a las mujeres que supieran leer y escribir tomar parte en los procesos electorales municipales y estatales. En 1947, el Presidente Miguel Alemán aprobó el derecho de las mujeres a votar y ser votadas en los procesos electorales municipales a nivel nacional. Ya en detalle, una experiencia relevante de las mujeres mexicanas fue el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, cuyo momento culminante se produjo entre 1935 y 1938. Aglutinó a más de 50 mil afiliadas en 25 organismos de base, que hicieron poderosas manifestaciones y una huelga de hambre frente a la casa presidencial. Este frente no sólo levantó consignas feministas sino también planteamientos políticos relacionados con el imperialismo, la carestía de la vida, el reparto de tierras, aumentos de salarios, etc. En cuanto a las reivindicaciones específicas de la mujer, el FUPDM planteó el derecho al voto y a ser elegida, igualdad de derechos con el hombre, estatuto jurídico para las trabajadoras del Estado, centro de trabajo para mujeres desocupadas, cultura para la mujer y modificaciones al Código Agrario para que pudieran ser dotadas de tierras todas las mujeres que reunieran los mismos requisitos que tenían que llenar los hombres. También se inició el debate sobre la supresión del aborto como delito y la reglamentación del trabajo en el hogar. El Frente no fue una organización autónoma de mujeres ya que fue controlado desde el inicio por el Partido Comunista y el Partido Nacional Revolucionario, siendo la presidente una connotada militante comunista: Cuca García. Tal experiencia produjo, sin embargo, el desarrollo de una tendencia que se llamó la “República Femenina”. El movimiento sufrió un desgaste hasta perder su fisonomía y

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convertirse en un frente al servicio de la política contingente de los partidos que lo controlaban. De todas sus reivindicaciones sólo quedó una: el derecho a voto. Las mujeres del grupo de la “República Femenina”, aglutinadas por Juana Belén Gutiérrez de Mendoza (1875-1942) y Concha Michel, impugnaron duramente las bases del acuerdo entre comunistas y penerristas y elaboraron una concepción global de la lucha feminista. Para las mujeres de la tendencia República Femenina, era ingenuo en unos casos y arbitrario en otros, hacer circular el concepto de que la liberación del trabajador o que la liberación de la mujer pudiera realizarse hasta después del triunfo de las clases trabajadoras sobre la capitalista, ya que los antagonismos entre la vida de la mujer y del hombre en relación con la vida biológicamente diferente, no se terminaba con el triunfo de dicha clase. También consideraban falso que la clase trabajadora misma llegaría a triunfar sin resolver el problema de la mujer en sus aspectos específicos. La conclusión lógica de este planteamiento fue estructurar organizaciones autónomas de mujeres para formular su programa de principios e incorporarlos al de la clase trabajadora reforzando las demandas de ésta, y a cambio obtener el apoyo para las demandas específicas de la mujer y utilizar el aparato político cuando ella lo necesitase en relación a su causa. Sin embargo, las militantes de la tendencia República Femenina sólo lograron algunos avances en las comunidades de Michoacán y Zacatecas en torno a guarderías, cooperativas de consumo y créditos para campesinas, siendo saboteadas por la mayoría del Frente. Durante el año 1936 se intensificó la campaña por el derecho al voto a raíz de un proyecto enviado por el Presidente Lázaro Cárdenas. No obstante la recomendación del Poder Ejecutivo, los parlamentarios lo rechazaron argumentando que el voto femenino podría favorecer a la oposición. En 1946, bajo la presidencia de Miguel Alemán, apoyado por la Unión Democrática de Mujeres Mexicanas, se aprobó el voto femenino a nivel municipal. Tres días después de haber iniciado su periodo presidencial, Miguel Alemán envió a la Cámara de Senadores la iniciativa de adición al artículo 115 de la Constitución, por la que otorgaba el derecho a la mujer de votar y ser votada en elecciones municipales. Esta iniciativa fue aprobada, después de interesantes debates, el martes 31 de diciembre de 1946, en Sesión Ordinaria de la Cámara de Senadores. Se publicó en el Diario Oficial de la Federación del 12 de febrero de 1947, fecha en que entró en vigencia.

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Los políticos mexicanos se comportaron frente el crecimiento político de la mujer de manera gradual. Pensaron que primero deberían “votar en chiquito” para tener el derecho de participar en las elecciones federales. Fue así que se dieron las primeras reformas a la Constitución. No sería sino hasta 1953, durante la administración de Adolfo Ruiz Cortines, que llegó la reforma. El 6 de abril de 1952 en el Parque 18 de marzo de la Ciudad de México, Ruiz Cortines, candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional en campaña, prometió a las 20 mil mujeres asistentes a la asamblea nacional femenina que, de triunfar en las siguientes elecciones presidenciales, se le otorgaría a la mujer mexicana los mismos derechos políticos que a los hombres y para ello promovería en las cámaras la reforma legal correspondiente. El 9 de diciembre, ya electo como presidente, Ruiz Cortines envió a la Cámara de Diputados una iniciativa de reforma de los artículos 34 y 115 de la Constitución. EL CONTEXTO REGIONAL POBLANO El período en que en México se produjo el logro del voto femenino, en Puebla corresponde a la etapa denominada avilacamachista. No sólo porque de 1951 a 1957 fue gobernador del Estado el general Rafael Ávila Camacho, sino porque desde 1936 se inauguró, con el arribo de su hermano, también general, Maximino Ávila Camacho a la gubernatura, una época caracterizada como de cacicazgo regional. Se han perfilado cuatro sostenes principales de esa etapa. En primer lugar los trabajadores de la industria textil, básica para la economía regional, quedaron bajo el control directo del estado, ello garantizó el apoyo de los empresarios prominentes. Como segundo puntal se produjo una integración de intereses de las élites política y económica, también se construyó una red de alianza entre el aparato clerical, el sistema educativo y la prensa regional. En tercer sitio estuvo la compleja red de la influencia de los avilacamachistas en las instituciones de la sociedad civil en Puebla. Un ambiente social ideológico donde predominaron el anticomunismo y la restauración de la ley y del orden fueron los temas principales que respaldaron el ejercicio del poder, esta fue la cuarta base [Pansters, 1992: 255]. A inicios del mes de mayo de 1952, José I. Morales, presidente del PRI a nivel regional poblano, invita a un grupo de mujeres para reorganizar el sector femenil de su organización política. La reunión se llevó a cabo en las oficinas del Comité Regional del mencionado

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instituto y el acuerdo fue realizar el día 13 del mismo mes su primer acto social en el Teatro Principal, rindiendo un gran homenaje a las maestras poblanas. En esa fecha también se designaría a la directora del sector femenil cuyo comité profesional era presidido entre otras damas por Carmen Caballero de Cortés, fundadora y presidenta desde un año atrás de la Agrupación Civil de Mujeres Poblanas, Luz Asomoza de Bautista y la Licenciada Concepción Sarmiento. Carmen Caballero nació en el municipio de Acatlán, Puebla. En 1932 obtuvo el título de profesora de Educación Primaria y Superior. Laboró en diversas escuelas oficiales y en 1936 fue designada directora de la Escuela de Zacapoaxtla, en la sierra norte de Puebla. En 1937 dirigió la escuela Benito Juárez de Tetela de Ocampo del mismo Estado, y en ese mismo año se afilia al PRI. Su inquietud por dar a los niños de escasos recursos una ayuda efectiva le permitió instituir en el año de 1952 en la ciudad de Puebla los desayunos escolares. Carmen también creó el Periódico Femenil del PRI [Soto, 1992: 55]. Y en efecto, para la fecha acordada un importante grupo de mujeres que presidían diferentes agrupaciones femeniles en el país se entrevistaron con el gobernador del estado de Puebla para expresarle su admiración a la obra “eminentemente revolucionaria y constructiva” que realizaba. Entre las participantes figuraban Carmen Caballero, Consuelo L. de Valdemar y Blanca Romano de Ruiz. Para el 18 del mismo mes de mayo se anunciaba la realización de un grandioso mitin de orientación Ruizcortinista en San Felipe Hueyotlipan, al norponiente de la angelópolis. En el noveno número del programa se entonarían algunas melodías por la Agrupación de Mujeres Poblanas. 1953, LLUVIA DE NOTICIAS Daba su primer paso el año nuevo. Para contener la inquietud que ya empezaba a observarse entre algunas dirigentes femeninas, varios senadores aclaraban que era necesario sancionar los artículos 34 y 115 constitucionales recientemente aprobados por el Congreso para considerar que las mujeres se encontraban en plena posesión del voto popular. Aun después de que las Legislaturas dieran a conocer su criterio sobre el particular, las reformas no podrían estar vigentes hasta que la Cámara de Diputados y Senadores se reunieran en septiembre de ese mismo año pues la Comisión permanente del Congreso carecía de facultades para hacer la declaratoria constitucional del caso.

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Frente a las líderes priístas las mujeres católicas, que tenían “encendida la lumbre de los hogares”, se aprestaban a conquistar la voluntad de los electores organizadas en la Unión Nacional Sinarquista, en el Partido Acción Nacional y en la Acción Católica Mexicana. Esta última organización reiteraba que las mujeres católicas de México, quienes desde hace tiempo realizaban importantes tareas sociales y de caridad, no permitirían que el voto femenino y la conquista legítima de la mujer en la vida política del país, fuese motivo para alentar y afirmar la posición de los demagogos. Las voces masculinas aseguraban que la mujer católica ayudaría eficazmente al hombre en sus tareas políticas y lo alentaría para realizar el bien común. Eran los dirigentes del PAN y de la UNS quienes confesaban estar a punto de terminar la redacción de un proyecto de actividades que desarrollarían sus huestes femeniles y que buscaría apoderarse de los contingentes de mujeres, decisivos en las elecciones de 1955, año de renovación parcial de diputados el Congreso de la Unión. En el mismo sentido, los dirigentes del Partido Comunista Mexicano manifestaban su seguridad de contar con la voluntad mayoritaria de las mujeres mexicanas quienes “han jugado un papel decisivo en la historia del país y siempre han abanderado las causas nobles.” El Partido Popular Socialista se sumaba a la corriente de acciones y expresaba que el futuro del país dependía de la acción coordinada de todos los mexicanos, de los hombres y de las mujeres, particularmente de la incorporación plena de la mujer en la vida política del país. Un vocero pepino, así se le llamaba a los miembros del PPS; declaraba que “sin las mujeres no es posible construir la democracia.” El 6 de enero, día de Reyes, los Servicios Coordinados de Salubridad y Asistencia organizaron un festival con el fin de rendir homenaje a las enfermeras de la ciudad. El doctor Luis Vázquez Lapuente entregó diplomas a las enfermeras de la Coordinación y obsequió juguetes a los niños de la guardería infantil de esa dependencia, también se alabó la labor de las enfermeras. Asistieron al reconocimiento Pedro Sánchez T. administrador general de la Beneficencia Pública, el Mayor Manuel Dávila, quien llevó la representación del general José María Tapia, jefe de la zona militar, y Rebeca Acosta viuda de Roldán, jefa de enfermeras de la Caja Regional del Instituto Mexicano del Seguro Social. Mientras la iniciativa presidencial de conceder el voto a las mujeres era objeto de consulta y de estudio por las legislaturas locales, el líder de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del

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Estado, diputado Alfonso Martínez Domínguez, anunciaba un Consejo Nacional ordinario para abordar el tema relativo a la participación de la mujer en la política. El tema femenino inundaba también al ejercito mexicano. El Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional desarrollaba un estudio para decidir si las mujeres de 18 años de edad estaban o no obligadas a participar en el servicio militar nacional. Los altos mandos reconocían que la ley obligaba a todos los ciudadanos mexicanos a prestar dicho servicio, pero que a la vez existía confusión en cuanto al género del sustantivo ciudadanos. Dado que las mujeres acababan de obtener derechos políticos se advertía que ellos le otorgarían igualdad de deberes, el hecho había determinado a las autoridades castrenses a meditar si una de sus obligaciones era la de participar en el Servicio Militar Nacional. Una posibilidad que se planteaba era que el mencionado Servicio fuera cubierto por las mujeres participando en trabajos de índole social en instituciones de salud como hospitales, clínicas, etcétera El día 4 de febrero una comisión de mujeres, encabezada por la profesora Carmen Caballero de Cortés, partió a la Ciudad de México con el objeto de asistir a la Convención Nacional del PRI que se propuso cambiar su estructura social. La representación de la mujer poblana observaría los cambios que se efectuasen dentro de ese Partido y a su retorno informaría al sector femenil del PRI y a la Agrupación de Mujeres Poblanas sobre las variantes. El PAN continuaba con el propósito de que la mujer mexicana, particularmente la católica, debería dar la batalla contra las tendencias disolventes de la familia, participar activamente en la política nacional y defender su hogar y su decoro. Su Consejo Nacional anunciaba un programa mínimo que permitiría lanzarse a la conquista política de la mujer, daría una batalla sin tregua para organizarlas y empaparlas de los problemas sociales contemporáneos y de las corrientes filosóficas y políticas, a fin de que se capacitaran para ejercer sus derechos ciudadanos. Hacia el día 18 del mismo mes el Comité Regional del PAN en Puebla anunciaba el envío a la XXXVIII Legislatura local un proyecto de reforma a la Ley Electoral Estatal sobre todo en lo relacionado a elecciones municipales y organización de las mujeres en los comicios. Dentro de sus actividades el PAN renovaba su Comité Regional integrado por el ingeniero Marcos Mastreta como presidente, José Castillo Miranda en la secretaría y Joaquín G. Santillana como tesorero. Entre otros cargos más se designó como jefa del Co-

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mité Femenil a Esperanza Rodríguez de Aguilar. Durante el mes de marzo por primera vez en la historia de Puebla, una mujer ocupa el importante cargo de Presidenta Municipal. Esto sucedió en la población de Pantepec, perteneciente a la jurisdicción de Huauchinango ubicado en la zona norte del estado de Puebla, y la persona designada para ocupar dicho cargo fue Carmen Yañez, quien había fungido como edil del Ayuntamiento constitucional de esa población. Debido a algunas anomalías registradas en el Ayuntamiento de Pantepec, se envió como visitador de administración a Ruperto Cruz Aquino quien, previamente autorizado y después de haber realizado una minuciosa investigación, destituyó del cargo de Presidente Municipal a Efrén Fernández quien sería procesado por varios delitos, entre ellos cohecho y evasión de presos. Al quedar acéfalo el puesto, los demás miembros del Ayuntamiento de Pantepec designaron por mayoría de votos a Carmen Yáñez quien desde luego rindió su protesta de ley quedando investida con el cargo de Presidenta municipal de esa población y señalando un nuevo rumbo a la política del Estado. La noticia corría el día 8 de marzo, la mujer comenzaba a tener una participación muy activa. Realizado el estudio del proyecto de reforma al articulo 34 de la Carta Magna por la comisión respectiva, para el día 13, también de marzo, la legislatura de Puebla resolvió considerar: Artículo 34 Ciudadanos de la República a los varones y a las mujeres que teniendo la calidad de mexicanos además cumplieran los siguientes requisitos. I – Haber cumplido los dieciocho años siendo casados o veintiuno si no lo son. II- Tener un modo honesto de vivir.

Cuatro oradores del Congreso —Salvador Lobato, Alfonso Serrano Suárez, Eduardo Rodríguez y Manuel Rivera—, pronunciaron discursos vistiendo de flores a la mujer con motivo de haberle otorgado la plenitud de sus derechos, puesto que podría ser electa incluso como Presidenta de la República. En nombre de las mujeres abordó la tribuna la profesora Carmen Caballero de Cortés. El PAN y el PRI continuaron con la organización de sus sectores femeninos, mujeres, señoras y señoritas decidían participar en la lucha política dentro de las filas de esos organismos. Acción Nacional concluía un proyecto de reformas a la Ley Electoral que presentaría a la

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Legislatura local para su estudio. El PRI se disponía a realizar una gira por diversas poblaciones del Estado para organizar comités y sostener conferencias en las que se instruiría a las mujeres sobre la importancia del voto ciudadano que se le acaba de conceder. El comité regional del PRI celebró una junta el 9 de julio en la que el sector popular femenino nombró a sus delegadas para el Congreso Nacional Femenil que se celebraría durante los días del 6 al 9 de agosto en la capital de la República, y se disponía a efectuar asambleas de los sectores obrero y campesino. El presidente del partido había girado oficios a las centrales obreras para que estas organizaciones nombraran cinco representantes de sus diversos sindicatos. En cuanto al sector campesino, se elegirían representantes por cada Comité Regional de la Liga de Comunidades Agrarias. Con las asambleas de los tres sectores que formaban el conglomerado del PRI, iniciaban en forma definida las actividades de las mujeres en el uso de los derechos cívicos. Como representante del sector obrero resulto electa Ángela Parra, del sindicato de la fábrica La Corona, afiliado a la Federación Revolucionaria Obrero Campesina, y aunque fue designada en calidad de delegada única, sería acompañada por una delegada fraternal de cada una de las centrales que asistieron a la asamblea y que fueron la Confederación Regional de Obreros Mexicanos, la Federación de Trabajadores de Puebla y el Frente Regional de Obreros y Campesinos. Ángela Parra, nacida el 15 de abril de 1907 en la ciudad de Puebla empezó a trabajar a la edad de 13 años en la referida fábrica de hilados y tejidos de punto La Corona, debido a que tres de sus hermanas habían trabajado ahí mismo. Ángela estaba huérfana, había terminado la escuela y consiguió un puesto como devanadora, esto es, recogiendo los desperdicios para hacerlos hilos. Fue jefa de Departamento, se percató de la precaria condición de sus compañeras, quienes a casi nadie interesaban, y empezó a trabajar a su servicio [Soto, 1992: 137]. La historiadora Isabel Rosalba Rosas Salcedo nos brinda la voz de Ángela: “…el Padre de la Concordia (templo católico ubicado en la 3 sur, entre 9 y 11 poniente) constituyó un grupo de mujeres obreras católicas y nos daba explicación cada ocho días… [...] tenía yo mi sindicato también en la iglesia porque formamos una mesa directiva y (elegimos) nuestra presidente… [...] eran dos grupos, los domingos catecismo, para quienes quisieran ir y entre semana lo natural del trabajo y en esas… [...] casi siempre

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tenía yo cargo… [Rosas Salcedo, 2003: 33].

Así Parra, que era una de las pocas mujeres que sabían leer y escribir en ese medio, se inició como sindicalista y en el año de 1929 se formaliza su posición en uno de los congresos constituyentes del entonces Partido Nacional Revolucionario en el Estado de Puebla. Representando a 300 mujeres organizadas, fue electa como secretaria general del Sindicato La Corona en 1930. Ángela constata “…y ahí tiene usted, que ya me dieron mi tarea, conquistar a mis compañeras, hablarles un poco de que el priismo era el sostén de la política” [Rosas Salcedo, 2003: 35]. En 1938 leyó frente al Presidente de la República, General Lázaro Cárdenas, el plan de trabajo para la elaboración del primer Contrato Ley de la Industria de Tejidos de Punto a nivel nacional. Cárdenas la nombra inspectora federal de la Secretaría del Trabajo y le da la misión de recorrer el país con el objetivo de documentarse. En 1948 fue electa nuevamente como secretaria general del sindicato de La Corona, en 1950 ocupó la Secretaría de Actas del Comité Estatal de la FROC y en 1951 era delegada de seguridad social ante el Instituto Mexicano del Seguro Social. Otra delegada que se agregó en 1953 para asistir al Congreso Femenino, además de Ángela Parra, fue la licenciada Concepción Sarmiento representando al sector popular burócrata. Para el día 10 de julio el aparato campesino nombró a Amelia Jofre, ejidataria de Ciudad Serdán, como su representante. En esa misma reunión que celebraron los comités regionales de la Liga Agraria fueron elegidas como delegadas fraternales Irene Ramírez, la profesora Aurora Artime y Luz Gómez de Romero. El día 13 del mismo mes las delegadas efectivas y fraternales al Congreso Nacional Femenino del PRI celebraron una junta para coordinar el plan de trabajo que desarrollarían durante su representación. También se definieron las ponencias que presentarían. El PRI, que prometía al sector de las damas igualdad de oportunidades para los puestos del sector popular, así como la más alta consideración y respeto para que el ejercicio de sus derechos políticos se realizara normal y satisfactoriamente, daba a conocer los postulados que se comprometía a alcanzar y que se reafirmarían durante el Congreso Nacional: 1. Igualdad de oportunidades a la mujer para expresar sus opiniones y pensamientos sobre estudios, planeaciones y programas de trabajo en general sobre organización y desarrollo de las tareas sociales y políticas del partido.

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2. Proscribir toda discriminación a la mujer en cuanto a oportunidades de preparación técnica profesional, cultural y trabajo, y ascender jerárquicamente, promoviendo, además, las reformas que fueran necesarias a fin de eliminar de las leyes todas las disposiciones que limitaran su capacidad jurídica. 3. Fomentar en escuelas, universidades e institutos de cultura superior la creación de las carreras más apropiadas a la naturaleza de la mujer y poner a su alcance todos los medios de emancipación que le permitieran liquidar las condiciones de inferioridad social que tradicionalmente había guardado. 4. Gestionar la expedición de leyes y la creación de instituciones y establecimientos que tuvieran como fin la protección de la mujer en todos aquellos aspectos que se relacionaran con la maternidad, la educación y el cuidado de la infancia particularmente en el caso de las obreras y campesinas. 5. Vigilar el cuerpo de las leyes del trabajo en relación con la madre obrera para que disfrutara de todas las prestaciones a que tenía derecho. La Confederación de Trabajadores Mexicanos inició una campaña de orientación a las mujer trabajadora sobre sus derechos y obligaciones en su nueva calidad de ciudadanas, según lo marcado por las reformas a las leyes. El día 21 de julio se llevó a cabo en las oficinas de la Federación de Trabajadores del Estado de Puebla una gran asamblea a la que asistieron más de 500 mujeres que prestaban sus servicios en las diversas factorías y centros de trabajo controlados por los sindicatos. Durante esa concurrida junta se determinó que se hiciera el nombramiento de dos secretarias y dos pro-secretarias, quienes se encargarían permanentemente de resolver los problemas con relación de la mujer asalariada. Resultaron electas como secretarias Dolores Prieto, del sindicato de Pastas Alimenticias, y Consuelo Gamboa, de la factoría La Malinche; como pro-secretarias Dolores Marín, del Sindicato de Molineras, y Guillermina Cano de la fábrica Pompadeur. Estas mismas mujeres constituyeron la Federación Femenil de la CTM en Puebla y asistirían en representación de la FTP a la Convención Femenil del PRI. Antes de concluir el mes los grupos femeniles del PRI celebraban una serie de mesas redondas donde se discutían problemas y temas que se tratarían en la anunciada Convención. Para inicios del mes de agosto la convocatoria a la gran Convención que circulaba en Puebla fue enviada a todas las agrupaciones

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femeniles del PRI a nivel nacional y tocaba temas como: “Actividad de la Mujer ciudadana”, “La mujer frente al PRI”, “Diario de la Mujer revolucionaria”, “La mujer en la reforma en los artículos 34 y 115 constitucionales”. El día 6 de ese mes se inauguró en la ciudad de México el anunciado Congreso Nacional Femenino y durante su primera sesión plenaria sustentó el criterio de que la administración pública podía sanearse si se colocaba en puestos claves a las mujeres quienes se encontraban capacitadas por su honradez y el sentido del deber para manejar los intereses comunes y enmendar los errores del pasado. La delegación poblana presentó un amplio documento integrado por ocho puntos de reflexión y un cuerpo de diez propuestas. El texto es particularmente interesante pues refleja el sentir femenino, que difícilmente se percibe a través de otra clase de informaciones. EL PROGRAMA DE LA DELEGACIÓN FEMENINA AL CONGRESO NACIONAL DE 1953 La Delegación de Puebla al Congreso Nacional expuso en la histórica reunión su documento que fue suscrito por Carmen Caballero de Cortés, María Concepción Sarmiento, Angela Parra, Aurora Artime y Amelia Jofre. Para esta corriente la posibilidad de la intervención de la mujer en la vida pública para hacer valer sus derechos, adquiría en todo núcleo de población en el orden moral, social, económico y político la tendencia al mejoramiento colectivo. Hacían oír su voz trazando un plan por realizar “sin prejuicios y sin sectarismos para convertirse en colaboradora eficaz de todas las actividades” en que se desenvolvía la sociedad mexicana.3 El tema central que se desarrolla en el conjunto de propuestas es el de la actividad social de la mujer ciudadana. El texto en cuestión es una suma de serias críticas y severos cuestionamientos que se encontraban sumergidos en las conciencias femeninas. Las poblanas afirmaban que muchas obreras que participaban con su trabajo en la industria, el comercio, el artesanado, en los centros fabriles, en los talleres y en instituciones de carácter particular en donde la Ley del Trabajo, surgida en 1917 y consagrada en el artículo 123 constitucional, no tenía observancia, continuaban sin ninguna protección legal. Se violaba la jornada de ocho horas, el salario mínimo, las compensaciones de inseguridad, la salubridad, la higiene y la maternidad a que las obreras tenían derecho. Con sueldos arbitrariamente señalados, días de trabajo que rebasaban las dispo-

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siciones, sin distribución de utilidades ni de regalías, ocasionaba en las mujeres “problemas de índole moral, complejos difíciles de desterrar que se traducen en perjuicios familiares, malos hábitos adquiridos y que a la postre vienen a traducirse en la degeneración de la raza”. Y se preguntaban sobre qué había hecho la Revolución Mexicana y los líderes obreros para resolver el problema de la atención prenatal y natal de los hijos de las obreras, que con bajos salarios y pésimas condiciones de vida tenían que atender esta clase de educación a sus hijos que no alcanzaban la edad escolar. Dirigían una fuerte crítica a la Secretaría de Educación Pública y a la Secretaría de Salubridad y Asistencia, instituciones que frente al anterior problema se habían concretado a dictar conferencias por boca de eminentes médicos, pedagogos y pseudo orientadores que el magisterio nacional recibía a través de circulares. Demandaban que dejara de hacerse la defensa de los niños en el terreno educativo y sanitario sólo a través de literatura barata, de conferencias de carácter demagógico sin ninguna finalidad definida, de discursos que trataban de justificar la bondad de una institución. Con relación a la mujer campesina, que sólo se sujetaba al jornal del marido o a la explotación en forma indirecta de la parcela que la Revolución Mexicana le había dado y por quien no había hecho nada más, se proponía la creación de centros campesinos de orientación y de higiene. En ellos, además de brindar información para modificar su situación económica, se divulgarían los cuidados prenatales que garantizaran el cuidado de los niños por nacer. También se difundiría propaganda objetiva al alcance de los conocimientos rudimentarios de las campesinas para que con la cooperación del magisterio rural, se elevara su cultura para prevenir cierta clase de enfermedades endémicas y epidémicas. Esos centros sería posibles establecerlos con la cooperación de los gobiernos municipales y de la iniciativa privada. Una consideración más se refería a los recursos que la Nación derramaba en centros de cultura superior y que, según sus apreciaciones, formaba “tipos de intelectuales egoístas, egocéntricos y ambiciosos para satisfacer sus necesidades personales”. Sugerían que se estableciera para todos los estudiantes de escuelas universitarias, pre vocacionales y tecnológicos, la prestación de un servicio social gratuito antes del examen profesional con el que obtenían el título. Por ejemplo, los abogados antes de recibirse como tales deberían establecer bufetes jurídicos en todos los municipios para la defensa de todos los intereses campesino y obreros. Los médicos, en reciprocidad a la atención que la república les brindaba para formarlos,

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deberían entregar seis meses de su capacidad y de su servicio personal en las clínicas municipales. Así sucedería con los químicos, los ingenieros y las parteras. Aunada a la cuestión profesional las delegadas de Puebla señalaban que las mujeres profesionistas egresadas de las universidades y de los centros de educación superior, a pesar de adquirir sus títulos profesionales en las mismas condiciones que los hombres, no tenían la misma aceptación y difícilmente se encontraba en alguna entidad federativa a una abogada como juez, a una médica como Jefa del Departamento de Salubridad, a una ingeniera como Jefa del Departamento de Obras Públicas o a una química como Jefa de Laboratorio. Ante ello exigían a la administración pública de los estados la distribución en calidad de funcionarios en igualdad de circunstancias y de capacidades a hombres y a las mujeres. Así también promovieron el acuerdo de llevar a cabo la participación directa de la mujer en toda clase de actividades sociales que les pudieran permitir ostentar también las representaciones de elección popular, tanto en los municipios como regidoras, como en los distritos políticos como diputadas, pues se tenía la certeza de que era al sector femenino a quien correspondía por tradición y por derecho la primera participación directa y efectiva en la política. Las demandas se sintetizaron en los siguientes puntos: 1. Estricta observancia de la Ley Federal del Trabajo en beneficio de la mujer. 2. Creación obligatoria de guarderías infantiles en los centros fabriles a semejanza de las escuelas. 3. Creación de centros de especialización, higiene y orientación para cuidados prenatales y maternidad en cooperación con el gobierno, municipio e instituciones privadas. 4. Creación del Servicio Social obligatorio gratuito por los profesionistas antes de recibirse. 5. Igualdad de derechos a profesionistas mujeres para la exaltación a puestos públicos en general. 6. Oportunidad a la mujer para que dirija organismos y pueda ostentar puestos de representación popular. 7. Escuelas de capacitación política auspiciadas por el PRI en todos los Estados. 8. Dar participación a la mujer en forma directa en todos los organismos de lucha en pro del abaratamiento de la vida en todo el país.

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9. Participación de todas las entidades del país a la directiva del organismo que resultara del Congreso. 10. Efectividad y realización de las resoluciones que adoptara el Congreso.

Con el tiempo algunas de estas demandas se incorporaron a los servicios de seguridad social y a las instituciones de educación superior. El empadronamiento nacional de la mujer considerada como ciudadana, la presentación en el Congreso de la Unión de las Reformas Legislativas que garantizaran el pleno ejercicio de sus derechos económicos, sociales y su afiliación dentro de las filas del PRI, serían los pasos inmediatos a desarrollarse después del Congreso Nacional Femenino que clausuró sus actividades con la presencia del presidente de tal instituto político, Gabriel Leyva Velásquez, quien envió un saludo a las mujeres de provincia a las que exhortó a asumir de inmediato las funciones cívico ciudadanas para unirse “al progreso y la prosperidad de México.” SE APRUEBA EL DERECHO FEMENINO AL VOTO El día 1 de octubre se dio la primera lectura al dictamen que aprobaba el proyecto de declaratoria formulado por el Senado después de hacer el cómputo de Ley y manifestar que todas las legislaturas de los Estados dieron su aprobación a las reformas a los preceptos de la Carta Magna, iniciada por el Presidente de la República y que realizaba una de las promesas cuando fue candidato. Numerosas delegaciones femeninas de sindicatos y organizaciones políticas estuvieron presentes en la sesión en la que esperaban se dispersaran los trámites reglamentarios para que inmediatamente se hiciese la declaratoria. En caso de que la mayoría de mujeres y hombres con derecho al voto se inscribieran en el padrón electoral, se calculaba que en el Estado de Puebla el número de electores llegaría a cerca de cien mil. Ese cálculo se basaba en el número de ciudadanos que se inscribieron para las elecciones de renovacion de poderes federales y que en cuanto a varones llegó a 45 mil. Se suponía que el número de mujeres en edad de votar era mayor al de los hombres y haciendo un cálculo conservador, se preveía que rebasarían en cinco mil al de los hombres. En el municipio de Puebla las brigadas móviles que registraban a

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las mujeres funcionaban con gran intensidad, pues a esas fechas se cubría apenas la mitad del trabajo. Los puestos fijos de empadronamiento, que los primeros días estaban casi desiertos, empezaban a ser más visitados y se vislumbraba que conforme fueran pasando los veinte días que se dieron de plazo, el trabajo sería abrumador teniéndose que reforzar el personal existente. Simultáneamente, también en Puebla, se desarrolló el Primer Congreso Estatal de la Mujer. La presencia de las mujeres poblanas en Congreso Nacional les permitió dar continuidad a su actividad a nivel regional. Aunque poco se sabe del desarrollo de ese Primer Congreso Estatal, el día 3 de octubre se concluyeron los trabajos correspondientes al evento organizado por el sector femenil del Comité Regional del PRI, y las actividades tuvieron lugar en las oficinas centrales. En el programa se incluyó una visita al Centro Escolar “Lic. Miguel Alemán” de Cholula, en donde se hizo un sencillo recibimiento a las congresistas y se les explicó el funcionamiento de esta institución, que representaba un avance en el sistema educativo. Posteriormente se ofreció una comida en la que estuvieron presentes la licenciada Margarita García Flores, del comité nacional del PRI, la licenciada Blanca Nieves Capdeville, la profesora Josefina Balboa, y Mercedes Fernández, todas ellas del comité regional del Distrito Federal. A partir del día 6 de octubre, cerca de diez millones de mujeres mexicanas gozaban ya de los mismos derechos que los hombres. El presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines, promulgó a través del Diario Oficial de la Federación el decreto con que se reforman los artículos 34 y 115 constitucionales, desde ese momento el género femenino del país adquirió con plenitud sus derechos políticos y quedó capacitado para ocupar puestos de elección popular e intervenir con su voto en los comicios federales, estatales y municipales. Con la promulgación de este decreto, que fue aprobado por ambas cámaras del Congreso de la Unión y por las Legislaturas de todos los Estados de la República, el Presidente Ruiz Cortines cumplió una de las más caras promesas hechas a la mujer mexicana durante su campaña política. El histórico decreto avalado por el Congreso de la Unión fue comunicado a la sociedad por el primer mandatario del país que estableció: Artículo I. Se reforma el artículo 34 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos para quedar en los si-

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guientes términos: I. Haber cumplido 18 años siendo casados o 21 si no lo son. II. Tener un modo honesto de vivir. Artículo II: Se reforma la fracción I del artículo 115 de la Constitución para quedar en los términos siguientes: Los estados adoptarían para su régimen interior la forma de gobierno republicano, representativo y popular, teniendo como base de su división territorial y de su organización política y administrativa el municipio libre conforme las siguientes bases: a través del artículo 115 los Estados adoptaron para su régimen interior la forma de gobierno republicano, representativo popular, teniendo como base de su división territorial y de su organización política y administrativa el municipio libre conforme a las siguientes bases: Cada municipio sería administrado por un Ayuntamiento de elección popular directa y no habrá ninguna autoridad intermedia entre éste y el gobierno del Estado. II. Los presidentes municipales, regidores y síndicos de los ayuntamientos electos popularmente por elección directa, no podrían ser reelectos para el periodo inmediato. Las personas que por elección indirecta o por nombramiento y designación de alguna autoridad desempeñasen las funciones propias de esos cargos cualquiera que fuera la denominación que se les diera, tampoco se elegirían para el periodo inmediato.

El documento que se divulgaba a nivel nacional a través de los medios de comunicación contaba con las firmas de todos los miembros del Congreso de la Unión, y para los efectos de su promulgación del presidente Ruiz Cortines y del secretario de Gobernación, licenciado Ángel Carvajal. La formalización del sector femenil en la Federación Revolucionaria de Obreras y Campesinas del estado de Puebla dentro de la CROM, se manifestaba inmediatamente. El día 9 de noviembre a las diez horas se registró un mitin de respaldo a las candidaturas de Arturo Perdomo Morán para presidente municipal de la ciudad de Puebla, y de Juan Figueroa para diputado local por el primer distrito electoral. El acto se realizó en el Teatro Principal y durante él hicieron uso de la palabra los propios candidatos y varios oradores, Vicente Reyes fue el encargado de darle la bienvenida a los candidatos, Margarita Núñez declamó un bello poema, y Guadalupe Villagómez se expresó a nombre del sector femenil. Concluida esta

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reunión varios de los participantes se trasladaron junto con los candidatos a la Colonia Lázaro Cárdenas en donde se llevó a cabo otro acto político. En esa concentración hablaron los señores Juan González, José Mondragón, José Gutiérrez y Jerónimo Cabral. Hicieron acto de presencia los vecinos de las colonias Lázaro Cárdenas, Moderna, José María Morelos y del barrio del Tamborcito. A MANERA DE CONCLUSIÓN Los partidos políticos se vieron obligados a enarbolar las causas femeninas aunque en los discursos oficiales, convencionales, siempre se ha presentado tal acontecimiento como un acto de concesión del poder político. Desde diferentes espacios y diversas actividades las mujeres fueron emergiendo y estructurando discursos a través de los cuales se fueron concretando sus demandas. Aprendieron a dialogar y a escribir, pareciera ser que el impacto de la escolaridad femenina en este rubro fue contundente. El movimiento político que culmina legislativamente en 1953 se fue gestando paulatinamente desde la estructuración de los partidos políticos mexicanos, que se apuntalaron en organizaciones sociales cuyos orígenes fueron las relaciones laborales en el ámbito industrial. Cuando las mujeres aparecieron como asalariadas, entraron necesariamente en contacto con organizaciones de corte sindical: obreras, magisteriales, burócratas, del sector salud y de las ligas agrarias. En esos territorios las féminas aportaron un mundo de preocupaciones que partieron desde la percepción de su cuerpo y la maternidad, los niños y la reproducción familiar como base del desarrollo social. En esos preceptos las mujeres encuentran la llave para abrir la puerta, hasta entonces cerrada, de la práctica de la política institucional. Al menos eso ocurrió en Puebla, en buena medida. El estudio de la transformación ciudadana de las mujeres requiere de estudios particulares de cada sector desde donde se fue incorporando, ello permitirá ulteriormente obtener una visión global acerca de los significados de la obtención del sufragio. Por otra parte se deben distinguir dos niveles de análisis histórico; uno, lo que significó para las mujeres el derecho al sufragio; y el otro, los escenarios reales y posibles en que quedaron colocadas al ser electas en puestos de representación popular. Hoy la discusión acerca de la participación política de las mujeres ha transitado desde las reglamentaciones partidistas, la proporcionalidad en las candidaturas por género, hasta llegar a la controversia en torno al sentido ético del acceso al poder de las esposas de los funciona-

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rios de la administración pública. Y este fenómeno abarca desde las presidencias municipales hasta la presidencia de la república. Sobre nuestra participación política todavía nos esperan discusiones aún insospechadas.

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Notas 1

Este Seminario de Historia Regional se desarrolló en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla durante el otoño del 2003. 2 Si bien todos los alumnos del Seminario arriba referido participaron en la investigación, aquí sólo se incluye la información obtenida por Lissett Serrano, Angélica Sánchez, Viviana López Ramírez, Carolina MacFarland y Hernández y José Luis Bautista. 3 Programa que presenta la Delegación Poblana al Congreso Nacional Femenino. 5 de agosto de 1953. Mecanografiado. 7 pp. Documento proporcionado por la Señora Carmen Cortés de Trillo a José Luis Bautista el 9 de septiembre de 2003.

HEMEROGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA Periódicos El Sol de Puebla. Años 1952-1953. La Opinión. 1953. Diario Oficial de la Federación. 1953. Loria, Cecilia. 2001. “El enfoque de género en las políticas públicas y la legislación mexicana.” Diálogo y Debate de Cultura Política. México. Vol. 15-16. Centro de Estudios para la Reforma del Estado A.C., 25-56. Olamendi Torres, Patricia (Comp.) La mujer en la legislación mexicana. Primera parte. México. LVII Legislatura Cámara de Senadores. Pansters, Will. 1992. Política y poder en México. Formación y ocaso del cacicazgo avilacamachista en Puebla, 1937-1987. Puebla: Centro de Estudios Universitarios. Universidad Autónoma de Puebla. Rosas Salcedo, Isabel Rosalba. La obrera Textil en la Ciudad de Puebla, 19401964. Historia Cultural. 2003. Tesis. Colegio de Historia. Facultad de Filosofía y Letras. BUAP. Soto, América. 1992. Mujeres Poblanas. México: Gobierno del Estado de Puebla. Consejo Estatal de Población. En la WEB: mazinger.sisib.uchile.cl/repositorio/lb/filosofia_y_humanidades/vitale/obras/ sys/fmu/b/c01.pdf

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JUNTO A UN GRAN OBRERO, UNA GRAN MUJER: HISTORIAS DE MUJERES EN UN ENTORNO FABRIL DE TLAXCALA

Blanca Estela Santibáñez Tijerina

INTRODUCCIÓN

A lo largo de nuestra vida hemos escuchado innumerables histo-

rias de personas con las que hemos entablado una relación permanente o en otros casos han sido encuentros fortuitos en que las circunstancias nos han llevado a ser una especie de confidentes. Interesantes o no, estas narraciones quizás han pasado desapercibidas para muchos de nosotros o en otros casos han permanecido guardadas en nuestros recuerdos, esperando mejores ocasiones para salir a la luz pública. Así, estas especies de memorias se conservan a través de los relatos o de los escritos, que pueden ser en diarios íntimos en donde se plasman vivencias, hechos relevantes o sucesos importantes para el expositor y su entorno; o también por medio de la escritura epistolar podemos guardar aquellos acontecimientos que pretendemos comunicar a los que se encuentran lejos de nosotros o que la distancia nos hace inaccesible un encuentro personal. En la historia tradicional se han escrito innumerables obras sobre comunidades, sus relaciones sociales y políticas, sus tradiciones, su economía, etc.; muchos de ellos han sido tratados en forma globalizada sin tomar en cuenta a sus protagonistas. Afortunadamente esa visión ha cambiado, y en los últimos años se han publicado diferentes textos que destacan las historias de vida de los habitantes, aunque algunos todavía sólo toman en cuenta al sector masculino. Sin embargo es necesario insistir en los estudios de género, no sólo para conocer la otra parte de las historias, sino también para dejar oír las voces de aquellas mujeres que fueron parte importantísima de esos hechos. Asimismo los recursos más actuales de la historia oral nos permiten tener un acercamiento a las experiencias vividas por personajes

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conocidos o desconocidos que las circunstancias pusieron como actores, testigos o relatores de acontecimientos vivenciales, que son de suma importancia para la reconstrucción de hechos históricos. Pero no sólo eso sino que de viva voz se escuchan las costumbres, hábitos, rutinas y usanzas en el acontecer diario de aquellos que fueron partícipes de situaciones que sólo podrán ser reproducidas en el recuerdo. Es por eso que en este breve trabajo se resaltan las actuaciones de las figuras femeninas que llevaron una vida en común con los trabajadores fabriles de Tlaxcala en la segunda mitad del siglo XX; no sólo se relata la vida cotidiana, se escuchan de viva voz sus impresiones, vivencias, rutinas y sinsabores de la vida que compartieron al lado de aquellos que formaron parte de la industria textil, ya sea su padre, esposo o hijos. De igual forma queremos dedicar este espacio para que hablen aquellas mujeres que vivieron de manera circunstancial las jornadas laborales en las fábricas textiles de Tlaxcala; que narren sus recuerdos de los tiempos pasados que no volverán, pero que dejaron honda huella en todos los corazones que palpitaron al unísono con el silbato de la factoría y que languideció en el momento en que sus puertas cerraron para ya no abrirse jamás. Aun cuando ellas no participaron como obreras, porque en Tlaxcala no hubo mano de obra femenina, sí colaboraron hombro con hombro junto a los hombres de su familia que dedicaron sus energías a llevar el sustento diario a través de las jornadas fabriles. Dejemos que sean las voces femeninas las que cuenten. Cabe aclarar que este trabajo no pretende ser un ejercicio de historia oral totalmente acabado, sino más bien una muestra de las tantas historias de vida de mujeres que se vieron involucradas de manera colateral con el trabajo fabril, pero que a la vez formaron parte importante de la cadena laboral. La mayor parte del material utilizado en el presente corresponde a entrevistas realizadas a mujeres tlaxcaltecas de las comunidades de Santa Cruz Tlaxcala, Santa Ana Chiautempan, Amaxac de Guerrero y San Bernardino Contla, entre los años de 1989 y 1991, —aunque también hay algunas del presente—, años en los cuales estuvimos realizando un trabajo de campo en esas localidades para elaborar un estudio más amplio sobre la industria textil en la entidad. A ellas y a todos los que colaboraron en este intento de dejar escuchar las otras historias, sea este pequeño ensayo como muestra de mi más profundo agradecimiento.

