ESTUDIOS DEL LENGUAJE. SEMÁNTICA, LÉXICO Y SINTAXIS

September 14, 2017 | Autor: Graciela Baum | Categoría: Lingüística
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ESTUDIOS DEL LENGUAJE. SEMÁNTICA, LÉXICO Y SINTAXIS

El presente trabajo se propone desarrollar brevemente algunos de los supuestos básicos del formalismo y el funcionalismo lingüísticos que los definen como corrientes antagónicas en el campo de los estudios del lenguaje. Para ello –en un primer apartado- se agrupan un conjunto de afirmaciones según su pertenencia a una u otra posición teórica; a continuación –en un segundo apartado- se intenta dar cuenta sucintamente de cada una de los enunciados. Finalmente, se propone una breve conclusión que recupere los aspectos más relevantes del desarrollo trazado.

¿FORMALISMO O FUNCIONALISMO?

Formalismo
El lenguaje es un espejo de la mente.
El pensamiento tiene forma de lenguaje.
La lengua es una forma de pensamiento explicable a partir de la manipulación automática de símbolos.
Las operaciones por medio de las cuales puede explicarse la lengua son perfectas, completas y constituyen verdaderas reglas de cálculo.
En la lengua es posible establecer distinciones absolutas y formular categorías discretas.
El componente fundamental de una lengua es el sintáctico.
Las estructuras son opacas semánticamente.
Existe una sintaxis universal.
La lingüística es una ciencia más cercana a las Ciencias Exactas y Naturales.

Funcionalismo
En la lengua no existe "composicionalidad" en un sentido estricto.
La lengua puede explicarse como una conducta adaptativa.
La lengua debe estudiarse desde la perspectiva textual o discursiva.
El léxico y la sintaxis se constituyen en un contínuo.
La subjetividad es un componente fundamental del lenguaje y la significación.
El pensamiento da forma al lenguaje.
Las operaciones por medio de las cuales puede explicarse la lengua son imperfectas, incompletas y constituyen, más bien, heurísticos o estrategias
.La lengua entra en interfaz con otros factores y se explica a partir de dicha interfaz.
El léxico es idiosincrásico de cada lengua dado que en él se codifica un modo peculiar de conceptualizar la realidad.
El investigador debe reunir datos obteniendo corpus, experimentando, observando casos, analizando casuística a fin de contrastar su teoría.

Formalismo y Funcionalismo
El metalenguaje empleado es formal y abstracto.


DESARROLLO DE LAS AFIRMACIONES SEGÚN SU FILIACIÓN TEÓRICA
A los fines de la organización formal reproducimos la itemización propuesta en el apartado anterior, pero vale aclarar la imposibilidad de evitar solapamientos teóricos en las explicaciones.

Formalismo
El lenguaje es un espejo de la mente.
Esta es la concepción de lenguaje subyacente a las teorías formalistas donde el lenguaje es un espejo o modelo de la realidad pero que ontológicamente la preexiste en tanto refiere a categorías de pensamiento que ofrecen una trama para poder reflejar la realidad. Esas categorías la reflejan tan perfectamente que se puede explicar lo representado sin apelar a la relación entre representación y representado. Esto es, no es necesario salirse del lenguaje para comprender, el lenguaje preexiste y tiene prominencia sobre lo que representa, por lo cual posee entidad formal. Al conceptualizar el lenguaje apriorísticamente respecto de la realidad material y de la materia que representa, el formalismo despoja a la lengua de materialidad fónica y gráfica, y de la materialidad del significado, volviéndola puramente lógica.

El pensamiento tiene forma de lenguaje.
Esta afirmación es esencialmente determinista (el lenguaje predetermina el pensamiento en tanto lo precede) y modularista ya que al sostener la existencia de un lenguaje del pensamiento –lenguaje entendido como símbolos abstractos en relaciones de cálculo- se hipotetiza la mente como si fuera un lenguaje y se propone la modularidad de la misma. Esto es, la división de la mente en diversos módulos relativos a distintos dominios de conocimiento, cada cual con un lenguaje determinado y controlados por la mente desde su sistema central, compuesto, entre otros elementos, por la memoria, la atención, la percepción y la resolución de problemas. Este sistema central capaz de retraducir toda la información entrante posee un lenguaje propio en cuyo marco el pensar se explica como una computación sobre representaciones semánticamente interpretables, es decir, formas bien formadas que permitan significación.

