Estrategias epistolares en \"Foe\" de J. M. Coetzee y \"Los vigilantes\" de Diamela Eltit

June 15, 2017 | Autor: Juan Pablo Ramos | Categoría: Epistolary literature, J. M. Coetzee, Diamela Eltit, Neobarroco, Diary Writing, Cartas, Autoria, Opression, Cartas, Autoria, Opression
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LA EPÍSTOLA EN LOS VIGILANTES DE DIAMELA ELTIT Y FOE DE J. M. COETZEE Juan Pablo Ramos Centro Cultural Casa Lamm

Sumario: Dispares a primera impresión, Foe y Los vigilantes han sido dos novelas aclamadas por la crítica debido a su técnica narrativa y su contenido crítico. En este en ensayo exploraremos, por medio de un método comparativo e interpretativo, los puntos de coincidencia en cuanto al género literario usado en ambas: la forma epistolar. Palabras clave: carta, opresión, epístola, J. M. Coetzee, Diamela Eltit, autoridad, autor

En 1986 el autor sudafricano J. M. Coetzee (1940) publicó su quinta novela, Foe; en ella retomó el argumento de Robinson Crusoe de Daniel Defoe. No obstante, quien narra no es el célebre náufrago, sino Susan Barton, una mujer que tras la ardua búsqueda de su hija, acabó naufragando con en una isla con Cruso y Viernes, su siervo. Por otro lado, Los vigilantes de la escritora chilena Diamela Eltit (1949), aparecida en 1994, cuenta la historia de Margarita, madre separada que vive con un hijo con retraso mental. Además de la voz de Margarita, la novela abre y cierra con el monólogo interior del hijo. A todas luces, Eltit retomó a Benjy Compson, personaje discapacitado de The Sound and The Fury (1929), de William Faulkner. Desde este punto podemos unir a Los vigilantes y Foe, puesto que reescriben obras canónicas de forma crítica, y no como un mero ejercicio intertextual. Sin embargo, el propósito de este ensayo es desarrollar cómo ambas novelas cuestionan la versión hegemónica autoritaria de los acontecimientos a través de cartas dirigidas a los hombres en los que las narradoras se amparan. Desde luego, la primera pregunta que salta a la vista es: ¿por qué la forma epistolar? El género epistolar ha sido relativamente ignorado en los estudios literarios. Su condición como un género respetable parece debatible considerando que el artificio de las cartas radica en su fácil lectura, su espontaneidad, y su flujo a veces depurado y breve. Es posible que ese desdén surja también porque las cartas se conciben como una escritura que sólo sirve para comunicar e informar. Darle una continuidad a esa condescendencia para con el género representa un grave error. En el siglo XVII y XVIII la literatura epistolar alcanzó un apogeo gracias a su perfección y concienzudo labrado en la obra de Madame de Sévigné y sus célebres Lettres a su hija; en la novela de Pierre Choderlos de Laclos, Les

liaisons dangereuses de 1782; en las míticas Lettres portugaises de Gabriel-Joseph de Lavergne, escritas bajo el seudónimo de Mariana Alcoforado en 1669.1 En ese contexto histórico la literatura epistolar significó una forma para explorar la sicología, el amor, la religión y las emociones; las jerarquías sociales y las relaciones se articulaban por medio de una escritura interpersonal. Se desarrolló a grandes rasgos una retórica del romance y el cotilleo. La vida íntima quedaba expuesta. Conviene enfatizar que en Foe y Los vigilantes la estrategia epistolar es sólo predominante, pues coexiste con otros géneros, como la memoria (casi una narración convencional en primera persona) y el monólogo interior en el caso de Eltit.2 Sin embargo, la memoria, el monólogo interior y el modelo epistolar se emparentan de alguna forma u otra, en tanto los tres son líricos, introspectivos y personales. No son, pues, novelas epistolares en su totalidad; no vemos el dinamismo una correspondencia, ni manipulación de documentos de distintas fuentes.3 La estrategia epistolar de Foe es una consecuencia lógica de la reescritura de Robinson Crusoe, novela que también intercala otro género íntimo: la bitácora de viajes.4 No obstante, la forma en la que Robinson refiere en su bitácora su vida en la isla desierta postula la versión oficial de los hechos (sus hechos), en un contexto libre de toda atadura moral o social. Robinson Crusoe configura su propio tiempo e impone sus propias reglas. No hay un otro; tan solo se busca la solidificación de la individualidad del personaje central. Por el contrario, el género epistolar da cuenta de una subjetividad en crisis que, si bien postula su versión de los hechos, lo hace sujeta a la respuesta del destinatario y las exigencias de la sociedad. Juego de seducción o reclamo, la carta siempre desea afectar a su lector. 1

