Estrategias de liderazgo y paisajes políticos dinámicos en sociedades complejas tempranas, publicado en Xalapa, Veracruz (2013)

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Descripción

Estrategias de liderazgo y paisajes políticos dinámicos en las sociedades
complejas tempranas

Walburga Wiesheu
Posgrado en Arqueología, ENAH



Arqueólogos trabajando dentro de un marco neoevolucionista
consideran a los Estados arcaicos como dinámicos e
inherentemente inestables en que la variabilidad ecológica y la
agencia humana afectaron el longue durée…
A. Covey (2008: 1850)

A raíz de la amplia influencia de perspectivas posprocesuales en la
disciplina de la arqueología, en los últimos lustros se ha producido una
significativa reorientación en la investigación de las sociedades complejas
tempranas como son las jefaturas y los Estados, estadios de desarrollo
sociopolítico que ahora se consideran como etapas demasiado amplias y
generales. Hay quienes no solamente han puesto en entredicho la utilidad
actual en los estudios arqueológicos de tales categorías analíticas o que
han llegado tan lejos como proclamar que se deberían de eliminar por
completo conceptos como los de cacicazgo y Estado, último que: "…sirve a la
teoría política en arqueología como una especie de 'fin de la historia',
pero es, de hecho, una proyección ilusoria y anacrónica de contingencias
políticas modernas" (Campell, 2009: 821), remontadas a las organizaciones
sociopolíticas más tempranas de este tipo, incluyendo las formaciones
primarias o prístinas de las cuales no existen ejemplos etnográficos como
tampoco hay de los procesos originales del surgimiento de la desigualidad y
la heterogeneidad social en general (Marcus, 2008), en tanto dos
componentes fundamentales de las sociedades complejas en que los cargos
políticos y los patrones de la desigualdad social quedan
institucionalizados.
Sobre la base de marcos analíticos más flexibles en que actualmente se
combinan diferentes aproximaciones teóricas (Hegmon, 2003; Shelach, 2002),
se han hecho importantes revisiones críticas de las caracterizaciones
comunes de tales sociedades complejas tempranas. En esta tónica se han
cuestionado, por ejemplo, los principales rasgos de las organizaciones
estatales definidas en su mayoría a partir de la experiencia occidental de
la conformación de los Estados-nación modernos[1] y se ha puesto en
entredicho, ante todo, la existencia de una jerarquía monolítica en los
Estados de las civilizaciones antiguas (cfr. Wiesheu, 2009). De este modo,
y en contraste con las caracterizaciones tradicionales como Estados fuertes
y altamente centralizados, se han vuelto bastante populares determinados
modelos de "entidades estatales débiles", formulados éstos con base en
casos etnográficos o históricos recientes de Asia y África[2] precisamente
en el contexto de una reacción crítica a las visiones evolucionistas
unilineales, teleológicas, totalizadoras y en gran medida eurocentristas de
las estructuras estatales unitarias con monopolio de la fuerza o las del
tipo del despotismo oriental vinculado a un supuesto modo de producción
asiático (cfr. Rudolph, 1995). Está claro ahora que se han
sobredimensionado los elementos de la concentración del poder y de la
autoridad así como el de la centralización económica en las formaciones
estatales tempranas, algo difícil de lograr en sociedades con desarrollos
tecnológicos más bien rudimentarios de los medios de comunicación y
transporte (Haas, 2001).
Con apoyo en perspectivas neomarxistas y recurriendo ampliamente a los
llamados "modelos de agencia" derivados en su mayoría de la sociología[3],
se recalca la existencia de relaciones dinámicas del poder y de la
autoridad marcadas por un alto grado de competencia entre los diferentes
sectores sociales y económicos de una entidad política dada, en la que por
demás no todas las decisiones se toman de una manera plana desde arriba
hacia abajo; al contrario, se tiende a sostener que determinados cambios
también se pueden dar en un sentido inverso, lo cual produce una gran
heterogeneidad dentro de un paisaje político caracterizado por una tensión
dinámica entre los múltiples actores y grupos sociales que interactúan en
una sociedad compleja; la persecución de diversos intereses individuales y
colectivos (véase por ejemplo a Patterson y Gailey, 1987; Brumfiel, 1992;
Shennan, 1993) genera entonces tensiones fluctuantes y contingentes que
pueden incidir finalmente en transformaciones estructurales y
configuraciones institucionales con arreglos organizacionales a veces
bastante sui generis y que en realidad hacen difícil la tarea de atribuir
rasgos comunes a un estadio de desarrollo social concreto.