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SOBRE LA INDUSTRIA TEXTIL En la historia de la entidad se ha destacado las labores que desempeñaban sus habitantes; la forma tradicional de subsistencia siempre fue el campo, aunque la tierra siempre ha sido árida y poco productiva, excepto en la zona norte en donde abundan las amplias planicies que fueron utilizadas principalmente para el cultivo del maguey y para la crianza del ganado. La mayoría de las tierras, principalmente en la zona centrosur del estado, fueron de temporal; sin embargo hacia los años sesenta fue introducido el sistema de riego que permitió el mayor aprovechamiento de todos los recursos y un mejor rendimiento en las cosechas. Por otro lado, es sabido que la zona central del país fue la mayor productora de textiles desde mediados del siglo XIX hasta casi finalizar el XX; también lo es que Puebla llevó la vanguardia como centro eminentemente fabril, aunque también hay que destacar que el estado de Tlaxcala contribuyó a ese florecimiento con una importante mano de obra proveniente de las comunidades del centro-sur. Así una vez en marcha la industrialización tlaxcalteca que se inició hacia 1850 y vivió su culminación hacia 1880 con la instalación del grueso de sus fábricas, se emprende el camino hacia lo que será el desarrollo del capitalismo en la entidad. Si bien en forma tardía con respecto a sus vecinos, los estados de Puebla y Veracruz, Tlaxcala dejó de depender de aquellos para satisfacer las demandas de su población, al mismo tiempo que el erario captaba la derrama económica proveniente de los impuestos que pagaban las nacientes factorías. Poco a poco la industria textil del estado fue sufriendo transformaciones hasta que llegó a convertirse en uno de los principales ejes económicos de la localidad. Así, con el transcurso del tiempo, las fábricas fueron absorbiendo cada vez mayor número de mano de obra, dando como resultado que comunidades enteras se reestructuraran y sus habitantes fueran atraídos por el trabajo fabril sin que abandonaran por completo la agricultura, pero pasando ésta a segundo plano. De este modo se fue conformando una de las características de la población de Tlaxcala, que subsistió a lo largo de muchos años: el ejercicio simultáneo de las actividades agrícolas y manufactureras. El grueso de las factorías fueron construyéndose entre 1845 y

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1901 dando empleo a cientos de obreros de las localidades circunvecinas; así en los límites entre Puebla y Tlaxcala se edificaron La Tlaxcalteca, La Josefina y El Valor que incluía en su interior a La Alsacia. Los poblados de Santa Cruz Tlaxcala, Santa Ana Chiautempan, Amaxac de Guerrero, San Miguel Contla y Apizaco vieron nacer en sus entrañas a La Trinidad, La Estrella, La Xicohtencatl, La Providencia, Santa Elena, San Manuel y San Luis Apizaquito. Y a partir de 1938 surgieron nuevas empresas como La Albertina, La Mexicana y La Luz, que se dedicaron al hilado y tejido de lana, ubicándose en Santa Ana Chiautempan [Santibáñez, 2000: 89-121]. Todas las factorías en sus inicios recibieron en su seno a los obreros provenientes de Puebla, Veracruz y el propio Distrito Federal, quienes tenían el predominio en las labores fabriles y que a la vez se las transmitieron a los propios tlaxcaltecas. Con el tiempo ellos mismos las enseñaron a sus descendientes, y por generaciones los padres introdujeron a sus hijos y éstos a su vez a los suyos hasta llegar a la edad del retiro necesario. Resultaba muy provechoso tener contactos familiares dentro de la factoría, pues además de facilitar la entrada a la misma, el proceso de aprendizaje resultaba más rápido y seguro, pues de lo contrario “algunos maestros retrasaban la enseñanza, o eran celosos y no querían decirle a uno lo que sabía, o a veces nos ponían a hacer cosas pesadas que ellos mismos no querían hacer y el tiempo de enseñarnos se hacía cada vez más largo y no pasábamos de aprendices.” 1 Entre las comunidades había una especie de código no escrito para establecer las cuotas de mano de obra de cada una de ellas; por supuesto que los lugareños monopolizaban los puestos de las factorías que se encontraban en su territorio, sin embargo también se daba cabida a los integrantes de otras comunidades. De esa forma, la fábrica que mayor número de obreros acaparó fue La Trinidad porque, a decir de los propios obreros, “la materia prima era de mayor calidad y por ello se podía hacer mayor número de piezas porque no se reventaba el hilo tan seguido y se podía producir más y mejor.”2 En cuanto a la producción, predominaba la elaboración de mantas de diversas medidas, aunque también se fabricaba franela de distintos tipos, diseños y tamaños, telas para toallas, cotí, sarga, driles, sarapes para bebé, kaki, popelina, cabeza de indio, escocés, cambayas, piel de león, gabardina, mezclilla, y en general telas resistentes para la ropa de trabajo. Las factorías de lana manufacturaban hilo de

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diferentes medidas y gruesos, mantas de viaje, cobertores, gabanes, las llamadas tilmas, paños finos y diversidades de telas para la confección de sacos, trajes y uniformes para el ejército [Directorio de fábricas, 1938:1-15]. La materia prima era llevada a todas las factorías desde Puebla a través de plataformas jaladas por mulitas, que iban desde la estación del ferrocarril hasta la entrada del establecimiento. Las pacas de algodón que no se iban a requerir de inmediato eran almacenadas en túneles construidos ex profeso y que mantenían la humedad necesaria para la mejor conservación del producto. De igual forma, los géneros elaborados se empacaban para ser llevados a la estación en la misma plataforma y de ahí eran conducidos por una sola persona cuando la carga no era mucha porque de lo contrario iban dos o más, mi papá se dedicó a esos quehaceres durante mucho tiempo y yo lo acompañaba cuando se podía; todas las fábricas así lo hacían y por ejemplo en La Trinidad y Santa Elena la vía que iba hacia el sur era para el servicio de la fábrica Santa Elena y la que iba hacia el norte era para el servicio de La Trinidad.3

En la mayoría de los casos los productos eran llevados para el proceso de acabado a otras fábricas que los propios dueños tenían en la ciudad de Puebla; así en la fábrica Los Ángeles se daba el terminado a las telas que provenían de La Trinidad por ser propiedad de la misma familia Morales; y los géneros de La Josefina eran trasladados a La Iberia que pertenecían a la familia López de Letona. Nunca existió en las factorías tlaxcaltecas el trabajo femenino, y el infantil sólo era permitido a cierta edad y en algunas áreas; así por ejemplo los hijos de los obreros entraban como barrenderos, o acarreadores de materiales, y un poco después pasaban a ocupar el puesto de aprendices en los departamentos de hilado y tejido; por otra parte fue inusual que se diera trabajo a los menores en ciertos departamentos como el de tintorería o el de engomado, quizá por los elementos que se tenían que manejar o por las temperaturas a las que debían someterse las telas en dichas secciones. El mercado de los textiles tlaxcaltecas era diverso, aunque la mayoría de ellos tenía como destino la ciudad de Puebla, el Distrito Federal, el estado de Oaxaca y en general los del sureste del país; algunos de ellos rebasaban las fronteras mexicanos como en el

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caso de los productos de La Trinidad que se exportaban al mercado anglosajón. Con poca variabilidad la existencia de las distintas factorías del estado tuvo un destino casi simultáneo. Hacia finales de los sesenta, y como consecuencia de la falta de modernización, la mayoría de las fábricas cierran definitivamente: San Luis Apizaquito en 1961, Santa Elena en 1967 es rematada, en 1968 La Trinidad clausura sus trabajos, lo mismo que La Tlaxcalteca. San Manuel es convertida en cooperativa cerrando definitivamente en 1976 y La Estrella lo hizo en 1972, sólo quedando activa en la actualidad la fábrica El Valor; como se puede observar fueron más o menos en los mismos años cuando se da una clausura definitiva de estas factorías quedando sin empleo alrededor de mil 500 obreros. LA COSTUMBRE INTRAMUROS: RITMOS Y RUTINAS DE TRABAJO Con la instalación de las factorías en las comunidades que tradicionalmente habían dependido del campo, la vida de sus habitantes se vio transformada radicalmente; la tierra pasó a segundo plano como una actividad complementaria dando paso en importancia a las labores fabriles. Los que lograron adaptarse a las rutinas que rodeaban el trabajo industrial cambiaron el azadón y los aperos por la lanzadera y el telar para instruirse en el arte y oficio de ser obreros. No sin dificultades previas aprendieron que el pago semanal era mucho más seguro y confiable que lo obtenido en tiempos de siega; que el periodo de trabajo en la fábrica correspondía a un horario preestablecido y no al que marcaba la propia naturaleza; que los espacios laborales también se habían reducido a un local cerrado, frío y oscuro en contraposición con las extensiones amplias y al aire libre; que el respirar se volvió dificultoso por la constante emanación del algodón en forma de borra que se inhalaba en todo momento y que en ocasiones resultaba perjudicial para los que lo padecían. Sin embargo para los testigos que permanecían al margen de esta situación, resultaba graciosa la forma en que los obreros salían después de una jornada laboral, tal es el testimonio narrado bajo los recuerdos de una mirada infantil: “todos los días esperaba la salida de los obreros para verlos cómo estaban llenos de copos de nieve, creía que dentro de la fábrica caía nieve aunque no me explicaba por qué afuera no.”4 Los trabajos, como en todas las otras factorías, debían cumplir un horario y una rutina; el primer turno comenzaba sus labores a las 7.00 a.m., por lo cual el silbato se dejaba escuchar con antelación.

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Los miembros de la familia aún recuerdan los pasos previos que marcaban el principio de las actividades que de forma invariable tenían que realizarse diariamente, como en el caso de Eloina Osorio de Méndez, originaria de Santa Cruz, cuyo abuelo, padre y hermanos trabajaron en La Trinidad, y quien refiere que antes de proceder a laborar el turno matutino se tocaban tres silbatazos, el primero a las 6.30, el segundo a las 6.45 y el último a las 7.00, y si los trabajadores no se apuraban a llegar les cerraban el portón y se daba por perdido el día porque no se valían las llegadas tarde; siempre vivíamos pendientes de escuchar los silbatazos porque todo se hacía por medio de ellos: la hora de la comida también era anunciada por los pitazos que daban aviso de que era el tiempo para la comida y había que correr para evitar los regaños de mi papá y de mi abuelito que ya estaban esperando la canasta con los alimentos.5

En otras factorías como San Luis Apizaquito, San Manuel y Santa Elena se iniciaba el turno a las 8:00 y de igual manera era precedido por el silbatazo de la sirena que daba aviso del inicio y la terminación de cada turno; sin embargo fue más frecuente que los obreros de las dos primeras fueran residentes de las propias comunidades en que estaban ubicadas las factorías, por lo cual la llegada a su centro de trabajo resultaba ser más rápido. Lo mismo que la comida se llevaba a cabo en distintas circunstancias, pues al no tener que trasladarse a otros sitios, a los obreros les daba el tiempo suficiente para ir a sus casas a tomar sus alimentos: mi papá y mis hermanos trabajaban en San Luis Apizaquito y llegaban a comer y a cenar a la casa y nosotras teníamos que apurarnos para que no nos ganaran, porque si no estaba la comida se ponían bien muinos y nos regañaban bastante, pues como mi mamá era finada, mis hermanas y yo teníamos que preparar todos los alimentos, bueno así fue hasta que me casé y después los hice para mi esposo...6

La jornada laboral era de lunes a sábado, día en que se trabajaba sólo la mitad y en el que se hacía el pago de salarios a todo el personal, y en que la familia esperaba ansiosa la llegada de la famosa “raya”: mi papá rayaba el sábado y ese día aprovechaba mi mamá para

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darle una larga lista de lo que nos hacía falta a mis hermanos y a mí, desde zapatos que nos compraban en Puebla, hasta el pago del abonero de esa bonita plancha que había sacado en pagos cada semana. Era tan bonito ver cuando mi papá llegaba con su raya porque sabíamos que ese día era posible que nos llevara a Tlaxcala, porque como había camiones que hacían el recorrido de Apizaco a Tlaxcala, pues a veces nos llevaban para que nos paseáramos y era bien bonito, aunque no nos compraran nada.7

Por otra parte, el conjunto industrial no sólo estaba constituido por el casco fabril sino que además contaba con suficientes casas para sus trabajadores, escuela, tienda y capilla. Era variado el tamaño y la disposición de aquellas, pero en el caso de las fábricas La Trinidad y de San Manuel, las viviendas estaban acondicionadas a la usanza de otros caseríos fabriles. Su construcción era de piedra y adobe y los techos de solera. En la primera había dos tipos: unas grandes con tres piezas y patio, y otras más pequeñas con dos cuartos que generalmente se ocupaban uno para cocina-comedor y el otro como dormitorio.8 En la fábrica Santa Elena el dueño también construyó casas para sus operadores, pero éstas se encontraban fuera de la construcción fabril y sólo se les daba a aquellos que no eran de la región.9 Y es que inicialmente los caseríos tenían la intención de ser entregadas a aquellos obreros que no eran oriundos de la zona; sin embargo con el paso de los años, el ingreso de trabajadores de la localidad y el fortalecimiento de la CROM en las fábricas de Tlaxcala, las viviendas fueron entregadas sólo a aquellos que el sindicato avalaba pues algunos obreros que no vivían aquí cerca, que eran de los pueblos circunvecinos o de fuera como de Atlixco, Puebla y hasta de México, el sindicato les proporcionaba un cuarto con cocina y tenían agua potable, les daban luz, y aunque el servicio era de la empresa, el sindicato era el que promovía quién podía vivir ahí y quién no.10

En otras, como en San Manuel, las casas de los trabajadores estaban separadas del edificio fabril, divididas por la estación del ferrocarril. Éstas también estaban destinadas a aquellos obreros que habían venido de lugares alejados, pues los que tenían su morada en San Miguel Contla continuaron en su lugar de residencia, realizando el recorrido diario entre la fábrica y la comunidad, pues era muy fácil el camino

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porque casi todos los trabajadores tenían sus bicicletas y a a hora de la entrada de cualquier turno parecía una romería por la cantidad de bicicletas que se dejaban ver en el camino, pues en ese entonces no había carretera como la de ahora y era camino de terracería, y desde la loma veíamos todo el peregrinar de bicicletas, lo mismo de ida como de regreso.11

En mayor o menor grado entre las factorías se compartían los ritmos y rutinas dentro de sus instalaciones y en ese mismo sentido la familia se volvía copartícipe de ellos tanto dentro como fuera de los edificios fabriles. LA VIDA EXTRAMUROS: COMPARTIENDO EL PAN Y LA SAL Por otro lado, los cambios que se suscitaron repercutieron en la vida familiar. Tradicionalmente el hombre había trabajado la tierra y la rutina de la vida diaria giraba en torno a ésta. Cuando el jefe de la casa irrumpió en las actividades fabriles se produjo una variación en esa misma rutina. Muchos de ellos realizaban sus faenas en el campo antes de ir a la fábrica; otros recibían ayuda complementaria de peones que contrataban para el desempeño de las jornadas en el campo. Pero lo más común fue el apoyo de los demás miembros de la familia; mientras el obrero trabajaba en la fábrica, en casa se quedaban las mujeres combinando las tareas domésticas con las agrícolas. Los niños acudían a la escuela y a la vez colaboraban en las labores del campo. Con el tiempo ellos mismos ingresaron a la fábrica y a su vez recibieron la parcela de tierra familiar que les correspondía. De esta forma la participación familiar se hizo mas patente cuando el hombre se ocupó fuera del campo, y aunque las responsabilidades de estas tareas no recayeron en forma exclusiva en la mujer y en los hijos, sí se acrecentaron sus actividades. En este sentido son muy ilustrativas las declaraciones de doña Manuela quien recuerda que antes mi esposo sembraba y pichcaba él mismo, pero conforme se hizo más el trabajo en Santa Elena, tuvimos que ayudarle yo y todos sus hijos; comenzábamos desde tempranito para que ellos pudieran irse a la escuela, usted sabe tenían que seguir estudiando, y luego le daba yo a la faena y después me iba a los quehaceres de la casa, ya sabe la comida y preparar la canasta para que mi hijo el mayor se la llevara...12

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Del mismo modo, las costumbres de las mujeres tuvieron que modificarse en otro sentido: ya no sólo se dedicaban al cuidado de la casa y a atender el campo, sino también participaban en forma indirecta en las rutinas de la fábrica al llevar todos los días los alimentos al marido, al padre o a los hijos. Muchas de ellas realizaban grandes caminatas para llegar a la fábrica, portando los víveres que gustosamente ingerían sus familiares. En el trayecto se les unían otras mujeres que llevaban el mismo cometido, y una vez que lo cumplían retornaban a sus hogares de la misma forma. Este acto cotidiano les permitía salir de sus hogares y entablar nexos con otras mujeres que residían fuera de su comunidad. En alguna medida, esta práctica contribuyó a fomentar los lazos con personas que compartían su misma actividad. Dentro de la factoría los miembros de diversos pueblos lograban un acercamiento más directo entre ellos; fuera de la misma las mujeres hacían lo propio, lo cual trajo consigo una reestructuración en las relaciones intercomunitarias. Como mi esposo trabajaba en ese entonces en San Manuel, nos turnábamos para llevarle la canasta, en veces mis hijos, en veces yo, pero si me tocaba ir a mí, me juntaba con la hija de mi comadre para ir juntas a dejarles a los trabajadores porque así se nos hacía más corto el camino; en veces también había chamacos que por un dinerito llevaban las canastas a otros obreros que no tenían quién se las llevaran o en veces ellos mismos a la hora que se iban ya llevaban su itacate preparado y nada más pedían permiso para calentarlo.13

Otro espacio para compartir entre las mujeres fueron los lavaderos, en donde se hacía algo más que sacar manchas y despercudir ropa; se comentaba acerca de los problemas económicos, se platicaba sobre los deseos de conseguir esos aparatos eléctricos que comenzaban a llegar a través de los aboneros y que tanto ayudaban a las amas de casa; se hablaba de la libertad que les negaba el sindicato de realizar sus compras en otras tiendas fuera de las que estaban designadas por sus dirigentes ya que ...el sindicato quería controlar la vida de todos en el pueblo, ellos imponían a los candidatos y por supuesto decidían por quién debíamos votar, controlaban la entrada de los trabajadores sobre todo después de la huelga de 1942, y para colmo les

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decían a nuestros esposos dónde debíamos hacer las compras del mandado, porque en esos años no funcionaba el mercado como hoy y casi todo lo hacíamos en la tienda del sindicato que era donde ellos querían, y pues nos teníamos que acoplar a lo que ellos decían porque si se enteraban que la esposa de fulanito iba a otro lugar pues le llamaban a él la atención y pues a mí eso no me gustaba pero ni modo así tenía que hacerlo.14

Por su parte la educación para los niños corrió en primera instancia a cargo de la fábrica, aunque después se estableció la Escuela Primaria Xicohtencatl en el propio poblado de Santa Cruz. Durante muchos años en La Trinidad hubo escuela tanto para los hijos de los obreros como para los propios trabajadores analfabetos, aunque el pago de los maestros era por parte del gobierno. “La escuela estaba donde era el salón del sindicato y mediante un convenio entre éste y la empresa se les permitió cursar la primaria a aquellos que no sabían leer ni escribir, y para los niños íbamos medio día a la escuela y medio día trabajábamos en la fábrica.”15 También les estaba permitido a algunos trabajadores vender golosinas a la hora del recreo, como lo relata la hija de un obrero: ...yo estudié en la escuela de La Trinidad de tercero a sexto y los patrones la sostenían con materiales que hicieran falta como pizarrones, pupitres, bancas y otras cosas y a los maestros les pagaba el gobierno, y recuerdo que a los obreros les dejaban vender cosas de comer a la hora del recreo, sobre todo dulces y golosinas; luego la quitaron y en su lugar pusieron una biblioteca pero creo que nadie la visitaba porque a nadie le gustaba leer, bueno es que no tenían tiempo y al final también la cerraron.16

En Santa Elena se estableció una escuela que del mismo modo estaba auspiciada por los propietarios de la misma y que daba cabida tanto a los hijos de los trabajadores como aquellos que quisieran aprender a leer y escribir, los cuales asistían en horario nocturno. Mi papá iba a la nocturna, que comenzaba a las cuatro y salían a las nueve de la noche, no importaba la edad que tuvieran siempre y cuando quisieran aprender; me acuerdo que se me hacía chistoso porque nos daba clase el mismo maestro y aprendíamos casi al mismo tiempo a hacer cuentas y las tablas. Claro

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que a mi papá no le gustaba la idea de que repasáramos juntos las lecciones y a veces hasta se escondía de mí y de mis hermanos a la hora que hacía su tarea, creo que en fondo le dada un poco de vergüenza que supiéramos que no sabía leer ni escribir, pero a mí eso no me importaba.17

Otras comunidades como San Bernardino Contla, San Pablo Apetatitlán, Santa Ana y Apizaco contaban con sus propias escuelas primarias en las que cursaban aquellos niños cuyos padres no estaban involucrados con el trabajo fabril; el gobierno estatal se hacía cargo tanto del mantenimiento como de los salarios de los profesores que ahí prestaban sus servicios. En muchos casos se trataba de maestros que se hacían cargo de varios grupos y que en ocasiones efectuaban otros turnos en escuelas aledañas, pues no había suficiente personal para cubrir todas las plazas que había vacantes. Las fiestas eran ocasiones propicias para que departieran en armonía todos los miembros de la comunidad y sus habitantes incorporaban dichas prácticas a su espacio laboral; para muchos que se hallaban fuera de su terruño, las costumbres representaban un recuerdo vivo y un acercamiento patente con su tierra y su gente, y lo consideraban un compromiso reproducirlas y transmitirlas a sus descendientes. Había festejos religiosos que cobraban relevancia entre la comunidad para conmemorar al santo patrono; en todas las fábricas normaba más o menos el mismo tipo de celebración que se iniciaba con la tradicional misa de gallo acompañada de música y cohetes. Los asistentes disfrutaban luego de una fiesta mundana en la que abundaba el baile, la comida y la bebida, repartiendo los gastos entre el sindicato y la empresa. Por su parte cada factoría llevaba a cabo sus eventos en distintas fechas: así en Santa Elena se hacían grandes agasajos el 18 de agosto en el que después de la consabida misa se realizaba una especie de verbena con la participación de todo el pueblo en la que se hacían concursos de palo encebado, carreras de caballos, lotería y otras más. En San Manuel se honraba a San Miguel Arcángel y el 29 de septiembre se realizaba una tradición muy especial, pues era la fecha en que los oriundos que habían migrado a otras regiones por diversas circunstancias, regresaban al pueblo para participar activamente en estas conmemoraciones: los obreros que habían migrado se organizaban en peregrinaciones para ir a San Miguel y se juntaban hasta 40 camiones que bajaban

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en la fábrica y ahí los esperábamos los de aquí con las imágenes, música y cuetes y se junta la gente y se van a misa y después a una comida abundante y de ahí al auditorio y ellos contrataban música y empezaba el baile, y había bebida todo el día; a las seis de la tarde agarraban los camiones y se iba cada quien a su lugar...18

En La Trinidad había prácticamente doble festejo pues se organizaba uno el 3 de mayo en honor a la Santa Cruz, patrona del pueblo, y otro en una fecha movible entre mayo y junio para conmemorar la Santísima Trinidad. En la primera fecha se efectuaba en la capilla de la factoría la rigurosa misa con la tradicional parada de la Cruz, posteriormente se pasaba al interior de las naves con la mencionada cruz para hacer un recorrido por todos los departamentos, en los que previamente se adornaban los telares, se adornaban los tróciles, los estiradores, los veloces, el cañonero, las bobinas, los urdidores, la turbina. En fin, todos los obreros adornaban sus maquinitas con banderitas de distintos colores, y en cada departamento se paraba la cruz y había oportunidad para que el obrero invitara a quien quisiera que le gustara que fuera el padrino de la parada de la cruz, en donde se acostumbraba a llevar canastas de pasteles y aguas frescas.19

La otra festividad que se efectuaba era para honrar a la Santísima Trinidad, a la que igualmente se oficiaba una misa en la capilla para después pasar a actividades como competencias de tiro al blanco, carreras de costales, palo encebado, cortagallo, carreras de bicicletas, box, y en la tarde una verbena en donde todos cooperaban y todos se divertían para después dar paso al baile en la noche.20 Es increíble que a través de los años no se hayan borrado los recuerdos de éstas y otras experiencias, y que aún se conserven en la memoria como si el tiempo no hubiera transcurrido, pues algunas de las mujeres relatan sus rutinas, aprendizajes y recuerdos gratos, y evocarlos es como revivirlos, ellas en su memoria y nosotros en la imaginación.

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Notas 1

Entrevista a Pedro Vázquez, en Santa Cruz Tlaxcala, el 27 de octubre de 1989, en adelante BEST/PV. 2 Ídem. 3 Entrevista de Margarita Amador, Blanca Esthela Santibáñez Tijerina y Marciano Netzahualcoyotzi a Nicolás Chávez, en Santa Cruz Tlaxcala, el 21 de septiembre de 1989. 4 Testimonio de Graciela Hernández en Santa Cruz Tlaxcala, el 28 de abril de 2001. 5 Entrevista a Eloina Osorio de Méndez, en Santa Cruz Tlaxcala el 18 de noviembre de 1989 6 Entrevista a Etelvina Cruz, en el Centro Recreativo La Trinidad, el 28 de abril de 2001. 7 Entrevista a Rosario Vega, en Santa Ana Chiautempan, el 3 de mayo de 1991. 8 Entrevista a Juanita Lima de Ortega, en Santa Cruz Tlaxcala, el 28 de septiembre de 1990. 9 Entrevista a José Martínez, Santa Cruz Tlaxcala, el 21 de septiembre de 1989. 10 Entrevista de Margarita Amador y Raúl Castro a Guadalupe del Razo, en Santa Cruz Tlaxcala, el 30 de septiembre de 1989, en adelante MA y RC/GR. 11 Entrevista a Guadalupe Coatl, en San Miguel Contla, el 15 de febrero de 1990. 12 Entrevista a Manuela López, en Amaxac de Guerrero, el 11 de noviembre de 1989. 13 Entrevista a Juana Pérez, en Santa Cruz Tlaxcala, el 3 de mayo de 1990. 14 Entrevista a Rosa María Hernández, en Santa Cruz Tlaxcala, el 28 de abril de 1991. 15 Entrevista BEST/PV. 16 Entrevista de Margarita Amador, Blanca Esthela Santibáñez Tijerina y Marciano Neztahualcoyotzi a Leonor Chávez del Razo, en Santa Cruz Tlaxcala, el 21 de septiembre de 1989. 17 Testimonio de Graciela Hernández, Op. Cit. 18 Entrevista a Ascensión Grande, en San Miguel Contla, el 18 de octubre de 1989. 19 Entrevista MA y RC/GR. 20 Entrevista a Domingo Cuamatzi, en Santa Cruz Tlaxcala, el 21 de septiembre de 1989; entrevista a Juan Manuel Méndez Hernández, en Santa Cruz Tlaxcala, el 18 de noviembre de 1989.

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BIBLIOGRAFÍA Directorio de fábricas de hilados y tejidos de algodón, de hilados y tejidos de seda y artisela y de hilados y tejidos de lana, en actividad, existentes en los Estados Unidos Mexicanos al principiar el primer semestre de 1938, según registro de esta oficina. Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Oficina de Impuestos Especiales, Sección de Industrias y Transporte, 15 p. Santibáñez Tijerina, Blanca Esthela. 2000. “En las Márgenes del río Zahuapan. La industria textil en Tlaxcala”, Historia e Imágenes de la Industria Textil Mexicana Puebla, Tlaxcala y Veracruz, Puebla, Cámara de la Industria Textil de Puebla y Tlaxcala, Gobierno del Estado Libre y Soberano de Puebla, KoSa México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades: 89-121.

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ELENA GARRO: DE LA REBELDÍA AL OSTRACISMO María del Carmen García Aguilar

El gato escaldado del agua huye si las cartas están echadas. ¿Podré algún día recoger los dados? Elena Garro

Una de las mujeres protagonistas en el campo de las letras y la

cultura de México en el siglo XX fue, sin duda alguna, Elena Garro. Su controvertida personalidad siempre fue tema de notas periodísticas importantes, su vasta producción literaria trascendió las fronteras de nuestro país. De tal suerte que el gran reconocimiento que consiguió como escritora la hizo merecedora, aún después de muerta, de múltiples premios y homenajes. Elena Delfina Garro Navarro nace en la ciudad de Puebla el 11 de diciembre de 1916 (según consta en su acta de nacimiento publicada por el escritor Pedro Ángel Palou, en el periódico El Sol de Puebla, en agosto de 1998, con motivo de su muerte). Su padre fue un español de nombre José Antonio Garro, su madre una mexicana llamada Esperanza Navarro. Los recuerdos de su infancia y de su vida familiar permanecieron siempre en la mente de la escritora. Nunca perdía oportunidad para hablar, no sin nostalgia, del mundo maravilloso que vivió al lado de su madre, sus hermanos, hermanas y básicamente de su padre, quien fue la figura más fuerte e importante de esta etapa de su vida. En las diversas entrevistas que se le hicieron, era común que surgieran comentarios sobre su familia, sus formas de vida y de relacionarse; declaraba: Ellos me enseñaron la imaginación, las múltiples realidades, el amor a los animales, el baile, la música, el orientalismo, el misticismo, el desdén por el dinero y la táctica militar leyendo a

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Julio César y a Von Clausewitz. Mientras viví con ellos sólo lloré por Cristo y por Sócrates, el domingo en que bebió la cicuta, cuando mi padre nos leyó los diálogos de Platón, que no he releído [Carballo, 1986: .495].

En Puebla vivió poco tiempo, de ahí que, sólo decía tener pocos y lejanos recuerdos como los de los baños de azufre, donde alguna vez tuvo un accidente [García, 2003: 216]. Siendo aún pequeña y coincidiendo con la persecución religiosa, se traslada junto con su familia, de Puebla a Iguala, Guerrero, donde transcurrió su niñez y parte de su adolescencia. De entre sus recuerdos viviendo en ese pintoresco sitio, frecuentemente hacia hincapié de la inocencia y la felicidad en que vivió: Yo era muy feliz de niña vivíamos (en Iguala) en un caserón muy grande, teníamos jardín, corrales, dos pozos... mi papá nos regaló a cada una un burro y a mi hermana Estrella una vaca —se llamaba FLOR DE CAMPO— y andábamos en burro en la casa o por todo el pueblo. Para mí era la felicidad y cuando salí de allí, la dicha se acabó y nunca la he vuelto a experimentar en forma tan completa [Vega, 1991: 23].

Ya en Iguala empieza a destacarse por su facilidad para las letras, gana un concurso en su escuela con la composición: “El día del árbol”. De este lugar, Iguala, Elena recoge bellos testimonios de la vida provinciana que se reflejan en algunas de sus obras, como Los días del arcoíris. Para continuar con sus estudios, Elena tendrá que trasladarse a la Ciudad de México, estando ahí, empieza a imbuirse en la vida social de la ciudad. Su primer encuentro con Octavio Paz sucedió en un baile organizado en la casa de una de sus primas: Era el primer baile al que yo asistía... De entre un grupito de muchachos muy guapos... salió uno de ojos azules, vino directo hacia mí y me invitó a bailar. Yo nunca había bailado y le dije que no. Mi tía Consuelo, hermana de mi mamá, que estaba junto a mí, le preguntó cómo se llamaba, y él respondió: Octavio Paz. ¡Cómo! ¿Es usted hijo de Octavio Paz?, exclamó sorprendida mi tía, que había sido novia de su padre, Octavio Paz Solórzano. Parece que le dejó muy grata impresión y me dijo: ¡Vé, Elenita, baila con él!. Casi me obligó” [Ramírez, 2000: 126].

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De sus primeros contactos con Paz, Elena narró: “Octavio era muy joven y cuando venía a la casa (ya en México) a hacerme la corte se hizo muy amigo de mi papá. Yo llegaba del colegio —de la prepa— , me gustaba cenar e irme a la cama porque me encantaba dormir y Octavio se quedaba platicando con mi Papá [Vega, 1991: 23]. En 1936, estando ya en la UNAM, su talento no pasó desapercibido: estudiaba letras y danza y rápidamente fue captada por el ambiente artístico y universitario, de tal manera que a los 20 años era actriz y coreógrafa en el Teatro de la Universidad, dirigido en ese entonces por Julio Bracho. Fue llamada por Xavier Villaurrutia para montar “Perséfone” de André Gide; por Rodolfo Usigli para hacer la coreografía de El burgués gentil-hombre; también fue integrante del grupo de Teatro TEA, a cargo de Xavier Rojas, con el que realizó varias giras por diferentes estados de la república. En la Universidad tuvo como maestros a Julio Jiménez Rueda, quien le pronosticara su éxito literario; a Samuel Ramos, Salvador Azuela, Julio Torri. Sus compañeros de clase, entre otros, fueron Francisco Lastra y Carlos A. Madrazo; en particular sobre él Elena Garro declaró: La única vez que me metí en política fue con Carlos Madrazo y me equivoqué‚ porque ya ves, no sirvió de nada: a él lo mataron y yo me tuve que ir del país... Fui calumniada, me acusaron de todo: desde terrorista, delatadora, hasta espía del Vaticano y agente de la CIA, un montón de tarugadas. Fueron muy majaderos conmigo. ¿Sabes? Desde entonces no leo periódicos, por si las moscas, para no llevarme un disgusto... En 68 no me metí en nada ni firmé ningún documento ni tomé parte en nada, porque Madrazo me advirtió: “Mire, Elenita, este es un complot con muchos vasos comunicantes, usted no firme nada porque si usted firma algo la van agarrar de chivo expiatorio”. Y no firmé‚ nada y de todos modos me agarraron... [La Jornada, 1991 : 24].

En 1937 contrajo matrimonio con Octavio Paz, enlace que duró más de 24 años. En ese mismo año viaja, junto con Paz, a España para participar en las brigadas internacionales que apoyaban la resistencia civil, a través de un encuentro de escritores. De su estancia en España, Elena Garro nos brindó sus recuerdos en el libro Memorias de España 1937, donde nos narra sus experiencias y convivencia

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con grandes personajes de la cultura de México y el mundo como Rafael Alberti, José Chávez Morado, Silvestre Revueltas, José Mancisidor, César Vallejo y León Felipe, entre otros: Con León Felipe, que se había unido a los mexicanos y estaba con nosotros en Valencia, hablé de Machado. León dio de golpes en el suelo con la punta de su cachava: “Sí, sí, pequeña, los poetas les estorbamos a los listos...” [...] Nunca entendí bien las diferencias políticas que cubrían de gloria a algunos y a otros los hostigaban y los hacían ir de lugar en lugar sin encontrar acomodo [Garro, 1992: 115].

En 1938 regresan a México, en donde Elena Garro empieza a trabajar como periodista. De su relación con Octavio Paz, que también ha sido muy comentada y controvertida, Elena Garro mencionó: ...me acuerdo que las cartas de Octavio eran geniales. Cuando salía me escribía: “te ruego que: a) no hagas tal cosa; b) no digas tal cosa; c) no vayas a tal parte...” bueno así por el estilo y cuando terminaba yo la carta decía “¡ay!, ya hice todo lo que me prohibió”. Luego si caía alguna de ellas en sus manos Octavio me decía: “mis cartas son odiosas, ¿verdad?” y yo le respondía “no hombre, no te preocupes, son muy educativas” [La Jornada, 1991: 39].

Para 1942 la actividad cultural de Elena ya era muy fuerte, adapta en cinematografía el guión Historia de un gran amor, con Julio Bracho. En 1945, radicando temporalmente en Nueva York, colabora con el Comité Judío-Americano, poco después viaja a París, en donde estuvo en contacto con destacados representantes del surrealismo como André Breton, Benjamín Peret y Francis Picabia; se relacionó también con algunos hispanoamericanos como Bioy Cásares, José Luis Borges y Cesar Vallejo. Fue en este período, estando en Berna, donde escribió su novela Los recuerdos del porvenir, obra que fue terminada en 1953 que escribió —a decir de ella— como un homenaje a Iguala, a su infancia y aquellos personajes a los que admiró tanto y a los que tantas jugarretas hizo. Después, guardó la novela en un baúl. En 1948 retorna a México donde nacerá su hija Elena, “la Chatita”, como la conocerán sus amigos cercanos. Entre 1951 y 1954 la familia Paz-Garro vivió en Japón, cuando Elena regresa a México, empieza a investigar sobre Felipe Ángeles,

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termina esta obra en 1956 y, un año después, decide modificarla. La versión final de Felipe Ángeles fue concluida en París en 1961. La obra se estrenó en México el 13 de octubre de 1978; en 1979 fue editada por la UNAM con un prólogo de Hugo Gutiérrez Vega. De la obra se destaca que el personaje protagónico es presentado como un ser humano común, no como el superhéroe, alguien que no es un tesoro de virtudes sino que busca la mejor forma de vivir su vida, con sus propias pasiones e intereses. En 1956 escribe Andarse por las ramas, Los pilares de Doña Blanca y Un hogar sólido. En 1957 el grupo Poesía en Voz Alta estrenó tres de las obras de esta colección; estas piezas fueron publicadas en 1958 por la Universidad Veracruzana bajo el título de Un hogar sólido y otras piezas en un acto; obra que además incluye El Rey Mago (representada para la televisión en 1960); Ventura Allende y El Encanto, tendajón mixto. En 1958, es llevado al cine su guión cinematográfico Perfecto Luna, por Archibaldo Burns y Las Señoritas Vivanco con Juan de la Cabada. En la siguiente edición de Un hogar sólido y otras piezas en un acto (1983) se incluyen otros cuentos: Los Perros, El Árbol, La Dama Boba (obra escrita en 1953, publicada por primera vez en la Revista Arte Teatral, de Instituto Nacional de Bellas Artes en abril de 1964), El Rastro, Benito Fernández y La Mudanza. Años después, la obra sería la única pieza de un autor y autora mexicana elegida por José Luis Borges, Bioy Cásares y Silviana Ocampo para aparecer en la célebre Antología de la Literatura Fantástica, publicada en la Editorial Sudamericana en 1965. También escribió algunos guiones cinematográficos, entre éstos el de la película Sólo de noche vienes, basada en el relato La culpa es de los tlaxcaltecas, que en 1965 es llevada al cine por Sergio Vérjar. De Benito Fernández cabe destacar que Elena escribió este relato con base en las opiniones que tenía de Fernando Benítez, cuando éste era director del suplemento cultural México en la Cultura, del periódico Novedades. Por estas fechas el movimiento agrario estaba muy enardecido, el trato de los gobernantes hacia los campesinos resultaba indignante, ya que no sólo la expropiación de las tierras estaba tomando nuevos rumbos, sino que se estaba propiciando la migración hacia la “gran ciudad”. Elena se indignó y se convirtió en su defensora y les exigió a gobernadores, a banqueros, a terratenientes la devolución de las hectáreas de tierra que les habían expropiado para cons-

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truir sus casas de campo con alberca en Cuernavaca, a sunny place for shady people. Justiciera, blandía su espada de fuego y era un espectáculo verla decirles sus verdades a los funcionarios públicos. Valiente como pocos, los ponía a temblar con su inteligencia y su capacidad de convocatoria [Poniatowska, 2000: 116].

Las anécdotas que se cuentan sobre el apoyo que Elena dio a los campesinos son múltiples, todas coinciden en la vehemencia y pasión con que ella los acompañó en algunos de sus plantones y marchas. La personalidad de Elena Garro, en esa época y siempre, fue muy controvertida, hay quienes la veían con admiración, pero también con cierto recelo, en ese sentido Emmanuel Carballo comentó: “Ella era como aquellas señoras de los salones franceses y los salones importantes de cualquier ciudad, sea Buenos Aires, Londres, París o México” [García Ramírez, 1989: 1]. Era la gran señora de su salón, era la mujer brillante, osada, nunca mimética, nunca acomplejada, nunca una dama mexicana que hacía calceta o que le servía al marido para que se refugiara y se acunara y le pusiera las pantuflas. Tenía vida propia, decía lo que pensaba, que podía estar o no de acuerdo con Octavio... “Es una mujer con una personalidad que no le cabe en los poros y tiene que expulsarla, abrirse, inundar a la gente”... Elena era una mujer guapa, pero cuando hablaba se transfiguraba y algo la hacía ser la mujer más hermosa, más inteligente, más etérea, la que decía las primeras y las últimas palabras de una reunión... nos parecía hermosa, sugerente, abismal, talentosísima. Cuando nos librábamos de su hechizo y salíamos de su salón, veíamos que muchas cosas no eran ciertas, pero ahí está lo hermoso de un escritor, que por la magia de la palabra vuelve las cosas verosímiles [Carballo, 1991: 31].

La fascinación que despertaba Elena ha sido reseñada nos sólo por escritores, sino también por algunas de las mujeres que la conocieron y convivieron con ella en algún momento de su vida, como es el caso de Elena Poniatowska: Elena Garro al seducirnos, defiende a las mujeres del mundo, sin siquiera proponérselo. Mucho más lúcida que la mayoría, sensible hasta la exacerbación, Elena, caprichosa, exigente,

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merecedora de todas las ofrendas, jamás olvida que es mujer y reúne todas las características que hacen que un hombre quiera envolverla en su abrazo y protegerla [...] Elvira Vargas era mucho más realista que yo, tenía los pies en la tierra, y sin embargo siempre fue sensible al encanto de Elena. La verdad, a mí me tenía subyugada... El imperio que Elena ejercía sobre sus seguidores era absoluto [Poniatowska, 2000: 115 y 118].

