Estudios de lingüística

June 14, 2017 | Autor: M. Esparza Torres | Categoría: Hispanic Linguistics
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Descripción

Maria do Carmo Henriquez y Miguel Ángel Esparza (eds.)

ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA

DEPARTAM ENTO DE FILOLOGÍA ESPAÑOLA UNIVERSIDADE DE VIGO

En julio de 1995 se celebró en Vigo el Congreso Internacional «Gramática y Lingüística», organizado por el Departamento de Filología Española y patrocinado por el Vicerrectorado de Investigación de la Universidad de Vigo y la Dirección General de Investigación Científica y Técnica del Ministerio de Educación y Cultura. Los textos aquí recogidos corresponden a las conferencias plenarias pronunciadas en dicho Congreso, excepto el del profesor Ignacio Bosque, que se citaba, desde hace tiempo, como texto mecanografia­ do. Los editores han respetado la organización y presentación de los trabajos tal y como fueron entregados por sus autores y los han agru­ pado en tres apartados: Gramaticografía; Lexicología, Sintaxis y Semántica y El lenguaje de la publicidad.

Todos os direitos reservados Departam ento de Filología Española Universidade de Vigo I.S.B.N. 84-922339-1-5 Depósito Legal: C -1.717 - 1997 Imprime: VENUS artes gráficas, s.a. Pocomaco - Corunha

INDICE Gramaticografía La investigación gramatical sobre el español. Tradición y actualidad, por Ignacio B o s q u e .............................................................................

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La tradición gramaticográfica española: esbozo de una tipología, por Ramón S a rm ien to .........................................................................

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Tareas de la historiografía lingüística, por Miguel Ángel Esparza . . .

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Lexicología, Sintaxis y Semántica Achegas para o estudo do sufixo -ito em espanhol e em portugués, por Maria do Carmo Henríquez Salido ...........................................

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Función semántica y estructura sintáctica de las construcciones de relativo, por Francisco Osuna G a rcía .................................................. 115 Sobre la variedad significativa del sufijo postverbal -clero, por Antonio R ifó n .................................................................................. 123 La construcción del sentido en lengua extranjera: contexto e inferen­ cia, por Covadonga López Alonso & Arlette S é r é ............................139

El lenguaje de la publicidad El lenguaje de los textos publicitarios, por Luis Blanco .......................155

Gramaticografía

La investigación gramatical sobre el español. Tradición y actualidad *

Ignacio BOSQUE U niversidad C om plutense de M adrid

1. Participo con gran interés en este encuentro de hispanistas organizado por el Pabellón de España de la Exposición Universal de Sevilla, sobre todo por lo que de especial tiene este acontecimiento. Compruebo que este encuen­ tro se diferencia de un congreso ordinario en que no se pretende tanto pre­ sentar investigaciones llevadas a cabo sobre los aspectos particulares de la especialidad de cada profesor, como reflexionar sobre la marcha de nuestras disciplinas, sobre su relación con las áreas de conocimiento vecinas, sobre su implantación universitaria y sus repercusiones extrauniversitarias, y supongo que también sobre sus limitaciones, en la medida en que la discusión entre colegas pueda arrojar alguna luz sobre los aspectos que todos consideramos mejorables. Los organizadores me han pedido que trate en mi ponencia de algunas aportaciones de la gramática tradicional al estudio de nuestra lengua, y tam­ bién que establezca alguna comparación entre esas contribuciones y las que * El presente texto fue escrito en 1991. Constituye la ponencia que fui invitado a pronunciar en el Simposio internacional de investigadores de la Lengua Española que organizó el Pabellón de España de la Exposición Universal de Sevilla en diciembre de dicho año. Las actas no llegaron a publicarse, por lo que acepto gusto­ so el ofrecimiento del profesor M.A. Esparza, en nombre del Departamento de Filología Española de la Universidad de Vigo, para que el texto se publique en este volumen. La ponencia se presentó junto con otras que mostraban un balance de las investigaciones gramaticales en diversos marcos teóricos (estructuralistas y generativistas, entre otros). Frente a esas ponencias, la mía no pretendía en absoluto presentar un balance de la investigación tradicional sobre la gramática española (algo por lo demás imposible en un texto breve como es éste), sino más bien introducir algunas reflexiones sobre los cambios que se han producido en la manera de trabajar en gramática, así como sobre las actitudes metodológicas que esos cambios llevan consigo. Mantengo el texto original, a pesar de que soy consciente de que convendría actualizar la bibliografía intro­ duciendo todo lo que pudiera ser relevante de entre lo mucho que se ha publicado en este último lustro, lo que no descarto hacer en otra ocasión. Como me es imposible realizar esa tarea en estos momentos, tan solo he añadido entre corchetes algunos datos para aclarar informaciones de entonces que resultarían falsas, o cuan­ do menos claramente insuficientes, leídas ahora (septiembre de 1996).

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se plantean desde marcos teóricos más modernos. He aceptado el encargo sabiendo de antemano que no sería capaz de cumplirlo a satisfacción de los demandantes, porque creo que es parecido a esas tesis doctorales inacabables que desbordan y abruman al estudiante durante años y años, puesto que ape­ nas existe algo que quede fuera de su ámbito o con lo que no tenga alguna relación. A diferencia de otros colegas que deben abordar en su participación en este encuentro aspectos mucho más específicos de la investigación grama­ tical (como J.C. Chevalier, O. Kovacci, E. Alarcos, M.L. Rivero, A. López García o G. Rojo) las cuestiones que en principio caben en la mía no tienen sus límites tan bien definidos. Observo que la mayor parte de las ponencias de este encuentro abordan el «estado actual» de alguna disciplina. Como no creo que tenga sentido hablar del «estado actual» de la gramática tradicional, intentaré mencionar de manera muy somera algunos aspectos de la investigación gramatical en los que pesan más las aportaciones tradicionales, y también algunos otros en los que la llamada «doctrina tradicional» se siente menos útil, generalmente por falta de explicitud o por la ausencia de un marco teórico claro que se presen­ te previamente a la interpretación de los datos. No sólo del descubrimiento se cumplen ahora cinco siglos. También se cumplen de la tradición gramatical española, que, como sabemos, comienza el mismo año con la gramática de Nebrija. No puede ser mi intención, por tanto, intentar siquiera plantear en el poco tiempo de que dispongo un estado de la cuestión apresurado, a la manera de una memoria de oposiciones, ni tampoco una revisión historiográfica por capítulos, ni siquiera una clasifica­ ción ordenada de autores, posturas u opiniones. Ya existen, de hecho, no pocos estudios publicados que cubren casi todo el ámbito de las cuestiones que cabría destacar, tanto en lo que afecta a la historia de la gramática espa­ ñola1, como a los repasos de las corrientes teóricas que guían la investigación gramatical sobre el español en la actualidad2, y a los estudios sobre la filolo-

(1) La historia de la tradición gramatical española está siendo objeto de atención preferente en muchas univer­ sidades españolas, entre otras en las de Salamanca, Murcia, Madrid y Santiago. Puede obtenerse un buen panorama de conjunto a través de las monografías de J.J. Gómez Asencio, Gramática y categorías verbales en la tradición española (1771-1847), Universidad de Salamanca, 1981, y Subclases de palabras en la tra­ dición española (1771-1847), en el mismo lugar, 1985; M.L. Calero, Historia de la gramática española, (1847-1920), Madrid, Gredos, 1986, y A. Ramajo Caño, Las gramáticas de la lengua castellana desde Nebrija a Correas, Universidad de Salamanca, 1987. Véanse también las antologías de A. Quilis y H.J. Niederehe (eds.). The History o f Linguistics in Spain, Amsterdam, John Benjamins, 1986, y R. Sarmiento (ed.), La tradition espagnole d'analyse linguistique, volumen monográfico de Histoire, Épistemologie, Language, 9,2, 1987. No citaré estudios monográficos sobre el pensamiento gramatical de cada autor o cada período, pero sí debe resaltarse que la gramática académica ha sido objeto de análisis detallados y de varias ediciones en los últimos años. Limitándome a los primeros, deben verse fundamentalmente los trabajos historíográficos de R. Sarmiento: "La gramática de la Academia. Historia de una metodología", Revista espa­ ñola de lingüística, 8, 1, 1978, págs. 105-115; "Filosofía de la Gramática de la Real Academia Española", Anuario de Letras, 17, 1979, págs. 59-96; "La doctrina gramatical de la Real Academia Española”, en la misma revista, 19, 1981, págs. 47-74, y "The Grammatical Doctrine of the Real Academia Española (1854)", en la antología citada de Quilis y Niederehe, págs. 231-261. Entre otros estudios sobre la gramática acadé­ mica destacaremos M. Taboada "Notas para una edición de las primeras gramáticas de la Real Academia Española", Verba, 8, 1981, págs. 79-112 y J. Domínguez Caparrós, "La gramática de la Academia del siglo XVIII", Revista de Filología Española, 58, 1976, págs. 81-108. Véase también G. Guitarte y R. Torres

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gía hispánica en lo que afecta específicamente a la lingüística románica3. Tampoco entraré en los ámbitos gramaticales específicos de los que corres­ ponde hablar en este encuentro a los profesores que he citado. Aprovecharé, por tanto, esta oportunidad para plantear algunas reflexiones, me temo que poco originales, sobre algunas formas tradicionales y modernas de hacer y entender la gramática, y sobre algunos de los instrumentos teóricos que entran en juego en dichas tareas. Para acotar aun más el terreno, me gustaría cen­ trarme más en la sintaxis que en la morfología, y más en las unidades y en los métodos que en los autores. 2. Se ha repetido muchas veces que el concepto de «gramática tradicio­ nal» no posee un contenido claro porque sólo se define por oposición a la «gra­ mática actual» o a la «gramática moderna». No existe pues, como es sabido, una «teoría tradicional» de la gramática. Sí existen, en cambio, algunos rasgos bien conocidos que sirven para identificar ese corpus heterogéneo de «doctri-

Quintero, "Linguistic Correctness and the Role of the Academies", en T. Sebcok, (ed.) Current Trends in Linguistics, París-La Haya, Mouton, 1968, vol. IV, pigs. 562-604. El número de investigaciones dedicadas a algún aspecto de la historia de la gramática española ha crecido considerablemente en los últimos años, por lo que desisto de intentar recogerlos aquí en su totalidad. Puede obtenerse una bibliografía sobre la his­ toria de la gramática española en las págs. 56-72 (hasta el siglo XVII) y en las págs. 73 y siguientes (desde el siglo XVII) de la Gramática española de J.Alcina y J.M. Blecua, Barcelona, Ariel, 1975, que se comple­ tará fácilmente con los títulos que se manejan en las obras citadas de Gómez Asencio, Calero y Ramajo Caño. (2) Entre los estados de la cuestión o repasos de conjunto sobre la lingüística reciente en España y en Iberoamérica debe destacarse en primer lugar el ya citado volumen IV de los Current Trends in Linguistics, que contiene panoramas muy completos en casi todos los campos. Además de los trabajos de esa compila­ ción que cito en otras notas destacaré aquí las contribuciones de E. Coseriu "General Perspectives", págs. 562 (luego revisada y traducida como "Panorama de la lingüística iberoamericana (1940-1965)", en Tradición y novedad en la ciencia del lenguaje, Madrid, Gredos, 1977, págs. 264-364) y Y. Malkiel ("Hispanic Philology", págs. 158-228). Además del compendio reunido en los dos volúmenes titulados Presente y fu tu ­ ro de la lengua española (Madrid, Cultura Hispánica, 1964), que contienen las actas de la Asamblea de Filología del primer congreso de Instituciones Hispánicas), son de gran interés, entre otros, los siguientes panoramas, repasos y estados de la cuestión: H. Ruiz Mondes, ”La Lingüística en la Universidad", Thesaurus, 38, 1983, págs. 520-547; F. Rodríguez Adrados, "El cultivo de la lingüística en España", Studi itaUani di lingüistica teórica edapplicata, 13, 1984, págs. 519-531; J.M. Blecua, "Actual panorama de las ideas lingüísticas en España", en V. Demonte y B. Garza (eds.) Estudios de Lingüística de España y México, México, Universidad Nacional Autónoma, 1990, págs. 19-34 (del mismo autores la "Introducción histórica y teórica" que precede a la Gramática española de J. A. Alcina y J.M. Blecua, citada en la nota anterior); B. Garza, "Los estudios lingüísticos en México", en el mismo volumen, págs. 35-80; A. Rabanales, "Repercusión de las corrientes lingüísticas contemporáneas en Iberoamérica", Boletín de Filología de la Universidad de Chile, 29, 1978, págs. 219-257; F Nuessel, "Recent Trends in Spanish Linguistics", en L. Studerus (ed.). Current Trends and Issues in Hispanic Linguistics, The Summer Institute of Linguistics, The University of Texas at Arlington, 1987, págs. 1-32. (3) Para un repaso de la filología hispánica en la tradición románica son muy útiles buena parte de los títulos citados en la nota anterior. A la monografía citada de Malkiel añádanse, del mismo autor, "Comparative Romance Linguistics", en el volumen IX, 2, de la misma colección Current Trends (págs. 835-925), así como "Some Late Twentieth Century Options Open to Hispanic Philology and Linguistics", Bulletin o f Hispanic Studies, 3, 1975, págs. 1-12 ; "Distinctive Traits of Romance Linguistics", en D. Hymes (ed.). Language in Culture and Society, Nueva York, Harper & Row, 1964, págs. 671-688, y "The Pattern of Progress in Romance Linguistics", Romance Philology, 5, 1951-52, págs. 278-295. Añádase la importante obra de D. Catalán, Lingüística Ibero-románica. Crítica retrospectiva, Madrid, Gredos, 1974, y también R. Posner "Thirty Years On", en I. Ordan y J. Oit, An Introduction to Romance Linguistics, Berkeley-Los Angeles, 1970, págs. 395-593. Para otros aspectos específicamente hispánicos, véanse fundamentalmente G. de Granda, "Sobre la actual problemática de la lingüística románica y de su enseñanza universitaria". Thesaurus, 32, 1977, págs. 501-543 y J. Gutiérrez Cuadrado, "L'introduction de laphilologie comparée dans les universités espagnoles", en Histoire, Épistémologie, Language, 9, 1987, págs. 149-168.

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na», elaborado a lo largo de varios siglos, al que, como sabemos, corresponde implícitamente un tanto por ciento muy elevado de cualquier formulación teó­ rica moderna. Es evidente, al mismo tiempo, que las aportaciones indudables de la gramática tradicional española no deben hacernos pasar por alto sus numerosas limitaciones, vistas, claro está, desde la actualidad. De hecho, yo diría que existen dos actitudes extremas, no infrecuentes, sobre la gramática tradicional española, y creo que ambas son equivocadas. La primera es igno­ rarla, voluntaria o involuntariamente. Su grado extremo, si es que efectiva­ mente se da, consiste en despreciarla, y el grado menor, mucho más frecuen­ te, en actuar como si no existiera, con el consiguiente peligro de pasar por alto —cuando no redescubrir— algunas aportaciones fundamentales de los clási­ cos. Creo que esta actitud es, con todo, minoritaria, pero se ha señalado muchas veces su existencia, y no sin justificación. Mencionaré un solo ejem­ plo: el profesor A. Rabanales presentaba en el artículo que he citado en la nota 2 varios estudios gramaticales, publicados a finales de los años sesenta, que desconocían toda la bibliografía básica tradicional y descriptiva sobre las cues­ tiones que abordaban, y lo cierto es que sería fácil alargar esa lista, como otros lo han hecho. Más importante es este error que el inverso: no es consuelo el que tampoco sea difícil encontrar trabajos recientes elaborados en una línea relativamente tradicional que no mencionan estudios relevantes para esas cuestiones cuando han sido elaborados desde marcos teóricos menos tradicio­ nales. Ciertamente, cada autor elige lo que le parece legítimo ignorar. Lo cierto es que ni siquiera en aquellos casos en los que la bibliografía tradicional menciona de pasada las cuestiones relevantes, o contiene intuicio­ nes imprecisas sobre ellas, es lícito desconocerla. No es excusa, desde luego, el que se trate a veces de obras menos difundidas o de más difícil acceso que otras mucho más actuales. A algunas de esas obras me referiré enseguida. La segunda actitud a la que aludía es exactamente la contraria, es decir, la que consiste en considerar autosuficiente a la gramática tradicional. Los que manifiestan esta actitud parecen sostener implícitamente que sus resulta­ dos y sus unidades de análisis son suficientes para entender la estructura de nuestra lengua, con lo que se viene a caer en el serio error de suponer que las nuevas comentes de la investigación gramatical no pueden mejorar tales logros o apenas tienen algo que ofrecer. En muy pocos casos puede decirse que esta defensa indirecta de la tradición se base en un análisis detallado de lo que se pretende rechazar, de modo que, en realidad, las dos actitudes extre­ mas que comento se basan frecuentemente en la descalificación no justifica­ da de lo que voluntaria o involuntariamente se pasa por alto, lo que viene a decir muy poco de las dos. Son tantos los problemas gramaticales actuales que ya interesaban a los mejores gramáticos tradicionales como aquellos otros que sólo se han podido formular cuando se ha dispuesto de mejores instrumentos que los que ellos poseían. Es también obvio que incluso los problemas gramaticales que pueden llamarse «clásicos» han sido abordados en cada época con los instrumentos 12

que los gramáticos han tenido a su alcance. A eso debe añadirse que es posi­ ble, y hasta frecuente, estar de acuerdo con algunas críticas a las doctrinas tra­ dicionales sin que ello obligue a aceptar las soluciones que se ofrecen como recambio. Es interesante recordar en este sentido que algunos de los máximos representantes del estructuralismo europeo figuran entre los primeros críticos de las gramáticas tradicionales. Si se repasan, por poner sólo un ejemplo, los Principios de gramática general (1928) de Hjelmslev se descubrirán muchas críticas no poco vehementes sobre las categorías y funciones básicas de las gramáticas tradicionales. En este y otros casos es fácil estar de acuerdo con algunas de esas críticas —de nuevo, vistas desde la lingüística actual— y no es siempre tan fácil estarlo con lo que se ofrece como sustituto. Hablando desde el presente, no creo que ningún investigador moderno plantee sus propuestas «contra» la gramática tradicional, sino más bien «a favor» de hacer más explícito y detallado lo que en otras épocas no pudo hacerse, nunca por falta de talento, pero sí de unidades de análisis, de teorías precisas y, desde luego, de las decenas de títulos bibliográficos que arropan la investigación actual de casi cualquier aspecto de la gramática. En ese senti­ do, no creo que nuestra actitud hacia la gramática tradicional deba ser distin­ ta de la que pueda tener un astrónomo hacia la astronomía tradicional o un físico respecto de la física tradicional. Cualquier astrónomo reconoce que Kepler fue uno de los genios de la historia de su disciplina, y cualquier bió­ logo conoce a la perfección y admira la obra de Pasteur, pero lo cierto es que los astrónomos ya no miran a las estrellas con el telescopio de Kepler ni man­ tienen muchas de sus posturas sobre el universo, y los bacteriólogos no utili­ zan ya el microscopio de Pasteur, y tienen buenas razones para ello. Si estoy diciendo tantas obviedades, que es como ahora se llama a las perogrulladas, es porque parece que no siempre se acepta en nuestra disciplina que el pro­ greso en un ámbito científico consiste, entre otras cosas, en apoyarse firme­ mente en los que nos preceden con el propósito de intentar ir más lejos de lo que ellos consiguieron llegar. 3. Lo primero que llama la atención en un repaso rápido a la gramática tradicional española es que el número de títulos no parece demasiado alto para una lengua de cultura que cuenta con doscientos cincuenta millones de hablantes y una riquísima literatura de muchos siglos. Es cierto que no da esa impresión el catálogo de obras gramaticales que ofrecía la Biblioteca históri­ ca de 1afdología española del Conde de la Vinaza (1893), pero no es menos cierto que, como se reconoce generalmente, las obras de mayor calidad y ori­ ginalidad constituyen sólo una parte de las publicadas. Si comparamos este corpus tradicional con el que existe para el francés, veremos que el español no resulta muy bien parado en términos estrictamente cuantitativos, aunque la calidad indiscutible de algunas de nuestras mejores obras tradicionales com­ pensa en cierta medida ese desequilibrio. Hay que tener en cuenta que desde los tiempos de Bello y Cuervo hasta los de Gili Gaya o Fernández Ramírez 13

transcurre prácticamente un siglo en el que sólo las obras de Rodolfo Lenz y Federico Hanssen, junto con las propias gramáticas académicas, destacan como es bien sabido, como las aportaciones gramaticales de mayor calidad4. Mucho se ha estudiado en el mundo hispánico la Gramática de Andrés Bello, muy justamente considerada universalmente como el primer monu­ mento de la gramática española5, por lo que estaría de más cualquier consi­ deración que yo pudiera hacer ahora sobre ella. Sólo llamaré la atención sobre el hecho de que lingüistas actuales que comparten muy pocos principios bási­ cos en sus propias teorías gramaticales alaban en cambio con frecuencia los análisis de Bello, y hasta los toman como antecedentes de los suyos propios. Esta inusual unanimidad entre los que defienden posturas opuestas es la más clara garantía de la extraordinaria calidad de su obra. Quisiera destacar, como ya han hecho otros, su menos conocida monografía Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana6, libro de gramática verdaderamente brillante donde los haya, de sorprendente actualidad, ahora que el tiempo ver­ bal vuelve a estar en el punto de mira de muchos gramáticos, y que aún impre­ siona más cuando se piensa que su autor lo escribió antes de cumplir los trein­ ta años. Comparto por completo la «admiración por la hazaña intelectual» que esta obra breve despertaba en Amado Alonso7, y no tanto el «descontento básico» (ibíd.) que le provocaba el que éste fuera, en lo fundamental, un estu-

(4) Haré más adelante una breve mención de algunos gramáticos destacados de la primera mitad de este siglo. No puedo hacerla sin embargo, de las obras de los gramáticos de los siglos XVII y XVIII, como Benito de San Pedro, Jovellanos o Gómez Gayoso, ni de los gramáticos del XIX, como Mata y Araujo, Novoa, Amézaga, Calleja o Gómez Hermosilla, y sólo me referiré muy brevemente al mejor de todos ellos: V. Salvá. No lo hago sólo por falta de tiempo -o de espacio- sino porque los objetivos de esta presentación no están orientados hacia un repaso historiográfico, y también porque no parece que la historia de las ideas gra­ maticales haya sido injusta al no asignarles un papel tan preponderante como el que tienen nuestros clási­ cos más citados. (5) Con motivo del bicentenario del nacimiento de Bello (1981) se celebraron varios congresos monográficos que han dado lugar a otras tantos volúmenes. Consecuentemente, son ya muchos los títulos que se pueden añadir a los más de mil que contiene la Bibliografía de Andrés Bello, de A. Millares Calvo (Madrid, Fundación Universitaria Española, 1978). Esta bibliografía puede completarse con la que publica R. Angel Rivas en el número 37 (1982) de la revista Letras. Este número contiene además otros tres artículos dedi­ cados al ilustre gramático. Entre los volúmenes monográficos a los que me refiero están los siguientes: Homenaje a Andrés Bello en el bicentenario de su nacimiento (1781-1981), Diálogos hispánicos de Amsterdam, 3, 1982; Homenaje a Don Andrés Bello con motivo de la conmemoración del bicentenario de su nacimiento (1781-1981), Editorial Jurídica de Chile, 1983; Bello y Caracas. Primer congreso del bicen­ tenario, Caracas, La Casa de Bello, 1979; Bello y Londres. Segundo congreso del bicentenario (dos vols.), en la misma editora, 1980-1981; Bello y Chile. Tercer congreso del bicentenario, en la misma editora, 1981. También en los años ochenta se publicó la edición crítica de la Gramática de Bello, a cargo de Ramón Trujillo (Aula de Cultura de Tenerife, 1981), y la edición crítica del mismo profesor en Madrid, ArcoLibros. El Instituto de Lingüística Andrés Bello, que dirige R. Trujillo, publicó en 1982 el estudio de J. Corta Gramática inédita de Andrés Bello: estudio de dos variantes. Otras monografías sobre Bello son las de F. Lázaro Mora (La presencia de Andrés Relio en la filología española, Universidad de Salamanca, 1981), H. Urrutia ("Conocimiento, lenguaje y gramática en la obra de Andrés Bello", Historiographia Lingüistica, 11,2, 1984, págs. 263-286); F. Abad (Lengua española e historia de la lingüística. Primer estudio sobre Andrés Bello, Madrid, SGEL, 1980) y Manuel Alvar ("Andrés Bello y la unidad de la len­ gua", en el Homenaje a Alvaro Galmés de Fuentes, Universidad de Oviedo y Editorial Gredos, 1985, vol. I, 1985, págs. 99-111, pero aun así no se citan todos los estudios posteriores a la bibliografía de Millares. (6) Valparaíso, 1841. Cito por la versión que aparece en las Obras Completas de don Andrés Bello, Madrid, 1981; vol. 2, págs. 7-98. (7) "Introducción a los estudios gramaticales de Andrés Bello", en A. Bello, Obras Completas, Caracas, Ministerio de Educación, 1951, pág. LXVI.