Por tanto, frente a las anteriores visiones unitarias de la existencia
de una jerarquía monolítica asumida en los modelos integrativos de la
evolución de las entidades políticas complejas[4], que han redundado en
obscurecer la diversidad social en el pasado estudiado por los arqueólogos
y para la cual no siempre contamos con ejemplos análogos en el presente
etnográfico[5], se ha llamado la atención no solamente sobre su composición
sumamente heterogénea de actores y esferas sociales en competencia sino
también sobre relaciones mutuas que implican configuraciones organizativas
heterárquicas. Tales arreglos se observan cuando: "…los elementos no son
jerarquizados o cuando poseen el potencial de volverse jerárquicos en una
serie de maneras diferentes" (Crumley, 1995: 3 apud. Stein, 1998). Dicha
noción de una heterarquía en realidad no se opone o niega la idea de
jerarquía pero parte de que las jerarquías sociales no son fijas sino que
dependen de situaciones específicas y se reconfiguran en maneras diferentes
según los contextos particulares; el hecho de que los miembros de una
sociedad participan en múltiples configuraciones heterárquicas que en
ocasiones pueden operar incluso en maneras contradictorias, permite un
mayor rango de actuación por parte de los individuos y grupos sociales
distintivos (Seibert, 2008).
Por otro lado, se ha sugerido que el empleo de diferentes fuentes del
poder social influye en la variedad organizativa que una determinada
organización sociopolítica pueda acusar[6]. En estos términos se enfatiza
la importancia de investigar la naturaleza específica y el "peso"
particular de las dimensiones del poder político, económico o social en la
constitución de los Estados tempranos (Yoffee, 1993; 2005), al tiempo que
las circunstancias o "conjunciones" que resultan de la interacción y la
negociación entre tales fuentes y dimensiones del poder constituyen a su
vez diferentes oportunidades para encauzar variadas vías hacia la
centralización sociopolítica (cfr. Haas, 2001; Shelach, 2002) cuando
ciertos actores, segmentos sociales o facciones rivales se vuelven
conscientes de las mismas y saben aprovechar tales múltiples oportunidades
(Shelach, ibid.). Éstos optan entonces por recurrir a determinadas
estrategias del comportamiento político y económico, tal como se plantea
por ejemplo desde la llamada teoría dual-procesual formulada por Blanton y
colegas (1996) en relación con la secuencia mesoamericana del desarrollo
político. En vez de centrarnos aquí en estructuras sociales fijas,
prestamos atención a las estrategias socioculturales dinámicas que pueden
generar coyunturas particulares del cambio social y dar lugar a
transformaciones fundamentales en los paisajes políticos a nivel local y
regional.[7]
Con apoyo en una ontología de conflicto y en particular a través del
llamado enfoque de la economía política, en tales estudios arqueológicos de
las sociedades complejas tempranas, se parte de la suposición de que
actores centrales –como son los representados por los grupos de elite que
controlan las instituciones rectoras– adoptan diferentes estrategias
políticas, económicas o ideológicas tanto para acceder al, como para
mantenerse, en el poder (Brumfiel y Earle, 1987)[8], pero tales estrategias
centrípetas empleadas por las elites dirigentes se topan con las tendencias
centrífugas de otros sectores de la sociedad que oponen resistencia al
control central. De allí que es común que en la transición al Estado
sectores o esferas específicas siguen quedando ampliamente autónomos tanto
en términos administrativos como económicos, dándose entonces cierto grado
de duplicidad funcional, lo cual a su vez más bien sugiere una deficiente
integración política y económica en las formaciones estatales antiguas[9].
