Esperando a Perón (o la máquina de escribir) El pensamiento del valor en Responso de Juan Jose Saer

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Descripción

LASA 2015. San Juan, Puerto Rico Karina Miller, UCI

Esperando a Perón (o la máquina de escribir)

En el mundo indiferente de los objetos, ¿Qué es, qué significa una máquina de escribir? En la novela Responso de Juan José Saer una máquina de escribir equivale a doce mil pesos. O mejor dicho, a perder doce mil pesos. Pero equivale también a perder o ganar un futuro, a olvidar el pasado, y, de manera estructural, a la posibilidad de otra trama, de otro final, o, en definitiva, de otra novela. Esta cadena de equivalencias no sólo pone en escena un interrogante por el valor de la literatura –materializado metonímicamente en la máquina de escribir- sino también por el valor en sí mismo, es decir, el pensamiento del valor, y la consecuente posibilidad de asignarle un rol, una función o una equivalencia a la escritura. La máquina de escribir como objeto no se define únicamente por su materialidad sino también y por sobre todo por su función: ¿para qué sirve una máquina de escribir que no se usa para escribir? ¿es posible asignarle un valor? Podríamos pensar Responso como la historia de una máquina de escribir que no escribe. Una máquina inútil. En este sentido la inutilidad postula la interrogación por el valor. Pero esta no es una pregunta abstracta sino que también, como lo ha observado Marx con respecto a la mercancía, es la manifestación del valor como forma histórica y como relación social. De esta manera, propongo, la máquina de escribir que no escribe pone de relieve una falta que se hace visible por lo negativo, marca un silencio, plantea la pregunta ¿qué es lo no se escribe? Como se verá más adelante el vacío que hace visible Responso apunta a la imposibilidad y la negación de escribir el futuro y

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específicamente el porvenir como la realización de un proyecto que involucra la correspondencia entre literatura y valor. En el caso que nos ocupa, la máquina de escribir es un objeto de intercambio que circula y adquiere valor en relación a ciertos contextos que se lo agregan o sustraen, según la circunstancia. Sin embargo, su inutilidad o improductividad como instrumento de escritura la sustrae de toda lógica del beneficio y de la equivalencia, pero también, propongo, del imperativo de compromiso propio de los sesentas. Concepción, la esposa de Barrios, la tiene en calidad de préstamo del Ministerio de Educación. Barrios se la pide prestada para disfrazar la mentira de que el diario La nación le ha ofrecido dinero para que escriba unas notas; el empleado del casino clandestino se la queda a cambio de fichas de juego por el valor de doce mil pesos, Barrios pierde los doce mil pesos en la ruleta y también pierde la máquina y un futuro en una casa ordenada y calma con su mujer. La máquina pone en juego –literalmente- su valor: lo expone en el juego de ruleta y de esta manera reproduce y simula la pregunta por el valor. La máquina no se ajusta a las fluctuaciones del mercado regido por la oferta y la demanda, sino que responde a una lógica oculta de significaciones relacionadas con el tiempo y los recuerdos (y por lo tanto de lo que ha sido y de lo que podría, aún, ser): Barrios fue periodista y delegado peronista del sindicato antes del 55’, cuando lo echaron a tompadas sus colegas gorilas en un episodio del cual nunca se pudo recuperar. Mientras caían las bombas y se oía el griterío de la gente en la ciudad, Barrios, golpeado y sucio, comenzaba su decadencia de cuerpo y alma: un cuerpo gastado por el alcohol y la gordura y un alma gastada por la mentira, la soledad y la desidia. Es curioso entonces que la máquina de escribir se encuentre en el centro de este relato, problematizando así la articulación entre literatura y política, ficción e historia.