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dio basado en categorías formales. Entre los muchos factores que explican la importancia de la Gramática de Bello, tal vez sea el más gráfico el conside­ rar el detalle con que se analizan muchas construcciones sintácticas en com­ paración con lo que se decía de ellas en las gramáticas anteriores. Incluso si la comparamos con un gramática tan importante como la de V. Salvá, publi­ cada tan sólo diecisiete años antes, no será difícil coincidir en que la del maes­ tro venezolano resulta claramente superior. Sin menoscabar en absoluto la gran obra de Salvá, parece justo reconocer que esos tres lustros suponen un salto cualitativo de enorme trascendencia en la historia de nuestra gramática. Existen algunas obras gramaticales mucho menos citadas y consultadas que la gramática de Bello, pero que constituyen puntos de referencia impor­ tantes en nuestra tradición. Me refiero a obras como la espléndida Gramática histórica de ¡a lengua castellana (1913) de Federico Hanssen o las Apun­ taciones criticas sobre el lenguaje bogotano (1872) de Rufino José Cuervo. El libro de Hanssen es la única gramática histórica del español que dedica hasta el ochenta por ciento de su contenido a la morfología y la sintaxis (mucho más, por tanto, que otras gramáticas históricas, como las de García de Diego o la misma de Menéndez Pidal), y contiene páginas excelentes sobre algunos capítulos de la sintaxis del verbo, entre ellos las que se dedican al sis­ tema de los auxiliares y los tiempos verbales. En cuanto a las Apuntaciones de Cuervo constituye una inagotable fuente de datos y de observaciones gra­ maticales, generalmente breves pero siempre interesantes y aprovechables, sobre infinidad de cuestiones morfológicas y sintácticas que completan muchos aspectos de las Notas a la gramática de Bello. Las minuciosas des­ cripciones que esta obra contiene de muchos aspectos de la morfología deri­ vativa del español cuentan con pocos antecedentes hasta ese momento (entre los que sin duda está el capítulo III de la gramática citada de V. Salvá). La abundantísima información que proporciona su Diccionario de construcción y régimen, las citadas Notas a la gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello y el resto de trabajos que se contienen en sus Obras hacen que la contribución de este gran filólogo al análisis de la lengua española sea tan útil a los lexicógrafos como a los gramáticos8. Algunos textos escolares de los años treinta, como la Gramática caste­ llana de A. Alonso y P. Henríquez Ureña o el Manual de gramática españo­ la de R. Seco destacaron no sólo por su claridad expositiva, sino también por (8) Las Obras son dos densos volúmenes publicados por el Instituto Caro y Cuervo en 1954. En cuanto a las Notas, es conveniente consultarlas en la edición de Ignacio Ahumada, Bogotá, publicada por el misino Instituto en 1981. El Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, que publica también esa institución en fascículos periódicos, ha completado hasta el momento la letra E. [Así era en 1991. La obra se terminó en diciembre de 1994 y consta de ocho volúmenes]. Un estudio de conjunto de la obra lin­ güística de Cuervo es el de A. Garrido, Problemas de lengua española en el pensamiento de Rufino José Cuervo, tesis doctoral inédita de la Universidad Complutense de Madrid, 1984. Véase, del mismo autor, "La contribución de R.J. Cuervo a la norma hispánica", Histoire, Épistémologie, Langage, 9, 2, 1987, págs. 133147. Si se siguen ordenadamente los números del Boletín del Instituto citado se encontrarán muchísimas notas biográficas y académicas sobre el ilustre filólogo, así como una parte de la correspondencia que man­ tuvo sobre cuestiones gramaticales.

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incorporar unidades poco frecuentes hasta entonces en los estudios gramati­ cales, como es el uso de «frases» como unidades intermedias entre la palabra y la oración. Siguen en eso a Andrés Bello (Gramática, § 83), frente a la Academia, que al parecer no aceptó la idea, puesto que ni siquiera en el Esbozo se recoge con claridad la distinción. Un aspecto particularmente importante que se echa de menos en nuestra tradición es el que representan las grandes obras descriptivas basadas en un corpus de lengua escrita suficientemente amplio. Con la única excepción de la gramática inconclusa de Salvador Fernández Ramírez (1951)9, no tenemos obras gramaticales descriptivas basadas en un gran corpus de datos, como son la monumental gramática de Jespersen, o las tan conocidas gramáticas de Damourette y Pichón, Grevisse, Togeby o los Le Bidois para el francés, por citar sólo algunas. También nos faltan monografías que describan con minu­ ciosidad la sintaxis de la lengua escrita y, finalmente, sería de desear que con­ táramos con alguna de esas gramáticas descriptivas recientes —no basadas en corpus— que describen las estructuras fundamentales del idioma con algunas unidades más modernas que las tradicionales. Me refiero a obras que fueran equivalentes a las gramáticas de Quirk y otros para el inglés, Engel para el alemán o la compilada por Renzi para el italiano10. Es cierto que obras como la American Spanish Syntax de C. Kany (1963) o la más clásica aún The Syntax o f Castilian Prose de H. Keniston (1937) están basadas en la lengua escrita y cubren un ámbito bien acotado y muy importante, pero aun así no pueden considerarse «gramáticas» en el sentido en que lo son las citadas ante­ riormente. Existen al menos cuatro grandes obras inconclusas en la lingüística espa­ ñola, y sólo una de ellas es una gramática. Me refiero, claro está, al Diccionario de Cuervo11, al Diccionario Histórico de la RAE, al Tesoro Lexicográfico de Samuel Gili Gaya y a la Gramática de Fernández Ramírez. Esta última obra no menciona, por tanto, muchas de las cuestiones que se abordan en obras más breves como las citadas de S. Gili Gaya (1943), o Rafael Seco (1938) publicadas antes que la suya. Sin embargo, creo no ser demasiado subjetivo al considerar que entre los gramáticos tradicionales de esta segunda mitad de siglo, el primer puesto le corresponde a Salvador Fernández Ramírez, tal vez el único investigador del Centro de Estudios Históricos que se pueda definir ante todo como «un gramático». Si América dio el mejor gramático que ha tenido nuestra lengua (Andrés Bello), España (9) Gramática espartóla. Cito por la segunda edición en cinco volúmenes. Madrid. Arco-Libros. 1985-199!. (10) R. Quirk y otros, A Comprehensive Grammar o f the English Language, Londres, Longman, 1985; U. Engel, Deutsche Grammatik, Heidelberg, Gross, 1988; L. Renzi (ed.) Grande grammatica italiana di consultazione, Bolonia, II Mulino [sólo había aparecido el vol.l en el momento de leer esta ponencia, pero el tercero y último apareció en junio de 1995. Debo añadir también ahora (septiembre de 1996) que desde hace tres años está en marcha el proyecto Nueva Gramática Descriptiva de la Lengua Española, en el que se distri­ buyen los capítulos clásicos de nuestra gramática entre más de setenta especialistas de varios países. El pro­ yecto, que patrocinan el Instituto Universitario Ortega y Gasset y el Ministerio de Educación y Ciencia, se culminará en 1998. Los directores somos la profesora V. Dernonte y yo]. (11) [Recuerdo al lector que este texto es de 1991 y le remito ahora al comentario que he añadido en la nota 8.]

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ha dado desde luego el primero (Nebrija) y el último (Fernández Ramírez), al menos en lo que representa ese imponente edificio al que llamamos «la tradi­ ción». Comparto plenamente las palabras de R. Lapesa12, que considera la Gramática española de Salvador Fernández Ramírez como la «aportación más valiosa y renovadora hecha al estudio sincrónico de nuestra lengua desde los días de Andrés Bello». Debo decir, si se me permite una nota personal, que la experiencia que para mí supuso la preparación de los manuscritos inéditos de don Salvador para el volumen cuarto de la segunda edición13 fue enorme­ mente enriquecedora, influyó poderosamente en mi propia forma de ver la tradición gramatical y me hizo descubrir además a la persona que poseía la más fina intuición para el idioma que yo haya conocido nunca14. Desde que se publicó la gramática de Fernández Ramírez hasta nuestros días han aparecido un buen número de gramáticas del español15, pero lo que más llama la atención de estos cuatro decenios es que la bibliografía grama­ tical ha crecido enormemente si la comparamos con la que podía reunirse hasta los años cincuenta. Los grandes manuales y tratados empiezan a ser insuficientes y, de hecho, a partir de los años sesenta y setenta son muchos los artículos detallados de gramática sincrónica que abordan cuestiones relativa­ mente pequeñas, que se analizan desde algún punto de vista teórico. En este período, los estudiantes universitarios empiezan a consultar ya asiduamente artículos monográficos, y no sólo manuales de gramática. Algunas antologí­ as, como los Estudios de gramática funcional del español de E. Alarcos, pasan a ser tan conocidas y estudiadas como muchas gramáticas clásicas. Con el desarrollo en los años setenta y ochenta de la gramática generativa, se pro­ duce una eclosión de estudios particulares, y en la actualidad la bibliografía que puede reunirse sobre la gramática del español, sin ser suficiente, consti­ tuye ya un corpus más que apreciable. En nuestros días es fácil, además, obte­ ner información actualizada sobre casi todo lo que se publica en el campo de la gramática del español porque son numerosas las bibliografías periódicas y las recopilaciones recientes que han ido apareciendo en los últimos años16. (12) R. Lapesa, "Salvador Fernández Ramírez (1896-1983)", Boletín de la Real Academia Española, 63, 1983, págs. 15-28. (13) O.cit., vol. 4: El verbo y la oración (1986). (14) [Añado ahora que el Instituto Cervantes está trabajando desde hace varios años en la publicación en CDROM del Archivo Gramatical de la Lengua Española de Salvador Fernández, probablemente el más impor­ tante del mundo hispánico entre los de su género.] (15) A. Narbona da un repaso a las más importantes en su artículo-reseña a la Gramática funcional del español de C. Hernández (Alfinge, 3, 1985, págs. 61-114), y vuelve sobre la cuestión en "Los apellidos de la sinta­ xis", incluido en el Homenaje al profesor Francisco Marsá, Universidad de Barcelona, 1990, págs. 75-99. Entre esas gramáticas -a veces tratados de sintaxis- están las de Criado de Val (1958), J. Coste y A. Redondo (1965), B. Pottier (1969), R. Sanchez Márquez (1972), M. Seco (1972), J.AÍcina y J.M.Blecua (1975), F. Marcos Marín (1972 y 1980), Butt y Benjamins (1988) y C. Hernández (1984). [Añado ahora la de Alarcos (1994).] (16) La Bibliografía de sintaxis española (1960-1984) de R. González Pérez y A. Ma Rodríguez Fernández (Anejo 31 de Verba, Universidad de Santiago de Compostela, 1989) contiene más de tres mil títulos. Las Mil obras de lingüística española e hispanoamericana de G. B. Huberman (Madrid, Playor, 1973) recogen lo fundamental de la lingüística y filología tradicionales y cubren hasta los años sesenta. El estudio biblio­ gráfico de J. Stevenson cubre un cuarto de siglo: "Morfosintaxis del moderno español peninsular. Ensayo bibliográfico de estudios descriptivos", Español Actual, 31, 1976, págs. 1-32 y 33, 1977, págs. 29-53. La 17

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El interés por la gramática española ha crecido considerablemente desde los años sesenta en los departamentos universitarios de España y América. Algunos centros americanos, como el Colegio de México o el Instituto Caro y Cuervo, han venido realizando una dilatada y fructífera labor. De entre todas las tareas llevadas a cabo destacaría el «Proyecto de estudio coordina­ do de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica y de la Península Ibérica», una empresa monumental ideada por J.M. Lope Blanch, que ha producido ya numerosas obras17, y en la que participan espe­ cialistas de Bogotá, La Habana, Madrid, México, San Juan (Puerto Rico) y Santiago de Chile, entre otras ciudades. La gramática tiene asimismo una presencia destacada en las reuniones periódicas de los lingüistas del mundo hispánico. La Asociación de Lingüís­ tica y Filología de América Latina (ALFAL) celebrará su décimo congreso en la primavera de 1993!S. Este año de 1991 ha tenido lugar, asimismo el vigesimoprimer Linguistic Symposium on Romance Languages, que se celebra anualmente en alguna ciudad norteamericana y que en estas dos últimas déca­ das ha conocido importantes aportaciones a la sintaxis oracional del español. Si se repasan ordenadamente las actas de estos congresos anuales se compro­ bará de forma muy clara la manera en que han evolucionado las aplicaciones que se han hecho al español de las unidades y los principios de la gramática generativa durante casi un cuarto de siglo, es decir, al mismo tiempo que ha ido evolucionando esa teoría. También se cumplen ahora veintiún años desde que la Sociedad Española de Lingüística celebró su primer congreso. Si se

Revista Española de Lingüística, la Revista de Filología Española, la Revista Argentina de Lingüística y la Nueva Revista de Filología Hispánica publican periódicamente bibliografías de lingüística ordenadas por materias en las que la gramática española ocupa un lugar destacado. La primera de estas revistas publica también una relación de las tesis doctorales que se presentan en España. Las bibliografías sobre sintaxis his­ tórica del español son menos numerosas, probablemente porque es menor el número de trabajos que se publican sobre esta disciplina. A. Narbona reúne un buen número de títulos en "Para un repertorio biblio­ gráfico básico de sintaxis histórica del español”, Alfinge, 2, 1984, págs. 321-358 y 3, 1985, págs. 277-279. En los últimos años, el hispanista norteamericano F. Nuessel ha ido elaborando bibliografías periódicas y anotadas de gramática española, primero sólo de gramática generativa, y después de cualquier tipo de gra­ mática orientada teóricamente. Los estudios de gramática generativa del español que se publicaron entre 1963 y 1976 aparecen citados y analizados en "An Annotated, Critical Bibliography of Generative-Based Grammatical Analyses of Spanish: Syntax and Semantics", The Bilingual Review/ La revista bilingüe, 6, 1979, págs. 39-80. El mismo autor publicó en 1988 su Theoretical Studies in Hispanic Linguistics (i960-). A Selected, Annotated Research Bibliography. Bloomington, Indiana University Linguistics Club. Hasta el momento de escribir estas líneas ha publicado suplementos periódicos a su bibliografía en los siguientes números de las revistas que se indican: Hispanic Linguistics, vol. 1, 2, 1984; vol. 2, 2, 1985; vol. 3, 1-2, 1989, y vol. 4, 1, 1990: Revista Argentina de Lingüística, vol. 2, 2, 1986; vol. 3, 2, 1987; vol. 4, 1-2, 1988 y vol. 5, 1-2, 1989. [Añado ahora (sept. de 1996) los suplementos publicados en Hispanic Linguistics, vol. 1:2, 1984 y vol. 6-7, 1995, y también los publicados en la Revista Argentina de Lingüística, vol. 6:2, 1990 y vol. 9, 1-2, 1993.] (17) Puede verse una relación de las mismas hasta mediados de los años ochenta, junto con un detallada des­ cripción de la historia y los resultados de esa empresa, en J.M. Lope Blanch, El estudio del español habla­ do culto. Historia de un proyecto. Universidad Nacional Autónoma de México, 1986. Constituyen una muestra destacada los 35 trabajos que se reúnen en la antología que el mismo profesor publicó en 1977: Estudios sobre el español hablado en las principales ciudades de América, Universidad Nacional Autónoma de México, 1977. El prof. J. de Kock es el director y principal autor de la obra Gramática espa­ ñola: Enseñanza e investigación, basada también en un gran corpus cerrado, en este caso sólo de lengua escrita, que desde 1990 publica periódicamente la Universidad de Salamanca. (18) [Añado ahora que celebró el undécimo este mismo año en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.]

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comparan las listas de comunicaciones de los últimos años con las de los pri­ meros, se percibirá no sólo el aumento en el número total de comunicaciones, sino también la forma en que ha ido creciendo proporcionalmente el interés por la gramática. Otra reunión anual interesante para los gramáticos hispáni­ cos es la representada por los congresos sobre Lenguajes naturales y lengua­ jes formales, que tienen lugar todos los años en alguna ciudad catalana desde 1985, y que se deben en buena parte a la gran capacidad organizativa del pro­ fesor Martín Vide. Son también muchas las revistas del mundo hispánico que publican regu­ larmente investigaciones gramaticales. Entre las españolas señalaré la Revista de Filología Española, la Revista Española de Lingüística, Lingüística Española Actual, Archivum, Verba, y el Boletín de la Real Academia Española. Entre las iberoamericanas destacaré la Nueva Revista de Filología Hispánica, el Anuario de Letras, Thesaurus, Letras, el Boletín de Filología de la Universidad de Chile, la Revista Argentina de Lingüística y la revista Lingüística, órgano de la citada ALFAL. Entre las que se publican en países no hispánicos cabe destacar Híspanla, Iberorromanía, el Bulletin o f Hispanic Studies y la Hispanic Review. En los tres casos existen otras muchas publica­ ciones periódicas que dan cabida a trabajos de gramática española, como lo hacen, lógicamente las revistas internacionales de lingüística. (Véanse las bibliografías citadas en la nota 16.) 4. Un aspecto que me parece claro de la situación actual es que ha desa­ parecido la tradicional indiferenciación que existía hasta hace no mucho entre «manuales», «tratados» y «libros de texto», una identificación que parecería extraña en cualquier disciplina. Como ya he señalado, algunas excelentes gra­ máticas del español eran a la vez libros de texto, incluso básicos en algún caso. El que esa indiferenciación haya desaparecido es, sin duda, un hecho positivo. Es la consecuencia natural de que la teoría gramatical vaya hacién­ dose más compleja, adquiriendo unidades nuevas, y desarrollando las anti­ guas, lo que tiene como consecuencia inmediata el que existan muchos «nive­ les didácticos», que se corresponden con otros tantos grados de dificultad. La especialización a la que me refiero muestra que el concepto mismo de lo que es «un gramático» ha cambiado considerablemente. Por importantes que sean, y sin duda lo son, los propósitos normativos y los pedagógicos han dejado de ser los únicos que justifican la investigación gramatical. El gramá­ tico actual ya es el investigador que trata de entender las unidades en lugar de darlas por supuestas; que intenta proponer generalizaciones parciales que engarcen con los principios generales de la gramática, con el riesgo evidente de que puedan ser sustituidas o mejoradas por otros investigadores dentro del campo teórico que elija, como ocurre por otra parte en cualquier ciencia. Al gramático ya no se le identifica necesariamente con el autor del un tratado o un manual. Al igual que la mayor parte de los físicos no han escrito nunca 19

«una física» y seguramente no la escribirán, los gramáticos han dejado de ser considerados solamente como «los autores de las gramáticas», y ya son vis­ tos como los investigadores de algunas pequeñas parcelas del intrincado sis­ tema de nuestra lengua, especial sin duda por lo que tiene a la vez de cerca­ no y misterioso. La rápida evolución de la lingüística moderna han provocado un efecto inevitable: cada vez está más claro que escribir un tratado actualizado, pro­ fundo y abarcador de gramática española es una tarea casi imposible, al menos para ser abordada por una sola persona. La información existente en la actualidad sobre el más pequeño aspecto de la gramática que apenas ocupaba unas líneas en las obras tradicionales es, sencillamente, desbordante. A eso se añade que muchos estudios de lingüística romance, germánica y general apuntan unidades, datos y análisis valiosísimos para estudiar esas mismas estructuras en nuestra lengua. Aun después de rebuscar entre los cientos de páginas que pueden encontrarse sobre un pequeño aspecto, y de cribar lo que tenga más interés, la información resultante sigue siendo difícilmente mane­ jable para los límites convencionales de un tratado. Por el contrario, los manuales, las introducciones y las monografías sobre aspectos parciales son cada vez más necesarios. Recuérdese que muchas estructuras sintácticas del español no cuentan todavía con ninguna monografía descriptiva suficiente­ mente abarcadora y detallada, y para referirse a ellas no hay otra solución que acudir a los párrafos, generalmente breves, que les dedicaron nuestros gra­ máticos clásicos. También es positivo el hecho de que los autores de libros de texto universitarios recientes abandonen la pretensión de exhaustividad de las gramáticas tradicionales e insistan en cambio en aclarar pedagógicamente las unidades de las que disponen los gramáticos. Algunos de esos libros son inac­ cesibles para los alumnos que no hayan leído antes una introducción más sim­ ple, algo que ahora nos parece evidente, pero que no lo era hace unos pocos años en muchas de las llamadas «humanidades». Existen otros cambios importantes relacionados con las formas de inves­ tigar y de obtener información. Varios de nuestros mejores gramáticos tradi­ cionales trabajaron solos o aislados, y entre ellos, algunos lo hicieron en con­ diciones que no sería exagerado calificar de penosas, lo que aún hace si cabe más valiosa su obra. Algunos de estos gramáticos hicieron una ímproba labor en un ambiente muy diferente del que propicia la cooperación que se percibe en la actualidad. Lo hicieron además sin la desbordante información que suele rodear hoy en día a los estudiosos de la lengua, y desde luego sin el ingente número de congresos, de revistas, de volúmenes especializados y de profe­ sionales con los que ahora es posible consultar. Creo que con todos esos medios, las obras de algunos de nuestros clásicos, ya de por sí reveladoras de un extraordinario talento, todavía nos sorprenderían más. Pero como se sabe, no sólo los hábitos y los medios materiales cambian. También lo hacen las teorías, y, en consecuencia, las unidades de análisis se modifican o bien se hacen más detalladas. Lo cierto es que la gramática actual 20

se está haciendo bastante técnica y considerablemente compleja, pero es lógi­ co que sea así. Confieso no entender la extrafíeza de algunos por el hecho de que la investigación gramatical actual haya de ser difícil o relativamente téc­ nica. La verdad es que no hay razones para pensar que la gramática teórica haya de ser fácil o que la sintaxis y la morfología sean sencillas. La enorme riqueza y la intrincada complejidad de las unidades gramaticales, cuando se consideran con cierta profundidad, sugieren más bien todo lo contrario. Naturalmente, el que la materia sea objetivamente compleja es absolutamen­ te independiente del hecho de que quien la presente sea o no capaz de hacer­ lo con los recursos didácticos necesarios cuando ello sea oportuno. La concepción intuitiva que hace pensar a muchos que la gramática ha de ser fácil o que sus unidades deben ser simples es consecuencia de varios fac­ tores. El más evidente es el hecho de mirar la lengua con la espontaneidad del hablante, para el que todo en el idioma es bastante sencillo, lógico y natural, y no hacerlo en cambio con la lupa del gramático, para el que las secuencias más breves y más comunes encierran los mayores misterios. Otro factor com­ prensible, sobre el que luego diré algo, me parece que es la mezcla o la super­ posición de la gramática descriptiva básica (que debe enseñarse en el bachi­ llerato junto con la gramática normativa) y la gramática teórica, mucho más compleja e intrincada, en la que no tiene por qué entrar ni el alumno de Enseñanza Media ni el profesor que no desee investigar sobre esas cuestio­ nes. Algunos libros de texto parecen querer dirigirse simultáneamente a ambos niveles, lo que estimo una decisión didáctica equivocada. El último factor que puede influir en esta opinión creo que habría que buscarlo en las relaciones con la literatura y, como antes apuntaba, con la tradicional ausen­ cia de escalas de complejidad conceptual en los estudios de algunas ciencias del hombre. Una vez que esas escalas se introducen, la complejidad progresi­ va de los análisis gramaticales es una consecuencia natural, no ya inevitable, sino claramente necesaria. Quisiera insistir en que nada de todo esto es contradictorio con el hecho conocido que una parte fundamental de los cimientos en los que se apoya cualquier teoría moderna de la gramática esté en la tradición: las partes de la gramática, las funciones sintácticas básicas, el concepto de régimen y sus variantes, casi todas las unidades morfológicas fundamentales, las partes del discurso, las unidades intermedias entre la palabra y la oración, y así hasta una larga lista de unidades que son comunes a la mayor parte de las escuelas modernas y que tienen entre dos y veinticinco siglos. Muchas de las unidades de nuestra tradición están tomadas, como se sabe, o bien directamente de las gramáticas latinas, o bien de las gramáticas romances, particularmente las francesas. Otras veces, las obras gramaticales responden a la integración que un determinado autor hace de corrientes o de escuelas diferentes. Así, se ha señalado varias veces que la obra de A. Bello tal vez no sería como es si en

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ella no se diera el cruce de los principios racionalistas de la gramática fran­ cesa con los que aportó su formación en el empirismo inglés. La tan repetida etiqueta «gramática tradicional española» parece que oculta que entre nuestros clásicos existen diferencias, tanto en lo que respec­ ta a las concepciones más generales sobre qué debe ser la gramática como a las mismas unidades de análisis. Es de lamentar, ciertamente, que muchas de estas diferencias se «manifiesten», pero no se «sustenten» o se «defiendan» con argumentaciones detalladas. He señalado antes que la RAE no acabó de aceptar la división que Bello introdujo entre las partes del discurso y las «fra­ ses» que constituyen; dicho en términos modernos, entre las categorías léxi­ cas y los sintagmas o grupos de palabras que se ajustan al principio de endocentricidad. Si bien la RAE no acepta esta distinción, tampoco la combate. Desde el momento en que (en este y otros muchos casos) los gramáticos se han centrado más en la cobertura de los datos que en la reflexión sobre sus instrumentos, buena parte de la teorización que hagamos sobre la gramática tradicional responderá a nuestra interpretación de los criterios de los gramá­ ticos, más que a la defensa que ellos mismos hagan de sus unidades. Pero independientemente de este hecho, es bastante evidente que algunos análisis tradicionales de nuestros mejores gramáticos son impecables en lo fundamental, y resultan asumibles por gramáticos que trabajan con unidades formales mucho más refinadas. Son muchos los ejemplos que podrían poner­ se. Piénsese en el doble análisis de los relativos que proponía Bello, quien consideraba segmentable la combinación «artículo —relativo» en las llama­ das relativas sin antecedente, pero no en las relativas restrictivas o explicati­ vas de tipo preposicional. No sería difícil encontrar un buen numero de gra­ máticos actuales que aceptan esta idea. Asimismo, la conocida (y sorpren­ dente) relación entre artículo y pronombre que estableció ese autor19es, asi­ mismo, de gran actualidad, aunque deba ser replanteada teniendo en cuenta lo mucho que se ha avanzado en el estudio de la deixis y la referencia, y proba­ blemente —aunque esto sea ya más polémico— en los desarrollos que el con­ cepto de «núcleo funcional» han tenido en la gramática generativa actual. Otros análisis de Bello, como el de los dos tipos de oraciones causales, que retomó Lapesa20, anticipan de forma clarividente distinciones entre enuncia­ ción y enunciado que ahora nos resultan familiares. Es casi imposible confeccionar una lista de «aportaciones de nuestra tra­ dición gramatical». Tal vez pudiera elaborarse, con un detenido estudio historiográfico, una «lista de descubrimientos» ordenada cronológicamente, pero seguramente tendría el inconveniente de que su importancia sería apre­ ciada o relativizada dependiendo de las teorías que cada uno aceptara o de los (19) Retomada entre nosotros por S. Fernández Ramírez (o.cit.) y más tarde por F. Lázaro Carreter ("El pro­ blema del artículo en español. Una lanza por Bello", en Homenaje a la memoria de D. Antonio Rodríguez Moñino, Madrid, Castalia, 1975, págs. 347-371) y por R. Trujillo ("La cuestión del artículo en español", Verba, 14, 1987, págs. 347-308), entre otros. (20) "Sobre dos tipos de subordinación causal", en los Estudios ofrecidos a E. Atareos, Oviedo, 1978, vol. 3, págs. 173-205.

