ESTEREOTIPOS ÉTNICOS Y EMOCIONES: IMPLICACIONES EDUCATIVAS

May 23, 2017 | Autor: C. Ruiz-Román | Categoría: Intercultural Education, Social Justice in Education, Social Work Education
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ESTEREOTIPOS ÉTNICOS Y EMOCIONES: IMPLICACIONES EDUCATIVAS. David Merino Mata [email protected] Cristóbal Ruiz Román [email protected] Universidad de Málaga 1. INTRODUCCIÓN Esta addenda se encuadra en el apartado 2.1. de la ponencia “Emociones y educación: Una perspectiva pedagógica”. Los autores de la ponencia expresan lo siguiente: “Se puede afirmar que muchos de los problemas que afectan a la sociedad actual (consumo de drogas, violencia, prejuicios étnicos, etc.) tienen un fondo emocional. Se requieren cambios en la respuesta emocional que damos a los acontecimientos para prevenir ciertos comportamientos de riesgo. Una respuesta a esta problemática puede ser la educación emocional” (p.9). Al coincidir con esta afirmación, nuestra aportación tratará de ver cómo las emociones no sólo están en la base de los prejuicios étnicos, sino que éstos mismos tienen repercusiones sobre las emociones de quiénes los sufren. En efecto, en esta addenda analizaremos cómo los prejuicios étnicos repercuten en la experiencia vital de las personas que llegan a España desde los países empobrecidos. Así, desde las voces y experiencias del alumnado que ha participado en una investigación realizada por el Grupo de Teoría de la Educación y Educación Social de la Universidad de Málaga, trataremos de acercarnos a la vivencia de lo que para el alumnado perteneciente a minorías étnicas significa sentirse estereotipado por etiquetas como la del “inmigrante”, “el moro”, “el negro”, etc. Dicha investigación que lleva por título “Identidades transculturales: los procesos de construcción de identidad de los hijos de inmigrantes marroquíes en España” ha tenido como foco de estudio comprender la experiencia de estos adolescentes al elaborar su identidad desde contextos culturalmente muy diversos: la familia, el grupo de iguales y la escuela fundamentalmente (Ruiz Román, 2005). Para tal fin se han utilizado instrumentos de investigación tanto cuantitativos (cuestionarios pasados a padres e hijos de origen marroquí) como cualitativos (estudios de casos). 2. EMOCIONES Y ESTEREOTIPOS ÉTNICOS. En la actualidad, nuestra sociedad, convertida en receptora de personas que buscan un futuro mejor desde países pobres, ha ido elaborando una serie de juicios sociales en torno a la figura del inmigrante. Esta percepción poco a poco se va consolidando hasta llegar a solidificarse en un estereotipo, esto es, en “una imagen aceptada comúnmente por una sociedad con un carácter inmutable”1. El estereotipo es una generalización simplista que se asigna a una diversidad de individuos sin conocerlos2. Estas categorías generalizadas de-limitan el conocimiento que tenemos de la persona, y cumplen la función de darnos la sensación de que

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Definición de la R.A.E. Varios autores han venido señalando que los estereotipos como imágenes o esquemas de nuestra mente, contienen una creencia simple, parcialmente incorrecta, fruto de un razonamiento defectuoso. (Lippman, 1922; Brigham, 1971: Martínez, 1996) 2