En 1959 Elena Garro escribió La Mudanza, obra publicada en la revista La Palabra y el Hombre (vol. X, núm.10, abril-junio, 1959). De esta época, sobre su vida personal Elena Garro recuerda: “En 1959, estando viviendo ambos en París, Paz promovió un divorcio por correo en Ciudad Juárez y el juez de esa ciudad dictó sentencia contra mí ‘por rebeldía de la parte demandada al negarse a presentar en esta ciudad’ Por mi parte, yo ignoraba la existencia de dicha autoridad y su sentencia” [Uno más Uno, 1989: 4]. Hecho que trajo, a la muerte de ambos, serios problemas legales entre Helena Paz y María José (la viuda de Octavio Paz). En ese mismo año (1959), Elena se traslada a Nueva York, donde vivió hasta 1963. A su regreso a México, recibe el Premio Villaurrutia por su novela Los recuerdos del Porvenir, editada en ese año por Joaquín Mortiz y traducida posteriormente al francés. Los Recuerdos del Porvenir, al igual que otras de sus obras recibió muy diversas críticas. Octavio Paz se refirió a ella en Novela y Provincia como “una obra de verdad extraordinaria, una de las creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana”. En 1968 Los recuerdos del Porvenir es llevada al cine por Arturo Ripstein. La crítica elogió la obra de Garro y con múltiples los estudios, tesis y análisis hechos sobre esta novela. Para Margo Glantz Los recuerdos del porvenir es la historia de un pasado, la memoria del pueblo de Ixtepec convertido en piedra de camposanto... La escritura se instala deliberadamente en la ambigüedad y permite una metaforización del tiempo, transformando en materia novelesca, es decir lo que ha podido transformarse en piedra y actuar como memoria, o más bien, la escritura ha hecho que la piedra sea el lugar de inscripción de una memoria perdurable [Glantz, 2003: 17-18].

En 1960 se edita, en la colección “Teatro Mexicano”, su obra La Señora en su balcón, misma que fue estrenada por el grupo

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Teatro Estudio de México. En 1963 se publica por primera vez en la Revista Mexicana de Literatura (núm. 3-4, marzo-abril, 1963) El Arbol. En 1964 escribe Testimonios sobre Mariana, parte de esta obra la publicó Luis Spota en la revista Espejo en 1965. Con esta novela, obtuvo el premio “Juan Grijalbo” en 1980. Obra que provocó a su publicación y tiempo después, controvertidas declaraciones, por lo que la propia Elena, en una carta dirigida a Emmanuel Carballo escribe: ... Mariana no es una autobiografía sino una novela. Cuando las publique, [las memorias] Octavio Paz, Archibaldo Burns y todas las personas que crees descubrir en los personajes podrán demandarme. Sería muy divertido el juicio. Un verdadero VAUDEVILLE.... [aunque] es verdad que tomé rasgos de algunas personas vivas y difuntas para crear a un solo personaje [Carballo, 1979: 14]. ...Cada personaje está hecho de dos o tres personas que conozco, pongo las virtudes de uno, la belleza de otro, algunas frases de otro más ... porque si te basas sólo en una persona, entonces te sale muy tieso porque nunca conoces bien a una persona y tienes que hacer unas combinaciones para que te salga algo real e interesante. Un personaje no puede salir de la nada [La Jornada, 1991: 39].

Esta tendencia de querer relacionar la vida de Elena con sus obras, es consecuencia de que en la mayoría de ellas encontremos, como característica peculiar, que sus personajes protagónicos generalmente son femeninos y en más de uno de los casos como madre e hija, estos personajes aparecen asociados a una vida intelectual y política muy fuerte, en donde también aparecen con frecuencia los hombres como sinónimo de poder empeñados en dañar, desaparecer o aniquilar a la o las protagonistas. Así en Testimonios sobre Mariana, la protagonista, Mariana, es una mujer casada con un prestigiado arqueólogo sudamericano que goza de un gran prestigio y poder intelectual y con quien ha procreado una hija; pero con quien mantiene una relación de sometimiento y angustia. A través de los relatos de diferentes personajes se dibuja la personalidad de Mariana, para que finalmente tanto la vida de Mariana, como la de la propia Elena, se pierdan entre el presente y el pasado.

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El ballet era el único espacio en donde sucedía lo maravilloso y comprendí la infinita desdicha de Mariana y de Natalia, «su hija», arrancadas brutalmente de aquellos paisajes lunares, visitado por príncipes silvestres y en los cuales los lagos ondulantes están vigilados por personajes maléficos. Hechizados en nuestras butacas contemplábamos la belleza que nos visitaba y buscábamos a nuestras amigas separadas de la magia [Garro, 1981: 280].

En este mismo año, 1964, la Universidad Veracruzana edita La Semana de Colores, dentro de la colección “Ficción” (núm. 54, 1964), la obra agrupa once narraciones: La semana de colores, El día en que fuimos perros, Antes de la Guerra de Troya, El robo de Tiztla, El duende, La culpa es de los tlaxcaltecas, Zapaterito de Guanajuato, ¿Qué hora es?, El anillo, Perfecto Luna y El árbol. Posteriormente en 1989, Grijalbo edita este texto agregando los relatos Era Mercurio y Nuestras vidas son los ríos. En Semana de Colores, puede decirse que Elena Garro hace gala de su característico «realismo mágico», ya que en estas narraciones la magia trasciende lo real, la vida se presenta cambiante, difusa: ...a los personajes sólo les interesa realizarse dentro de ellos mismos, desatendiéndose por lo tanto del destino de la colectividad; lo soñado es mas real que lo vivido; el pretérito condiciona el presente y anuncia como ser el porvenir: todo está predeterminado de antemano y nadie puede escapar a su destino; la vida oscila entre el movimiento y la quietud, entre el luchar y el conformarse, y en todos los casos puede más la abstención que el empecinamiento; se conoce mejor y más a fondo por medio de los sentidos que de la inteligencia [Carballo, 1979: 509-510].

En este mismo año, 1964, escribe el guión de cine ¿Qué pasa con los tlaxcaltecas?. En 1967 es llevado al cine Juego de Lágrimas de Archibaldo Burns, basada en el relato de El Árbol. En 1968, como consecuencia de los sucesos acaecidos en México, tras la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco, Elena fue señalada por unos como instigadora del movimiento estudiantil, y por otros como delatora de los intelectuales que apoyaban el movimiento. Luis Enríquez Ramírez [2000] hace una notable reseña hemerográfica de las declaraciones hechas por Elena Garro sobre el movimiento estudiantil y los intelectuales participantes en el mismo. Después de huir, prácticamente, de su casa de las Lomas, aban-

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dona el país junto con su hija Elena. Vivió en los Estados Unidos de 1971 a 1974. Sobre su partida Elena ha dicho: A mí me gustaba bordar. Bordaba y bordaba sábanas y sábanas, manteles y manteles, servilletas. Cuando me fui de México esta última vez (hace 20 años) tenía 185 servilletas bordadas por mí. Ya estábamos retiradas (Helena y yo) del mundanal ruido —sí hombre, por esa historia del 68 que he estado repitiendo en los últimos días—; yo me dedicaba a bordar, bordar y bordar, y a leer a Marx. Porque como me acusaron de comunista, dije: voy a ver qué cosa es el comunismo, porque yo no sabía nada de eso y sólo repetía lugares comunes, como lo de la explotación del hombre por el hombre... Escribía, eso sí, artículos periodísticos en favor de los campesinos, en los que criticaba al gobierno, pero nunca he sido comunista [La Jornada, 1991: 24].

Del movimiento del 68 se han dicho y escrito diversas cosas, para muchos Elena Garro jugó un papel importante, pero las opiniones varían con respecto a si sus acciones fueron a favor o en contra de este movimiento; sobre ello, Elena ha comentado: ...desde 1968. Nadie nos frecuenta, excepto algunos líderes estudiantes del famoso Movimiento que tantas catástrofes produjo... En octubre de 1968, recordando las palabras hipnóticas de Paz “debes aprender a decir ¡NO!”, cuando el procurador general de la República se equivocó y salí en todos los diarios y revistas del país como uno de los jefes del “complot comunista para derrocar a las instituciones de gobierno”. “El procurador había descubierto los hilos del complot en media hora”, decían los diarios, pero el procurador se equivocó. Se lo dije a los periodistas y entonces mi situación se volvió una “causa perdida para siempre”. El mundo me cayó encima y desde entonces continúo en la dimensión de “al revés volteado” [Uno más Uno, 1989: 4].

Después de estos sucesos, y ya estando fuera de México, en 1969 escribe Andamos huyendo Lola, editada en México por Joaquín Mortiz en 1980. Esta obra agrupa diez textos narrativos entre cuentos y novelas cortas, en estas narraciones la desdicha, la desesperación, la angustia y la soledad se hacen patentes; cada página está cubierta de desolación. Las protagonistas, siempre acompañadas de otros per-

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sonajes, unas veces animales, otras personas, viven sólo tratando de subsistir, sin casa, sin dinero, sin alimento, viven en tal zozobra que en cada narración siempre salen huyendo. Sin embargo es una de las pocas obras de Elena cuyo final no es la aniquilación real o simbólica de sus personajes protagónicos. En 1974 se trasladarán “las dos Elenas”, como las llamara Carlos Fuentes, a España y posteriormente a París, en donde residieron hasta 1995 en que decidieron regresar a México. Desde París Elena hizo llegar sus obras: Reencuentro de personajes, publicada en 1982; La casa junto al río, publicada en 1983; Y Matarazo no llamó... fechada en París, 1960 y publicada en 1991; obras publicadas por la editorial Grijalbo. A través de todas estas obras se encuentra reafirmado el gran talento literario de Elena Garro. Sin embargo la angustia y desolación que la acompañaron en su vida, tampoco la abandonaron en sus obras, es más, las caracterizaron. Así sus protagonistas, Mariana, Verónica, Consuelo o Inés, son mujeres que tienen como denominador común la soledad, la angustia y la sospecha. Una constante atraviesa sus novelas, sus cuentos, su teatro: el miedo. Nadie le da seguridad, no hay una espalda ancha de hombre en la que pueda recargar la suya. La presencia masculina es siempre hostil... El hogar es una trampa. Detrás de la puerta, alguien, el esposo, el amante afila un cuchillo para encajárselo en la nuca [Poniatowska, 2000: 111-112].

Con la última novela que mandó de París Y Matarazo no llamó..., destaca que el personaje protagónico no sea una mujer, sin embargo la suerte de Eugenio, no dista mucho de la de Mariana, Verónica, Consuelo o Inés; ya que Eugenio, que además fue su personaje preferido, de repente se ve envuelto en una serie de acontecimientos que cambian vertiginosamente su apacible vida, todo lo que le era familiar se vuelve extraño, ajeno; vislumbrándose como final, la muerte. Eugenio se encontró en aquel lugar mal oliente y cerrado como una tumba, a sabiendas de que todavía no estaba muerto. Se quedó quieto, incapaz de pensar en nada. Cuando menos, habían cesado de golpearlo. En el silencio sepulcral alguien respiraba con dificultad, muy cerca de él. Temió que fuera ”el herido” y lo invadió un terror sobrenatural [Garro, 1991:126].

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Después de 23 años de ausencia Elena Garro regresa, en 1991, temporalmente a México, y con ella el “mito de la Garro” se volvió a hacer patente; nuevamente los diarios se ocupan de ella, pero ahora para elogiarla o reseñar los homenajes de que fue objeto como el que organizó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes el 28 de noviembre de ese año en el Palacio de Bellas Artes, en donde participaron Salvador Elizondo, Margo Glantz, Salvador Azuela, Emmanuel Carballo, entre otros escritores. En Tabasco, en la comunidad de Ocotlán, el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena (LTCI), fundado por Alicia Martínez Medrano, monta seis de sus obras en varios escenarios naturales de la comunidad, con el objeto de sumarse a su homenaje. El 22 de noviembre de ese año (1991), Elena Garro visitará Puebla para recibir la copia de la Cédula Real de la Ciudad, la cual según dijo, guardaba en ropero, porque dado el estado de deterioro de sus paredes, no podían clavar ni un clavo. [García, 2003: 216] Así, esta “criatura con cara de niña, pluma de vidente y corazón de gato”, como la llamara Fernando de Ita —tanto en aquella ocasión, como en 1993 que decidió volver a su país— fue acogida calurosamente, con gran cariño y entusiasmo, algunos por conocerla y otros más, por volver a verla. El 10 de junio de 1993 Elena Garro finalmente regresó a México Cumplida la penitencia de 20 años de olvido, la injusticia, de cualquier modo, la persiguió; no obstante que estuvo incluida en el Sistema Nacional de Creadores, el Premio Nacional de Literatura le fue negado sistemáticamente pese a lo indiscutible de su trascendencia en nuestras letras. Este honor, dicho sea de paso, no ha sido concedido hasta hoy a ninguna mujer escritora [Ramírez, 2000: 29].

Elena Garro vivió los últimos años de su vida en la ciudad de Cuernavaca, aunque no en las condiciones que se hubiesen esperado para una escritora de su talla. Desde su llegada su situación económica y de salud se fueron minando, en algunas entrevistas comentó: “Mañana me cortan el teléfono. ¿Para qué vine a México? Héme aquí sentada en este sofá, no tengo cama... estoy desesperada, con una depresión muy grande...” [Vega, 1995]. De las últimas obras publicadas aún en vida de Elena, podemos destacar Inés, escrita según la autora por 1972, Busca mi esquela y Primer Amor, Un corazón en el bote de basura y Un traje rojo para un duelo.

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En todas sus obras, las protagonistas son mujeres de gran pesar, desamparo, angustia y desconsuelo, pero las caracteriza un sentido de amor y humanidad. En alguna ocasión Elena Garro, reflexionando sobre sus novelas, escribió: Para mí el tiempo se detuvo en una fecha lejana, extrañamente es la misma fecha que di en los latosos Recuerdos del porvenir. No me había fijado en la espantosa coincidencia, porque nunca me releo y fue gracias a una amiga que leyó el libro y me hizo una pregunta cuando me di cuenta que yo misma había escrito mi suerte, lo cual comprueba mi teoría: la teoría del futuro es válida. Pero no me ha fastidiado y estoy cambiando los finales de todos mis cuentos y novelas inéditos para modificar mi porvenir. Por este motivo escogí unos cuentos no comprometidos (Andamos huyendo Lola). ¡No deseo más tragedias! y ahora pienso que los finales deben coincidir con los principios. Tal vez, si no logro remendar mi futuro, los queme [Carballo, 1986: 493-494].

Sin embargo estos finales nunca fueron modificados, ni las obras quemadas y la suerte tanto de Inés, Natalia, Irene, Bárbara, como Mariana, Verónica y Consuelo, y tal vez de la misma Elena, es semejante: la infelicidad, el miedo, la angustia en una constante aproximación hacia la muerte. Será porque, como Ella misma dice: “El gato escaldado del agua huye” si las cartas están echadas. ¿podré algún día recoger los dados?” Tal vez, junto con su recuerdo, y entre quienes la siguieron y escribieron sobre ella, se puedan recoger los dados de su vida en testimonios que permitan, no sólo compensar los años de ostracismo a los que estuvo confinada, sino retribuirle el valor como una mujer que puso el nombre de la literatura mexicana en la cima de las letras internacionales. Como dijera, hace algunos años, Emmanuel Carballo: “Es una escritora de la cabeza a los pies, modificante, deslumbrante, innovadora: la literatura era una antes de Elena Garro y es otra después de ella” [La Jornada, 1991: 24]. De sus últimas obras publicadas póstumamente podemos hacer mención de Mi hermana Magdalena, Larga es la noche Loreto, Los revolucionarios mexicanos, El accidente, Invitación al campo y Luna de miel. Finalmente, cabe hacer mención que la mayoría de sus obras de teatro han sido puestas en escena por diferentes grupos de teatro en la Ciudad de México, en varios estados del país y en el extranjero.

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En marzo de 1994 la directora Sandra Félix rindió un homenaje a Elena Garro, poniendo en escena Este paisaje de Elenas, basado en los personajes de tres de sus obras: Andarse por las ramas, La señora en su balcón y un hogar sólido. Particularmente deseo destacar las puestas en escena de Ventura Allende y Andarse por las ramas, dirigidas por Nicolás Estrella para la Escuela de Arte Teatral de Puebla; Benito Fernández, dirigida por Pilar Souza para la Escuela de Arte Teatral de Puebla y La dama en su balcón, puesta en escena por el Taller de Teatro de la Universidad Autónoma de Puebla, en 1985, y Un hogar sólido, por el Taller de Iniciación Actoral de la BUAP, dirigido por Cristina Flores, 1998. Así, la obra de Elena Garro marca un parteaguas tanto en la literatura contemporánea de México como en el teatro. Acercarnos a ella ha sido transitar por diversos tiempos y espacios, espacios y tiempos que de una u otra forma se van dejando entrever en cada uno de sus escritos, y que nos llevan de la vida a la fantasía, de la fantasía a la desdicha, de ésta a la ilusión, de la ilusión a la muerte y en algunos de ellos, a la esperanza. A través de su literatura, Elena Garro deja entrever su vida, su personalidad, sus sentimientos y emociones, vida que se apagó lentamente; mientras su obra, en dirección opuesta, fue trascendiendo. Elena Garro muere el 22 de agosto de 1998 en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

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BIBLIOGRAFÍA “No hay tiempos mejores ni peores, todos los tiempos son el mismo tiempo aunque las apariencias nos traten de engañar con su espejo.” Elena Garro

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DE LA CASA A LA DEMOCRACIA. UN PROCESO DE EMPODERAMIENTO (PUEBLA, 1968)1 Gloria A. Tirado Villegas

INTRODUCCIÓN

E

N el 2001 salió publicado Vientos de la democracia. Puebla 1968 [Tirado, 2001], donde escribí una revisión cronológica del movimiento estudiantil de 1968 apoyada en actas de Consejo Universitario, principalmente. Por vez primera se abordaba un análisis sobre lo ocurrido en Puebla en ese año crucial. La historia regional debía explicar, desde su propia dinámica, actores y escenarios, cómo el 68 ocurrió más allá del DF. Las entrevistas que complementaron a esta crónica de hechos dan cuenta de sucesos ocurridos que sólo pueden explicarse desde un ángulo regional y local, sin olvidar, por supuesto, que Gustavo Díaz Ordaz egresó de esta Alma Mater, fue en ésta donde se formó y estableció vínculos de amistad que jamás se fracturaron pese a las grandes manifestaciones de protesta en la capital del país y de Puebla. Precisamente en 68 una coyuntura política de elecciones para la gubernatura y presidencia municipal motivaban un rejuego de fuerzas políticas, especialmente dentro del PRI. Por eso el 68 explica muchos de los episodios que ocurrieron en los años setenta y que llevaron a la salida del gobernador Gonzalo Bautista O’Farril, después de ocurridos los hechos del 1 de mayo de 1973. Igualmente 68 es el crisol de pugnas en el poder que provenían de años anteriores y que pudieron palparse en 64 con la salida del general Antonio Nava Castillo. ¿Qué ocurrió realmente en estos años? Falta mucho que escarbar en documentos, pero especialmente con los actores políticos de la época, a los que poco se ha acudido pese a las investigaciones abiertas sobre los años de la guerra sucia. Vientos de la democracia. Puebla 1968 logró su cometido al deshilvanar apenas la madeja cuyo cono total lo encontraremos en documentos del Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional, CISEN, o en el Fondo de Gobernacion, depositados en el AGN.2 Hacer hablar a varios de los protagonistas enriqueció lo que se había dejado olvi-

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dado y a la espera de que el tiempo lo borrara y se convirtiera en historia muerta. Por fortuna pude localizar a la mayoría de los líderes locales en ese año decisivo, que ya lo eran desde años atrás: José Luis Victoria, Federico López Huerta, Miguel Ángel Burgos, Luis Ortega Morales, por ejemplo; de Joel Arriaga y Enrique Cabrera, asesinados en 1972, pudieron atestiguar amigos y familiares. Ahí, en el 68, encontramos también la respuesta a los porqués la derecha poblana se fue radicalizando. En este múltiple encuentro con un pasado, de 37 años, me topé con una pregunta incesante, al punto de latir mi corazón con cada entrevista o lectura, ¿y las mujeres qué hacían?, ¿qué papel jugaban? Interrogantes que dieron cuerpo al subtítulo “¿Y las mujeres…?” escrito en Vientos... A tal punto que hubo quien me preguntó ¿a poco había mujeres activistas en el 68? La ceguera visual e intelectual sólo puede tener una respuesta: el mundo público es de los hombres. Comentarios como el anterior nos plantean la necesidad de iniciar a partir de elaborar la historia de las mujeres, requerimos visibilizarlas. En el movimiento estudiantil del DF ocurrió lo mismo, pese a que hubo presas en Santa Martha Acatitla, pasaron inadvertidas, menos entrevistadas. Vale la pena citar a la conocida líder del 68, Ana Ignacia Rodríguez, La Nacha, quien en una entrevista del 22 de julio de 2002 declaró: “La discriminación de la mujer en el 68, ¡en serio!, es enorme. Nuestra participación fue determinante [...] A pesar de todo, por el movimiento sólo hablan los compañeros” [La Jornada, 22 de julio de 2002]. La fecha tan reciente de su aseveración, como codenunciante de la causa penal FEMOS/PP/002 por la masacre de Tlatelolco muestra también el trato diferenciado de los periodistas hacia los y las participantes. Por todo lo antes dicho este artículo se propone recuperar las experiencias de las activistas de entonces y por tanto aportar a la memoria colectiva, contestando qué cambió en esas mujeres en torno a su construcción cultural y en ese ambiente predominantemente masculinizado. Por esta misma razón es necesario reconstruir los escenarios públicos y privados antes, durante y después del 68, tomando como fuente principal a las universitarias que para fortuna de esta investigación nos abrieron las puertas a su memoria y a su vida privada, también. Acaso con esto refrendo lo posible de escribir la historia de las mujeres a través de y con ellas. Dicho lo anterior las entrevistas son el hilo conductor, reafirmado con los documentos localizados en los libros de actas del Consejo Universitario y la consulta hemerográfica.

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ANTES DEL MOVIMIENTO El mismo título de este artículo refiere un tránsito que para los varones es innecesario explicitar, menos en esos años, porque parecía que todo Puebla era para ellos, sociedad, universidad y casa altamente masculinizados. Acaso aparezca exagerado afirmar que las mujeres que cruzaban el umbral universitario se arriesgaban a quedarse solteronas, ¿quién habría de querer a una abogada?, ¿casarse con una economista? Y menos aún con una ingeniera. Razonamientos que parecerán decimonónicos pero no alejados de una sociedad conservadora como lo era Puebla, aunque en la Universidad siete años atrás se habían suscitado hechos violentos entre los de la derecha y los liberales, que dieron nacimiento al conocido movimiento de Reforma Universitaria en 1961, cuando para fortuna del pensamiento avanzado y liberal salieron derrotados los fúas. Derrotados, aunque no para siempre, como hoy sabemos por el libro de Álvaro Delgado [2003], El Yunque. En tal ambiente politizado, lleno de violencia verbal y física, las mujeres no tendrían porqué asistir a la Máxima Casa de Estudios; para el resguardo de “sus buenas y femeninas conciencias” existían, desde tiempo atrás, escuelas femeninas y particulares tales como el Social Femenino, las academias de manualidades, de belleza, etcétera y todas aquellas instituciones donde pudieran formarse como futuras madres de familia. La Universidad Autónoma de Puebla era la única institución de educación superior entonces y a ésta ingresaban estudiantes de diferentes niveles económicos, y en las diferencias políticas se cruzaban enconos de distinta naturaleza. No faltaban los catedráticos que cuestionaban la presencia de las jóvenes en el aula llamándolas “prófugas del metate”, o con algunas diatribas que pretendían descalificar su capacidad académica. Las anécdotas de las activistas no son vagas; por el contrario, de éstas pende mucho su orgullo de haberse formado como mujeres profesionistas y realizadas. Además, tómese en cuenta que en esos años estudiar era la única forma de salir adelante, la familia numerosa generalmente como lo atestiguan las estadísticas: el promedio de hijos era del 7.5%. Son los años del crecimiento de las capas medias de la población y ante las disyuntivas que el sistema económico impone, estudiar profesiones liberales era la oportunidad de salir adelante. Más aún, siendo el hombre el jefe del hogar, eran ellos quienes preferentemente debían obtener un título y prepararse para sacar adelante a la familia.

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Por tanto, no es de asombrarse que el escaso número de universitarias en la población estudiantil llegara a menos del 17%, prueba de un ambiente con patrones culturalmente tradicionales muy marcados y esto provocaba que las mujeres generalmente estudiaran carreras cortas. El ambiente universitario podría presumirse masculinizado, salvo las escuelas relativamente feminizadas como Enfermería, Contaduría, Ciencias Químicas y Filosofía y Letras (de esta última los colegios eran muy pequeños). Para tener una idea precisa extraigo de los Anuarios Estadísticos los siguientes datos: de un total de 2 mil 600 estudiantes de preparatoria, 2 mil 111 eran varones y 488 mujeres; en profesional de un total de 7 mil 343 estudiantes, 5 mil 946 eran hombres y mil 397 eran mujeres, lo que implica una proporción de menos de la tercera parte [Anuario: 1969]. Existían escuelas altamente masculinizadas como la de Ingeniería Civil, conocidas como “la isla de los hombres solos”, por ejemplo. Como consecuencia la representación estudiantil en el Consejo Universitario era el mundo de los hombres; en ese año de las catorce escuelas que existían sólo en dos fueron nombradas consejeras universitarias: la de Filosofía y Letras y la de Ciencias Químicas; Rosa María Barrientos, estudiante de Historia, y María Teresa del Socorro Salinas Issa, más la consejera suplente. No podía ser de otra forma dado que en las elecciones era común se produjeran enfrentamientos que inhibían la participación femenina. Llama la atención que al revisar las actas de Consejo Universitario previos al 68 no exista huella alguna de sus intervenciones en este máximo órgano de gobierno, aunque también debo decir que faltan varias actas de Consejo. Además del Consejo Universitario existía otra representación estudiantil, el Directorio Estudiantil Poblano que gozaba de canonjías y estaba representado por un presidente de toda la Universidad más los representantes de cada escuela. Independientemente de la representación real y de la utilización de su poder, es preciso remarcar que en éste no figuraba alguna mujer. La lucha por la representación en cada escuela llegaba en la mayoría de ocasiones a confrontaciones violentas, obviamente estas prácticas inhibían la participación abierta de las mujeres. Cuando el movimiento estudiantil inició en la ciudad de México, y antes de solidarizarse la Universidad Autónoma de Puebla con la huelga general, podemos presumir que eran escasas las mujeres que participaban con voz dentro de la Universidad. Por otra parte, el

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ambiente familiar no favorecía el desarrollo profesional de las mujeres, muchas universitarias, aunque culminaban sus estudios, dejaban todo al casarse. Existía poca conciencia “de clase”, como después se escuchó en el argot estudiantil, pero también de su rol y de las posibilidades que tenían para desarrollarse más allá de lo doméstico. Las prácticas cotidianas en el aula, en los pasillos y en la chorcha estudiantil masculinizaban el entorno y a quienes entrevisté atestiguan que preferían reunirse mujeres con mujeres. Aunque esta generalización no corresponde a todas las escuelas, ni a todas las mujeres, en escuelas como Economía, se respiraban otros aires; las mismas lecturas les llevaban a otros terrenos de discusión, en esta escuela se manifestaban más abiertamente las corrientes ideológicas y un pequeño pero combativo grupo de jóvenes incorporaban abiertamente a sus compañeras a círculos de estudios. Fue de esta escuela de donde salieron varios líderes, cuadros políticos que años después serían fundadores de la Preparatoria Popular Emiliano Zapata (1969) y de los dos Sindicatos universitarios (1973) o funcionarios de la UAP. En un ambiente en el que cotidianamente las mujeres pasaban desapercibidas en la política, algunas jóvenes inquietas lograron transformar sus vidas y ver su futuro de otra manera. AL INICIO Y DURANTE EL MOVIMIENTO Para algunas, las marchas, manifestaciones, los mítines relámpago, las reuniones con “los compas” de México, etcé-tera no significaron nada; para otras, la mayoría, estas experiencias marcaron positivamente su futuro, en este proceso se dieron cuenta que ellas podían hablar, tener voz y dirigir a otros. A este proceso Janet Gabriel Townsend lo llama el darse poder desde dentro, como lo refiere en su estudio sobre las campesinas: “...el poder desde dentro es para las mujeres darse a sí mismas el tiempo para ir a las reuniones y tomar sus propias decisiones… Ellas son capaces de salir, porque antes pensaban que no podían, estaban metidas en el hogar, en los quehaceres, ahora se dan tiempo para ir a la organización” [Zapata Martelo; 2002: 98]. Igual podemos decir ocurrió en las universitarias, cuando ellas se dieron valor, poder, tomaron sus decisiones y una cierta autonomía lograda con las lecturas y el activismo político. Todo esto ocurrió en un periodo de días, recordemos que cuando inició el movimiento muchas se sumaron, como los varones, con una reacción emotiva, de solidaridad contra el autoritarismo. Otras se acercaron tímidamente a cerciorarse de lo que ocurría. Las noti-

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cias que llegaban a Puebla no eran claras, y la distorsión de la información tanto en periódicos como en noticias televisivas confundía a los padres de familia. La primera manifestación se dio el 4 de septiembre, partieron del edificio central, conocido como El Carolino, y desfilaron las dos calles hacia el zócalo de la ciudad, donde realizaron un mitin. Había más pancartas que manifestantes, testimonian varios estudiantes. Al otro día una gran concentración en el zócalo convocada por el gobernador, comerciantes y “pueblo en general”, en apoyo al presidente Díaz Ordaz, mostró más que la fuerza el temor de lo que ellos supusieron pondría en crisis al gobierno. El 11 de septiembre se organizó la siguiente manifestación, esta vez fue muy grande, largas filas y columnas de manifestantes llenaron calles, y demostraron la fuerza que espontáneamente surgía, y, por supuesto, muchas más mujeres se adhirieron, llevaban pancartas y se unían a corear las porras, leyendas y demás protestas. A partir de ese momento la cotidianeidad fue otra, voces que jamás se habían escuchado encontraron eco en los reclamos sociales. La enseñanza práctica fue valiosa, el edificio Carolino sirvió de principal receptor de alimentos y todo el apoyo solidario que llegaba: mantas, pinturas, brochas, alimentos, dinero, etcétera; dos edificios más fueron receptores, el de Medicina y el de Leyes;3 y una vez que las horas y los días de huelga avanzaban el movimiento requería que los y las activistas se quedaran de tiempo completo, así también se volvió indispensable comer en los espacios de lucha y se improvisaron comedores. Desde luego en el edificio Carolino se alojó el corazón del movimiento. Sin darse cuenta las diferencias de género desaparecieron, no así las ideológicas que se fueron agrandando a pasos agigantados, los de a favor y los en contra. Muchas jóvenes no aceptaron solamente cocinar, más bien prefirieron salir a los mítines relámpago, a botear, a escribir las peticiones, a explicar el porqué de la huelga, etcétera. Y al fragor de esa práctica cotidiana aprendieron a defender sus ideas, a exponer sus razones y a convencer a la población. Nuevos novios y parejas se formaron, el amor pasó por el tamiz político. Las chicas fresas, calificativo de aquellas que no tenían una posición clara o no se manejaban con ideas de izquierda, ocuparon un lugar central en las críticas de sus compañeros como aquellas burguesitas y pequeñoburguesas también. Un lenguaje simbólico con el que se identificaban cada uno y una de los huelguistas, pero en ese las mujeres adquirían otras ideas más y las resignificaban en la

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percepción de su doble rol de huelguistas y mujeres. Sólo así es posible entender aquella rebeldía que a la luz de otros ojos más radicales podría ser tan simple. Asistir a una manifestación fue el primer acto de rebeldía. No sólo por andar contra el gobierno, sino además en la calle. Rosa Luz Lozada cuenta haber saltado por la ventana, pues su familia le había prohibido asistir y encerrado en su cuarto; cuando uno de sus hermanos participó en el movimiento estudiantil a favor del rector Ricardo Garibay, quien había salido en 1967. Rosa Luz lo comenta con las siguientes palabras: Fíjate, nos decíamos las Pachas Pomposas. Sin falsa modestia. Nosotras rompimos esquemas. Nos rebelamos contra todo, incluida nuestra familia que se oponía a que participáramos. Entonces nosotras que éramos muy unidas nos incorporamos al movimiento con Sabino Armas, Enrique Talavera, Silvestre Angoa, Luis Ortega Morales... [12 de agosto de 1998].

Las mujeres formaron brigadas que marcaron su propia identidad, uno de los maestros participantes, describe un famoso grupo conocido como el de Las Rosas: También me acuerdo de cuatro o cinco compañeras de nombre Rosa y que formaban una brigada femenil, y en ese camión tan destartalado viajaban, recorrían Atlixco, Zacapoaxtla. A esa brigada se les llamó “de las Rosas”, además de mucha más gente que brigadeaba. Esto fue muy importante porque ni en el 64, ni después participaron tanto las mujeres como en el 68; creo que fue la primera vez en donde las mujeres actuaron con gran entusiasmo, fue cuando descubrimos que existían políticamente, iban por las calles marchando con nosotros y aún cuando incluso ya nos habíamos cansado ellas seguían trabajando. Iban a brigadear, a volantear y hacer mítines. Era muy grande el entusiasmo de todas las compañeras [Ornelas, Jaime: 28 de septiembre de 1998].

En este proceso de aprendizaje político, de activismo, de concientización, transitaron de pequeñas a grandes rebeldías. Muchas tomaban la palabra, se iban y venían de su casa con permiso y sin permiso; algunas transformaron sus valores y los de sus padres. Rosa María Barrientos, consejera y activista, comenta que al inicio su madre prefirió acompañarla:

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En el seno de mi hogar había dos opiniones: la de mi padre, abogado con ideas de justicia, equidad, igualdad; y la de mi madre, una persona religiosa, de misa cada domingo; y yo rebelándome a las tradiciones, sin leer nada sobre mujeres, con intuición sobre la equidad; lo del feminismo me vino siete años después, cuando estudié la maestría en El Colegio de México [Tirado, 2001].

En esta tónica nuestra entrevistada continúa recordando: Me acuerdo que nos íbamos de brigada, generalmente yo hablaba, pero igual lo hacían otras compañeras y eso que aprendimos en la práctica fue importante. Cambiamos. Desde tomar un camión, vestir pantalones, seguramente nos veían “algo raras”. No faltó una señora que nos regañara y dijera “¡váyanse a sus casas qué andan haciendo aquí de mitoteras!”. Como también muchos apoyaban pues nos echaban porras [Tirado, 2001].

Rosa María Aviles, confirma ese compromiso con el que se involucraban: Todos los días me iba de brigada, a picar esténciles, a botear, después me iba a México a las manifestaciones, iba con Rosa María Barrientos, pagábamos nuestro autobús. Sus dos hermanos de Rosa estudiaban en el Politécnico y estaban muy metidos, era una familia involucrada en el movimiento, pero mujeres éramos pocas... Para mí el 68 fue importante, significó un rompimiento, fue luchar contra el autoritarismo [Tirado, 2001].

En el fragor cotidiano, la sensibilidad sobre la igualdad de derechos empezó a estar presente fuera y dentro de la Universidad: en la cocina, por ejemplo, en la preparación de los alimentos para los que se quedaban a dormir y a comer participaban hombres y mujeres. Muchas jóvenes preferían realizar el trabajo político y empezaron a visitar las Normales rurales, a ir a la asamblea del CNH en la UNAM, a otras instituciones, así como a hablar con diferentes sectores de trabajadores, obreros, campesinos, ambulantes. Como bien lo refiere Rosa María Avilés, quien pronto se unió al trabajo con el movimiento campesino. Pero el paso de la casa a la lucha por la democracia, en contra del autoritarismo estaba dado. Sus ideas se nutrían del conocimiento de otras mujeres formadas en partidos políticos o que

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habían estudiado fuera del país. Algunas recuerdan la presencia en reuniones de la Unión Nacional de Mujeres, organismo que participó activamente, el 18 de septiembre convocó a una manifestación en la ciudad de México; en Puebla la filial de la UNM se formó en esos días.4 Con tal multiplicidad de experiencias era lógico que al levantarse la huelga ellas pensaran de manera diferente; algunas se habían incorporado a los comités de lucha, otras a partidos o grupos de izquierda y algunas más pensaban que la única forma de transformar al país era la guerrilla. ¿Dónde estaba Dios?, se preguntaron algunas al conocer los muertos y desparecidos, la sangre derramada en la Plaza de las tres Culturas; al conocer la dimensión de lo ocurrido el 2 de octubre nadie hubiera apostado por el camino pacífico. Más aún cuando el 4 de octubre fueron detenidos, en Puebla, cuatro universitarios más: Joel Arriaga Navarro, Luis Ortega, Federico López Huerta y José Luis Victoria, por fortuna Luis Ortega Morales había sido detenido y liberado a los pocos días. Joel fue llevado al Campo Militar No. 1, de su detención se supo de inmediato, pero no a dónde fue llevado, dónde estaba, fue hasta pasados varios días que a Judith García Barrera (su esposa) le informaron que lo habían visto en el Campo Militar No. 1. De este lugar pasó a la cárcel de Lecumberri y saldría hasta 1971. El 6 de diciembre alumnos de la escuela de Economía levantaron la huelga, pero no ocurrió lo mismo en todas las escuelas debido a las detenciones mencionadas, la huelga en Puebla se prolongó hasta casi finalizar diciembre. Extraigo el boletín de prensa llevado por estudiantes de Derecho y publicado en El Sol de Puebla, en este condicionaban el levantamiento de la huelga con tres puntos: 1. Libertad a los compañeros detenidos que son Victoria, López Huerta y Joel Arriaga. 2. El pago de subsidio, tanto federal como estatal a la UAP. 3. Cese a la represión. Aseguraron que si estos tres puntos no son concedidos antes del mes de enero, el movimiento de huelga continuará. El acto simbólico del levantamiento de huelga será el viernes próximo durante un mitin que tendrá lugar frente a la escuela de Derecho, a las 17.00 horas [El Sol de Puebla, 19 de diciembre de 1968].

Lo ocurrido el 2 de octubre causó un gran impacto, jóvenes

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poblanos que estudiaban en el DF informaron de lo acontecido, además varios universitarios de Puebla acudieron al mitin del 2 de octubre y presenciaron la matanza. Las reacciones fueron diversas, de preocupación, coraje, impotencia, desconcierto, temor, no era para menos. Algunas jóvenes recuerdan que lo primero que hicieron fue preguntar dónde o qué ocurría con sus compañeros. Después se supo que ahí en Tlatelolco habían sido detenidos otros más, de entre ellos Enrique Cabrera (conocido líder) y Hortensia Fernández (estudiante de Psicología), para fortuna de ellos fueron detenidos sólo algunas horas. Cada una resignificó lo visto, oído; más aún aquellas que vivían en Tlatelolco, como ocurrió con Minerva Glockner que al casarse se había ido a vivir a México. En 1968 ella vivía en el edificio Guanajuato de Tlatelolco, desde su casa vio todo, su niño tenía un año. Coincidencias de la vida, ella y su hermana Julieta nacieron el 1 de octubre, Minerva en 1947 y la segunda en 1950. Ese día las dos celebraron su cumpleaños, siempre buscándose desde pequeñas, amigas de juegos, inseparables. Minerva regresaba de ir a dejar a Julieta a la terminal del ADO, en Buenavista, que volvía a Puebla. Carlos Martín estaba en el mitin, él participaba porque estudiaba Filosofía y Letras en la UNAM y ahí él fue detenido. Minerva recuerda con claridad lo siguiente: Vivía en el edificio Guanajuato, frente al de Relaciones Exteriores, a la entrada del estacionamiento. Nosotros estuvimos en el mitin, nos refugiamos en el departamento, nos tocó ver como cortaron la luz, el agua, estuvimos tirados en el suelo, nos tiraron los soldados, se robaron todo lo que quisieron, se llevaron a la gente, y ya muy tarde, como a las 10 de la noche, empezaron a recoger a los muertos y como costales los echaron en los camiones. Donde hubo más muertos fue en un costado de la iglesia, porque creían que podían refugiarse en la iglesia, pero los administradores de la iglesia cerraron las puertas, y ahí las escaleras estaban bañadas de sangre. Las balas venían de arriba y de abajo, pues desde el helicóptero con metralletas disparaban. En mi departamento había balas de arriba y abajo. En la plaza muchísimos muertos, nadie sabe cuántos, pero yo te podría decir que de mis propios vecinos murieron: un primo hermano de Roberto Madrazo era mi vecino, se llamaba Jaime Pintado, lo mataron ahí en su departamento de un balazo. Días después tuvimos que salir porque nos quedamos sin agua, ni

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gas. ¿Te imaginas? Y yo con mi hijo chiquito (26 de noviembre 2002).