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Saer escribe Responso en 1964, en pleno gobierno de Illia, que dos años después sería derrocado por el golpe de estado de Onganía. El peronismo estaba proscripto, los sindicatos eran contrarios al gobierno y los rumores del golpe eran constantes. Nueve años después Rodolfo Walsh declara su famosa frase que encarna la disyuntiva de la literatura frente a la Revolución: “hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo la manejás es un abanico o es una pistola.” Responso anticipa esta frase, anteponiendo a la disyuntiva que se había creado anteriormente con la Revolución Cubana- (y mucho antes, a principios del siglo XX) el pensamiento sobre la función y el consecuente valor de la literatura, es decir, su potencialidad. La inutilidad de la máquina señala esta potencialidad ya que, como afirma Agamben (siguiendo a Artistoteles), toda potencia es al mismo tiempo la potencialidad de ser y la de no ser, de hacer y de no hacer. Detengámonos por un momento en esta idea: de acuerdo a los místicos, comenta Agamben, la materia oscura que la creación presupone es nada menos que la potencialidad divina: “The act of creation is God’s descent into an abyss that is simply his own potentiality and impotentiality, his capacity not to.” (Loc 4798) Desde esta perspectiva, por ejemplo, la potencialidad del arquitecto radica en el potencial de construir y de no construir, la potencialidad del poeta en la de escribir y la de no escribir; es decir, el modo de existencia de la potencialidad es el de poder pasar y no pasar –al mismo tiempo- a la actualidad; como señala Agamben, “the possibility of privation”. De esta manera entonces se pone de relieve cierta imposibilidad del poder de la voluntad y la decisión de volverse actuales, de actuar frente a o en la potencialidad, ya que esta es, por definición, la potencialidad de decidir y no decidir, de comprometerse y de no comprometerse. Como señala Agamben respecto a Bartleby: “The formula that he so obstinately repeats destroys all possibility of constructing a relation between

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being able and willing [… ] is the formula of potentiality”. (Loc.4837) Pero este “umbral” no es el abismo de la nada sino el espiral luminoso de lo posible, ya que el interrogante que plantea el relato de Melville puede ser formulado de la siguiente manera: “Under what conditions can something occur and (that is, at the same time) not occur, be true no more than not be true? (Loc. 4951) Podríamos afirmar que esta simultaneidad se hace posible bajo las condiciones de la ficción; por eso asignarle un valor, una función, o una equivalencia a la escritura significaría negar la potencialidad que la constituye. La máquina de escribir no puede escribir en la disyuntiva de ser ella misma u otra cosa de lo que es (una pistola o un abanico), porque de esa manera se actualizaría y perdería así su posibilidad de ser y, al mismo tiempo, de no ser literatura, adquiriendo un valor asignado por la equivalencia. Quisiera apresurar aquí una conclusión a la que espero volver: Responso es una novela sobre la escritura como potencialidad. Y más concretamente, sobre el valor de la literatura, el cual existiría siempre y también como posibilidad de privación, posibilidad de no actualización y, por lo tanto, de no valorización. Es decir: la interrogación sobre valor de la literatura lleva siempre implícita su propia imposibilidad de valoración. De esta manera, la máquina de escribir pone en juego –simultáneamente- su utilidad y su inutilidad. Al apostarla en la ruleta, Barrios la saca del circuito lógico de producción e intercambio, le niega su función de escribir y la suscribe a un presente descontextualizado (recordemos la idea de Benjamin de que el juego anula la noción de progreso). Pero esta descontextualización es un simulacro temporario, como todo juego, porque al perder la máquina y ser despedido a patadas del casino, Barrios vuelve a vivir la escena traumática del sindicato en el 55’. Pasaron muchos años desde ese

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episodio y Perón todavía no ha vuelto. No se sabe si va a volver. Perón y la máquina de escribir, los dos crean un vacío en la vida de Barrios. Hacia el final de la novela, el dueño del bar El tropezón comenta la noticia que lee en el diario esa madrugada, cuando Barrios regresa después de perder la máquina en el juego, a tomarse unas ginebras: “Aquí dice que el líder va a volver, así que habrá que prepararse- dijo el Colorao. –Qué va a volver- dijo Barrios, pensando en otra cosa, mirando fijamente el vacío. –De veras, dice que va a volver- dijo el Colorao- Dice que le van a dar permiso, siempre que no se meta en política. Pero si viene se va a meter, seguro. –Ese no vuelve más- dijo Barrios sin dejar de mirar el vacío. -Me acuerdo de las manifestaciones que hacían en la Plaza de Mayo –dijo el ColoraoMillones de trabajadores iban. Ahora ya no es como antes, viejo, no hay nada que hacerle. Si vuelve no va a encontrar a nadie. Para qué va a volver. Si todos lo han abandonado. Se pelean por el queso, ahora. –Él es el que nos ha abandonado, dijo Hermosura. Cuando las papas quemaban, se las tomó.” (123) Tanto el Colorao como Hermosura tienen un recuerdo, o incluso cierta esperanza con respecto a la vuelta de Perón. Barrios “mira el vacío” (es decir, Barrios ve el vacío). Un vacío que se ubica exactamente entre el pasado que recuerda el Colorao y la promesa de la vuelta del líder, en el futuro, anunciada en el diario. Es un vacío histórico que la escritura preferiría no llenar; “cuando vuelva no va a encontrar a nadie” afirma el Colorao. Barrios no recupera la máquina de escribir, como no se recupera él mismo del trauma histórico del 55’. Responso muestra ese trauma como vacío y no lo resuelve en un final concreto, sino que más bien lo presenta como la materia atemporal de los sueños, en la cual se borra el límite del presente y el pasado como también de lo soñado y lo real: Recordó la noche anterior, la tarde pasada en compañía de Concepción […] Le parecía haberlo vivido hace tanto tiempo, que lo recuperaba con la misteriosa vaguedad de un sueño. Entre los hechos más remotos de su vida, los de su infancia, por ejemplo, y los de la noche anterior, parecía haber una proximidad mayor que la que