conocemos y controlamos cómo es, aún sin haberla conocido realmente. Por lo tanto, los estereotipos cumplen la función de llenar un vacío de conocimiento. Dichos conocimientos, sobre los que se constituyen los estereotipos, se basan más bien en preconcepciones superficiales sobre las personas que, como expresa Rachid Nini para el caso del estereotipo del “moro”, hacen que la gente llegue a protegerse de él aún sin conocerle: “En la calle la gente te echa miradas que vacilan en expresar su significado. A algunos les disgustas y se apartan, dejándote con la impresión de que eres un peligro ambulante del que hay que protegerse” (2.002, 73). Si nos centramos en el caso de las minorías étnicas, existen toda una serie de imágenes sociales en torno a la inmigración y los inmigrantes que promueven entre quiénes los utilizan sentimientos de inseguridad, miedo y rechazo. Sin duda, éstas se van fomentando entre la ciudadanía por distintos medios socializadores que acaban suscitando la solidificación de los estereotipos y su uso generalizado. Ejemplos de esto lo podemos encontrar en algunos titulares de prensa que hemos tenido la oportunidad de recoger durante los años en los que se estuvo realizando nuestra investigación: “El PP culpa a la inmigración de los problemas del Raval” (El Mundo 6-4-2003); “La inmigración es un problema, según Pujol” (El Mundo, 1-52.002); “Ana Botella vincula inmigración con el aumento de delitos” (El Mundo, 6-22.003); “El nuevo jefe de policía dará prioridad a los problemas que genera la inmigración” (El Mundo, 11-1-2.002); “González ve difícil salida al problema de la inmigración” (El Mundo, 17-2-2.001); “Los líderes europeos se enfrentan hoy al problema creciente planteado por los inmigrantes ilegales” (El Mundo, 21-6-2.002); “Vecinos de Canillejas se levantan en armas contra inmigrantes rumanos” (El Mundo, 11-3-2.000); “Los vecinos de Bañolas no aceptan que la mezquita esté abierta todo el día” (El Mundo, 16-7-1.999); “Alberto Fernández (candidato del PP a la alcaldía de Barcelona) asegura que la inmigración agrieta la cohesión social” (El Mundo, 31-122.002); “Inmigración, efectos llamada y delincuencia” (El Mundo, 11-8-2.000); “El alcalde de Madrid dice que los gitanos rumanos no quieren integrarse en la sociedad” (El Mundo, 12-07-2.000); “El alcalde de Crevillente asegura que la inmigración es una preocupación y el gran problema de los crevillantinos” (ABC, 24-11-2.002); “Pujol teme que los catalanes se sientan expulsados de su país con la inmigración” (ABC, 2011-2.002); “El PP cree que la cohesión social se está agrietando debido a la inmigración” (ABC, 31-12-2.002); “La inmigración ilegal es ya el delito que más preocupa en la UE por delante del narcotráfico” (ABC, 30-12-2.003); “Los barceloneses perciben como primer problema la inmigración” (EL País, 31-7-2.004) Podríamos poner muchos ejemplos que ilustran las imágenes que crea la sociedad de acogida de los inmigrantes para desprestigiarlos, infravalorarlos, identificarlos como un problema o peligro social. De este modo, “se reproducen prejuicios raciales asociados a la imagen sesgada que diversos agentes transmiten de los diversos países o regiones de procedencia. Imágenes que luego se plasmarán en actitudes discriminatorias de diverso signo hacia cada tipo de inmigrantes: - El miedo y el desprecio hacia ‘los moros’ por integristas, terroristas, gente peligrosa, violadores, machistas.