Es así como a la par del claro distanciamiento que se ha dado respecto
de la visión estática y monolítica de los Estados antiguos como entidades
altamente centralizadas e integradas, junto con la revisión de la
naturaleza adjudicada en las definiciones tradicionales basadas
principalmente en la historia política moderna, ahora prevalece la idea de
la existencia de un poder no solamente fluctuante y contingente sino
también dividido y contestado, donde en el proceso de la transformación
urbana y estatal las tendencias centrífugas de sectores que se oponen a la
ingerencia gubernamental actúan como un importante contrabalance a las
fuerzas jerarquizantes. El Estado, por tanto, se topó con importantes
limites en su intento de extender el control político-administrativo y
económico tanto en los centros urbanos que fungieron como sus ciudades-
capitales, como con respecto de sus áreas rurales, entre las que con
frecuencia se debe de haber desatado una interacción conflictiva en el
proceso dinámico de imponer la autoridad central con el fin de apropiarse
de los excedentes y de movilizar los recursos humanos y materiales para
concretar los proyectos estatales oficiales (Stein, 1994 y 1998; Wiesheu,
2005).
Al enfocar el ejercicio y la representación del poder como relativos y
discursivos, es decir que éste se aloja en muchas prácticas pequeñas y
acumulativas a través de las que cada persona continuamente se ubica y
reubica en relación con los demás, éste habrá que ser visualizado en las
diferencias entre los individuos y grupos e identificado en cambios
visibles en la cultura material en los diferentes niveles de análisis y a
través del tiempo. El poder "se proyecta, se debate, se contesta y puede
ser perdido, denegado o puede verse disminuido" y se encuentra indicado en
"cantidades y calidades diferentes de bienes disponibles para su consumo, o
el uso deliberado y estilizado de cosas poco usuales, importadas o costosas
para demarcar actividades de otra manera similares […] de aquellas de
personas menos poderosas. El poder puede ser ejercido en escenas públicas,
festivales, fiestas, y rituales, enmarcadas en arenas especiales cuya
construcción a su vez requiere del poder para obligar, coaccionar o
persuadir a obreros." (Joyce y Wilkie, 2007: 1485).
Más allá de los ejercicios clasificatorios que han resultado en la
formulación de diferentes tipos de cacicazgos y Estados establecidos en su
mayoría como construcciones dicotómicas a partir de casos arqueológicos,
etnohistóricos y etnográficos de diferentes partes del mundo y a menudo
aplicadas en forma mecánica y acrítica a los periodos más diversos de
diferentes secuencias regionales en estudios interculturales de
civilizaciones tempranas[10], en general se han impuesto enfoques menos
rígidos que intentan dar cuenta no solamente de las particularidades en las
organizaciones políticas sino también de la manera en que éstas operaban en
la práctica, para lo cual en los estudios arqueológicos se trata de
identificar en primer lugar el tipo de fuentes del poder local y su
configuración en redes sociales permeables y constelaciones de paisajes
políticos dinámicos de acuerdo con los recursos (Blanton, 1998) o, en la
terminología de Pierre Bourdieu, de diferentes formas de "capital"[11]
utilizadas. Roderick Campell (2009) plantea en este sentido que las
sociedades complejas tempranas pueden ser mejor entendidas en los términos
de tales redes del poder y su interrelación y articulación mutua en el
contexto de una producción y circulación dinámicas y discursivas del poder
y la autoridad, así como de su concentración en manos de actores o
instituciones particulares. El mismo autor propone en este sentido
contextualizar las entidades políticas antiguas en tanto conjunto de
relaciones en los diversos campos sociales y luego investigar de manera
comparativa sus continuidades y sus transformaciones a través del tiempo:
"Si queremos investigar cómo operaban las entidades políticas antiguas,
entonces necesitamos comprender las maneras particulares en que las
dialécticas relacionales de la autoridad eran producidas y resistidas, sus
lugares, sus limitaciones, y la variedad de sus fuentes" (Campell, 2009:
823).