La epístola es un género antiquísimo. De acuerdo a H. Porter Abbott en su análisis de las Cartas portuguesas, «Guilleragues did not, by at least 1700 years, invent the epistolary fiction. Its ancestry is classical, and during the sixteenth and seventeenth centuries it flourished in the romance languages and English, particularly in the literature of l’amour-passion» (Abbott 73). Este dato, además, nos ayuda a entender por qué la epístola es considerada como un género sentimental. 2 Se diría que en Foe las cartas acaparan un 30 % del texto, mientras que en Los vigilantes un 80%. Cabe añadir que el enigmático capítulo final de Foe sugiere un flujo de consciencia. 3 De ahí que, a mi parecer, la intensidad narrativa de ambas novelas se aproxime más a las «cartas sin respuesta» de Kafka y Alcoforado. 4 Coincido con Coetzee cuando señala que Robinson Crusoe consiste en “una falsa memoria”: «a fake autobiography heavily influeced by the genres of the deathbed confession and the spiritual autobiography» (Coetzee 19).

Dos ejemplos son oportunos. Brief an der vater de Franz Kafka, una carta privada en la que el autor expone su difícil relación con su padre: «Incluso ahora, cuando a través de esta carta voy a intentar contestar a tu pregunta por escrito […] lo haré de una manera incompleta […] escribiendo, el miedo y sus efectos me cohíben cuando pienso en ti» (Kafka 9). Kafka se (d)escribe como un condenado, agobiado por la figura tiránica de su progenitor y el sistema de rígida obediencia y educación por él impuesto. El otro ejemplo es De profundis de Oscar Wilde. En esa extensa epístola el autor, ya encarcelado, hace un reclamo a Lord Alfred Douglas, el hombre con quien sostuvo una relación que lo condujo a la cárcel y a la ruina. De igual manera que en las cartas de Kafka, Wilde y Alcoforado, las narradoras de Foe y Los vigilantes son subjetividades sufrientes; sus discursos está marcados por las señas de su padecer.5 La figura de autoridad se vuelve el punto de partida para hacer una crítica social de mayor amplitud, más allá del drama doméstico entre Margarita/hijo y Susan/Viernes. La ausencia de las respuestas textuales en ambos casos también nos conducen a una reflexión todavía más profunda sobre el género: ¿cómo entender una carta que no es enviada o respondida?, ¿será acaso el género epistolar un género fracasado por excelencia?, ¿será el más adecuado para expresar ese fracaso? ¿En qué medida Eltit y Coetzee aprovechan esa interlocución fallida para sus propósitos literarios? ¿Qué nos dice la ausencia de las cartas masculinas? Como el lector debe reconstruirlas imaginariamente, las cartas de Foe y Los vigilantes cuestionan los principios de la novela epistolar tradicional señalados por Jean Phillipe-Miraux, quien la define como un «universo de ida y vuelta», y pregunta «¿cómo, en efecto, a partir de una masa importante de correspondencia, trazar los retratos de los protagonistas y atribuirles una función coherente en la economía de la obra?» (Miraux 24). ¿Cómo se desarrolla el flujo epistolar en cada obra y a cuáles objetivos obedece? Susan Barton las escribe para rendirle cuenta a Daniel Defoe sobre sus penurias económicas, así como para narrar y rectificar la vida con Crusoe en la isla desierta, material que le será de ayuda a Defoe para edificar su novela. Análogamente, sus cartas se centran