- El rechazo y el menosprecio hacia ‘los negros’ (personas africanas subsaharianas) porque se les identifica como sucios, putas, infecciosos o pobres. - El etiquetamiento de las personas latinoamericanas (‘sudacas’) por considerárseles personas mafiosas que se dedican al tráfico de drogas ilegalizadas, a la prostitución y en general al trapicheo o a actividades delictivas o paradelictivas.” (Manzano, 1999, 175) Ante tales imágenes que se van transmitiendo desde los medios de comunicación, no es de extrañar que éstas se vayan solidificando en los estereotipos y vayan acompañadas de sentimientos de inseguridad, miedo o rechazo ante las personas que llegan a España desde los países empobrecidos. Al mismo tiempo, noticias y titulares como éstos evidencian que el estereotipo es una visión creada por la sociedad con la finalidad de diferenciarnos, de estigmatizar y culpabilizar al otro; una imagen acrítica, cruel y normalmente injusta, que en parte lo que persigue es resaltar nuestras bondades: lo defino para alejarme de aquello que no quiero ser, para enorgullecerme de que yo soy el limpio, el culto, el honrado el progresista... Tildamos de fanáticos religiosos, de machistas, de delincuentes..., para autoconvencernos y sentir que somos una sociedad racional y culta, progresista y honrada. No en vano, resulta significativo advertir que los medios de comunicación no hacen referencia explícita al origen cultural de una persona que delinque si ésta pertenece al grupo mayoritario, sin embargo es común que se haga referencia expresa a su procedencia étnica, cuando los que delinquen pertenecen a culturas minoritarias. Necesitamos del otro para, en síntesis, poder nombrar la barbarie, la herejía, la mendicidad, etcétera, y para no ser nosotros mismos bárbaros, herejes y mendigos. Larrosa y Pérez de Lara (1.998) lo expresan de la siguiente manera: “la alteridad del otro permanece como reabsorbida en nuestra identidad y la refuerza todavía más; la hace, si es posible, más arrogante, más segura y más satisfecha de sí misma, el loco confirma nuestra razón; el niño, nuestra madurez; el salvaje, nuestra civilización; el marginado, nuestra integración; el extranjero, nuestro país, el deficiente, nuestra normalidad”. Por eso, es importante hacernos conscientes de estas imágenes interesadas, analizarlas críticamente y evitar el trato estereotipado. Es necesario caer en la cuenta que el conocimiento estereotipado que está en la mente, no es el otro, sino que es una imagen preconcebida, interesada y generalizada que se ha hecho de él. Una imagen simplificada que se ha hecho de su grupo étnico con el fin de desprestigiarlo y que le asignamos a él, aun sin conocerlo. Este estereotipo nos hace confundir a las personas con una etiqueta social, y por lo tanto nos hace incapaces de escuchar al otro, de recibirlo y atenderlo, ya no sólo por el conocimiento preconcebido y solidificado que tenemos de él, sino también por las emociones que tales etiquetas ultrajantes nos generan. Los estereotipos étnicos, como prejuicios acríticos y solidificados, son unos conocimientos que desprestigian al Otro y que simultáneamente generan sentimientos de rechazo, miedo e inseguridad. Por tanto, los estereotipos, desde las preconcepciones acríticas, homogeneizan lo diverso, explicitan una forma de control social sobre las minorías y ultrajan el ser individual de cada persona dejando ver en ella aquello que previamente le hemos querido asignar, aquello que en él queremos ver. Es como una marca que por inseguridad, miedo, control social, inconsciencia o rechazo le atribuimos a la persona (Prats, 2.001, 171), es como una cárcel en la que le encasillamos sin aventurarnos a que

