Esquemas de economía ritual en la producción y el consumo de jades en sociedades complejas tempranas de China y Mesoamérica

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Descripción

Esquemas de una economía ritual en la producción y el consumo de jades en
sociedades complejas tempranas de China y Mesoamérica


Walburga Wiesheu (ENAH)

Una dimensión importante en el control del poder
ritual es la producción de objetos rituales – ¿quién
los hizo?
Liu Li (2003:8)



Culturas y culto del jade en China y Mesoamérica
A nivel de la arqueología mundial, China y Mesoamérica conformaron las dos
grandes civilizaciones antiguas del jade, en las cuales este material con
una gran belleza física y otras cualidades extraordinarias gozó de una
notable admiración, al grado que se cristalizó todo un culto reverencial en
torno a esta piedra semipreciosa que llegó a expresar valores culturales
esenciales inherentes a ambas civilizaciones. La importante tradición
lapidaria de esta destacada gema del prestigio y el poder se desarrolló en
ambas áreas culturales desde sus etapas formativas y en estrecha relación
con el surgimiento de las primeras sociedades complejas. En las tempranas
sociedades de jefaturas de eminentes rasgos teocráticos, la talla de
objetos finamente elaborados del mineral de la nefrita en la China
temprana, y la jadeíta en la Mesoamérica prehispánica,[1] junto con otros
materiales de aspectos análogos englobados bajo una concepción cultural más
amplia de "jades sociales", estaba dirigida principalmente a un consumo
suntuario y ritual, ya que las piezas hechas con mucho esmero sirvieron más
que nada como marcadores del prestigio social de la élite emergente y como
parafernalia para importantes ceremonias religiosas.
En China, en numerosas excavaciones arqueológicas efectuadas en las
últimas décadas de entierros lujosos asociados a grupos de élite, se ha
recuperado una gran cantidad de objetos de jades, entre los que además de
suntuosos ornamentos y de instrumentos que deben de haber servido como
armas simbólicas e insignias de poder, destaca un conjunto de piezas
agrupadas bajo la categoría de jades rituales cuyo uso y simbolismo estaban
fuertemente vinculados con creencias y prácticas mágico-religiosas del tipo
chamánico, las cuales posiblemente representaban la orientación religiosa
predominante en las sociedades complejas de la etapa pre- y protohistórica
de China (Wiesheu, 2010a y 2010b).
Existen varias culturas regionales del jade que en el contexto de
destacadas jefaturas prehistóricas se formaron desde finales del Neolítico
tardío (3500-3000) y se consolidaron en el periodo siguiente del Neolítico
Terminal (3000-2000 a.C.), etapas significativas que ahora diversos autores
consideran como señalando una trayectoria evolutiva particular en el
desarrollo tecnológico de la civilización china, en el sentido de que
anterior a la era de la Edad de Bronce habría existido una Edad del Jade
distintiva.[2]
La más sobresaliente de tales tempranas "teocracias del jade" fue la
de la cultura Liangzhu que floreció en el curso inferior del río Yangtsé en
el sur de China. En sus cementerios de élite, asociados éstos a altares y
plataformas rituales, se han desenterrado miles de sofisticadas piezas de
jade hechas con una gran maestría técnica y artística, en especial en lo
que concierne a los objetos rituales de los que muchos exhiben intrincados
diseños relacionados con motivos de la transformación mágica de hombre en
animal. Un ejemplo sobresaliente de tales hallazgos lo encontramos en la
Tumba 3 de Sidun, un entierro particularmente lujoso de un adulto masculino
joven de quien se presume que podría haber sido un chamán. Aparte de
adornos figuraban entre las ofrendas, hachas ceremoniales (yue) y discos
(bi), así como numerosos objetos cilíndricos (cong) incisos con complejos
motivos asociados precisamente a rituales chamánicos. Los objetos
funerarios mostraban una distribución en un patrón posiblemente muy
significativo, al tiempo que algunas piezas estaban rotas en pedazos y
varias otras mostraban huellas de haber sido quemados, producto quizás de
algún ritual de fuego que se efectuaba en ocasión del sepelio (Huang,
1992).
En otro revelador descubrimiento reciente de tumbas en el sitio de
Lingjiatan, un centro ceremonial de una cultura vecina de Liangzhu, se
detectaron una gran cantidad de objetos de adorno y de hachas rituales sin
huellas de uso confeccionadas de nefrita y materiales como la serpentina,
acomodados en varias capas superpuestas; entre las ofrendas también se
encontraban lotes de objetos, piezas de tortuguitas, una especie de
tablitas de jade y otros objetos en la forma de mangos con una boca
oblicua, que podrían haber sido usados como instrumentos en prácticas
adivinatorias que por primera vez están siendo documentadas en el registro
arqueológico del período neolítico en China (Instituto de la Provincia de
Anhui, 2009), y que para fechas posteriores igualmente han sido vinculadas
a manifestaciones chamánicas.[3] De manera sugerente, entre las ofrendas
también se identificaron desechos de la talla de jades, como los que
también han sido reportados para entierros de la élite Liangzhu.
Este tipo de hallazgos no sólo indican la existencia de determinadas
prácticas rituales, sino también sugieren una íntima conexión entre
aspectos políticos y religiosos, al tiempo que ponen al descubierto la
configuración de patrones específicos de la especialización artesanal.
Eminentes jadeólogos chinos [4] (Wang Mingda 1992 apud. Liu 2003; Wiesheu,
2012a) han planteado al respecto que los sofisticados artefactos rituales
de jade eran elaborados por los mismos jefes religiosos o chamanes quienes
los empleaban para efectuar ceremonias en que ellos actuaban como
intermediarios entre los seres humanos y las entidades sobrenaturales. Al
poner de relieve tal estrecha relación entre el conocimiento cosmológico y
la talla de jades destinados principalmente a propósitos suntuarios y
rituales, otros autores como Liu Li (2003) han postulado que individuos de
las propias élites podrían haber estado directamente involucrados en la
producción de bienes de prestigio, o al menos haber intervenido en las
etapas finales de su manufactura. Apoyado en el hecho de que varios
entierros de élite de culturas neolíticas contienen piezas de jade no
terminadas y sin pulir, o con marcas del trabajo artesanal en diferentes
etapas del proceso productivo, Liu (ibid.) llegó a afirmar que pueden haber
sido los mismos integrantes del sector de la élite quienes aparte de
poseer el conocimiento cosmológico, también tenían el acceso a la materia
prima y que asumían el control sobre la producción de los objetos
terminados.