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El tono recriminatorio de la monja portuguesa ante su amante (el narratario ausente) nos remite al dolor de Margarita y Susan ante sus indiferentes lectores: «No sé por qué te escribo. Bien veo que casi tendrás compasión de mí y yo no quiero tu compasión» (Alcoforado 46).

en la relación casi maternal con Viernes, el nativo que Crusoe “adopta” durante su estancia en la isla.6 Escribir una carta conlleva impotencia, puesto que es posible que el destinatario no la lea, atienda las súplicas u ofrezca una respuesta deseada. Como vemos a lo largo del segundo capítulo de Foe, algunas de las cartas de Susan son devueltas por el correo postal; otras ni siquiera son enviadas. En aquel signo oculto del fracaso en una carta radica, paradójicamente, su efectividad. Margarita, por su parte, redacta las epístolas como un reclamo ante el abandono paternal; en ellas vemos el frío, el hambre y los mecanismos de sometimiento y vigilancia impuestos a la madre y al hijo por su suegra y vecinos.7 Así, la reflexión sobre el poder nace desde un plano doméstico y apunta hacia un plano global. El desamparo ante la figura patriarcal-autoritaria provoca en el individuo una sensación de desconcierto e incomprensión ante el poder. El proyecto narrativo de Diamela Eltit, maquinaria crítica de la dictadura chilena y sus efectos, y el de Coetzee, que reflexiona sobre las vicisitudes de la Sudáfrica poscolonial, posapartheid, no tienen, después de todo, tantas diferencias.8 La carta, género subalterno de la literatura, opera como una «literatura menor» ante el orden de la literatura mayor, siguiendo la línea teórica de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Si bien Deleuze desentraña el conflicto lingüístico en la obra del autor de El proceso, varios de sus argumentos se compaginan con las ideas aquí expuestas. Es evidente que en Foe las cartas de Susan fungen como la versión que cuestiona la narrativa superior del famoso novelista inglés. Defoe, no olvidemos, está preparando la novela que leerá la sociedad entera; no sólo eso, sino también la está elaborando de una forma creíble (lo cual lo

Entrecomillo el término “adoptar” porque la carga de incertidumbre en el texto nos impide ser tajantes sobre la relación entre Crusoe y Viernes. “Adoptar”, en todo caso, presupone un eufemismo ante el método tal vez violento que usó Crusoe para educar a Viernes en la isla. Al igual que Los vigilantes, Foe plantea un mundo de ante los discursos oficiales y el lenguaje a grandes rasgos. 7 Los sufrimientos físicos y morales, así como las carencias (luz, calor, alimento, privacidad) son motivo de énfasis en las cartas: «Lo único que me falta es luz. No queda una sola vela en toda la casa […] nos iremos acostumbrando a vivir de día en penumbra, y de noche en la más completa oscuridad» (Coetzee 66). Y en Los vigilantes: «El día ha terminado, la oscuridad invade ya todos los rincones, y por esta oscuridad, las únicas imágenes que mi cerebro ahora puede convocar pertenecen al dominio de la noche» (Eltit 26). 8 No obstante, Los vigilantes no está configurada por la presencia activa de la dictadura, sino que se produce durante una época de transición democrática en Chile vista por la autora con extrañamiento y escepticismo. Este periodo, descrito por Eltit como «la instalación de una cuestión neoliberal acrítica», es experimentado, como Margarita, desde «el retiro, la exclusión, la diferencia, la soledad» (citado en Kaempfer 34). 6

