¿Esta clase es de género?

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¿Esta clase es de género? por Jaime Géliga Quiñones | 5 de Diciembre de 2014 | 1:50 am – 6 Comments Recomendar

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My silences had not protected me. Your silence will not protect you. -Audre Lorde

E

n la clase de historia del feminismo, unos martes atrás, discutíamos sobre la invisibilidad de las mujeres en los relatos de la historia y la privilegiada mirada masculina empleada sobre las fuentes para construir dichos relatos. Leímos a Joan Scott y Marie Louise Pratt. Debo admitir que a pesar de las distancias temporales con relación a la fecha de publicación del artículo de la segunda autora, me sentí identificada con las alumnas de su relato. Nos relata que las alumnas llegaron abatidas a su salón de clase, luego de que un profesor de literatura, en su clase dedicada al ensayo latinoamericano, les explicara que no había escritoras de ensayos que merecieran relevancia en la discusión. Con esta anécdota, la autora discute el carácter ficticio de los aparatos de clasificación, que en el mundo de las letras se conoce como canon. Pone de perspectiva la estructura de inclusión y exclusión que sostiene “el canon ensayístico”; la desigual jerarquización de valores y el imperativo, como toda norma, de mantenerse recitada para privilegiar y sostener su validez.1 Inmediatamente recordé mi segundo año en la Universidad de Puerto Rico y cómo de alguna manera me identifico y comparto esa experiencia de abatimiento con sus alumnas. Aquellos días en que el feminismo hackeó mi cotidianidad, en que interfirió y me hizo aprender que estudiar desde una perspectiva de género feminista era un ejercicio de desaprender. Y apellido la perspectiva de género como feminista, para distanciarme del fetichismo cotidiano de la perspectiva de género.2 Esa que todavía piensa en cuotas afirmativas, esa que se banaliza en la politiquería de la Isla pero no se asume en lo político de las relaciones y esa que ha dejado de ser subversiva y se desplaza por una comodidad que no incomoda, sosteniendo privilegios y relaciones de poder. De esta manera, situarse desde el feminismo, proporciona el espacio para alterar la cotidianidad, desaprender imposiciones y generar cambios en las relaciones de poder. En la universidad surge como crítica a las certezas de los campos de conocimientos, para asumirlos desde la incomodidad y advertencia de cómo los nichos disciplinarios operan muchas veces como obstáculos y otras como dispositivos de invisibilidad de la pluralidad de los cuerpos. Esto lo abordaré más adelante. Así, recuerdo que más que seguir el programa de clase que daba la facultad, me puse a seguirle la pista a los cursos donde fueran a trabajar perspectiva de género y feminismo, así figurara como un pequeño apartado en los prontuarios. Me puse a construir otra universidad, una para mí. En aquel momento, el Programa de Estudios de la Mujer y Género solo ofrecía dos cursos al semestre, y yo, entre entrometido y curioso, quería más. Así, llegué a un curso de literatura hispanoamericana, y pensando en que aún me podría cambiar de curso para no perder tiempo si no se trabajaban mis intereses, al final de la primera reunión me acerqué al profesor. Le pregunté si iba a dedicar algún momento del curso a la cuestión de feminismo, sexualidad y género. Me respondió que sí, “vamos a leer a Sor Juana”, añadió. Leímos dos poemas, una invitación a ver una película por nuestra cuenta y escuchamos por 40 minutos cómo el profesor narró, letra por letra, una biografía de Sor Juana de un libro de texto. Luego despidió la clase. Y así sucedió, con tantos otros cursos. Ahora bien, el profesor no me engañaba, su respuesta era honesta pero desde otro lugar. Recorrimos el canon hispanoamericano hasta principios del siglo xx; era una clase de género y sexualidad. Era toda esa jerarquía que los diferentes contextos del recorrido histórico había legado y añadido sus valores y privilegios. Era una lectura minuciosa, precisa, dirigida, de ese lector hombre, blanco, heterosexual. De esos que ocupan el norte del sur. ¿Era una clase de género? Sí, si yo quería. ¿Alguien dijo algo? Nada, todxs leímos Carta de Jamaica, Facundo y Nuestra América. Esto que les cuento lo tomo con cuidado. Lo que busco no es justificar que esas clases sigan siendo así y seamos nosotrxs las atentxs ante las ausencias (aunque esto último hay que asumirlo muchas veces); más bien, hay que asumir esas herramientas que el feminismo ha puesto a nuestro alcance, en especial, la transversalidad. En ese sentido, mirando desde este presente hacia atrás, tomo nota de que no asumí la incomodidad del ejercicio de pensar y vivir desde el feminismo. Me construí espacios cómodos desde mis lecturas para terminar sociología. Me encerré en otro canon, uno contrahegemónico, el cual termina siendo parte, con distancias, de la propuesta de Marie Louise Pratt. Pero esto no me resulta como una opción.