Como producto de las negociaciones entre los diferentes actores
sociales en competencia que expresan las intenciones y estrategias que
emanan de la operación de determinadas prácticas políticas (Smith, 2003),
tales constelaciones del poder y de la autoridad pueden variar tanto dentro
de una misma entidad política como a un nivel regional en que las
articulaciones diversas no solamente pueden generar arreglos y modalidades
organizativas cambiantes sino a la vez generar trayectorias culturales
múltiples. Pueden producirse ciclos alternantes entre formas más estables o
más centralizadas y formas menos estables y descentralizadas de jefaturas,
Estados e imperios (cfr. Covey, 2008; Marcus, 2008)[12] o de acuerdo con el
tipo de estrategias predominantes de liderazgo adoptadas en las entidades
políticas complejas respectivas. Si bien tales paisajes políticos dinámicos
resultan en esencia de las negociaciones del poder entre los individuos y
los grupos sociales implicados, consideramos que es necesario tomar en
cuenta el contexto ambiental en que se desenvuelven las entidades políticas
diversas, puesto que el seguimiento de determinadas estrategias políticas,
económicas o ideológicas no solamente podría colocar a las sociedades en
situaciones de una gran vulnerabilidad social sino éstas a la vez podrían
resultar poco sustentables en términos ambientales y conllevar un colapso
social o ecológico e incluso una desintegración política resultando así en
una "involución" en su trayectoria cultural.
De hecho, en el empeño de dar cuenta de la variabilidad empírica en
las organizaciones políticas de las sociedades complejas tempranas y de
delinear las constelaciones fluctuantes del poder producto del dinamismo
derivado tanto del contexto social como del entorno medioambiental, se
busca ahora trazar la interacción cultural a través de varias escalas de
análisis (la casa, la comunidad, la entidad política local y la región,
según Earle 1991 apud. Rosenswig, 1998: 3) y formular marcos teórico-
metodológicos multidimensionales destinados a examinar diferentes facetas y
dimensiones sociales de la cultura material, tal como nos lo sugiere Gideon
Shelach (2002) en su interesante estudio sobre las estrategias de liderazgo
en el surgimiento de la complejidad social en el noreste de China en que
este arqueólogo afirma que: "el comparar las trayectorias arqueológicas de
diferentes partes del mundo ciertamente es una empresa fascinante la cual,
si somos capaces de evitar muchas de las falacias y artimañas, puede
resultar en muchos discernimientos iluminantes" (Shelach, ibid.: IX).
En términos de la teoría dual-procesual formulada por Blanton y
colegas (Blanton et al., 1996; Feinman, 2001) para las sociedades complejas
mesoamericanas del periodo del Clásico, en cuanto al seguimiento de dos
estrategias distintivas del comportamiento político-económico ya apuntadas
arriba, referidas por un lado a una de red y por el otro a la del tipo
corporativo, pero las cuales pueden coexistir a nivel local o regionales o
alternarse en diferentes periodos de una misma secuencia cultural en
horizontes culturales sucesivos, se ha inferido que en el periodo del
Formativo Temprano Medio predominó una estrategia de red con su patrón
político de un poder concentrado en el individuo y la existencia de un
intenso intercambio de bienes de prestigio entre elites locales; mas en el
Formativo Tardío y Terminal se implantó una estrategia corporativa en la
que se enfatizó el poder colectivo que encuentra su máxima expresión en la
"cultura sin rostro" teotihuacana. Pero también en el Valle de Oaxaca las
anteriores organizaciones cacicales organizadas alrededor de estrategias de
red se vieron sustituidas por la organización estatal conformada en las
fases de Monte Albán I y II, en la cual al parecer de la misma manera
predominaron ahora elementos político-económicos corporativos ya que para
este periodo no existen registros o retratos de gobernantes o algún
contexto funerario monumental, de manera que deben de haber prevalecido
mecanismos que inhibieron la glorificación de líderes individuales, como
parte de una acción pública que precisamente tipifica a una estrategia
corporativa basada en esquemas de organización colectiva[13] y que podría
caracterizar a varias otras instancias de Estados arcaicos en las
civilizaciones tempranas[14].