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principios que suscribiera. Propondré algún ejemplo de este hecho. Se ha des­ tacado ya la importancia del análisis que Nebrija hacía del condicional y el futuro como formas perifrásticas, por lo que no insistiré sobre este punto. En cambio, se ha resaltado menos el análisis que nuestro primer gramático pro­ ponía de formas como delante, encima, cerca o dentro. Estas unidades son difíciles para todos los gramáticos del español porque, si bien suelen inter­ pretarse como adverbios, no comparten las propiedades de muchos miembros de esta clase, y poseen en cambio características nominales y también prepo­ sicionales. Particularmente pienso —y otros pueden no estar de acuerdo— que si reinterpretamos en términos modernos el capítulo XV de la gramática de Nebrija, tendremos un buen camino de solución. Nuestro primer gramáti­ co distinguía dos grupos de preposiciones, las que «se aiuntan con genitivo» y las que «se aiuntan con acusativo». Creo que esta distinción puede ser rein­ terpretada mediante el concepto actualizado de rección. Como sabemos, la relación posicional que se establece en la rección del complemento es el sus­ tituto del «acusativo» del que habla Nebrija, y la preposición de lo es en buena medida del genitivo. Es, desde luego, muy interesante la cuestión de por qué se perdieron las antiguas preposiciones de doble régimen (los ejem­ plos de Nebrija son ant. delante el reí/ delante del re i] aquende de los mon­ tes/ aquende los montes). El análisis de Nebrija sería más fácil de adaptar y desarrollar que la división de las preposiciones en «transitivas e intransitivas» que aceptan aquellos gramáticos del inglés que siguen a Jespersen. La razón es que en inglés no existen «preposiciones transitivas de genitivo». En lo que se refiere a las unidades básicas de análisis gramatical, las opciones terminológicas tradicionales son muchas veces las más acertadas, y en ocasiones esconden distinciones conceptuales más profundas e igualmen­ te adecuadas. Recuérdese, por ejemplo, que la RAE mantiene en el Esbozo, frente a otras gramáticas, la flexión de caso (nominativo, preposicional u obli­ cuo, acusativo y dativo) como criterio fundamental para clasificar las formas de los pronombres personales, lo que es absolutamente correcto, como lo es el concepto de «declinación pronominal» que maneja la Academia, aunque pocos gramáticos descriptivos del español lo usen. Creo que es lógico que los gramáticos actuales partan en su trabajo de muchas ideas tradicionales, pero no lo hacen con la intención de reproducir­ las miméticamente, ni tampoco con la de corregirlas y enmendarlas por siste­ ma, sino más bien con la de ampliarlas e integrarlas en alguna teoría más arti­ culada de la gramática. Lo que la tradición nos enseña sobre la impersonali­ dad, las clases de subordinadas sustantivas o las oraciones pasivas es correc­ to en lo fundamental, lo que no anula, obviamente, los múltiples trabajos rele­ vantes que posteriormente se han escrito desarrollando esas cuestiones. Igualmente, la excelente idea de Bello de considerar que la combinación «/?oco en ellos. (Lo mismo ocurre, por cierto, según mis informaciones, con algunos concep­ tos de la «biología tradicional» o de la «astronomía tradicional», de modo que este hecho no tiene en sí mismo nada de particular). Esta última es una cuestión que ha sido señalada en múltiples ocasiones por los gramáticos modernos, pero me parece que no siempre se ha aceptado con naturalidad. Aunque no creo que haga falta añadir ejemplos para ilustrar­ la mencionaré muy brevemente un caso que me parece bastante evidente. El concepto tradicional de «infinitivo concertado», aplicado a la subordinación sustantiva no flexiva, ha sido utilizado por algunos gramáticos porque parece claro e intuitivo y porque designa de manera no ambigua un tipo de fenóme­ no bien identificado. Sin embargo, es fácil comprobar que se convierte en escurridizo cuando tratamos de definir o aclarar con cierta precisión qué es concertar. Es evidente que la «concertación» no es igual que la «concordan­ cia», si aceptamos que esta última consiste en repetir o reproducir determina­ das informaciones fíexivas. No es verdad, en los ejemplos habituales, que el sujeto de la oración principal sea «a la vez» el sujeto de la subordinada sin dejar de ser el sujeto de la principal, y tampoco lo es que «coincida» con el sujeto del infinitivo, sobre todo porque éste no lo tiene en tales casos, o al menos no lo tiene «expreso». Si se entiende que lo ha de tener «tácito», el problema pasa a ser qué se entiende exactamente por sujeto «tácito», «supuesto», «sobreentendido» o «suplido por el contexto», por usar sólo los términos más repetidos. En la actualidad, las teorías formales de la gramática han elaborado varias propuestas gramaticales sumamente detalladas sobre 27

estos elementos «tácitos». Se presentan además de una forma mucho más explícita que en la gramática tradicional. Baste con decir, sin escapar del ejemplo de los infinitivos, que dejan de ser insolubles paradojas de la sinta­ xis tradicional como la de que un infinitivo sin sujeto tenga un complemento predicativo del sujeto (dentro de una subordinada de infinitivo), o la de que ese mismo infinitivo sin sujeto tenga por objeto directo un reflexivo cuyo antecedente es necesariamente ese sujeto inexistente. El lector atento de las obras tradicionales puede aceptar o no las teorías actuales sobre las catego­ rías tácitas de la sintaxis moderna, pero desde luego no debiera dejar de notar que paradojas como estas quedan insolubles en la tradición. La lingüística moderna nos ha enseñado que, pese a la valoración positi­ va que en su conjunto debe merecernos la gramática tradicional, la insufi­ ciencia de algunas de sus unidades debe examinarse críticamente sea cual sea el marco teórico en el que trabajemos, como de hecho se han examinado crí­ ticamente los conceptos introducidos por corrientes lingüísticas posteriores cuando eran insuficientes o estaban equivocados. Creo que entre nosotros predomina algunas veces el aprecio justificadísimo por nuestros gramáticos tradicionales sobre esa otra «crítica constructiva», que resulta imprescindible si deseamos avanzar y entender mejor la gramática de nuestra lengua. También es fácil encontrar ejemplos que ilustren este último punto, de modo que señalaré uno solo. Ustedes saben que en la gramática generativa de la segunda mitad de los años sesenta, conceptos como los de «rasgo» o «transformación» eran unidades casi completamente irrestrictas. Parecía que prácticamente cualquier información gramatical (semántica, sintáctica, mor­ fológica o pragmática) podía colocarse entre corchetes e ir prefijada por los signos «±», y algunos análisis daban la impresión de que una transformación podía convertir cualquier secuencia en cualquier otra sin mayores preocupa­ ciones teóricas para el gramático. Desde principios de los años setenta se comprobó que el uso de recursos teóricos irrestrictos los conduce práctica­ mente a la más absoluta inutilidad. El punto de vista actual está, desde luego, muy alejado de aquellas concepciones, aunque sólo sea por el hecho de que el sistema está mucho más restringido, uno de los conceptos claves de la teo­ ría gramatical moderna. Si menciono este ejemplo es sólo para señalar que muchas nociones tradicionales han permanecido irrestrictas no ya durante lustros o decenios, sino incluso durante siglos. Creo que no está de más seña­ lar que los gramáticos que han preferido trabajar con unidades estrictamen­ te tradicionales a introducirse en los marcos conceptuales de otros modelos más recientes no han llevado a cabo en todos los casos la tarea de examinar críticamente el contenido teórico de las unidades que se manejaban en la tra­ dición. Creo que se deduce claramente de mi exposición que no veo contradic­ ción alguna entre reconocer la falta de instrumentos de precisión de algunas gramáticas clásicas y el hecho de señalar que sus aportaciones a la compren28

sión de cómo funciona nuestra lengua son absolutamente fundamentales. Me parece que cualquiera de nosotros preferiría, si tuviera que elegir, ser opera­ do por un buen cirujano con un mal bisturí a serlo por un mal cirujano con un buen bisturí. Tal vez esté equivocado, pero me da la impresión de que en la bibliografía gramatical hispánica es bastante frecuente valorar globalmente los trabajos gramaticales por el marco teórico en el que se inscriben en lugar de hacerlo por su calidad objetiva. Esa confusión de cirujanos y bisturís tiene, desde luego, el grave inconveniente de que no ayuda a entender algo tan evi­ dente como que entre los eshidios tradicionales, los estructurales y los generativistas, hay obras excelentes y también obras mediocres, y no podría ser de otro modo. La calidad del análisis no es, pues, consecuencia necesaria del marco teórico en el que se plantee, y creo que ésta es de por sí una razón sufi­ ciente para tener siempre a mano obras tan sobresalientes como las de Bello o Cuervo, o como la gramática académica de 1931. 5. Es muy conocida la distinción entre «gramática normativa» y «gra­ mática descriptiva», y también se ha llamado la atención sobre la mezcla de ambas que se ha dado en nuestra tradición gramatical. Por eso me gustaría insistir brevemente en que la distinción no es del todo adecuada. Como otros muchos, considero que la oposición pertinente se establece entre la «gramá­ tica descriptiva» y la «gramática teórica». La primera viene a ser la gramá­ tica tradicional acompañada de otras descripciones relativamente ateóricas, pero con frecuencia sumamente interesantes, que han ido apareciendo sobre las estructuras de nuestra lengua. La segunda es la gramática orientada desde alguna teoría lingüística. Sus unidades se presentan previamente al análisis de los datos, y sus instrumentos, sus generalizaciones y sus logros se pueden —y se deben— poner a prueba y contrastar con los de otras opciones teóri­ cas igualmente explícitas. La gramática normativa se opone a estas dos en su conjunto. La oposición que así se constituye se basa en otro criterio, tanto o más importante socialmente, pero en cualquier caso distinto desde el punto de vista de los objetos estudiados. Creo que una parte de la dificultad que tienen muchos estudiantes de gra­ mática, incluso universitarios, para separar las cuestiones normativas de las sistemáticas hay que buscarla precisamente en la misma inestabilidad que a este respecto se observa en no pocas obras tradicionales. El papel de nuestras gramáticas como obras a la vez normativas y teóricas se ha planteado muchas veces en la tradición. De hecho, es una de las cuestiones clásicas que entre nosotros se remontan por lo menos hasta mediados del siglo XVIII. Como señalan los historiadores22, la RAE dudaba en hacer lo que los académicos lla­ maban una «gramática práctica» o bien una «gramática disertada». La prime­ ra era, en esencia, una gramática normativa o prescriptiva, entendida como un (22) Entre otros autores que mencionan la cuestión, véanse las referencias que hace al respecto R. Sarmiento en "The Grammatical Doctrine...", o. cit. en Ja nota 1, § 2.1.

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conjunto de normas que se deducían de) uso que de la lengua hacían los bue­ nos escritores, mientras que la segunda se acercaba más a lo que hoy en día llamamos «gramática teórica». Esta «gramática disertada» respondía, pues, a la tradición humanista que desembocó en las gramáticas generales francesas. Como es sabido, la Academia optó por una vía intermedia, lo que se com­ prueba fácilmente en las diferentes ediciones de su gramática. Desde las pri­ meras gramáticas hasta el Esbozo se plantean algunas cuestiones teóricas, no presentadas así, obviamente, mezcladas con otras normativas, aunque parez­ ca que la RAE no quisiera distinguir unas de otras23. Aun así, es evidente que por el simple uso de determinadas unidades, y no de otras, una gramática se convierte, siquiera mínimamente, en «teórica», y deja de ser sólo «descripti­ va» o «normativa». No es ninguna novedad que algunas de nuestras mejores gramáticas nacieron con propósitos normativos o aplicados. La quinta parte de la gramá­ tica de Nebrija está dirigida a los extranjeros, como lo estaban muchas de las gramáticas del español escritas en el siglo XVI. Pero la confusión de los aspectos normativos con los teóricos sigue siendo frecuente en la actualidad tanto en las aulas como fuera de ellas. Es sabido que la gramática normativa es la única de nuestras disciplinas de cuya existencia saben los periodistas y muchas de las personas que no tienen relación profesional alguna con el idio­ ma, lo que, forzando un poco la comparación, sería parecido a que una per­ sona culta desconociera la existencia de cualquier rama de la medicina que no tuviera relación con la epidemiología o con la higiene. La confusión llega incluso a las aulas. Creo que en el ámbito hispánico no se ha insistido lo sufi­ ciente en que los estudiantes universitarios de gramática reaccionan muchas veces como hablantes cuando se les pide que reaccionen como gramáticos. Esta extraña confusión del usuario con el especialista sería inconcebible en otras disciplinas, pero no lo es en la nuestra, lo que a todos debiera hacemos reflexionar. Como consecuencia de esa confusión, los estudiantes conñinden lo anfibológico con lo ambiguo y lo incorrecto con lo agramatical. Como es bien sabido, los primeros términos de estas oposiciones son normativos, mientras que los segundos son teóricos. Las oraciones anfibológicas deben ser «evitadas», mientras que las «ambiguas» deben ser «analizadas» doble­ mente, mostrando que esa ambigüedad tiene su base en el léxico, en la sinta­ xis o en cualquier otro aspecto de la gramática. Análogamente, sabemos que, cuando los estudiantes han de formular el principio o la generalización que excluye una determinada secuencia mal construida, suelen limitarse a añadir

(23) Recuérdese que la RAE acepta en el Esbozo algunas ideas de Bally (sin nombrarlo), pero no en cambio de otros autores relevantes que escribieron sus trabajos antes de 1973. Puede decirse que algunas propuestas, clasificaciones u observaciones de la Academia son polémicas desde el punto de vista "teórico", no desde el "descriptivo", ni desde el "normativo". Es decir, cuando afirma respecto de los pronombres átonos que "no hay, al parecer, razones para dejarlos de considerar como palabras" (Esbozo, pag. 168) entra en claro con­ flicto con los muchos gramáticos que piensan que sí las hay. Análogamente, cuando propone que el español posee un "morfema 0" para el singular (ibíd., pág. 166, n.4) no parece estar haciendo una afirmación "des­ criptiva", ni mucho menos "normativa".

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o suprimir lo necesario para convertirla en «correcta», con lo que demuestran que hablan español, pero no que saben gramática. Obviamente, tan necesarios son los trabajos normativos como los teóri­ cos, pero me parece importante insistir en la necesidad de evitar, en la medi­ da de lo posible, los cruces y los solapamientos que tan frecuentes han sido en nuestra tradición. Es una trivialidad decir que a ningún profesor de la escuela de arquitectura se le ocurrirá recordar a sus alumnos que no deben confundir las leyes físicas de la resistencia de materiales con las disposicio­ nes urbanísticas de los ayuntamientos, pero lo cierto es que los profesores de gramática debemos insistir varias veces a lo largo de un mismo curso univer­ sitario en diferencias que podrían considerarse paralelas a ésta. Como antes he apuntado, considero que las únicas unidades que se deben manejar en el bachillerato son las de la gramática tradicional, y estoy de acuerdo con que el esfuerzo principal del profesor debe estar —en esos nive­ les— en las cuestiones normativas. Sin embargo, resulta poco explicable, y lamentablemente cierto, que ambas cuestiones sustituyan con no poca fre­ cuencia en la universidad a la enseñanza de la gramática teórica, a las formas de argumentación gramatical, al desarrollo de la capacidad crítica de los estu­ diantes y a otras tareas que ya requieren de por sí más tiempo del que se puede disponer en un solo curso. Mi opinión particular es que los caminos de la enseñanza y la investigación gramaticales no son necesariamente coinciden­ tes, puesto que en otras muchas disciplinas tampoco lo son. Sabemos que a los licenciados en química que hayan cursado el doctorado no se les ocurre plantear a sus estudiantes de tercero de BUP nada relacionado con esos cur­ sos. En suma, debieran reconocerse con igual claridad en nuestra disciplina los niveles o las escalas didácticas, y consiguientemente conceptuales, que se reconocen en otras materias. Se ha discutido mucho, sobre todo entre los pedagogos, acerca de si las unidades de la gramática moderna han de sustituir o no a las de la gramática tradicional en la enseñanza. He tratado de mostrar que la respuesta es «no» en los niveles pre-universitarios, y parcialmente «sí» en los universitarios. Recientemente he sabido que entre los profesores de ciencias del bachillera­ to se llega incluso a evitar en las clases la referencia a ciertas unidades moder­ nas de la física, la medicina o la astronomía, y sí se explican, en cambio, correctamente en mi opinión, otras unidades más tradicionales cuando la complejidad conceptual de las nuevas así lo requiere. Por poner un ejemplo, al parecer no es exacto decir que el impulso nervioso es una comente eléctri­ ca producida entre el cerebro y el órgano correspondiente, como todos apren­ dimos hace ya bastantes años. Aun así, los profesores de bachillerato suelen mantener esta explicación tradicional en las clases elementales de biología porque la que resulta más adecuada no es comprensible en esos niveles, y ellos lo saben. El alumno de bachillerato no podrá entender con entera clari­ dad que la explicación correcta no es de naturaleza eléctrica, sino más bien química, por intervención de los elementos neurotransmisores en la sinapsis, 31

es decir, en la zona de unión de las neuronas. Confieso que en este caso tam­ poco yo entiendo esta «respuesta más adecuada», pero, obviamente, no es eso lo que ahora se discute. Lo que está en discusión es si es razonable dar una respuesta simplificadora, pero no enteramente adecuada, a un problema com­ plejo en un nivel didáctico básico. En mi opinión sí lo es, siempre que no se oculte que la visión que se presenta es parcial, y —naturalmente— siempre que en los niveles superiores se aclare enteramente el problema. La gramáti­ ca está repleta de casos análogos. Aunque no del todo comprensible, es relativamente lógico que los análi­ sis gramaticales que se pidan en el bachillerato sean esencialmente identificativos. Sin embargo, no es justificable que la mera identificación de unida­ des gramaticales se convierta a veces también en los cursos universitarios, en la única tarea práctica que los estudiantes se ven obligados a hacer. No tengo información sobre esta cuestión en los países iberoamericanos, pero no creo ser demasiado pesimista al señalar que en España no son mayoritarios los cur­ sos en los que se educa la capacidad de los estudiantes de gramática para plantear generalizaciones sobre el sistema, criticar otras, comparar opciones, mejorar su capacidad de análisis para el manejo de unidades más abstractas, y otras tareas reflexivas de similar importancia. Creo que estas cuestiones deberían ocuparnos más que otros problemas relativamente menores, como el tantas veces mencionado problema de la terminología gramatical. Si habla­ mos del bachillerato, los conceptos y los términos tradicionales son más que suficientes para los estudiantes. Si hablamos de la universidad, los problemas estarán en los conceptos que cada teoría postule, y en las diferencias entre ellos, pero no estarán en la manera de llamarlos. Los hábitos que se desarrollen en las aulas son los que mostrarán indi­ rectamente el estado de nuestra disciplina. A nosotros nos corresponde hacer ver a los alumnos que lo que tienen delante no son «objetos» sino «sistemas», y que su papel ante los datos no debe consistir tanto en «describirlos» como en «inscribirlos» en el lugar que les corresponde en el sistema gramatical. En otro lugar24 he señalado que algunas de las estrategias que se valoran en los tradicionales «comentarios lingüísticos» de textos pueden ser contraprodu­ centes en el terreno del análisis gramatical sincrónico, precisamente porque ocultan que el interés de los datos está en ayudarnos a construir el sistema gramatical. Me refiero al hecho de que en muchos de estos «comentarios» se utilicen a veces conceptos improvisados que no siempre ocupan un lugar pre­ ciso en la teoría gramatical, o al hecho de que el contraste más clarificador se produzca a veces entre el dato que tenemos delante y otro que debemos inven­ tar porque no está ante nuestros ojos. En general, es sabido que en la mayor parte de las disciplinas científicas, el papel del estudiante no consiste en «comentar» los objetos que se le colocan delante, sino en aprender a formu­ lar generalizaciones sobre la forma de darles cabida en alguna teoría. Existen, (24) "Consideraciones sobre ia enseñanza de la gramática", en las Actas de las / jornadas de metodología y didáctica de la lengua y la literatura españolas, Universidad de Extremadura, Cáceres, 1991, págs. 33-62.

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análogamente, muchos ejercicios simples de gramática que resultan mucho más provechosos didácticamente que los meramente identificativos, y que pueden plantearse desde los cursos universitarios básicos. Entre ellos están los que consisten en pedir al alumno que construya secuencias que cumplan determinados requisitos, o que compruebe si una determinada generalización es o no correcta, o que proponga una generalización para explicar una serie de datos que se le colocan delante, o que compare varios análisis de un mismo fenómeno. 6. La mayor parte de las investigaciones gramaticales sobre el español que se llevan a cabo actualmente en el mundo reflejan, como no podría ser de otro modo, las comentes más importantes de la lingüística actual. Como de cada una de ellas se hablará independientemente en este encuentro, no tiene sentido que me refiera pormenorizadamente a estas teorías ni a las escuelas en que están entroncadas. Sí quisiera decir que el que la gramática del español que se hace en un determinado período muestre las concepcio­ nes teóricas que predominan en la lingüística de ese tiempo es, en realidad, lo que ha ocurrido siempre. El reflejo que se da en la actualidad no es dife­ rente del que tuvieron en los años treinta y cuarenta las corrientes de aque­ lla época (y pienso en concreto en las ideas de Vossler, Saussure o Bally) sobre el Instituto de Filología de Amado Alonso, quien, como se ha dicho varias veces, fue uno de los filólogos hispanos que mejor conocía la lingüís­ tica de su tiempo. No es tampoco diferente del influjo que más tarde tuvie­ ron los Círculos de Praga y Copenhague en las investigaciones de Alarcos, o del que tuvieron sobre Fernández Ramírez la obra de Bühler y de Jespersen. Rodríguez Adrados (o.cit. en la nota 2) ha señalado la importancia que ha tenido la lingüística estructural en el desarrollo de los estudios clásicos en España, que puede rastrearse sin dificultad en las páginas de la revista Emérita o en las investigaciones de algunos latinistas y helenistas españoles. Aunque lo pretendamos inútilmente, no creo que algunos de los que nos dedicamos a la gramática podamos llegar a estar tan informados sobre la investigación lingüística de nuestro tiempo como lo estaban todos esos estu­ diosos respecto de las corrientes lingüísticas dominantes en los períodos a los que me refiero. Nuestra capacidad queda, desde luego, muy lejos de la suya, pero además, el mismo apoyo bibliográfico que ahora nos ayuda y nos guía también nos desborda. A esta alturas de la investigación lingüística, es más que evidente que los estudiosos de la gramática que puedan situarse en el ámbito de la romanística tradicional no coincidirán probablemente en sus preocupaciones, ni en sus métodos ni tampoco en sus unidades, con los gramáticos que estudian el idio­ ma (generalmente en algún corte sincrónico) desde los postulados de alguna teoría gramatical moderna. Tampoco coincidirá el tipo de fenómenos sobre los que recae primordialmente el interés de ambos, y es lógico y natural que las cosas sean así. Ambas actitudes responden, evidentemente a la existencia de tradiciones distintas, profusamente estudiadas y fundamentadas ambas y 33

con una historia nada desdeñable en cada caso, más larga en el de la filología, pero no menos densa en el de la gramática teórica. El primer tipo de investi­ gador no tratará de proponer generalizaciones sobre el sistema gramatical, al menos si ello consiste en establecer constricciones sobre la forma de las uni­ dades sintácticas complejas o en detallar las condiciones que deben cumplir­ se para que el sistema gramatical permita determinados efectos dentro de constituyentes acotados. El segundo tipo de investigador probablemente no prestará demasiada atención a los factores históricos que dan lugar a que una construcción surja o se pierda, y no es tampoco probable que se interese por la ecdótica25. Es de sentido común que los intereses respectivos de los grupos de pro­ fesionales que estudian el idioma no tienen por qué cambiar por el hecho de que otros profesionales no los compartan. Aunque la situación actual sea muy diferente, me parece justo recordar que en la lingüística española de los últi­ mos veinte años no siempre se ha dado el necesario respeto hacia las distin­ tas formas de abordar el estudio del lenguaje, y se ha confundido más de una vez el legítimo desinterés por un campo con la censura genérica y poco argu­ mentada de los estudios que se elaboraban en él. Afortunadamente, las cosas han cambiado notablemente en este aspecto, y lógicamente no lo han hecho porque se haya buscado una confluencia de intereses, sino más bien porque la propia evolución de las disciplinas se encarga con el tiempo de seleccionar las líneas de investigación que prevalecen, y quizás también porque se ha avan­ zado de forma muy positiva en la convivencia académica y profesional en el mundo universitario. No quisiera dejar de señalar, aunque sea muy brevemente, que algunos hábitos de la comunidad lingüística internacional no están suficientemente enraizados entre los que trabajamos en la gramática del español. Algunos de esos hábitos exigen, desde luego, la infraestructura que con frecuencia nos falta. Así ocurre, por ejemplo, con la cuestión de los consultores de las revis­ tas especializadas. Son escasísimas las revistas especializadas en nuestras dis(25) Aunque los ejemplos de esa diferencia de actitudes son más que conocidos, puede que no carezca de inte­ rés pedagógico señalar alguno, elegido al azar, que pueda ilustrar mínimamente por qué los filólogos y los gramáticos teóricos (ambos entendidos un tanto prototípicamente en el sentido aludido en el texto) tienen en sus puntos de mira cuestiones muy distintas. En un buen análisis histórico de los sistemas de subordi­ nación temporal en la historia del español, R. Eberenz ("Las conjunciones temporales del español. Esbozo del sistema actual y de la trayectoria histórica peninsular", BRAE, LXIÍ, 1982, págs. 289-385) caracteriza repetidamente como "conjunciones" formas como cuando, siempre que o desde que, entre otras muchas, lo que parecería requerir alguna justificación sintáctica. Ello es completamente independiente, desde luego, de que la trayectoria histórica y el uso de estas unidades estén correctamente trazados. A lo largo de esas pági­ nas se percibe claramente que el complejo problema categorial que -para un gramático- supone la caracte­ rización de los adverbios relativos, frente a las conjunciones y las preposiciones de término oracional, inte­ resa muy poco al autor, y tal vez a otros filólogos que en cambio coincidirían con él en el tipo de cuestio­ nes que llaman su atención en este trabajo. Es bien cierto, sin embargo, que, como afirma J.M. Blecua (o.cit. en la nota 1), el estructuraiisino y la tradición filológica se integraron perfectamente en España en no dema­ siados años, hasta el punto de que una importante antología de tres volúmenes, dirigida por Diego Catalán, llevaba el significativo título de Estruciuralismo e Historia. No obstante, parece justo reconocer que, en lo que afecta específicamente a las unidades de la gramática, el desarrollo del estruciuralismo en España y en Iberoamérica no parece mostrar un reflejo ni una continuación de esquemas teóricos que se hubieran toma­ do de la filología.