Por consiguiente, estas personas de manera simultánea deben de haber
desempeñado los roles de líderes, de practicantes rituales y artesanos. Su
monopolio sobre determinadas etapas de proceso de trabajo asimismo les
habría permitido establecer un control sobre su circulación y usar tales
objetos exóticos para construir vitales redes del poder articuladas en
nexos de intercambio a larga distancia. Como parte de una amplia esfera de
interacción entre distintas jefaturas regionales, al lado de formas
cerámicas asimismo se generó una extensa circulación de formas de jades
rituales y de figuritas de animales como tortuguitas y aves; sin embargo,
no se llegó aquí a conformar un estilo de arte uniforme, si bien en las
diversas culturas de jade locales posiblemente se hayan realizado prácticas
religiosas semejantes (Liu, ibid.). Como en este sentido afirma Liu
(2003:29): "Cada una de las culturas regionales tenía su propia tradición
del estilo simbólico en el uso de jades, mientras que motivos y formas
particulares estaban ampliamente distribuidos. Estas formas de arte
compartidas pueden haber resultado de la interacción interregional entre
practicantes rituales que eran tanto artesanos como personas de jefes."
No obstante, aún no queda muy claro qué factores específicos de la
interacción entre los centros regionales subyacen a tan extensa
distribución de tales insignias del poder y demás objetos ceremoniales,
misma que podría obedecer a aspectos como la emulación o alianzas tejidas
mediante regalos o el intercambio a larga distancia de bienes de prestigio,
para lo cual sería fundamental esclarecer si los jades de las culturas
neolíticas terminales de zonas interiores del territorio chino procedían de
los mismos yacimientos locales ubicados en las cercanías de las jefaturas
teocráticas más eminentes que se desarrollaron sobre todo en las zonas
costeras (Huang, 1992), en que los yacimientos de los materiales de nefrita
pudieran haberse agotado desde tiempos muy antiguos (Liu, 2003; cfr.
Wiesheu, 2012a); obviamente una gran tarea pendiente aquí es determinar si
los jades se movilizaban a otros centros regionales como materia prima para
entonces ser confeccionados localmente, o si se importaban en la forma de
objetos terminados a través de ciertos mecanismos de intercambio.
Por su parte, en el ámbito mesoamericano de la vasta interacción macro-
regional que se generó en el Formativo, se configuró todo un estilo
panregional de arte, patente en la distribución de materiales exóticos con
imaginería olmeca que se extendió hasta Centroamérica y en que desempeñaron
un papel importante objetos como los espejos de pirita y los de jadeíta y
otras piedras verdes como la serpentina (Lesure, 2004). Vinculados de la
misma manera con la configuración de un liderazgo centralizado, entre los
objetos de piedra verde destacan las hachas, figurillas y perforadores para
el sagrado ritual que con frecuencia estaban colocados en ofrendas o
depósitos votivos como aquellos identificados en los sitios olmecas de El
Manatí, La Merced y La Venta. Además de que en estos contextos rituales los
objetos exhiben arreglos formales y patrones de piezas rotas, resalta que
sobre piezas de estos materiales también se empezó a plasmar una
iconografía que ostenta un patente ceremonialismo y con convenciones que
enfatizan rasgos felinos como la boca o las fauces del jaguar, o donde se
fusionan elementos de la fisonomía de seres humanos con los del jaguar.
Resultan aquí en particular reveladoras las supuestas figurillas de la
transformación chamánica, que se cree que representan la transformación
mágica de hombre en animal por medio de un trance extático (Furst 1969
apud. Taube, 2004), concepción semejante que se puede encontrar entre los
mayas del Clásico, en que el glifo para way –noción que significa alter-ego
o co-esencia–, representa los atributos del jaguar y de seres humanos.[5]
Por tanto, al igual que en las teocracias arcaicas del jade de la
China predinástica, los objetos elaborados en jadeíta y otras piedras
verdes del horizonte olmeca en Mesoamérica sugieren una gran importancia de
elementos mágico-religiosos vinculados a prácticas chamánicas y de su
manipulación ritual para validar las nacientes jerarquías políticas, del
mismo modo que en ambas áreas culturales se configuró una extensa
interacción macro-regional en que determinados artículos exóticos
circularon a una gran escala geográfica. Al representar tales bienes
elementos de una creciente estratificación social, en su elaboración ya se
empezó a gestar una valoración diferencial de las piedras verdes de acuerdo
con criterios como la calidad del material, el tamaño, los colores o la
composición de los objetos, tratándose aquí de gradaciones de valores que
se llegaron a elaborar en la civilización maya del Clásico (Lesure, 1999 y
2004).
En análisis recientes de artefactos de piedra verde, Jaime-Riverón
(2010), por ejemplo, ha inferido que mientras que en el incipiente proceso
de jerarquización de las primeras entidades políticas complejas en el
Formativo Temprano algunas hachas y cuentas se hacían de manera preferente
en jade azul y jade negro procedente del Valle del Motagua en Guatemala,
así como de basalto gabro y serpentina obscura –está última proveniente de
canteras de Tehuitzingo y Cuicatlán en el sur del Puebla–, pasando al
Formativo Medio se favorecieron tonalidades más claras de la jadeíta (tonos
verdes amarillentos) y de la serpentina, es decir que ya se efectuaba una
selección explícita de la materia prima, y en algún momento del desarrollo
olmeca, la piedra verde se convirtió en un material único que denotaba la
concentración de la riqueza, y que tanto en Mesoamérica como en China era
más apreciado que el oro y la plata en Occidente. Tal como versa un dicho
atribuido a Confucio: "Al oro se puede poner un precio, pero el valor del
jade es invaluable."