La lengua es una forma de pensamiento explicable a partir de la manipulación automática de símbolos.
Así, pensar es manipular símbolos, comprender el lenguaje es una manera de pensar, es decir, de manipular símbolos abstractos. Es en este nivel de abstracción que la lengua aparece como inmaterial, fuertemente formal, cuyo sistema (soft, contenido como facultad en la mente/cerebro) es perfecto –diseñado para no errar- y donde los errores se atribuyen al procesador-sujeto, a la máquina (hard), a los sistemas de ejecución.

Las operaciones por medio de las cuales puede explicarse la lengua son perfectas, completas, y constituyen verdaderas reglas de cálculo.
A mediados de los años '50, la Gramática Generativa (GG) se inicia como programa de investigación en la creencia de que ciertos aspectos de la mente/cerebro se pueden captar de forma útil mediante el modelo de los sistemas computacionales de reglas que forman y modifican representaciones y que se utilizan en la interpretación y en la acción. Vale mencionar que los desarrollos de las Ciencias Formales ofrecen, hacia mediados del siglo XX, conceptos apropiados para describir los principios computacionales que generan las expresiones de un lenguaje. La GG se ocupa de la inteligencia del lector de la gramática, de los principios y procedimientos que lo llevan a la obtención de un completo conocimiento de una lengua, a la formación e interpretación de expresiones nuevas. La propiedad generativa de la gramática consiste en la elaboración de estructuras a partir de la instanciación de cálculos, de algoritmos lo más abstractos y generales posibles.

En la lengua es posible establecer distinciones absolutas y formular categorías discretas.
Esta afirmación apunta al carácter discreto de la organización del lenguaje, esto es, a su bivalencia en términos absolutos. Un claro ejemplo de la organización discreta y dicotómica que recorre al formalismo en general, es la distinción como fenómenos de naturaleza esencialmente diferente y describibles separadamente de clases tales como competencia/actuación, gramaticalidad/agramaticalidad, gramática/léxico, etc. La distinción formalista competencia/actuación enfatiza la separación entre el sistema y su realización, e instaura el valor absoluto de la identificación de la competencia lingüística en un oyente-hablante ideal en una comunidad lingüística homogénea que sabe su lengua perfectamente, y al que no afectan condiciones sin valor gramatical (memoria, distracciones, cambios de centros de atención e interés, errores, etc.) al aplicar su conocimiento de la lengua al uso real.
En el ámbito de la categorización lingüística, la visión en términos componenciales típica de formalismo y plasmada en el modelo de rasgos (criterial-attribute model) concibe la pertenencia a una clase como una cuestión de todo/nada: una clase se caracteriza por una lista de rasgos que la definen, cada miembro de la clase debe poseer plenamente cada propiedad de esta lista, y ningún no-miembro debe poseer todas las propiedades listadas. Esto para satisfacer la expectativa de predictividad absoluta y restricción impuestas por una teoría lingüística cuyo propósito es la formulación de fuertes aserciones empíricas en tanto matemáticamente rigurosas y formalizables.

El componente fundamental de una lengua es el sintáctico.
El formalismo impone una exasperación sobre el análisis en el que no se aceptan instancias intermedias ni nada del significado que obstruya el análisis y la interpretabilidad. Sostiene el valor excluyente del rigor científico con si concomitante adecuación observacional, descriptiva, explicativa, y cuidadosa formulación teórica, con lo cual la teoría lingüística debe explicitar aquellas categorías del pensamiento que pueden formalizarse verbalmente y que den cuenta de los símbolos posibles y los cálculos que los formalizan. Así, los sistemas de categorías como formas puras de combinatoria de elementos que se terminan reificando deben ser dotadas de sentido por el hablante –ya que nada tiene que ver la realidad externa a la teoría en la génesis y justificación de las reglas sintácticas, que son inmanentes. En este sentido, la lengua es sintaxis –forma pura-, ni semántica ni fonología. El componente sintáctico se constituye como un conjunto de relaciones formales autónomo (principio de autonomía de la sintaxis), impidiendo el acceso a la gramática –entendida como sistema computacional de la facultad del lenguaje- desde otros niveles lingüísticos, dado que las oraciones pueden diferir en su forma gramatical sin consecuencias semánticas. En este marco, los hablantes de una lengua deben poder formular juicios categoriales simples (gramaticalidad/agramaticalidad) respecto de la buena formación de las oraciones fuera de todo contexto y sin detenerse en consideraciones semánticas.