pueda ser lo que ella sea y sin aventurarnos a conocer quién hay detrás de ese rostro con el que nos encontramos. Con esta marca, con esta matrícula que le ponemos deben vivir las personas que vienen de otros países. Como decimos, el estereotipo étnico es una generalización y simplificación que hacemos y atribuimos a un grupo minoritario y a las personas que pertenencen a él, es decir, es un conjunto de características que abstraemos y recortamos para homogeinizar a los individuos. Sin embargo, en la realidad no existe ese tipo de persona estereotipada, porque cualquier persona es mucho más que un tipo, que un conjunto de características o que el recorte que nosotros pretendemos hacer y la “prisión” en la que pretendemos encasillarla. La “cárcel” no es la persona, las personas siempre son más que el estereotipo, tienen más cualidades y experiencias que no podemos esperar ni predefinir, prever, preestablecer, por lo que con el estereotipo lo único que hacemos es determinar, esto es, reducir y encarcelar el complejo Ser de toda persona. Con la construcción del estereotipo al final lo que se hace es cosificar a la persona. Lo que se consigue es adscribirle etiquetas y calificativos que la sociedad nos ha dicho que tienen los grupos de personas: las cosificamos porque las determinamos y las tratamos de controlar a partir de este conocimiento estático y simplista sin preocuparnos por conocer otras características que vayan más allá de las relacionadas con el estereotipo. Éste cosifica porque nos hace ver y tratar a la persona como si fuera la etiqueta y el concepto que tenemos en nuestra mente, pero no nos da la posibilidad de tratar y sentir a la persona real que tenemos en frente, no nos permite tratar a la persona con el conocimiento directo de lo que la persona quiere ser. En este sentido, el estereotipo nos impide acercarnos a las personas, nos hace no molestarnos por conocerlas. Con él, no le damos la posibilidad de que la persona sea y se manifieste como tal, sino que como a las cosas, no esperamos a que se expresen porque consideramos que “ya son”, y por tanto las conocemos. Efectivamente, al tratar a las personas en función de los estereotipos no esperamos a conocerlos tal como son, y por ello se corre el riesgo de faltarles al respeto, porque le tratamos en función de lo que no son y nosotros nos hemos permitido atribuirles. Pero la relación con la persona queda violentada no sólo por el ultraje que se hace de su individualidad mediante el estereotipo, sino que también queda viciada por los residuos que en forma de emociones ya hemos visto que deja en quiénes lo utilizan, y por supuesto en el daño emocional que suscita en quien lo recibe. De esta forma, el sentirse etiquetada por la marca del “inmigrante” puede llegar a ser muy duro. Cuando por la marca que te han puesto te hacen sentir inferior, inseguro o con miedo a relacionarte con los demás..., el estigma del estereotipo empieza a evidenciar las formas de ejercer el poder de unas personas sobre otras y a hacer daño en el ser y vivir de la persona que lo recibe.. “Hay un tema que me da mucho coraje y es el que me llamen ‘moro’. Cuando me dicen moro, parece que soy de otro mundo. Con que la gente me diga moro yo ya no me siento bien”. (Alí, hijo de inmigrante marroquí de 16 años). El estereotipo es una cosificación con la que ha de cargar y convivir el estereotipado. Es un fuerte peso del que debe liberarse “gritando” más fuerte si cabe y decir ¡¡¡eh!!!, ¡que no soy esa cosa que ustedes tienen en su cabeza, ven y me han dado, sino que soy esta persona! Como nos decía Ayoub, un chico de 11 años: “Yo les digo a mis amigos que no soy moro, ¡que soy marroquí!”