El movimiento marcó a cada una, pero los acontecimientos mundiales también generaron otras ideas y hubo quienes se radicalizaron. AL TERMINAR EL MOVIMIENTO No se ha planteado aquí el valorar aquellos cambios en los patrones culturales en un lapso tan breve como fue la huelga, pero sí el fundamentar que repercutieron profundamente en su futuro. Es una generación marcada por la violencia y el autoritarismo del régimen, y al mismo tiempo una lucha por la libertad y búsqueda de democracia que les permitió darse ese poder, tener voz y volverla audible. Por ello el haber comenzado por describir ese ambiente masculinizado en la Universidad Autónoma de Puebla, como en la sociedad, nos permitió descubrir esos hilos de los que esa rebeldía pendía y que al fragor de los acontecimientos fue transformando el sistema de género existente. Rebeldía pequeña o grande, desde la vestimenta hasta plantearse la revolución, la modificación del sistema. Es una década marcada por las utopías de la transformación del sistema, en el mundo, en América Latina; al mismo tiempo la recuperación de la identidad indígena, a través de la música, de la vestimenta. Acaso podamos iniciar por los cambios más visibles: cuando se levantó la huelga, el 6 de diciembre de 1968, las jóvenes que habían participado en el movimiento continuaron trabajando; una parte se sumó a la lucha por el reconocimiento de la preparatoria popular que surgía en 1969. Cuando fue reconocida oficialmente por el Consejo Universitario se aprobó llamarle Preparatoria Popular Emiliano Zapata. Los catedráticos dieron clases durante dos años sin cobrar sueldo, escasas estudiantes habían egresado de carrera y otras eran estudiantes. Resulta imprescindible nombrar a toda esta generación Lilia Alarcón Pérez, Rosa María Avilés Nájera, Sara Aranda Castillo, Ruth Ayala Palacios, Lourdes Cano Martínez, María del Carmen Chávez, Leticia Hernández Morales, Guadalupe Grajales Porras, Concepción Hernández Méndez, Olivia Pérez Herrera, María de los Ángeles Limón Zamora, Martha Ramírez López, Rosa Luz Lozada León. Consta en el acta de Consejo Universitario de 1972 que eran 19 mujeres de una planta de 47 catedráticos, tal cifra volvía evidente la incorporación de las mujeres a la academia, porque en la Universidad había escasas catedráticas, una que otra, así que aunque pro-

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porcionalmente era menor su presencia, ésta iría en ascenso y a la búsqueda de representación en las consejerías universitarias y en cargos sindicales. Otro cambio visible fue su politización, algunas y durante el transcurso del movimiento se volvieron militantes de la Juventud Comunista, una que otra en los grupos maoistas o trotskistas. Rosa María Avilés recuerda que fue el ingeniero Luis Rivera Terrazas quien la invitó a participar directamente en el Partido Comunista, su cercana relación a él como estudiante de Física le permitió llegar al Partido sin pasar por la Juventud. Independientemente de las ideologías que abrazaron, lo fundamental y visible era el cambio de mentalidad que se manifestaba en una nueva forma de ver la vida. Algunas decidieron vivir en unión libre como alternativa al matrimonio tradicional que se presentaba como una institución en crisis, cuestionaban las experiencias vividas por sus madres. La mayoría decidía compartir obligaciones, ser proveedoras del hogar y al mismo tiempo gozar de independencia para trabajar, decidir sobre su cuerpo, etcétera. La educación de los hijos empezó a replantearse; los valores, en cuanto a la formación de la familia, se estaban transformando. En el seno de la Máxima Casa de Estudios se dieron cambios importantes: una inquietud creciente por participar en el Consejo Universitario, ya como maestras o estudiantes. Lilia Alarcón, quien fuera de las primeras consejeras universitarias maestras opina: Claro que el 68 fue trascendente, dentro de mi militancia política fue un cúmulo impresionante de experiencias, de encuentro con gente de diversos sectores, con mi generación que peleaba contra el autoritarismo gubernamental, pero también dentro de la familia. Como mujer fue una experiencia desde mi visión doble no era la acción política el escenario para mujeres, con mis compañeros del 68 nunca sentí marginación como tal, eso me permitió desarrollarme política e intelectualmente [Tirado, 2001: 262].

Años adelante la participación creciente de las mujeres se vería reflejada en el surgimiento de los sindicatos universitarios. El 68 fue trascendente, no sólo en la militancia política sino también para la formación de las nuevas familias, la mayoría se basó en nuevos valores, respeto e igualdad. Se hablaba otro lenguaje, la crítica ante todo. Las mujeres habían avanzado más que sus parejas, algunas no lograron modificar los patrones de comportamiento heredados de sus compañeros y rompieron. Pero aún donde hubo rom-

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pimientos las mujeres lograron salir adelante y buscaron otras formas de realización. Continuaron estudiando sus posgrados, las menos; optaron por trabajar en Instituciones de educación superior, las más. Otras siguieron por el camino de la investigación. La profesionalización en la política fue otra opción, aunque fueron las menos: Rosa María Avilés sería un caso, quien fue secretaria general del PRD municipal, y desde el 2003 es Diputada Federal del PRD. Y muchas más que se han jubilado de la Universidad y trabajan por cuenta propia. Pero todas las entrevistadas no han dudado en reconocer que su participación en el movimiento fue trascendental en su formación, recuerdan lo que eran antes de entrar a los recintos universitarios donde el ambiente masculinizado inhibía su participación; la violencia verbal y física y aquellas prácticas como la pamba a los pelones limitaba su desenvolvimiento. La ya mencionada Ingeniería Civil “la isla de los hombres solos” o estudiar Física, por ejemplo, era una osadía, al respecto testimonia Rosa María Avilés que sólo dos mujeres estudiaban Física, y por eso a ella la identificaban como Rosa, la de Física. CONCLUSIONES No podríamos entender ese tránsito de las mujeres hacia la búsqueda de espacios públicos donde exteriorizaran su voz si no partimos de conocer ese ambiente predominantemente masculinizado, en el que las mujeres representaban menos de la tercera parte de la población estudiantil y muchas menos eran catedráticas. Así, de las entrevistas que he realizado extraigo que la mayoría de ellas permanecían un tanto ajenas a lo que ocurría en el país y en el extranjero. Cuando digo ajenas me refiero a cierta indiferencia. Raros casos tenían claridad de lo que ocurría en el país, aunque esas mujeres crecieron en hogares cuyos padres tenían ideas democráticas, experiencias políticas y algunos hasta militancia política en la izquierda. Salvo Julieta Glockner, quien se involucró en la guerrilla, posiblemente en ese año del 68, y fue muerta a tiros por el ejército el 8 de febrero de 1975, en Cárdenas, Tabasco. Ella participaba políticamente desde tiempo atrás; su padre el doctor Julio Glockner había sido rector en 1967 por corto tiempo de la Universidad, director de Medicina y docente desde muchos años atrás en las preparatorias y en Medicina. Si bien ella se incorporó a la guerrilla por su lado, es innegable que Julieta creció en un ambiente más libre, fue después

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del 68 cuando ella siguió el camino radical de la guerrilla urbana. Fue en la visita a la cárcel de Lecumberri donde conoció gente involucrada en la guerrilla, dice su hermana, con algunos maoístas. Acaso ella involucró a su hermano Napoleón en esa lucha que creyeron justa. Fuera de esas mujeres singulares, la mayoría no provenía ni de ese ambiente, ni de esas experiencias. Solían ir de su casa a la Universidad y viceversa, la mayoría había estudiado en las preparatorias privadas y algunas en colegios femeninos particulares; en este kaleidoscopio cultural podemos imaginar cómo debieron verse antes y cómo crecieron después. Al terminar el movimiento un pensamiento político democrático, una conciencia social, y una sensibilidad para entender los problemas del país y del mundo, cubría además de su conciencia su epidermis; desde esta nueva óptica de la vida sus parámetros fueron cambiando y equilibraron mucho más su realización personal. Si los patrones culturales tradicionales de género persisten aún, y si la influencia del feminismo ha sido en núcleos pequeños en las instituciones de educación superior, pese al nacimiento de los Institutos de la Mujer (Programas estatales, en su momento), no es raro que en el 68 predominaran las ideas tradicionales, como el que las mujeres aún y cuando estudiaran no se incorporaban a trabajar pues dependían del esposo. Salvo aquellas que no tenían las condiciones económicas o que eran transgresoras del “orden social”. La generación del 68 se incorporó al ámbito público, cuestionó y transgredió patrones de comportamiento. Si antes una mujer no era libre de entrar a un café ni con el novio, después se volvió posible, fumaban y vestían de pantalones; las casadas se rehusaron a utilizar el “de”, y aparecieron con sus apellidos de soltera; varias más optaron por la unión libre. Se rompieron muchos convencionalismos en la vida privada y pública. La realización personal y profesional empezó a ser una prioridad, más allá de la maternidad por la maternidad misma. La discusión de un nuevo orden y del futuro de las mujeres se empezó a analizar a la luz de nuevas lecturas, de las noticias del movimiento feminista internacional, como de anhelos. Otra perspectiva de la vida sobrevino. Pero también como producto de una práctica cotidiana en donde el hablar en un mitin, en igualdad que los compañeros, dio una revalorización a las mujeres: ser líder, defender ideas, tener libertad, etcétera, fueron valores aprendidos, entendidos y dimensionados.

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La generación del 68 no puede llamársele únicamente a quienes participaron en el movimiento estudiantil, pues familias enteras participaron, al mismo tiempo es necesario ligarla a las siguientes generaciones de jóvenes, pues al incorporarse como docentes fomentaron en sus pupilas aquellos valores sobre la sexualidad y la libertad, sobre democracia.

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Notas 1

La ponencia que originalmente motivó este artículo fue “De la Casa a la democracia. Las mujeres y sus experiencias en el 68”. En ese año, cuando se realizó el Congreso Nacional de Investigaciones sobre las Mujeres, me encontraba iniciando la investigación “Las mujeres y el 68”, misma que he concluido en el transcurso del 2002 y principios del 2003, ha salido el libro de Otra historia del 68. Voces de Mujeres. Puebla, coeditado por el Instituto Poblano de la Mujer y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en el 2004. Fue producto de dos proyectos “De la historia a la nostalgia. Imágenes de la memoria colectiva. 68 en Puebla” que apoyó la Vicerrectoría de Investigación y Estudios de Posgrado mediante el Programa Institucional de Fomento al Desarrollo a la Investigación y a la formación de jóvenes investigadores, una vez que fue aprobado el proyecto en el Padrón de Proyectos VIEP, emitido en octubre de 2001. El apoyo permitió incorporar como becario a Juan Manuel Blanco Sosa, estudiante del Colegio de Historia, de la Facultad de Filosofía y Letras. 2 Sergio Aguayo ha sido uno de los primeros investigadores en utilizar estos fondos y en su libro 1968 los archivos de la violencia, descubre la ebullición estudiantil y la escalada de violencia dirigida por las diferentes instancias que secretaría de Gobernación echaba mano, como el Estado Mayor Presidencial. En este año he empezado a revisar la información de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, a cargo de Secretaria de Gobernación, se nota de inmediato el grado de espionaje y control de esta dependencia. Así que en un plazo mayor seguirán saliendo más investigaciones apoyadas en estos archivos. 3 En 68 existían 14 escuelas, la mayoría se encontraban concentradas en el edificio central, 4 Sur 104, y Leyes y Medicina tenían sus propios edificios, Leyes por cierto ocupaba el que actualmente alberga a la Preparatoria Lázaro Cárdenas, en tanto Medicina ya funcionaba en donde está actualmente. 4 Lamentablemente no existe un archivo que refiera la fecha exacta de su organización pero sí de su huella. La Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, afiliada al Partido Comunista, cuya presidenta nacional era la abogada Martha L. P. de Tamayo; como secretaria de relaciones Consuelo Hernández; de organización Dolores Sotelo, de Asuntos culturales Raquel Tibol y de Prensa y Propaganda Laura Bolaños. La significación de esta organización fue importante en varios aspectos, sobre todo en la influencia de ideas, a las asambleas efectuadas en la ciudad de México asistían intelectuales, periodistas, etc.; en segundo lugar ésta se dio a la tarea de recabar la lista de los desaparecidos, de los detenidos, de dar a conocer dónde estaban.

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EL RECURSO DE LA ORALIDAD EN LOS ESTUDIOS DE GÉNERO: HISTORIAS PARA CONTAR Gabriel Montes Sosa

INTRODUCCIÓN

Dentro de los recursos que tiene un investigador se encuentra lo

que se denomina la conversación, entre las que tenemos, la entrevista en profundidad, la autobiografía y el grupo de discusión. ¿Por qué me refiero al término conversación y no el término general de la entrevista?, porque regularmente la representación que se tiene es que el entrevistado está obligado a responder, dándose una relación asimétrica, y cuando se apela la conversación, se está señalando la posibilidad de aquellos encuentros en la vida cotidiana; así tenemos la conversación dentro del autobús, haciendo una fila para entrar a algún lugar, o simplemente “matar el tiempo” en la espera de algo, donde uno quiere escuchar cosas vistas y oídas. Hay, sin duda, una gran tradición en esos procesos de oralidad para obtener información, esa invasión a la cotidianidad de las personas para que nos cuenten o nos confiesen. Este documento desea ser una reflexión, una confesión sobre los trabajos de investigación que he desarrollado sobre la paternidad, así como desde mi bagaje cultural; esto es, lo que ha significado para mi ser padre desde mis experiencias de aprendizaje como hombre, hermano, tío, esposo y amigo; roles que de alguna manera estaban presentes en lo imaginario. LAS MUJERES Y LA PATERNIDAD El acercamiento a la paternidad tuvo que ver, evidentemente, con mis experiencias como padre. Aunque dicha preocupación sea posterior al vivir esa experiencia, tratar de entender, por un lado, cuál debería ser mi rol —y no sólo eso, sino trascender más allá de lo que cotidianamente veía a mi alrededor—, es que decido preguntar a las mujeres qué entienden por paternidad ¿Por qué a las mujeres?, por-

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que me parece que ellas son las que tienen cierta claridad de lo que implica la paternidad, o lo que les gustaría que fuera, además de tener un contacto más presente con los hijos e hijas. Mi primera investigación empezó con mujeres embarazadas que asistían a consulta de Gineco al Hospital Universitario de Puebla (HUP), una característica fue que en su mayoría eran madres por primera vez, así tenemos que se aplicaron cuestionarios a 32 mujeres: 48% en primer embarazo, 24% en segundo; 13% en el cuarto; y 10% en el tercero. Su rango de edad osciló entre 22 y 30 años. En relación con la escolaridad 13.79% cursó estudios de primaria; 37.93% secundaria; 31.03% preparatoria, 17.24% licenciatura. A ellas se les preguntó qué palabras asocian a paternidad; luego de realizada una distribución de frecuencias se pasó a su jerarquización; recurrieron a un total de 48 palabras que asocian a paternidad, entre las que se encuentran: Responsabilidad: Amor: Cariño: Respeto: Comprensión: Padre: Proteger

18.75% 14.58% 10.41% 8.33% 8.33% 8.33% 6.25%

En el cuestionario también se les pidió que definieran la paternidad. Se presentan los resultados correspondientes a los términos empleados con mayor frecuencia: Responsabilidad Apoyo Cuidados Amor Compartir Participar

“Responsabilidad” aparece tanto en la asociación de palabras como en su definición sobre paternidad. Por los resultados de análisis de contenido, da la impresión de que el discurso sobre la paternidad habla sobre el rol que se espera del padre y que, por parte de las mujeres, va en varios sentidos: implica una relación con su pareja

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con respecto a apoyo, comprensión en lo psicológico y en lo afectivo, el sostenimiento de la familia y con el hijo. Palabra Contenido Responsabilidad ............. Con su hijo, apoyo, comprensión, mantener a la familia, con su esposa, compartir penas y alegrías. Apoyo ............................. En el proceso de embarazo y posterior a él, en lo moral, psicológico y afectivo, en los trastornos que se tienen en esta etapa, hacia la madre y el bebé. Cuidados ........................ Que debe tener para mí y su hijo. Amor .............................. Conmigo, tratamientos, penas y alegrías. Involucrar ...................... En el embarazo y como padre.

Esta idea de paternidad no es solamente responsabilidad, el concepto mismo está relacionado con otras nociones como lo económico, lo social y lo afectivo-amoroso. A continuación se presentan los resultados obtenidos de once hombres encuestados que acompañan a sus parejas a consulta del HUP. En relación a su escolaridad el 54.54% cursó licenciatura, 36.36% preparatoria, 9.09% primaria. Los varones utilizaron 29 palabras para asociar paternidad. Llama la atención el menor número de palabras empleadas en relación con las mujeres, pero hay que recordar que fueron menos los hombres encuestados. Se presenta el siguiente campo semántico: Responsable: Amor: Cuidado: Cariño: Respeto: Apoyo Ansiedad:

27.58% 17.24% 13.79% 10.34% 10.34% 6.89% 6.89%

De igual manera se preguntó a los once hombres encuestados su definición de paternidad, y a través del análisis de contenido se obtuvieron los siguientes resultados en términos de mayor frecuencia: Pendiente

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Apoyo Responsabilidad

Se puede inferir que en los hombres resalta el hecho de estar pendientes de que nada les falte en lo económico, en el apoyo a la pareja y al hijo o hija, y con pocos referentes a la responsabilidad en el ámbito del apoyo y amor con los hijos. Palabra Contenido Pendiente ....................... De ambos, que ella se alimente bien y que chequen al bebé; mantener y cuidar a la familia; para que el niño nazca sano; de su salud y para proporcionar todo lo que esté a mi alcance . Apoyo ............................. Moral para que en el proceso se sienta bien, no solamente es ese tiempo sino todo el tiempo que pasen juntos. Responsabilidad ............. Apoyo a la esposa y amor con los hijos que vendrán

MI PADRE, MI ESPOSO Y EL PADRE DE MIS HIJOS Mi segundo trabajo surge ante los resultados obtenidos de la investigación anterior: ¿Por qué me queda una duda? ¿nos contestan el deber ser o el es? Situación que la propia estrategia del cuestionario no dice, por lo que se toma la decisión de ahora pasar a una entrevista semiestructurada; ahora, sin embargo, con personas mayores que van a consulta a Salubridad. Se entrevistó a 39 que esperaban consulta, y en promedio tienen 40 años. 76.92% tiene estudios de primaria; 17.94%, de secundaria; 2.56% preparatoria, y el resto, 2.56%, licenciatura. En relación a sus embarazos, para el 28.20% de estas mujeres es el segundo; para 20.51%, el cuarto; para 20.51%, el quinto; para 15.38%, el primero; para 12.82%, el tercero; y para 2.56%, el noveno. 30.7% de ellas recibe una remuneración económica y 69.2% no. Lo anterior nos muestra un bajo nivel de escolaridad, un promedio aproximado de entre tres y cuatro hijos y una mayoría que no tiene un ingreso propio. Con respecto a la ocupación de sus esposos, se tiene que son empleados en comercios, choferes, campesinos, artesanos, comerciantes, obreros, trabajadores eventuales, como albañiles, plomeros, además de pensionados.

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En este contexto a las madres de familia se les realizaron tres preguntas que orientaron el diálogo. La primera de ellas fue: “¿Cómo definen la paternidad?”; enseguida: “¿Cómo fue la relación de su padre con usted?”; y finalmente: “¿Cómo es la relación de su esposo con sus hijas e hijos?” La intención era conocer cómo las madres llegaron a la definición de paternidad, lo cual evidenció que su construcción social está entrecruzada entre la experiencia de ser hija y la forma en que su esposo trata a sus hijas e hijos. En algunas ocasiones hay una correspondencia entre su definición de paternidad y la relación que tiene su esposo con sus hijas e hijos. Esto último interesaba al estudio, es decir, si había correlación entre el discurso y la realidad percibida por la madre, o cómo estas mujeres definían la paternidad y cómo su construcción se encuentra, efectivamente, en un entrecruzamiento entre el deseo y la vivencia. De las entrevistas realizadas se describen las más representativas, tomando como referencia las de mayor frecuencia sobre la forma en la que perciben la paternidad y aquellas que se consideran más significativas. Presento a continuación algunas de las entrevistas. ¿Cómo define la paternidad? — Apoyar a los hijos, quererlos mucho, sacarlos adelante, darles lo más que se pueda. ¿Cómo es la relación de su esposo con sus hijos e hijas? — Un poquito distante, porque no tiene mucha comunicación con ellos, por su trabajo y otras actividades que desempeña (38 años).

La madre explica que la relación de su hijo es un poco distante, argumentando las actividades del trabajo del padre. Esto se puede ir resolviendo si se democratizan y redistribuyen las actividades domésticas en cuanto al aseo de la casa, por ejemplo. Pero ¿cómo hacerle para el cuidado de los hijos e hijas si necesitan un consejo? Sin duda se puede, pero al parecer las condiciones socioeconómicas son algunos de los factores que influyen para obtener espacios de diálogo. Si la madre trabaja, ésto puede ayudar para replantear las relaciones dentro de la familia para que el padre participe más. Obviamente ésto también debe ser trabajado en el ámbito de la cultura para que no sólo la mujer tenga la doble jornada, sino también el hombre. De ahí que las políticas de empleo deben estar acordes con la crianza de los hijos; por ello, la licencia de pa-

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ternidad parece sin duda ser un buen camino. Habrá que trabajar ésto en lo cognitivo, valoral y legal para sentar las bases de una convivencia dentro de la familia. Esto, que parece una utopía, cuando es tomado por los colectivos se convierte en acción porque los hombres debemos hablar de nosotros y emprender nuevas actividades hacia nuevas paternidades. Otra madre nos describe la relación de su esposo con sus hijos e hijas: Desde los papás depende todo, mi esposo tiene una relación muy buena, los guía muy bien. Le llaman don Fernando. El no les pega, platica con ellos, incluso mi hijo pequeño me dice: “¿Por qué no te vas a trabajar y mi papá que se quede a cuidarnos?” Le ponen cassettes. Se sienta a escuchar, empieza a bailar, aunque a él no le guste, se sienta a escucharlos, les aplaude y hace lo que los niños sientan mucho cariño por él. Les traía fruta, un dulce, les enseña cómo debe comportarse en tal o cual lugar. Les da confianza a los niños (34 años).

Ésta, tal vez, puede ser una buena definición de lo que sería un buen padre alejado solamente de la responsabilidad económica, que sin duda es importante, pero que lo acerca a una dimensión de lo emotivo, afectivo, siendo la comunicación un aspecto primordial. Otras madres nos señalaron la relación de sus esposos con sus hijas e hijos. Es muy buena, juegan mucho, se conocen muy bien. ¿Cómo definiría la paternidad? — Como lo mejor que hay del papá y cuando falta sufrimos mucho (26 años). ¿Cómo definiría paternidad? — Excelente, muy buena, convive, juega, comen juntos (24 años). ¿Cómo considera el trato de su esposo con sus hijas e hijos? — El que los corrige (45 años). ¿Cómo definiría la paternidad? ¿Qué es ser padre (no entiende)? — Que dé para el gasto, para la casa, que los corrija (39 años).

La función del padre es la del que corrige, aunque no queda muy claro qué es corregir, porque en algunas familias, cuando se les llama la atención a los hijos e hijas, la madre les dice que cuando su padre llegue, le informará sobre lo que hicieron para que los reprenda. Me parece que aquí se refuerza la imagen del hombre como

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alguien que ejerce la autoridad y el dominio de la familia. ¿Qué es un padre? — Que está para sobrellevar a sus hijos, para la obligación de tenerlos, económicamente educarlos y sobrellevarlos. ¿Cómo adquirió esta idea? — Cuando me casé y lo que fui llevando con mis papás (25 años).

La esfera de lo económico emerge nuevamente como un elemento central que define el ser padre. Esta idea se ha venido construyendo desde la infancia, donde al niño se le establece que debe ser responsable. Incluso, recordemos que cuando las niñas y los niños juegan a la “comidita”, los niños llegan de trabajar y las niñas les dan de comer. Cómo imagina que debería ser un padre con sus hijas e hijos? — Cariñoso. ¿Cómo definiría la paternidad? — Más comprensivos y escucharlos. (46 años)

Nuevamente, se hace referencia al ámbito de lo afectivo, en el sentido de la comprensión, del diálogo, de la comunicación. La esfera de lo afectivo se hace presente a través de la expresión de sus sentimientos. Aquí surge una pregunta: ¿Nos han enseñando a los hombres a expresar nuestros sentimientos? Y si se expresan, ¿se verá como algo afeminado? Sin duda, los hombres necesitamos nuevos aprendizajes que nos ayuden a manejar nuestras emociones. ¿Cómo debería ser un padre con sus hijas e hijos? — Apoyarlos en todo, estar con ellos, ponerse al pendiente de todo lo que ellos hacen. ¿Cómo definiría la paternidad? — Hay padres que responden y otros no. Es más difícil ser padre y madre (33 años).

Se sintetiza, en este discurso, lo que muchas madres viven: el ser madres y padres. Pero ¿responderán estas mujeres por esa situación de forma diferente o reproducirán el mismo esquema que los hombres hacen? ¿Cómo definiría el trato de su esposo con sus hijas e hijos?

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— Que es bueno, con amor se hace todo. ¿Cómo definiría la paternidad? (no entiende) — Confianza, con amor, educación, jugando con los chicos. Los dos los educamos, los queremos igual. ¿Dónde lo aprendió? — De la relación con mi esposo hacia mi hijo (25 años). ¿Cómo definiría la relación de un padre con sus hijas e hijos? — Responsabilidad de sus hijos, amor, cariño, preocuparse por ellos. ¿Cómo definiría la paternidad? — Cuidar a los niños, ayudarles en todo, darles cosas bonitas. ¿Cómo debería relacionarse un padre con sus hijas e hijos? — Ponerles mucha atención, ser más amigo que un padre. Estar pendiente de ellos, como amigos es la manera mejor de llevarse, con confianza. ¿Cómo lo aprendió? — A partir de ser madre. Es mejor ser amigo que padre (35 años).

Establecer un diálogo con relaciones simétricas sigue siendo una buena oportunidad para establecer un vínculo con las hijas e hijos, el ser amigos. ¿Qué representa un amigo? ¿Solidaridad, ayuda, cooperación, entendimiento y sobre todo comprensión? Esto puede ser lo que se desea. ¿Cómo definiría la relación de su esposo con sus hijas e hijos? — Amigo, que le dé confianza y también a su papá, confianza mutua (46 años). ¿Cómo definiría la relación de un padre con sus hijas e hijos? — Como amigos. ¿Cómo definiría la paternidad? — Con amor, con comprensión (49 años). ¿Cómo debería ser un padre con sus hijas e hijos? — Un padre que se interese por ellos, que se organice con ellos, que tenga comunicación, es importante ya que de ahí depende mucho de los hijos y del ambiente familiar. ¿Qué es la paternidad? — Es un papel muy importante en la familia, debe tener mucha comunicación con los hijos, porque es el que lleva la delantera en la casa. Si el padre no se comunica con los hijos, muchas veces crecen hijos desorientados aunque tengan mala madre, no

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es lo mismo, necesitan de papá. ¿Dónde lo aprendió? — De chica no lo adquirí porque no tuve el apoyo de mi padre. Ya viéndolo, la necesidad de un padre juega un papel importante en la casa. Muchas veces es el que aporta el dinero; el que orienta en dificultades extremas, él sale, aunque las mujeres también representamos a la familia somos más débiles que los hombres (34 años).

Tal vez ésto representa la construcción que muchas madres hacen sobre cuál es la función que tiene el padre con respecto a la familia. Sobre el papel real o simbólico. Aunque el padre no esté en todo el desarrollo de los hijos e hijas, su presencia simbólica es importante por lo que implica. ¿Cómo debería tratar un padre a sus hijas e hijos? — Tratarlo como debe ser, correctamente. Darle buenos principios. Si no hay convivencia con sus hijos, a veces se desubican. Se van por donde no deben, se pueden volver drogadictos. Darles lo mejor, aunque no haya recursos económicos, darles confianza, porque si no hay confianza, no hay comunicación entre los padres y los hijos necesitan un apoyo moral. ¿Cómo definiría la paternidad? — Es muy bonita, asumir las responsabilidades. En mi caso yo fui padre y madre y fue muy difícil y gracias a Dios ya crecieron mis hijos (47 años).

Efectivamente ser padre y madre tiene sus dificultades por la atención que hay que darles a los hijos e hijas y, por supuesto, por la carga económica. Y ésto va ir en aumento ya que los hogares dirigidos por mujeres han ido creciendo en el país: actualmente ascienden a tres millones de hogares que albergan alrededor de diez millones de personas. Así, hay que plantearse que las paternidades son dinámicas, que se construyen en circunstancias históricas y que, por tanto, se pueden reconstruir. Para ello es primordial una interacción entre géneros, con base en la igualdad y la equidad. Los cambios que se requieren para una mejor participación de los hombres en la paternidad tienen que ver con factores socioculturales: cuál es la identidad masculina, qué es ser hombre y, específicamente, padre. Pareciera ser que a nosotros no nos enseña-

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ron cuáles son, pero si algo se recuerda, es que se debe ser responsable y eso, al parecer, se concretiza en ser proveedor de recursos económicos y poner el orden en la familia, especialmente con las hijas e hijos. Aunque como se vio en las entrevistas, estas mujeres plantean algo más: lo afectivo, la convivencia. Es aquí donde las nuevas generaciones deben ser educadas y empoderarlas, es decir, dotarlas de recursos para saber cómo actuar. Pero en lo anterior hay que crear condiciones, de ahí la intervención económica-política, porque el sistema social que nos rige separa lo masculino de lo femenino; uno a la producción y la otra al consumo y trabajo doméstico. Se debe trabajar por un replanteamiento en las relaciones sociales no sólo en lo micro, es decir, en la familia, sino también en lo macro, en las relaciones de producción; esto es, en las políticas de empleo, políticas que deben ser pensadas y planificadas para trastocar las relaciones entre los géneros; que se generen recursos legales, como en otros países se otorga la licencia para asistir a las reuniones de sus hijas e hijos en la escuela, o cuando éstos están enfermos y necesitan cuidado, así como la licencia de paternidad. Sin duda alguna, ésta va tener un impacto en lo económico, dirán algunos. Y posiblemente encontremos en las solicitudes de empleo las preguntas de si uno es casado, la edad de los hijos, y si uno va a tener más. Seguramente los hombres nos sentiremos discriminados porque los hombres tenemos muchos privilegios con respecto a las mujeres; privilegios de los que no nos damos cuenta hasta que son trastocados; pero para hacer consciente lo “inconsciente” hay que ponerse en el lugar de la otra. Si esta situación sucede va provocar un cambio para comprender más la situación de las mujeres. Este estudio nos señala que la paternidad se mueve en dos ámbitos, el de ser proveedor, pero hay una demanda de las madres a lo afectivo. Lo anterior plantea que las campañas que se realicen para nuevas paternidades deben ser pensadas en el ámbito de lo afectivo y que se debe compartir con la mujer no sólo la función de proveedor sino también la atención de las hijas y los hijos. LOS JÓVENES Y LA PATERNIDAD Un tercer estudio tiene que ver con el vínculo que se establece entre los hijos e hijas con el padre y con la madre sobre el amor y la sexualidad; temas que sin duda son importantes y que, si bien es cierto no fueron el tema de esta investigación (la paternidad), sino el amor y la sexualidad en jóvenes de la preparatoria, me parece prudente presentarlo.

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Así tenemos que en una investigación que realizamos con la Dra. Guitte Hartog con jóvenes, nos dimos cuenta como en ellos, a diferencia de las jóvenes, la parte amorosa y la sexual está marcada por su género ¿Cuál es el espacio y cuál el tiempo para hablar de estos temas? Parece ser que habría dos lugares; por un lado la escuela, y por otro, la familia; pero éstos también están sesgados culturalmente, uno le cede el espacio a otro. En el caso de la familia, y con respecto a las mujeres, se establece que estos temas se hablan con la madre más que con el padre: Las mujeres tenemos más confianza a las mujeres, la madre da un consejo mejor, la que se encarga de la casa es la madre, las mamás llevan la carga más dura, si te pasó algo al primero que le cuentas es a tu mamá. Eso influye demasiado. Yo me llevo muy bien con mi papá, pero es muy... [...] pero no cosas muy íntimas, por ejemplo: “Papá, estoy reglando”, pues como que no... [...] Con el padre vas cuando tienes un problema más grave, cuando se necesita más fuerza.. [...] Depende de la confianza de preguntarle: “¿Cómo conociste a mi papá?,¿ cómo fue el primer beso con mi papá?” [...] En el caso de que sólo tengas un papá, tendría que cambiar... [...] A los papás, como trabajan todo el día y llegan muy cansados... [...] Si les pides un consejo a tu papá te lo puede dar e incluso hasta mejor que tu mamá... [...] Los dos son importantes... [...] Hay temor, silencio y decimos que los padres no nos escuchan, que de hecho depende de nosotras.

Se reconoce que el padre puede ayudar o es con quien, digamos, se permite que haya un diálogo; sin embargo se establece que se puede recurrir a él cuando se necesita de fuerza o sentido de la razón, y se le justifica por el hecho de que él es el proveedor económico. Mientras tanto, a la madre se la relaciona con el ámbito emotivo, sentimental. En el caso de los hombres escuchamos lo siguiente: Entre padre e hijo no te puedes contar. [...] (Tu papá) es capaz de llevarte a un putero. [...] Ni modo que le cuente a mi papá cómo me la llevé a la cama. [...] El papá da consejos, pero no es lo mismo que con la madre.

En términos generales prefieren hablar las vivencias con los amigos; al interior de la familia no se tiene la confianza suficiente para tratar abiertamente temas sobre prácticas sexuales:

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...por lo general platicamos más con lo amigos... [...] con la familia no hay confianza.

A pesar de ello consideran que es a la madre a quien, en última instancia, pueden hablarle de lo “menos relevante” que, para ellos, es el aspecto sentimental en una pareja: A mi mamá le cuento lo emocional. [...] ... se habla, pero de una manera diferente que con los amigos, más sentimental. [...] Con la familia eres más general, con los amigos más particular.

El padre queda, todavía, excluido de las vivencias que el adolescente tiene: Entre padre e hijo no te puedes contar. [...] El papá da consejos, pero no es lo mismo que con la madre.

Quieren saber sobre las experiencias que alguno de sus padres como jóvenes haya tendido en este sentido: ... hay cosas que no quiero que me cuente (mi mamá), como si estuvo con otro antes de mi papá. Hay mucha gente que no tuvo una educación acerca de la sexualidad sino que aprendió sobre la marcha. ¿Cómo alguien así te puede enseñar? Alguien que sus padres nunca le hablaron de ésto y tienen hijos en base a qué puede enseñar, educar. Hay padres de familia que ven mal que sus hijos tengan relaciones sexuales, no tienen empatía, no se ponen en lugar de los jóvenes, porque todos fueron jóvenes y que el cuerpo reacciona a ciertos impulsos no tan racionales sino al lado animal. El sexo es una necesidad del cuerpo más que del cerebro, que el uso de la razón es una respuesta corporal, vaya, si llega el momento, en que esta necesidad de ejercer la sexualidad se siente en el cuerpo.

UNA HISTORIA QUE CONTAR ¿Qué nos demuestra lo anterior? Que hay que replantear la paternidad, que no se puede seguir de la misma manera; sin embargo ¿cómo se construye ésta? Las investigaciones anteriores nos dan pistas, es ahí donde quiero plantar mi experiencia, digamos un poco más autobiográfica

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Sin duda, la idea de paternidad se va construyendo desde nuestra infancia, en los juegos que uno realiza cuando están involucradas niñas y, sobre todo, cuando uno juega a la comidita; esto es, uno llega a comer y saluda al hijo o a la hija de alguna forma simple, a diferencia de las niñas, que con una ternura lo abrazan y le dicen con palabras cariñosas que lo quieren. Con los compañeros de la infancia no se habla de cuántos hijos e hijas va uno a tener o procrear, éso son cosas de niñas; más adelante, en las pocas conversaciones con nuestra madre, ella nos dirá que debemos ser responsables, y es ahí en donde se unen nuestros juegos con las niñas y lo que nuestra madre nos dice: que debemos ser responsables, ésto se traduce en ser proveedor, y se queda la idea de que si uno no es capaz de “mantenerla”, a uno le hace falta algo, uno no es hombre o, mejor dicho, no es una masculinidad completa de acuerdo a nuestra cultura. Cuando uno se estrena como padre las ideas anteriores acompañan la imagen de cómo actuar; sin embargo uno sabe que hace falta esa parte afectiva, emotiva, que a uno como hijo le hubiera gustado que lo tratara su padre; es decir, el de poder dialogar con un padre que regularmente está ausente sobre todo porque está laborando. Como padre, cuando uno tiene un hijo, el presente va teniendo un sentido que establece la diferencia entre el pasado y el futuro de cómo actuar y qué hacer. Cuando Diana, mi esposa, me dijo que nuestro hijo iba a nacer, recuerda que me quedé serio —aspecto que, por cierto, no me cuesta trabajo— y no hablé el resto del día porque a la mañana siguiente le harían cesárea; mi sorpresa fue porque yo me imaginaba que de repente se ponía mal y que habría que llevarla al médico y ya. Cuando mi hijo nació quise asumir mi responsabilidad y cuidarlo porque salió del hospital tiempo después debido a que tuvieron que hacerle una transfusión sanguínea (tenía la bilirrubina alta), y yo iba a visitarlo para dejarle su biberón dos veces al día; esto implicó que en unos de mis trabajos me comentaran que no estaba en la oficina; yo expliqué que iba al hospital a dejarle el biberón y esta persona me contestó preguntando: “¿Qué? ¿No tienes suegra?” Esto me sorprendió de alguna manera y me sentí discriminado. Otra de las experiencias que me llamó la atención es que en algunas ocasiones, cuando acompañé a Diana al médico, éste le hacía la referencia a que le acompañara su hermana o su prima o su mamá, pero el padre no era nombrado. Así descubro que los hombres hemos sido relegados desde siempre a la condición de mero proveedor, que hemos sido discrimina-

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dos en algún sentido, por lo que decido no abandonar el placer emocional de la cercanía y educación de los hijos y aceptar, cada vez más, compartir con mi esposa la presencia familiar; porque me doy cuenta que me pierdo situaciones muy importantes, como por ejemplo sus primeras palabras, sus inicios al caminar, el estar a su lado cuando estuvo enfermo, sus alegrías y tristezas que sucedieron en su vida cotidiana, y que sin duda tienen una repercusión en la relación en un futuro inmediato. Sin embargo está presente, y de manera reiterada, la responsabilidad de trabajar. Es algo que hay que destacar, aunque evidentemente eso no me exime de mi responsabilidad.. Cuando vi por vez primera a mi hijo, recuerdo que sus cabellos eran algo rubios; no supe qué decir, simplemente lloré. Fue algo muy emocionante, ojalá tuviera las palabras para expresarlo como lo hacen las mujeres. Otro momento muy grato fue la primera ocasión que lo bañé en la regadera, el sentirlo cuerpo con cuerpo es una sensación extraordinaria; igual, quisiera tener palabras de mujer para expresarme con la facilidad que ellas lo hacen. Con los amigos pocas veces habla uno de los hijos, pero no olvido una conversación con Juan Manuel con respecto a los obsequios de Navidad y de Día de Reyes; yo consideraba que eran muchos juguetes pero sentí un gran alivio cuando advertí que Juan Manuel pensaba lo mismo con respecto a su hijo; lo más agradable fue el que la esposa de cada uno pensaba que no, que estaba bien todo, que no eran demasiados obsequios. Un elemento muy estresante se refiere a la disciplina. ¿Cómo debe uno actuar con el hijo cuando hay que llevar a cabo una sanción por un acto cometido? Sin duda es importante señalar que, en general, convivir con niños y niñas —independientemente de la edad—, conlleva a situaciones muy estresantes porque uno no sabe cómo actuar. Vaya un ejemplo, cuando al hijo se le dice que la próxima semana se le llevará al cine o se le comprará algo, todos los días preguntará “¿ya nos vamos?” y uno piensa “¿qué no entiende que todavía falta un par de días?” Y efectivamente no entiende, porque la noción de espacio y tiempo son diferentes; y pienso que cuando se es adolescente o joven, el tiempo y el espacio van a ser diferentes: si determinada hora es para mí llegar tarde, o para él es llegar temprano a la casa. En mi interior hay una constante reflexión acerca de no usar la violencia física o psicológica: el dialogar, y la estrategia de ponerse en el lugar del otro, ayuda a mejorar la relación. Gabriel tiene nueve años y comienza a decir que le gusta una niña y que quiere casarse con ella, no sabe que hay aspectos previos;

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lo plantea, sin embargo, porque tiene como referencia a su familia. El otro día me comentaba que a veces los niños, para molestar a otros, le dicen: “Pareces gay”; Cuando él me lo dijo pensé: “Eso no debo dejarlo pasar”, y traté de explicarle que al decirle a otra persona de esa manera no se trataba de una ofensa, que simplemente no debemos tomar esa palabra como algo humillante, sino que hay personas diferentes, como el arco iris. En otra ocasión llegó a casa comentando que iban hacer una fiesta en el salón de clases, que se habían distribuido las actividades, que a él le tocó servir a sus compañeros, y quería que se le consiguiera un delantal como el que usan los cocineros; su mamá y yo pensamos que estába bien, sin embargo lo ofenderían sus compañeros y compañeras por dar “la posible apariencia que son cosas de mujeres”. Finalmente decidimos que lo llevaríamos a cabo; para nuestra sorpresa la maestra les dijo a sus compañeros que él era realmente un auténtico mesero o cocinero, sin duda fue de gran alivio. Como se percatarán hay, como padre, una preocupación constante por su sexualidad. Es muy probable que otros padres vivan situaciones o preocupaciones como las señaladas, y cuando uno las comenta se siente un gran alivio; me parece que debemos recuperar de las mujeres esos espacios de diálogo y confianza que se dan entre ellas. El día del padre fue planteado por Smart Dood en Washington en 1910 con la intención de que se valorara a los padres que, como el suyo, fue padre y madre a la vez; una idea interesante, sin duda, que reúne aquella separación que se hace al decir que los afectos los da la madre y la parte racional el padre; y ello basado, sobre todo, en la idea del respeto. ¿Qué hacer? ¿Cómo superar lo anterior? Hay que trabajar en varias dimensiones, quisiera destacar dos que, considero, van unidas y entrelazan el ámbito de los derechos humanos con respecto a la paternidad; es decir, que se consagren una serie de derechos y obligaciones como, por ejemplo: — La licencia de paternidad. — El poder asistir a las reuniones de las llamadas “reuniones de padres de familia”. — Asistir a la escuela de los hijos e hijas a los festivales de inicio y fin de cursos, así como responder a los citatorios de las maestras y maestros. — Poder llevarlo al médico cuando esté enfermo y poder quedarse en casa para cuidarlo.

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Esto sin duda repercute en el ámbito de la economía de un país, si lo vemos desde una sola perspectiva, sin embargo hay que mirarlo desde los derechos humanos. Pensemos, por ejemplo, en los derechos de segunda generación, es decir, de los derechos económicos, sociales y culturales, como son los derechos a un salario justo, a la educación, a la vivienda, a las jubilaciones etcétera. El otro ámbito se refiere al de la cultura, es decir, establecer en el ámbito educativo información sobre una paternidad responsable no sólo en el sentido del ámbito de proveedor, sino también de la parte afectiva y emotiva. Que antes de casarse los jóvenes reciban pláticas o cursos sobre la paternidad responsable; que las instituciones de Salud den esos cursos a los futuros padres de la misma manera que las mujeres reciben información, junto con los hombres, sobre aspecto de alimentación y cuidados en términos de vacunas. Algunos y algunas pensarán que no es posible, o que es imaginario; pero simplemente miremos la historia de los derechos humanos, léase cuando se mencionaban los derechos de los esclavos, de las mujeres, de los niños etcétera y verán que las utopías caminan cuando uno las incorpora en su vida cotidiana.

BIBLIOGRAFÍA Montes Sosa, Gabriel — (2003) “La paternidad de todos los días” en Gloria Tirado Villegas. Construyendo la historia de las mujeres. Fomento editorial BUAP, Puebla, México. — (2002) “La construcción social de la paternidad” en María del Carmen García Aguilar. Las nuevas identidades. Fomento editorial BUAP, Puebla, México. — (2005) y Guitté Hartog. El amor y la sexualidad en los tiempos de la preparatoria, Fomento editorial BUAP, Puebla, México. Villas S. Miguel (1999) Técnicas cualitativas de investigación social, reflexión metodológica y práctica social. Síntesis. Madrid, España.