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ciplinas que cuentan con «consultores», en el sentido que se da en inglés al término «referee». No me refiero, evidentemente, al hecho de que las revistas consulten a los especialistas sobre la publicación de los artículos que se les proponen, lo que ya hacen muchas de ellas, sino a que varios de estos con­ sultores elaboren informes extensos y detallados (a veces extraordinariamen­ te minuciosos) que se envían a los autores para que preparen, a partir de esas «críticas constructivas», la segunda versión de su trabajo. Así se hace en varias decenas de revistas de lingüística en la comunidad internacional, no sólo entre las más prestigiosas del mundo (véase la relación que proporcionan Zwaan y Nederhoof26 así como los criterios de selección), sino también en otras muchas que no están en esa lista, pero que se esfuerzan por estarlo. Hay acuerdo general en que esa práctica repercute considerablemente en la cali­ dad media de esas publicaciones. También llama la atención, al comparar las revistas hispánicas con las publicaciones periódicas de gramática de mayor difusión internacional, la relativa escasez en las nuestras de polémicas sobre cuestiones candentes, y también la de artículos—recensión y trabajos de réplica. No me refiero a las reseñas o recensiones, sino a lo que suele entenderse por «review article», que constituye una sección fija de no pocas publicaciones internacionales. Si hago notar este hecho es porque suele aceptarse que tal «género» constituye uno de los mejores reflejos de la vitalidad de una disciplina. Probablemente son varios los factores que han dificultado este tipo de trabajos entre nosotros. Unos se relacionan objetivamente con el estado de nuestros estudios, y otros intuyo que con el posible solapamiento de las cuestiones académicas y los no tan objetivos factores que a veces intervienen en los sistemas de acceso a la función docente universitaria. La comunicación entre los que investigan sobre gramática en el mundo actual es mucho mayor de lo que era hace treinta o cuarenta años. Los con­ gresos monográficos internacionales son también mucho más específicos y se celebran con mayor periodicidad. Es probable que al que no se dedique habi­ tualmente a cuestiones gramaticales le llame la atención que se celebren con­ gresos monográficos internacionales sobre temas tan específicos como la relación entre la impersonalidad y la determinación (Groninga, 1984) o sobre las construcciones causativas (Los Angeles, 1984). A los gramáticos actuales ya no les llama la atención el que los fonólogos celebren congresos interna­ cionales únicamente sobre las nasales (Stanford, 1975). Pero nada de esto es comparable, ni de lejos, con el hecho de que los nefrólogos hayan celebrado más de doscientos congresos internacionales sobre el riñón en los últimos quince años, o con el hecho de que en ese núsmo período unas siete revistas internacionales hayan publicado doce números anuales cada una sobre ese único órgano. En mi opinión sería interesante que los congresos que celebran (26) "Some Aspects of Scholarly Communication in Linguistics. An Enmpirical Study", Language, 66, 3, 1990, págs. 554-557.

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los lingüistas hispánicos se dedicaran con cierta frecuencia a analizar con detalle algunas de las múltiples cuestiones pequeñas cuya relevancia y com­ plejidad resultan de no poca transcendencia cuando se examinan en profun­ didad desde varios ángulos27. El estado crítico de las disciplinas es mucho más perceptible en la actua­ lidad, y hace que las unidades se compartan, y a la vez se restrinjan y se corri­ jan, y que los modelos evolucionen como consecuencia de esa cooperación entre profesionales de distintos países. Hacen falta más gramáticos, pero tam­ bién es claro que el incremento de la participación de los gramáticos españo­ les e iberoamericanos en esas redes de cooperación internacional beneficiaría enormemente la investigación sobre nuestra lengua. Ciertamente, y, como he señalado, sería deseable que los gramáticos que investigan sobre el español tuvieran asimismo congresos monográficos sobre cuestiones específicas, aun­ que me temo que sólo serían fructíferos cuando los participantes compartie­ ran el mayor número de unidades de análisis, lo que, obviamente, es bastan­ te más difícil. En la actualidad, el trabajo gramatical articulado y progresivo dentro de alguna escuela teórica ha pasado a ser prácticamente la única forma de afron­ tar con éxito y continuidad los problemas gramaticales, y esto es, en definiti­ va, lo que diferencia la gramática tradicional de la moderna. También ha cam­ biado algo la actitud hacia los datos, y las implícitas intenciones programáti­ cas de exhaustividad de las obras tradicionales se suelen sustituir por intentos de profundizar en lo ya acotado con herramientas cada vez más complejas. Recuérdese que hasta no hace mucho era difícil describir con cierto detalle algunas construcciones sintácticas especialmente intrincadas. En la tradición gramatical descriptiva francesa es muy frecuente definir las construcciones con un ejemplo característico precedido de la entradilla le tipe..., y muchas veces se usaba esta inteligente estrategia en lugar de ofrecer una descripción conceptual del esquema sintáctico. Esa actitud es bastante comprensible. Aunque la enorme dificultad de algunas construcciones parece que nos per­ mite ejemplificarlas con datos prototípicos, lo cierto es que en la actualidad no sólo ha cambiado el valor del dato y la actitud hacia él, sino que el con­ cepto mismo de «construcción gramatical» está también cambiando, y en algunos modelos formales hasta desapareciendo, puesto que se sustituye por un conjunto de unidades más abstractas que interactúan de forma compleja y relacionan construcciones consideradas como completamente diferentes en la tradición. No creo que sea imprescindible buscar coincidencias o acercamientos entre las muchas teorías gramaticales que existen en la actualidad (tampoco (27) [Hago notar que tampoco tienen tradición entre nosotros las antologías de estudios gramaticales de diver­ sos autores sobre temas monográficos. La colección Gramático del español de la editorial TAURUS pre­ tendió cubrir en parte esa laguna entre los años 1990 y 1994. Desde 1995 intenta hacerlo la colección del mismo título de la editorial VISOR.]

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se pretende hacerlo en otros países), pero sí me parece importante que los que trabajamos en la gramática nos preocupemos por averiguar la forma en que se abordan en otros modelos los problemas que se nos plantean en el nuestro pro­ pio. Este interés por mantenerse informado sobre los avances en las teorías aje­ nas siempre ayuda a juzgar criticamente la propia, y también a modificar algu­ nos aspectos de la misma cuando se considere que es preciso hacerlo. Existe al menos un factor que hace de la gramática una disciplina espe­ cial. Parece que los gramáticos siempre damos vueltas a unas pocas cuestio­ nes que se repiten una y otra vez desde hace siglos. Los especialistas en lite­ ratura tienen literalmente cientos de autores que abordar, y en algunos de ellos, varias decenas de aspectos interesantes que estudiar. Los investigadores del léxico en cualquiera de sus múltiples variantes tienen ante sí decenas de miles de voces sobre las que puede recaer su atención. Pero, aunque los ins­ trumentos no sean siempre ios mismos, da la impresión de que ios gramáticos sólo tenemos delante cinco o seis clases de pronombres, menos de una vein­ tena de preposiciones, dos tipos de artículos (y para algunos, solo uno) y unas cuantas unidades formales y relaciones sintácticas más. Alguna vez he comentado con mis colegas que si me interesa la gramática es en parte por­ que las unidades de la lengua que tratamos de entender no crecen todos los días ni todos los meses, como crece el número de novelas interesantes que deben ser estudiadas, o incluso como crece y cambia el léxico en algunos aspectos. Pero todos los gramáticos que me escuchan saben muy bien que éste es un pobre recurso para convencerse uno mismo inútilmente de que está más cerca del final; un truco bastante burdo, aunque parezca a veces reconfortan­ te, porque oculta algo tan evidente como que la gramática es eterna, y que aún tienen que venir muchos gramáticos que seguirán durante años y años dando vueltas y más vueltas a la piezas del mismo rompecabezas.

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La tradición gramaticográfica española: esbozo de una tipología

Ramón SARMIENTO Universidad Autónoma de Madrid

1. I n tr o d u c c ió n

Desde la altura histórica a la que han llegado hoy las ciencias del len­ guaje, al otro lado casi de la cumbre que separa la ciencia lingüística del siglo XX de la ciencia del siglo XXI, es necesario detenerse un instante para poder observar el panorama multisecular en el cual otras cumbres y otros valles científicos dan forma al universo de la gramática y, concretamente, a lo que inadecuadamente se ha venido denominando «gramática tradicional» en refe­ rencia a las prácticas idiomáticas vigentes en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX. 1.1 E l p o r q u é d e la d e n o m in a c ió n : g r a m á tic a tr a d ic io n a l

Al examinar algunos diccionarios de lingüística al uso, como O. Ducrot & T. Todorov (1972); J. Dubois et al. (1973); Fernando Lázaro Carreter (1974); G. Mounin (1974) y T. Lewandowski (1982), observamos que tan sólo este último (pág. 172) acuña la denominación de gramática tradicional, identificándola con la gramática escolar dependiente esencialmente de la lógica clásica o aristotélica y (a fines del siglo XIX) de las corrientes psico­ lógicas (Steinthal, Wundt, Paul)... Ante esta omisión de referencias en los demás diccionarios, nos asalta la duda de si tal denominación ha carecido de frecuencia de uso y, por ello, la excluyen dichos manuales o, por el contrario, cabe formular la conjetura de que fue omitida por no resultar suficientemen­ te clara ni ser fácilmente reductible a un artículo lexicográfico. 39

A comienzos de este siglo, podemos constatar la infrecuencia de tal deno­ minación, pero ello no significa que no se cultivara la gramática tradicional. Al contrario, si algún paradigma gramatical predominaba todavía entonces era el modelo racionalista de gramática tradicional. En efecto, si se abre el Curso de Lingüística General (1906-1911) de F. de Saussure por el capítulo primero, consagrado a «la historia de la lingüística» (págs. 39-48), constata­ remos que el maestro ginebrino distinguía ciertas variedades de gramática tra­ dicional no exactamente coincidentes con lo que ahora se entiende por gra­ mática tradicional. Allí se afirma que la ciencia de los hechos de la lengua ha pasado por tres fases sucesivas antes de reconocer cuál es su verdadero y único objeto: • La primera, que inauguraron los griegos y continuaron principalmente los franceses, se fundaba en la lógica, estaba desprovista de toda visión cien­ tífica y desinteresada de la lengua misma. Se proponía dar reglas para distin­ guir las formas correctas de las incorrectas. Fue una gramática esencialmen­ te normativa. • La segunda, que nació en Alejandría para fijar, interpretar y comentar textos; se ocupaba también de la lengua literaria y, si abordó cuestiones lin­ güísticas, fue para comparar textos de diferentes épocas, determinar la lengua de un determinado autor... Era una gramática filológica, que se atenía dema­ siado servilmente a la lengua escrita y olvidaba la lengua viviente. • Y la tercera, que nació con la gramática comparada y permitía aclarar una lengua por medio de otra, explicar las formas de una por medio de la otra. Pero su principal error, y el que contiene el germen de los otros, es que limi­ taba sus investigaciones a las lenguas indoeuropeas y fue exclusivamente comparativa en vez de ser histórica. Dejando de lado la simplificación que Saussure hace de la historia lin­ güística, con la omisión de la gramática filosófica, o racionalista — omisión, por otra parte, totalmente injustificable hoy—, conviene resaltar que es entre los seguidores del estructuralismo en donde hay que buscar el origen de todos los malentendidos que después habrían de pesar sobre la lingüística anterior al siglo XIX; esta ruptura científica, debida más a la ignorancia que a necesi­ dades de la realidad investigada, indujo a los estructuralistas y, en menor grado, a los generad vistas a enterrar un cúmulo de datos, de observaciones y de conocimientos bien asentados por la sabiduría secular bajo la losa común de gramática tradicional: monumento a la gramática desconocida. Y esto fue el gran error de todos los estructuralismos y el no menor de los -ismos posteriores, como el del generativismo y el de las gramáticas no transformacionales de estos últimos años, afanadas en descubrir mediterráneos lingüís­ ticos formalizables (FUG, DCG, PATR, LFG, GPSG, HPSG, RG, TAG...). Ni siquiera han tenido en cuenta el consejo del maestro ginebrino: «conocer los errores de los predecesores tiene gran interés metodológico». 40

1 .2 P r in c ip a le s tó p ic o s so b r e la G r a m á tic a T r a d ic io n a l

El hecho de que algunas prácticas escolares del pasado hayan degenera­ do y de que presentaran numerosos defectos comunes ha inducido a algunos lingüistas, a partir de los años cincuenta, a simplificar excesivamente todo lo concerniente a la lingüística de los siglos precedentes y, en consecuencia, ha llevado a tildar de «gramática tradicional» todas aquellas obras que no res­ pondían a una orientación estructural o generativista. A manera de resumen, enumeraremos aquí los principales defectos con que más de veinte siglos de reflexión gramatical han sido anatematizados —W. Nelson Francis (1954); Samuel R. Levin (1960) y Eddy Roulet (1973): —En el plano del contenido, calificaron el método de precientífico, filo­ lógico, atomista, logicista e incoherente. —En el plano de la forma, lo tacharon de latinizante, anomalista, analíti­ co y compilatorio. Metodológica y formalmente, la Gramática Tradicional ha sido totalmen­ te descalificada por N. Chomsky, hecho comprensible sólo por la ignorancia que ha demostrado sobre las teorías gramaticales del pasado. Así en Aspects (1965: 7) concibe la gramática tradicional como un estereotipo, esto es, la constatación de una sarta de irregularidades o mera clasificación de ejemplos: Este hecho es especialmente claro en el nivel sintáctico en el que nin­ guna gramática tradicional ni estructural pasa de la clasificación de ejemplos concretos a la fase de formulación de reglas generativas en gran escala. Y estas ideas preconcebidas se reiteran en varias partes, como, por ejem­ plo, en la introducción a Roberts (1964): The most careful and compendious traditional grammar may give a full account o f exceptions and irregularities, but it provides only examples and «paradigmatic instances» o f regular construction, together with various informal hints and remarks as to how the reader is to generalize from these instances. The basic regular processes o f sentence construction remain unexpresed; it is the task o f the reader to infer them from the presented material. It turns out that to fill this gap is no small task. Este tipo de gramática tradicional de que habla Chomsky es teóricamen­ te inexistente y, si se refiere a algunas prácticas, comete un grave error, no infrecuente, de identificar la gramática tradicional con las prácticas escolares más diversas habidas: éstas no son Gramática Tradicional. 41

1 .3 ¿ C ó m o s e e n tie n d e la G r a m á tic a T r a d ic io n a l d e sd e la c r ític a h isto r io g r á fic a a c tu a l?

La lingüística practicada hoy es de signo fuertemente revisionista. Soplan los vientos de la historia y, volviendo ai símil de la cumbre de la cien­ cia utilizado al principio de este artículo, hay que buscar orientación en ella ya que la ideación del futuro viene dada inexorablemente por el pasado. No es aventurado predecir, pues, que, después de tanto teorizar sobre el objeto de la lingüística y que, tras haber ensayado distintas metodologías, la gra­ mática puede y debe abordar su complejo objeto de estudio: la lengua como entidad histórica y sociocultural (el aspecto de la estructura heredada), la lengua como instrumento de comunicación oral y escrita (la competencia comunicativa), la lengua como facultad de abstracción y de generalización (aspecto psico-pragmático). Para ilustrar estos aspectos, hemos elegido las tres aportaciones más representativas de la cultura lingüística española deno­ minadas gramática tradicional: 1. la gramática filológica de A. de Nebrija (1492); 2. la gramática normativa de la RAE (1771-1930); 3. la gramática filosófica de E. Benot (1910) 2 . E l m o d e lo d e g r a m á tic a filo ló g ic a 2 .1 L a d e fin ic ió n d e g r a m á tic a

En el Renacimiento, el cambio de perspectiva en el estudio del lenguaje acarreó consecuencias de enorme transcendencia: se ahondaron las diferen­ cias entre la lengua latina y la romance (sermo ¡atinas / sermo vulgaris) y se llegó a delimitar el campo de estudio de cada una de ellas. Y, aunque los gra­ máticos y retóricos, como reacción en contra del universalismo medieval, tuvieron que realizar un esfuerzo enorme por eliminar de las artes las discu­ siones metafísicas, lograron urdir, por el contrario, un conjunto de doctrinas específicas que condujeron indefectiblemente hacia la autonomía disciplinar de la gramática, de la retórica y de la cultura romances. Uno de los propósitos que guiaba a Nebrija consistía en no perderse en el laberinto de confusión terminológica de los gramáticos predecesores. Por consiguiente, no dudó en recuperar el sentido originario de la terminología y de la técnica gramaticales. La primera cuestión que intentó esclarecer fue determinar el lugar que la gramática ocupaba entre las demás ciencias sermocinales que también compartían como objeto de estudio la palabra (.Recognition 1495; prólogo en glosa, según M. Á. Esparza 1995, a quien seguimos en la mayoría de las ideas aquí referidas a Nebrija). Nebrija descubre que la diferencia específica de la gramática es versar sobre la congruidad de las palabras {circa sermonis congruitatem), con lo cual la gramática quedaba diferenciada de las demás ciencias sermocinales: de la retórica, que trata sobre la belleza {circa ornatum), y de la dialéctica, que estudia la declaración de la verdad y de la falsedad {circa nerifalsique diser42

tationem). En consecuencia, este tipo de gramática, que se inspiraba en la ciencia de los preceptos universales y que, según los modistas, regían el hablar, se convirtió en el arte de letras que declara el uso de los poetas y auto­ res por cuia semejanga avernos de hablar (Lib. I: Fol. 4r): Scientia recte loquendi recteque scribendi ex doctissimorwn virorum usu atque auctoritate collecta (Nebrija: Introductiones. Lib. Ill, 1). En efecto, el maestro salmantino siguió muy de cerca la doctrina de Quintiliano, para quien la razón de escribir va unida y juntamente con la de hablar. Así, en la Gramática Castellana, expresa claramente su concepción de gramática: los que boluieron de griego en latín este nombre gramática: llamaron la arte de letras (Lib. I. fol 4r). Si subrayamos aquí esta última definición nominal es por su importancia para entender bien la gramática filológica. Con dicha definición, Nebrija recuperaba para el arte el sentido etimológico, originario de gramática, que parafrasea como «casi ciencia literaria» (quasi scientia litteraria), pero, además, dignificaba la profesión del gramático. 2.2 Objeto Desde las premisas precedentes, a Nebrija le resultó fácil sortear los innumerables obstáculos en que habían caído los gramáticos anteriores. Consciente de que el uso es inconstante y vario y de que, en tanto fenómeno humano es tan perecedero como el hombre mismo, sintió la necesidad de someterlo a reglas que lo fijaran y preservaran para la posteridad. En el Renacimiento, se profesaba la vieja idea alejandrina de que las lenguas alcanzan un momento cumbre de florecimiento y de esplendor tras el cual sólo cabe esperar su decadencia. Por ello, Nebrija afirmó que los gramáticos debían ser no los autores sino los garantes de la lengua: grammatici non auctores linguae sed custodes sunt. Al gramático correspondía, pues, dirigir el consenso de los autores y seleccionar los textos que habían de ser imitados, consagrar el uso y censurarlo también, porque la gramática entera es princi­ palmente cuestión de uso (in grammatica praesertim quae sunt tota usu constet, Introductiones Latinae 1482, fol.e.i). El problema no se circunscri­ bía, por tanto, a la elección de un método eficaz para describir el uso, sino sobre todo a la selección de unos autores adecuados para la imitatio. El objeto de la gramática filológica era el uso, pero no un uso cualquiera sino el de la lengua escrita de la época clásica, porque la razón de escribir había de ir unida con la de hablar: scribendi ratio cum loqueado coniuncta est (Recognitio, fol 140). La loquendi ratio y la scribendi ratio deben coincidir. El buen uso no media entre ambos principios, sino que es manifestación de su perfecta adecuación. 43

2.2.1 La doctrina del uso: la integritas latini sermonis. Según Nebrija, la lengua que había que imitar en la gramática era la con­ tenida en el uso de los doctos, puesto que el de los indoctos es más abuso que uso: indoctorum potius abusus quam usus appeliandus est (Recognitio, fol.140). Sentada, pues, esta premisa, la doctrina sobre el uso idiomático abarcaba tres aspectos: el de la selección de los autores canónicos, que es el objeto de la gramática histórica; el de la corrección y el de la integridad, que son los dos aspectos de los que se ocupaba la gramática metódica o doctrinal. Pero, de todos estos aspectos, hay uno que resulta fundamental en la concepción nebrisense del idioma y que aparece recogido en la definición de gramática: es el de la corrección. En efecto, familiarizado con las teorías de L. Valla durante la estancia en Bolonia, Nebrija no duda, a la vuelta a España, en adoptar la misma doctrina que el autor de las Eleganliae: la corrección idiomática ha de estar guiada por los cuatro principios establecidos por Quintiliano para el uso filológico, esto es, por la razón, la antigüedad, la autoridad y el uso: Senno constat ratione, vetustate, auctoritate, consuetudine. Como es perceptible, la parte histórica adquiere una importancia enorme en este tipo de gramática. Todo se dirige hacia el conocimiento y determina­ ción del uso clásico en los textos. El componente racional del arte sólo se manifiesta en la aplicación de la analogía de las palabras, porque, una vez establecida la norma, ésta rige sobre los autores (modelos asentados por la antigüedad y autoridad: vetustate ac auctoritate) y, en los casos de divergencia por costumbre heredada (consue­ tudine), se habla de las figuras o de la corrupción. Pero, además, al analizar la parte metódica del arte, denominada analogía, se advierte que la corrección descansa en la doctrina aristotélica que postula una estricta correspondencia entre letras y voces, literas et voces: Las palabras fueron halladas para decir lo que sentimos i no por el con­ trario, el sentido a de servir a las palabras (GC, Lib.II, cap.IV). Y, en lo que atañe a la construcción, o sintaxis, la corrección idiomática se justifica por la doctrina modista de los universales lingüísticos: cierta orden casi natural i mui conforme a la razón (GC, Lib. IV, cap. II). Finalmente, la gramática histórica, o declarativa, vuelve a intervenir en el uso a la hora de proponer los ejemplos del uso consagrado para afianzar las reglas y para preservar el idioma ante la posible corrupción (imitado). El objetivo de la lectura y de la explicación de los autores era habilitar a los alumnos para expresarse oralmente y por escrito, con corrección, según el genio de la lengua y según el estilo que conviene a cada situación, porque, 44

como dice Quintiliano, «una cosa es hablar latín, otra cosa hablar gramatical­ mente» (aliud est latine loqui, aliad grammatice toqui). La gramática de los modelos constituye, pues, el objeto primordial de la gramática filológica. 2.2.2 La finalidad del arte Las Intróductiones y la Gramática Castellana coinciden en una misma finalidad: facilitar el acceso y el conocimiento de la lengua latina. En conse­ cuencia, como ya señaló M. Á. Esparza (1995), la distribución de los conte­ nidos de ambas gramáticas adquiere un significado especial para la compren­ sión de la doctrina nebrisense de la nova ratio. Pues, la finalidad última y pri­ mordial del maestro salmantino era restituir la latinidad ensayando una nueva vía, yendo de lo conocido a lo desconocido: aquellos que por la lengua castellana querrán venir al conocimiento de la latina, lo cual pueden mas ligera mente hazer si una vez supieren el artificio sobre la lengua que ellos sienten (GC: Lib. V, fol 54r). La finalidad del arte filológico es, por tanto, alcanzar el conocimiento de una lengua literaria, cuyo uso está fijado ya definitivamente. Para ello, no dudaron los maestros del arte en echar mano de la lingüística contrastiva, como también hizo Nebrija. 2.2.3 El método. Delimitado el término ad quem (finalidad), hemos de pasar a analizar el término a quo (método), puesto que la forma de presentar los contenidos es tan importante como los contenidos mismos. Nebrija consideraba que el método, denominado por él ordo nata ralis, era el más adecuado para la ense­ ñanza de las lenguas maternas. Por el contrarío, juzgaba que debía proceder­ se por el método ordo doctrinalis si el arte iba destinado a la enseñanza de las lenguas extrañas dentro de cuya categoría incluía la lengua latina. I para estos tales se escribieron los cuatro libros passados, en los cuales siguiendo la orden natural de la grammatica, tratamos primero de la letra i silaba, después de las diciones i orden de las partes déla oración. Agora eneste libro quinto siguiendo la orden de la doctrina daremos introduciones déla lengua castellana para el tercero genero de ombres: los cuales de alguna lengua peregrina querrán venir al conocimiento de la nuestra (GC, lib. V, cap. I fol. 54r y v). Dentro del método orden de ¡a doctrina, ocupaba un lugar relevante el estudio del artificio de la lengua: Como dize Quintiliano los niños an de comentar el artificio déla lengua por la declinación del nombre i del verbo (GC, libro V, fol.54v). 45