“Te chocas con algún dependiente que te dice que esa camisa es muy cara para ti. A mi me ha sucedido estar metida en una tienda comprando una camisa y decirme una dependienta: ´pero ¿usted sabe que es muy cara?´, y tener que contestarle: ´Pero ¿a usted qué le importa?´” (Manzanos, 1999, p.170). De esta forma, el estereotipo va haciendo mella en la persona estereotipada. La persona se siente como encarcelada y trata de hacer esfuerzos para salir de esa “cárcel”. Así, por ejemplo, mucho de los adolescentes que identificamos como “moros” tratan de ir vestidos a la moda occidental para intentar evitar ser identificados con el estereotipo del “moro” y no ser excluidos entre los autóctonos. “A mi lo que me fastidia mucho es lo de las apariencias... La gente me ve a mi delgaíllo, morenillo, con el pelo rizaíllo,... al estilo marroquí, ¿sabes?, y no me hacen mucho caso por tener pinta de morillo. Sin embargo, se ve a un tío con su moto, con sus tres cordones de oro, con sus medalla y ése es el que triunfa con toda la gente. Yo en la medida que puedo, también trato de vestirme así. Otras veces, me gustaría vestirme con clase, con zapatos..., bien vestido, vaya. Sin corbata, porque yo nunca me he puesto corbata, pero me gustaría ir vestido con clase para dejar impresionado a los demás” (Alí, hijo de inmigrante marroquí de 16 años). La única manera que tiene la persona estereotipa para liberarse de ese encasillamiento es buscar mecanismos de resistencia para que los demás no lo encasillen más. El que es estereotipado desea salir de la “cárcel” de la cosificación y que los demás le reconozcan como persona. Pero para ello, tiene que sufrir la humillación emocional de haber sido encasillado multitud de veces. No obstante, si continuamente te han etiquetado con el estereotipo, es posible que este estereotipo llegue a tener el poder de marcarte. Si todo el mundo te trata con asco te sentirás asqueroso, si te hablan como un tonto, te acabarás sintiendo tonto, si siempre te echan la culpa te acabarás sintiendo culpable, si te dicen que eres malo te acabaras creyendo que lo eres. En este sentido, Malewska-Peyre (1982) apuntaba la presencia de crisis de identidad en hijos de inmigrantes, en los que se hallaba una correlación significativa entre la vivencia del racismo y la imagen de sí mismo, o dicho de otra manera, estos alumnos al comprobar el rechazo derivado de su origen cultural desarrollan sentimientos y emociones de inferioridad (Merino, 2.004). Así, como hemos observado en la investigación realizada por el equipo de la Universidad de Málaga, el sufrir el etiquetaje del “moro” puede generar tal inseguridad y baja autoestima en la identidad de los chicos que al final les dificulte la creación de relaciones sociales. No debemos olvidar que el grupo formado por otras personas configura el lugar donde el sujeto pone a prueba su autoestima y valoración que de él se tiene. (Monreal, Muñoz y Martínez, 1.990). “Tuve un problema con una niña que me presentaron que me gustaba y que estuvimos a punto de empezar a salir. Y es que a esta niña tanto los amigos como la familia le decían cosas por ser tan amiga de un moro. Los amigos de ella, los del grupo, delante mía no le decían nada para no parecer racistas, pero por detrás le decían que se pensara eso de salir con un moro. Por otro lado, la familia no quería que se juntara conmigo porque era moro. Cuando yo llamaba a

su casa por teléfono y preguntaba por ella a su madre sin decir quién era, ella siempre estaba, pero cuando decía mi nombre y decía que era Alí, entonces nunca estaba ¿No te parece raro? (...) por eso, por miedo, no me lanzo muchas veces a hablar con la gente, por si pasa algo y me dicen algo..., mira el moro éste o algo así” (Alí, hijo de inmigrante marroquí de 16 años).

3. EDUCACIÓN

EMOCIONAL Y ESTEREOTIPOS: UNA EDUCACIÓN PARA DECONSTRUIR LOS ESTEREOTIPOS Y RECONOCER A LAS PERSONAS.

Como en el caso de Alí, son muchos los chicos para los que la inmigración significa el haberse convertido en “el moro”, “el sudaca”, “el negro”, “el inmigrante”... O mejor dicho, para muchos ciudadanos la inmigración significa que la sociedad te reconozca y te trate como “el moro”, “el inmigrante”..., por encima de que te reconozca como la persona que tú sientes que eres. Como expresa José Saramago en “El hombre duplicado”: “A veces, tengo la impresión de no saber exactamente lo que soy, sé quien soy, pero no lo que soy, no sé si me explico”. Por eso, para muchos de estos individuos la inmigración significa tratar de vivir, aceptar, comprender, enfrentar, asumir, rebelarse..., con aquello en lo que te han convertido, aquello con lo que te han marcado. Ser el moro, el inmigrante..., significa encontrarse con una identificación con la que no te sientes identificado, significa asumir lo que dicen que eres, los que no saben quién eres. Y a partir de este etiquetaje con el que te has encontrado, has de ir descubriendo (y sufriendo) lo que significan estos estereotipos negativos, su carga peyorativa, y las consecuentes actitudes y conductas que la sociedad ha creado acerca del “inmigrante”. Ante esta vivencia de la inmigración, la educación puede jugar un importante papel a la hora de sensibilizar a las personas que ya viven en la sociedad de acogida para que se desprendan y liberen de los estereotipos acerca de la inmigración y los inmigrantes. Y es que es necesario llevar a cabo una educación emocional que nos haga conscientes de los prejuicios y sentimientos que hemos interiorizado a través de la socialización. En este sentido los ponentes argumentan cómo: “las habilidades socio-emocionales constituyen un conjunto de competencias que facilitan las relaciones interpersonales. Las relaciones sociales están entretejidas de emociones. La escucha y la capacidad de empatía abren la puerta a actitudes prosociales, que se sitúan en las antípodas de actitudes racistas, xenófobas o machistas, que tantos problemas sociales ocasionan. Estas competencias sociales predisponen a la constitución de un clima social favorable al trabajo en grupo productivo y satisfactorio” (p.18). En efecto, conociendo las vidas, los sentimientos, las historia..., podremos reconocer a las personas como tales y no desde la imagen de los “inmigrantes”. La utilización de las historias y experiencias de migración autobiográficas pueden ser un buen eje sobre el que vertebrar dinámicas para el trabajo educativo. Entendemos que conociendo a la persona no la veríamos fundamentalmente bajo el estereotipo del “inmigrante”, porque descubriríamos que las personas que han emigrado, son individuos que cotidianamente no son lo diferente, conflictivos, peligrosos, incultos, machistas, que nos puede hacer creer el conocimiento estereotipado de nuestra mentalidad de “primer mundo”. Conocer a la persona que ha emigrado, nos aporta no sólo la posibilidad de enriquecernos con la novedad que cualquier otro que no soy yo mismo me reporta, sino que al mismo tiempo, nos ayuda a destruir las injustas y