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FUENTES DOCUMENTALES EN EL ARCHIVO GENERAL MUNICIPAL DE PUEBLA, PARA EL ESTUDIO DE LAS MUJERES. SIGLOS XIX Y XIX María Eugenia Cabrera Bruschetta Leticia López Gonzaga Felícitas Ocampo López Rocío del Carmen Gómez Hernández Silvia Meza León Paulino Fuentes Solar Óscar Alejo García

En las últimas décadas del siglo

la historia cultural se convirtió en uno de los campos más dinámicos de la historiografía contemporánea. El auge de esta perspectiva, en que la interpretación de discursos, textos y símbolos es fundamental, está relacionado con debates intelectuales que han trastocado el análisis tradicional de los estudios de género. La producción historiográfica de este enfoque, lejos de detenerse, avanza. Con la intención de coadyuvar en este tipo de investigaciones, el Archivo General Municipal ha realizado un análisis esquemático de las fuentes documentales que conforman su acervo, en busca de aquellas huellas que testifican la presencia de mujeres durante los siglos XIX y XX. Decidimos ubicar nuestra búsqueda en este espacio temporal debido a que partimos de la premisa de que es durante estos siglos cuando los testimonios de la participación femenina en la vida social de la ciudad se multiplican. Esperamos que al tiempo en que difundimos los materiales del archivo, orientemos a los estudiosos del tema sobre la veta informativa que espera ser interpretada en miles de legajos y volúmenes históricos, así como a crear expectativas de nuevos análisis cuyo objeto de estudio sea la mujer. XX

EL ARCHIVO GENERAL MUNICIPAL Desde 1994 el Archivo Municipal de Puebla conoció un proceso de sistematización y cuidado sin precedentes que le valió el reconocimiento nacional “Mérito al valor archivístico”, otorgado por el Archivo General de la Nación en 1995. A partir de 1996, la dependencia adquiere el carácter de General,

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motivo por el cual, en la actualidad, el archivo tiene bajo su responsabilidad la organización, transferencia y diseño de programas adecuados para homogeneizar los procesos archivísticos de todas y cada una de las dependencias que conforman el Honorable Ayuntamiento. Resultado de las tareas emprendidas desde 1996, es la organización actual del archivo en Series y Subseries documentales. Respetando esta organización, presentamos a ustedes parte de los resultados obtenidos de la tarea emprendida: SERIE DOCUMENTAL: ACTAS DE CABILDO Sin duda alguna, las actas de cabildo congregan en sus líneas los datos más numerosos e importantes de los gobiernos municipales, sin embargo, por el hecho de ser tan globales —que cubren todos los espacios de la gestión administrativa— la individualización de los personajes no es tan evidente como en otros tipos documentales. Durante el siglo XIX pudimos apreciar un anonimato casi permanente de las actividades femeninas, a no ser por concesiones otorgadas por el Ayuntamiento a viudas y religiosas. Es evidente que aún durante este siglo los patrones culturales del antiguo régimen seguían vigentes, si bien modificados, nunca desaparecieron, en el sentido en que las esferas públicas aún eran poco accesibles al género femenino. Asimismo, se constató que la actividad comercial y el índice de propiedad entre mujeres son mayores que los preconcebidos. Durante el siglo XX los nombres de mujeres se empiezan a multiplicar, cada vez con más frecuencia, en terrenos tan cerrados como los políticos; por ejemplo, no es aislado que desde la década de 1930 la presencia femenina sea constante en el máximo órgano del gobierno municipal: el cabildo. Sin duda, este hecho es sólo un reflejo de una realidad cada vez más patente en las sociedades occidentales. Queda por investigar su participación y actividades dentro de los primeros niveles de gobierno. SERIE DOCUMENTAL: EXPEDIENTES La serie de expedientes es la más extensa dentro del acervo, organizada en 53 subseries documentales. En ellas, existe valiosa información en aspectos económicos, laborales, sociales, sanitarios, etc. promovidas por mujeres ante diversas comisiones del ayuntamiento como Presidencia, Gobernación, Hacienda, Salubridad y Mercados.

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En la comisión de gobernación, hacienda y salubridad podemos encontrar expedientes relativos a las mujeres que ejercían la prostitución en la zona de tolerancia, el tratamiento del mal venéreo que se aplica en el Hospital General, las multas impuestas a hoteles, casas de citas o asignación y accesorias que eran administradas por mujeres. En la comisión de mercados podemos hallar solicitudes y quejas sobre el arrendamiento de locales, jaulas, el pago de piso y sanitarios públicos de los mercados municipales que fueron tramitados por mujeres. En la comisión de presidencia y hacienda encontramos notas sobre la incursión femenina en diversos giros comerciales entre los que destacan las carbonerías, restaurantes, cafeterías, fondas, molinos de nixtamal, verdulerías, tortillerías, paleterías, talleres de costura, etc. Dichas actividades económicas estuvieron bien reguladas bajo la inspección y tributación municipal. De ahí, las constantes solicitudes de licencias, multas y amparos que promueven sus propietarias, administradoras o arrendadoras ante el ayuntamiento. A partir de los años veinte, se hallan los nombramientos de mujeres contratadas para desempeñar empleos como mecanógrafa, taquimecanógrafa, escribiente y auxiliares en las oficinas municipales. Poco a poco la mujer fue ganando no sólo espacios laborales sino también fueron promotoras de campañas educativas y de salud publica, tal es el caso de la sociedad femenina fundada en 1930 que integró el comité de lucha contra el alcoholismo. Debemos aclarar que en relación con los temas antes mencionados como es el caso del ejercicio de la prostitución, nombramientos de empleados municipales y giros comerciales, serán retomados en otras series documentales, con otras características, que permiten enriquecer aun más las investigaciones históricas Es frecuente encontrar peticiones de mujeres viudas que solicitaron a la presidencia municipal la condonación o plazos para pagar la pensión de agua, el pago de la pensión vitalicia de sus esposos que trabajaron en el ayuntamiento y que fallecieron en cumplimiento de su trabajo, particularmente en el alumbrado público; la publicación para contraer nupcias, entre otros. SERIE DOCUMENTAL: TESORERÍA MUNICIPAL La segunda serie más extensa dentro del acervo es Tesorería Municipal, organizada en once subseries documentales de las cuales sólo

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revisamos las subseries de ingresos y egresos, libros de contabilidad, y documentos notariales de propiedad. En ingresos y egresos se extrajo información de las nóminas de empleados municipales. Como nuestra pretensión es conocer cuáles fueron los primeros empleos desempeñados por mujeres en el Ayuntamiento poblano en los albores del siglo XX, se consultó el año 1917, que es el más antiguo de ésta subserie. Para éste año están registradas siete mujeres, de las cuales predominan las escribientes; igualmente se revisaron los años 1922, 1925, 1930, 1935 y 1940, registrándose la percepción salarial. Con respecto a los libros de contabilidad, solamente hablaremos de la información relativa a los giros comerciales, aunque es conveniente mencionar la existencia de otros libros, como lo son multas, pensión de agua, mercados, diversiones y otros; que son testimonios de la diversas actividades económicas del sector femenino en el recién fenecido siglo XX. Se hizo un muestreo de los giros comerciales, extraído del pago de impuestos, en los cuales se apuntan a mujeres ya sea como propietarias, administradoras, arrendadoras o subarrendadoras de un comercio, específicamente para 1944. Los resultados de este sondeo muestran que la venta de carbón fue el giro con más participación por parte de mujeres, seguido por las fondas, loncherías y restaurantes. Interesante fue el encontrar a mujeres al frente de varios negocios, es el caso de doña Rebeca Torres, propietaria de siete molinos establecidos en diferentes puntos de la ciudad; Delfina Madrazo, quien pagaba impuestos por cuatro, e igualmente Juana Sánchez G., dueña de tres molinos. Mención especial son las casas de citas, de asignación, cabarets y accesorias en la zona de tolerancia (los llamados giros negros), administradas por mujeres, para este año sumaron 48 establecimientos, mismos que funcionaban legalmente, bajo el control tributario municipal, pero que definitivamente no eran los únicos, pues consideramos que existía un buen número de éstos fuera de la legalidad y que por lo tanto no los encontraremos en los registros municipales. La subserie documentos notariales de propiedad cuenta con 100 libros correspondientes a doce notarías de la ciudad (notarías núms.1 al 12), para los años 1940-1952. Los libros tratan de la información que envían los notarios al tesorero municipal sobre las escrituras de compraventa de bienes inmuebles, en espera de la respuesta de que no hay inconveniente para que expida el testimonio respectivo. El

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tesorero remite la respuesta, ya sea favorable o negativa, de acuerdo a si el predio se encuentra al corriente en sus pagos por concepto de pensión de agua potable. Es por este trámite de tipo tributario que podemos conocer quién vende, compra, la ubicación y valor del inmueble; por ello, llamamos la atención sobre esta documentación, porque permite vislumbrar la transferencia de bienes, los montos económicos y la capacidad adquisitiva detentada por muchas mujeres. Como ejemplo de ello apuntamos que tan sólo en 1944, en la notaría número 1, están registradas 84, participantes todas ellas en contratos notariales, de las cuales 39 vendieron y 45 compraron algún bien. Nótese que mencionamos sólo a una de las 12 notarías y específicamente para un año, reflexionemos entonces la riqueza informativa que puede arrojar la consulta sistemática de todas por un rango mayor de años. SERIE

DOCUMENTAL:

LEGISLACIÓN

La documentación inventariada en la serie legislación, misma que se encuentra dividida en siete subseries, dentro de las cuales la correspondiente a leyes y decretos consta de 61 volúmenes que datan del año 1800 a 1915. Se trata de una valiosa colección de documentos impresos que en sus libros primeros correspondientes al periodo novohispano, podemos consultar Reales Cédulas, Mandamientos, Bandos Municipales, etc. Un documentos que podemos citar es el decreto contenido en el volumen 1, acerca de las obras pías fundadas para “huérfanas a maridar”, que dispuso que en la distribución de la dote, se prefieran a las huérfanas que quisieran contraer matrimonio con militares heridos en el campo de honor (28 junio 1811). En cuanto a los bandos municipales ejemplificamos con un bando de policía publicado en la ciudad de Puebla el 31 de julio de 1820, que disponía en su artículo 8º que en los baños para mujeres sólo debían ser atendidos por mujeres y por ningún motivo por un hombre, además de prohibir que se bañaran en una sola pieza a un tiempo hombre y mujer, aún cuando estuviesen casados. La información contenida en esta subserie es diversa, para el caso concreto de mujeres, existe el reglamento del 28 de junio de 1831 para la casa del hospicio, dentro del cual en el capítulo 9º se refiere al departamento de partos ocultos (vol. 5). Dentro de la subserie legislación estatal, llamamos la atención del existencia del programa de enseñanza para el Instituto Normal

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del Estado, vol. 80, año 1919, en el cual se apunta sobre la “especial atención que reclama la educación de la mujer” a fin de ser elevada “a la categoría social que le corresponde y pueda por medio de la ciencia y del trabajo, promover a su propia subsistencia con dignidad y autonomía.” En la subserie disposiciones municipales se cuenta con reglamentos para las cárceles de mujeres, hoteles y casa de huéspedes, para la venta de bebidas alcohólicas, pulque y cerveza, entre otros. SERIE

DOCUMENTAL:

PUBLICACIONES

PERIÓDICAS

Esta serie se encuentra dividida en siete subseries, en las cuales se registran una serie de leyes de protección y apoyo para la mujer; como lo es la que contempla el Diario Oficial en febrero de 1947 en donde se decreta que en las elecciones municipales participarán las mujeres en iguales condiciones que los varones, con el derecho de votar y ser votada, un logro bastante importante en respuesta a su lucha encaminada a ser partícipe en las decisiones del país; una serie de reglamentos que la incluyen y la benefician como la Ley del Seguro Social, o el Reglamento de Servicios médicos, para la prestación de los servicios de guardería y para el trámite y resolución de las quejas administrativas ante el Instituto Mexicano del Seguro Social, entre otros. Así encontramos instituciones como el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia, el Sistema de Asistencia Social, el Instituto Mexicano del Seguro Social en todos sus niveles federal, estatal y municipal, órganos básicos que respaldan y asesoran tanto jurídica y psicológicamente a las mujeres mexicanas; además de proporcionarles atención médica. Asimismo existen otros organismos como el Instituto Poblano de la Mujer, creado en 1999, encargado de llevar a cabo programas y eventos en favor de la población femenina, cuya finalidad es lograr la igualdad entre el hombre y ésta. También pudimos apreciar que existen fundaciones de beneficencia privada de orientación y beneficio para mujeres como la “ Casa para la preservación regeneración de la mujer”. Asimismo contamos con la colección de Diálogo Municipal, revista editada por el Ayuntamiento, donde apreciamos el trabajo femenino por la niñez a través de la formación del Comité Municipal del Instituto Nacional de Protección a la Infancia. Así como su participación cultural al pronunciar discursos conmemorativos dirigidos hacia las mujeres y en especial hacia la heroína de Puebla, Carmen Serdán.

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Al realizar este esfuerzo de recopilación, encontramos escasos y dispersos documentos dentro de esta serie de publicaciones oficiales, sin embargo, todos son testimonios valiosos que complementan las investigaciones. SERIE

DOCUMENTAL:

ESTADÍSTICA

Otra serie consultada es Estadística, en la cual encontramos una gran diversidad de registros de carácter estadístico y en los cuales la presencia de las mujeres es bastante notoria, ya sea desempeñando actividades de tipo comercial, como profesionista o bien como empleada del Ayuntamiento entre otros, dichos registros se encuentran clasificados en cinco subseries: Licencias y Giros Comerciales; Filiación de Población y Oficios; Filiación de Empleados Municipales; Registro de Servicios Municipales y Registro de Templos y Partidos Políticos. En primer lugar se encuentra la subserie de Licencias y Giros Comerciales, contenida en 60 volúmenes misma que se clasifican en cuatro apartados. 1.- Repartidoras ambulantes de leche, para el año de 1950, estos registros contienen datos personales además de incluir la fotografía respectiva. 2.- Los Registros Comerciales de 1938-1950, los datos que aparecen son: Fecha, Nombre de la propietaria, Ubicación del negocio, Placas, Denominación, Número del comprobante e Impuesto Municipal. En éste las mujeres aparecen como dueñas de negocios y de fabricas. 3.- Registros de inscripciones de prostitutas de 1886-1928, los datos que se contemplan en cada registro son muy completos: Nombre de la mujer o pupila; Fecha de Inscripción; Nombre de la propietaria de la casa en la que prestaba su servicio, y como datos personales: Patria, población, estado, edad, color, pelo, ojos, nariz, boca, estatura, complexión y señas particulares. Se tienen inventariados más de tres mil nombres de pupilas, y mil quinientos contienen fotografía, en estos casos se anexa los siguiente datos: medidas, color y número de foja. 4.- Registros de Títulos para ejercer alguna profesión de 1930 a 1932. y Registro de credenciales varias y nombramientos de particulares de 1935 a 1950. Es importante mencionar que estos registros cuentan con su respectiva fotografía. En segundo lugar se encuentra la subserie Filiación de Población,

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en la cual se cuenta con: 1.- El Registro de extranjeros, de 1930 a 1985, dentro de los cuales las mujeres tienen presencia significativa. Los datos de cada registro son: nombre; domicilio; nacionalidad; edad; sexo; ocupación y documentación migratoria. Las nacionalidades que se presenta con mayor frecuencia son libanesa, española, italiana, polaca, alemana, checoslovaca, austriaca, cubana, francesa y centroamericana, por sólo mencionar algunas. En algunos casos aparece el registro con fotografía. 2.- Los Censos de Población de 1880 a 1999. La tercera subserie es Filiación de Empleados Municipales. La mujer como empleada del ayuntamiento ha estado presente en varias administraciones, desempeñando diversos trabajos ya fuera como escribiente, y en años posteriores llega a ocupar cargos como funcionaria pública. Para concluir con esta serie documental presentamos la cuarta subserie denominada Servicios Municipales, que abarca los primeros cincuenta años, en la cual se encuentran los siguientes registros: Registro de la niñas de las Escuelas Municipales. Registro de Vacunas Registro del Panteón Municipal Registro de Asistencia de alumnos a las Escuelas. Registro interno de Propietarios de Fosas en el Panteón Datos estadísticos de Matrimonios Eclesiásticos. Registro de títulos de Propiedad en el Panteón Municipal Indices de agua. SERIE DOCUMENTAL: COMUNICACIÓN E INFORMES La última serie consultada es la de Comunicación e informes, que contiene siete subseries, dentro de las cuales se encuentran los informes federales, estatales, municipales y varios, en éstos las autoridades de los tres niveles de gobierno exponen acerca de sus logros durante cada año de su gestión gubernamental. Existen pocas noticias sobre la participación de la mujer en los primeros cuarenta años del siglo XX. Es a partir de la década de los cincuenta cuando en los informes surge la presencia y la labor que realiza la esposa del gobernador y del presidente municipal en diversas acciones de gobierno vinculadas al bienestar social. Su papel es trascendental porque proyectan ante la población no sólo actividades propias de su sexo sino valores morales que surgen y se transmiten desde el hogar, de ahí que ejecuten funcio-

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nes de asistencia social en pro de la mujer, la niñez y la familia. Existe información muy interesante de la oficina municipal de Acción Cívica, Social y Cultural, en donde se manifiesta un panorama de los diversos actos llevados a cabo por el ayuntamiento poblano para brindar oportunidades de trabajo y capacitación a madres solteras y mujeres en el municipio poblano. Resalta la importancia de los jardines de niños y guarderías infantiles instalados en los mercados. Con el transcurso de los años surgió, a nivel federal, el Instituto Nacional de Protección a la Infancia y a la Familia que posteriormente se transformó a partir del sexenio de López Portillo en Desarrollo Integral de la Familia, con marcada injerencia en la ejecución de programas de asistencia social en los tres niveles de gobierno. Dichos proyectos dieron fruto en la creación de diversos talleres de tejido, corte y confección, decoración del hogar, juguetería, dietética, etc., así como también campañas de alfabetización y de salud dirigido a los habitantes de escasos recursos. En este escudriñar por los papeles de la ciudad en búsqueda de huellas o rastros del sexo femenino en Puebla, se puede constatar que estamos tratando de un sector de la población económicamente activo, mujeres que están presentes en las fuentes documentales esperando ser estudiadas; es por ello que el objetivo de este trabajo es incentivar e invitar a los investigadores de diferentes disciplinas a consultar el acervo que resguarda el Archivo General Municipal de Puebla.

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LAS FUENTES, LOS CENTROS Y LOS FONDOS DOCUMENTALES SOBRE LAS MUJERES EN MÉXICO Elva Rivera Gómez

Las fuentes, los centros y los fondos documentales sobre las muje-

res que existen actualmente en nuestro país tienen un antecedente: el movimiento de las mujeres. Su contribución y la del feminismo ha sido hacer visible la historia de las mujeres a través del rescate, reinterpretación y visibilización de las fuentes que dan cuenta de su presencia a lo largo de la historia, y con ello han hecho aportes a las ciencias sociales, y en especial a la Historia. Así, este trabajo tiene como objetivo central estudiar cómo se crearon los centros de documentación sobre las mujeres y cuál ha sido la contribución de las mujeres feministas, académicas y del movimiento amplio de mujeres al rescate y recuperación de las fuentes e investigaciones de la historia de las mujeres en México. Para ello, he dividido el trabajo en cuatro partes. En la primera, se abordan las principales interrogantes sustentadas por el feminismo a la historia tradicional, en particular a la visión androcéntrica en el discurso y escritura de ésta; la segunda analiza los conceptos de género y poder como categorías de análisis para interpretar las fuentes históricas; la tercera estudia los orígenes de los centros de documentación sobre la mujer y/o de género y su contribución al rescate de la memoria colectiva de las mujeres en México, y por último se presentan los trabajos de corte histórico sobre esta temática realizados por historiadoras/es en Puebla, del 2000 al 2004. EL FEMINISMO Y LA INTERPRETACIÓN DE LAS FUENTES SOBRE LAS MUJERES

Algunos de los problemas que enfrentamos cuando investigamos temas relacionados con las mujeres son ¿dónde localizar las fuentes y en qué acervo documental del archivo se encuentran? Esto se agudiza más cuando estudiamos períodos históricos concretos. ¿Por qué es un problema? La clasificación y catalogación de documentos

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realizada por los archivos y las bibliotecas hasta hace unas décadas, privilegiaron los sucesos político-económicos y sociales, donde el hombre es el principal protagonista del devenir histórico. Esta interpretación excluyó a otros grupos sociales, entre éstos, a las mujeres. A partir de la década de los setenta, como efecto de los movimientos culturales, entre ellos el feminista, se crearon grupos y áreas de estudio sobre la condición de las mujeres, al interior del movimiento de mujeres; así como también entre académicas e intelectuales en México. En nuestro campo de estudio, las historiadoras británicas, francesas, norteamericanas y mexicanas, influenciadas por el feminismo o por nuevas corrientes historiográficas, han incorporado diversos enfoques al estudio de las historia de las mujeres. Algunos de los temas de reflexión, son el análisis y reinterpretación de las fuentes para “hacer visible” el papel desempeñado por ellas en los diferentes procesos históricos a nivel internacional, nacional y de la región. Esta propuesta teórica tiene su antecedente en las décadas de los años sesenta y setenta, en un primer momento, y más tarde en los ochenta y noventa, periodos que se relacionan con las etapas de la teoría feminista. Hoy se plantea la necesidad de historiar e interpretar las fuentes desde el enfoque de género, como una posibilidad de reflexionar nuestro pasado a partir de la construcción sociocultural entre los géneros, las cuales han marcado las diferencias entre las mujeres y los hombres y que la historia, hasta hace unas décadas, había privilegiado como una historia centrada en lo público: el estado, la economía, la política, el poder dominado por los hombres. El debate que existe al interior de los estudios sobre las mujeres, está relacionado con la aplicación de teorías y métodos. En el caso de los estudios históricos, éste tiene que ver con el enfoque historiográfico y el tipo de fuentes que se estudia, el problema se agudiza cuando se intenta incorporar otras formas de hacer historia y por lo tanto, otras teorías, métodos y fuentes, como el planteado por el feminismo a la historia androcéntrica y tradicional. El temor por incorporar al feminismo los estudios históricos sobre las mujeres se relaciona con los estigmas y mitos en torno a éstas. Es importante mencionar que el feminismo ha sido tema de debate entre algunas historiadoras. ¿Cómo definir a las mujeres feministas?, ¿Quiénes pertenecen a este grupo? Por ejemplo, la historiadora Michelle Perrot define que “feminista es cualquier mujer que en algún momento de su vida ha hecho alguna contribución para lograr la igualdad de los sexos mediante una inversión de papeles tradicionales” [Perrot, 1997: 81], en tanto Linda Gordon dice que el

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“feminismo es una crítica a la supremacía del hombre, elaborada y presentada a la luz de una voluntad de cambiarla, lo que a la vez supone la convicción de que puede cambiarse” [Gordon, 1997: 121]. Por su parte, la filósofa mexicana Graciela Hierro1 señala: que “desde que se fundó la universidad en el país ha existido el feminismo. Aunque no se considera como tal, pues las mujeres que accedieron a la educación superior necesariamente eran feministas al romper con la visión tradicional de la educación/domesticación femenina. O la ilusión fallida de creerse “hombres” cuando en realidad somos mujeres” [Hierro, 1999: 33]. Las afirmaciones de estas autoras, con las cuales podemos estar de acuerdo o no, me parece, son ilustrativas para conocer diferentes posiciones en torno a un mismo concepto. Luego entonces, es necesario un encuentro entre las disciplinas y teorías, entre historiadoras, feministas y no, con las teóricas feministas mexicanas para analizar métodos que contribuyan al rescate de la memoria colectiva femenina a lo largo de la historia. Es una tarea pendiente. Ojalá pueda darse en algún momento; será, sin lugar a duda, un reto para las nuevas generaciones de historiadoras e historiadores. El desconocimiento del feminismo y de sus corrientes ha causado miedo y rechazo en algunos/as colegas, a tal grado que afirman “yo hago investigación sobre las mujeres, pero no soy feminista”, por eso algunas historiadoras se han inclinado por los enfoques historiográficos que han tenido auge en México, otras han enfrentado el reto incorporando conceptos y categorías del feminismo a los estudios históricos. Así, pues, podemos distinguir dos tipos de estudios históricos sobre las mujeres: los elaborados desde alguna de las corriente historiográficas contemporáneas y los feministas. La interpretación y análisis de diversas fuentes históricas hechas por las historiadoras Josefina Muriel, Pilar Gonzalbo, Asunción Lavrin, Solange Alberro, Carmen Ramos Escandón, Gabriela Cano, Julia, Esperanza y Enriqueta Tuñón, Ana Lau, entre otras, ha permitido conocer no sólo nuevos temas, sino también rescatar y escribir la historia de las mujeres en México, que fueron ignoradas durante mucho tiempo por la historia tradicional. La interpretación androcéntrica de las fuentes históricas ha sido otro elemento importante que se debe señalar. ¿Quién elige qué fuente o documento es importante y cuál no?, ¿Cuál debe rescatarse? La que destaca un hecho protagonizado por los hombres o la que habla acerca de la vida privada de las mujeres (menstruación, lactancia, educación, etc.). Estas son preguntas que en muchas ocasiones

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no se hacen las personas responsables, al momento de seleccionar, clasificar y catalogar las fuentes documentales de cada uno de los acervos históricos que conocemos. ¿Por qué? Porque uno de los principales argumentos que se privilegian es que se debe rescatar aquella documentación con valor político, económico, etc. y en especial los referentes al poder masculino y que de alguna manera han contribuido a “invisibilizar” las fuentes sobre nuestra presencia en las distintas etapas históricas. Por eso, considero que una de las tareas primordiales de las historiadoras, que nos dedicamos a estos temas, es contribuir con los archivos y bibliotecas para impulsar la elaboración de catálogos de fuentes documentales sobre las mujeres, así como también en acercar al personal y a los directivos para que conozcan otros enfoques e incluyan en la clasificación y rescate de la documentación variantes de palabras clave (descriptores) de sucesos donde estén presentes las mujeres y los hombres, tanto en la vida pública como en la privada. Son dos corrientes las que introducen el tema de las mujeres a la historia. Una es la escuela francesa de los annales. Ésta nos ha permitido conocer otras formas de interpretar la historia, más allá de nuestra disciplina, “la historia total”, esa historia que como decía Bloch y Fevbre, permita compartir métodos y teorías con otras disciplinas. Fernand Braudel, por su parte, en Vida material, economía y capitalismo2, nos introdujo al estudio de nuevos temas. Me refiero al espacio doméstico, la ropa, la alimentación, etc., y por último los trabajos de George Duby, Philipps Aries y Michelle Perrot, son estudios de carácter interdisciplinario y de largo aliento, como la Historia de la vida privada, Historia de las mujeres en Occidente, la Historia de la familia y la Historia de las sexualidades en occidente.3 La otra corriente ha sido el feminismo, que ha influido en los estudios hechos por las historiadoras feministas europeas, norteamericanas y mexicanas, y ha permitido, hasta ahora, conocer otra forma de interpretar y rescatar la historia de las mujeres. En México, gracias a la cátedra pionera de Carmen Ramos Escandón en la UNAM, UAM y en el PIEM -COLMEX, conocemos hoy los trabajos de historiadoras: Joan Wallach Scott, Michelle Perrot, Selma Leydesdorff, Joan Kelly Gadol, Linda Nicholson, entre otras, incluidas en Género e Historia, obra que se ha convertido en un clásico para los estudios históricos desde un enfoque feminista en nuestro país. Las propuestas teórico-metodológicas elaboradas por el feminismo e incorporadas por las historiadoras a los estudios históricos han sido todo un reto. ¿Cómo hacer “visible” nuestra historia? Una for-

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ma es buscar las huellas en las diversas fuentes. Por eso, Michelle Perrot destaca que las fuentes de información revelan el lugar que se ha asignado a las mujeres, las cuales varían en cada periodo y en cada cultura. Muchas de éstas dependen de las ideas predominantes acerca del quehacer histórico, así como del papel de los sexos y de las relaciones entre ellos. Es aquí donde podemos distinguir ¿quiénes y cómo han clasificado los documentos, las fuentes y qué historia se ha privilegiado? Si queremos rescatar y construir la historia de las mujeres debemos considerar los registros existentes desde una nueva mirada; sólo esta revisión exhaustiva permitirá, sin duda, descubrir nuevos temas de investigación. Perrot nos propone cuatro formas de realizar un nuevo análisis de las fuentes históricas: el análisis de las fuentes desde un ángulo diferente, el uso de los testimonios de acontecimientos comunes y de la vida privada, la incorporación de las fuentes literarias, iconográficas y la inclusión de las fuentes orales [Perrot, 1997:72-78]. Otro elemento que, tal vez, valdría la pena distinguir, es hablar de la historia de las mujeres y no de la historia de la mujer, ya que como afirman las historiadoras feministas, la mujer en abstracto no tiene existencia histórica concreta en un tiempo y en un espacio. Las mujeres han vivido de manera plural, en las más diversas circunstancias. Somos sujetos, en lo individual y de manera colectiva, de una historia propia, compleja, diversa y llena de contradicciones que sólo podremos conocer con profundidad mediante un análisis que nos vincule con los procesos históricos globales. La investigación histórica acerca de las mujeres exige planteamientos metodológicos innovadores, sin rupturas con las ricas tradiciones de la disciplina histórica, plantea Scott. Scott afirma que la originalidad de nuestra historia está en el tipo de preguntas que formula. Son preguntas que nos hacen visibles como sujetos históricos. Algunas de éstas son ¿Por qué y cómo las mujeres se vuelven invisibles para la Historia, cuando de hecho fueron actores sociales y políticos del pasado? [Scott, 1997: 47]. Por su parte, Perrot destaca que las mujeres como grupo social no nos hemos convertido en precursoras de procesos revolucionarios y nos hemos encontrado lejos de los centros de autoridad y del poder formal.4 La respuesta, según Scott, tiene que ver con la definición que se le ha dado a la historia en determinado sistema de interpretación, valores, etc. Los hombres sólo han registrado ciertos acontecimientos, procesos y movimientos como dignos de un análisis histórico de manera exclusiva, y han vuelto “invisibles” a las mujeres [Scott,

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1997: 46-47]. Tal exclusión se debe a que la historiografía se ha ocupado principalmente de la vida pública, donde las mujeres hemos tenido poca presencia. Para conocer cuáles son las causas de exclusión e invisibilidad de las mujeres en el discurso histórico, es necesario conocer entonces categorías que nos permitan explicar y elaborar la historia de las mujeres. GÉNERO, PODER Y SU RELACIÓN CON LOS ESTUDIOS HISTÓRICOS El estudio de la historia de las mujeres requiere de una reinterpretación de nuestra disciplina, de una metodología que incorpore otras categorías de análisis, que permitan incluir las experiencias del género humano para elaborar una historia global e incluyente. Uno de los aportes más importantes a la metodología de la ciencia histórica, en particular a la historia de las mujeres, es la categoría de género; Scott señala que esta es una categoría y herramienta analítica integrada por dos componentes: “El género como elemento constitutivo de las relaciones sociales, basadas en las diferencias que distinguen el sexo y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder” [Scott, 1997b: 289]. Además distingue los elementos del género, integrada por cuatro elementos interrelacionados: 1. Los símbolos y los mitos culturalmente disponibles que evocan una representación múltiple. 2. Los conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos. Estos conceptos se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas que afirman categórica y unívocamente el significado de varón y mujer, masculino y femenino. 3. Las instituciones y organizaciones sociales de las relaciones de género: el sistema de parentesco, la familia, el mercado de trabajo segregado por sexos, las instituciones educativas, la política. 4. La identidad subjetiva: individual —biografías— y colectiva de grupos [Scott, 1997b: 289-292].

La aplicación del concepto de género está estrechamente vinculado con la estructura de poder, del cual hemos estado excluidas las mujeres.

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En este sentido, el estudio del poder planteado por Foucault propone repensar la producción de lo real a partir de su minúscula operación local y contingente. Para él, el poder es un desdoblamiento complejo que supone: [...] primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias de dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales [Foucault, 2002:112-113].

Y añade [...] son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder siempre locales e inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está en todas partes, no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes [Foucault, 2002: 113].

El poder así definido es omnipresente, porque está continuamente produciéndose en todos los puntos. El poder entonces, se ejerce a partir de innumerables puntos, y en un juego de relaciones móviles y no igualitarias. Las relaciones de poder son inmanentes y desempeñan, allí donde actúan, un papel productor. El discurso y el poder están estrechamente vinculados con la interpretación no sólo de las fuentes, sino también de la propia historia. Así, entonces, la aplicación del concepto género está relacionado con la estructura del poder, del cual hemos estado excluidas las mujeres en la historia. De ahí que, como señala Scott, el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder, donde se origina la relación subordinación-dominación y donde se definen, además por los símbolos culturales y los conceptos normativos, las

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nociones políticas segregadas por sexo e identidad subjetiva que permite la reproducción del género [Scott, 1997b: 292]. ¿Hemos estado presentes en el discurso histórico? No, pero en las fuentes sí, sólo que poco se ha investigado en ellas. ¿Cuándo, por qué y quiénes se interesan por éstas? La respuesta, por supuesto tiene que ver con el movimiento impulsado por las mujeres y en particular por las feministas. La década de los setenta fue una etapa de movilización, y que logró no sólo un avance político, sino también teórico en algunos países. Lo que posibilitó elaborar una serie de preguntas ¿Quiénes somos nosotras?, ¿Tenemos las mujeres una historia?, ¿Hay formas de expresión y de cultura que son peculiares de las mujeres? Estas interrogantes llevaron a las historiadoras feministas europeas y norteamericanas a una reflexión consigo mismas y al interior del propio feminismo en la academia. La necesidad de elaborar una historia de las mujeres llegó a sentirse, empezando por las universidades, con la creación de los primeros cursos de estudios de la mujer, investigaciones y publicaciones;5 así como también por el movimiento popular de las mujeres. Así, entonces, se planteó la necesidad de recopilar fuentes sobre las mujeres, y reunirla en acervos especiales. A partir de esta inquietud se inician los trabajos para crear centros de documentación. LOS CENTROS DE DOCUMENTACIÓN EN MÉXICO Quiénes, cómo, cuándo y qué han escrito las mujeres. Quiénes son nuestras antecesoras. Éstas han sido preguntas que han hecho las mujeres a Clío. Las fuentes sobre nuestro pasado están en los archivos esperando su consulta y, por supuesto, ser interpretadas. Y sobre las fuentes de la historia de las mujeres en la etapa contemporánea, ¿quién las recuperará?. Estas han sido las principales inquietudes de las mujeres dentro de la academia y de la sociedad civil, así como también de algunos organismos gubernamentales. Ellas han impulsado la creación de los centros de documentación y bibliotecas sobre las mujeres, a través de los cuales se han rescatado y concentrado diversas fuentes del movimiento. Como bien señala la historiadora Perrot, las investigaciones de la historia de las mujeres ya han producido un buen número de obras escritas. Sin embargo, muchas de ellas resultan improductivas porque son desconocidas, por ello propone la creación de centros de documentación, que deben reunir diversos tipos de materiales y cuyas tareas primordiales son recabar información en varios niveles:

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1. Obras existentes. Una bibliografía de bibliografías, con útiles de trabajo y centros de investigación. Un archivo de obras impresas: libros y especialmente artículos de publicaciones: las que son para mujeres y las que se refieren a los estudios sobre las mujeres. 2. Equipos, grupos y centros de investigación de la historia de las mujeres por todo el mundo. 3. Investigadores, hombres y mujeres en el campo. Sistema de banco de datos, análisis temáticos comparativos [Perrot, 1997: 83-85].

En México existen bibliotecas y centros de documentación especializados en estudios de las mujeres, entre los que podemos identificar tres grupos: a) Asociaciones Civiles y Organizaciones no Gubernamentales, b) Organismos Gubernamentales e Internacionales, y c) Instituciones Académicas. a) Asociaciones Civiles y Organismos no Gubernamentales. A este grupo pertenece Comunicación, Intercambio y Desarrollo Humano en América Latina (CIDHAL) —fundado por Betsie Hollants—, primera organización civil de mujeres que creó en 1979 el primer centro de documentación. Diez años después, en 1989 convocó al Primer Encuentro Nacional de Centros de Documentación, cuyo objetivo principal fue conocer y reflexionar en torno a la organización y ofrecer servicios de información acerca de las mujeres, se decía: “estamos ayudando a re-construir nuestra memoria colectiva, a rescatar nuestras historias”[FEM, 1990: 4142]. Los principales acuerdos del encuentro fueron: 1) Intercambiar información documental sobre el movimiento de mujeres y el movimiento feminista, así como sobre las adquisiciones que contribuyan a ampliar los acervos. 2) Vincular a los centros de documentación con el movimiento feminista y con los centros de documentación sobre la mujer de Latinoamérica [FEM, 1990: 41-42].

Los centros de documentación que participaron en el encuentro fueron: Acción Popular de Integración A. C. (APIS), Centro de Apoyo a Mujeres Violadas (CAMVAC), Centro de documentación SEP-UNESCO, Comunicación, Intercambio y Desarrollo Humano en América Latina (CIDHAL), Colectivo Kollontai, Colectivo de Lucha contra la Violencia (COVAC), Documentación y Estudios de la Mujer, A. C. (DEMAC), Grupo de Educación Popular con Mujeres (GEM), Servicio Desarrollo y Paz (SEDEPAC), Área de Educación y Salud de la UAM-Xochimilco,

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Programa Interdisciplinario de la Mujer (PIEM-COLMEX), todas del Distrito Federal. De otros estados participaron: el Centro de Documentación Feminista COATLICUE (Colima), CIDHAL de Cuernavaca, Colectivo Feminista de Xalapa, Mujer en el Desarrollo Rural (Universidad de Chapingo), OASIS (Tepoztlán), Vejez en México, Estudio y Acción (VEMEA, Cuernavaca). En 1998 CIDHAL convocó nuevamente al curso de capacitación sobre Centros de Documentación, el cual abarcó cuatro regiones del país y puso énfasis en la capacitación del personal responsable en el manejo de los sistemas de clasificación, catalogación, en la elaboración de los Tesaurus y de los sistemas digitalizados. Una de las características de estos centros y bibliotecas es que han incorporado y enriquecido sus sistemas de clasificación, incorporando a éstos descriptores elaborados desde una perspectiva de las mujeres; este es uno de los rasgos que los distingue como centros especializados de las bibliotecas tradicionales. Algunos centros de documentación y bibliotecas de organizaciones de mujeres se han especializado en los siguientes temas: a) Medios de Comunicación, Comunicación e Información de la Mujer6 (CIMAC) y MODEMMUJER; b) En salud reproductiva; el Grupo de Información sobre Reproducción Elegida (GIRE); c) Violencia de género, COVAC y d) En documentación, CIDHAL. Algunas de estas organizaciones cuentan con publicaciones; otras, a través de sus páginas electrónicas ofrecen información. De éstas, sólo la última oferta el servicio de búsqueda de información en línea y además cuenta con más de 7 mil 500 referencias bibliográficas, una base de datos en POPLINE. Además de contar con diversas publicaciones y páginas web. b) Organizaciones gubernamentales e internacionales. La organización de la Primera Conferencia Internacional de la Mujer, celebrada en México en 1975, llevó al gobierno mexicano a crear un Departamento de la Mujer al interior del Consejo Nacional de Población, a través del cual se concretaron las primeras políticas públicas dirigidas hacia las mujeres en materia de población. Desde esta instancia, años más tarde se llevaron a cabo diversas investigaciones que reunieron a mujeres feministas e intelectuales, así como también de diversos sectores gubernamentales, con el fin de elaborar un diagnóstico sobre la condición de las mujeres en México, que se presentó en la IV Conferencia Internacional de la Mujer en Pekín, China, en 1995, y fue publicado en 19 cuadernos.7 Esto trajo como resultado la necesidad de impulsar la creación de acervos bibliográficos sobre las mujeres en algunas dependencias del sector gubernamen-

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tal. A finales de los ochenta se crea el Programa Nacional de la Mujer, el cual es transformado a principios de los noventa, en el Instituto Nacional de la Mujer. Es importante señalar que en cada uno de los estados de la República, los gobernadores y/o los congresos aprobaron la creación de los institutos de la Mujer. La gran mayoría de estos institutos actualmente cuenta con centros de documentación y/o bibliotecas. Otras instituciones del sector gubernamental, que cuentan con material especializado, son el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), la Subprocuraduría de Atención a Víctimas del Delito de la Procuraduría General de Justicia. Los organismos internacionales que tienen fondos bibliográficos y hemerográficos especializados a nivel internacional y latinoamericano son: la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Population Council, Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), y el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM). c) Instituciones académicas. En los ochenta, son dos instituciones académicas las que inician la recopilación de materiales principalmente sobre las investigaciones feministas y/o de las mujeres, así como también a concentrar diversas publicaciones y fuentes sobre las mujeres. Una de ellas es la Unidad Documental del Programa de la Mujer, de El Colegio de México; la otra es el Área de Educación y Salud de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. En los noventa, con la fundación del Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, se crea la Biblioteca “Rosario Castellanos”. Estos son los centros académicos más consolidados y especializados, y que por sus acervos hemerográficos, bibliográficos y documentales sobre el movimiento y la teoría feminista, así como del movimiento de las mujeres, son muy importantes a nivel nacional y latinoamericano. El centro de documentación del PIEM-COLMEX es el único que cuenta con servicio en línea y además elabora, en versión electrónica, las notas informativas sobre las mujeres que son publicadas en los principales diarios nacionales. Una contribución importante del feminismo en la academia universitaria es la docencia, investigación y divulgación de estos estudios. A principios de los setenta y hasta los ochenta se crearon áreas y seminarios sobre la mujer; en la década de los noventa, algunos de éstos se transformaron en Centros, Programas y Seminarios de estudios de género. En 19988 se creó la Red Nacional de Centros y Programas de Estudios de Género de Instituciones de Educación Supe-

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rior Públicas y Privadas. Un año después se elaboró el diagnóstico de la Red, que fue presentado en el Primer Coloquio celebrado en Chapala, Jalisco. Uno de los temas abordados se refiere a los centros de documentación. El diagnóstico9 muestra que de las 37 instituciones de educación superior que cuentan con áreas de estudios de la mujer y/o de género, sólo 2110 tienen centros de documentación y/o bibliotecas. De éstas, sólo la biblioteca “Rosario Castellanos”, del PUEG; la Unidad Documental del PIEM-COLMEX, y la Maestría en Estudios de la Mujer, de la UAM-Xochimilco, cuentan con personal especializado. Algunas de las universidades que cuentan con acervos bibliohemerográficos son la Universidad de Guadalajara, la Universidad de Colima, la BUAP, Colegio de Posgraduados, Universidad de Chapingo, Universidad de Sinaloa, Universidad Autónoma de Nuevo León, Universidad Pedagógica, D. F., entre otras. En el 2003, se lleva a cabo el II Encuentro Nacional de Centros de Documentación y/o Bibliotecas Especializadas en Mujeres y Género, el cual reunió a organizaciones y asociaciones civiles, organismos gubernamentales e instituciones académicas. Asistieron 38 instituciones de 17 estados de la República, ocho instituciones académicas, ocho organismos de la sociedad civil y cinco organismos internacionales, los cuales elaboraron un diagnóstico de las Bibliotecas y Centros de Documentación Especializados en Mujeres y Género, y cuyo resultado más importante fue la creación de la Red Nacional. LOS ESTUDIOS HISTÓRICOS SOBRE LAS MUJERES EN PUEBLA En los últimos años, en Puebla se han incrementado las investigaciones históricas sobre las mujeres; es importante reconocer que la gran mayoría de éstas incluyen alguno de los enfoques historiográficos combinados con la categoría de género. Entre estos trabajos destacan obras colectivas, libros y artículos publicados del 200011 a la fecha. Así, también se incluyen tesis que se han realizado en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. a) Obras colectivas: 1. Construyendo la historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala, Sinaloa), trabajo coordinado por Gloria Tirado Villegas, que incluye trabajos de carácter histórico de tres estados del país, entre los que se incluyen: “La matrícula femenina en la Escuela de Artes y Oficios del Estado de Puebla”, de María Lourdes Herrera Feria; “La ropa sucia se lava

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en casa. La higiene como responsabilidad de la mujer en el México del siglo XIX”, de Ana María Huerta; “Tradición y ruptura, Identidad y diferencias de las mujeres poblanas”, de Gloria Tirado Villegas; y “Para una historiografía reciente de las mujeres en Puebla”, de Elva Rivera Gómez. 2. Las nuevas identidades, coordinado por María del Carmen García Aguilar, incluye los siguientes artículos: “Reconstruyendo nuestra historia. Las mujeres en la BUAP”, de Elva Rivera Gómez; “Las mujeres a fin de milenio y su herencia cultural: Puebla”, de Gloria Tirado Villegas; y “La mujer y los medios de comunicación al fin del milenio”, de Ana María Huerta Jaramillo. Además, la obra contiene artículos sobre teoría feminista, filosofía feminista y un apartado sobre la situación de las mujeres desde el siglo XIV hasta el siglo XIX, éstos son: “Prostitutas, burdeles y la magia del amor en el México del orden y el progreso”, de Guadalupe Ríos de la Torre; “Diablo, magia y mujer en el discurso colonial novohispano”, de Marcela Suárez Escobar; “Fue la cacería de brujas una persecución de mujeres”, de Elia Nathan Bravo; y “ El conocimiento de las brujas”, de Norma Blázquez Graff. 3. Dos trabajos relevantes sobre las mujeres poblanas del siglo XIX son: “La presencia femenina en el proceso educativo”, de María de Lourdes Herrera Feria; y “Las lavanderas van a la escuela”, de Ana María Huerta Jaramillo, los cuales se incluyen en la obra colectiva coordinada por Lourdes Herrera Feria: La educación técnica en Puebla durante el porfiriato: la enseñanza de las artes y los oficios. 4. A nivel latinoamericano, la obra editada por Juan Andreo y Sara Beatriz Guardia, publicada por la Universidad de Murcia, en el 2002, intitulado Historia de las mujeres en América Latina,12 reúne artículos que abarcan desde la época prehispánica, conquista, colonia y los siglos XIX y XX. Es importante señalar que en ella se incluyen dos artículos sobre Puebla: “ Zona de tolerancia o zona roja. La vida de noche en el barrio de San Antonio, de la ciudad de Puebla”, de Gloria Tirado Villegas y “Los estudios de género y su relación con la historia. La historiografía reciente en Puebla 1990-2000”, de Elva Rivera Gómez; así como también los trabajos de Blanca López de Mariscal, “El viaje a la Nueva España entre 1540 y 1625: el trayecto femenino”; Enriqueta Tuñón, “¡Todas a votar! Las mujeres en México y el derecho al voto: 1917-1952”; de María Lourdes Acevedo, “Avances y retrocesos de la participación política y ciudadana de las mujeres mexicanas al final del milenio”, y el de María del Carmen García Aguilar, “El feminismo contemporáneo: Una mirada desde México”.