Por tanto, asumir la transversalidad del feminismo implicaría dejar esa comodidad necesaria (en tantas ocasiones) de los maravillosos seminarios del Programa de Género, esos espacios paradisíacos, como dice Bernat Tort, para la crítica y otras formas de leer, vivir y estar con lxs otrxs en el mundo. No estoy diciendo que la opción sea no tomar esos cursos, sino, todo lo contrario. Que no dejemos esos cursos allí, en una nota al final del semestre y agarremos las reflexiones y con lo que nos quedamos de cada cual y recorramos la universidad. Que no dejemos los debates de epistemologías feministas para nosotrxs, sino llevarlos a la facultad de ciencias naturales, a filosofía y a sociología. Que las discusiones metodológicas enfrenten la escritura y la lectura en comunicación pública, en historia y en literatura. Mantenernos críticamente críticxs y darle lugar a una intervención teórica en las ciencias de cómputos, habitar talleres de arquitectura en la mañana, los de bellas artes en la tarde e historia del arte en la noche con un programa pornoterrorista para cuestionar los modos de ver y sus interacciones con los cuerpos. Una buena dieta desde el género y las sexualidades acompañada de una ecología feminista en administración de empresas. Una insistencia continua de la interseccionalidad entre la gente blanca y feliz de política y derecho. Desacralizar la torre que genera trabajadores mientras pensamos la vagancia y lo cuier (¡esto ya pasó, gracias Mabel!). Trazar una cartografía y volver a comenzar por la facultad de educación. ¿Esas clases son de género? Si queremos, sí. Pero esta propuesta no solo recorrería clases, seminarios y conferencias, la transversalidad nos permite abordar el campus, llevar la crítica a la institución, a sus funcionamientos y a sus administradorxs para apostarle a otros ordenamientos posibles. Por ejemplo, nos llevaría a revisar las expresiones del Sr. Rector sobre la “disfuncionalidad” que se crearía de una composición estudiantil de un 80% de mujeres y un 20% de hombres. De esta manera, al revisar su comentario, volvemos sobre esa lucha interminable del feminismo: el continuo combate contra la naturalización de las desigualdades sociales. Así, podríamos preguntarle por esos cuerpos otros precarizados y vulnerables dentro y fuera de la universidad y que no responden a un pronóstico estadístico. Cuerpos que tienen que escoger entre comer o estudiar ((María de los Milagros Colón, ¿Comer o estudiar?, recuperado en agosto de 2014 de http://noticel.com/noticia/164324/comer-o-estudiar.html)) o que meramente la universidad pública se les hace inaccesible, tanto en el día a día, como en admisiones. Esto resulta en una cuestión de accesibilidad, más profunda y sensible que cuotas de género sustentadas desde equipos deportivos. Una accesibilidad que desde hace tiempo protesta desde un silencio ensordecedor y que se nos plasma en el espejo de nuestro pequeño espacio privilegiado del campus. Ese espejo que refleja borrosamente la difícil y compleja realidad del país desde los vínculos de raza, género, clase, geopolítica e invisibilidad. Leo el comentario del Rector desde la columna “No apto para gallinas”de la profesora Johanna Emanuelli, pero no puedo imaginarme esa universidad de gallitas y gallinas (sin giro peyorativo). Lo intento mucho, y más desde la puntualidad de su crítica y su lectura aguda del privilegio masculino, pero me parece, que sin un cambio en el imaginario de las relaciones entre esos cuerpos en lo que reconocemos hoy como Universidad, perdemos mucho. Al final son discursos que reproducimos, prácticas que sostenemos y jerarquías que fomentamos. Ahora bien, lo que si puedo imaginarme es que pululen esas universidades otras que se esconden bajo el telón de la Universidad. Que emerjan para el diálogo creador, pero enraizadas en sus posibilidades como comunidad. De esa universidad sin paredes que hace ruido desde hace un tiempo. Esto requeriría asumir la apuesta a otros ordenamientos del espacio universitario. Espacio que al igual que la configuración de un canon necesita mantenerse recitado para su validez y privilegio. Por suerte, para nosotrxs, el día a día universitario pone en nuestras manos la vulnerabilidad de este espacio. El salón de clase se vuelve un campo político para las guerrillas feministas que asumen los cuerpos como campos de batalla. Guerrillas del debate para intervenir por/en un cambio de las relaciones de poder en esa Universidad que ve una “disfuncionalidad” donde hay una posibilidad crítica y de acción. 1. Mary Louise Pratt, “No me interrumpas: las mujeres y el ensayo latinoamericano”, (trad. Gabriela Cano), Debate feminista, año 11, vol. 21, 2000, pp. 70-88. [↩] 2. Marta Lamas, “La fetichización del género”, Cuerpo: diferencia sexual y género, 2002, pp. 163-182. [↩] Comparte 80grados:

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