Las estructuras son opacas semánticamente.
Son inmotivadas. Según Chomsky, "una palabra no denota el sentido de una entidad del mundo, o de nuestro espacio de creencias." Las cuatro propiedades (núcleo duro) del estructuralismo lingüístico –arbitrariedad, productividad, carácter discreto, y doble articulación- son redefinidas por el segundo formalismo para dar cuenta del símbolo opaco, de la forma pura, de la difuminación absoluta de la materialidad. Estas propiedades así redefinidas –como propiedades de las gramáticas en tanto teorías de la estructura de una lengua- son las de simplicidad o economía, infinitud discreta, y no redundancia. Todas ellas apuntan a reforzar el carácter puramente sintáctico de los fenómenos lingüísticos hasta el postulado mismo de una sintaxis universal dada la amplitud, simplicidad, y abstracción de la lengua; la potencialidad de formalización indefinida (en el sentido matemático del término) mediante algoritmos y su reutilización; y la puesta en relación con aspectos externos a la lengua en términos de errores ejecutivos generadores de elementos obstructivos respecto de la interpretabilidad de las oraciones –como es el caso de la sobremarcación de la señal verbal o redundancia. Como hemos dicho, dado que las estructuras son opacas semánticamente, no hay nada fuera de la teoría lingüística, de la gramática y de los cálculos que formalizan sus símbolos que pueda dar cuenta de los fenómenos lingüísticos en tanto fenómenos formales, ya que éstos se explican internamente.

Existe una sintaxis universal.
Esta afirmación introduce el postulado de una teoría del "estado inicial" de la facultad lingüística -concebida como un componente particular de la mente humana- previa a cualquier experiencia lingüística. Este estado inicial es parte de nuestra dotación biológica, una propiedad exclusiva de la especie humana que no es producto del aprendizaje ni reductible a otras facultades cognitivas. Es un dispositivo para la adquisición del lenguaje (Language Acquisition Device/ LAD) que toma la experiencia como input y da el lenguaje como output –un output que está representado internamente en la mente/cerebro. Así, la sintaxis o gramática universal (GU) es una caracterización de la facultad lingüística genéticamente determinada, un componente innato de la mente humana que permite acceder a una lengua particular mediante la interacción con la experiencia presente, un instrumento que convierte la experiencia en un sistema de conocimiento realizado: el conocimiento de una u otra lengua. La naturaleza de esta facultad genéticamente determinada es el objetivo de una teoría general de la estructura lingüística que pretende descubrir el sistema de principios y elementos comunes a las lenguas humanas conocidas.