En efecto, el método de la doctrina prescribía que el estudio debía prin­ cipiar por los nombres y por el verbo. El dominio de este artificio era indis­ pensable y fundamental para quien deseara adentrarse en el conocimiento de los clásicos. 2 .3 E l

artificio d e la s p a r te s d e la o r a c ió n

En el Renacimiento, la doctrina del artificio, o partes orationis, conocía dos grandes tendencias: la de aquellos que amparados en la tradición latina distinguían ocho partes y la de aquellos que guiados por una concepción más racionalista las reducían a sólo tres partes. Nebrija, en la (Recognitio fol.44), distingue ocho partes para la lengua latina, porque, aunque en esta lengua no había artículos, distinguían la interjección del adverbio: Ita tomen quod graeci interiectionem partem adverbii esse dixenmt. Latini interiectionem ab adverbio separant. Articulum itero quia iatinas sermo non agnoscit, ad pronomen referunt. Itaque utrique onmino partes octo esse dicunt. En el artificio de las partes orationis, descansaba en esencia el método descriptivo de la gramática filológica. Por ello, no deja de sorprender al estu­ dioso de la gramática el hecho de que en la Gramática Castellana: (Lib.III, cap. 1-2, fol. 28) se llegue a distinguir diez partes: Nosotros con los griegos no distinguiremos la interjecion del adverbio: i añadiremos con el artículo el gerundio: el cual no tienen los griegos: i el nombre participial infinito: el cual no tienen los griegos ni latinos. Assi que serán por todas diez partes de la oración enel castellano: nombre. pronombre, articulo. verbo, participio, gerundio, nombre participial infi­ nito. preposición, adverbio, conjunción. (GC: Lib.III, fol.28). Se ha dicho que Nebrija no sigue un criterio unitario a la hora de clasifi­ car las partes de la oración: hay veces que se basa en la forma... otras veces tiene en cuenta la función, en otras ocasiones mezcla dos criterios distintos, como la forma y la significación. Pero hay que advertir que para Nebrija una cosa es la clasificación de las partes de la oración y otra muy distinta las defi­ niciones de cada una de ellas. En efecto, en la Recognitio: fol.45, el maestro salmantino dice explícitamente que la diversidad de las partes de la oración no está sino en la diversidad de la manera de significar. Por lo que toca a las definiciones, allí mismo adelanta los criterios que juzga más adecuados para una buena definición, como son el género y la diferencia genérica: Nomen est pars orationis declinabais, corpus aut rem proprie communiterue significans. Haec enim diffinitio dialéctica est constans ex genere et generis differentiis. 46

2 .4 E l e s q u e m a d e s c r ip tiv o

No obstante lo anterior, hay una razón pedagógica que preside la distin­ ción entre partes de la oración, así como su número. Nebrija simplificaba la doctrina, según ésta fuera destinada a profesores o a alumnos. Por ejemplo, distingue el gerundio y el supino en la glosa al Libro III, destinada a profeso­ res, pero prescinde de esta distinción en el texto destinado a los alumnos (Recognitio, fol. 47); asimismo, no recurre al procedimiento lingüístico de la combinación con el artículo para distinguir el adjetivo del nombre, sino que utiliza para ello las propiedades significativas diferentes. En síntesis, en el esquema descriptivo de las partes orationis, descansa en una proporción con­ siderable el método filológico nebrisense: D io n is i o d e T r a c ia

N e b r ija (1 4 8 1 )

N e b r ija (1 4 9 2 )

ónom a

nom en

n o m b re

e p irrh é m a rh ém a

a d v e rb io v e rb o g e ru n d io

m e to c h é

in te r i e c t i o v e rb u m a d v e rb im p a r ti c ip iu m

p ró th e s is syndesm oi a n th o n im ia

p ra e p o s itio c o n iu n c tio p ra e n o m e n

a rth ra



p re p o s ic ió n c o n ju n c ió n p ro n o m b re a rtíc u lo

p a r ti c ip io n o m b r e p a r ti c ip a ! in fin ito

2 .5 C o n te n id o s

En coherencia con las consideraciones anteriores sobre el método y sobre la finalidad de la gramática, deben estar dispuestos sus contenidos. Constituía una tradición anterior a Nebrija, entre los gramáticos filólogos, dividir el arte en dos partes: la metódica y la histórica. Ésta versaba sobre el entendimiento y la declaración de los poetas (intelecto et enarratione poetarían, Quintiliano); aquella comprendía los preceptos del arte y, por eso, recibió el nombre de m eto d ik é , sistema de enseñar (viam rationemque docendi). Tal era el objeto de esta parte dentro del arte: disponer adecuadamente las reglas extraídas del mejor uso de una lengua para perfeccionarlo y para facilitar su inteligencia a los extraños. Ahora bien, formalmente, la gramática era un arte explicativo a través de defi­ niciones, reglas y divisiones. Así lo entendió Quintiliano (Lib. I. Inst. Orat. cap. XIII) en cuya versión se hizo célebre la configuración cuatripartita del arte: Et finitae quidem sunt partes dito quas haec proffessio pollicetur, id est ratio loquendi et enarratio auctorum, quorum illam methodicam, hanc historicam vocant. 2 .6 P a r te s d o c tr in a le s d e la g r a m á tica

Nebrija parte de la idea de que la oración es el objeto de la gramática y 47

afirma que aquélla no puede ser partida; ahora bien, su estudio o análisis puede ser fragmentado, al menos, pedagógicamente: Aíiud est enim grammatica, aliud oratio...oratio non partiri, sedfrangere potest (Recognitio, fol. 142). Y, según el método orden de la doctrina, ordenó los contenidos de la manera siguiente: Assi que primero pusimos la declinación del nombre, a la cual aiuntamos la del pronombre i despues la del verbo con sus formaciones i irre­ gularidades (GC:54v) Nebrija siguió la doctrina de Quintiliano que prescribía comenzar el arti­ ficio de la lengua por la declinación del nombre y del verbo. En esta parte, se enseñaba la técnica de la expresión, de la traducción y a distinguir las partes orationis, pues era el único medio de alcanzar la inteligencia del resto. 2 .7 P a r t e h is tó r ic a , o d e c la r a tiv a

La parte histórica consistía en la lectura y la explicación de los autores para facilitar la expresión correcta en lo escrito y en lo oral según el genio de la lengua. Nebrija afirma que para esto debían ser seleccionados los autores y los textos con prudencia, puesto que de lo que se trataba no sólo era de que los niños leyeran de manera expresiva y con comprensión sino también de que aprendieran lo que era moral. En esta parte, cobran especial importancia los ejercicios orales y escritos: mediante la lectura, el gramático corregía las faltas de pronunciación, facili­ taba el aprendizaje del nuevo vocabulario de memoria y se imitaban los modelos (imitado) graduando la dificultad, porque el arte de escribir iba unido, como afirmaba Quintiliano, con el arte de hablar. 3 . L a g r a m á tic a n o r m a tiv a : el m o d e lo de la A c a d e m ia E s p a ñ o la 3 .1 D e fin ic ió n y p r e s u p u e s to s d e la g r a m á tic a n o r m a tiv a

La idea de si la gramática es ciencia o arte no preocupó a los filósofos antiguos (S. Auroux 1986:3). Aristóteles lo afirma en los Tópicos (VI.5), pero lo rechaza implícitamente en la Ética a Nicómaco (VI.3). Sea ello como sea, la gramática normativa parte de la definición adjetiva de gramática como arte gramatical (tekné grammatiké). Por lo que sabemos hoy, esta tradición se remonta a Dionisio de Tracia (150 a.C.) quien definió la gramática como «conocimiento empírico (e m p e ir ia ) de lo que se lee ordinariamente en los poetas y los escritores». En las centurias siguientes, el término fue sustituido por el de tekné (arte) con que se designaba un conocimiento razonado lo que, 48

dentro de la perspectiva aristotélica, era englobado bajo el conocimiento de lo universal. Frente a esta concepción, surgió en la de la Edad Media la de aquellos otros autores que, fieles a la tradición aristotélica y a sus postulados raciona­ listas, consideraron la gramática como ciencia (epistéme) sobre todo en la segunda generación de modistas. Suscitada nuevamente esta dualidad en el siglo XVIIT, unos autores (principalmente especulativos como los gramáticos filosóficos), considerando que la gramática natural era común a todos los hombres, postularon reglas universales y seguras y, por consiguiente, recla­ maron para su disciplina el nombre de ciencia; otros, fijándose más en la gra­ mática particular de sus respectivos idiomas y juzgando impropio conferirle el estatuto de ciencia porque no trata de verdades inmutables ni eternas sino de verdades contingentes, cual es el uso vario e inconstante de las lenguas, cifraron todo su interés en profundizar en el conocimiento empírico de sus lenguas, en traducirlo en reglas que lo preservaran para la posteridad y en observaciones que facilitaran la corrección idiomática. Los autores de la Academia, herederos también del viejo dilema de si la gramática era un arte o una ciencia, no entendieron la gramática como algo que tenía por objeto el conocimiento cierto de cosa alguna por sus causas y principios, sino como la facultad que prescribe reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas (DRAE 1726). Según estas consideraciones, la gramáti­ ca debía caer fuera de la consideración de ciencia; su principio y su fin era versar sobre el uso contingente y vario. En consecuencia, los académicos con­ cibieron la gramática como un arte cuya finalidad se cifraba en la imitación de hablar y escribir como hablaron y escribieron los que nos precedieron: GRAE GRAE GRAE

(1771): La gramática...es el arte de hablar bien (GRAE: 1) (1854): La gramática es el arte de hablar bien (GRAE: 1) (1870, 1917, 1920, 1914): La gramática es arte de hablar y escribir correctamente (1870: 1; 1917: VII; 1920: 7 y 1924: 7). EGRAE (1973): (La gramática es) ciencia y arte de las formas de la expresión lingüística (EGRAE 1973:505). Estas primeras versiones de la GRAE (= Gramática de la Real Academia Española), inspiradas en Vossius (1635), no recogieron la definición de gra­ mática en su versión bimembre de arte de bien hablar y escribir. Como se afir­ ma en el proyecto de gramática (1741): hablar y escribir a que se reduce la gramática son dependientes recípro­ cos, porque las letras son signos de la pronunciación, por lo qual fueron inventados ¡os nombres, y figuras de ellos, y assí tienen una precisa rela­ ción y correspondencia que les hace inseparables. 49

La identificación, pues, entre hablar y escribir es evidente. Con ello, se cedía a una vieja creencia formulada por J. C. Scaligero (1541) de que la única finalidad de arte consistía en hablar bien: Grammatici units finis est recte loqui 3.2 Objeto La sola definición de gramática como arte de bien hablar implica asumir cierta presión normativa ejercida sobre el uso idiomático. Sin embargo, el normativismo académico del siglo XVIII fue ligeramente diverso del de siglos posteriores. En efecto, dada su concepción de la lengua como algo en evolución y dinámico, la Academia se abstuvo de elevar a canon lengua escri­ ta alguna; lengua y uso estaban identificados como bien puede deducirse de las siguientes palabras de Ignacio Luzán: El uso que ha de ser el principal norte de la Syntaxis de nuestra lengua, entiendo que debe ser el uso bueno o, como dixo Quintiliano, el que el con­ sentimiento de los buenos y eruditos, y especialmente el uso actual, o a ¡o menos el que han seguido los buenos eruditos, de un siglo a esta parte, o algo mas pues es conforme a razón que ya que se publique ahora una gra­ mática de la lengua, esta sea de la lengua española que hoy se habla. El uso, el uso actual, debe ser el objeto de la gramática normativa. Más, ¿cómo entender el uso bueno, el que goza del consentimiento de los buenos eruditos? ¿Se está postulando la modelación de la lengua oral según un uso literario de una época determinada? No es este el caso. 3.2.1 La finalidad del arte: la integritas locutionis La gramática normativa, a diferencia de la filológica, no tenía por objeto restituir la integridad de la latinidad (integritas latinitatis), sino la preservar la integridad y pureza de la locución de todo barbarismo, solecismo o defecto que la afeara o la confundiera. No se trata, pues, de imitar un modelo de lengua escrita, sino de preservar el uso de los desmanes a que de continuo está expuesto. En realidad, es un normativismo necesario, exigido por la misma finalidad del arte: dirigir y enseñar con reglas y preceptos el uso de las voces y oraciones. Puede concluirse, por tanto, que por integridad y pureza de la lengua, los académicos no entendieron más que la doctrina agustiniana: La costumbre bien obseiyada de conseiyar el uso de hablar que tuvieron los que hablaron antes de nosotros. Quid est ergo integritas locutionisse preguntó San Agustín- nisi alienae consuetudinis consetyatio loquentium veterum autoritate firmatae? (Lib.II: De Doctr Christ. Cap.III). Ahora bien, en este tipo de gramática no todo se reduce a la conserva­ do, sino que también tiene cabida el uso corriente de la doctrina horaciana. 50

El normativismo nace de la dialéctica entre ambas tendencias de signo opuesto, como son la obligación de preservar la convención para asegurar la intercomunicación y la necesidad de romperla e introducir voces nuevas para facilitar la expresión de lo nuevo. Pero, además, los hablantes de una lengua provista de cultura literaria están obligados, según la Academia, a profundi­ zar en su conocimiento para disfrutar del legado cultural común y contribuir a acrecentarlo: Todas las naciones deben estimar su lengua nativa, pero mucho mas aquellas que abrazando gran número de individuos gozan de un lenguage común, que los une en amistad y en interés (GRAB 1771: dedicatoria). No obstante, más allá de este argumento nacionalista, propio de la cultu­ ra renacentista, los académicos resaltan la consideración socio-pragmático de las ventajas sociales que se derivan de la posesión de una lengua con una dic­ ción y escritura correctas: Seria, pues, conveniente que los padres ó maestros instruyesen con tiem­ po á los niños en la Gramática de su lengua. Los que no hubiesen de seguir la carrera de las letras se ilustrarían á lo menos en esta parte de ellas, y hallarían en el exercicio de sus empleos, en el gobierno de sus haciendas, y en trato civil, las ventajas que tienen sobre otros los que se explican correctamente de palabra y por escrito (GRAE 1771. IV). 3.2.2 La norma Obviamente, desde esta premisa, la finalidad de una gramática normati­ va tenía que ser describir la norma común, esto es, el modo y la moda que se sigue en la lengua, en sus voces y en sus oraciones: El uso es el modo y la moda, el estilo, la práctica general que siguieron nuestros antecesores, y que siguen los hombres doctos y afamados en la lengua (.Documentos gramaticales). Conocida la utilidad de contar con un uso común, a la Academia no se le escapa la necesidad de perfeccionarlo mediante observaciones que conduzcan a hablar con propiedad, exactitud, y pureza. En efecto, elaborar una gramáti­ ca de las lenguas muertas era considerada una empresa relativamente fácil y justificable por su utilidad para quienes las ignoraran. En cambio, escribir una gramática descriptiva de una lengua viva cuyo uso no está todavía fijado resultaba entonces algo sumamente difícil y, además, innecesario, puesto que el uso se podía aprender por oídos de las madres y por comunicación con los hablantes. Sin embargo, concluyeron que ninguna obra era tan necesaria y ninguna tenía más sentido que una gramática normativa de la lengua, que ana­ lizara el uso normativo del momento, que determinara la moda y el modo de hablar, que describiera sus reglas y que propusiera modelos para facilitar la adquisición del sentido idiomático (Lope Blanch, 1995). 51

A diferencia de la gramática filológica que se centra en un uso de las len­ guas muertas, definitivamente fijado, la gramática normativa estudia el uso de las lenguas vivas, en cambio y en evolución constantes, un uso en el que cabe distinguir un buen uso de un mal uso. El primero se encuentra en los mejores autores del presente y de la época clásica y en la mayor parte de las personas cultas que ordinariamente lo utilizan; el segundo, coexistente con el primero, se halla entremezclado con él, en forma de barbarismos y de sole­ cismos y otras figuras. Por ello, es necesario describir el primero y esclare­ cer el segundo. La gramática normativa es esencialmente descriptiva en lo que respecta al uso lingüístico general y constante (Dagmar Fries 1989; Lope Blanch 1995) y es proscriptiva en todo aquello que se aparta o desvía de él. Por ello, esta gramática identifica dichos usos como incorrectos, malos, impropios, viciosos...; los prohíbe. Y en el caso de fenómenos pertenecientes sólo a determinadas variantes regionales, sociales o a determinados registros los describe en cuanto variantes de la norma general (Edith Bédart & Jacques Maurais 1983). En tercer lugar, la gramática normativa es también prescriptiva en lo que atañe a la modelación del uso vario o repartido. En estos casos, se formulan reglas para que, desde los principios de la lengua y de la estilís­ tica, conformen un uso general. 3 .3 M é to d o

Una gramática destinada al perfeccionamiento del uso, como es la gra­ mática normativa, procede por el método natural: orden nat.:

o rto g ra fía > p r o s o d ia > e tim o lo g ía > s in ta x is

Es decir, parte del conocimiento intuitivo que los hablantes tienen de su propia lengua para alcanzar el conocimiento reflexivo. En términos genera­ les, se trata de una introducción sistemática a la estructura gramatical de la lengua materna y a los principios comunes a todas las lenguas en los que ésta se fundamenta, prestando especial atención a las dificultades lingüísticas, a los errores y desviaciones. El método es fundamentalmente deductivo: exige que se vaya de la teo­ ría a la práctica, que no se emplee término alguno que antes no haya sido explicado y, finalmente, que se parta siempre de los principios o conceptos más generales y sencillos hasta los más difíciles y concretos. Esta gramática se subdivide en tantas partes como sean precisas, con sus respectivas defini­ ciones y subdefiniciones, hasta llegar a los elementos del problema: el uso normativo. En otras palabras, inician la gramática por su definición y por la división de sus partes constitutivas. De modo análogo, proceden en los demás aspectos: siempre se parte de lo genérico y simple, de la definición general y sencilla hasta lo individual y complejo con el fin de obtener ideas claras y dis­ tintas de la realidad idiomática. En este tipo de gramática, la lógica se erige 52

en un instrumento auxiliar indispensable a la hora de justificar algunos usos normativos. 3.3.1 El esquema descriptivo-conceptual de las partes orationis De igual modo que en la gramática filológica, todo el artificio teórico de la gramática normativa se puede reducir al esquema descriptivo de las partes orationis. No obstante, desde la perspectiva de finales del siglo XVII y prin­ cipios del siglo XVIII, pasaba por ser el punto más espinoso de la historia de la gramática: En orden a las partes de ¡a oración que se comprehende debaxo del nombre de etymología es tanta la inconstancia de los gramáticos que ni los antiguos ni los modernos han convenido hasta ahora en su núme­ ro cierto. En efecto, esta gran variedad de opiniones radicaba en que unos gramá­ ticos consideraban el pronombre y el participio como categorías indepen­ dientes; otros distinguían el artículo del pronombre, o el adverbio de la inter­ jección y, por útltimo, algunos como J. C. Scaligero contaban la interjección como la parte primera y principal de la oración. Además, la doctrina de las partes de la oración estaba polarizada en torno a dos grandes tendencias: la de los gramáticos que, conforme a la tradición latina, distinguían ocho partes y la de los que, inspirándose en una concepción racionalista de la lengua, las reducían a sólo tres. La primera debía su vigencia a la tradición de la gramá­ tica filológica; la segunda, de ascendencia platónica, fue puesta en circulación por el racionalismo lingüístico de finales del siglo XVII y principios del XVIII. En consecuencia con él, la lengua era analizada, siguiendo las doctri­ nas de Descartes y de Leibniz en sus componentes de materia y de forma (voces constitmmt materiam, particuíae formam orationis). La gramática normativa, cuyo exponente en España es la versión de la GRAE, se inclinó por la doctrina más común entre los gramáticos de la len­ guas romances: añadía el artículo a las ocho de la gramática latina: En que sólo se añade el artículo a las ocho que pone entre los latinos la mas recibida opinión, por ser parte tan precisa y essencial de nuestro dialecto como lo es del griego, en que las gramáticas ponen el artículo como parte essencial de su oración (Documentos gramaticales) 3.3.2 Los criterios de definición En esta gramática de observaciones, en la que el método exigía partir de las verdades más generales y más simples para pasar a las menos generales y más complicadas, el camino más fácil para alcanzar este objetivo consistía en usar sistemáticamente el criterio lógico del que es subsidiario el nocional en todas las definiciones, como puede deducirse por la gramática de la Academia: 53

C lase

1771

1854

1870

1917-20-24

E G R A E -1973

C rite rio s d e d e s c r ip c ió n N. A rt.

n o c io n a l s in tá c .

n o c io n a l s in t . n o c .

A d j. P ro n . V. P a rt. A dv. P re p . C o n j. In t.

— noc. noc. fo rm . n o c . s in t . n o c . s in t . s in t. noc.

— noc. noc. fo rm . n o c . s in t. n o c . s in t . n o c . s in t . noc.

n o c io n a l s in t . f o r m . s in t . n o c . noc. n o c . fo rm .

n o c io n a l n o c . s in t. s in t. n o c . n o c . fo rm . n o c . f o rm .

noc. noc. noc. noc.

noc. n o c . s in t. n o c . s in t. noc.

fo rm a l fo rm . fu ñ e , fo rm . fu ñ e , fo rm . fu ñ e , fo rm a l fu n c io n a l f u n c io n a l fu n c io n a l

Por ejemplo, examinadas en 1741 dieciséis definiciones de nombre, se constató que todas ellas eran reductibles a dos clases según el criterio de defi­ nición fuera nocional, formal o formal-nocional: El nombre así en español como en qualquiera otra lengua puede consi­ derarse de dos modos, o con relación a su essencia, o con respecto a los accidentes o propiedades sujetas a la gramática, y de aquí nace que, sin contrarias las opiniones de algunos autores, sean diferentes las defini­ ciones que han dado del nombre, porque unos las consideraron de un modo, otros de otro y algunos de ambos modos, incluyendo en una sola definición lo essencial y lo accidental {Documentos gramaticales). Como podemos observar en el capítulo del nombre, se parte de la defini­ ción nocional y general de nombre (palabra que sirve para nombrar cosas), y se divide en sustantivo y adjetivo. Se definen también nocionalmente. Y es en el último eslabón, en el de la realidad lingüística, en donde la lógica se apli­ ca a la solución de los problemas idiomáticos concretos: las palabras como casa, iglesia son substantivos porque subsisten por sí mismas en la oración sin necesidad de que se le junte otra palabra que los califique. De modo aná­ logo, se procede con las subdivisiones y sus correspondientes. Todas estas observaciones constituyen el cuerpo doctrinal de las reglas a las cuales se pueden reducir los modos de habla usados en una lengua. 3.3.3 El poder de los ejemplos En enseñanza ninguna tiene tanto poder virtual el ejemplo como en gra­ mática; en una gramática normativa adquiere importancia singular la ejemplificación del uso. No vale cualquier ejemplo, sino que ha de ser un uso ejemplar, perteneciente a los autores que mejor han escrito, o al uso de las personas cultas que mejor utilizan la lengua oral en el momento dado. En este sentido, el ejemplo que se utiliza en estas gramáticas se erige en autoridad y de ahí la denominación de gramática de autoridades, instrumento óptimo para la modelación del uso y la adquisición de la sensibilidad idiomática. 54

3 .4 C o n te n id o s

De lo expuesto, se sigue que el objeto de la gramática normativa no es, como en la filológica, la fijación de la lengua de los modelos literarios del presente o del pasado, sino la modelación de una norma de la lengua en uso, y, por ello, se comprenderá bien por qué esta gramática consta sólo de la parte metódica: ortografía, prosodia, etimología y sintaxis y prescinde de la parte histórica, o de la imitado. Las dos primeras se ocupan de lo que pode­ mos denominar la faz externa del idioma en el sentido gráfico y fónico (de lo que se ve y de lo que se oye); la tercera (etimología) trata de las partes de la oración: no la entendieron en su vigoróso significado de solo raiz de la voz, sino que mas latamente la tomaron por la etymología de toda la oración, esto es, por examen délas partes de que se compone la oración entera (Documentos gramaticales). En la sintaxis, la gramática normativa estudia la ordinatio dictionum: la construcción regular y la construcción figurada.