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5. Otra obra colectiva coordinada por Ana María Huerta Jaramillo, Lavanderas en el tiempo, aborda temas como “El jabón de la Puebla colonial, mestizaje químico”, La ropa sucia se lava en casa”, “Del jabón de olor al jabón medicinal”, de Ana María Huerta; “Lavando los vestidos del alma”, de Ana María Huerta en coautoría con Carlos Hugo Zayas; “Lavando culpas. El confinamiento colonial femenino”, de Ana Claudia Islas Román. [Huerta, 2003] Esta obra colectiva nos refleja el papel que las mujeres han desempeñado en la higiene y la salud tanto en ámbito público como en el privado. b) libros 1. Vientos de la democracia, de Gloria Tirado Villegas; en esta obra, la autora dedica un apartado a las mujeres que participaron en el movimiento estudiantil del 68 en Puebla; también presenta un testimonial que permite conocer las historias de vida de cada una de las participantes. 2. La otra historia. Voces de Mujeres del 68 Puebla, de Gloria Tirado Villegas; es una publicación que nos presenta un estudio sobre la participación de las mujeres en el movimiento estudiantil de 1968 en la Universidad Autónoma de Puebla, y que es un trabajo pionero en la historiografía del movimiento del 68 del país. c) Artículos 1. “Otra mirada al 68: mujeres universitarias en Puebla”, de Gloria Tirado Villegas; “la autobiografía, fuente para el estudio de las mujeres: con las palabras escribimos nuestras historia”, de Elva Rivera Gómez; “Aprendices de artesana en la ciudad de Puebla de los Ángeles”, de María de Lourdes Herrera Feria, son artículos incluidos en el número especial dedicado a las mujeres de la Revista Graffylia, publicado por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, en el 2003. 2. “La domesticación del cuerpo femenino en la perspectiva de la historia regional”, de María de Lourdes Herrera Feria, “La sociedad contemporánea y la participación de las mujeres en las humanidades”, de Elva Rivera Gómez, fueron trabajos publicados en la Revista GenEros, del Centro de Estudios de Género de la Universidad de Colima. d) Tesis de grado del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP 1. Tino Antonio, Jorge. Mujeres que levantan flores. Cambios y continuidades en el oficio de las parteras Olintlecas. 1940-2000. 2002. 2. Núñez Merino, Miriam Aleida. La reforma educativa de 1934 y

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las ideologías de género en el periodo cardenista. Un ejercicio de aplicación de la perspectiva de género al estudio histórico. 2003. 3. Rosas Salcedo, Isabel Rosalba. La Obrera Textil en la Ciudad de Puebla 1940-1964. 2003. 4. Miguel Vargas, Maribel. La Participación de la Mujer en el Movimiento estudiantil de 1968. 2003. 5. Cruz Carvajal, Cristina. Atisbos de modernidad: Participación de la las mujeres en el movimiento maderista. 2004. 6. Roldán Palacios, Guadalupe. El Movimiento por el derecho al Voto. Lo visible y lo invisible. Puebla. 2004. 7. Rojas Juárez, Teresita. Las mujeres católicas de Libres Puebla. Los años veinte. 2004. CONSIDERACIONES

FINALES

Los estudios históricos, y en particular los referentes a las mujeres, hoy se ven enriquecidos con nuevos temas y enfoques teóricos. Algunos de los cuales muestran la interdisciplinariedad. Los estudios feministas han impactado en diversas disciplinas, entre estas a la historia; entre sus principales aportes podemos destacar los siguientes: a) han obligado a buscar e incorporar nuevas fuentes para escribir la memoria colectiva de las mujeres. b) han incorporado categorías de análisis para poder explicar los cambios, las rupturas, coyunturas en la construcción histórica entre los géneros, pero en especial el de las mujeres. c) han despertado el interés por conservar, rescatar y clasificar —con un lenguaje propio— las fuentes en centro de información especializadas. d) en la academia ha posibilitado espacios de docencia, investigación de los estudios sobre las mujeres desde diversas corrientes del pensamiento feminista. La creación de los centros de documentación sobre las mujeres es hoy un tema de reflexión al interior de los organismos de mujeres, gubernamentales y académicos. Entre las tareas pendientes sobresalen la formación y capacitación de profesionales, el incremento de financiamiento para adquisición de bibliohemerografía, de las investigaciones y publicaciones. Incorporar las nuevas tecnologías a los sistemas de información y base de datos, para hacerlos accesibles a un público más amplio.

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Notas 1

La Dra. Hierro falleció en octubre del 2003, fue una destacada feminista, fundadora del PUEG de la UNAM, entre sus publicaciones destaca De la domesticación a la educación de las mexicanas, obra que refleja una visión filosófica y en donde la autora nos presenta una aproximación histórica de la educación de las mujeres en nuestro país. 2 En el tomo dedicado a la vida material, Braudel hace un estudio de larga duración a través del cual ilustra los cambios y las transformaciones en la vida material y cultural, en donde las mujeres desempeñan un papel importante. 3 Son obras colectivas que nos presentan estudios realizados desde un enfoque interdisciplinario. Duby, G., Perrot, Michelle, (1993) Historia de las mujeres, España, Taurus; Aries, A. Bejín, Foucault, M. (1987) Sexualidades occidentales, México, Paidos. 4 Perrot y Duby lo han llamado los tres santuarios masculinos cerrados a las mujeres: “el religioso, el militar y el político”. G. Duby y M. Perrot, introducción en Historia de las mujeres de occidente. Madrid, Taurus, 1993, p.15. 5 El caso de los estudios sobre la mujer en Estados Unidos y Europa lo podemos ver en los artículos de Scott, Perrot y Lydesforff, incluidos en la obra compilada por Carmen Ramos, op.cit. 6 CIMAC dirigido por Sara Lovera, produce información en Línea actualmente, pero en un principio recopiló y seleccionó información hemerográfica que se encontraba en el PUEG de la UNAM y que actualmente se encuentra en el Fondo Documental del Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, en Puebla. 7 Trabajos realizados por el Comité Nacional Coordinador de las Actividades Preparatorias para la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, encabezada por la secretaria técnica, Lic. Gloria Brasdefer. Los trabajos son resultado de diagnósticos elaborados por los gobiernos locales, investigadoras/es y los poderes legislativos y judiciales y que reúnen temáticas especificas sobre las mujeres en México. 8 La iniciativa de creación de la Red fue impulsada por Lorenia Parada Ampudia y Gloria Careaga estando en la dirección del PUEG la filósofa feminista Graciela Hierro Pérez-Castro. 9 Diagnóstico de Centros y Programas de Estudios de Género. (1999) Chapala, Jalisco, Archivo del Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP; el cual fue elaborado por Lorenia Parada Ampudia y Mary Goldsmith, y Dora Cardaci como “Los programas y centros de estudios de la mujer y de género en México,” en Feminismo en México. Revisión histórico-crítica del siglo que termina, editado por Griselda Gutiérrez Castañeda, (México: PUEGUNAM, 2002): 247-264. 10 La mayor parte de sus acervos son resultado de intercambios de publicaciones, de donaciones y sólo algunas cuentan con financiamiento para adquisición de material bibliohemerográfico. 11 Un trabajo que antecede a éste, es el publicado por la autora del presente trabajo en Construyendo la historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala,Sinaloa), donde se incluye una bibliografía de estudios sobre las mujeres en Puebla, de 1990 al 2000. 12 Obra que reúne 28 trabajos presentados en el Segundo Simposio Internacional La Mujer en la Historia de América Latina, organizado por el Centro de Estudios de la Mujer en la Historia de América Latina (CEMHAL), fundado en 1997 y presidido por Sara Beatriza Guardia, en octubre del 2000, y que fue coeditado con el Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América de la Universidad de Murcia, España.

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BIBLIOGRAFÍA Andreo García, Juan, Guardia Sara Beatriz. 2002. Historia de las mujeres en América Latina. Murcia, Universidad de Murcia. Aries, A. Bejín, Foucault, M. 1987. Sexualidades occidentales. México, Paidos. Diagnóstico de Centros y Programas de Estudios de Género. 1999. Chapala, Jalisco, Archivo del Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Duby, G., Perrot, Michelle. 1993. Historia de las mujeres. España, Taurus. Foucault, Michel. 2002 “El dispositivo de sexualidad” en Historia de la sexualidad. 1. la voluntad de saber. México, Siglo XXI. García Aguilar, María del Carmen. 2002. Las nuevas identidades. México, BUAP. Gordon, Linda. 1997. “¿Qué hay de nuevo en la historia de las mujeres” en Ramos, Escandón, Carmen. Género e Historia. México, Instituto MoraUAM. Herrera Feria, María de Lourdes. — 2002. La educación técnica en Puebla durante el porfiriato: la enseñanza de las artes y los oficios. México: SIZA- UTP-BUAP-SEP. — 2003. “La domesticación del cuerpo femenino en la perspectiva de la historia regional ”Revista GenEros, Año 10, núm. 29, Universidad de Colima. Hierro, Graciela. 1999. “Casi veinte años de feminismo en la UNAM. Del GAMU al PUEG.” Revista FEM. (D. F.:México) año 23, No. 192, marzo. Huerta, Ana María Dolores. 2003. Lavanderas en el tiempo. México, INMUJER-IPM. Perrot, Michelle. 1997. “Haciendo historia: las mujeres en Francia” Ramos Escandón, Carmen. Género e Historia. México, Instituto Mora-UAM. Revista Graffylia. 2003. Año 1, núm. 1, enero-junio. Rivera Gómez, Elva. 2003. “La sociedad contemporánea y la participación de las mujeres en las humanidades”, en Revista GenEros Año 10, núm.29, Universidad de Colima. Scott, Joan W. — 1997. “El problema de la invisibilidad” en Ramos Escandón, Carmen. Género e Historia. México, Instituto Mora-UAM. — 1997b. “El género una categoría útil para el análisis histórico” en Lamas, M. La construcción social de los géneros: Cuestiones teórico-metodológicas. México, PUEG-PORRUA. Tirado Villegas, Gloria. — 2001. Vientos de la democracia Puebla, 1968. México, BUAP. — 2002. Construyendo la historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala, Sinaloa). México, CEG/FFyL/BUAP-IPM. — 2004. La otra historia. Voces de Mujeres del 68 Puebla. México, BUAP-IPM.

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FUENTES HEMEROGRÁFICAS: MUJERES EN LA PRENSA OFICIAL POBLANA, INDICE PRELIMINAR, 1849-1890 Por María de Lourdes Herrera Feria con la colaboración de Lucero Rodríguez Velázquez y Ubaldo Hernández Flores

UN APRETADO RECUENTO SOBRE LA PRENSA MEXICANA

Desde finales del siglo

XVIII, la prensa periódica apareció en las colonias españolas en América. De acuerdo con González de Cossio, F. [1949 : xi y s.s.], el quehacer periodístico regular se inició formalmente en México en 1722 cuando don Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche publica el primer número de su Gaceta de México. Seis números de ese primer periódico mexicano vieron la luz en los primeros meses de 1722 y seis años después el presbítero don Juan Francisco Sahagún de Arévalo y Ladrón de Guevara, en 1728, reanudó la publicación de la Gaceta de México, que bajo su responsabilidad se publicaría hasta 1742. Así, las gacetas de Castorena y de Sahagún de Arévalo constituyen los testimonios de la primera etapa del periodismo mexicano. Las noticias oficiales, religiosas, comerciales, sociales y marítimas se organizaban de acuerdo con el modelo europeo, se distribuían por capítulos, y dentro de ellos por orden cronológico, o bien, de acuerdo a la jerarquía de noticias. La información extranjera se obtenía de las gacetas españolas y de otras fuentes de información como los pliegos oficiales o la correspondencia de los funcionarios que el autor de las gacetas conocía, o bien de los rumores cuya aparición coincidía con la llegada de barcos a los puertos de la Nueva España. En sus primeros períodos tanto las gacetas de Castorena como las de Juan Francisco Sahagún, se ocuparon de describir vivamente las características de la sociedad mexicana. Después de 1742 aparece un tipo especial de periodismo, ocupado en ilustrar a los novohispanos a través de reflexiones sobre cuestiones literarias y descripciones del mundo natural, José Antonio

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FUENTES HEMEROGRÁFICAS: MUJERES EN LA PRENSA OFICIAL POBLANA

Alzate y Ramírez, José ignacio Bartolache y Diego de Guadalaxara Tello son algunos de los editores de publicaciones y hojas volantes más representativos de este tipo de periodismo. Manuel Antonio Valdés, considerado el primer empresario-editor, publicó la tercera Gaceta de México (1784-1809). A partir de 1805 y, a pesar de que se inicia una época de crisis e inestabilidad económica que se manifiesta por la aplicación de la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales, se continúa la edición de periódicos como el Diario de México (1805-1817), fundado por Carlos María de Bustamante, Jacobo Villaurrutia y otros, que resulta ser el primer periódico diario mexicano además de que se podía adquirir por suscripción. Debido a la guerra de independencia, en la historia del periodismo mexicano aparece la prensa de combate, divulgadora de ideas políticas, como la que editaron los insurgentes, por cierto muy numerosa, pues a este medio le concedieron un enorme valor como vía para difundir las ideas liberales. En Guadalajara, Miguel Hidalgo formó el primer gobierno independiente con López Rayón como ministro de Estado y ordenó la publicación del Despertador Americano (1810-1811). Debido a su contenido, el gobierno virreinal contraatacó y dictó severas penas para quienes editaran o leyeran los libelos promotores del movimiento de independencia. Los acontecimientos políticos de la nueva nación marcaron al periodismo de la primera y segunda épocas del siglo pasado. La primera se caracteriza porque divulgó los ideales del imperio de Iturbide y los primeros gobiernos republicanos; la segunda época fue testigo de las pugnas entre partidos políticos y su definición ideológica, es decir, los antiguos realistas e insurgentes son sustituidos por partidarios de la república y de la monarquía; luchan yorquinos contra escoceses, así como federalistas contra centralistas; finalmente, liberales y conservadores invaden el panorama del debate político nacional. Asimismo la prensa del siglo XIX estuvo ligada estrechamente a los intereses principales de los diferentes grupos. Éstos fueron muchos y de muy distinta composición. Casi no hubo facción social que no hiciera uso de la prensa. Poco a poco el periodismo se vuelve un medio de comunicación para las masas, a pesar de los cortos tirajes o de los índices de analfabetismo que predecían una escasa lectura individual, aún así, siempre hubo alguien que dio lectura al periódico y transmitió a los demás las noticias tanto políticas como nacionales, históricas, extranjeras, de invenciones y de la vida cotidiana de la sociedad.

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Por tanto, los lectores podían escoger entre periódicos monárquicos, republicanos, federalistas, centralistas, liberales o conservadores: El Telégrafo de Guadalajara (1812-1813); El Ilustrador Nacional (1812), posteriormente se llamó Ilustrador Americano; El Correo del Sur (1813), publicado en Oaxaca; La Avispa de Chilpancingo (1821-1822); La Abeja Poblana (1820), primer periódico poblano; El Fénix (1811); El Ateneo (1811); El Despertador de Michoacán (1812); El Eco de la Justicia (1815); El Noticioso General (1817-1820); Diario de Veracruz (1820). La prensa decimonónica se caracterizó porque sus empresarios, impresores y editores acogieron en sus páginas las creaciones científicas, literarias, educativas, históricas, políticas, religiosas, especializadas y de esparcimiento, ya fueran nacionales o extranjeras, con el fin de instruir a sus lectores, ya que se consideraba que al tener un pueblo educado en las diferentes áreas del saber humano, el país se vería consolidado en su estructura económica, cultural y política. Los periódicos, las revistas y otro tipo de publicaciones periódicas son testimonio fehaciente de este hecho. Las publicaciones periódicas se convirtieron en uno de los medios de expresión y formación de la cultura nacional y del pensamiento político. Existió un gran interés del público por la política, la religión, la ciencia y la literatura; temas recurrentes a lo largo de todo el siglo XIX. Pero además de las iniciativas de particulares o asociaciones de particulares, desde mediados del siglo XIX, los gobiernos federales y locales se inician como editores de lo que bien podría denominarse prensa oficial. No sólo el gobierno federal contó con una publicación oficial propia, sino también los estados de la República, donde se publicaban proclamas, disposiciones, bandos, decretos, leyes, etcétera. Los boletines y gacetas de los ayuntamientos, de las cámaras, de las cárceles, de los hospicios, de las fuerzas armadas, divulgaban sus actividades y noticias en bien de la sociedad: Gaceta Diario de México (1825-1826); El Periódico Oficial del Partido del Carmen (18551897); El Regulador (Puebla, 1854-1855), el Boletín Oficial de Puebla (1862-1863); Boletín Judicial (1884-1913); La Gaceta de Policía (18681869), etcétera. Frecuentemente los organismos pertenecientes a los gobiernos central y estatales cambiaban de título, pero nunca dejaron de expresar en el subtítulo a qué entidades representaban. Otras veces el periódico previamente existente y no oficial, por alguna contingencia histórica se convertía en tal, sin cambiar el título.

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LAS MUJERES EN LA PRENSA MEXICANA Bajo el influjo de la ilustración, los primeros periódicos publicados, aparecidos desde finales del siglo XVIII, también incluyeron artículos que los editores y escritores consideraron de interés para la mujer, una parte —relativamente pequeña— de los artículos versaron sobre la necesidad de darles una mejor instrucción, pues se empezaba a reconocer que ellas eran las principales educadoras de los hijos. Los artículos concernientes a la mujer poco a poco fueron aumentando en número, aunque en vísperas de la independencia, cuando llegaron a ser más numerosos, no pasaron del 5% del total de artículos. Algunos de dichos textos eran producto de observaciones locales, otros eran copias o traducciones directas de escritos extranjeros o artículos inspirados en estos últimos. En general denotan un deseo de mejorar la situación de las mujeres, con la convicción de que ello redundaría en beneficio para la sociedad. En su mayoría los artículos dedicados a las mujeres adoptaron un tono didáctico y versaron sobre el carácter, la salud, la maligna afición de las mujeres por el lujo, o comentaron problemas domésticos. El tema más discutido fue el de la necesidad de educar a las mujeres, pues se empezaba a admitir que la madre ejerce una influencia definitiva sobre sus hijos, y por lo tanto se vio con malos ojos que fueran tan ignorantes y supersticiosas. Se llegó a plantear también que al marido le convenía más una compañera inteligente e ilustrada, una mujer con otros canales de expresión, a través del arte, por ejemplo, o que tuviera alguna actividad que la hiciera útil socialmente, pues así no viviría agobiada por el tedio. Unos insistieron en que la mujer pertenecía al hogar y que por su debilidad de carácter debía estar subordinada al marido. Otros, en menor número, criticaban que ella fuera usada como mero objeto de placer o para la servidumbre y opinaban que podía aspirar a desempeñar un papel más brillante, y que no tenía por qué dedicar todos sus talentos exclusivamente al hogar. Los periódicos de México fueron los que más comentaron la propensión de las mujeres al lujo y la presentaron como una de las razones para que fracasaran tantos matrimonios. Pero también empezaron a aparecer unos cuantos escritos sobre la salud de las mujeres, el embarazo y los cuidados prenatales y otros contra las madres que abandonaban a sus hijos o los entregaban a las nodrizas, desconociendo los peligros que esto podía ocasionarles a las criaturas.

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La prensa destinada a las mujeres incluía poesía, novelas y cuentos cortos, artículos sobre moral y religión, sobre economía doméstica, modas, secretos de belleza, vida social, y su propósito explícito era entretener o, a veces, capacitar o “elevar la categoría”, como se decía entonces, de madres y esposas. Algunos, desde el decenio de 1880, publicaron noticias nacionales y extranjeras y comentarios políticos. Estas publicaciones reflejan inquietudes y necesidades de las mujeres urbanas de clases más acomodadas, que por esta época vivían muy pendientes del estilo de vida europeo. Expresan el germen del descontento que esta capa de mujeres empezó a sentir con la asignación de roles definida por los hombres. Al principio clamaron por una mejor educación e hicieron un llamado a los hombres para que modificaran su actitud y valoraran más a las mujeres, pero algunos más adelante pretendieron concientizar a las propias mujeres de su condición, para que consiguieran cambios en los planos económicos, legales y sociales, logrando una mayor autorrealización y ganando más respeto por parte de la sociedad. No faltó quien, después de la segunda mitad del siglo XIX mexicano, se atreviera a reivindicar el derecho al sufragio. La prensa dedicada al “bello sexo” hizo su aparición en las letras decimonónicas en los años treinta con el Calendario de las Señoritas Mexicanas (1838-1841, 1843), publicado por Mariano Galván Rivera. Los artículos tenían como objetivo educar a la mujer en las labores propias de su sexo. Pero los editores y redactores de algunas revista femeninas insisten en llamar la atención sobre la importancia de la educación de los hijos y en que la mujer tuviera alguna profesión científica o literaria; algunos ejemplos son: Panorama de las Señoritas (1842); Presente amistoso dedicado a las Señoritas Mexicanas (1847,1851-1852); La Semana de las Señoritas Mexicanas (1850-1852), entre otras. A finales del siglo XIX aún la prensa no dedicada exclusivamente a la mujer empieza a insertar en sus páginas, o a ilustrarlas, referencias al ideal femenino de la época. Un ejemplo notable lo constituye el órgano de difusión por excelencia de la iglesia metodista, El Abogado Cristiano ilustrado, que circuló regularmente entre 1878 y 1911, que sin estar explícitamente dedicado a la mujer, en el interior de sus páginas revela el modelo de mujer que los metodistas impulsaron en el México decimonónico. Editado por un consejo de redacción del que fue responsable Juan W. Buttler por un largo período, la publicación subsistió con el pago de suscripciones de las congre-

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gaciones y sus miembros, aunque no es seguro que esto fuera suficiente para mantener este proyecto editorial de largo aliento. Durante el tiempo que vio la luz, esta publicación mantuvo una periodicidad mensual y se caracterizó por una buena factura, su primera plana y páginas interiores se enriquecían con sobrias ilustraciones, viñetas, grabados y láminas de temas bíblicos o morales, explicadas y comentadas en breves recuadros. En un tono que no deja lugar a dudas, los colaboradores de la publicación prescriben, mediante biografías y alegorías, las pautas del buen comportamiento cristiano. En este tenor, el dictado de un ideal femenino desde la ética protestante se convierte en un tema obligado, sin que dejemos de notar que la presencia femenina sólo se circunscribe a ser tema de ilustraciones, artículos y reflexiones. En todas las secciones de la publicación no se pierde oportunidad para traer a cuento cómo la mujer encarna la sensibilidad y las virtudes que históricamente se le atribuyen a su naturaleza, personifica hadas y practica la caridad y la filantropía; se orientan su creencias; se exalta su función como hija, como madre, como esposa, como educadora, tan es así que no se duda recomendar en sus “insinuaciones a los esposos”, que el primer deber de los esposos es simpatizar con sus esposas en todos los cuidados y labores que les son peculiares (a la mujer). Los hombres siempre dispuestos para olvidar, en medio de las perplejidades y molestias de sus negocios, que los cuidados de la casa también causan molestias, que ponen a prueba la paciencia y la fuerza de sus esposas, deben, pues, apreciar en su justa medida la importancia de las labores que desempeña la mujer en bien de su familia y de la sociedad. Este tipo de reflexiones, que abundan a lo largo de la publicación, muestran los paradigmas metodistas en torno a los roles sexuales. Hasta aquí, en esta prensa doctrinaria, la mujer sólo es un tema, no toma parte del acto creativo, ni participa en la responsabilidad de generar el discurso prescriptivo, habrá que esperar hasta los últimos años del siglo XIX, cuando la acción proselitista y educativa del metodismo ya ha fructificado, para que tome parte activa en la labor editorial, ya como colaboradora, ya como escritora, a fin de cuentas, como reproductora y generadora de un discurso que establece los rasgos de un ideal femenino. En la segunda mitad del siglo XIX las mujeres aparecieron como editoras, redactoras y colaboradoras de algunas de estas revistas dedicadas al “bello sexo” y a la familia: Violetas del Anáhuac (1887-1889); El Álbum de la Mujer (1883-1890); El Correo de las Señoras (1883-1893);

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La Familia (1883-1890), etcétera. Hay que hacer notar que las mujeres intervinieron como traductoras en diferentes géneros literarios a lo largo de este siglo. Sin duda, en los medios impresos, particularmente en la prensa, se revela la percepción que los actores sociales de la época tenían sobre momentos y fenómenos específicos; ésta difundió la ideología dominante, propagó las innovaciones científicas y tecnológicas, popularizó las corrientes culturales en boga, exhibió los nuevos modos de vida y los nuevos productos de la expansión mercantil mundial, al ofrecer una variada oferta de lecturas, el periódico, que día tras día llevaba información y reflexiones sobre el acontecer a individuos y sus familias, incorporó lo público nacional e internacional a los espacios de la vida privada e independientemente del papel subordinado que se le atribuye a las mujeres fue inevitable que aparecieran entre las páginas dedicadas a ellas o elaboradas por ellas. Estas son las características que convierten a la prensa escrita en una fuente documental imprescindible para la investigación histórica y hacen evidente la urgencia de construir herramientas de consulta que permitan un acceso sistemático al contenido de los fondos hemerográficos. MUJERES EN LA PRENSA OFICIAL DEL ESTADO DE PUEBLA: UN ÍNDICE PRELIMINAR, 1849-1890 Para quienes pretenden estudiar históricamente, y de manera rigurosa, a las mujeres en Puebla es una consulta obligada los volúmenes en los que se han agrupado los números subsistentes del Periódico Oficial del Estado. Una consulta obligada y tediosa que exige una revisión detenida, página por página, hasta que se logra reconocer una noticia en la que aparecen las mujeres. La primera dificultad a sortear es que esta fuente hemerográfica no se localiza completa en ningún repositorio de la ciudad de Puebla; las colecciones “más completas” se localizan en el Archivo General del Estado de Puebla, en el Archivo Municipal de Puebla, en la Hemeroteca del Estado Juan N. Troncoso y probablemente en el Archivo del Congreso del Estado, en el que extrañamente no se conserva, como debiera, una colección completa. La colección sobre la que desarrollamos nuestro trabajo y que nos permite proponer un índice preliminar se localiza en el Archivo General del Estado. El criterio que nos guió fue localizar todas aquellas notas en las que se mencionaba a las mujeres en los números del

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periódico que se publicaron entre 1848-1890 y aunque el trabajo aún puede considerarse preliminar, no dudamos de la utilidad que puede reportar a los estudiosos del tema. El Periódico Oficial de Puebla empezó a editarse en Puebla en el año de 1848, y su publicación se mantiene hasta la fecha, lo que lo convierte en la publicación periódica de más largo aliento en nuestro estado, si bien tiene la peculiaridad de ser una publicación oficial. En los primeros años era editado tres veces por semana, posteriormente dos veces cada semana, y durante esa época recibió varios nombres. inicialmente se le denominó El Regulador y se editaba en la imprenta de José María Macías; entre los años de 1854 y 1855 llevó el nombre de Periódico Oficial y se imprimió en la imprenta de Atenógenes Castillero localizada en la calle de la Compañía. En los años que siguieron continuó llamándose Periódico Oficial pero ahora se imprimía en los Talleres de imprenta del Hospicio de Pobres. Las secciones contenidas en el Periódico eran: Leyes, Decretos, Avisos, Variedades, Noticias sueltas en las que se incluían, casi invariablemente, noticias de carácter religioso, también en esta sección, aunque en mínima proporción aparecieron algunas noticias sobre mujeres. En el contenido del periódico se contaba con noticias publicadas en otros periódicos del país o del extranjero. El índice preliminar lo hemos organizado de la siguiente manera: al año le siguen el tomo entre paréntesis, a éste el número, la página y una breve descripción de la nota; salvo indicación en contrario, la fecha en la que apareció coincide con el año de publicación. MUJERES EN LA PRENSA OFICIAL DEL ESTADO DE PUEBLA: ÍNDICE PRELIMINAR, 1849-1890 1849 (II), 165, 3 -Sábado 2 de junio. Se presenta el alegato que el Señor Licenciado Don José Fernando Ramírez hizo a la Exma. sala de vista del Departamento de Durango, en defensa de Doña Nepomucena que el Alcalde acusa de parricidio. 1849 (II), 179, 3 -Jueves 5 de julio. El periódico informa de un brazalete de la Reina Victoria, adornado de magníficos diamantes de gran valor por haber pertenecido uno a la princesa Carlota, dos a María Antonieta y el cuarto de María Estuardo, reina de Escocia. 1849 (II), 190, 4 -Martes 31 de julio. Prefectura de Puebla y su Distrito

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presentan reporte semanal de personas aprendidas por los agentes de policías: del 9 al 13 de julio se detienen entre dos y tres mujeres diariamente. 1849 (II) 192, 4 –Sábado 4 de julio. Del 18 de junio al 24 del mismo mes se detuvieron a ocho mujeres por escandalosas, nueve por ebrias, una por herida al hospital, una por inconsciente y dos por pleitistas. 1849 (II), 202, 4 –Jueves 20 de agosto. Prefectura de Puebla y su Distrito informan de personas aprendidas por los agentes de policías: del 8 de agosto al 11 del mismo mes se detuvieron a cinco mujeres ebrias, y dos por pleitistas. 1849 (II), 203, 4 –Sábado 1 de septiembre. Se informa de la celebridad y la fama inmensa que Anna Bispo ha adquirido, eminente contralto del Real Teatro de San Carlos, en Nápoles. 1849 (II), 241, 3-4 –Jueves 1 de diciembre. Prefectura de Puebla y su Distrito presentan reporte de personas aprendidas por los agentes de policías: del 1 de noviembre al 4 del mismo mes se detuvieron a ocho mujeres por escandalosas y a una por herir. 1851 (IV), 458, 4 –Martes 13 de mayo. Prefectura de Puebla y su Distrito presentan reporte de personas aprendidas por los agentes de policías, del 24 de abril al 29 del mismo mes se detuvieron a cinco mujeres por ebrias, cuatro por escandalosas, dos por herir, una por cómplice de rapto. 1851 (IV), 484, 4 –Jueves 24 de julio. Prefectura de Puebla y su Distrito reporte de personas aprendidas por los agentes de policías, del 1 de julio al 5 del mismo mes se detuvieron a ocho mujeres por ebrias, a dos por amistad ilícita, y a una portadora de arma. 1853 (I), 16, 4 – Viernes 9 de septiembre. Prefectura de Puebla y su Distrito presentan reporte de personas aprendidas por los agentes de policías, del 28 de agosto al 3 de septiembre se detuvieron a cinco mujeres ebrias, por robo una, cinco por sospechosas, una por escandalosa, cuatro por pleitistas. 1854 (I), 108, 4 –Miércoles 2 de abril. Las señoritas Cosía y Amat, según El Siglo, son dos cantactrices mexicanas que van a ser contratadas por el Sr. Carvajal para su compañía lírica. 1854 (I), 110, 2 –Domingo 16 de abril. A pedimento de la dirección de sanidad y con el fin de que el público sepa quiénes son las personas autorizadas para ejercer los diversos ra-

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mos de la medicina en esta Capital se da a conocer los profesores de medicina y cirugía y se menciona que pueden ejercer como Parteras, Doña Gertrudis Medrano, Doña Gertrudis Cevallos, Doña Narcisa Cevallos, Doña Soledad Carranza, Doña Josefa de la Trinidad Bretón y Pérez. 1854 (II), 31, 3 –En la sección de Variedades, se incluye el poema de María Josefa Massanes de González. “Pobres niños expósitos,/ Allí están, en tiernas manecillas demandando tanta piedad al cielo santo (…)”. 1854 (II), 53, 4 –Viernes 4 de diciembre. Dice la publicación La Verdad, una de las hermanas del presidente Santa Anna va tomar el velo religioso en el Convento de Jesús María de México. 1856 (I), 113, 2 –Sábado 18 de octubre. Se admira el talento artístico de Doña Matilde Diez por despertar los sentimientos de su público. 1857 (I), 25, 3 –Sábado 12 diciembre. En esta página se le dedica un apartado, A la Concepción de María. “¡Ester sagrada, sin igual de hermosa!/ Prenda querida de la nueva alianza!/Más sabia que el Abigail y más graciosa;/ El mío refugio, y única esperanza; / Estrella matutina ¡Flor pomposa!...” 1857 (I), 5, 4 –Miércoles 14 de octubre. Se da aviso de la representación de La dama de las Camelias. La fama que precede a la señora Adelina Cortes, el esmero de todos los artistas que toman parte de la ejecución, el lujo y propiedad con que se pondrá, y el mérito indiscutible de esta sublime composición … 1859 (I), 46, 3 –Miércoles 17 de agosto. Se legisla la ley del matrimonio civil. El día 28 fue publicada una ley que autoriza el contrato civil del matrimonio ante un simple juez… 1859 (I), 48, 1 –Miércoles 24 de agosto. Reflexiones sobre el establecimiento del matrimonio civil. Para su validez bastará se presente ante aquella formalidad que establece la ley y expresar libremente la voluntad de unirse en matrimonio… 1859 (I), 50, 1-3 –Miércoles 31 de agosto. Deliberaciones sobre el establecimiento del matrimonio civil. El matrimonio puede ser nulo e inválido, sólo por dos razones: o porque el consentimiento no exista, o porque es ineficaz de la volun-

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tad… 1859 (I), 72, 2 –Sábado 19 de noviembre. Obsequia al mérito de la recomendable actriz Doña Pilar Pavea el siguiente Soneto: “¡Sabed, deidad! de las camelias Dama, / Encanto de los hijos de este suelo/ ¡Mi música te saluda!/ porque el cielo que tú buscas, Pilar, es el de la fama…” 1860 (I), 15, 2 –Jueves 19 de Abril. El poema de Gertrudis Gómez de Avellaneda llamado: “Saludo a Cuba. ¡Perla mar! ¡Cuba hermosa!/ después de ausencia tan larga por más de cuatro lustros conté sus horas infaustas…” 1860 (I), 53, 4 –Jueves 30 de agosto. Se felicitó a la Señorita Fernández y Sánchez por el canto que ejecutó en el concierto dado en el teatro Principal de esta ciudad, la noche del 23 de agosto, a beneficio de los pobres… 1862 (I), 8, 2 –Mayo 13. Se manifiesta la Señora Doña Francisca López, viuda del Coronal Terrón, ante el gobierno, que no ha tenido ningún recurso con que poder auxiliar a los defensores de la independencia mexicana… 1862 (I), 85, 4 – noviembre 11. Se informa de la Comisión de Señoras; que facilitarán todo lo necesario para el mejor servicio de los hospitales de sangre; esta disposición acredita los sentimientos humanitarios… 1863 (II), 62, 3 –Marzo 13. En la sección de Variedades se incluye el poema de Soledad Arias. “¡Al orgullo Mexicano! ¡Al defensor de las libertades patrias! ¡Al centinela avanzado de nuestra independencia! ¡Al benemérito en fin e ilustre Ejército de Oriente!...” Soledad Arias. 1863 (II), 62, 3 –Marzo 16. En la sección de Variedades se incluye el poema de Soledad Arias. “A mi patria. Atónita mire la Europa aguerrida,/ De México bello y su heroico valor,/ Oculte la Francia su faz maldita/ En medio del fango temblando de horror…” 1864 (I), 72, 3 –Miércoles 2 de Marzo. Se comunica sobre la Junta de Señoras de fina sociedad en el gran salón de la casa de Monte de Piedad para nombrar entre ellas las que deben recibir a la emperatriz Carlota. 1864 (I), 128, 3 –Miércoles 14 de septiembre. Se informa de las actividades de la emperatriz, de su visita a la fábrica de Contreras, y también de su visita a la Villa Tacuba… 1868 (I), 7, 4 –Abril 14. Por información extranjera se publica el estado de la francesa Carlota, aun no recobra el juicio al reci-

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bir la noticia de la muerte de Maximiliano, que le comunicó el cardenal arzobispo, al recibir la noticia cayó al suelo bañada en lágrimas… 1868 (I), 7, 4 –Abril 14. Se informa sobre la Señora de Lincoln, ha perdido el juicio, vendió todos sus muebles y puso dos ancianos como guardias de su casa, porque teme ser robada o asesinada. 1868 (I), 78, 3 –Abril 30. Causa noticia el acontecimiento siguiente: Las mujeres y la política.- Del Trait d’Union tomamos lo que sigue: Mme. Philamite Cady Stanton, que redacta con Miss Belise Suzan Anthony la “Revolución”. Diario de los derechos de la mujer, se encuentra hoy en Washington, donde pasa los destinos de la nación y donde envía la correspondencia. 1868 (I), 95, 4 –Martes 6 de junio. Se informa que la Señora viuda de Miramón, según aseguran los periodistas extranjeros, ha fijado su residencia en Bruselas, y tiene señalada una pensión anual de cuatro mil florines… 1868 (I), 98, 4 –Martes 16 de junio. Se comunica la noticia: Fecundidad, en esta ciudad y en el barrio del Alto una mujer ha dado a luz cuatro niños, que viven aún y prometen seguir viviendo. 1868 (I), 106, 4 –Sábado 4 de julio. Se informa sobre la salud de la princesa Carlota, dice un periódico extranjero que todos los días puede verse por la calles de Bruselas, una calesa conducida por la reina misma, en la que va sentada… su vuelta a la razón es debido principalmente a la energía y desprendimiento de su cuñada… 1868 (I), 108, 4 –Jueves 9 de julio. Se anuncia que la Señora viuda MiramonDice L’ Evénement il tre que esta señora ha sido recibida el 27 de abril, por la emperatriz de Francia en audiencia particular. 1868 (I), 112, 4 –Sábado 18 de julio. Se divulga sobre la princesa Carlota la mejoría considerable de su salud. La razón la abandona aun algunas veces, y eso le sucede especialmente después de las comidas. 1868 (I), 118, 3 –Sábado 1 de agosto. Se publicó que también en Veracruz se suicidan mujeres. Doña María de Jesús Avilez, dueña de la fonda 5 de mayo, se envenenó tomando una fuerte dosis de arsénico disuelto con agua, dejando a su