conducirá a deformar o ampliar muchas de las anécdotas “verídicas” de Susan en la isla). Ante eso no puede competir una simple carta. Pero, a pesar de todo, lo hace. Para Deleuze la literatura menor no representa la perspectiva de un «sujeto», sino los problemas generales de una colectividad: «No hay sujeto, sólo hay dispositivos colectivos de enunciación» (Deleuze 31). Se trata, pues, de la enunciación emitida por una minoría en un contexto represivo. «La literatura menor es completamente diferente: su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política» (Deleuze 29). En Foe y Los vigilantes la perspectiva marginal de una mujer desmenuza el funcionamiento de dos sociedades autoritarias. El uso de la carta representa, en último término, la transgresión cometida al cuestionar a esa sociedad machista: «Las cartas sitúan ante sí un poder al que resisten y, simultáneamente, lo conforman, lo sitúan, y acusan la fuerza que ejerce» (Kaempfer 41). La carta, entendida comúnmente a lo largo de la historia como una expresión escritural femenina, se tensa y aparece como un espacio de resistencia, incluso de subversión. Una clara carga política emparenta a ambas novelas. Se puede argüir, desde luego, que la prolongación de la correspondencia no está exenta de ser el reflejo inevitable de un modo de sometimiento. Lleno de contradicciones, en el espacio textual de la carta conviven la sumisión y la negación de esa misma sumisión: «Las palabras que te escribo pueden llegar a ser catalogadas como anárquicas, una agrupación furiosa asegurará que son ininteligibles o insolentes o desafortunadas […] Simplemente escribí para ver cómo fracasaban mis palabras» (Eltit 103). Dice Álvaro Kaempfer al analizar Los vigilantes: «La figura autorial de las cartas es uno de los recursos mediante los cuales la voz narrativa, a pesar de su subordinación, busca transformarse en sujeto de su relato» (Kaempfer 41). En Los vigilantes la vigilancia lectora del padre se convierte progresivamente en una figura de divinidad que regula y censura la escritura de la madre: «The Creation of “Divinité” […] a kind of Super Reader, who reads, interprets, and censors the letters of most of the other characters, is one of the hallmarks of epistolary fiction» (Altman 94).9 Susan y Margarita no aspiran a contar otra verdad

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«Es toda tu naturaleza la que domina este atropello. Me dirijo a ti entonces como si fueras una divinidad para preguntarte: Dime, ¿por qué no esperaste a que el agua hiciera su trabajo con nosotros?» (Eltit 94) (el subrayado es mío).

inamovible (en ambos textos mucha información personal de las narradoras es callada y omitida), sino a desmentir el discurso impuesto por los destinatarios masculinos. Además de las lecturas políticas, ambas novelas reflexionan sobre sus procesos escriturales. Margarita: «Tú construyes con la letra un verdadero monolito del cual está ausente el menor titubeo. […] Una carta que, en el conjunto de las seguridades que se expresan, me resulta descarada» (Eltit 44). Susan le escribe a Defoe: «Muchas son las cualidades que como escritor le adornan, pero, desde luego, la inventiva no es una de ellas» (Coetzee 73). La voz literaria de ambas mujeres debe enfrentarse al proyecto narrativo masculino incluso en un nivel estilístico. Ellas no se reconocen ni asumen como escritoras al pie de la letra: «aunque me queje de lo tediosa que es la vida en su casa, cosas sobre las que escribir, desde luego, nunca faltan. […] Nunca me había imaginado que ser escritor fuera tan fácil» (Coetzee 92). Una suerte de renuncia ante el lenguaje permea estas novelas: «Es verdad que sólo soy capaz de ensoñar algunas palabras marginales que no consiguen aliviarme» (Eltit 106). No tratan de mimetizar el discurso de autoridad, sino de detectar sus anomalías. Otra semejanza notable entre Los vigilantes y Foe es el vínculo maternal que tienen las dos mujeres con el hijo retrasado y con Viernes (que es mudo) respectivamente. La imposibilidad de comunicación; la dificultad del reconocimiento del otro; la visión abyecta del hijo de Margarita, autolesionándose o lamiendo objetos o el cuerpo de su madre, es similar a la visión abyecta de Viernes y su inexplicable comportamiento: «[Viernes] Se ha convertido en un entusiasta devorador de harina de avena […] De tanto comer y de estar siempre tumbado en la cama se está volviendo estúpido» (Coetzee 58). En la novela de Eltit, la mirada vigilante de Margarita sobre su hijo es también una forma de reconciliación con el desconcierto que le provoca. El tema persiste y es evidente: las mujeres de estas historias se enfrentan a un cuerpo alterno: a una otredad. La otredad es para Coetzee un tema moderno: «Our craft is all in reading the other: gaps, inverses, undersides; the veiled; the dark, the buried, the feminine; alterities» (Coetzee 81). Sujetas al desamparo, a deambular por las calles, sólo en las cartas estas mujeres encuentran su centro. Susan y Margarita se desplazan en espacios y contextos profundamente hostiles. Parte de las epístolas de Susan son escritas en la casa abandonada de Defoe que habita con Viernes. La autora plasma su entendimiento sobre su espacio