Intentando un ejercicio preliminar de comparación intercultural de
estrategias de liderazgo y desarrollos políticos divergentes en el caso de
varias culturas neolíticas regionales de la China temprana, resulta
interesante constatar que las primeras formaciones estatales generadas en
la Cuenca del Río Amarillo no se desarrollaron de manera directa a partir
de las jefaturas más complejas del Neolítico Terminal (3000-2000 a.C.), en
que –según colegas chinos que en años recientes han adoptado el modelo dual-
procesual formulado con base en la secuencia mesoamericana–, varias
culturas regionales habían seguido una estrategia de liderazgo centrada en
la manipulación de bienes de prestigio como una fuente importante del poder
adoptada en destacadas jefaturas teocráticas, estrategia que sin embargo,
como sostienen Li Liu y Xincang Chen (Liu, 2004; Liu y Chen, 2006) adolece
de inestabilidad y resulta ser riesgosa en tanto comportamiento político-
económico en que se articulan la jerarquía social, el estatus individual,
el intercambio a larga distancia de bienes de elite, la acumulación de
riqueza, y el control central de la producción de artículos críticos
sujetos a una circulación restringida que servían tanto de distinción
social como de parafernalia ritual en importantes ceremonias
religiosas[15]; ello precisamente fue el caso de las ahora llamadas
"culturas del jade" que se consolidaron durante el tercer milenio a.C. ante
todo en las zonas costeras del norte y sur de China, con sus destacados
complejos ceremoniales, ricos entierros de elite y numerosos objetos de
valor, algunos de los que circularon a nivel interregional[16]. Pero tal
parece que estas jefaturas con evidentes tintes teocráticos fracasaron en
hacer los ajustes necesarios en sus entornos sociales y ambientales
cambiantes ya que una serie de intrincados procesos ecodinámicos produjeron
una notable disrupción social a una gran escala regional al terminar el
Neolítico, generando así una trayectoria sociopolítica divergente que
implicó una pérdida de complejidad en estas jefaturas otrora florecientes,
ya que las nuevas culturas sucesoras eran más sencillas en su organización
y cultura material. En cambio, aquellas jefaturas de orientación grupal y
con esquemas de una organización corporativa que prevalecieron en la región
cultural de la Llanura Central (en chino: Zhongyuan) en la Cuenca del Río
Amarillo, en que tuvieron un papel importante los trabajos comunitarios
consistentes en la construcción de las murallas alrededor de los recintos
públicos centrales y las que circundaban los centros urbanos tempranos así
como los referidos a obras hidráulicas realizadas para enfrentar los cada
vez más frecuentes desastres naturales, llegaron a transformarse en
organizaciones estatales, lo cual por su parte podría implicar que las
jefaturas con rasgos más seculares en su organización y de una orientación
más colectiva, estaba mejor preparadas para afrontar las severas crisis
socio-ambientales que acompañaron dicha etapa crítica del surgimiento de
los primeros Estados dinásticos de la Edad del Bronce en China (Liu, 2004;
Liu y Chen, 2006; Wiesheu, 2010a).
Por ende, mientras que estas últimas transitaron hacia un desarrollo
estatal, las avanzadas jefaturas teocráticas encabezadas por grupos de
elite apuntaladas mediante redes interregionales de la circulación de
bienes de prestigio, sucumbieron ante el entorno social competitivo
sumamente afectado por conflictos bélicos intergrupales así como el impacto
de inundaciones catastróficas y otros siniestros naturales derivados tanto
de cambios climáticos globales como de perturbaciones ambientales de origen
antropogénico, además de que, como piensan destacados arqueólogos chinos
como Wang Wei (2005), dichos grupos en vez de haber podido responder de
manera eficaz a tales crisis socio-ambientales, parecen haber gastado sus
energías en prácticas religiosas cada vez más importantes, para finalmente
experimentar un estrepitoso colapso cultural y adoptar una estructura
estatal de índole secundaria apenas más de mil años después, a través de la
difusión del complejo civilizatorio que irradió desde los centros del poder
de las formaciones dinásticas en la Cuenca del Río Amarillo, hacia regiones
consideradas periféricas o habitadas por grupos bárbaros.