También se ha planteado en cuanto a esta materia prima tan apreciada,
que en el Formativo mesoamericano las hachas petaloides de jadeíta podrían
haber servido de preformas a partir de las cuales se confeccionaron
estatuillas y otros objetos, y que dichas preformas de hachas podrían haber
constituido la unidad básica del intercambio de tales objetos exóticos
entre los olmecas, por lo cual dichos artefactos se habrían convertido en
importantes bienes de riqueza a la vez que fungieron como una forma
primitiva de la moneda, de manera que al igual que las hachas de nefritas
en la Melanesia tradicional, las hachas pulidas del Formativo mesoamericano
podrían haber jugado un importante papel en intercambios ceremoniales
(véase Taube, 2004). Los depósitos votivos de los olmecas sugieren
fuertemente que se trataba de "tesoros" o riqueza guardada o atesorada en
cachés, y de modo sugerente, las tonalidades verdes de estos materiales
"preciosos" no sólo representaban la planta verde del maíz y la fertilidad,
sino también se convirtieron en un símbolo mismo de la abundancia y la
riqueza, además de adquirir otras connotaciones posteriores vinculadas con
lo eterno, lo permanente, el aliento sagrado y la propia esencia vital
(Freidel, 1993; Taube, 2004, 2005, 2012; García Vierna, 2008), tal como se
refleja en particular en las máscaras en piedra verde de la civilización
maya.[6]
Los materiales de jadeíta obtenidos de guijarros y bloques en ríos de
la que probablemente fuera la fuente geológica más importante de este
mineral en el mundo mesoamericano, la de la región del Valle del Motagua en
Guatemala, aparte de su mayor facilidad de extracción, tendían a aportar el
jade más duro y más puro (Taube, 2004), por lo cual al igual que en el caso
de los minerales de la nefrita en la China antigua, el material recolectado
en los ríos debe de haber sido el preferido. Su forma natural de pétalo
pudo haber predeterminado la talla de hachas en estas formas, en una
primera etapa de su manufactura realizada mediante percusión, pero a la que
seguía todo un proceso arduo de trabajo que redundaba en valores agregados
a los objetos; y además, según afirma Taube (2005), en el proceso de su
creación artesanal, se les podría haber implantado ritualmente un aliento
sagrado o una "respiración vital".
Por tanto se puede decir que en el paisaje cultural mesoamericano se
conformó un mismo tipo de sociedades complejas tempranas que en el
Neolítico chino, en que los jefes que encabezan las entidades políticas
regionales, deben haber recurrido ampliamente a la religión y la ideología
como una importante fuente de su poder político el cual a su vez, a través
de la manipulación ritual y el control económico sobre artículos críticos,
les permitió establecer valiosas estrategias de redes político-económicas
centradas en la movilización de bienes exóticos en una extensa escala de
interacción interregional. El emplear en este contexto a miembros del
propio sector de la élite para realizar trabajos artesanales al interior de
sus propias unidades domésticas debe de haber sido una forma idónea de
vigilar a artesanos y sus productos (comentarios de Costin, en Inomata,
2001), en especial con relación a estas categorías de bienes especiales que
naturalizan distinciones sociales y que expresan el poder político y el
religioso (Inomata 2001; McAnany, 2010).


La economía ritual de la producción de jades
La estrecha interrelación entre aspectos religiosos y esquemas político-
económicos en que líderes o grupos de élite controlaron el trabajo
artesanal y al mismo tiempo manipulaban ritualmente un conocimiento
esotérico representado en objetos con una significativa carga simbólica e
ideológica, revela el predominio de una economía ritual, tal como se ha
propuesto en años recientes para la cultura olmeca y la maya del Clásico
(Wells, 2006; Mc Anany, 2010). Con planteamientos derivados en gran medida
de lo que Roy Rappaport había denominado "modo de producción ritual", en la
perspectiva teórica híbrida de la economía ritual se combina el enfoque de
la economía política que estaba en boga en la arqueología procesual, con
actuales intereses posprocesuales en los agentes y la identidad social, en
este caso de artesanos vinculados a contextos rituales en que las
habilidades técnicas y los conocimientos especiales requeridos para la
elaboración de artículos de alta valoración social constituían el criterio
más importante para su reclutamiento; en este esquema organizativo son por
lo tanto los propios practicantes rituales quienes fungen como los
especialistas artesanales, como una manera de poner en práctica la
materialización de la ideología a través de la posesión de un conjunto de
conocimientos esotéricos vertidos en la elaboración de objetos poderosos
(Spielmann, 1998; Wells, 2006) y sujetos a su vez a un consumo suntuoso y
ceremonial restringido que a estos individuos asimismo les redundaba en un
mayor poder y prestigio social.[7]
Aparte de la naturaleza en sí sagrada de piedras extraordinarias como
el jade obtenidas a menudo de fuentes distantes asociadas con un gran poder
místico (Helms, 1993), en este sistema de una producción ritual, notorios
valores adicionales son agregados en la talla de objetos singulares que
encapsulan significativos valores estéticos y morales (Baines y Yoffee,
1998), así como códigos culturales cualitativamente distintivos referidos a
un conocimiento privilegiado (Inomata, 2001), todos los cuales integran lo
que podríamos llamar una "cultura de élite".
El desarrollo de tecnologías complejas aplicadas a la transformación
de la materia prima en bienes de alta valoración social por su parte
conllevaba relevantes efectos estructurales por sus características de una
elaboración intensiva en trabajo, y más cuando estos objetos sirvieron para
representar elementos iconográficos en que se codificaron intrincadas
nociones cosmológicas e ideológicas manejadas únicamente por un círculo
social altamente excluyente. Tal como señala Freidel (1993:268), el control
sobre artículos críticos vino aparejado de un poder sobre el conocimiento
sagrado, donde materiales como los jades eran considerados por los antiguos
mesoamericanos no solamente como un tesoro económico sino también como:
"…un material intrínsecamente dotado de un gran potencial mágico, que es
poder político y social, a través de su talla y manipulación ritual." El
poder cósmico que emana de estos materiales mágicos y productos especiales
fabricados con un gran esmero puede ser plasmado en formas particulares de
los objetos o en elementos como los diseños, colores, la brillantez o su
sonido (Helms, 1993; Wells, 2006).