3.4.1 Partes doctrinales Las partes doctrinales se ocupan de los contenidos siguientes, que ejem­ plificamos con la GRAE: A ños

P a rte s d o c trin a le s

1771

e t i m o l o g í a y s i n t a x i s (*)

1854

a n a l o g í a y s i n t a x i s (*)

1867

a n a lo g ía , s in ta x is , [o rto g r a fía y p r o s o d ia ]

1870

a n a lo g ía , s in ta x is , p r o s o d ia y o rto g ra fía

1 9 1 7 -2 4

a n a lo g ía , s in ta x is , p r o s o d ia y o rto g ra fía

1973

fo n o lo g ía ( p r o s o d ia /o r to g r a f ía ) , m o r fo lo g ía y s in ta x is

(*) La Ortografía y la Prosodia formaron cuerpos doctrinales en las primeras ediciones de la GRAE, aunque fueron consideradas como partes constitutivas o integrantes.

3.4.2 Unidades descriptivas Entendemos por unidades descriptivas el objeto de estudio de cada una de las partes en que se la gramática divide. La ilustración que sigue pertene­ ce también a la GRAE, en cuyas dos primeras ediciones se escribieron trata­ dos independientes de la ortografía y prosodia: 55

A ños

P a rte s

C o n te n id o s

1771

e tim o lo g ía

c l a s e s d e p a la b r a s ; a c c id .

d ic c ió n

1854

s in ta x is

c o n s tru c c ió n d e p a la b r a s

o ra c ió n

U n id a d e s

1870

a n a lo g ía

c l a s e s d e p a la b r a s ; a c c id .

p a la b ra

1917

s in ta x is

c o n s tru c c ió n d e p a la b r a s

o ra c ió n

1924

p r o s o d ia

s o n id o , s íla b a y p a la b r a

s o n id o

o rto g ra fía

ie tra y s ig n o s a u x iiia re s

le t r a

fo n o lo g ía

lo s s o n i d o s

fo n e m a

1973

y g ra fía s

g rafem a

m o r g o lo g i a

c ia s e d e p a la b ra ; fo rm a s

m o rfe m a

s in ta x is

la o r a c i ó n y s u s e l e m e n t o s

o ra c ió n

En 1973, se intenta modernizar la gramática normativa: la modelación se hace extensiva a variedades geográficas, sociales y de estilos de habla, pero se prescinde injustificademente de un contenido fundamental, la prosodia, sólo parcialmente asumido por la fonología. 4 . E l m o d e lo d e la g r a m á tic a filo s ó fic a 4.1 P r e m is a s y d e fin ic io n e s 4 .1 .1

La naturaleza del lenguaje

No debe olvidarse que las especulaciones gramaticales nacieron en Grecia identificadas con las lógicas. Este tipo de gramática, que ha venido denominándose filosófica, o racionalista, ha partido de la premisa de que pen­ sar y hablar eran un fiel trasunto el uno del otro, o en una línea más psicologista que hablar era consecuencia del modo de pensar, hablar es exteriorizar nuestros pensamientos, afectos y voliciones (AH [= Arte de hablar] 1910: 1). Durante la Edad Media con los modistas, en el siglo XVI con Scaligero 1541 y Sanctius 1581 y en siglo XVII por la difusión de la Grammaire Générale et raisonnée (1660), se estrechó aun más el paralelismo lógico-gramatical. Se llegó a afirmar que todas las lenguas poseían una idéntica gramática en lo esencial y sólo diversa en lo accidental. La gramática filosófica cultivada en España ha profesado el paralelismo lógico-gramatical. Sin embargo, E. Benot parece asumir que los principios del lenguaje derivan directamente de hechos psicolingüísticos. Esta premisa largamente desarrollada tu Arquitectura de las lenguas (1889.1: 327) quizás sea la que menos le aproxima a los ideólogos, porque, al afirmar que el arte de hablar es una consecuencia del modo de pensar, está asentado unas bases teóricas distintas de las de los ideólogos, para quienes pensar era sentir y hablar se identificaba con pensar. Concibe el conocimiento como el fruto de las modificaciones que los objetos producen en nosotros, modificaciones que 56

son objetos muy distintos de sus causas. En consecuencia, concluye que las modificaciones sensibles son signos y no imágenes de lo exterior: Si las modificaciones de nuestro ser son los signos de la causalidad externa, las palabras tienen que ser y son los signos de nuestras modifi­ caciones, pero no de los objetos exteriores (1889b.I: 334), Y, mediante abstracción y generalización de las modificaciones indivi­ duales, vamos formando ideas generales, el concepto que tenemos de nues­ tras modificaciones por semejanza o por significación. Pero, para Benot, las ideas no eran representación de objetos reales sino intelectuales: Una idea general —escribe— no es representación de ninguna cosa exis­ tente en la realidad, pero sí en el entendimiento. (1889b.I: 338). En efecto, no existe ningún ser que tenga solamente los caracteres comu­ nes que comprende la voz pájaro, porque cada pájaro comprende muchísi­ mos más rasgos singulares. Sin embargo, la voz puede ser aplicada a todos mediante abstracción y generalización [6], Las palabras son signos de signos: son signos de nuestras ideas genera­ les. Así como nuestras modificaciones son los signos de los objetos, las pala­ bras son los signos de nuestros conceptos sobre el mundo exterior y sobre el mundo interior. Son, pues, signos secundarios. Y, si las palabras escritas son signos secundarios de las palabras habladas, la escritura es la colección, en realidad, de los signos terciarios de los objetos: Y, como las ideas generales son puras elaboraciones de la mente sin objeto en la realidad, ■ —afirma Benot— resulta necesariamente que a las palabras, signos de esas elaboraciones mentales, no corresponde nada en lo real; sólo corresponde la elaboración mental de cada entendimien­ to. Por eso cuando un hombre me habla, no habla con sus ideas: me habla con las mías. Sus palabras representan para él ciertas modifica­ ciones, ciertos conceptos, ciertas ideas, con tal número de caracteres; para mí representan menos elementos y en virtud de esos caracteres él las ve relacionadas, a m í me fallan eslabones... Y ese hombre, que, al parecer, me ha estado exponiendo sus ideas, no ha hecho más que combinar absurdamente las mías (1889b.I: 340). 4.1.2 La combinación de palabras para expresar lo individual Según Benot, las palabras son signos de esos conceptos generales: lo individual no tiene nombre hecho. Y, como la significación de una palabra depende del número de caracteres conocidos, no se puede hablar sin aumen­ tar su comprensión y sin limitar su extensión. Estas ideas le llevaron a creer que el modo de pensar condiciona el modo de hablar: 57

De consiguiente, para hablar de una individualidad, hay que aumentar la comprensión y mermar la extensión de los vocablos, agregando á cada uno los caracteres singulares segregados por la abstracción. El arte de hablar es, pues, consecuencia del modo de pensar (1889b.I:344). No identifica lenguaje y pensamiento; afirma que el arte de hablar es con­ secuencia del modo de pensar. Entre ambas cuestiones existe, pues, una.relación de efecto - consecuencia. Mantiene una posición intermedia como fue la de Darwin o Whitney para quienes el pensamiento era anterior al desarrollo del lenguaje articulado, aunque el lenguaje articulado ayudara a convertir en común el proceso mental avanzado. 4 .2 E l o b je to d e la g r a m á tic a filo só fic a

La gramática filosófica es una gramática del sentido; su interés se centró en el juicio y en la proposición, no en la palabra. Por consiguiente, es una gra­ mática, en cierto modo, orientada semánticamente. Estudia los elementos superiores a la palabra. 4.2.1 La naturaleza del hablar: el sistema elocutivo. Desde la época clásica, ninguna gramática se ha parado a definir lo que es hablar, y curiosamente casi todas empiezan con esa pregunta. Por el análi­ sis de las palabras se llega a descubrir los elementos de relación o sistema de composición y, quitando todos los elementos de relación, se llega a las raíces, verdaderas ruinas de las palabras más antiguas, pero este estudio no corres­ ponde a la gramática sino a la nueva rama de la ciencia lingüística, la fonolo­ gía histórica: El análisis descubre en los vocablos elementos de relación —afirma Benot. Y se llega á las raíces quitando de cada vocablo sus índices de relación. Símanos de ejemplo la primera persona del plural del futuro interrogativo ¿da-r-he-mos? Primeramente habrá que eliminar el mos, signo desinencial, en la conjugación: luego el he, signo del auxiliar que por su unión con el infinitivo, indica la futurición: después la r, signo de noción á que se da el nombre de infinitivo; pero, cuando hayamos desnudado a la palabra de todos esos signos de persona, tiempo y modo, y hayamos obtenido la raíz da, ya no nos será lícito seguir desmembrando: da es el último elemento significativo, en la lengua; y la descomposición de la sílaba da, en sonido vocal a y el consonante d sale del dominio del lenguaje, para entrar en la región de la fonología. Así, el estudio de un ladrillo no corresponde á la arquitectura, sino á la alfarería... (1889b.I:66). Gracias a lo que llama fonología histórica, Benot descubrió que elemen­ tos tan minúsculos como las palabras eran compuestos de elementos radica58

les y de signos de relación (1889b.I: 84), que habían perdido la significación originaria y, lo más importante, que las palabras no se empleaban en el senti­ do correspondiente al que cabía esperar de su estructura formal. Este hallaz­ go le indujo a considerar que las palabras no podían ser analizadas teniendo en cuenta sólo esa estructura, sino que debían ser analizadas según su uso actual o mejor según el sentido o la significación que ostentaran en cada frase, cláusula o período (cfr. Calero 1986). Por tanto, lo que realmente diferencia la gramática filosófica de la filológica y la normativa es el objeto. En estas dos últimas, se estudiaba el uso; en aquella, el hablar, que es mecanismo psi­ cológico y uso. Los gramáticos filósofos, más tarde los ideólogos, asumieron la doctrina de la ordinatio dictionum de Prisciano. Sin embargo, Benot fue uno de los pocos gramáticos que profundizaron en ello. En efecto, se dio cuenta de que el proceso psicológico de la combinación es esencial para hablar: Mancha, hidalgo, cuyo, en, un, lugar, la, nombre, no, de, acordar, quie­ ro, me, de, vivía, etc., —escribió— son palabras, son sonidos..., no son nada. Son materiales muertos, arrojados al azar sobre una playa desier­ ta y que aguardan la voz de un arquitecto que los llame á la vida. Este arquitecto es la construcción, que organiza la frase, la oración, la cláu­ sula, el per iodo...(ÍÜWb 130-31). Si las palabras tienen un valor por sí, nacido del uso, pero con dicho valor no se puede hablar, se sigue que la función de expresar lo individual corres­ ponde exclusivamente a la combinación, ya en la frase ya en la oración. De la misma manera que una casa no se erige en casa por el mero hecho de amon­ tonar ladrillos, tampoco hablar consiste en amontonar palabras. Los materia­ les solos no constituyen la casa. Con materiales, como los sonidos o las pala­ bras, tampoco se habla. Es necesario ordenarlos según un sistema. Ahora bien, es indudable que el hombre puede ordenar los materiales según un sis­ tema; lo cuestionable es que, dadas sus limitadas facultades, sea capaz de hablar si, para cada objeto y cada mudanza, ha de recordar una palabra: El hombre —concluye Benot—, con sus limitadas facultades, no podría hablar si para cada objeto y para cada una de sus mudanzas hubiese querido tener una palabra especial (1889b.I:30). ¿No habría sido imposible expresar todos los grados de la escala de la pluralidad asignando una figura, una cifra, un rasgo, un trazo, un signo á cada grado? Los números son infinitos; y la mente humana jamás habría poseído la Aritmética, á haber pretendido expresar cada número por un rasgueado diferente... Y ¿qué inteligencia habría sido capaz de diferenciar mil trazos diferentes, dos mil, diez mil, un millón? ... ¡Imposible! Y, ¡sin embargo, con las solas diez cifras del sistema de 59

numeración nos es dado designar todos ios órdenes que en la pluralidad puede ocupar un objeto! Y ¿cómo con tan pocas cifras nos es posible escribir todos los números? ¿Quién realizo este portento? UN SISTEMA.(1889b.I:32) No obstante, lo que más asombra de Benot es que haya podido eludir la creencia científica de la época de que la lengua era una simple traducción del pensamiento, que haya podido descubrir que hablamos por medio de un sistema elocutivo de naturaleza más psicológica que lógica y que haya for­ mulado la ley de la recursividad del lenguaje, divulgada por N. Chomsky (1957) como una novedad en la teoría de la sintaxis: la posibilidad de cifrar innumerables oraciones con un número reducido de signos: Sólo con un sistema es posible hablar: con un sistema que, por medio de un número de vocablos relativamente reducido, sea susceptible de com­ binaciones innumerables sin término ni fin. Así, a las pocas cifras de la numeración decimal es dado expresar por medio de un sistema todos los guarismos de la inacabable escala de la pluralidad (1910: 55). Ahora bien, lo que a E. Benot le interesaba más no era dilucidar cuestio­ nes gramaticales, sino descubrir las leyes del hablar, estudiando sus instru­ mentos: las construcciones hechas con palabras. Y uno de los hallazgos en el que el gaditano fundamentará su teoría gramatical fue haber percibido con toda nitidez que las normas del lenguaje se derivan directamente de hechos psicológicos: Su ciencia (la del lingüista) no es la psicología, ni en los sinuosos labe­ rintos del entendimiento humano tiene obligación de penetrar; pero sólo cuando vea que las normas del lenguaje se derivan directamente de indu­ bitados hechos psicológicos, es cuando podrá concederles su absoluta confianza... De leyes psicológicas es consecuencia obligada el sistema de limitar lo general con lo general para obtener ¡a expresión de lo par­ ticular (Benot 1889b.I:328). Benot descubre, pues, que el número de nombres a que recurrimos para determinar un objeto mental es ilimitado y, al mismo tiempo, advierte que el total de palabras con que generalmente hablamos es muy reducido, en con­ traste con el número infinito de los objetos existentes (1910:20). En conse­ cuencia, concluye (Io), que no pueden existir denominaciones de lo individual sin palabras con significación de lo general, y (2o), que necesariamente debe existir un sistema elocutivo. 4.2.2 La teoría de la determinación: las combinaciones La gramática filosófica no busca, por tanto, la esencia de hablar en las palabras aisladamente consideradas, sino en la apropiada y sistemática coor60

dinación elocutiva de los conjuntos (1910:17), en las combinaciones de sen­ tido cabal e independiente (oraciones tesis y anéutesis) y combinaciones sin sentido cabal ni independiente (suboraciones). Hablar consiste indudable­ mente en limitar lo general con lo general para dar nombre a lo individual: Hablar es sacar á las palabras de sil generalidad limitando con otras su extensión (1910:33). Por eso, E. Benot llegó a formular axiomáticamente que toda la gramá­ tica gira alrededor de la determinación. De los ideólogos heredó la teoría del conocimiento y la distinción entre signos orales y escritos; las nociones de lenguaje como sistema y hablar como facultad', la idea que el lenguaje huma­ no consiste en la asociación que un hablante y un oyente hacen de un signifi­ cante y un significado; los conceptos de comprensión y extensión de las pala­ bras; y la premisa de que cada idioma entraña un modo necesario de pensar que inhabilita para adquirir otros posibles (Benot: 1889b.I:44). En la gramática filosófica, se habla mediante masas elocutivas. El uso se manifiesta en la coordinación elocutiva de las masas de palabras. Las pala­ bras se combinan para expresar lo individual con sentido cabal e indepen­ diente y sin sentido cabal ni independiente. El resultado es lo que Benot denominó: El portento de hablar: ¡lo general, determinado por lo general! 4,2.3 Las conexiones Uno de los puntos centrales de la gramática filosófica fue la doctrina del verbo. Desde la Gramaire Genérale (1660), la cópula fue considerada como el ahna de la proposición y en tomo a ella giraron todos los análisis. Benot tam­ bién cifró en el verbo el poder de ligar los elementos inertes y sin vida. De entre todas las palabras, consideró que era la más importante por cuanto conexiona entre sí los elementos elocutivos, grupo del nombre y grupo del verbo, y por cuanto hace posible la enunciación de un juicio emitido sobre la realidad: De entre todas las palabras que enunciamos para constituir la cláusula hay una capital: el verbo; esto es, la que conexiona individualidades y conceptos (1889b.I:83). No obstante, la virtud de la enunciación pertenece a la totalidad de la ora­ ción. Benot explica del siguiente modo esta virtud: Únicamente la cláusula realiza el grandioso resultado de dar a conocer propiedades no existentes en las cosas, pero si entre las cosas; esto es, entre dos o más individualidades antes desligadas, pues solamente la cláusula exterioriza conceptos no incluidos en el significado de ninguna individualidad (1910:128). 61

Al afirmar esto, Benot presupone la idea de que no podemos comunicar­ nos más que a través de oraciones, puesto que sólo en ellas reside el poder elocutivo. Y, recurriendo al símil de que es la fuerza del viento (aire anima­ do de velocidad) el que voltea las alas del molino y no el aire, piensa que tam­ bién es la oración {palabras en conexión) la que permite exteriorizar nuestras ideas, o sentimientos, y no las palabras individuales: Hablar es manifestar las relaciones existentes entre las cosas. 4 .2 .4

El uso clásico y moderno

Pero E. Benot logró ver con claridad sin par que la actividad mental e inclinaciones morales de cada individuo se funden en moldes fabricados durante muchos siglos por la sociedad a la cual pertenece el hablante; en otras palabras, que, además de mecanismos psicológicos, existe el uso idiomático heredado. Benot fue consciente de que las lenguas son una imposición del pasado que determina en cierto sentido la actividad mental del individuo. Y, por eso, tampoco dudó en proclamar como principio absoluto de su lingüísti­ ca la enseñanza horaciana de que el uso idiomático es el árbitro y señor de las lenguas: Los ejemplos además tenían otro fin: hacer ver que las doctrinas aquí sostenidas ostentan la autoridad y la sanción de quien nunca se equivo­ ca, del árbitro infalible del lenguaje: del uso antiguo y moderno (1889b.1:14) En este sentido, el objeto de la gramática filosófica es el estudio del uso sincrónico en tanto que implica un modo necesario de pensar y, en conse­ cuencia, de hablar. Y, en cuanto describe un uso, coincide con la gramática normativa, pero se aparta de ella en tanto en cuanto intenta descubrir la fun­ ción de expresar lo individual. Como hemos señalado, el mundo lingüístico de E. Benot está erigido sobre dos pilares: el de la filología y el de la ideolo­ gía. De ambos, tomó ideas y prácticas que, una vez asimiladas, dieron sus fru­ tos en Arquitectura y en El Arte de hablar, donde se estudia el hablar y los principios que lo rigen. 4 .3 M é to d o

Dado que el hablar es consecuencia natural del pensar y que hablamos por un sistema, se comprenderá bien por qué, como era costumbre vigente, Benot no cifró la esencia de hablar en las palabras consideradas aisladamen­ te, sino en su combinación y en la combinación de sus combinaciones (1910:53). En consecuencia, el esquema descriptivo de las partes orationis resultaba inservible. Como afirma en Arquitectura, las partes de la oración, o clases de palabras, no tienen sentido en la gramática: 62

En modo absoluto hay partes de ¡a oración sino masas elocutivas que pueden ser distinguidas por tener el mismo sentido o peso gramatical [grammatisches Gewicht] (AL 1889b). En su gramática se analiza el nombre, el adjetivo..., pero sólo en cuanto elementos de una construcción con sentido. La palabra individual es un ele­ mento inerte, un meterial muerto. 4 .3 .1

El nombre de lo individual

Una vez sentado que el hablante utiliza recursivamente un sistema finito de signos para suplir el infinito de palabras necesario para hablar del infinito de los objetos y del infinito de sus estados, actos y modificaciones, Benot también descubrió que en ninguna lengua del mundo tiene nombre lo indivi­ dual. Las palabras, como hemos señalado, son todas términos generales que no pueden mirarse como el nombre propio de ningún objeto en particular. Ni siquiera las personas tienen, estrictamente hablando, nombre propio porque coincide con el de otras. En realidad sólo hay dos nombres propios en el sis­ tema de la lengua: los pronombres tú y yo: El arte de hablar consiste indudablemente en limitar lo general con ¡o general para dar nombre á lo individual; pero el valor psicológico, la fuerza intelectual de cada lengua depende de la evolución y relativa per­ fección de sus signos (1989b.I: 40). El arte de hablar consiste en el sistema de combinaciones que rige en cada lengua para expresar lo individual, ya en la frase ya en la oración. Dicho sistema puede reducirse a tres tipos de combinaciones: elementos determinables, elementos determinantes y elementos conexivos: d e te rm in a b le s :

n o m b res y v e rb o s

d e te rm in a n te s :

a d je tiv o s y a d v e r b io s

c o n e x iv a s :

p re p o s ic io n e s y c o n ju n c io n e s

Este esquema descriptivo depende de dos principios: de que las palabras tienen un valor por sí y de que este valor es limitable y restringible por medio de la combinación. Lo importante y fundamental en gramática es combinar las palabras para expresar lo individual. Por ejemplo, si analizamos la oración La gramática castellana de Eduardo Benot contiene ideas útilísimas para el estu­ dio de nuestra lengua, observamos que hay elementos determinables, como las palabras gramática, ideas, estudio, contiene; elementos determinantes, como la, el, castellana, Utilísimas, nuestra, y elementos de conexión, como para y de. 4 .3 .2

Las masas elocutivas

En la gramática filosófica de Benot se habla de masas elocutivas que podemos identificar con las modernas denominaciones de phrase noun, phra63

se verb... Por consiguiente, el autor rechaza las prácticas de análisis en moda consistentes en descomponer los elementos del lenguaje hasta sus últimos elementos; las masas elocutivas no se pueden descomponer, porque carecen de sentido y este procedimiento es comparable al de alguien que, deseando conocer el funcionamiento de un reloj, lo destroza: Las masas elocutivas deben analizarse sin descomponerlas. Descom­ ponerlas sería lo análogo de la inútil tarea del loco que manejase ó tri­ turase lina rueda, un péndulo ó un resorte para analizar el mecanismo de un reloj. Sólo puede conocerse el oficio de cada pieza en la máquina cro­ nométrica misma, esto es observándolas todas en su peifecta integridad. Triturarlas es una demencia (1889b.I:88). En efecto, el método de la gramática filosófica se cifra en el reconoci­ miento de las masas elocutivas, que unas veces sirven para determinar un objeto, y entonces son adjetivos; otras se emplean para circunscribir o espe­ cificar restrictamente las circunstancias de un acto, y entonces son adverbios; otras no modifican ni circunscriben, y entonces son sustantivos: otras contie­ nen la expresión de la finalidad de una enunciación, y entonces son verbos (1889b.I:8): esa es una sin razón (sin razón es sustantivo) es un hombre sin razón (sin razón es adjetivo) lo hizo sin razón (sin razón es adverbio) 4 .4 C o n te n id o s

Los contenidos de la gramática filosófica de Benot están divididos en tres partes, o grandes núcleos: la parte que estudia los elementos de determina­ ción, la de los elementos de conexión y la de las combinaciones. 4 .4 ,1

Los elementos de determinación

Benot consagra buena parte de su gramática a estudiar los determinan­ tes de la comprensión y de la extensión (J. Mesa 1995) y los clasifica en tres clases: d e te rm in a n te s -v o c a b lo d e te rm in ta n te s -íra s e d e te rm in a n te s -o ra c ió n

Los determinantes-vocablo son aquellos que constan de una sola palabra como este niño, mi libro o barco inglés; los determinantes-frase, los que cons­ tan de un mayor número de palabras entre las que no hay verbo alguno en desinencia personal como libro de Juan, poeta sin vista o caballo de tres años y, finalmente, los determinantes-oración son aquellos compuestos de varias 64

palabras entre las cuales hay un verbo en desinencia personal como es el estu­ diante cuyo padre fue boticario de cuenca. 4 .4 .2

Las combinaciones y los nexos

La gramática de Benot contiene un amplio estudio de las entidades elocutivas. Así, las masas elocutivas con sentido propio e independiente, y que pueden subsistir por sí solas, consideradas oraciones sintácticamente inde­ pendientes (Lope Blanch 1995), son analizadas como tesis y anéutesis: Paseas frecuentemente [Tesis] No paseas frecuentemente [Anéutesis negativa] ¿Paseasfrecuentemente? [Anéutesis interrogativa] ¡Quién pasea frecuentemente! [Anéutesis exclamativa] Cuando estos conjuntos de palabras expresan una afirmación, como ocu­ rre en el primero de los ejemplos, se denominan tesis. Cuando tienen otro objeto cualquiera diferente de la afirmación, como acontece en los restantes ejemplos que son respectivamente negativo, interrogativo y desiderativo, reciben el nombre de anéutesis . Por otra parte, están las masas elocutivas sin sentido propio e indepen­ diente, que, a pesar de contener un verbo, no tienen existencia lógica por sí misma ni pueden enunciar un sentido cabal. Son masas oracionales utilizadas reeursivamente con función de determinación: que me enviaste ayer. cuya importancia me has ponderado. Los ejemplos anteriores constituyen, sin duda, agrupaciones perfecta­ mente gramaticales, pero están incapacitadas para expresar por sí solas nin­ gún concepto cabal. Tan sólo adquieren esa capacidad cuando se juntan a una tesis o anéutesis: He leído el libro que me enviaste ayer. No he leído todavía el libro cuya importancia me has ponderado. Y estas masas elocutivas sin sentido cabal e independiente las denomina oraciones, y pueden ser distinguidas tres clases: o r a c io n e s -a d je tiv o o ra c io n e s -a d v e rb io o ra c io n e s -s u b s ta n tiv o