Pasando a este lado de la Cuenca del Pacífico, me pregunto si acaso se
pueda esbozar aquí un paralelismo en relación con algunas sofisticadas
sociedades complejas tempranas de Mesoamérica desarrolladas en el Formativo
Medio y Tardío, caso de los olmecas de la Costa del Golfo, el cacicazgo
centrado en San José Mogote en el Valle de Oaxaca e incluso el de
Cuicuilco, en el sentido de que constelaciones semejantes del poder y del
predominio de una frágil y vulnerable estrategia de red aunado a un
eventual fracaso en lidiar con situaciones de crisis emanadas del entorno
social y/o ambiental, pudieran haber contribuido a que el desarrollo
cultural sucesivo de la misma manera que en China se diera en otros lugares
y zonas diferentes, generándose así profundas transformaciones en el
escenario político local y regional, y que al menos en lo tocante a las
etapas iniciales de algunos desarrollos estatales mesoamericanos
sobresalientes, se adoptaran más bien estrategias corporativas con sus
esquemas colectivos de organización y quizás propiciatorios de una mayor
solidaridad interna, tal como sería el caso de Teotihuacan y de Monte Albán
en sus fases tempranas de desarrollo. En cuanto a este último caso se puede
observar claramente que las estrategias de red seguidas en las jefaturas
seculares del Valle de Oaxaca dieron paso a una modalidad con rasgos más
corporativos cuando se fundó el nuevo centro del poder en torno a la
capital estatal de Monte Albán.
Un análisis en estos términos de la operación de elementos políticos
sobre los paisajes en casos de sociedades complejas tempranas como son las
de la China antigua o de ejemplos mesoamericanos como Cuicuilco o quizás
también de los olmecas de la Costa del Golfo nos sugiere entonces que
habría que examinar con más detalle la operación de diferentes modalidades
y estrategias de liderazgo y determinar qué tanto éstas, en el contexto de
sus estructuras sociales respectivas y en vista de procesos emanados tanto
del entorno social como del ambiente natural, inciden en la construcción de
tales paisajes políticos dinámicos.











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-----------------------
[1] Estos rasgos están referidos a un alto grado de centralización
política, la existencia de un monopolio de fuerza sustentado por un aparato
gubernamental represivo, un aparato legal formal con códigos de leyes
fijadas por escrito, una burocracia racionalizada, y la conformación de una
soberanía territorial que reemplaza la base del parentesco, así como una
rígida división en clases sociales.
[2] Tales modelos de entidades políticas débiles presentan estructuras
gubernamentales descentralizadas y más igualitarias, una soberanía ritual
en lugar de una soberanía territorial y acusan una importante persistencia
de vínculos de parentesco. Incluyen el Estado segmentario formulado por
Aidan Southall a con base en sus estudios etnográficos realizadas en
sociedades como de los Alur de África del Sur; el Estado teatral propuesto
por Clifford Geertz a partir de reinos del Sureste de Asia; el Estado
galáctico planteado por Stanley Tambiah sobre la base de un examen crítico
de la categoría anterior; así como el rubro de la ciudad-Estado inferido
para las polis griegas y los Estados sumerios y que en teoría se contrapone
a un Estado fuerte del tipo territorial.
[3] En la amplia adopción en la arqueología practicada en los últimos
lustros, de los enfoques "discursivos" inherentes a tales modelos de la
agencia en que se ha enfatizado la importancia de la acción humana y la
práctica cotidiana como aspectos que pueden repercutir en el cambio social,
han sido sumamente influyentes las ideas de los sociólogos Anthony Giddens
[1984] en relación con su "teoría de la estructuración", y de Pierre
Bourdieu en cuanto a su "teoría de la práctica".
[4] En tales modelos integrativos, llamado también de consenso o
"voluntarísticos", se había asumido que la conformación de nuevos niveles
de integración sociopolítica mediante un liderazgo centralizado redundaba
en beneficios para la sociedad entera, al asumir el jefe o gobernante en
turno las tareas rectoras como la administración, la redistribución o el
control de las obras hidráulicas las cuales por su parte constituían los
factores causales en las teorías funcionalistas (o "gerenciales") del
origen del Estado planteadas en el seno de la Arqueología Procesual.