Como objetos de valor que encierran principios sociales,
valores culturales y preceptos sagrados, y que resaltan o crean
determinadas relaciones sociales, tales artículos especiales a su vez
representaron marcos fértiles para que se moldearan diversas metáforas
sociales que llegaron a connotar valores e ideales culturales esenciales
relacionados con la belleza, el valor y el mérito social, para constituirse
de esta manera en una plataforma a partir de la cual se pensaba el mundo
social (Lesure, 1999). De allí que tenemos por ejemplo las diferentes
concepciones culturales en torno a los jades y otros materiales
considerados análogos, los cuales llegaron a encarnar elementos intrínsecos
resaltados en las civilizaciones tempranas de China y Mesoamérica,
expresados incluso en los propios términos para el jade, el de yu en el
idioma chino y el de chalchihuitl en náhuatl, mismos que a la vez
representan nociones que sirvieron para evaluar a la gente y las cosas y
que formaron una parte esencial de la cultura "oficial" pregonada por la
élite gobernante, en cuyo marco el control sobre la producción y la
circulación de tales objetos de valor se convirtió no solamente en un
importante capital económico sino también en un vital capital simbólico y
cultural.[8]
De la misma manera, en ambas civilizaciones antiguas del jade, desde
muy temprano objetos de valor como los elaborados o retrabajados en estos
materiales "preciosos", se convirtieron en significativos bienes
inalienables que en su calidad de valiosas posesiones se heredaron de
generación en generación, y eran guardados como tesoros familiares que
reforzaban el estatus de un individuo o de grupos sociales particulares al
representar un vínculo de legitimación con respecto a un pasado ancestral o
sagrado, además de constituirse en un medio ideal para refrendar elementos
cosmológicos articulados con estructuras de poder existentes y para
naturalizar un orden social guiado por normas de la diferencia social y de
las posiciones de autoridad (Weiner, 1992 apud. McAnany, 2010).
La producción de artículos destinados a servir en primer lugar de
implementos ceremoniales impulsó notablemente el desarrollo económico en
las sociedades complejas tempranas y "lubricó" en particular las economías
de los palacios y las cortes reales en las entidades estatales de las
civilizaciones antiguas como la maya del período del Clásico; aunque muchas
de estas piezas salieron de los palacios en calidad de regalos, símbolos de
alianzas y objetos tributados a otras cortes más poderosas, los objetos
considerados inalienables, al no poder ser intercambiados, se volvieron
riquezas en manos de familias o un determinado grupo social, de forma que
los usos, los roles asociados y la historia de la vida social de los
objetos se tornaron un elemento sustancial de su valorización (McAnany,
ibid.).
Debido a su naturaleza sagrada e incluso del propio proceso de
producción, el jade representaba un material que se prestaba para la
creación de riqueza inalienable y que a veces era regalado, guardado,
escondido, enterrado e incluso destruido ritualmente (Kovacevich, 2010).
Las valiosas pertenencias sujetas a una circulación restringida,
consistentes en atavíos lujosos o pertrechos del gobierno o la realeza y de
la actuación ritual, que pueden ser prestadas pero nunca alienadas,
llegaron a fungir como poderosas fuerzas de la exclusión encaminadas a
establecer nuevas divisiones en la sociedad y remarcar viejas líneas de la
segregación, tal como quedó plasmado en aquellas representaciones de la
iconografía maya donde se retrata la realeza ostentando tales objetos de
valor, como se puede apreciar por ejemplo en el Panel 19 del sitio maya de
Dos Pilas, en que la Dama de Cancuén -esposa del Rey 3 de Dos Pilas- fue
retratada con vistosas joyas y vestida con una falda de jade de la deidad
del maíz asociada a la fertilidad y la regeneración, plasmadas en el color
verde-azulado del jade (McAnany, 2010).


La creación artesanal y artística en las cortes y residencias de la nobleza
maya
En la década de 1970, ya Michael Coe había propuesto que los escribas
mayas que formaban parte de la élite, también eran artistas y especialistas
artesanales que elaboraban códices, pintaban la cerámica, esculpían
monumentos y manufacturaban diferentes objetos votivos y ornamentales, en
tanto que los estudios arqueológicos, epigráficos e iconográficos
realizados en las últimas décadas han echado más luz sobre actividades
productivas realizadas por miembros de este sector; en inscripciones
jeroglíficas sobre cerámica y otros objetos finos quedaron registrados los
nombres de propietarios o los que encargaron los objetos, pero en algunos
también figuran los nombres de artistas que eran los mismos que escribían y
pintaban la cerámica, al tiempo que en algunas estelas aparecen las firmas
de los escultores, de la misma manera que en vasos policromos se han
retratado a tales escribas-artesanos involucrados en actividades
artesanales en un entorno cortesano (Inomata, 2001; Reents-Budet, 1998).
Varios textos incluso ostentan las insignias de su oficio y sus títulos, lo
cual indica que se trataba de individuos de la nobleza vinculados a las
instituciones centrales; éstos, además de llevar a cabo múltiples trabajos
artesanales, al mismo tiempo se dedicaban a labores administrativas,
diplomáticas y rituales, y en ocasiones asimismo podrían haber participado
en las frecuentes guerras como militares (Reents-Budet, 1998; Aoyama,
2010).
Una serie de trabajos arqueológicos realizados en residencias
reales y de nobles en la ciudad fortificada de Aguateca en El Petén
guatemalteco así como en otros sitios mayas como Copán y Seibal, en efecto
han corroborado que la producción artesanal debe haber sido una actividad
común entre miembros de la élite maya, inclusive de cortesanos del rango
más alto, los cuales confeccionaban objetos sofisticados a tiempo parcial y
en una baja escala, ya que al parecer importaba más la calidad que la
cantidad de sus productos; es más, estos individuos de un alto estatus
social y de identidades múltiples, aparte de desempeñarse como escribas,
escultores o pintores para ejecutar obras por encargo de los gobernantes y
otras personas de la nobleza, manufacturaban tanto objetos utilitarios como
artículos de lujo en diferentes materiales como piedra, hueso, concha,
madera y pieles, destinados al consumo dentro de sus propias unidades
domésticas de élite, y posiblemente en esquemas de colaboración en que
intervenían otros integrantes de éstas (Inomata, 2001 y 2007; Ayoama,
2010).