En todas estas combinaciones de palabras hay un vocablo de capital importancia: el que principia la oración y que hace ésta tenga carácter de adje­ tivo o lo tenga de adverbio. Se denomina NEXO: En general, es nexo cualquier signo simple o compuesto que dé al grupo 65

de palabras que le sigue oficio de adjetivo o de adverbio, aumentando en el primer caso la comprensión de algún nombre, y fijando en el segundo la extensión de algún verbo (Benot 1910:122). Cualquier nexo posee la propiedad sintáctica de privar de sentido elocutivo y de consistencia sintáctica a toda tesis o anéutesis a la que se junte. Como es notorio, los contenidos de la gramática filosófica, aunque coin­ ciden con los de las otras gramáticas porque todas analizan en definitiva el adjetivo, el verbo o la conjunción, su ordenamiento es ligeramente diverso según predomine más o menos lo teórico sobre lo práctico. 5. C o n s id e r a c io n e s fin a le s

Somos conscientes de haber simplificado muchas cosas y haber prescin­ dido para esta exposición de datos ciertamente inexcusables. No pasa de ser un resumen de otro trabajo que todavía estamos elaborando y que, sin duda, será más matizado y fundamentado. Por consiguiente, quizás alguien podrá pensar en una tipología más amplia de gramáticas tradicionales. En todo caso, de lo expuesto, se sigue una conclusión: difícilmente se puede hablar de la gramática tradicional, porque existen muchas y porque la gramática tradicio­ nal, en singular, no ha existido nunca a no ser en la ficción simplificados de las prácticas escolares. Por los argumentos esbozados aquí, en España hay que hablar, a lo menos, de tres modelos de gramáticas tradicionales: la filoló­ gica, la normativa y la filosófica. La gramática filológica, por su naturaleza, objeto y contenidos, es un arte del canon, esto es, de los textos literarios de los autores clásicos de una len­ gua muerta. La gramática normativa, por su naturaleza, objeto y contenidos, es un arte de modelación de una norma oral en una lengua viva. Ambas se ocupan de describir el uso idiomático mediante el esquema de las partes orationis; la primera estudia la lengua escrita y la segunda, la lengua oral. Aquélla tiene como objeto la imitado; ésta se propone la modelación del uso a través de las autoridades. Por último, la gramática filosófica se diferencia de ambas en que su obje­ to no es directamente el uso, sino indirectamente en cuanto que el hablar es consecuencia del pensar. Por tanto, su finalidad es el hablar, esto es, los meca­ nismos psicolingüísticos a que recurrimos para expresar lo individual. Si estu­ dia el uso idiomático sólo es en cuanto que el sistema lingüístico heredado moldea nuestra actividad mental y, en consecuencia, también ha de reflejar en cierto modo dichos mecanismos. En suma, tras este denso resumen, conviene que acabemos como empe­ zamos preguntándonos: ¿cuál es la función del gramático? 66

6. R e fe r e n c ia s b ib lio g r á fic a s

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Tareas de la historiografía lingüística

Miguel Ángel ESPARZA Universidad de Vigo

0 . I n tr o d u c c ió n

La historiografía lingüística es, sin duda, una de las parcelas de los estu­ dios lingüísticos que ha experimentado un notable crecimiento en los últimos afios. Esta mayor atención se refleja nítidamente en el volumen de estudios publicados, en el ya considerable número de sociedades científicas que desde hace tiempo funcionan —o se están poniendo en marcha, como es el caso de la española— , en los ambiciosos proyectos de investigación que se están desarrollando internacionalmente o en las revistas especializadas y coleccio­ nes específicas de prestigiosas editoriales. Al tiempo que crece el interés por la historiografía lingüística, se pone de manifiesto, cada vez de modo más patente, que el interés fundamental de este género de investigación lingüística está tan lejos del simple afán de recons­ trucción arqueológica, como del superficial y acrítico comentario descriptivo que no es capaz de ofrecer una interpretación de los hechos descritos. Son, efectivamente, los propios historiógrafos de la lingüística, los primeros en poner en duda la utilidad —si no la conveniencia— de ciertos estudios que de vez en cuando salen a la luz dentro de este campo. Lo que parece interesar al historiógrafo es la indagación en las ideas motrices de los distintos paradig­ mas científico-lingüísticos y en las tradiciones, que muestran, en su sucesión o convivencia, continuidades y discontinuidades, ideas que afloran y se ocul­ tan, semejanzas y desemejanzas con nuestros problemas actuales y relaciones evidentes con el escenario histórico-ideológico que las enmarca. Se afianza, además, cada vez con mayor fuerza, la idea de que precisa­ mente el estudio del desarrollo de la lingüística ha de ser factor esencial para que ésta sea consciente de sí misma, y no tanto el ‘espejo científico’ en que 69

pueda mirarse con el fin de establecer sus contornos como disciplina: mate­ mática, física... En este sentido, y es éste el propósito de las páginas que siguen, creo que es pertinente una reflexión acerca de los presupuestos epistemológicos que el historiógrafo debe manejar, con el fin de discernir qué es y qué no es histo­ riografía, y caracterizarla así frente al mero interés arqueológico —muy res­ petable, por cierto— con que no pocas veces se ha confundido, la historia monumental atenta al descubrimiento de precedentes «de conveniencia» o, en el extremo opuesto, frente a una inquietante criminología -—en acertada expresión de Eschbach (1987)— empeñada en señalar errores que marcaron época. Para tal fin, usaremos de algunos ejemplos y estableceremos relacio­ nes entre planteamientos e ideas de periodos distantes. 1. S o b r e la r e la c ió n e n tr e lo s e s tu d io s h isto r io g r á fic o s y la c a r a c te r iz a c ió n d e la lin g ü ís tic a co m o d is c ip lin a 1.1. L a lin g ü ís tic a y lo s « e s p e jo s d e c ie n c ia »

La lingüística ha llevado a cabo en los últimos tiempos esfuerzos impor­ tantes para alcanzar una «categoría científica» de distintas maneras, que pue­ den ser resumidas, quizá un tanto sucintamente, en el intento de basar sus pro­ cedimientos, sus conceptos básicos y sus metodologías en una variedad de ciencias positivas bien consolidadas —biología, psicología, matemática...— o en el afán de implantar programas tendentes a la elaboración de un método autónomo. López García (1980:26) los atribuyó a «un equívoco «mal del siglo» que está conduciendo a casi todas las disciplinas del saber humano a afirmaciones de desesperado cientificismo como única salvaguarda de su valor socioinstitucional y, lo que es más importante, de su justificación histó­ rica». La «obsesión cientificista» de la que habla López García (1980:26) es manifestación, en palabras de Simone (1993:2), de «la envidia recurrente­ mente histórica [que siente la lingüística] por las ciencias positivas». La búsqueda de modelos de ciencia no ha sido preocupación exclusiva de la lingüística. En tiempos aún recientes, a partir de Camap y de los trabajos del Círculo de Viena, se agudizó la tendencia general a convertir la física en modelo de toda ciencia. La propuesta de Carnap en este sentido era clara, puesto que las «leyes» de las distintas ciencias no son idénticas, pongámonos de acuerdo al menos en la terminología, en un metalenguaje común. Antes, Descartes, como los positivistas, había tomado como modelo la matemática, y tal modelo se mantuvo hasta que los propios matemáticos, con el desarro­ llo de geometrías no euclídeas, por ejemplo con espacios de más de tres dimensiones, a partir de los estudios de Lobatchevsky, Boylaí o Riemann, y la misma evolución de la matemática hicieron descubrir a los científicos que la exactitud de la matemática es sólo formal, de coherencia interna, y no de correspondencia con la realidad. Puede decirse que fue la «decepción mate­ mática» lo que hizo volver los ojos de los científicos neopositivistas hacia la 70

física. A ello debió contribuir el hecho de que se hubiera logrado deducir las leyes químicas de la leyes físicas —resultando así la química, la parte de la física que estudia la materia desde el punto de vista estructural, mientras que la física propiamente lo hace desde el funcional. Una de las principales tareas preliminares del historiador de la lingüísti­ ca es, por tanto, tener en consideración los cambios que se han dado en la con­ cepción de la ciencia a lo largo de la historia y preguntarse cuál es la imagen de ciencia a la que se han intentado aproximar otros saberes científicos para reivindicarse como tales en el momento concreto que se quiere examinar. 1.2. S o b r e la b ú s q u e d a d e p r e c e d e n te s

Desde este punto de vista es posible criticar la búsqueda apresurada de precursores —a veces casi ancestros— a determinadas concepciones actuales. Chomsky en su Lingüística cartesiana y, tras él, toda una pléyade de histo­ riógrafos apresurados se lanzaron a la caza de los precedentes de la concep­ ción generativa del lenguaje. Lo encontraron algunos en la gramática especu­ lativa medieval. Sin embargo, la concepción medieval es completamente diferente por el concepto de ciencia del que se parte, aunque, efectivamente, haya semejanzas aparentes o ideas que vuelven a rebrotar. Efectivamente reaparece en Chomsky la vieja aspiración de construir una teoría del lenguaje de validez universal; ello debe ser posible porque el enten­ dimiento humano es esencialmente idéntico, y esa unidad debe tener su refle­ jo en las estructuras lingüísticas universales —serían los universales sustan­ ciales; los universales formales son los principios generales que determinan las formas de las reglas y su modo de actuar en cada lengua particular: las diferentes lenguas utilizan las mismas operaciones formales para generar ora­ ciones. ¿Cuál es el concepto de ciencia del que parte la gramática especulativa y cuál es el modelo al que intenta asemejarse la reflexión lingüística de los modistas? El concepto de ciencia que late en los modistas está lejos de las posiciones racionalistas de Chomsky, más bien en el extremo opuesto. Para ilustrarlo, basta acudir a una clasificación de las ciencias como la que propone Nebrija en 1495, un autor que, obviamente, no es un modista, pero en cuya teoría lingüística influyeron no poco tales concepciones. Así dice Nebrija en el comentario a su propia gramática latina: Nam omnes artes sine scientiae, aut sunt de rebus, aut de sermonibus. De rebus aut sunt practicae, guarían finis est actio sine opus, aut theroicae, quorum finis est contemplado, quo in genere sunt physica, mathemadca, theologia. Circa sermones quoque tres uersantur: grammatica, dialécti­ ca, rhetorica [Recognitio fol. 6, prólogo en glosa]. 71

Tal división le permitirá más tarde establecer el lugar que le es propio a la gramática y diferenciarla de las restantes ciencias, también de las agrupa­ das bajo la denominación de lógicas o sermocinales (cfr. Recognitio fol. 6, prólogo en glosa). La gramática será aquella ciencia que circa sennonis congruitatem uersat, quemadmodum rhetorica circa ornatum, dialéctica circa ueri falsique dissertionem (cfr. Recognitio fol. 6, prólogo en glosa). El origen de la inclusión de las ciencias sermocinales lo señaló BursillHall (1975) en Roberto de Kilwardby. Después esta división pasó a formar parte del corpus de doctrinas lingüísticas medievales, al ser generalizada por Rogerio Bacon y Pedro Hispano. No voy a extenderme en el origen o problemas que plantea esta división, sino en el hecho de que se separen las ciencias que tienen que ver con la pala­ bra de las restantes y en hacer notar que falta la metafísica, porque siguiendo la categorización de los grados de abstracción, quedaba fuera del ámbito de la naturaleza y, en virtud de la coincidencia de los modos de significar, enten­ der y ser, era la metafísica el modelo sobre el que se edificó la gramática medieval. Dicho de otra forma: como era de esperar no hay cartesianismo por nin­ guna parte. Más bien, al contrario, una aplicación no poco refinada de los principios metafísicos de ‘materia’ y ‘forma’. Otra cosa es que, efectivamente, la unicidad de entendimiento y la iden­ tidad del ser se manifestará en una gramática universal construida sobre un feo latín, convertido en instrumento de la especulación —problema al que el gramático andaluz se enfrentó audazmente desde la entraña del mismo anda­ miaje conceptual, como en otros lugares hemos mostrado (cfr. Esparza 1995). Sí es verdad que aparentemente hay semejanzas entre ideas —esto es característico, del modo dialógico de progresar las ciencias humanas— pero no hay precedencia. Hay semejanzas también en el afán de universalidad, en que muchos lingüistas actuales piensan que la gramática generativa fue «um­ versalmente inglesa» y por eso se despreocupó del uso de la lengua —de su carácter social— produciendo complejos compendios llenos de «ejemplos de asterisco» —al estilo de los que llevaron a calificar de bárbaros a los gramá­ ticos especulativos. Por estos motivos, se produjo la paradoja de que lingüis­ tas contrarios a las corrientes generativistas alentaran, en los momentos de mayor controversia, la identificación de generativismo y gramática especula­ tiva. Son batallas pasadas. 1.3. C o n c e p c ió n d e la lin g ü ís tic a y « tip o h isto r io g r á fic o »

Puede decirse que la concepción de la lingüística que se adopta encuen­ tra su correlato en el tipo de historiografía al que se tiende. Por ejemplo, Coseriu caracteriza la lingüística, dentro de las ciencias sociales, como ciencia empírica. Para este lingüista, desde el punto de vista del 72

objeto de investigación, la lingüística se inscribe entre las ciencias de la cul­ tura o ciencias sociales, frente a las ciencias de la naturaleza: mientras «los objetos naturales pertenecen al mundo de la ‘necesidad’, gobernado por ‘cau­ sas’ que producen determinados ‘efectos’ [...], los objetos culturales, en cam­ bio, pertenecen al mundo propiamente humano de la libertad [...]». Asimismo, frente a las ciencias formales o lógico-matemáticas, que se defi­ nen como «constructos teóricos que, aunque operan con elementos materia­ les, no se aplican a la explicación de ningún sector concreto de la realidad y que se verifican autónomamente», la lingüística forma parte de las ciencias empíricas, por cuanto que su material de estudio pertenece a la experiencia real, o porque es posible contrastar sus presupuestos teóricos con los datos concretos. Frente a quienes asignan a la lingüística como requisito epistemo­ lógico la capacidad predictiva, considerada como «el objeto fundamental de toda ciencia» (cfr. Serrano 1975:282), Coseriu estima que «en sentido estric­ to, ninguna ciencia prevé», pues «lo que se llama ‘previsión’ en el caso de las ciencias naturales no es sino aplicación de una ley empírica general a casos particulares». Desde un punto de vista epistemológico, se ha querido presentar, efec­ tivamente, a tenor de sus diferentes vías metodológicas, como orientacio­ nes extremas y enfrentadas las investigaciones distribucionalistas y chomskianas: las primeras se situarían en la corriente «baconiana» o inductiva; las segundas en la «kepleriana». Por lo demás, esta oposición de posturas se ha querido extender a toda la historia de la lingüística desde la Edad Media. No parece que se puedan establecer separaciones tan tajantes, ni entre las orientaciones señaladas, ni entre las propias vías inductiva y deductiva. Como ha observado Gutiérrez (1981: 13), las cadenas de equivalencias taxonómico = inductivo = no ciencia / explicativo = hipotético-deductivo = ciencia «son totalmente falsas», puesto que existen, por una parte, taxonomías no inducti­ vas y taxonomías científicas, y, por otra, construcciones hipotético-deductivas no explicativas ni científicas. Además, es necesario señalar que lingüistas como J. Habermas, E. Itkonen, J. Ringen, etc. se muestran partidarios de con­ siderar la lingüística como ciencia hermenéutica y no empírica, puesto que describe normas sociales, reglas, a las que no cabe atribuir valor veritativo, esto es, no son falsables ni confirmables. A pesar de todo, lo cierto es que los partidarios de aquella oposición explicativo/no explicativo han centrado su interés en la construcción de modelos y, desde el punto de vista histórico, en la reconstrucción o en el pro­ ceso histórico de configuración de un determinado modelo. Por el contrario, quienes han optado por una visión más abierta de la lingüística, han centrado su interés en la reconstrucción del paradigma de ciencia dominante en una determinada época, en el escenario histórico o en el «espíritu del tiempo» en que una determinada visión de las cosas fue posible. Pienso que este segundo punto de vista no excluye la noción de modelo. 73

2 . S o b r e el c o n c e p to d e m o d e lo

Efectivamente, en el ámbito de las ciencias empíricas —y, por tanto, en lingüística— se utiliza con frecuencia el concepto de «modelo» como sinóni­ mo de teoría o de hipótesis. El valor de las hipótesis ha sido subrayado por los actuales filósofos de la ciencia. Las hipótesis han pasado a considerarse como mapas —Toulmin—o modelos —Braithwaite— . Esta actitud hacia la teoría científica recuerda la distinción hecha por Bergson entre conocimiento intuitivo o metafísico, que penetra algo concreto, y conocimiento analítico, que reemplaza a lo real con un concepto o varios conceptos que capturan aspectos fragmentarios perdien­ do el dinamismo real. Curiosamente, en una concepción cientificista de la lin­ güística se pierde está distinción. Un ejemplo: Serrano (1975: 61) define la noción de modelo, en general, como un constructo que sirve de análogo de los objetos que observamos, es decir, como una imagen metafísica de la realidad; así, el modelo planetario del átomo, o la concepción de la gramática como un «mecanismo generador». Un problema teórico, en el ámbito de la historiografía, es si, en el seno de un mismo paradigma de ciencia, es posible encontrar distintos modelos. Pero más grave resulta para una historiografía basada en la noción de mode­ lo, qué hacer con las reflexiones o con los trabajos lingüísticos que no pre­ tenden constituirse en modelos de nada, porque ni siquiera contemplan tal necesidad, sino que la consideran, incluso, como explicación ‘inferior’ —en la línea de la distinción de Bergson. Es trabajo de la historiografía situar los diversos modelos lingüísticos históricamente, desde distintos puntos de vista: en su sucesión temporal, en sus relaciones de oposición o de complementariedad, en su relación con el paradigma de ciencia desde el que actúan o, incluso, en su relación con dis­ tintas concepciones antropológicas o filosóficas. Si escogemos un determinado paradigma de ciencia, por ejemplo el de aquellos investigadores a los que es común considerar la gramática como un mecanismo generador, comprobamos que el nuevo valor atribuido a la noción de modelo, asumido por quienes mantienen una concepción fisicista de la lingüística, ha contribuido a multiplicarlos en los últimos años. Apenas se acaba de formalizar un modelo surge la crítica que conduce a la refutación o modificación de dicho modelo. Evidentemente, un cambio muy pronunciado de modelo puede ocasionar un cambio importante en la teoría. En el ejemplo que he propuesto, las constantes en la sucesión de mode­ los parecen ser la progresiva limitación de la transformación y el deseo de lograr el mayor grado de formalización posible: 74

Gramática Generativa (Syntactic Structures 1957)



Teoría estándar (Aspects of the Theorie of Syntax 1965) Semántica Generatva (Lakoff, McCawley, Ross, Postal ±1968) Gramática de casos (Fillmore, 1968) Teoría estándar ampliada (Studies on Semantics in generative Grammar 1972)

GB (Lectures on Government and Binding 1980)

LFG (Bresnan & Kaplan ±1980)

GPSG (Gazdar, Klein, Pullum, Sag 1985)

-------------------------------------► Formalismo

Es curioso comprobar las semejanzas y desemejanzas en relación al modelo de la teoría medieval de la gramática especulativa. La sintaxis de los modistas estaba basada en el concepto de rección (con diferencias en cuanto a lo terminología actual), pero ese concepto fue interferido pro­ gresivamente por la noción de «colocabilidad», de manera que al final quedo expresado en términos de orden y las condiciones de ordenamien­ to en función de «valencias» que —a finales del periodo medieval— se comenzaron a reflejar en los léxicos. Dicho en otra palabras, se siguió también un proceso hacia una gramática no transformativa, pero que necesitaba de un corpus lexicográfico indicador de las posibilidades de complementación. Desde el punto de vista interno de la disciplina, esta tendencia arrastró, con la emergencia de las lenguas vulgares, hacia el descriptivismo. Un ejemplo inmejorable es la descripción gramatical de la construcción del verbo y del nombre castellanos que ofrece Nebrija (cfr. Esparza 1996:19-21). En relación al grado de formalización que están alcanzando los modelos gramaticales que he reseñado — y cuya relación se ha hecho sin ánimo ninguno de exhaustividad— , conviene destacar una notable dese­ mejanza. Mientras que la reflexión de los modistas acabó conduciendo a gramáticas pedagógicas (del género de las proverbiandi), los especialis­ tas en la enseñanza de segundas lenguas, por ejemplo, están echando en falta, cada vez más, trabajos sólidos en que basar la explicación de los inevitables aspectos gramaticales en la enseñanza de lenguas (cfr. por ejemplo Hubbard 1990). 75

3 . P a r a d ig m a , e s c e n a r io , c o n te x to d e situ a c ió n 3 .1 . P a r a d ig m a

Th. S. Kuhn concibe la historia de la ciencia como una sucesión de para­ digmas que se originan a partir de «revoluciones». Por paradigma podría entenderse una comunidad particular de especialistas que poseen objetivos, técnicas y métodos científicos comunes. Este término fue sustituido a partir de 1969 por la expresión «matriz disciplinar». El concepto de paradigma puede ser de gran ayuda para no efectuar extra­ polaciones indebidas o para no desechar como a-científicas —o calificar bené­ volamente de pre-científicas—- concepciones desarrolladas desde otro para­ digma de ciencia —y que sólo pueden ser rectamente entendidas desde tal paradigma. En este sentido se expresa Robins (1974:15): Es tentador y halagador para los contemporáneos de una época ver la historia de una ciencia como el descubrimiento progresivo de la verdad y el logro de los métodos correctos. Pero esto es una falacia. Los objetivos de una ciencia varían en el curso de su historia y la búsqueda de normas objetivas para juzgar los fines de distintos períodos es fácilmente fiigaz. La lingüística, como ciencia humana, avanza «dialécticamente», esto es: en un constante diálogo consigo misma. Su evolución no es asimilable a la de las ciencias positivas. Especialmente aquéllas ciencias que-—como la lingüís­ tica— se encuadran entre las denominadas «humanísticas», no pueden consi­ derarse consolidadas en ningún momento de su historia. Las ideas aparecen y desaparecen en diversas épocas o espacios. Veamos un ejemplo, por lo demás, bien conocido: De los trabajos de los estoicos sobre sintaxis, no conservamos lamenta­ blemente los libros de Chrysippos (s. III a.C.), de quien, sin embargo, sí sabe­ mos desencadenó, con su tratado Sobre la anomalía, una polémica que per­ maneció viva durante tres siglos y que no sólo afectó a los filólogos. Para los anomalistas, el lenguaje no podía ser considerado como un sistema lógico, ya que muy frecuentemente no se corresponde con la realidad, porque la expre­ sión (lexis) lingüística no corresponde con la cosa real (pragma). Chrysippos llega a concluir que las palabras son ambiguas por naturaleza, y que sólo en el todo del enunciado alcanzan su significación concreta. A parte de esto, habría que considerar las clarísimas anomalías que se producen en la flexión. No obstante, la afirmación de que lo dominante en el lenguaje es la anoma­ lía era una exageración, una apreciación errónea de su sustancia, que proce­ de de la insatisfacción del lógico con un instrumento insuficiente. En conse­ cuencia, las parcelas donde claramente la analogía domina, fueron cada vez mejor delimitadas hasta llegar a los esquemas flexivos de sustantivo, adjeti­ vo y verbo —de la misma manera que hacia finales del XIX fueron estable76

cidas progresivamente las leyes de los cambios lingüísticos con mayor niti­ dez. Los puntos de vista contradictorios que jugaron un papel tan decisivo en el mundo helénico y romano, tuvieron su paralelo no sólo en la India, donde una dirección del análisis defendía el punto de vista de la naturaleza (Mimamsa) y el otro el de la convención (Sankhya), sino también en el mundo árabe, donde más tarde la controversia analogía/anomalía volvió a repetirse entre los lingüistas de las escuelas de Basra y Kufa. La polémica entre analogía y anomalía hizo caminar a la gramática occidental hacia el establecimiento de paradigmas y desde otro punto de vista, fue empleada para el aprendizaje de las formas gramaticales en las gramáticas para extran­ jeros y para marcar diferencias y parecidos entre lenguas. Lo que sí resulta verdaderamente sorprendente en el contexto de esta eterna polémica, es el uso de la analogía para justificar las anomalías de un método, ya que los neogramáticos adujeron la analogía como medio para explicar las patentes excepciones a las leyes ciegas de la evolución lin­ güística. En estrecha relación con el tratamiento objetivo de los hechos se presen­ ta otro problema del que ya advirtió Robins (1974: 15): Los breves bosquejos históricos de una materia [...] miran inevitable­ mente al pasado con los ojos del presente, concentrándose en aquellos aspectos de los trabajos que les parecen especialmente descollantes o sorprendentemente fútiles, vistos con los enfoques actuales. Ello tiene el peligro de evaluar toda la obra pasada de una materia desde el punto de vista preferido en el presente, y de considerar la historia de una ciencia como una serie de avances, firmes en determinado momento, interrum­ pidos o desviados en otro, hacia la meta predeterminada por el estado actual de la ciencia. Se ha de evitar, pues, la tentación de desfigurar los hechos con un enfo­ que actual; el análisis no debe perder de vista nunca la perspectiva con que, en un momento dado, se veían los problemas. De esta manera, el conoci­ miento de la historia de la lingüística permitirá adquirir una equilibrada pers­ pectiva de los problemas y establecer debidamente las coordenadas de las actuales investigaciones, que en mayor o menor medida construyen sus edifi­ cios teóricos sobre los cimientos de la tradición. Eco (1993: 339) insiste también en la necesidad de conocer el propio pasado por simple «precaución inmunológica», no por «divertimento arqueo­ lógico». Para Eco, quien se aventura en una empresa intelectual sin la pre­ caución de conocer el pasado es «sencillamente un ingenuo». Es, en fin, través de un planteamiento historiográfíco como es posible abordar temas tales como la relación de las diversas posiciones teóricas en relación con el paradigma de ciencia desde el que actúan, examinar la ade77

cuación de las metodologías a esos paradigmas o intentar establecer las rela­ ciones entre teoría y metateoría lingüística. 3 .2 . D e l e s c e n a r io al ‘c o n te x t o f s itu a tio n ’