negativas atribuciones que mediante los estereotipos otorgamos a las personas sin conocerlas. De este modo, obtenemos un doble beneficio: por un lado nos liberamos de las emociones y del conocimiento estereotipado que nos hace creer que ya conocemos a la persona; y por otro lado, no ejercemos el abuso de poder que supone estigmatizar a los individuos que, como veíamos en páginas anteriores, les acarrean no pocos sufrimientos y dificultades en la vida cotidiana. En este sentido, todas aquellas acciones que pongan a los educandos en contacto directo con las personas que han emigrado, pueden ayudarles a poner en cuestión estos prejuicios. El educador se debe convertir en “puente”, creando espacios de encuentro entre los educandos y las personas inmigrantes. (Ruiz Román, 2003). Organizar trabajos de indagación sobre el fenómeno de la inmigración a partir del testimonio de personas inmigrantes, invitar a éstas a participar en vídeo forums, disco forums, análisis de informaciones y noticias, visitar o participar en actividades de sensibilización de asociaciones de personas inmigrantes, y todo tipo de encuentros y dinámicas en las que los educandos puedan encontrarse con las personas que han decidido emigrar, pueden ayudar a sentir y descubrir lo equívoco de los estereotipos. En definitiva, es necesario que desde la educación se capacite a los individuos para que sean conscientes de los estereotipos, de los efectos que causan en sus mentes, en sus emociones, en sus propias personas y en las personas a quiénes estereotipan. En nuestros días, urge que desde la educación se sensibilice a los individuos de las imágenes interesadas e injustas que se crean desde arriba y desde los mass medias para estigmatizar la inmigración y a las personas inmigrantes, y que de ningún modo favorecen los valores del encuentro y el reconocimiento del Otro. Por último, qué duda cabe que la educación debe apoyar a las personas que emigran para que superen las dificultades, contratiempos y choques que viven a causa de ser estereotipados. Es necesario ofrecer acciones educativas que sirvan de apoyo a las personas que emigran, sobre todo a los más jóvenes, durante el proceso crítico al que es expuesta su identidad al ser identificados por los estereotipos del moro, inmigrante, negro, sudaca,... Esta crisis a la que es sometida la identidad con el bombardeo de los estereotipos, junto con la frustración derivada del choque entre las expectativas al salir del país de origen y una vez que se ha llegado al país de destino, unidos al momento de transición entre contextos que viven las personas que emigran, nos parece que hacen imprescindible escuchar las posibles demandas de apoyo educativo y afectivo que éstas personas pueden solicitar.

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