doméstico e íntimo, a pesar de saber señalada de ser una viuda que vive con un negro. De igual forma, la articulación de las cartas en Los vigilantes, así como su gélida atmósfera, proviene de esa estrecha relación, casi de claustrofobia, que Margarita entabla con el espacio hogareño. El binomio público y privado en Los vigilantes queda abolido mediante el mecanismo de vigilancia y chismes de los vecinos. La casa no les asegura el bienestar. La escritura de las cartas borra los estigmas inscritos en sus propios cuerpos. Eltit y Coetzee, en contextos distintos pero en una temporalidad histórica aproximada, recurrieron al uso de la correspondencia para plasmar sus inquietudes en torno a las estructuras de poder que configuran a las sociedades modernas en occidente. La forma epistolar en una obra literaria está estrechamente ligada al mensaje de ésta. Cargadas de símbolos, ambas novelas disparan más preguntas que respuestas. Como ocurre en Prenez soin de vous (2007) de la artista francesa Sophie Calle, la carta se transforma en un ejercicio que desmonta la narrativa “oficial” y hegemónica. En dicha obra, Sophie le pidió a ciento siete mujeres de diversos ámbitos que reinterpretaran la carta que usó su expareja para terminar la relación. Escribir una carta es una negación rotunda a un mundo en el que, como expresa, Susan al platicar con Defoe «el más fuerte tiene siempre la última palabra» (Coetzee 124). Así, sólo lo escrito permanece.

HEMEROBIBLIOGRAFÍA GENERAL ALCOFORADO, Mariana. (2002). Cartas portuguesas. México: Editorial Océano. COETZEE, J. M. (2009). Foe. Barcelona: Random House Mondadori. ___________. (1988). White Writing: On The Culture of Letters in South Africa. New Haven & London: Yale University Press. ___________. (2002). Stranger Shores: Literary Essays. New York: Penguin. DELEUZE, Gilles; Guattari, Félix. (1978). Kafka: Por una literatura menor. México: Ediciones Era. ELTIT, Diamela. (1994). Los vigilantes. Santiago: Editorial Sudamericana. GURKIN ALTMAN, Janet. (1982). Epistolarity: Approaches to a Form. Columbus: Ohio State University Press. KAEMPFER, Álvaro. (2001). «Las cartas marcadas: Política y convivencia textual en Los vigilantes de Diamela Eltit» en Confluencia 16.2, primavera, pp. 32-45. KAFKA, Franz. (2004). Carta al padre. México: Colofón. MIRAUX, Jean-Philippe. (2005). La autobiografía: las escrituras del yo. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. PORTER ABBOTT, H. (1984). Diary Fiction: Writing as Action. Ithaca: Cornell University Press.

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