La lingüística es una ciencia más cercana a las Ciencias Exactas y Naturales.
En palabras de Chomsky: "La lucha contra la idealización es la lucha contra la racionalidad (…) Todo lo que es suficientemente complicado como para merecer que se estudie implica, con seguridad, una interacción de varios sistemas. Por lo tanto debe usted abstraer un objeto, debe usted eliminar los factores no pertinentes. Al menos, si se pretende hacer un estudio no trivial. En las Ciencias Exactas, este principio ni siquiera se discute, se acepta como obvio. En las Ciencias Humanas, a causa de su débil nivel intelectual, se sigue cuestionando." (Chomsky en Ronat, 1978:99). La postura formalista implica un alto grado de idealización, formalización, y generalización propio de las Ciencias Exactas, lo cual explica la conceptualización de la lengua en términos computacionales, mediante la lógica y la matemática. Ante la crítica a su propuesta como fuertemente idealizadora y como modelo explicativo que ignora la variación individual y social, Chomsky responde mediante el criterio de eficacia según el cual puede postularse un alto grado de idealización para una teoría si sus hallazgos son evidentes. Según Chomsky, una gramática no generativa no es una gramática científica, con lo cual las reglas gramaticales deben ser absolutamente explícitas, restrictivas y predictivas. De lo contrario, la explicación gramatical es pre o a-científica.
Respecto de la filiación de la lingüística con las Ciencias Naturales –más precisamente con la Biología- vale recordar aquí la idea chomskiana de que los humanos forman parte del mundo orgánico y, por ende, el lenguaje debe concebirse como un producto de la evolución biológica, como un órgano del cuerpo que es una expresión de los genes. La lingüística intenta entonces estudiar un objeto real en el mundo natural –el cerebro, sus estados y funciones- y avanzar en el estudio de la mente y la elucidación de la estructura del lenguaje hasta su integración final con las Ciencias Biológicas. Así, la adquisición del lenguaje se asemeja al crecimiento de los órganos en general: es algo que le ocurre a un niño, no algo que hace el niño. Si bien el medio es importante, el curso general del desarrollo y los rasgos básicos de lo que emerge están predeterminados por el estado inicial del lenguaje como propiedad humana común.

Funcionalismo
En la lengua no existe "composicionalidad" en un sentido estricto.
Según Langacker (1987) la gramática de una lengua es un inventario, una caracterización de unidades lingüísticas convencionales que sólo puede comprenderse y caracterizarse en el contexto de una explicación más amplia del funcionamiento cognitivo. Una descripción exhaustiva de la lengua no puede alcanzarse sin una descripción plena de la cognición humana ya que la primera es parte integral y depende de la segunda. Así, esta postura funcionalista-cognitiva contrasta con las teorías generativas al no considerar la gramática como un dispositivo constructivo: la gramática no es responsable única de crear expresiones nuevas a partir de las partes reconocibles que las componen y generarlas como output, ya sea en el sentido activo sugerido por la metáfora procesual o en el sentido matemático de enumeración recursiva. Esta concepción no constructiva de la gramática está motivada por el hecho de que el conjunto de expresiones nuevas disponibles para el hablante de una lengua no está predeterminado ni bien definido. Es algo que hacen los hablantes, no las gramáticas; es una actividad de solución de problemas que demanda un esfuerzo constructivo y ocurre cuando se usa la convención lingüística en circunstancias específicas. Sin embargo, el conocimiento de la convención lingüística por parte del hablante es uno de los muchos recursos con los que cuenta para hallar una solución, entre otros: la memoria, la capacidad de planificar y organizar, la capacidad de comparar dos estructuras y juzgar su similitud, etc. Como dijimos, no se trata de un conjunto –el de las expresiones nuevas- bien definido, ya que depende del espectro total de experiencias humanas concebibles. Por ende, la creatividad lingüística puede examinarse mejor, no dentro de los límites de una gramática restrictiva y autocontenida sino en el contexto total del conocimiento humano, la capacidad de emitir juicios y solucionar problemas.

La lengua puede explicarse como una conducta adaptativa.
Para los funcionalistas, al abstraer el lenguaje de las funciones que éste desempeña, al no considerarlo como un instrumento de comunicación que ha ido conformándose para satisfacer ciertos fines, es más lo que se pierde que lo que se gana. Según Givón (1995), al excluirse el uso –la actuación- se eliminan también las presiones funcionales adaptativas que configuran las estructura lingüística. Así, la actuación es el lugar "donde el lenguaje se adquiere, donde la gramática emerge y cambia" (p.7), allí la estructura lingüística se ajusta a nuevas funciones y significaciones. Según Halliday, la lengua ha evolucionado para satisfacer necesidades humanas, y el modo en que se organiza es funcional a esas necesidades, no es arbitrario. Ciertos autores conexionistas desarrollan también la idea de la lengua como conducta adaptativa en tanto proponen dos sistemas que se acoplan e interactúan –el organismo y el entorno- a partir de una mente no compartimentada, adaptativa, que tiene la suficiente plasticidad para aprehender la información del entorno y desarrollar un conjunto de asociaciones y conexiones que logran su tarea cuando llegan al equilibrio o estabilidad. Según Langacker, son varios los factores involucrados en una instancia particular de uso de la lengua. Esta se activa cunado un hablante, al evaluar el contexto total, percibe la necesidad de encontrar expresiones lingüísticas para una conceptualización dada. Esa necesidad es un problema a resolver –como lo son otros aspectos del procesamiento cognitivo- y la situación general pone una serie de límites respecto de lo que cuenta como una solución aceptable.