El ritmo de desarrollo de la lingüística no ha sido siempre uniforme; es preciso tener en cuenta que las reflexiones sobre los fenómenos lingüísticos no se encuentran aisladas del conjunto de factores que en cada momento constituyen y caracterizan una situación cultural. Citemos de nuevo unas palabras de Robins a este respecto: [...] Ninguna ciencia se sostiene en el vacío, sin referencias o contac­ tos con otras ciencias y con el ambiente general cultural en que el saber de cualquier tipo se tolera o se patrocina. Los científicos y los eruditos son también hombres de su época y de su país, y participan, por tanto, de la cultura en la que viven y trabajan. Además de por su propio pasado, el curso de una ciencia queda afectado también por el contexto social del mundo contemporáneo y por las premisas intelec­ tuales que dominan en él. Para D. Hymes (1974) las nociones de paradigma y revolución — a su entender excesivamente radicales— no reflejan por sí solas la sucesión y la convivencia de tradiciones discontinuas que se dan en la historia de la lin­ güística; en consecuencia, propone sustituir el concepto de paradigma por el más amplio de ‘escenario’, en donde se reconoce la pluralidad de tendencias que se dan en la lingüística. Introducir la noción de escenario sirve no sólo para plantearse si una determinada teoría lingüística puede ser mejor entendi­ da o no, considerándola en sí misma, al margen de factores externos, o a par­ tir de su situación en las coordenadas históricas o en la dinámica de la disci­ plina, sino también para comprender mejor enormes facetas de la historia de la lingüística: pensemos, por ejemplo, en trabajos continuados de siglos como la lingüística misionera española —que está siendo objeto ahora de atención de muchos estudiosos—, o en el esfuerzo de tantos gramáticos y lexicógrafos en cualquier momento de la historia por diseñar métodos para el aprendizaje de otras lenguas. En cualquier caso, contar con el concepto de escenario, hará que no se olvidé una verdad capital que Arens (1975: 434) formuló con inequívocas palabras, al señalar las distintas motivaciones y perspectivas que pueden lle­ var a la reflexión sobre el lenguaje, los orígenes de la reflexión lingüística: Solange die Angehorigen einer Sprachgemeinschaft linter sich blieben, mufiten sie ihre Sprachefiir die Menschensprache schlechthin halten und fiir eine Gegebenheit wie die menschliche Gestalt. Keine Erinnenmg, keine mytische Kunde reichte in eine sprachlose Zeit zuriick; es gibt zwar manche Mythen von der Schópfung der Welt und des Menschen und attch von der Entstehung der Sprachverschidenheit oder davon, wie der 78

Mensch zum Feuer kam oder zwn Getreidekorn, nicht aber einen wirklich alten Mythos vom Sprachgewinn. Ein Anlafi, sich der Sprache als eines Besonderen bewufit zu werden, trat erst ein bei dem Zusammentrejfen mit Angehórigen einer anderen Sprachgemeinschaft. Handelsvekehr und Eroberungen brachten die Notwendigkeit der Verstandigung, der Dbersetzimg, der Schajfung von Worterbiichern. Efectivamente, en tanto que los miembros de una comunidad lingüistica permanecen como encerrados en ella, consideran sencillamente ‘su lengua’ como ‘la lengua de los hombres’, como ‘algo dado’, al modo que lo es ‘el hecho de ser hombre’, la ‘forma’ humana, en el sentido metafísico del tér­ mino. Ciertamente, «no nos ha llegado ningún recuerdo, ninguna noticia mítica de un supuesto ‘tiempo sin lenguaje’. Hay muchos mitos sobre la cre­ ación del mundo, del hombre o del nacimiento de la diversidad lingüística; de cómo el hombre se adueñó del fuego o se sirvió del grano, pero no hay mito alguno realmente antiguo sobre el ‘logro del lenguaje’». El lenguaje como algo que individualiza al hombre es, en fin, uno de los motores inicia­ les de la reflexión lingüística. No es, con todo, el único, y para Arens no parece ser el más importante. Porque «ocasión de considerar el lenguaje como ‘algo especial’, sobrevino sólo en el encuentro con hablantes de otras comunidades lingüísticas. El comercio, los descubrimientos... llevaron a la necesidad del mutuo entendimiento, de la traducción, de la creación de voca­ bularios y gramáticas». No tanto la singularidad humana, pues, como el encuentro entre los hombres aparece, como elemento impulsor de la reflexión lingüística; y no es arriesgado afirmar que, de un modo u otro, lo ha seguido siendo histó­ ricamente. El estudio de la reflexión lingüística se nos aparece, en fin, como un modo inmejorable de acceso al ser humano en todas sus dimen­ siones. Desde el presupuesto de la aceptación de los planteamientos de Hymes, puede decirse que Konrad Koerner (1978) realiza una apertura aún mayor: «el historiógrafo de la lingüística debe intentar reconstruir el ‘context of situa­ tion’, en el que una determinada visión de las cosas o un determinado desa­ rrollo teórico fue posible». El ‘context of situation’ firthiano, significa como es sabido la totalidad del entorno cultural. El «espíritu del tiempo» pasa a ocupar así un lugar fundamental. La historiografía actual camina, en definitiva, desde el concepto de Linguistik, hacia los más abarcadores de Sprachtbeorie y de Sprachauffasung — teoría o, con sentido más amplio, concepción lingüística. Centrarse sólo en la reconstrucción de los modelos, abandona el problema de las motivaciones que han conducido hacia la elaboración de esos modelos y las causas de la tendencia de la lingüística, históricamente recurrente, de mirarse en un determinado ‘espejo de ciencia’ o de buscar un método propio. 79

4 . N iv e le s d e a c tu a c ió n d e l h is to r ia d o r d e la lin g ü ístic a

Peter Schmitter (1987:95) propone un esquema de la actividad historiográfica que consta de tres niveles: Ilandlungsbereich (actio) Tí P X Myt ¿ B. 3 cr. 2» +

Handelnder (agens)

Produkt der Handlung (actum)

(1)

Chronistik

Chronist

Chronik

(2)

Historiographie

Historiograph

Historie

(3)

Metahistoriographie

Historiographietheoretiker

Historiographietheorie

r t-

5y % B. r? »

(3a): deskriptiv (3b): spekulativ (3c): normativ

• H O* K »-4-

(3n)

En el primer nivel, que Schimitter denomina ‘crónica’, se trata de la sim­ ple reconstrucción, del ordenamiento cronológico de los hechos, o de la aten­ ción sistemática a factores de cualquier índole previamente escogidos. La tarea del historiógrafo sería, más allá del ordenamiento sistemático de hechos, atender a éstos en sus causas, dependencias, motivos, consecuencias, etc. Se trata, pues, de interpretar dinámicamente los acontecimientos o cade­ nas de acontecimientos y de situarlos en líneas de desarrollo. Una parte importante del trabajo del historiógrafo radicará, entonces, en discernir las antes aludidas condiciones internas y externas de las teorías lingüísticas. Lo único que une estas dos actividades sería, pues, el trabajar sobre mate­ rial concreto, y, por lo tanto, la orientación claramente práctica. Schmitter prefiere reservar el término metahistoriografía para el tercer nivel de trabajo, que supone la reflexión teórica sobre la filosofía de la historia, la descripción de las condiciones y de los principios generales de la historiografía de las ciencias, así como la investigación de las peculiaridades de de la historiogra­ fía de diferentes ciencias —por ejemplo ciencias de la naturaleza vs. ciencias sociales. Asimismo, se trata aquí de hacer frente a problemas como la objeti­ vidad del conocimiento histórico, etc. Se trata, en fin, de hacer frente a todo aquello que pueda contemplarse en el ámbito de la metateoría. Una vez establecidos los niveles de actuación, cabe preguntarse cuándo hay progreso en esa actuación. Evidentemente, esta pregunta se hace desde el tercer nivel de análisis. Nos movemos, por tanto, en un nivel metateórico. Para Schmitter, no cabe en propiedad hablar de progreso en el primero de los niveles. 80

Parece muy rigurosa la concepción de Schmitter en relación al primer nivel, porque deja fuera la difícil labor de exploración sistemática en busca de nuevos datos: la labor de documentación o de organización de la información que puede perfectamente hacerse sin miras a una investigación específica concreta. ¿No podría hablarse de progreso hasta que un historiógrafo trabaje los posibles nuevos datos? Ciertamente, cualquier progreso en el primer nivel supone un progreso en el segundo, porque cualquier aportación puede ser usada como medio para la reconstrucción de la historia de la ciencia. En el tercer nivel, será lógicamente un progreso, la descripción de enun­ ciados de los niveles 1 y 2, y podrá ser entendido también como progreso los resultados de la reflexión teórica en forma de enunciados normativo-metodológicos. 5. S o b r e p r o b le m a s d e m e ta le n g u a je en la h isto r io g r a fía lin g ü ístic a

Uno de los problemas más serios que se plantea, a medida que se van imponiendo los presupuestos etimológicos que describo, es el del metalen­ guaje (cfr. Koerner 1987): el historiógrafo no puede usar términos de otro paradigma lingüístico con el significado con que se usan hoy desde otro para­ digma. Es evidente que acabará por destrozar todo lo que intente explicar. Precisamente, se cita como uno de los impulsores de la historiografía de la lingüística a Chomsky por el desaguisado terminológico y conceptual que provocó con su Cartesian Linguistics, junto con algunos otros investigadores que se aplicaron, siguiendo su ejemplo, hacia la búsqueda de «precedentes generativos». Es siempre erróneo el proceder de quien pretende descubrir los «ances­ tros» de determinados conceptos, usando de términos actuales en la descrip­ ción de teorías anteriores. Un ejemplo interesante lo suministra la descripción de la ortografía de Nebrija. A la supuesta oscuridad de su descripción ha colaborado la introduc­ ción de términos y conceptos que de ninguna manera el gramático podía plan­ tearse, concretamente el de fonema. No se ha reparado, sin embargo que es en la distinción sustancia-acci­ dentes, aplicada al campo de la ortografía, donde se encuentra la explicación de las doctrinas de Nebrija y de la tradición gramatical que hereda. Nebrija no admitía una equivalencia directa letra-sonido que multiplica­ ría las letras hasta el infinito. Sin embargo, describe siempre ‘pronunciacio­ nes’, porque disponía de conceptos que le permitían individualizarlas. Estos conceptos son los mismos derivados de la metafísica aristotélica: sustanciaaccidentes y, entre estos uno, el parentesco, que le permitía absorber las posi­ bles variantes. El esquema teórico en que se integran las aportaciones de Nebrija no es el mismo que da lugar al concepto de fonema, sino un modelo que conduce a sustancias de pronunciación: 81

De manera que pues ia c, puesta debaxo aquella señal [se refiere a la señal que él llama cerilla], muda la substancia de la pronunciación: ia no es c, sino otra letra; como la tienen distinta los judíos i moros, de los cuales nos otros la receñimos cuanto a la Juerga, mas no cuanto a la figura que entre ellos tiene [Granática Castellana fols. 9 r, 32-34 y 9 v, 1-3].

6. In flu e n c ia

Evidentemente, a partir de aquí, sería posible plantearse el concepto de influencia o la simple semejanza entre teorías o problemas. Nunca podemos estar seguros de la posible influencia que alguna teoría pasada puede tener en el futuro. Un ejemplo paradigmático de ‘influencia’ a larga distancia es el resultado del contacto con el sánscrito de la lingüística occidental. Toda la literatura lingüística de la India conocida, y muy espe­ cialmente la gramática sánscrita de Panini, se manifiesta como la culmina­ ción de una serie de trabajos previos de los que no tenemos conocimientos directos. Este maestro hindú realizó con su Astadhyayi — «Ocho libros»— una gramática completa del sánscrito, formulada en cerca de 4000 reglas, que manifiesta un análisis modernísimo a nuestros ojos. La investigación filológica del sánscrito sirvió de modelo para el resto de la India. Los lin­ güistas hindúes abarcaron virtualmente todo el campo de los estudios sin­ crónicos: teoría lingüística general y semántica, fonética y fonología y gra­ mática descriptiva. Sin embargo, al valorar la influencia en Europa de la lin­ güística hindú, ha de considerarse el contraste entre lo tardío de ésta — antes de finales del siglo XVIII no hubo contacto alguno—, pero también la pro­ fundidad de los cambios que ocasionó, ya que condujo a los lingüistas hacia un paradigma de ciencia dominado por el historicismo y colaboró a inclinar la balanza hacia la concepción inmanentista del lenguaje propuesta por Saussure. Cuerpos de reflexiones sobre el lenguaje como las contenidas en la Biblia desempeñaron un papel fundamental en las ideas lingüísticas y en ciertas teo­ rías gramaticales que se desarrollaron con el comienzo de las tradiciones lin­ güísticas nacionales a partir del siglo XVI. Desde un punto de vista negativo, merece la pena también estudiar por qué trabajos ingentes no han tenido la repercusión sobre la lingüística que sería de esperar. Un caso claro es el antes aludido desarrollado por los auto­ res españoles pioneros en la descripción de las lenguas amerindias y cuyo tra­ bajo se concretó en decenas de gramáticas y léxicos a las que apenas se ha atendido en la historia de la lingüística. ¿Influyó o no en los planteamientos de los lingüistas el hecho de enfrentarse a la descripción de lenguas alejadas de los patrones latinos que manejaban? 82

7 . S e m e ja n z a s

Para una concepción de la lingüística que entienda su desarrollo corno un diálogo consigo misma, cobran especial importancia los problemas que en todo tiempo los lingüistas se plantean y las soluciones que ofrecen. Puesto que algunos de los problemas son constantes, por ejemplo los que suelen ser catalogados como motor de la reflexión lingüística: el lenguaje como propiedad del ser hombre o el encuentro entre los hombres, siempre es interesante ver qué tipo de soluciones se han aportado. Centrémonos en el segundo aspecto: ¿desde cuándo se han creado mate­ riales para la enseñanza de una lengua extraña? Puede decirse que la diversi­ ficación metodológica medieval para la enseñanza del latín es consecuencia de la progresiva conciencia por parte de los alumnos de enfrentarse con una lengua extraña. A partir de ese fenómeno se crearon materiales diversos: gramáticas ver­ sificadas, gramáticas lexicográficas y gramáticas contrastivas (de tema o proverbiandi). Otro género gramatical, el comentario, se reservaba para el estu­ dio universitario del latín, como modelo universal de lengua desde el punto de vista especulativo. Con el correr del tiempo, a partir del s. XVI, el simple recurso al verso se sofisticó, aparecieron entonces los diálogos. La gramática lexicográfica, que comenzó siendo un enorme léxico precedido de un sumario compendio gra­ matical, evolucionó hacia el vocabulario de una o varias lenguas, o, sobrepa­ sando la mera relación de palabras, se confeccionaron complejísimos vocabu­ larios, con frecuencia destinados a determinados grupos profesionales (comer­ ciantes) y que contenían temáticamente las frases necesarias para entenderse, incluso en diversos grados de cortesía. Se suponía que la gramática se recibi­ ría con el uso. De hecho, muchos teóricos veían una necedad hacer gramáticas de lenguas vivas, más si su fin era el aprendizaje de la lengua materna. Se hicieron, no obstante, gramáticas para extranjeros, compendios gramaticales a modo de diálogo y trabajos de contraste latín-romance para las escuelas. En los modos de actuar que he señalado ¿no hay reflexiones en que aun hoy nos empeñemos? ¿no hay semejanza entre los problemas que nos plante­ amos? Es un craso error pensar que históricamente sólo ha existido el llama­ do «método gramatical», cuyas características principales ya era usadas en las escuelas españolas por los maestros de lengua latina: • • • • • • •

Visión normativa y prescriptiva del lenguaje Preeminencia del lenguaje escrito sobre el hablado Fundamentación de la norma sobre los modelos literarios consagrados Fund amentación de los procesos lingüísticos en los procesos lógicos Aprendizaje memorístico de las reglas de la gramática Listados de vocabulario extraídos del contexto Práctica de la traducción directa e inversa 83

Sin embargo, puede haber pasado desapercibido que se intentó introducir novedades. Algunas de ellas son también características definitorias del méto­ do Audio-lingual, que surge en este caso inspirado por la lingüística estructu­ ral de la escuela de Bloomfield y por las tendencias psicológicas de orienta­ ción behavioristas, que reducen el comportamiento humano al esquema mecánico de estímulo-respuesta. El énfasis en la expresión oral, la práctica de la imitación, la presentación gradual y en forma de diálogo de las estructuras son características que pueden definir este método. Se presentan al alumno las unidades lingüísticas en forma de estructuras que serán repetidas y ejercita­ das hasta convertirlas en hábitos automáticos. Se opera siempre de manera inductiva. 8. H is to r ia d e la le n g u a e h is to r io g r a fía lin g ü ístic a

Las relaciones entre filología e historiografía lingüística constituyen un capítulo interesante al que todavía no se ha aludido. La cuestión puede ser planteada desde diversos puntos de vista. De un lado, parece, al menos hoy, un hecho consumado la progresiva independizado!! de la lingüística en relación a la filología —considerada desde el punto de vista más tradicional—, pero cuando el lingüista quiere rea­ lizar algún trabajo de reconstrucción, no tiene más remedio que acudir a la filología para acceder a las fuentes que necesita. Surgen así nuevos campos de trabajo: aplicaciones de la informática a la edición crítica de textos, a la creación de bases de datos bibliográficos, etc.. Más importante, con todo, resulta considerar que el estudio de las gra­ máticas y de los trabajos lexicográficos de una lengua supone también tratar los problemas derivados de la relación entre lengua y metalengua. Los tra­ bajos de los lingüistas nos ofrecen un testimonio precioso para la recons­ trucción de los distintos estados de lengua. Por otra parte, cuando los lin­ güistas —en tanto que miembros de una comunidad lingüística— actúan sobre la lengua, influyen inevitablemente sobre la praxis lingüística, y lo hacen en una época y como herederos, al tiempo, de una tradición. En con­ secuencia, el estudio del sustrato ideológico, de la particular concepción sobre el lenguaje de la que parten, resulta un elemento fundamental para el estudio de la historia del idioma. 9, C o n c lu s ió n

Puesto que nada en cualquier parcela de la actividad humana nace ex nihilo, es evidente el interés del estudio del proceso histórico de configura­ ción de las ideas y teorías lingüísticas, plasmadas en las sucesivas y diversas descripciones gramaticales del idioma que se han realizado hasta nuestros días. Una formación lingüística adecuada debe incluir necesariamente la inda­ gación en este proceso histórico de configuración, que es, además, una ayuda 84

magnífica para entender el estado de cosas actual. El método histórico había sido ya reivindicado por Popper, en un tiempo en el que el mismo autor se daba cuenta de que no estaba de moda: Podría preguntarse quizá que otros métodos puede utilizar un filósofo. Mi respuesta es que, aunque quizá hay un número indefinido de (métodos’ diferentes, no tengo ningún interés en enumerarlos: me da lo mismo el méto­ do que puede emplear un filósofo (o cualquier otra persona), con tal de que se las haya con un problema interesante y de que trate sinceramente de resol­ verlo. Entre los muchos métodos que puede usar —que dependerán siempre del problema que se tenga entre manos— me parece que hay uno digno de ser mencionado (y que es una variante del método histórico, que actualmen­ te no está de moda): consiste simplemente en intentar averiguar qué han pen­ sado y dicho otros acerca del problema en cuestión, por qué han tenido que afrontarlo, cómo lo han formulado y cómo han tratado de resolverlo. La historiografía de la lingüística se presenta, en fin, como un apasio­ nante e integrador programa de investigación: en el se entrecruzan filología —en su más amplio sentido—, historia de la lengua y reconstrucción de la lingüística, desde la atención a los diversos modelos planteados, desde los paradigmas más distintos; sin perder de vista el escenario en que nacieron y se desarrollaron, el espíritu del tiempo en que surgieron y se multiplicaron los más variados materiales. 10. R e fe r e n c ia s b ib lio g r á fic a s

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Lexicología, Sintaxis y Semántica

Achegas para o estudo do sufixo -ito em espanhol e em portugués María do Carino HENRÍQUEZ SALIDO Universidade de Vigo

1. D e lim ita g o m d o o b je c to d e e stu d o

1.1. Apresentamos um estudo sobre um tema correspondente á sufixagom derivacional, centrada naquele tipo funcional que nom muda nem a classe nem a subclasse de palavras e mais particularmente sobre um dos sufixos ‘apreciativos’ que se utiliza quer na lingua espanhola actual quer na lin­ gua portuguesa actual ou galego(-portuguesa) —sob esta denominaron} estamo-nos a referir ao continuum lingüístico que se estende polo territorio da faixa ocidental da Península Ibérica, ocupada por Galiza e Portugal, e também aos outros países de expressom galego-portuguesa— predominantemente na formagom de diminutivos. Como é bem sabido, os sufixos diminutivos cons­ tituent um dos tragos típicos das línguas románicas, facto posto em destaque por muitos investigadores e que assim salienta M. Vilela (1994: 83). 1.2. A formagom de diminutivos no espanhol actual é mais rendível e dispom de maior número de sufixos do que a formagom de aumentativos, mas com a peculiaridade de que parte destes sufixos está submetida á variabilidade, fundamentalmente, diatópica. Em palavras de E. Coseriu (1978), nom som rendíveis todos os sufixos diminutivos na mesma lingua funcional. Dentro da variedade estándar do espanhol de hoje, como ja temos mani­ festado (1996b: 53), -ito é o sufixo mais generalizado, seguido de -illo quejá nom é tam rendível. Se se contrasta o significado de ambos os sufixos, pare­ ce observar-se que, se bem em ambos se dá a nogom quántica de diminuigom em tamanho ou intensidade, em -illo tende a dominar a valorizagom negativa no sentido de ‘falta de importancia’, ‘menos valor’, ‘mais desagradável’ (cf. un catcorito y una propinilla, un vestidillo). Por outro lado, enquanto apenas 89

há formagons em -ito lexicalizadas ou com significado impredicível, som muitas as formagons em -illo total ou parcialmente lexicalizadas. A razom de que os diminutivos em -illo apresentem numerosas formagons lexicalizadas, etiquanto som escassas as de -ito, está explicada por González Ollé na répli­ ca a Monge : «hay una causa histórica. El sufijo -ito no se generalizó en ¡a lengua española hasta entrado el siglo XVI, a diferencia de Alio que se remon­ ta a los orígenes de la lengua. Las formaciones en -ito no han tenido, pues, tiempo de lexicalizarse en la misma medida que las en -illo» (González Ollé 1965: 147). Os sufixos em -ín, -a e -ico, -a, do mesmo valor que -ito, estám restrin­ gidos geográficamente a determinadas variedades sintópicas : -in a Asturias, -ico a Andaluzia oriental, Aragom, Murcia e Navarra e, fora do espanhol peninsular, domina em Colombia, Costa Rica e Venezuela. O sufixo -uelo, de igual valor que -illo, foi de grande rendibilidade junto com -illo em castelhano medieval, nomeadamente sobre bases terminadas em /i/, /í/ ou lyl que seleccionam -uelo e nom -illo para evitar as seqiiéncias luí e /yi/ (cf. bestihuela Judihuelo e sayuela); -uelo vai cedendo na sua produtividade a par­ tir do século XVI. Hoje a sua produtividade é escassa e está restringida quase exclusivamente á linguagem literária. Por último, -ete , o mesmo que o aumentativo -ote , é de escassa rendibilidade possivelmente também por nom ter um significado nada explícito ou preciso: oscila entre o diminutivo e o pejorativo. O mesmo que -illo , -ete apresenta hoje muitas formagons par­ cialmente lexicalizadas: ajete, clavete, silleta, etc. fácilmente recuperáveis com o seu valor diminutivo mediante -ito : ajito, clavito , sillita . 1.3. A formagom de diminutivos no portugués actual apresenta umha pro­ dutividade mais alta e dispom de maior número de sufixos do que a formagom de aumentativos —cujo inventário aproximado pode ser difícil de elaborar em parte porque, como diz Mário Vilela (1994: 81), estám continuamente a surgir novos sufixos neste dominio, e, em parte porque sufixos incluidos neste inventário encerram em muitos casos um valor mais ou menos pejorativo— , mas com a peculiaridade de que parte destes sufixos também está submetida, como no espanhol, á variabilidade, fundamentalmente, diatópica. Dentro da variedade estándar do portugués actual -inho é o sufixo mais generalizado, seguido de -ito , facto que salientam, entre outros Hasselrot (1957) e Silvia Skorge (1959). Apossibilidade de os dous sufixos conviverem e alternarem poderia estar no facto de poderem apresentar certas diferengas semánticas e afectivas, como pom em destaque Hasselrot (1957). Cunha e Cintra (1984 : 92) assinalam como sufixos diminutivos em primeiro termo -inho, -a ( -zinho, -a) que é dos mais usados em todo o territorio e maioritário na Galiza, seguido de -ino,-a e -im. Outros sufixos ‘claramen­ te’ diminutivos, assinalados quase de modo unánime por todas as gramáticas 90

consultadas, seriam: -acho, -a; -icho, -a\ -ucho, -a; -ebre; -eco, -a; -ico, -ejo\~elho, -a\ -ilho, -a; -
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