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esposo viudo. 1868 (I), 130, 4 –Sábado 2 de agosto. Se dio aviso sobre la señora Peralta, la distinguida cantactriz mexicana fue contratada el mes de junio como primadonna absoluta, por el empresario del teatro Pagliano de Florencia. 1868 (I), 126, 4 –Jueves 20 de agosto. Noticia de la princesa Carlota se extravía su razón cada día más y más, se teme que se escape a su castillo para ir a Miramar donde quiere permanecer… 1868 (II), 1, 4 –Jueves 27 de octubre. Se habla de la presentación a beneficio de la Señora Cairon…. Además de su pieza dramática con el nombre “Adriana” mostró también su buen gusto para vestir… 1869 (II), 41, 3 –Martes 19 de enero. Sobre las mujeres públicas. Según informes, en el año pasado de 1868, se inscribieron en el registro de la sección sanitaria de esta ciudad 100 mujeres públicas… 1869 (II), 50, 4 –Jueves 4 de Marzo. Noticias de aprehensiones por parte de la policía: seis mujeres por riña; once ebrias, once escandalosas, dos sospechosas, una prófuga de su casa. Diversas infracciones de policía, tres; cómplices en los delitos, dos; aprehendidas por orden de la autoridad, seis; total 42 mujeres y aparte se mencionan a 153 hombres detenidos… 1869 (II), 65, 4 –Sábado 20 Marzo. Se tiene noticia de la emperatriz Carlota, hace dos meses que se encuentra en un estado muy tranquilo… 1869 (II), 74, 2 –Sábado 17 de abril. Se comunica sobre la salud de Carlota Amalia, manifiestan el mal estado que guarda la salud de la desgraciada princesa… 1869 (II) 76, 4 –Martes 11 de mayo. Salió publicado que entre las viudas y huérfanos de los que murieron en la gloriosa batalla del 5 de Mayo de 1862, la junta patriótica de esta capital, va a distribuir 10 premios de 200 pesos … 1869 (II) 86, 4 –Martes 11 de mayo. Noticia de la princesa Carlota. El rey y la reina de los belgas se trasladan diariamente al castillo en el que mora la viuda de Maximiliano, pasando allí gran parte del día distrayéndola y consolando... 1869 (II) 117, 3 –Jueves 22 de julio. informe del estado de la princesa, de México durante el imperio… 1870 (I), 15, 1 –Jueves 6 de Enero. Noticias de personas aprendidas por

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los agentes de policías, del 29 de noviembre al 12 de diciembre, total de mujeres: 53. 1870 (I), 146, 3 –Jueves 10 de noviembre. Se comunica que la señora esposa del presidente se halla bastante aliviada, y que desde el sábado se trasladó con toda su familia a la casa de San Cosme. 1871 (II) 32, 3 –Sábado 7 de Enero. Noticia de la muerte de la esposa del Presidente Juárez. La señora Doña Margarita Maza de Juárez después de su agonía lenta y dolorosa dejó de existir. 1872 (I), 32, 3 –Viernes 5 de julio. En la sección de Variedad se publicó el poema escrito por Delfina Bolaños de M. llamado “La sensitiva”: A mi hija Dolores / Una bella flor… fechado en México junio 29 de 1872. 1872 (I), 5, 3 –Martes 16 de julio. En la sección de Variedad, se publicó por Hortensia Flores la prosa sobre un inglés. “Decía un inglés hablando de cierta joven…” 1872 (I), 19, 5 –Martes 21 de mayo. En la sección de Variedad se publicó un Soneto escrito por Alisa, llamado “Egoísmo”… 1873 (IV), 11, 3 –Sábado 8 de febrero. Se habla sobre otra poetisa poblana. La muy apreciable señorita Rosario Flores Alatorre, quien deja sus ocios y quehaceres domésticos para dedicarse a impulsar la lira en público; escribió “La Caridad”, una composición poética que revela el buen gusto y las bellas dotes literarias que la adornan. Se conoce que está nutrida con la lectura de los poetas clásicos españoles. 1873 (IV), 21, 2 –Sábado 15 de Marzo. Se informa sobre la ayuda de caridad para los heridos. Las señoras Doña Eulalia Tolsa de Robles Gil y Doña Carlota Granados de Castaño colectaron en Guadalajara 396 pesos que se repartieron entre los heridos. 1873 (IV), 25, 3 –Sábado 29 de Marzo. Se publicó un escrito por Rosa Carreto, “Aun está tu cadáver en mi casa donde fuiste, donde eras tan querido, aun puedo verte; mañana ya no te veré más ¡Adiós! ...” 1873 (IV), 41, 3 –Sábado 24 de mayo. Información sobre la aprehensión de los jesuitas y de las monjas. Más de 200 señoras fueron puestas en la calles, haciéndoles tomar distintas direcciones. Habiendo tenido noticia el señor Montiel de que en México, Tacubaya y Villa Guadalupe, había 22

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casa de monjas… 1873 (IV), 52, 3 –Miércoles 2 de julio. En la sección de Variedades se publicó el poema de Soledad Montero de Ferrer: “Recibe mis saludos a toda brisa, / Envuelto en mis suspiros te envío mi dolor, / En tanto a tus playas me lleva mi destino…” 1873 (IV), 53, 3 –Sábado 5 de julio. En la sección de Variedad se publicó el Soneto de Carolina O’Haran. A la memoria de la distinguida poetisa, Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. 1873 (IV), 53, 3 –Sábado 5 de julio. En la sección de Variedad se publicó el escrito de Concepción García. A la eminente poetisa cubana Gertrudis Gómez. “Murió la que conmoviera al orbe con sus cantos, Cayeron en la tumba sus cantos, Pero su gloria al universo baña…” 1873 (IV), 62, 4 –Miércoles 6 de agosto. Felicitaciones a la princesa Carlota, hija de Leopoldo I, rey de los belgas, y emperatriz que fue de México cumplió 33 años el día 7 de agosto… 1873 (IV), 71, 3 –Sábado 6 de septiembre. Noticia estadística del Estado Eclesiástico de España en 1870. Profesas 23,101; Novicias 896; Señoras con vestidos seglares 603; Donados 464; Beatas 130… 1873 (IV), 75, 4 –Sábado 20 de septiembre. Se publica la Biografía Americana, de las Obras selectas de la Monja de México (por Juan León Mera 1873) de Sor Juana Inés de la Cruz. 1873 (IV), 84, 3 –Miércoles 22 de octubre. Se informa de la niña Carmen Unda y Moroy, que dedica sus trabajos a la oficialidad de la segunda división. 1874 (V), 98, 4 –Miércoles 30 de diciembre. Se publica la llegada a México de la Señora Restorí, llegó a la capital en tren… 1876 (VII), 49, 3 –Sábado 8 de julio. Noticia de la salud de Carlota, sigue en su estado alarmante, por los accesos de locura que sufre cada día. 1876 (VII), 81, 3 –Sábado 28 de octubre. Se admira a la gran actriz, la aplaudida, la incomparable Señora Rodríguez concluirá temporada dramática en Toluca dentro de breves días. 1876 (VIII), 10, 3 –Miércoles 27 de diciembre. Se avisa de la visita a Puebla de María Rodríguez. Vendrá a Puebla María Rodríguez, eminente artista española que con su talento ha conquistado… 1877 (VIII), 35, 1-2 –Sábado 24 de Marzo. Se informa de la educación de las mujeres en los Estados Unidos que van a la cabeza

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de todas las naciones. En cuanto a las mujeres, ya es sabido que reciben allí una educación más liberal que los hombres, siendo muchísimas las que obtienen el grado de Bachilleras, y muy raras las que no saben por lo menos leer y escribir y las reglas de aritmética… 1877 (VIII), 98, 3 –Sábado 3 de noviembre. Se le da el pésame al muy apreciable Señor Don Carlos Pacheco, gobernador del estado de Morelos porque dejó de existir su madre política, la Señora Josefa López de Calderón. 1877 (VIII), 112, 3 –Sábado 22 de diciembre. Felicitaciones a las Señoritas Calderón y las estimables jóvenes que las acompañaban, gozamos tanto la interpretación de “La Gallina Ciega” y “El Juicio Final”, nos sentimos conmovidos ante la consideración del sentimiento que hizo representarlas… 1878 (IX), 53, 4 –Miércoles 3 de julio. Noticia de la muerte de la reina de España, Doña Mercedes sucumbe a enfermedad de una fiebre gástrica… 1878 (IX), 57, 3 –Miércoles 17 de julio. Noticia que confirma la muerte de la reina de España. Doña María Mercedes de Orleáns y de Borbon… 1878 (IX), 60, 4 –Sábado 27 de julio. Se comunica de la llegada de la Señora Pezzana de Covaltieri. Se encuentra ya entre nosotros con la sublime obra dramática, con la compañía italiana que la dirige… 1878 (IX), 87, 4 –Miércoles 30 de octubre. Se informa del extranjero sobre los “Derechos femeninos”. Noticia para los partidarios de los derechos de la mujer. El partido liberal de la circunscripción de Southwak. (Londres) ha escogido como candidato para las futuras elecciones del partido parlamento a miss Elena Taylor, hijastra del filósofo Stuart Mill, enérgico defensor de la emancipación del bello sexo… 1878 (IX), 89, 3 –Noviembre 6. Noticia acerca de la construcción de la Casa de Maternidad, cuya necesidad se hacía sentir en una capital como Puebla, la mandó a fundar D. Luis de Haro Tamariz, en la plazuela de San Agustín… 1879 (X), 25, 3 –Miércoles 26 de Marzo. Información de la casa de maternidad en Puebla, el Señor Haro encargó la ejecución de su testamento a tres honorables personas de la ciudad de Puebla, a los Señores Clemente López, Antonio Pérez

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Marín y Vicente Gutiérrez Palacios… 1880 (XI), 2, 1 –Miércoles 7 de enero. Noticia de las pensionistas del Estado. Disfrutando las cantidades anuales que a continuación se expresan, viuda del Coronel Gabriel Alatriste 600.00 pesos, viuda del Coronel Rafael Gazga 600.00 pesos y la madre del Coronel Marcos Bravo la misma cantidad. 1880 (XI), 3, 1 –Sábado 10 de enero. Se establece un impuesto para la construcción de un edificio destinado a la escuela de niñas en el Pueblo de Quecholac, del distrito de Tecamalchaco. 1880 (XI), 5, 1 –Sábado 17 de enero. Se le concede a la Señora Manuela Lorita, una pensión por su finado hijo en la intervención francesa teniente de infantería, 80 pesos anuales. 1880 (XI), 7, 1 –Sábado 17 de enero. Se concede por una vez a la señora Juliana Escamilla de Gutiérrez, la cantidad de 5000 pesos 1880 (XI), 7, 4 –Sábado 17 de enero. Se avisa de la unión virtuosa de la señorita María de la Luz Téllez, que pertenece a una de las mejores familias de México, y el estimable señor Carlos M. de la Vega. 1880 (XI), 67, 1 –Sábado 21 de agosto. La H. Legislatura del Estado, concede indulto a la viuda del ciudadano Coronel Jesús María Toledo. 1881 (XII), 8, 215 – 216 –Domingo 30 de enero. Lista de las alumnas matriculadas de la Escuela Normal de Profesoras en el año de 1881. (Se publican todos los años) 1881 (XII), 1, 23 –Jueves 6 de enero. La Junta inspectora de los Establecimientos de Beneficencia, manifiesta que en el local donde residen mujeres dementes es muy estrecho, incapaz de contener a las que requieran ser atendidas médicamente, están expuestas a una epidemia. Total de enfermas 41. 1881 (XII), 7, 192 –Jueves 27 de enero. Se publica sobre un acontecimiento notable, la señorita Matilde Montoya se ha matriculado en el Colegio del Estado para cursar las cátedras de Física y Zoología. 1881 (XII), 13, 194 –Jueves 17 de febrero. Se informa de la solicitud por la señorita Josefa Trujillo, para que una familia afectada de tifo ingrese al hospital. 1881 (XII), 18, 498 –Domingo 6 de Marzo. Noticia del Hospital del Estado

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el mes de febrero sobre las enfermas que se encuentran en el hospital. Departamento de mujeres, total 98 enfermas. 1881 (XII), 20, 665. –Domingo 27 de Marzo. Se avisa de la condena a la señora Doña Luz Zayas de Cora, la cantidad que por sí y no por el testamento de su finado esposo. 1881 (XIII), 3, 76 –Domingo 10 de abril. Se comunica de la asombrosa fecundidad, una mujer en Coahuila, en la Hacienda de Ventura, dio a luz cinco criaturas. 1881 (XIII), 9, 225 –Domingo 1 de mayo. Se dicta sentencia en la causa instruida a Amalia Bazar por las lesiones que infirió a Juana Salas. 1881 (XIII), 9, 244 –Domingo 1 de mayo. Se avisa que entre 16,000 mujeres que han querido poner sus nombres entre los accionistas de la empresa del canal de Panamá, se encuentra la princesa Carlota de Bélgica. 1881 (XVI), 21, 512-516 –Domingo 11 de septiembre. Se informa en la Sala de Jurados de la capital, en la causa instruida a Isabel Beltrán como reo de delitos de lesiones inferidas en riña a Guadalupe Rodríguez. 1881 (XV), 8, 213 –Jueves 27 de octubre. Causa noticia y elogios el examen presentado por la señorita Matilde Montoya ante un selecto y numeroso concurso, en el evento se hallaba el gobernador. 1881 (XIII), 22, 551 – 561 –Jueves 10 de junio. Se publica el Reglamento Económico de la Escuela Normal de Profesoras. 1881 (XV), 10, 261. –Jueves 3 de noviembre. Noticia de los exámenes de la Normal de Profesoras. Debido a la amabilidad de la apreciable señorita Paz Montaño, directora de la Escuela Normal de Profesoras, tuvimos el gusto de asistir al notable examen de lógica que sustentaron once alumnas del referido Establecimiento. 1881 (XV), 18 –Jueves 1 de diciembre. Lista de las calificaciones que en los exámenes del año escolar de 1881, han obtenido las alumnas de la Escuela Normal de Profesoras. (Se publican todos los años) 1881 (XV), 20, 507– Jueves 8 de diciembre. Información del Hospicio de pobres del número de personas que se encuentran en el departamento de mujeres es un total de 95. 1882 (XVI), 2, 48 –Jueves 5 de enero. Información del Hospicio de pobres del número de personas que se encuentran en el departamento de mujeres. Existencia en el mes de diciem-

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bre, asiladas de gracia, 91; pensionistas, 4; total 95. Ingresó Merced Blancas con calidad de asilada de gracia. Total 96. (Estas cifras salen cada mes). 1882 (XVI), 6, 182 –Jueves 19 de enero. Información de la escuela de Medicina y los de las Escuelas Normales en donde se unieron en el Colegio del Estado para la distribución de premios, varias señoritas mostraron su privilegio en la música. 1882 (XVI), 7, 193 –Domingo 22 de enero. Noticia del estado que manifiesta el número de niños y niñas vacunados. Hombres, 123; Mujeres, 108. (Estas cifras salen en varios meses y años). 1882 (XVI), 7, 193 –Domingo 22 de enero. Noticia de presas en el Distrito de Tecamachalco. Estado que manifiesta el ingreso y salidas de presos durante el año de 1881. Mujeres en diciembre de 1880, ingresaron del 1 de enero al 31 de diciembre de 1881 número de presas 11. Total 12, entre los delitos de Adulterio, Heridas, Robo, Sustracción de infante. 1882 (XVI), 8, 217 –Jueves 26 de enero. Noticia de delitos. El veredicto declaró culpable a Nicolás Antonio y Juana Concepción por el delito de homicidio intencional. 1882 (XVI), 10, 278 –Jueves 2 de febrero. Se informa que el Gobierno del Estado manda a pagar un crédito a la señora Ocotlán Meno, la cantidad de 70 pesos. 1882 (XVI), 11, 305 –Domingo 5 de febrero. Noticia de la H. Legislatura; Deniega la solicitud de la señora Teresa Espinosa la mande ministrar por una vez la cantidad de 50 pesos. 1882 (XVI), 11, 321 –Domingo 5 de febrero. Noticia de delitos, instancia de Tecamachalco que condenó a María Luisa por el delito de infanticidio. 1882 (XVI), 12, 339 –Jueves 9 de febrero. Se publica que habilitan de edad respectivamente, a la señora Amada Llave de García Teruel. 1882 (XVI), 16, 349 –Jueves 23 de febrero. El Gobierno del Estado informa el acuerdo de la H. Legislatura, deniega a la solicitud de la señora Guadalupe Pérez Iglesias. 1882 (XVII), 1, 11 –Domingo 2 de abril. Noticia de las piezas de ropa que se han dado a las niñas del Hospicio. 1882 (XVII), 23, 77 –Domingo 9 de Marzo. Noticia del movimiento habido en el Hospicio de Pobres del Estado. Departamento de

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mujeres ingresó una pensionista; total 87, de las cuales 8 son pensionistas. 1882 (XVII), 23, 77 –Domingo 9 de Marzo. Noticias de las extranjeras residentes en el Estado: Profesión, Distrito, Edad, Hijos, Edad de sus hijos… 1882 (XVII), 5, 69 –Domingo 16 de abril. Noticia de la causa criminal de que se ha conocido en el Tribunal Supremo de Justicia de Estado en 1881 entre los criminales se encuentran 3 mujeres… 1882 (XVII), 11, 290 –Domingo 7 de mayo. Noticia del Departamento de mujeres en el hospicio. Existentes 107… 1882 (XVIII), 1, 16-17 3 –Junio. Noticia de delitos. Natividad María, mujer de Francisco Domínguez es asesinada por José Cristóbal, el cual fue aprendido y condenado a 12 años de prisión… 1883 (XX), 13, 372 – 374. –Jueves 8 de febrero. Se publican los días y horas de clases en la Escuela Normal para Profesoras. 1883 (XX), 17, 491 –Jueves 1 de marzo. Noticia de las primeras maestras tituladas en la Escuela Normal de Profesoras de instrucción pública fueron las Señoritas Federica y Carolina Bonilla, hijas del General Juan Bonilla ex gobernador del Estado. 1883 (XX), 17, 491 –Jueves 1 de marzo. Se avisa de que la señorita Josefina Brito se encuentra en esta ciudad, tomará parte de un concierto a beneficio del Hospital de Caridad para niños… 1883 (XX), 24, 663 –Domingo 25 de marzo. Noticia de delitos. En Zacapoaxtla, se pronuncia sentencia, declarando culpables del delito de homicidio a Nicolás Antonia y a Juana Concepción… 1883 (XXI), 20, 523 –Jueves 7 de junio. Noticia del Departamento mujeres en el hospicio. Existentes 113 mujeres… 1883 (XXII), 16, 435 –Jueves 23 de agosto. La H. Legislatura ordenó se diga al C. José María Pinto y María Felipa Arce, que pueden presentar, para que se inscriba en el registro civil, sin incurrir en pena alguna a su hija María Micaela… 1883 (XXIII), 7, 188-190 –Jueves 25 de octubre. Noticia de delitos. En Tepexi pronunciamiento respecto de José de la Luz Soriano y Remigio Sandoval, en la causa instruida a estos, por el rapto de María Inés y heridas inferidas a ésta

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y a María Anselma… 1884 (XXIV), 13, 237 –Domingo 12 de enero. Se avisa de la llegada de la señorita Rosas Palacios a la ciudad, artista de la compañía de opera italiana, próximamente comenzara sus trabajos aquí… 1884 (XXIV), 15 –Domingo 24 febrero. Noticia de delitos. En Teziutlán se declaró culpable a María Manuela de la muerte de María Josefa por estrangulación… 1884 (XXVI), 23, 358 –Jueves 20 de noviembre. Noticia de delitos. En Teziutlán, se acusó a Josefa Vázquez, por la lesión que causó a su hijo Ignacio Arcos… 1885 (XXVII), 21, 391-394 –Jueves 19 de marzo. Noticia del pronunciamiento a Dolores Adorno; en Teziutlán contra Santos Ortiz y María Patrona, acusados de homicidio, en Tetela de Ocampo por la muerte de María Dionisia… 1885 (XXVII), 27, 473 –Jueves 2 de abril. Noticia de la lista de mujeres empleadas en el laboratorio de tabacos, sucursal de la fábrica intitulada “El César” y que estuvieron presentes en el incendio… 1885 (XXVII), 30, 557 –Domingo 12 de abril. Se anuncia la inauguración de la Casa de Maternidad gracia a la pródiga y acrisolada filantropía de insigne hijo de Puebla, Don Luis Haro… 1885 (XXIX), 4, 64 –Domingo 13 de septiembre. El Gobierno del estado exceptuó el pago de contribuciones al edificio destinado para el colegio de niñas, mandado construir por la Señora Luz Esperanza. 1885 (XXIX), 4, 70-72 –Domingo 13 de septiembre. Noticia de delitos. El Poder Judicial de esta capital, instala el juicio promovido por la Señora Guadalupe Moreno contra el C. Antonio Rosas; por el asunto de una herencia. 1885 (XXIX), 29, 533-534 –Jueves 10 de diciembre. Noticia de delitos. Sentencia del Tribunal Supremo de Justicia del Estado, en el proceso iniciado en Chignauapan contra María Teresa Fernanda, acusada de plagio. 1885 (XXIX), 31 –Jueves 17 de diciembre. Se publica el Reglamento interior de la Escuela Normal de Profesoras. 1886 (XXX), 19, 331 –Domingo 7 de marzo. Se manifiesta el movimiento habido en el hospital, desde el 20 de abril al 31 de diciembre de año de 1885. La casa de maternidad. 1886 (XXX), 24, 408 –Jueves 25 de marzo. Se informa que en Atlixco, la

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Señora Francisca Ochoa legó en su testamento dos mil pesos para alimentación de presos en la cárcel de aquella cabecera. 1886 (XXXI), 2, 35 –Jueves 6 de mayo. Noticia de delitos. Pronuncia el Tribunal Superior, en el incidente de oposición formalizado por la Señora Serrano de Torreblanca por el delito de homicidio penetrado en la persona de Ángel Arellano. 1886 (XXXI), 2, 35 –Jueves 6 de mayo. Noticia de delitos. La sala de jurados de Matamoros, declara culpable de delito de homicidio a Dolores López. 1886 (XXXI), 5, 86 –Domingo 16 de mayo. Se Anuncia el cumpleaños de la Esposa de C. Gobernador la Señora Enedina G. Rebollo de Márquez. 1886 (XXXII), 27, 245 –Jueves 2 de diciembre. Noticia del número de mujeres en el Hospital General del Estado. Total 29. 1886 (XXXII), 33, 302 –Jueves 23 de diciembre. Noticias del número de mujeres que fallecieron en el hospital del Estado, total 29. Contiene nombre, oficio, ciudad y enfermedad. 1886 (XXXII), 34, 596 –Domingo 26 de diciembre. Noticia de delitos. En Tepexi condenando a Dolores Correón a sufrir la pena de 10 años de prisión por los delitos de robo y asalto. 1887 (XXXIII), 14, 248-249 –Jueves 17 de febrero. Noticias de delitos. Sentencia de esta capital contra Isabel Flores por lesión que pudo poner en peligro la vida de Sánchez. 1887 (XXXIV), 8, 101 –Jueves 26 de mayo. Informe de 26 de mujeres que fallecieron en el hospital del Estado. 1887 (XXXV), 30, 473-474 –Domingo 11 de diciembre. Noticias de delitos. Sentencia en la capital en la causa instruida contra Lorenza López. 1888 (XXXVI), 2, 17-18 –Jueves 5 de enero. Noticia de delitos. Poder judicial el Tribunal Superior en juicio promovido por la Señora de Martínez, contra Don Silverio Morales por cancelación de la hipoteca. 1888 (XXXVI), 2, 19-20 –Jueves 5 de enero. Noticia de delitos. Veredicto que declara culpables a Santos Ortiz y María Patrona, del delito de homicidio frustrado en la persona de Antonio Apolonio. 1888 (XXXVI), 6, 73-74 –Jueves 19 de enero. Noticia de delitos. Ejecución decretada contra la Señora María Jesús Cortés Valero, los réditos se pagarán por semestres vencidos. 1888 (XXXVI), 12, 157 –Jueves 9 de febrero. Se avisa de la inauguración

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en el Departamento del Hospicio del taller de tejido de punto para las niñas. 1888 (XXXVIII), 3, 44-45 Domingo 29 de febrero. Informe de 6 mujeres que fallecieron en el hospital del Estado. 1888 (XXXVIII), 5, 90 Domingo 16 de septiembre. Noticia de 11 mujeres que fallecieron en el hospital del Estado. 1889 (XXXIX), 12, 179 –Jueves 28 de febrero. El periódico El Pabellón Nacional refiere la anécdota siguiente en un artículo que titula: “El honor de mujer”. Otra heroína famosa reclama los homenajes de la actual generación que blasona de justiciera. Doña Rafaela López Aguado madre de caudillos de la independencia… 1889 (XL), 7, 101 –Jueves 30 de mayo. Se concede privilegio exclusivo por diez años a la Señora Julia M. por un “Mosquitero” de su invención. 1890 (XLIII), 4, 59 –Jueves 15 de mayo. Felicitaciones por el cumpleaños de la Señora Enedina García Rebollo de Márquez, digna consorte del Gobernador. 1890 (XLIV), 5, 64 –Se reseña la aparición de La mujer título de una publicación calificada de elegante y amena, pues está dedicada al bello sexo, el responsable el conocido escritor Señor J. Millán y Ponce. 1890 (XLIV), 19, 278 –Domingo 16 de noviembre. Noticia para la beneficencia, un círculo de personas escogidas del bello sexo. Presidenta Señora G. Rebollo de Márquez, Vicepresidenta Señora Guadalupe M. Béiztegui… se practicará la caridad.

Este índice preliminar permite identificar a las mujeres que fueron noticia, ya por sus aficiones literarias, por sus obras de misericordia, por su inclusión en el ámbito educativo, por su condición de asiladas en las instituciones de asistencia social, por su posición social o por su calidad de infractoras de la ley. Aquí, las mujeres se revelan no sólo como las depositarias ejemplares de las virtudes teologales y cívicas que el sistema patriarcal había previsto para ellas desde el púlpito o la cátedra, las notas editoriales y las noticias nos las muestran también ebrias, rijosas, enfermas, desamparadas, exigiendo de la disciplina histórica su tratamiento como sujetos en contextos específicos que expliquen su actuación y su intención como simples y complejos seres humanos. Mucho falta por reflexionar aún, pero ahora tenemos algunos indicios.

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Aún cuando no se dispuso de una colección completa de esta publicación periódica, es evidente que las mujeres aparecían no sólo en las páginas interiores de la prensa oficial, su presencia y sus acciones son registradas aún en primera plana, señal de su inevitable incorporación a la esfera de lo público. Con este primer esfuerzo se muestran las posibilidades que, para la investigación histórica sobre las mujeres en México, representa la sistematización de la información hemerográfica.

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FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA Archivo General del Estado de Puebla. Periódico Oficial del Estado de Puebla Archivo Municipal de Puebla. Periódico Oficial del Estado de Puebla. Hemeroteca del Estado de Puebla. El abogado cristiano González de Cossío, Francisco. 1949. “Introducción”, Gacetas de México: Castorena y Ursua (1722) y Sahagún de Arevalo (1728 a 1742). (Testimonios mexicanos, historiadores, no. 4). México: Secretaría de Educación Pública Herrera Feria, María de Lourdes. 2004. “Ideal y modelo femenino en la prensa metodista”, en Gloria Tirado Villegas, coord. Voces e imágenes del periodismo en Puebla. Puebla, México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Asociación de Mujeres Periodistas y Escritoras de Puebla. Londoño, Patricia. 1990. “Las publicaciones periódicas dirigidas a la mujer, 1858-1930”, en Boletín cultural y bibliográfico, núm. 23, Volumen XXVI. Bogotá, Colombia: Biblioteca Luis Ángel Arango, del Banco de la República.

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COMENTARIOS FINALES María del Carmen García Aguilar

Uno de los objetivos que desde su integración, hace casi diez años,

se propuso el Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, fue contribuir a la escritura de una Historia de la Mujeres en México. Sabíamos de la complejidad de tal empresa, pero los integrantes del CEG no estabamos solos en el intento y con la colaboración de una entrañable colega adelantamos un trabajo colectivo Construyendo la historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala, Sinaloa),1 que resultó ser el primer paso en este inexplorado camino. A la par de ese trabajo iniciamos una serie de actividades encaminadas a hacer fructificar la semilla plantada: cursos, conferencias, talleres, actividades culturales, un congreso sobre investigaciones en temas de mujeres y finalmente convocar, con base en estas experiencias, a la realización de una investigación más integral que incluyera tanto las diversas etapas de la Historia de México, como las diferentes regiones de la República. La tarea fue complicada y ardua, pero finalmente logramos integrar una serie de investigaciones que elaboradas en artículos específicamente para este propósito, dieron como resultado Estudios Históricos sobre las Mujeres en México, que abonan el terreno recién roturado. El texto se diseñó de tal forma que en cada una de sus secciones se abordan las grandes etapas de la Historia de México, diversas problemáticas y temas pero, básicamente, se intentó destacar el papel que han desempeñado las mujeres a lo largo de la Historia en diversas zonas geográficas del país. *** En la primera sección se agrupan los trabajos referidos a “las antiguas mexicanas”, en donde María Rodríguez-Shadow; con su artículo “Las mujeres de la elite maya en el clásico” tuvo el propósito de analizar el papel desempeñado por las mujeres de la nobleza maya

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durante el periodo Clásico (200-900 d. n. e.) a partir del registro arqueológico. Su objetivo principal fue ofrecer una interpretación alternativa a los planteamientos que han hecho las arqueólogas quienes afirman que las mujeres de la sociedad maya gozaban de un alto estatus y mucho reconocimiento social. En breve, propone que los privilegios y prebendas accesibles a las mujeres de la elite maya eran canonjías disfrutadas debido a la clase a la que pertenecían, no a que fueran prerrogativas de su género. En el artículo “Cihtin, las antiguas mexicanas”, María del Pilar Paleta Vázquez hace, a partir de documentos escritos y estudios especializados, un análisis crítico de la visión tradicional sobre las mujeres en el México Antiguo; precisa los criterios metodológicos adoptados y a partir de éstos presenta diversas formas y grados de actividad pública de las mujeres mexicas, mayas, otomís y mixtecas. En el artículo también analiza su significado desde la perspectiva filosófica, teológica y social en la mentalidad de la época, así como del papel que ellas desplegaron en la educación, la ciencia, la economía, la guerra, la política, la poesía, la cultura. El artículo “Malinali: una reinterpretacion cultural” de Anna M. Fernández Poncela, tuvo como objetivo hacer una revisión o reinterpretación cultural en torno a la figura de la Malinche. Todo ello a la luz de la realidad social en la coyuntura espacio-temporal que le tocó vivir, su época, y la recreación cultural en narraciones del tiempo de la Colonia, incluyendo algunos anteriores y posteriores, pero fijadas en dicho período. Así como las leyendas por escrito y ya bajo autoría de los dos últimos siglos de nuestra historia —XIX y XX— , en la Independencia y con posterioridad a la misma, de quien la autora llama Malinali, desde la tradición indígena, la visión de los colonizadores, hasta autores de época independiente. El último artículo que se incluye en este apartado, nos lleva a una región rica en tradiciones, Tlaxcala. La exposición versa sobre “La entrega y el bautismo de las doncellas tlaxcaltecas: las primeras reacciones ante el cristianismo”. En él Angélica Rodríguez Maldonado, describe que el 23 de septiembre de 1519, Cortés y sus tropas llegaron a Tlaxcala, después de que los tlaxcaltecas combatieron y se enfrentaron a los hispanos en repetidas y cruentas batallas, sin lograr la victoria, establecieron el pacto de alianza que fue sellado con la entrega de varias jóvenes indígenas nobles a los capitanes españoles, además de aceptar las condiciones de alianza que les impusieron, entre ellas las exigencias de una nueva religión. En esta primera etapa

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fueron muy pocas las prácticas cristianas que se impusieron a unos cuantos miembros de la población destacándose el bautismo de las doncellas tlaxcaltecas. *** Otra de las etapas significativas en nuestra Historia, es la época colonial, por ello se incluyó en este texto un capítulo sobre Novohispanas ilustradas y rebeldes. El primer artículo que conforma este apartado trata sobre “La Sexualidad y mitos en el México colonial”, en él, Marcela Suárez expone y analiza los mitos y realidades que se ejercieron para controlar la sexualidad en la Ciudad de México en los últimos años de la Nueva España, así como los discursos y las relaciones populares en torno a ella. Un papel importante en este período lo tuvieron, sin duda, las parteras; de ahí la pertinencia del texto de Indira Dulce M. Palacios García, “Bruja, supersticiosa o ignorante. la partera colonial ante la razón ilustrada”, en donde el tópico central trata de las mujeres que ejercieron el oficio de partear durante la época de la colonia. Entre los objetivos que la autora se traza, y que sin duda logra, está el rescate histórico de la imagen de estas mujeres en la vida cotidiana de las diferentes colectividades. Se muestra, en esta investigación, cómo las mujeres de una u otra forma han buscado sobrevivir, manteniendo y creando cultura, pese a los infortunios y limitaciones sociales, económicas, etc. Se muestra, igualmente, cómo en los orígenes de una de las más nobles profesiones se encuentran manifestaciones de intolerancia y segregación hacia lo femenino. Con el declive del pensamiento medieval y el arribo de las ideas ilustradas, se instala una reglamentación para el ejercicio de las parteras, que no elimina las desventajas con las que hasta esos momentos se tuvieron que enfrentar. Raúl Aguilar Carvajal y Julieta de la Torre Herrera, nos presentan las condiciones jurídicas de las mujeres en la Nueva España, a través de la historia de una mujer, Gerónima de Rioja. Su artículo “Gerónima de Rioja, una viuda en el siglo XVII: la condición y representación jurídica de la mujer en la Nueva España”, gira en torno a una idea central: la viudez otorgó a la mujer ciertas libertades jurídicas que en su condición de hija o mujer casada le estaban negadas, como fue el ejercer demandas judiciales, generar protocolos y demás procedimientos jurídicos “sin el consentimiento masculino”. En este sentido, este breve ensayo trata de resaltar algunas cuestiones relativas a la vida cotidiana de una singular viuda.

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La vida conventual no podía dejarse de lado, por ello se incluye el artículo de Virginia Hernández Enríquez “Sor María de Jesús Tomellín: el ideal de mujer novohispana”, en donde la investigadora destaca que los conventos femeninos fueron establecimientos de protección y control de las mujeres. El trabajo se refiere particularmente al Convento de la Concepción en Puebla que albergó a la Venerable Madre Sor María de Jesús Tomellín en los siglos XVI y XVII. El recuento de su vida permite a la autora explorar la normatividad ejercida por la Iglesia con el fin de moldear a las monjas no sólo en los ideales cristianos sino en las reglas específicas de los conventos. Todo lo anterior dio como resultado en muchas de estas mujeres una especial conformación subjetiva la cual se constituyó también a través de las prácticas místicas, de los que da cuenta este artículo. En el artículo “Enfermedad y control social. Mujeres en el Veracruz colonial”, Mayabel Ranero Castro, analiza dos instituciones del puerto de Veracruz —el principal puerto de la Nueva España— en los siglos XVII y XVIII, destinadas a la atención y control de la población femenina: el Hospital de Nuestra Señora de Loreto y la Casa de Recogidas. En tales siglos la conducta femenina indeseable se concibió de forma mórbida; para controlarla y vigilarla se diseñó un tratamiento clausurante y monacal en la antesala de la visión disciplinante del reformismo ilustrado y sus instituciones de castigo y corrección. Por su parte, Martha Eugenia Delfín Guillaumin, escribe “La Maruca, una vecina rebelde de Tacubaya en el siglo XVIII”; en donde nos dice que en octubre de 1769, un acontecimiento que alteró el orden de Tacubaya fue que los pobladores, gente “del común y naturales de la villa”, solicitaron a la Real Audiencia a través del procurador de indios, don Joaquín Antonio Guerrero y Tagle, que se efectuaran autos y diligencias en contra de Gertrudis Efigenia, alias la Maruca, acusándola de “ser muy escandalosa, provocativa y desvergonzada”. Según la descripción que se ofrece de ella, se trataba de una india alobada “de perverso natural y desenfrenados procederes”. Consta en el expediente que se le abrió en el Juzgado General de Naturales para dar seguimiento a la queja de los vecinos, especialmente por las declaraciones de los testigos, que la Maruca había ofendido con su actitud agresiva a varias personas de la villa, en particular a un individuo llamado Blas de la Candelaria, al que había atacado e injuriado con motivo del pleito por un terreno. A su marido se le consideraba un ser “débil y afeminado” por dejarse dominar por ella. Además, ofendía a los recaudadores del tributo y

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se negaba a pagar las obvenciones. En suma, se trataba de una mujer, de una india, que, a su vez, era peligrosa por “ser naturalmente pleitista y escandalosa haciéndose la primera cabecilla de bando con otros en cuantos motines se mueven” en la villa. Sin embargo, y a pesar de que las declaraciones tomadas a los testigos siempre la muestran en sus aspectos más negativos, el objetivo principal de este texto es intentar analizar su comportamiento rebelde desde otra perspectiva para suponer que más que un carácter escandaloso, provocativo y desvergonzado, la Maruca manifestaba su inconformidad ante el modo de vida impuesto aunque fuese con una conducta que a muchos escandalizaba. No hay duda de que era una mujer de carácter fuerte y aguerrido, pero resultaría demasiado simplista encasillarla como una mera revoltosa. Se trata sin duda de una persona que por género, etnia y estrato social le estaba más que prohibido rebelarse en contra del orden establecido. *** Desde la percepción de la historiografía tradicional, el siglo XIX se desarrolló en medio de sobresaltos y turbulencias, pero el interrogante que pretende responderse con este conjunto de trabajos es cómo fue vivido y percibido ese período de la historia por las mujeres y la respuesta que aquí se adelanta es que para las mujeres significó el preludio para acceder al trabajo y a la educación, por eso fue inevitable identificar esta sección como Trabajo, educación y sexualidad femenina en el siglo XIX”, cuestiones cruciales que le dieron identidad al siglo XIX. El primer artículo de este apartado es “Mujer y trabajo en el siglo XIX: el ángel del hogar vs. la prostituta”, en donde Fernanda Núñez, analiza el paralelismo que los doctores, higienistas y moralistas mexicanos del siglo XIX hacen entre pobreza = prostitución, contrapuesto al de riqueza = decencia. En el artículo se descubre esa mirada que se pretende científica y que en realidad quiere fundamentar con bases científicas los estereotipos misóginos elaborados a lo largo del XIX, tan preocupado por construir una nación. La autora hace notar que para ayudar a llevar a cabo la noble tarea de forjar patria, las mujeres tendrán un papel fundamental, el de reproductoras de la institución más importante de la sociedad: la familia. Las discusiones en torno a la dichosa naturaleza femenina serán la clave para distinguir a las mujeres decentes, únicas capaces de construir una familia y ser verdaderas madres, de las otras, las que tienen que trabajar para sobrevivir. El discurso decimonónico quiere convencer a

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las mujeres de que si no acatan lo que la naturaleza les ha preparado, es decir el santo matrimonio, terminarán como las parias de la sociedad. El artículo de Guadalupe Ríos de la Torre, “La zona de las margaritas. Las meretrices en la segunda mitad del siglo XIX mexicano”, plantea que, como parte de la ideología en torno a la sexualidad y el pensamiento sobre la dicotomía salud/enfermedad, limpieza/suciedad, en la época que indica (1876-1911) siguió prevaleciendo el “anticontagismo” como pensamiento colectivo que pretendió luchas contra lo antihigiénico y el contagio de las enfermedades, en este caso las venéreas, y en particular la sífilis. Tanto médicos como educadores orientaron sus acciones y esfuerzos en contra de la suciedad y el contagio. En este terreno, nos dice, la sexualidad de la mujer, y en especial de las mujeres públicas fue vista como problemática. En este trabajo se aprecia como el reglamentarismo y la revisión médica, nacidos en el siglo XIX nos muestran los prejuicios existentes en esta época de estudio. Sobre el norte del país, se incluyeron dos trabajos: “La mujer de la frontera norte en el siglo XIX. Un estudio de caso en base a testamentos”, de María del Carmen Tonella, y “La educación de las mujeres zacatecanas durante el régimen porfirista”, de Norma Gutiérrez Hernández. El primer trabajo llena un vacío en la historiografía, pues muestra a la mujer en un espacio regional diferenciado, la frontera, que permite ir articulando la experiencia histórica de las mujeres mexicanas. Para ello se abordan las fuentes existentes desde un ángulo diferente: tal es el caso de los testamentos registrados en el Distrito de Arizpe, Sonora, durante el periodo de 1796 a 1859. La espacialidad se tomó en cuenta por la importancia de la región, dado que la ciudad de Arizpe desde 1779 se ostentó como capital de las Provincias Internas de Occidente y al mismo tiempo, fue escogida como sede del Obispado de Sonora, integrado por Sonora, Sinaloa y las Californias. La temporalidad se centra en las últimas décadas del periodo colonial y las primeras décadas del postcolonial y del México independiente, debido a que las fuentes utilizadas, o sea las notariales, son más detalladas en ese lapso. Por su parte Norma Gutiérrez Hernández da cuenta de la participación laboral de un sector femenino en la ciudad de Zacatecas durante el porfiriato. El eje central en este apartado se circunscribe a un marco general sobre la educación de las niñas y jóvenes en el periodo aludido para conocer, comprender y analizar ciertas prácticas laborales de las zacatecanas a la luz de la educación superior que se brindó en la ciudad

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capital, específicamente en el magisterio, la profesionalización y ciertos estudios para el ramo de los servicios. Las condiciones de vida y trabajo de las mujeres se vieron sujetas a diversos cambios en el siglo XIX, uno de los más importantes, quizá, fue el acceso de las mujeres a la educación, por ello el trabajo de María del Carmen Gutiérrez Garduño, “El acceso a la profesionalización. El caso del Estado de México, 1891-1910”, resulta de gran interés. Este trabajo tiene como objetivo principal describir el ingreso de las mujeres a las instituciones educativas profesionales de la época. Reconstruye este proceso histórico a partir de la creación de la Escuela Normal para Señoritas y de Artes y Oficios, institución que se encargó de preparar a las futuras profesoras y profesionistas de la entidad. Describe cómo la Escuela Normal albergó a varias instituciones y cómo la sección profesional estuvo constituida por los estudios de preceptoras de primera, segunda y tercera clase, teneduría de libros, comercio y telegrafía. En la sección de artes y oficios se establecieron los talleres de filigrana, fotografía, flores artificiales, modas y confecciones, encaje inglés y catalán y encuadernación. Otras instituciones que estuvieron anexas a ésta fueron la Academia de Música para Señoritas del Estado de México, que se encargó de formar a las futuras cantantes y ejecutantes de algún instrumento, principalmente el piano o violín, y la Escuela Teórico práctica de Obstetricia tuvo como finalidad preparar a las mujeres en los cuidados femeninos. Con el artículo “Huérfanas, nodrizas y profesoras poblanas a finales del siglo XIX”, María de Lourdes Herrera Feria, intenta documentar la existencia y el destino de mujeres recluidas en casas de asistencia social en el período correspondiente al último tercio del siglo XIX poblano como resultado de las políticas higienistas que se oficializaron al amparo del “orden y el progreso” del régimen porfirista. Su colaboración se basa en la revisión de los documentos del Orfanatorio de San Cristóbal, del Hospicio de Pobres y de la Escuela de Artes y Oficios, recientemente rescatados y organizados en el Grupo Documental Beneficencia Pública y de las actas del Registro Civil, localizados en el Archivo General del Estado de Puebla, que revelan una ciudad dentro de la ciudad en la que se hacen omnipresentes los nacimientos no deseados, el abandono de infantes, la locura, la enfermedad, la vejez y la muerte de grupos sociales separados por las distancias infranqueables de la fortuna y el poder de compra. En estos grupos sociales, la presencia femenina, desde