La lengua debe estudiarse desde la perspectiva textual o discursiva.
En la actualidad, el discurso se ha consolidado ya como un nivel de análisis lingüístico legítimo. Los funcionalistas han desarrollado caracterizaciones discursivas de fenómenos gramaticales tradicionales, apuntando a un estudio ecológicamente válido (como un todo funcional) de la lengua en uso. Desde el funcionalismo se sostiene una perspectiva de la significación y de la lengua en uso que no equivale a la mera suma de oraciones sino al conjunto de discursos, textos y enunciados. Su cometido es explicar la oración teniendo en cuenta que ésta es una manifestación del texto discurso, que pone en escena comunicación, uso de la lengua, actuación, experiencia de un sujeto que desea compartirla con otros. Para ello emplea un formato verbal –sintáctico- que cifra un uso de la lengua. Según Halliday (1985), las gramáticas de orientación paradigmática –como las funcionales ancladas en la retórica y en la etnografía- interpretan la lengua como una red de relaciones, tienden a enfatizar variables entre distintas lenguas, se fundan en la semántica, y se organizan en torno al texto o discurso. Este autor sostiene una teoría de la lengua como un modo de praxis, de acción, "a means of getting things done" (Halliday, 1985), siempre en relación con el contexto. Desde la línea cognitiva se afirma que los juicios que realizan los hablantes respecto de las oraciones se relacionan siempre con contextos reales o imaginarios. Por lo tanto, es una premisa de la gramática cognitiva considerar que todas las unidades lingüísticas se definen y todas las expresiones lingüísticas se evalúan en relación con algún contexto. Al trabajar la oración esta línea tiene en cuenta tres aspectos relacionados con el texto discurso y el contexto: 1. los eventos y roles, esto es, el universo discursivo representado en la oración: los tipos de situaciones y participantes conceptualizables por medio de la lengua; 2. los patrones constructivos que posee la lengua y cómo se hace uso de ellos; y 3. la puesta en escena (grounding) realizada por el hablante, cómo éste se inscribe o no en ella , qué aspectos impactan sobre la gramática y cómo se manifiestan.

El léxico y la sintaxis se constituyen en un contínuo.
Según Lopez García (2000), para la gramática cognitiva el lenguaje representa una formalización de la imagen del mundo que captan los hablantes y sus estructuras no pueden ser indiferentes a dicho acto de aprehensión. Los fenómenos lingüísticos son básicamente contínuos tanto en el sintagma como en el paradigma y lo discreto es una necesidad metalingüística. Según Langacker (1987) el significado es central a todos los propósitos lingüísticos, es aquello de lo que se trata el lenguaje. La gramática misma, es decir, los patrones que agrupan morfemas en configuraciones progresivamente más extensas, es inherentemente simbólica y significativa, con lo cual no tiene sentido proponer componentes gramaticales y semánticos separados. La gramática es la estructuración y simbolización de contenido semántico, y el significado reside en jerarquías de imágenes convencionales. Una teoría lingüística debe tratar el significado de manera orgánica. Así, la gramática cognitiva sostiene que el léxico, la morfología y la sintaxis conforman un contínuo de unidades simbólicas que sirven para estructurar el contenido conceptual para propósitos expresivos. Es incoherente hablar de la gramática aislada del significado, y se rechaza también la segmentación de la estructura gramatical en componentes discretos. La gramática de una lengua representa el conocimiento del hablante de las convenciones lingüísticas y mucho de este conocimiento reside en su dominio de las expresiones convencionales (frases hechas, colocaciones familiares, expresiones formulaicas, etc.) que deben listarse explícitamente en la gramática de una lengua a modo de inventario. La postura cognitiva asume una gradación que une el léxico, la morfología y la sintaxis y descarta cualquier dicotomía estricta basada en la novedad, la generalidad, y el tamaño de las expresiones. La gramática es simbólica –consiste en la simbolización convencional de estructuras semánticas- y forma un contínuo con el léxico.