La producción de diversos objetos de una gran calidad
artística y de una alta carga ideológica y simbólica involucraba no sólo
una maestría técnica extraordinaria, sino también requería de un
conocimiento privilegiado del sistema de escritura, el calendario, la
historia, la religión y los rituales que eran componentes importantes de
una ideología estatal de dominación y de los patrones de alta cultura de la
élite maya, cuyo manejo debe haber implicado periodos prolongados de
educación y aprendizaje sólo accesible para un sector favorecido (Inomata,
2001). El cronista español Fray Diego de Landa mencionó que en el periodo
del contacto europeo, altos sacerdotes enseñaban a hijos de señores y a
otros sacerdotes a escribir y que impartieron conocimientos sobre el
calendario, la medicina y la religión (Tozzer, 1941 apud. Inomata,
2007:128). De este modo, a decir de Inomata (2007:127), al reclutar a estos
mismos individuos para realizar trabajos artesanales y artísticos en que
dieron forma concreta a los valores culturales esenciales inherentes a la
civilización maya: "El conocimiento esotérico guardado entre la élite
sirvió como elemento nuclear de su alta cultura, que reforzó sus
identidades compartidas de un estatus privilegiado y su cohesión para
propósitos políticos comunes […] en este sentido, la producción artística
por las élites mismas pudo haber servido para retratar la alta cultura de
élite como algo superior y algo deseado, y así ayudado a distinguir la
élite del resto de la sociedad."
En un contexto en que las relaciones sociales se extienden más
allá de la sociedad humana para incluir a entidades sobrenaturales, la
propia producción de artículos hechos con delicadeza se encontraba asociada
con poderes sobrenaturales y mágicos, siendo incluso equiparado a un acto
de la creación divina y en que la transformación de la materia prima en
objetos sofisticados pudo haber incluido rituales específicos, tabúes u
otros elementos de un conocimiento privilegiado excluyente.[9] Ello es
patente por ejemplo en la confección de máscaras faciales de jade y otros
minerales de piedra verde que en sí eran objetos animados, y donde en el
proceso creativo de su fabricación y mediante un acto ritual se les
implantaba una entidad anímica, denominada ik en maya –que significa
aliento o respiración–, una fuerza vital universal asociada en particular
con el jade y que con frecuencia se retrataba como un elemento suspendido
frente a la nariz, incluso ya desde el período del Preclásico (Taube 2005 y
2010).
Además de ser estimados por sus cualidades físicas y demás
asociaciones sobrenaturales sagradas junto con la escasez de los materiales
de jade que exigía un aprovechamiento óptimo, el intrincado trabajo
artesanal y la aplicación de un conocimiento mágico y sagrado redundaba en
una suma de valores agregados y de potencias asociadas a tales objetos que
en ocasiones se volvían importantes emblemas personales o posesiones
familiares en que la antigüedad y la historia social de tales objetos
finamente elaborados eran otro factor crítico del gran aprecio que se les
guardaba (García Vierna, 2012). Como apunta Inomata (2007:131): "Lo que
era importante para la élite maya del Clásico, no eran solamente los
valores estéticos y prácticos de los productos finales pero el acto de la
creación artística misma, el acto que era la encarnación del poder del
dios, las luchas hacia la realización de ideales culturales, y la
confirmación de valores ideológicos."[10]
En excavaciones de residencias de élite ubicadas a lo
largo de un sacbé que las conectaba con el palacio real y la plaza
principal del sitio de Aguateca, se detectaron importantes vestigios de
actividades artesanales de la elaboración de objetos líticos, ornamentales
y votivos, donde en el caso de residencias de altos cortesanos como la Casa
del Escriba o la Casa de los Espejos –llamada así por los indicios de los
trabajos de reciclaje de piezas de pirita– también se revelaron huellas de
la preparación de pigmentos posiblemente para pintar códices o vasos de
cerámica. En otra residencia, la Estructura M8-8 o "Casa de las Hachas", se
recuperó un gran número de hachas pulidas de piedra verde de un escultor
quien las usó como instrumentos de trabajo por su dureza y quien al parecer
por encargo también esculpió estelas para el gobernante en turno y para
registrar en éstas hechos dinásticos o históricos importantes (Inomata,
2001 y 2007; Aoyama, 2010).
Por consiguiente, nobles de alto rango así como las élites
secundarias o intermedias, de un modo independiente y quizás por iniciativa
propia, por un lado fabricaban en diversos materiales desde instrumentos
líticos y armas, hasta objetos preciosos e íconos poderosos, para su
consumo dentro de sus propias unidades domésticas o para intercambios de
regalos o dedicaciones a entes sobrenaturales, los cuales les servían a la
vez en la intensa competencia interna desatada entre diferentes actores
políticos del sector de la élite, en un escenario de constelaciones
políticas en constante cambio durante el Clásico Tardío; pero estos
individuos también actuaban como productores dependientes cuando
manufacturaban obras artesanales y artísticas comisionadas por sus
superiores, actividades que obviamente les redundaba en un gran prestigio
social (Inomata, 2007; Ayoama, 2010). Por lo tanto, además de objetos
utilitarios necesarios para desarrollar sus labores, dichos artesanos
confeccionaban artículos críticos en que han materializado la ideología
oficial y que debido a su patente significado simbólico sirvieron en última
instancia para sostener a las élites y las civilizaciones (Inomata, 2007).
Su identidad de élite representaba un factor clave en este
sistema de producción en que el conocimiento privilegiado era un requisito
fundamental para su reclutamiento. Se generó de esta manera un patrón que
contrasta en mucho con lo que se había planteado en el seno de la
arqueología procesual concerniente a las categorías de la especialización
artesanal en sociedades complejas tempranas, con respecto a las que ahora
se ha formulado como una variante importante de la producción dependiente,
la existencia de una especialización del tipo "incrustada" o "comisionada",
la cual se desarrolla en las propias unidades domésticas de los productores
y donde el estatus de los artesanos coincide con quienes consumen los
bienes producidos (Costin, 1998). En lugar de productores de un bajo
estatus social y con una producción patrocinada por líderes e instituciones
centrales, tal como se había asumido en las caracterizaciones tradicionales
de la evolución de esquemas de la especialización artesanal, lo que tenemos
aquí son artesanos de élite con una gran visibilidad arqueológica que han
resultado ser reconocibles en las representaciones iconográficas y los
registros epigráficos plasmados en el contexto de las cortes reales y
economías palaciegas de la sociedad maya del Clásico.