[5] Y tal como puntualiza Rosenswig (1998: 1), el sustancial abandono
actual del paradigma evolucionista puede deberse en gran medida a lo
inapropiado de la escala temporal de los estudios antropológicos para
documentar patrones de cambio a largo plazo: "La observación etnográfica
por lo general abarca unos pocos años, en ocasiones una década, y con la
ayuda de documentos etnohistóricos, un siglo o dos. Tal escala temporal
limitada contrasta con los datos arqueológicos que acceden a patrones
enfocados en milenios de historia humana".
[6] El sociólogo Michael Mann (1986) propone al respecto el análisis de
cuatro fuentes del poder social: político, económico, militar e ideológico,
y sugiere además que en vez de estructuras totales habría que delinear a
éstas en tanto configuran redes organizadas del poder.
[7] De acuerdo con Adam Smith (2003), todo cambio político modifica el
paisaje; la operación de la política sobre los entornos da lugar a paisajes
políticos dinámicos que entonces representan a una construcción social
derivada de las metas y ambiciones de los regímenes políticos y de la
negociación entre actores sociales.
[8] Con base en dicho enfoque de la economía política, se pretende analizar
la interpenetración entre aspectos políticos, económicos y sociales. Cabe
apuntar, sin embargo, que autores como Timothy Earle (Brumfiel y Earle,
1987; Johnson y Earle, 2003) equiparan la economía política con la economía
del sector oficial para de este modo contraponerla con la economía
doméstica, lo cual según Michael Smith (2004) ha dado lugar a confusiones y
reservas en cuanto al alcance de tal enfoque no muy integrado.
[9] En reinterpretaciones de estudios anteriores se ha inferido a este
respecto el predominio de esquemas de una organización política-
administrativa y económica duales, consistentes en la realización de
actividades paralelas tanto por parte de los sectores centrales como de
otros grupos sociales.
[10] Véase para un listado de los diferentes tipos estatales propuestos, el
cuadro de la página 62 en Wiesheu, (2010).
[11] Como son el capital social, económico, coercitivo e incluso el
simbólico (Bourdieu apud. Campell, 2009).
[12] Marcus (1992, 1998, 2008) se refiere a ciclos repetidos de auges y
colapsos en sociedades de jefaturas ("chiefly cycling") o los desarrollos
de "picos" y valles" consistentes en mayores niveles de complejidad,
consolidación o expansión, así como desintegración o fragmentación de las
entidades políticas tal como sucedió por ejemplo en los Estados mayas, del
Cercano Oriente o en la Zona Andina.
[13] De manera semejante, ya Colin Renfrew (1974 apud. Rosenswig, 1998,
Chapman, 2003) había distinguido entre entidades políticas complejas
centradas en el individuo, como diferentes a las que tienden hacia una
orientación grupal. Cabe agregar que Blanton en fechas recientes se ha
referido a este último tipo de sociedades en que prevalece la acción
pública como "Estados colectivos" que en su estructura gubernamental
presentan esquemas de un poder compartido pero que él contrapone a los
"Estados segmentarios" (véase Fargher y Blanton, en prensa).
[14] Considero que un Estado arcaico o "prístino", generado con base en
condiciones endógenas y caracterizado por una estrecha relación entre
aspectos políticos y religiosos, por lo general raras veces presenta un
monopolio del poder y de la fuerza y se encuentra más bien en una etapa
incipiente de la diferenciación y especialización funcional en su acción
pública (Wiesheu, 1996; 2002).
[15] De manera semejante, también Rosenswig (1998) plantea que una
estrategia predominante de un liderazgo individualizante y apoyada en el
intercambio externo para establecer un prestigio local tiende a producir un
sistema político más volátil, a diferencia de una consistente en una
orientación grupal o colectiva y con un capital político orientado al
interior que aun cuando está caracterizada por competencias faccionales,
permite una mejor integración sociopolítica.
[16] Quizás resulta en este contexto interesante mencionar que ante el
descubrimiento de varias de tales prominentes "culturas del jade" de última
etapa prehistórica del Neolítico Terminal de China, varios autores han
propuesto la existencia de toda una Edad del Jade, anterior a la era
dinástica de la Edad del Bronce; véase para una discusión respecto de este
acalorado debate generado desde los 1990s, a mi ensayo en Wiesheu (2010b).
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