La subjetividad es un componente fundamental del lenguaje y la significación.
La visión flexible y dinámica del lenguaje propia del modelo cognitivo se refleja en la sustitución de la tesis de un sistema creativo de reglas por un sistema abierto de categorías donde la creatividad reside en el sujeto. Este es un sujeto de concepción, que elabora conceptos y se autoconcibe, y un sujeto de percepción respecto de las experiencias de las que habla. Es un sujeto que en cada instancia de uso de la lengua decide sobre el tipo, la cantidad y la disposición de los patrones sintácticos que va a usar para transmitir la información. Esta elección es significativa, ya que está motivada por las razones y propósitos de uso del sujeto que vehicula y manifiesta sus experiencias a través de la lengua. Así, el sujeto-hablante realiza una puesta en escena (grounding, Langacker, 1987) creando un marco a partir del cual esta escena se construye, e inscribiéndose o no en ella. Si el sujeto –la subjetividad- se pone en escena, aparecen marcas verbales explícitas y la lengua se objetiva, esto es, la subjetividad se objetiva, se manifiesta sintácticamente. En caso contrario –cuando la subjetividad no se pone en escena- la lengua aparece como objetiva.


El pensamiento da forma al lenguaje.
Como vimos, la tesis formalista sostiene que el pensamiento tiene forma de lenguaje –el "mentalés"- que se instancia en cálculos, precede a la realidad, y la explica sin apelar a ella sino desde el interior mismo del constructo, y desde el carácter arbitrario de la relación entre el signo y lo que representa. De modo diametralmente opuesto, para el funcionalismo -en su perspectiva sistémica de la lengua como recurso para realizar significados mediante opciones, o en su perspectiva cognitiva como instrumento de conceptualización y comunicación-, la relación entre representación y representado es motivada, y la forma es icónica a lo que se quiere comunicar. Dado que la lengua es una entidad cognitiva de naturaleza simbólica que se extiende más allá del léxico hasta la gramática, una teoría lingüística debe basarse en el significado, el cual depende de factores experienciales y se imbrica con fenómenos psicológicos cuya naturaleza no es específicamente lingüística. La forma en que el hablante capta y codifica su experiencia del mundo –con una fuerte carga perceptual- es básicamente icónica y esta iconicidad se manifiesta en la sintaxis de la lengua.

Las operaciones por medio de las cuales puede explicarse la lengua son imperfecta, incompleta y constituyen, más bien, heurísticos o estrategias.
En la línea de la lingüística cognitiva el lenguaje no debe caracterizarse mediante modelos abstractos que excluyan el significado. Según Givón (1995), "los modelos deben controlar la realidad, no limitarse a abstraerla." Deben ser modelos basados en el uso, flexibles, que integren semántica y pragmática. El modelo de categorización lingüística de Langacker (1987, 1988) recoge el dinamismo observable en el lenguaje en uso y su sistematicidad relativa, con lo que deconstruye la dicotomía competencia/actuación, ya que en este modelo co-existen representaciones muy esquemáticas y muy elaboradas y en el cual la creatividad radica en el propio sujeto. Así, las categorías se organizan en torno a instancias prototípicas según aquello que los sujetos aceptan como común, ocurre con mayor frecuencia en la experiencia, se aprende más tempranamente, y puede identificarse experimentalmente de un modo distinto (Rosch, en Langacker, 1987). La pertenencia a una categoría es una cuestión de grado, desde las instancias centrales –prototípicas- a las periféricas –que se desvían del prototipo en mayor o menor medida. De todos modos, la flexibilidad del modelo permite que un sujeto asimile una entidad a una categoría si encuentra fundamentos plausibles para relacionarla con miembros prototípicos. La predictividad de este modelo es estadística más que absoluta. La aplicabilidad de una regla no puede predecirse en términos absolutos, tanto por la relevancia de los prototipos en la determinación del rango convencional de una construcción, como por la importancia de las imágenes convencionales, las cuales son inherentemente variables y no predecibles. Los hablantes tienen libertad conceptual para construir una situación de modos muy diversos, y no se puede predecir en términos absolutos qué imágenes han de elegirse y convencionalizarse. La convencionalidad refleja las vicisitudes de la lengua en uso que moldea, matiene y modifica un conjunto de rutinas cognitivas en evolución contínua. Así, el conocimiento que de la lengua tiene un hablante es procedimental más que declarativo, se desarrolla a modo de estrategia, de proceso adaptativo en respuesta a problemas de codificación y no puede derivarse algorítmicamente a partir de una lista establecida de reglas e ítems léxicos.