Además de trazar la identidad social y de analizar los
contextos de producción de las actividades artesanales, para dar cuenta de
una manera más puntual de tales esquemas productivos resulta imperativo
elucidar las cadenas operativas de la transformación de las materias primas
en productos terminados, a la vez que prestar una debida atención a la
visión a partir de los propios artesanos (Shimada, 2007). En varios
estudios recientes y de reinterpretaciones de la organización económica
maya en que se ha sugerido la existencia de tales economías palaciegas o de
una producción guiada por esquemas rituales en la elaboración de artículos
exóticos como el jade que posee fuertes connotaciones cosmológicas y
simbólicas, en efecto es posible delinear tales cadenas operativas y donde
en el caso de estos materiales excelsos es altamente probable que también
se haya hecho una distinción consciente entre diferentes materias primas en
función de determinadas categorías de objetos o tipos de jades empleados
así como de acuerdo con el rango social del usuario, aunque según señalan
Andrieu y colegas (2012), ello también podría obedecer a diferentes redes
del abastecimiento. Por otro lado, un estudio comparativo del material
bibliográfico acerca de seis sitios mayas junto con el análisis de
materiales procedentes de Calakmul y Río Bec realizados por estos autores,
indica que el 92 % de las piezas de jades recuperadas, procedían de tumbas
y ofrendas, si bien éstas no siempre estaban asociadas a las tumbas más
ricas.

La producción segmentada de objetos de jade en talleres mayas
En asentamientos adyacentes a yacimientos de la jadeíta en el valle medio
del Río Motagua en Guatemala, donde en 1952 Robert Leslie reportó fuentes
extensivas de estos materiales en afloramientos en montañas alrededor del
valle, y de guijarros y bloques en dicho río y sus tributarios, con base en
resultados de recorrido de superficie y excavaciones limitadas en el sitio
de Guaytán, y en el marco de su tesis doctoral de 1982 Walters había
propuesto un modelo tentativo según el cual pequeños talleres en
comunidades chicas pasaban materiales de jadeíta o piezas parcialmente
trabajadas a sitios de mayor jerarquía y con talleres más complejos en que
especialistas dependientes ejecutaban las etapas siguientes de la
producción artesanal. Por su parte, en recorridos de superficie realizados
en 2005 en la zona del río Lato inferior se detectaron 28 sitios agrupados
en cinco niveles de la jerarquía de asentamientos, y grandes cantidades de
desechos de jade indicaban una distribución dispersa de vestigios del
trabajo artesanal; en el sito de Vargas IIA se observó cierta concentración
cerca de un montículo de funciones desconocidas, en tanto que en trabajos
de excavación efectuados allí, se identificaron restos de todas las etapas
en la producción de cuentas de jadeíta, desde nódulos, lascas, cuentas
rotas etc., los cuales asimismo estaban asociados a instrumentos de trabajo
de pedernal, mazos de jade, taladros de pedernal y una piedra con una
depresión circular que pudo haber sido utilizada para el desgaste y
pulimento de piezas cortadas. (Rochette, 2006 y 2009)
De manera semejante en la misma región, en el sitio de Guaytán 4, se
hallaron más de 2500 artefactos de jadeíta y más de 250 perforadores de
pedernal, y estaba allí presente todo el rango de técnicas de la confección
de piezas de jade, desde la percusión, el corte, perforaciones, desgaste, y
de pulimento, aun cuando con la excepción importante de la talla de
incisiones. Por tanto, la lapidaria del jade se realizaba a cierta escala
en todos los niveles jerárquicos de los sitios, en una producción doméstica
encaminada principalmente a elaborar cuentas y realizada más bien como una
actividad artesanal intermitente, ya que acorde a los ciclos agrícolas, los
campesinos combinaban las labores de cultivo con la manufactura de objetos
de diversos materiales en que empleaban las mismas tecnologías
"intersectantes" (intersecting technology), quizás como parte de la
diversificación de estrategias de producción de sus propias unidades
domésticas. Dado que obviamente en los sitios de esta región la materia
prima era abundante y de fácil recolección en los ríos, el acceso a la
misma de seguro era algo difícil de controlar, al tiempo que el trabajo
artesanal consistía principalmente en la percusión relacionada con las
primeras etapas de la producción, pero no está claro cómo tales materiales
y primeros productos se movían a través de grandes distancias para surtir
talleres en zonas más distantes de los yacimientos. Cabe aquí la
posibilidad que hayan existido múltiples redes de abastecimiento,
intercambio y distribución de los materiales y las preformas
manufacturadas. (Rochette, 2009)
Por su parte, es en el sitio de Cancuén, en el Petén guatemalteco,
donde se ha empezado a documentar una producción de jades a una gran
escala. Ubicado a orillas del Río Pasión y al inicio de la ruta natural
navegable de intercambio y comunicación conocida como el sistema Pasión-
Usumacinta, este centro maya se encontraba en una posición estratégica y de
transición entre las Tierras Altas volcánicas y las Tierras Bajas
tropicales (Kovacevich et al., 2003). Al parecer, el rey quien gobernó a
esta ciudad entre 760 y 800 d.C., Taj Chan Ahk, supo aprovechar muy bien
esta localización favorable para llevarla a su apogeo político y económico,
si bien en 800 fue abandonada de manera repentina (Andrieu et al., 2012).