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la condición del abandono, se define en el mosaico social de la marginación. El artículo “Historia, raza y género en el fin del siglo poblano, 1894-1906” de Carmen Ramos Escandón, tuvo como objetivo analizar el proceso de construcción de diferencia genérica y de conciencia histórica, en especial en relación a raza y memoria en las tesis de la Escuela Normal de Profesoras del estado de Puebla (1895-1900). Utilizando como fuente documental las tesis que para optar por el grado de profesora en Instrucción Primaria se presentaron en la Escuela Normalista del Estado, y que se han conservado hasta nuestros días; el trabajo indaga sobre el papel que la profesora de instrucción elemental cumple en la transmisión de conocimientos y valores que se entrecruzan con las nociones de identidad o raza, cruciales en la elaboración del proceso de formación de la conciencia histórica. *** Así, con este breve recorrido llegamos al siglo XX, marcado por múltiples y perentorios cambios y en donde se inscribe la revolución cultural más importante: la revolución de las mujeres. Los cambios que generaron las mujeres no sólo alteró la vida sociocultural de México y el mundo, sino también, la vida cotidiana. La mayoría de las protagonistas de estas transformaciones fueron seriamente descalificadas. De ahí que el capítulo haya sido denominado Trangresoras del siglo XX, en él se trató de incluir las historias, planteamientos y sucesos de mujeres que marcaron este período. El primer artículo de este apartado, “La mujer moderna: una revista feminista y revolucionaria”, lo escribe María Elizabeth Jaime Espinoza. El objetivo principal de la investigación es el análisis de la revista La Mujer Moderna, editada por Hermila Galindo Acosta, feminista que participó en la Revolución Mexicana. El trabajo tiene como finalidad demostrar la importancia de La Mujer Moderna, como medio de difusión para el desarrollo de dos causas ideológicas, la revolucionaria y la feminista. Asimismo no sólo se analizaron los artículos que aparecieron publicados en la revista, sino el financiamiento de la misma y las posiciones ideológicas de algunas de sus escritoras. Por su parte, Elsa Muñiz García escribió “Sexualidad y género: motivos de estado. México 1920-1935”, en donde plantea que el cuerpo y la sexualidad son evocados constantemente para expresar relaciones y fenómenos sociales y políticos que aparentemente nada tienen que ver con la sexualidad de hombres y mujeres. No obstan-

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te, analizar la importancia que los reconstructores del régimen durante la etapa que va de 1920 a 1935 tuvieron sobre el cuerpo y la sexualidad, permite advertir con claridad su función legitimadora de relaciones sociales e incluso, de los propios sistemas políticos. María Lourdes Cueva Tazzer, en su artículo “Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora: una propuesta de las comunistas para educar a las mujeres en México, 1935-1940”, expone el proyecto educativo “Casa-Escuela de la Mujer Trabajadora” propuesto por Concha Michel y un grupo de mujeres de izquierda en el Frente Único Pro Derechos de la Mujer Trabajadora (FUPDM) en los años treinta. La investigadora hace destacar que fue una controvertida propuesta que planteaba una educación diferente para la mujer que la otorgada, hasta ese momento, por la Secretaría de Educación Pública. Aunque fue el único proyecto de esta naturaleza realizado desde una organización no gubernamental y ajeno al partido oficial, recibió apoyo de algunos funcionarios y desató polémica tanto al interior del FUPDM, en la Secretaría de Educación así como en el mismo Partido Comunista Mexicano. El artículo “1953: Las Mujeres Poblanas y el derecho al voto. Significados preliminares” de Ana María Huerta Jaramillo, recupera información acerca de las actividades de las mujeres en Puebla durante el año en que en México se otorga el derecho al voto femenino pleno: 1953. Como una acción preliminar se pudieron encontrar los perfiles de las reivindicaciones que generalmente quedan ocultas cuando se privilegia la noticia del acontecimiento exclusivamente político. El aparente deseo de participación política de las mujeres posee dimensiones profundas que son destacadas en este artículo. Blanca Estela Santibáñez Tijerina, con su artículo “Junto a un gran obrero, una gran mujer: historias de mujeres en un entorno fabril de Tlaxcala”, reúne las experiencias vividas por mujeres del estado de Tlaxcala que fueron parte importante de la industria textil de esa entidad. Aunque no existía la mano de obra femenina dentro de las factorías, ellas se vieron involucradas en las labores fabriles a través de las rutinas diarias, de las actividades extramuros y sobre todo del apoyo solidario a los obreros en los momentos de conflicto. A través de la historia oral se reconstruyen parte de las vidas de estas mujeres que narran de viva voz sus impresiones, vivencias, rutinas y sinsabores de la vida que compartieron al lado de aquellos que formaron parte de la industria textil, ya sea su padre, esposo e hijos. Con el artículo “De la casa a la democracia. Un proceso de empoderamiento. (Puebla, 1968)”, de Gloria A. Tirado Villegas, se

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retoma un período de trascendencia para México, el 68. Aquí Gloria Tirado hace la precisión de que en la extensa bibliografía escrita sobre esta etapa, las mujeres permanecen ausentes como actores sociales en este movimiento social, parteaguas en la historia de México. Para la autora, el 68 fue un hito, también, en la historia de las generaciones, la juventud, y en especial en el proceso de formación política de las mujeres. A la inexistencia de la democracia social, se sumaba el autoritarismo en la familia. Así, contar el resultado de las experiencias para las jóvenes, en un ambiente altamente masculinizado, significa reconstruir ese proceso de empoderamiento, reconocido como ese poder que las mujeres obtienen para sí, darse ese poder y participar en esas tomas de decisión consideradas “normales” para los hombres. Para cerrar este capítulo no pudimos dejar a un lado a una de las mujeres poblanas más importantes de la cultura de México del siglo XX, Elena Garro, quien con sus múltiples obras no sólo enriqueció la literatura de México, sino que la hizo trascender sus fronteras. María del Carmen García Aguilar, con su artículo “Elena Garro: de la rebeldía al ostracismo”, nos presenta un panorama amplio de la vida y la obra de esta escritora. *** No podíamos concluir este volumen si presentar algunos ejercicios de exploración sobre Fuentes para la historia de las mujeres, en tanto que los materiales que se han utilizado en todas las investigaciones, tienen un eje común, hacer visible lo que hasta hace poco pasaba desapercibido, el ser y hacer de las mujeres en la composición de la historia. El artículo que abre esta sección destaca que, entre los recursos metodológicos con los que se cuenta para el trabajo de historiar, tenemos las fuentes orales que pueden explorarse mediante la “entrevista en profundidad”. En su artículo “El recurso de la oralidad en los estudios de género: historias para contar”, Gabriel Montes Sosa muestra a la “conversación” como herramienta de investigación sobre la construcción simbólica de la paternidad, privilegiándola sobre la entrevista, justificación que le merece una reflexión preliminar. El autor destaca la importancia de la tradición en esos procesos de oralidad, para obtener información y hace una reflexión sobre los trabajos de investigación que ha desarrollado sobre la paternidad. Enseguida el artículo “Fuentes documentales en el Archivo General Municipal de Puebla para el estudio de las mujeres. Siglos XIX y XX”, escrito por María Eugenia Cabrera Bruschetta, Leticia López

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Gonzaga, Felicitas Ocampo López, Rocío del Carmen Gómez Hernández, Silvia Meza León, Paulino Fuentes Solar y Óscar Alejo García; da una explicación amplia y detallada sobre la importancia de las fuentes documentales que conforman el acervo del Archivo General Municipal de Puebla, en busca de aquellas huellas que testificaron la presencia de mujeres durante los siglos XIX y XX. El artículo “Las fuentes, los centros y los fondos documentales sobre las mujeres en México”, de Elva Rivera Gómez, nos plantea que las fuentes, los centros y los fondos documentales sobre las mujeres que existen actualmente en nuestro país tienen un antecedente: el movimiento de las mujeres. Este trabajo tiene como objetivo central estudiar cómo se crearon los centros de documentación sobre las mujeres y cuál ha sido la contribución de las mujeres feministas, académicas y del movimiento amplio de mujeres al rescate y recuperación de las fuentes e investigaciones de la historia de las mujeres en México. Para ello, el trabajo se dividió en cuatro partes. En la primera, se abordan las principales interrogantes sustentadas por el feminismo a la historia tradicional, en particular a la visión androcéntrica en el discurso y escritura de ésta; la segunda analiza los conceptos de género y poder como categorías de análisis para interpretar las fuentes históricas; la tercera estudia los orígenes de los centros de documentación sobre la mujer y/o de género y su contribución al rescate de la memoria colectiva de las mujeres en México, y por último se presentan los trabajos de corte histórico sobre esta temática realizados por historiadoras/es en Puebla, del 2000 al 2004. Finalmente María de Lourdes Herrera Feria, con las colaboración de Lucero Rodríguez Velázques y Ubaldo Hernández Flores, presenta “Fuentes hemerográficas: Mujeres en la prensa oficial poblana: índice preliminar, 1849-1890”, breve artículo que propone la sistematización y clasificación de la información que sobre las mujeres aparece en el Periódico Oficial de Puebla, de 1848 a 1890. Como resultado de este trabajo conjunto, destaca la descripción del origen del Periódico Oficial de Puebla, que empezó a editarse en Puebla en 1848. *** De esta forma, presentamos a los interesados en el tema y a la curiosidad del lector un panorama general de los estudios históricos que sobre las mujeres se están realizando en México; con mucho, este volumen no es un recuento exhaustivo, quedan pendientes de presentación estudios sobre las mujeres en varias de las importantes

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regiones geográficas del país, sabemos que son muchos los temas, espacios y épocas que aún faltan por desarrollar, sin embargo, para quienes integramos el Centro de Estudios de Género y quienes se sumaron a nuestro esfuerzo, este libro representa un paso, un firme paso, por cierto, en esa tarea pendiente que los historiadores e historiadoras acometemos con especial entusiasmo. Enero, 2006

Notas: 1 Tirado Villegas, Gloria, coord. Construyendo la historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala, Sinaloa). Puebla: Instituto Poblano de la Mujer y CEGFFyL-BUAP, 2001

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AUTORAS/ES

MARÍA RODRÍGUEZ-SHADOW. Investigadora del INAH, Licenciada en Arqueología por la ENAH, maestra en Estudios sobre EEUU por la UDLAP y doctora en Antropología por la UNAM. Tiene la Especialidad en Estudios de la Mujer por la UAM-X. Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales. Es autora de varios publicaciones, entre ellas La condición femenina y las relaciones entre los géneros en Mesoamérica prehispánica, México, INAH, 2004 (en disco compacto versión inicial); Identidad femenina, etnicidad y trabajo en Nuevo México, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2003; La mujer Azteca, publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México, 2000. El Estado Azteca, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1998; El pueblo del Señor: Fiestas y Peregrinaciones del Santuario de Chalma, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2002. Es compiladora de Chachihuite, ensayos en honor de Doris Heyden, 1999, México, INAH y es autora de 26 artículos en libros, 46 artículos en revistas de México y el extranjero y 67 reseñas de libros. MARÍA DEL PILAR PALETA VÁZQUEZ. Profesora-Investigadora del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Licenciada en Historia por la UAP. Exdirectora del Archivo Histórico Universitario de la BUAP. Ha participado en congresos internacionales y nacionales. Sus publicaciones más recientes son: “Pregones y pregoneros de Puebla en el siglo XVI”, en Voces e imágenes del Periodismo en Puebla. Puebla, BUAP-AMPEP, 2004; “Para mujeres en historiadoras en torno a un 8 de marzo” en La Historia vista por mujeres. Puebla, BUAP, 1998. ANA MARÍA FERNÁNDEZ PONCELA. Profesora-Investigadora del Departamento de Política y Cultura. División Ciencias Sociales y Humanidades. Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco. Doctora en Antropología Social por la Universidad de Barcelona. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Es autora de los libros Mujeres y política: Balance y perspectivas. México, IFE, 2004 “Pero vas a estar muy triste y así te vas a quedar” Construcciones de Género en la canción popular mexicana. México, INAH, 2002; Estereotipos y roles de género en el refranero popular. “Charlatanas, mentorosas,

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malvadas y peligrosas. Proveedores, maltratadores, machos y cornudos”. Barcelona, Anthropos, 2002; Protagonismo femenino en cuentos y leyendas en México y Centroamérica. Madrid, Narcea, 2000; Mujeres en la élite política: testimonios y cifras. México, UAM, 2000. Es coautora de “Feminismo y opinión pública hoy. Apuntes para una reflexión”, en Feminismo en México, ayer y hoy. México, UAM, 2000; Protagonismo femenino en cuentos y leyendas de México y Centroamérica. Barcelona, Narcea, 2000. Coautora de Debates en torno a una metodología feminista. México, UAM, 1998 y Feminismo en México ayer y hoy. México, UAM, 2000. Colaboradora de revistas académicas y de difusión, entre ellas FEM, La Ventana, Debate Feminista, Casa del tiempo y Desacatos. ANGÉLICA RODRÍGUEZ MALDONADO. Profesora-Investigadora de la Licenciatura en Historia del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Licenciada en Historia y Maestra en Historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido becaria PROMEP. Profesora de tiempo completo y Coordinadora fundadora de la licenciatura en Historia del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha presentado varios artículos, ponencias y conferencias en congresos nacionales e internacionales en torno a la conquista española, evangelización, vida cotidiana, e historia de las mujeres. Su línea de investigación es la Conquista y evangelización española en Tlaxcala. Actualmente participa en la Línea de Investigación Historia Social Mexicana, en el Proyecto: Tlaxcala durante la primera república. 1821-1835. Colaborando con “Tlaxcala y su clero durante los años 18211835”. Entre sus publicaciones destacan “Las mujeres en la historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo” en Construyendo la historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala y Sinaloa); “Las mujeres y la vida cotidiana”, en I Foro: Las mujeres en el nuevo milenio. Tlaxcala, UAT-ITC-CEDHT-IEM, 2001. MARCELA SUÁREZ ESCOBAR. Profesora-Investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana-Atzcapotzalco. Licenciada en sociología, maestra en historia y candidata a maestra en derecho, doctora en historia. Ha sido profesora de asignatura en la escuela de Estudios Profesionales de Acatlán (UNAM) y profesora de cátedra en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey plantel estado de México. Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I. Fue jefa del área de historia en el plantel Atzcapotzalco de la UAM y presidenta de la comisión dictminadora para el área de humanidades de las tres unidades de la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha publicado alrededor de 40 artículos especializados, coordinado cinco libros, y escrito dos como autora individual Hospitales y sociedad en la ciudad de México del siglo XVI y Sexualidad y norma sobre lo prohibido. La ciudad de México en las postrimerías del virreinato, editados por la UAM. Actualmente prepara otro más: la delincuencia y el control social en la primera mitad del siglo XIX en México. Ha participado en libros colectivos: la serie de 4 Anuarios sobre el 500 aniversario de la presencia de España en América,

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Polvos de olvido (UAM-INBA), Candelas y candelitas (UAM-A)y recientemente Antropología jurídica editado por Anthropos. INDIRA DULCE M. PALACIOS. Licenciada en Historia, Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, título de la tesis “La partera colonial, hacia el nuevo orden ilustrado, 1536-1831”, Cum Laude. Maestra en Historia, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, BUAP, título de la tesis “La asistencia pública y el Hospital General de San Pedro: 18791910, Ad Honorem. Ha sido becaria de excelencia académica por la BUAP en el periodo 1995-1998, por TELMEX en el periodo 1997-1999; por CONACYT en el periodo de 2002-2004; mejor promedio en Historia en los años 1996 y 1998; mejor tesis de Historia en el año 2000. Ponente en el XX Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia, Universidad de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán (1998); ponente en el 1er Congreso Nacional de Investigaciones sobre las Mujeres, BUAP (2001); dictó la conferencia “Investigación en torno a la historia de las mujeres” en el colegio de Historia en abril de 2002; asistente al Coloquio Internacional “Diálogos con el pensameinto historiador”, del 17 al 20 de junio de 2002 en Puebla; asistente al Primer Encuentro de Especialistas en Historia y Filosofía de la Medicina, ICSyH, BUAP, julio de 2004. Es profesora de Historia en instituciones de Nivel Medio y Superior. Actualmente se desempeña en el Instituto Alejandría, A.C. RAÚL AGUILAR CARBAJAL. Suprema Corte de Justicia de la Nación, Archivo Histórico. Actualmente cursa la licenciatura en Archivonomía en la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía. Sus publicaciones más recientes son “Revista para mujeres del siglo XIX” en Takwá. Revista de estudiantes de historia, Número uno, Otoño de 2000, Guadalajara, Jal.; “Autos sobre un sermón: la vida social y religiosa de la villa de Atlixco en la primera mitad del siglo XVIII,” en Quesada Noemí, Martha Eugenia Rodríguez y Marcela Suárez (editoras), Inquisición Novohispana, UNAM-Instituto de Investigaciones Antropológicas-UAM, México, 2000, Tomo II. JULIETA DE LA TORRE HERRERA. Suprema Corte de Justicia de la Nación, Archivo Histórico. Licenciada en Contaduría. Ha traducido al español los siguientes textos sobre Archivística Estudio sobre la administración integral de plagas en bibliotecas y archivos, 1998; Administración de documentos y archivos para directivos, 1998; Obstáculos para el acceso, el uso y la transferencia de información en los archivos, 1998; Estudio sobre el control de la seguridad y el almacenamiento de las colecciones, 1998; Usos y usuarios de los archivos (antología), 1999; La historia y los archivos: puntos de encuentro, 1999; Técnicas tradicionales de restauración, 1999; Métodos de evaluación para determinar las necesidades de conservación en bibliotecas y archivos, 1999; El papel de los archivos y la administración de documentos en los sistemas nacionales de información, 2000; Introducción a la automatización archivística, 2000; Problemas conceptuales rela-

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cionados con los documentos electrónicos, 2000; Lineamientos sobre políticas de conservación del patrimonio de archivos y bibliotecas, 2000; Manual de procedimientos para proyectos de historia oral, 2000; La comunicación en los archivos, 2001; Serie de glosarios: 1. Glosario analítico de acervos documentales, 1998 y 2. Archivos: una clasificación singular, 1998. VIRGINIA HERNÁNDEZ ENRÍQUEZ. Docente en la Facultad de Ingeniería de la BUAP y colaboradora del Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras-BUAP. Candidata a Doctora en Ciencias del Lenguaje por la BUAP, maestra en Literatura por la UDLAP y Licenciada en Literatura y Lingüística Hispánica por la BUAP. Entre sus publicaciones destacan “¿Podemos hablar de un feminismo posmoderno? (relación: feminismoposmodernidad)”. En Revista Graffylia Enero-junio, 2003; “Género, ética y publicidad”, en Las nuevas identidades. Puebla, BUAP/FFyL, 2002; “Educación femenina y transgresión en Mal de amores”, en Las miradas de la crítica. Los discursos de la cultura hoy. México, UAM, 2001; “Desmitificación del héroe y de las figuras masculinas en Mal de amores de Ángeles Matretta”, en I foro: Las mujeres en el nuevo milenio. Tlaxcala, UAT, 2001 y “Literatura femenina, creadora de identidad”, en Expresión Universitaria. Universidad de la Chontalpa, Julio-Agosto, 2001. MAYABEL RANERO CASTRO. Profesora e investigadora de la Facultad de Sociología de la Universidad Veracruzana. Licenciada en Sociología, Maestra en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Tiene estudios doctorales en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Autora de varios artículos sobre el sistema hospitalario de Veracruz del siglo XVI al XVIII, la instauración de hospitales militares y el surgimiento del ejército novohispano. Actualmente estudia la construcción de las identidades femeninas mexicanas en el siglo XIX. MARTHA EUGENIA DELFÍN GUILLAUMIN. Escuela Nacional de Antropología e Historia. Licenciada en Etnohistoria (ENAH), Maestra en Historia (UNAM) y Doctorante en Estudios Latinoamericanos (UNAM). Se ha desempeñado como jefa de carrera de la Licenciatura de Historia de la ENAH de 1997 a 2001. Actualmente es profesora de asignatura de la Escuela Nacional de Antropología e Historia en las Licenciaturas de Etnohistoria y de Antropología Social. Ha publicado los siguientes artículos y reseñas “Es bueno mirarse en su propia sombra”, entrevista a la actriz mapuche Luisa Calcumil, en Latinoamérica, analisi testi dibattiti, Roma, Italia, enero-marzo, 1991; “La guerra contra el indio del sur de Mendoza, Argentina, a raíz de la aplicación de las reformas borbónicas”, en revista Nuestra América, UNAM, 1992; “La campaña del desierto de 1879: el exterminio de indios en Argentina”, revista Umbral, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, mayo de 2001; “Mujeres y poder en el México prehispánico”, reseña analítica del libro La mujer azteca, María Rodríguez Shadow, en Ciencia, Revista de la

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Academia Mexicana de Ciencias, UNAM, volumen 54, número 3, México, julio-septiembre 2003. Esta reseña también ha sido publicada en CEMHAL, Le Centre d’Études “La mujer en la historia de América Latina”, París, boletín No. 40 (año IV-diciembre 2002). FERNANDA NÚÑEZ BECERRA. Centro INAH- Veracruz. Doctora en Historia por la Universidad de Paris VII, Denis Diderot. Profesora-Investigadora, Titular C, adscrita en el Centro INAH-Veracruz, Integrante del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Docente en la ENAH y en la Universidad Veracruzana. Es autora de los libros Malinche, de la historia al mito. Serie Historia. Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1996. (1a. reimpresión, 1998); La prostitución y su represión en la ciudad de México (S. XIX) Discursos y Representaciones, Ed. GEDISA, Barcelona, 2002. Ha publicado en revistas: “¿Es posible hacer una historia de las mujeres?”, en Historias, no.16, INAH-DIH, México, enero-marzo 1987; Malinche, en Debate Feminista, año 3, vol.5, México, marzo 1992; “Las peligrosas relaciones de las ciencias biomédicas con el nazismo”, en revista del CIESAS Desacatos, no.5, México, 2000; “Doña Bárbara de Echagaray, beata y pecadora xalapeña de fines del XVIII”, en Relaciones 88, otoño 2001, vol. XXII.; “El lugar de las mujeres en/de la Historia”, en Graphen de Historiografía, no. 1, INAH, 2002 y “Motines en el San Juan de Dios. La resistencia de las prostitutas al control médico en el México decimonónico”, en Medicina, Ciencia y Sociedad en México, siglo XIX, Laura Cházaro ed., El Colegio de Michoacán, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2002. GUADALUPE RÍOS DE LA TORRE. Profesora-Investigadora Universidad Autónoma Metropolitana-Atzcapotzalco. Doctora en Historia-UNAM. Ha publicado Literatura y Género: Santa, Los de abajo y La Negra Angustias. México, UAM-A, 1999; Imágenes de las mujeres en el México porfiriano. México, UAMA, 1999; Las tradiciones populares en las revistas femeninas de la Revolución. México, UAM-A/INBA/CONACULTA; México Liberal: Prostitución y reglamentación. México, IPN. 2000; “México: Recuerdos y Cambios (1876-1920)” en Estudios Históricos: Arquitectura y Diseño. núm. 6, UAM-A, 2001; Los signos de la belleza femenina en algunas publicaciones del siglo XIX. UAM-A/Casa Lamm, 2001; “Recuerdos y cambios (1876-1920)”, en Estudios Históricos Arquitectura y Diseño. UAM-A, 2002; “Revolución: Muerte y Tradición”. en Cementerios, LLoronas y Corridos (1920-1940). 2002; “Fotografía Prostibularia, en Revista Electrónica”, en Tiempo y Escritura. 2003. Ha sido conferencista y ha participado en los congresos: Lasa 2000, 2001,2002 International Congress; 39 Congress International on Historu the Medicine (2001, 2002, 2003 y 2004); Primer Congreso Nacional de Investigaciones sobre las mujeres. Un encuentro con el nuevo milenio. Puebla, Puebla y Congreso de la Federación Internacional de estudios sobre América Latina y El Caribe, Moscú MARÍA DEL CARMEN TONELLA TRELLES. Maestrante en Ciencias Sociales de El Colegio de Sonora. Especialidad en Métodos de Investigación Histórica.

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Licenciada en Historia por la Universidad de Sonora. Titulada con Mención honorífica. Ha publicado «La Guerra del yaqui a través de la prensa arizonense» en Memoria del XXII Simposio de Historia y Antropología de Sonora. Departamento de Historia y Antropología de la Universidad de Sonora, febrero de 1997; «Fondo de Notarías del Archivo General del Estado de Sonora» en Memoria del XXIV Simposio de Historia y Antropología de Sonora: Archivos y Fuentes para la Investigación Histórica. IIH de la Universidad de Sonora, febrero de 1999. Tomo 2; «Huellas en la arena del tiempo. Rescate del Archivo Municipal de Guaymas», en Memoria del XXIV Simposio de Historia y Antropología de Sonora. IIH de la Universidad de Sonora, febrero de 1999. Tomo 2; «Mujeres del Norte. Un estudio de la presencia femenina en Ures, Sonora, basado en testamentos», publicado en Región y Sociedad, revista de El Colegio de Sonora, volumen XIII, no. 21, enero-junio 2001. NORMA GUTIÉRREZ HERNÁNDEZ. Docente-Investigadora de la Unidad Académica de Historia-Programa de Licenciatura de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Licenciada en Humanidades con Especialidad en Historia por la Universidad Autónoma de Zacatecas y Especialista en Estudios de Género por El Colegio de México. Estudia la Maestría en Ciencias Sociales. La línea de investigación que desarrolla es: La violencia en la ciudad de Zacatecas durante el porfiriato: un estudio de género. Ha publicado La educación de las mujeres zacatecanas durante el régimen porfirista: género, alcances y oportunidades laborales. Zacatecas, Fundación «Roberto Ramos Dávila», (Trabajo ganador de el IV Concurso de Historia Regional 2000); «La participación laboral de las mujeres zacatecanas durante el porfiriato», en Ángel Román Gutiérrez, coord., Primer Foro para la Historia de Zacatecas. Memorias, Zacatecas, Unidad Académica de Historia-Programa de LicenciaturaCentro Interinstitucional en Artes y Humanidades, 2004; «El ejercicio del amor venal en la ciudad de Zacatecas durante el porfiriato», en Sigma. Revista Cultural, Año 1, Núm. , Zacatecas, Zac., Abril-Junio del 2004 y “Las mujeres en la Historia: un panorama general”, en el Primer Encuentro de Investigaciones sobre Mujeres y Perspectiva de Género. Memorias, Zacatecas, Centro Interinstitucional de Investigaciones en Artes y Humanidades, (en prensa) MARÍA DEL CARMEN GUTIÉRREZ GARDUÑO. Docente - investigadora del Instituto Superior de Ciencias de la Educación del Estado de México. División Académica Tejupilco en la línea de Historia de la Educación. Licenciada en Educación Primaria por la Escuela Normal No. 1 de Toluca, Maestra en Ciencias de la Educación por el Instituto Superior de Ciencias de la Educación del Estado de México, Becaria CONACYT y candidata a Doctora en Educación por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Ha publicado “La instrucción para las niñas ricas. Los colegios particulares en la ciudad de Toluca, 1867 – 1910”. En: María Adelina Arredondo. Obedecer, servir y resistir. La educación de las mujeres en la historia de México. México:

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Universidad Pedagógica Nacional, 2003; «La construcción de un modelo educativo de utilidad social. La Escuela de artes y Oficios para señoritas del Estado de México 1891 – 1910. En: CIVERA, Alicia (Coord). Experiencias educativas en el Estado de México: Un recorrido histórico. Zinacantepec, México: El Colegio Mexiquense A. C., 1999; « De la educación de las niñas a la mujer educadora en el siglo XIX. En: GALVAN, Luz Elena (Coord.) Miradas en torno a la educación de ayer. México: COMIE, 1997; «Las Mujeres públicas en la ciudad de Toluca a finales del siglo XIX. En: Memorias del Tercer coloquio regional de investigación. México: UAEM, 1997. MARÍA DE LOURDES HERRERA FERIA. Profesora-Investigadora del Centro de Estudios de Género y del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Licenciada en Historia, Maestra en Ciencias del Lenguaje y estudiante del Programa de Doctorado en Historia del ICSYH por la BUAP. Actualmente es coordinadora del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Ha publicado “La domesticación del cuerpo femenino en la perspectiva de la historia regional” in GénEros. Revista de análisis y divulgación sobre los estudios de género. Febrero 2003, año 10, no. 29. Colima, México, Universidad de Colima; “Aprendices de artesanas en la ciudad de Puebla de los Angeles a finales del siglo XIX” in Graffylia. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, Año I, no. 1, enero-junio de 2003; “Fuentes para la historia de la educación técnica en Puebla durante el porfiriato: la escuela de Artes y Oficios” in Sergio Niccolai y Humberto Morales Moreno coords. La cultura industrial mexicana. Memoria del Primer Encuentro Nacional de Arqueología Industrial. Puebla, México, BUAP y CMPCPI, 2003; “El gabinete de física de la Escuela de Artes y Oficios de Puebla”. In Revista Elementos no. 44, Noviembre 2002 enero 2003, Puebla, México, BUAP. Coautora de Construyendo la historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala, Sinaloa). Puebla, México, Instituto Poblano de la Mujer-CEG/FFyL-BUAP, 2002. Es autora del libro La educación técnica en Puebla durante el porfiriato: la enseñanza de las artes y los oficios. Puebla, SIZA-CONACyT, BUAP, UTP, SEP, 2002. CARMEN RAMOS ESCANDÓN. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-DF. Autora del libro El debate por el sufragio. México, CIESAS, 2002. Ha publicado los siguientes artículos y capítulos de libro entre los que destacan “Mujeres positivas: los retos de la modernidad en las relaciones de género y la construcción del parámetro femenino en el fin del siglo mexicano, 1880-1910”, en Modernidad, tradición y alteridad. La ciudad de México en el cambio del siglo (XIX-XX).México, IIH-UNAM,2001. “Legislación y representación de género en la nación mexicana: la mujer y la familia en el discurso y la ley (1870-1890)”, en Mujeres y naciones en América Latina: problemas de inclusión y exclusión. Madrid-Frankfurt, 2001. Es coautora y ha coordinado los libros Género e Historia. México, UAM/Instituto Mora, 1992; El género en Perspectiva: De la dominación universal a la representación

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múltiple. México, UAM, 1991; Presencia y Transparencia. México, COLMEX, 1990. Ha publicado artículos en las Revistas Debate Feminista, FEM, Signos, Revista Europea de Estudios Latinoamericanos, Secuencia y del Caribe, Bajo el Volcan. MARÍA ELIZABETH JAIME ESPINOZA. Profesora-Investigadora de la Licenciatura en Historia del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Maestra en Historia Contemporánea siglos XIX y XX, por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Candidata a doctora en Historia por la Universidad Autónoma Metropolitana– Iztapalapa. Ha sido ponente en Congresos Nacionales e Internacionales. Es autora de artículos sobre la prensa femenina en el porfiriato y la participación de la mujer en la Revolución mexicana. Sus más recientes publicaciones son “El debate feminista en México: El caso de los juegos florales de Puebla 1902”, en I Foro: Las mujeres en el nuevo milenio. Tlaxcala, UAT-ITCCEDHT-IEM, 2001; “Una historia olvidada. Las mujeres en la Puebla revolucionaria (1910-1917)”, en Marginalidad y Minorías en el Pasado Mexicano. Memoria del XVI Congreso de Historia Regional. Sinaloa, UAS –H. Ayuntamiento de Mocorito, 2000. ELSA MUÑIZ GARCÍA. Profesora-Investigadora en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Atzcapozalco. Doctora en Antropología y maestra en Historia por la escuela Nacional de Antropología e Historia; especialista en Estudios de la Mujer por el Colegio de México; Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha publicado los libros Cuerpo, representación y poder. México en los albores de la reconstrucción nacional, 1920-1934. México, UAM-Porrúa, 2002; El enigma del ser: la búsqueda de las mujeres. México, UAM, 1994. Es autora de diversos artículos especializados publicados en libros colectivos y revistas universitarias como Nueva antropología, Acta Sociológica y Fuentes Hermenéuticas entre otras. MARÍA DE LOURDES CUEVA TAZZER. Profesora-Investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. Realizó la Licenciatura en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, Guadalajara, Jalisco y la Maestría en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y candidata a Doctora en Humanidades con especialidad en Historia en la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa. Trabajo doctoral: “La pasión silenciada: las mujeres comunistas en México 19241940”. Es autora, entre otros artículos, del libro La educación socialista en Sinaloa, 1934-1940 publicado por la Universidad de Occidente, Culiacán, Sinaloa, 2001 y ha colaborado en los libros colectivos: Educación, Trabajadores y Movimiento Obrero, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1992; Miradas en torno a la educación de ayer, Universidad de Guadalajara, Consejo Mexicano de Investigación Educativa, A.C., 1997 y Las Universitarias frente al siglo

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XXI, Universidad de Guanajuato, Asociación de Universitarias de Guanajuato, A.C., 1998. ANA MARÍA DOLORES HUERTA JARAMILLO. Profesora-Investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Doctora y Maestra en Historia por la UNAM, Licenciada en Historia por la UAP. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Es autora de los libros Lavanderas en el Tiempo. (Coord.) México, Instituto Nacional de las Mujeres/Instituto Poblano de la Mujer, 2003; La historia de cada día. Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/ Facultad de Filosofía y Letras, 2002. (Serie Historia No. 1); Salus et Solatium. El desarrollo de las ciencias médicas en Puebla durante el siglo XIX. México. Gobierno del Estado de Puebla/BUAP/Archivo Histórico Universitario. 2001. (Cuadernos del Archivo Histórico 11). Coautora de los libros Voces e imágenes del periodismo en Puebla. BUAP-AMPEP, 2004; Construyendo la historia de las mujeres. Puebla, IPM-CEG/BUAP,2002; Las nuevas identidades. Puebla, BUAP, 2002; La Historia vista por Mujeres. Puebla, CEG-BUAP, 1998. BLANCA ESTHELA SANTIBÁÑEZ TIJERINA. Profesora-Investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Maestra en Historia. Entre sus publicaciones destacan Las huelgas textiles tlaxcaltecas durante el Porfiriato, Cuadernos de Trabajo no. 24. ICSyH-BUAP-CECyT, 1996; “Leopoldo Gavito: empresario y político de Puebla durante el porfiriato”, en Enlaces, No. 4, primavera-verano de 1996; “En las Márgenes del río Zahuapan. La industria textil en Tlaxcala”, en Historia e Imágenes de la Industria Textil Mexicana Puebla, Tlaxcala y Veracruz, Puebla, CITPTlaxcala-Puebla-GEP-KoSa México-ICSyH/BUAP, 2000; “Las Voces del Pasado: historias de vida y trabajo en las fábricas textiles de Tlaxcala”, en Memoria del IV Semanario Internacional de Historia Oral. Testimonios orales para interpretar el siglo XX, Guanajuato, Asociación Mexicana de Historia Oral, Universidad de Guanajuato, CD-R, 2000 y “López de Letona: familia vizcaína de empresarios porfirianos”, en Grajales, Agustín y Lilián Illades Comp., Presencia española en Puebla, siglos XVI-XX, México, BUAP-Embajada de España en México, 2002. MARÍA DEL CARMEN GARCÍA AGUILAR. Profesora-Investigadora del Colegio de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Es Licenciada en Filosofía por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México (BUAP), maestra en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), actualmente estudia el Doctorado en Filosofía en la UNAM. Fundadora y coordinadora del Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Es Autora de Un discurso del silencio. Teoría y crítica literaria feminista. Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, 2002. y de Temas y diferencias. Escritoras Mexicanas Contemporáneas, PEM-BUAP, 1999 y

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prologuista de la Antología de Dramaturgas Mexicanas: Mujer, Teatro y País, Tablado Iberoamericano, 2000; así como de Teatro, Mujer y Latinoamérica. México, Tablado Iberoamericano, 2001. Es coautora de los libros: Perspectivas feministas. BUAP, 1991; Mujer, Cultura y Sociedad. Gobierno del Estado de Puebla, 1991; Filosofía y Género. UNAM, 1995; 11 mujeres de la investigación a la poesía. AMPEP-UDLA, 1997; Género y educación. UNAM, 1997; La historia vista por mujeres. Experiencias y Retos. BUAP, 1998; Memorias del Congreso Internacional de Estudios de Género. 1999. Morelia, Mich. UANH; Cerrando la puerta del siglo XX, AMPEP-BUAP, 2000; Nuevas identidades, BUAP, 2002 y Construyendo la historia de las Mujeres, BUAP-IPM, 2002. GLORIA A. TIRADO VILLEGAS. Docente-Investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Doctora en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestra en Historia Económica por la UAM, Unidad Iztapalapa y Licenciada en Economía por la Universidad Autónoma de Puebla. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Es docente colaboradora en el Colegio de Historia y la Maestría en Ciencias Sociales, con especialidad en Historia de la Ciencia y la Tecnología de la Facultad de Filosofía y Letras y la Maestría en Ciencias Políticas de la Facultad de Derecho de la BUAP. Además, colabora con el doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa/ Universidad de Sonora. Autora de los libros: La otra historia. Voces de Mujeres del 68. Puebla, Puebla, BUAPIPM, 2004, Vientos de la democracia. El 68 en Puebla. BUAP, 2001; Memoria de la Escuela Secundaria José de la Mora, Puebla, 2001; Hilos para bordar, mujeres poblanas en el porfiriato. H. Ayuntamiento de Puebla, Colección Consejo de la Crónica, 2000; Suspiros del ayer. Mujeres poblanas de los cuarenta a los sesenta, CEG, BUAP-Programa Estatal de la Mujer, 1998. Es Coautora y coordinadora de los libros:Voces e imágenes del periodismo en Puebla, 2004; Construyendo la Historia de las mujeres (Puebla, Tlaxcala y Sinaloa), IPM-CEG/FFyLBUAP, 2002 y La Historia vista por mujeres. CEG, 1998. GABRIEL MONTES SOSA. Profesor-Investigador del Centro de estudios de Género y del Colegio de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Licenciado en Psicología y maestro en Psicología Social por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Integrante del Padrón de Investigadores de la BUAP. Ha cursado varios diplomados en Derechos Humanos; tiene estudios en Desarrollo Sustentable y Gestión Ambiental y especialización en Programas de Educación en Políticas de Desarrollo. Las líneas de investigación que desarrolla son el análisis de la violencia, estudios sobre la juventud, la paz, la regulación de conflictos y mediación, desde la perspectiva de género y la psicología social. Sus publicaciones mas recientes son “La paternidad de todos los días”, en Construyendo la historia de las mujeres. Puebla, Tlaxcala, Sinaloa, BUAP-IPM, 2002; “La construcción social de la paternidad”, en

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Las nuevas identidades, Puebla, BUAP, 2002; “Idea de paternidad en parejas que asisten a Consulta GinecoObstétrica. Un estudio de Género en el Hospital Universitario de Puebla”, en Enlaces, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, No. 6, BUAP, 1999. Es autor del Manual de resolución no violenta de conflictos, publicado por la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla. MARÍA EUGENIA CABRERA BRUSCHETTA. Licenciada en Archivonomía por la Escuela Nacional de Bibliotecología y Archivísitica, ha dirigido diferentes repositorios documentales en el Estado de Puebla, fue directora del Archivo General del Estado en su primera época, fue directora del Archivo General Municipal de Puebla. LETICIA LÓPEZ GONZAGA, FELICITAS OCAMPO LÓPEZ, ROCÍO DEL CARMEN GÓMEZ HERNÁNDEZ, SILVIA MEZA LEÓN, PAULINO FUENTES SOLAR Y OSCAR ALEJO GARCÍA. Archivo General Municipal. Historiadoras/es. Egresadas/os de la Licenciatura en Historia de la BUAP. Coautores de los libros Conformación del cabildo de la Ciudad de Puebla en el siglo XX. Puebla, H. Ayuntamiento del Municipio de Puebla-Archivo General Municipal, 2001 y La presencia femenina en la Puebla Novohispana. Siglos XVI y XVII. Puebla, H. Ayuntamiento del Municipio de Puebla-Archivo General Municipal, 1999. ELVA RIVERA GÓMEZ. Profesora-Investigadora del Centro de Estudios de Género y del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Es maestra en Ciencias Históricas por la Universidad Amistad de los Pueblos, Moscú, Rusia. Estudia el Doctorado en Historia y Estudios Regionales de la Universidad Veracruzana. Sus publicaciones más recientes son “Los programas radiofónicos de y para mujeres en la ciudad de Puebla (1995-2000), en Voces e Imágenes del Periodismo en Puebla. Puebla, BUAP-AMPEP, 2004; “Género, educación y Universidad. Un acercamiento a la historiografía en México”, en: Rodríguez Sáenz, Eugenia (ed.). Especial: Historia, Política, Literatura y Relaciones de Género en América Central y México. Siglos XVIII, XIX y XX. DIÁLOGOS. Revista Electrónica de Historia, Vol. 5. No. 1 y 2 Abril 2004- Febrero 2005,Costa Rica, Escuela de Historia-Universidad de Costa Rica. 2004; autora de artículos en la Revista GénEros de la Universidad de Colima y de la Revista Graffylia de la BUAP; es coautora de los libros: Historia de las mujeres en América Latina, Murcia, España 2003; Construyendo la Historia de las Mujeres. (Puebla, Tlaxcala, Sinaloa. Puebla, IPMBUAP, 2002 y Las nuevas identidades, Puebla BUAP, 2002.

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Estudios históricos sobre las mujeres en México, de María de Lourdes Herrera Feria (coordinadora), se terminó de imprimir en el mes de febrero de 2006 en los talleres de LunArena, Arte y Diseño, S.A. de C.V.. El diseño, la composición tipográfica y el cuidado de la edición estuvieron a cargo de J.C. Blázquez.

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