La lengua entra en interfaz con otros factores y se explica a partir de dicha interfaz.
Según Langacker (1987) es necesario examinar en detalle la interfaz entre convención y uso ya que ella es la fuente de cambio de la lengua y el crisol de la estructura lingüística. Los factores de la convención y el uso relevantes y que a su vez se constituyen en límites para la aceptabilidad de las expresiones lingüísticas seleccionadas, son, entre otros, cuánto detalle el hablante considera necesario, qué aspectos de la conceptualización desea enfatizar, su relación social con el oyente, su evaluación de cuánto el oyente ya conoce acerca del contexto y la noción a transmitir, cómo ha de integrarse la expresión con el discurso previo y anticipado, el efecto que busca lograr sobre el oyente, su estimación de la habilidad lingüística del oyente, cuánto está dispuesto a desviarse de la convención lingüística, etc. Según Givón (1995), es necesario considerar la estructura del lenguaje en relación con las funciones que desempeña en el discurso y abrirse a la dimensión pragmática del lenguaje y a la variación en distintos contextos situacionales, sociales y culturales. Los modelos, como éstos, basados en el uso, diluyen la oposición competencia/actuación, proponiendo que los seres humanos operan en distintos niveles de abstracción, generalización y especificación; consideran factores de uso y contexto como la frecuencia; y proyectan categorías a nuevos dominios cognitivos empleando extensiones metafóricas. Todo apunta a la antimodularidad de la mente, con lo cual el lenguaje no sería un sistema de conocimiento específico sino un sistema holístico interrelacionado con la cognición general.

El léxico es idiosincrásico de cada lengua dado que en él se codifica un modo peculiar de conceptualizar la realidad.
Es necesario destacar en este punto la importancia asignada por Langacker (1987) a las imágenes convencionales, es decir, nuestra habilidad de construir una situación dada con propósitos expresivos de modos muy diversos: mirándola desde diferentes perspectivas, enfatizando ciertas facetas por sobre otras, aplicándola a distintos niveles de abstracción, construyéndola en términos de una cierta metáfora, etc. El léxico, como la gramática, es un banco de imágenes convencionales que difiere sustancialmente de una lengua a otra. Distintas lenguas usan expresiones que difieren semánticamente a pesar de referirse a la misma experiencia y emplean distintas imágenes para estructurar el mismo contenido conceptual básico. La universalidad de la estructura semántica no puede asumirse aún sobre el supuesto de que la habilidad y la experiencia cognitiva humanas sean muy comparables transculturalmente.