En temporadas de campo de 2000 a 2002 se descubrió y excavó un taller de
jade en el Grupo M10, cerca del puerto natural y a sólo 500 m del palacio
en el centro del sitio; los análisis del taller, enfocados a la
distribución de las técnicas de manufactura utilizadas en relación con el
tipo de estructuras arquitectónicas detectadas, llevaron a Kovacevich (et
al. 2002, y 2006 apud. Andrieu et al., 2012) a plantear que existía una
estricta división del trabajo según la cual las últimas fases de la
producción deben de haber estado a cargo de miembros de la propia élite que
a través de este mecanismo podía controlar su producción, aunque se detectó
una distribución más amplia de las cuentas menos valoradas y quizás
fabricadas por personas de segmentos no-élite que entonces las podían
intercambiar libremente en transacciones comerciales o como equivalencias
del valor comercial, es decir, fuera de las reglas de la interacción
económica basada en la movilización de bienes de prestigio (Kovacevich,
2006 apud. Andrieu et al., ibid.).
Al reevaluar los desechos del taller y siguiendo la metodología de la
tecnología lítica desarrollada para estudios de la obsidiana y el pedernal,
y con el fin de identificar cada etapa en la cadena de producción, Andrieu
(ibid.) se propuso además inferir aspectos como la cantidad producida y el
nivel del desarrollo tecnológico junto con un análisis de materiales
recuperados en las temporadas 2004-2008 en este taller de finales del siglo
8, conformado por un grupo de tres estructuras alrededor de un patio, que
en realidad son basureros domésticos de una gran cantidad de tiestos de
cerámica y con unas 3600 fragmentos y bloques de jade recuperados.
De acuerdo con las categorías visuales de tonalidades verdes, la
materia prima utilizada probablemente venía de una sola fuente, pero que no
coincide con la del Valle del Motagua; ésta era transportada a Cancuén en
bloques que mostraban los puntos de quiebre a lo largo de las vetas de
fracturas naturales de minerales como la albita. Se identificaron las
etapas de fabricación de preformas de orejeras y cuentas con grandes
desperdicios de partes de mala calidad, hechas éstas con percutores de jade
sobre yunques, y luego se escogían las partes más verdes, las cuales eran
cortadas por fricción con una cuerda y un abrasivo en una fase muy
intensiva en trabajo, para después con golpes elaborar preformas de
orejeras y cuentas.[11] Destaca que no se tallaban aquí objetos de mayores
proporciones como hachas que por lo general eran de colores más obscuros,
pero estaban claramente ausentes las etapas anteriores al pulimento de los
artefactos, por lo cual se aprecian las marcas de corte. Ello indica que
las piezas no fueron terminadas en este taller, de modo que las fases de la
perforación, el desgaste de las preformas y el pulimento y obviamente de
incisión de diseños o glifos que requerían el conocimiento de la escritura
y de los códigos iconográficos particulares, deben de haberse llevado a
cabo en otro taller. En dos estructuras de élite se encontraron dos
pulidores de orejeras, pero aquí la escasez de desechos podría implicar que
éstos eran exportados como productos terminados. Resulta por otro lado
significativo que la materia prima para la máscara de Pakal en Palenque
procede de la misma fuente que la que trabajaron los artesanos del taller
de Cancuén[12] y aunado a la evidencia cerámica ello sugiere en efecto la
existencia de una ruta de intercambio para transportar este tipo de jade a
la zona de Palenque. Andrieu y sus colegas concluyen que el sitio de
Cancuén sólo estaba involucrado en la producción de preformas de cuentas
circulares y de orejeras menos valoradas, así como en la búsqueda de las
partes más homogéneas y verdes de los bloques transportados allí, algunos
de los que incluso eran de grandes dimensiones, todo lo cual sugiere una
compleja organización de la producción y de los nexos de intercambio,
respecto de los que también deben haber existido otros talleres en el sitio
desde que se distribuían o exportaban las piezas a otros centros (Andrieu
et al., ibid.).
Según ha sugerido Kovacevich (2010; Kovacevich et al., 2002 y 2003),
respecto de las características del proceso del trabajo lapidario en sitios
del Valle del Motagua y de centros mayas como Cancuén, es posible inferir
la existencia de una producción segmentada, en que determinados grupos
sociales intervenían en etapas específicas del proceso del trabajo
artesanal; mientras que individuos de la población común participaban en la
talla inicial de los artefactos, como es la percusión, el corte, y la
perforación de las piezas, éstos eran terminados en residencias de
integrantes de la élite quienes ejecutaban los pasos finales como el
pulimento y las más complicadas incisiones, para de este modo confeccionar
objetos rituales cargados socialmente cuyo últimos dueños eran ellos
mismos, y quienes así pudieron: "… separar al productor del producto a
través de un monopolio de conocimiento ritual y esotérico" (Kovacevich et
al., 2002: 153). El que las piezas finamente elaboradas no podían ser
usadas por los talladores comunes, se refleja en la evidencia arqueológica,
ya que tal como atestiguan los trabajos realizados en Cancuén, tales piezas
suntuosas no se encontraron ni en sus unidades domésticas ni en ofrendas o
entierros, tratándose de seguro de normas validadas por reglas suntuarias,
tabúes rituales y un conocimiento especial monopolizado por la élite, al
igual que sucedió con el incipiente sistema ritual expresado en el uso de
determinadas formas rituales de jades en el neolítico chino.
La misma autora conjetura que a la vez de servir como un crucial
recurso del control social y del poder para los gobernantes de Cancuén, su
papel monopólico en la producción y distribución de bienes exóticos también
les permitió ejercer un control sobre la ruta más grande de intercambio con
la zona occidental del área maya, y en este marco regional ellos podían
haber hecho un amplio uso de piezas de jade y la pirita, para obsequios
valiosos y para de este modo consolidar sus nexos políticos con los lideres
de otros centros de las Tierras Bajas (ibid.).
La segmentación del proceso de producción y la restricción de algunas
tecnologías quizás era aquí una estrategia clave, aunque como subraya
Kovacevich, las tecnologías no estaban restringidas por el tipo de
herramientas usadas o de los materiales, sino por las habilidades y
conocimientos adquiridos en largas etapas de entrenamiento no accesibles a
todos los miembros de la sociedad. En la elaboración de objetos con grandes
poderes rituales y simbólicos, a menudo vueltos bienes inalienables, las
personas que crearon objetos para ellos mismos se convertían en
contenedores de un conocimiento acumulado que en el seno de un sector
social privilegiado redundaba en un vital capital cultural (Kovacevich
2010; Kovacevich et al, 2002).