El investigador debe reunir datos obteniendo corpus, experimentando, observando casos, analizando casuística, a fin de contrastar su teoría.
Una de las críticas al formalismo lingüístico es que trabaja con datos degenerados –secuencias imposibles de documentar en la práctica real de los hablantes- que se usan sistemáticamente con intenciones confirmatorias y desvirtúan el objeto de estudio. Esa posibilidad metodológica permite a los lingüistas crear hechos que confirman sus hipótesis aunque este no sea un criterio válido para determinar si una lengua manifiesta o no ciertas propiedades. De hecho, toda desviación es considerada no sistemática, y se evita toda suerte de interferencia. Ante el requisito científico de contrastabilidad de la teoría, Chomsky responde mediante el principio de relevancia teórica, el cual –según el autor- surge cuando una propuesta permite formular generalizaciones interesantes sobre el lenguaje y no necesariamente cuando parte de los hechos. Si bien se reconoce la existencia de variables de tipo social y cultural que afectan el uso del lenguaje, su descripción no sería necesaria para estudiar científicamente el conocimiento lingüístico subyacente al empleo del lenguaje. Para ello hay que recurrir a modelos computacionales, abstractos y formalizados que mediante cadenas inferenciales conducen a planteamientos cada vez más simples y de alcance más general. En la vereda de enfrente, los funcionalistas consideran que los hablantes y oyentes son sujetos sociales y cognitivos que actúan siguiendo planes y metas en comunidades heterogéneas y complejas (De Beaugrande, 1994), con lo cual privilegian metodologías que operan sobre datos reales, estadísticamente, y analizando corpus extensos. Esto, a fin de que sus hallazgos permitan formular generalizaciones inductivas con fuerte apoyo empírico en el marco de metodologías cada vez más cuantitativas.



Formalismo y Funcionalismo
El metalenguaje empleado es formal y abstracto.
Ambos modelos –formalista y funcionalista- emplean un metalenguaje formal y abstracto, ya que ambos, aunque desde diferentes perspectivas, pretenden modelizar su objeto de estudio –el lenguaje, el cual es abstracto y complejo- y lo hacen mediante nociones sumamente abstractas. Para ello utilizan constructor teóricos –sistemas formales- que les permiten alcanzar adecuación descriptiva y explicativa en sus planteamientos básicos respecto del alcance, la autonomía y las características de los fenómenos que investigan –como ocurre en toda ciencia empírica. La diferencia entre ambas posiciones radica en el grado de formalización y abstracción expresado en su metalenguaje, o, en otros términos, en el grado de artifactualidad (vs naturalidad) que la descripción y análisis lingüísticos imponen a su objeto de estudio.
El metalenguaje formalista se construye desde el lenguaje de los sistemas computacionales, de valores absolutos, y se refleja en las tres propiedades centrales del segundo formalismo: simplicidad (forma pura, idealización extrema), infinitud discreta (recursividad matemática o reuso de algoritmos), y no redundancia (la hipermarcación es ajena al lenguaje).
El metalenguaje funcionalista apunta a reemplazar el carácter estático y discreto del lenguaje por una idea de dinamismo, continuidad, valores intermedios, categorías flexibles, y subjetividad. Surge un pensamiento analógico, relativo, temporal, perceptual, cargado de fisicalidad, que se refleja en los supuestos funcionalistas y cognitivos de iconicidad, carácter contínuo, prominencia y accesibilidad. Su metalenguaje recoge y manifiesta dichos rasgos.

CONCLUSIÓN
El desarrollo anterior permite ver con claridad dos direcciones básicamente polares en la conceptualización del lenguaje. Al formalismo corresponde la visión del lenguaje como forma de conocimiento que constituye un sistema representacional modelizable formalmente. Al funcionalismo, a su vez, corresponde la concepción del lenguaje como forma de conceptualización, comunicación e instrumento de socialización. Sin embargo, vale distinguir entre un funcionalismo extremo (identidad lenguaje-comunicación) y versiones más moderadas que reconocen la existencia de un componente estructural y cognitivo como en el caso de Givón y Langacker.
Con todo, las mayores diferencias entre ambos modelos parecen residir en el ámbito del rol asignado al hablante-oyente, al sujeto. Un sujeto concebido desde el formalismo en términos ideales, dueño de un dispositivo lingüístico innato común a la especie, y ejecutor descontextualizado de un sistema reglado perfecto y universal. Un sujeto concebido desde el, o mejor, los funcionalismos en términos contextuales, experienciales; un sujeto cuya concepción del mundo, autoconcepción, y percepción idiosincrásicas lo conducen y agencializan para tomar decisiones, optar, y expresarse creativa y subjetivamente en su codificación de la realidad. Esta codificación –con sus componentes y variables individuales y sociales- se manifiesta plenamente en el contínuo sintaxis-morfología-léxico.


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