Conclusiones
Este tipo de investigaciones arqueológicas recientes sobre el trabajo
artesanal de jades en sociedades complejas tempranas de China y culturas
como la olmeca y la maya en regiones mesoamericanas brindan un panorama muy
ilustrativo sobre la manera en que producción y el consumo de bienes de
alta valoración social plasmaron esquemas de una economía ritual en que se
articularon aspectos económicos, políticos y religiosos. Los artefactos
ideotécnicos de jade y otras piedras verdes se usaban en ambas áreas
culturas más que nada como objetos de prestigio social y parafernalia
ritual, lo cual asimismo redundó en reforzar ideologías del dominio y de un
conocimiento excluyente sostenidos por las élites en el poder; ello
mediante un proceso de manufactura en que intervenían individuos y grupos
de varios rangos sociales según las etapas respectivas de la cadena
productiva, pero donde aquellas etapas de la producción que implicaban el
manejo de conocimientos especiales que formaban parte de una cultura de
élite se desarrollaban por miembros propios de este sector social.
Esto permitió a este sector mantener un control no solamente sobre la
producción y distribución de determinados bienes como los jades y otras
piedras verdes sino también un monopolio sobre conocimiento esotérico que
dio una forma concreta a creencias y valores inherentes en una cultura de
élite y que redundó en acumular un importe capital cultural y simbólico que
a vez podía ser utilizado para apuntalar posiciones sociales centrales y
para negociar importantes alianzas en redes estratégicas del poder político
y económico en sociedades complejas tempranas de jefaturas y Estados
tempranos en que la ideología representó una vital fuente del poder
central. Es así que estos materiales elitistas tan altamente valorados
representaron marcadores sociopolíticos por excelencia que fueron
elaborados en el ámbito de economías rituales tales como las que
predominaron en la China de finales del Neolítico y en las sociedades
mesoamericanas de los olmecas del Formativo y los mayas del período
Clásico.


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[1] Los minerales de la nefrita y la jadeíta son considerados como los dos
jades verdaderos. La jadeíta es más dura, presenta colores más brillantes y
se encuentra en menos yacimientos en el mundo, entre los que destacan los
de Birmania, desde donde a partir del Siglo 18 también fue importado en
China.
[2] Véase para el debate sobre la supuesta existencia de una Edad del Jade
en el Neolítico chino, a Wiesheu (2012 a y b).
[3] Tortuguitas de jade han sido encontrados en varias culturas neolíticas
y en cuanto a los objetos de forma oblicua de función incierta, éstos por
vez primera han sido vinculados con la adivinación, donde en el contexto de
la dinastía Shang reyes y adivinos invocaban a los espíritus de los
ancestros y quizás de otras entidades sobrenaturales, en rituales que
podrían haber involucrado experiencias extáticas.
[4] Gracias a la importancia de los jades en la tradición cultural de
China, se ha creado en este país un campo de investigación específico
denominado jadeología (yuxue), que se entiende como un ejercicio
interdisciplinario que incluso ha dado lugar a la creación de programas de
investigación y de estudios explícitos. Véase a García Rubio de Ycaza y
Wiesheu (2015).
[5] En opinión de Karl Taube (ibid.), éstos representan los ayudantes
espirituales de los chamanes, tales como aún son usados entre los quichés
de las tierras altas de Guatemala, los cuna de Panamá o los chocó de
Colombia, en que imágenes esculpidas se emplean como encarnación de
espíritus invocados en ritos de adivinación y en prácticas curativas, del
modo que también eran componentes importantes del ritual olmeca y de la
comunicación con los espíritus.
[6] Véase al respecto de las máscaras de jade mayas, los análisis de García
Vierna (2008 y 2012).
[7] Una discusión más amplia sobre la perspectiva teórica de la economía
ritual se puede encontrar en Wiesheu (2014).
[8] El capital cultural es conocimiento que permite a quienes lo poseen
entender y apreciar ciertos tipos de relaciones y productos sociales
(Bourdieu, 2002:2) y que en muchas sociedades está vinculado con el capital
simbólico que es distribuido de manera desigual entre las diferentes clases
sociales y puede en determinadas circunstancias ser convertido en una
posición política. El capital cultural encapsula nociones de valores
estéticos y morales, y que de acuerdo con Inomata (2001) también incluyen
los conocimientos.
[9] Aun ara tiempos coloniales, el obispo Fray Diego de Landa mencionó que
los talladores de esculturas de madera, junto con sacerdotes, se encerraban
en chozas temporales durante los trabajos artesanales realizados, mismos
que a su vez involucraban diversas prácticas religiosas como el ayuno, el
sangrado ritual, quema de incienso y abstinencia sexual (Tozzer 1941:160 en
Inomata 2007:129).
[10] Existen imágenes de deidades llevando a cabo tales actividades,
indicando que tales actos creativos eran representaciones del poder y de la
sabiduría de los dioses (Reents-Budet, 1998). También se ha encontrado la
firma de un escriba sobre un dintel labrado de piedra y en una vasija en el
sitio de Xkalumkin, así como residencias en que el alto estatus de sus
ocupantes estaba indicado por numerosos adornos de jade y objetos tallados
con el glifo-emblema de la ciudad, que es un título real reservado
únicamente para los individuos de alto rango (Grube en Inomata, 2007). Por
su parte, McAnany (2010) afirma que los artesanos pueden haber sido los
mismos que son mostrados en escenas palaciegas policromas recibiendo
tributos, llevando registros de los tributos y realizando otro tipo de
funciones burocráticas que mantenía operando al palacio; las firmas que
aparecen son de hombres, aunque pudieron haber existido mujeres colaborando
en las actividades artesanales.
[11] El color de jade más cotizado era el llamado "verde imperial" que
destaca en algunos objetos únicamente asociados a contextos de la realeza,
si bien los dos perforadores del jade fueron encontrados en rellenos; en
que las cuentas menos valoradas y de más amplia distribución eran
confeccionadas con desechos de producción (Andrieu et al. 2012; Forné et
al., 2013).
[12] Al parecer esta fuente estaba localizada en la parte occidental del
Valle del Motagua (Forné et al., 2013).
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