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éstos tenían con el momento presente que los estaba recordando. Esta característica los tornaba irreales, inciertos. Pensó perplejo que quizás el pasado era un sueño, no sólo el suyo sino también el de la humanidad y el del universo, que en ese momento que creía recordar hechos reales no hacía más que soñar que recordaba, que soñar que recordaba sueños. (126) El sueño entonces, como la escritura, tiene su modo de existencia en la posibilidad de ser y no ser, de habitar el umbral de lo posible. Pero la paradoja se da en que esta potencialidad no se decide en la escritura misma. El único compromiso que plantea Responso es el de representar el presente como potencialidad y como vacío, es decir, al mismo tiempo como sueño y como recuerdo, como ficción y como historia. Debemos recordar aquí que la noción de compromiso social de la literatura estaba fuertemente arraigada en el debate de cómo representar la realidad, es decir, apela muchas veces a un estilo y una temática realista con vistas a un objetivo que es, paradójicamente, a la vez emancipatorio y moralizante. Postula, indefectiblemente, una relación temporal, en la cual todo presente es apenas un paso necesario hacia un determinado futuro. La función de la escritura comprometida sería asegurar ese futuro, justificarlo y hacerlo posible, liberándolo del presente y representándolo con miras hacia ese porvenir. La literatura entonces adquiere valor por su efectividad en la producción de un futuro establecido desde el presente, un futuro a priori que lo preexiste. El paradigma de literatura comprometida con la realidad de los años sesentas, apela a un futuro esencialmente colectivo y por lo tanto universal. Pensemos por ejemplo en el comienzo del texto de Juan Carlos Portantiero Realismo y realidad en la narrativa argentina, escrito en 1961. Afirma Portantiero: Si de alguna manera puede caracterizarse esquemáticamente el sentido actual de nuestra literatura, será por su intención apasionada de asumir la realidad que nos rodea, desnuda y esencial. […] No se trata solamente de un problema estético sino de una postura integral[..], significa una adecuación con el fondo de lo real, una búsqueda de ajustes entre el intelectual y el pueblo-nación, un anhelo de ruptura con la soledad. […]a partir del momento en que la presencia protagónica de lo colectivo

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determinó el agotamiento irremediable de una actitud literaria, individualista, analítica. (35) Esta postura integral que significa la jerarquización de lo colectivo en detrimento de lo individual marca una relación hegemónica en la cual, curiosamente, la soledad del individuo queda relegada al pasado. La novela de Saer la trae, sin embargo, al presente. Un presente que en la ficción es contemporáneo al real, al de 1964 cuando Saer escribe la novela; desde esta perspectiva Responso ficcionaliza el presente como vacío y más específicamente el peronismo como condensación de un horizonte de expectativa histórica, representada en la constante anticipación del futuro: en la vida de Barrios (volverá a vivir con Concepción? Volverá a escribir?), en la vuelta de Perón (volverá o no volverá?), en la apuesta a la ruleta (ganará o no ganará?). En Responso el presente está encarnado en la espera, la historia está demorada, permanentemente diferida hacia un futuro inminente que no llega y que se desatará, como sabemos, de manera desastrosa, ya que ni la Revolución ni el Peronismo mítico (el de antes del 55’) cumplirán ese futuro utópico de los sesentas, sino todo lo contrario. Pero Barrios “mira el vacío”, o más precisamente, ve el vacío del tiempo de la espera. Toda la novela pone en escena el tema de la espera, como punto de inflexión de la historia política del país. No podemos dejar de pensar en la “aceleración” de la historia que se produce después del gobierno de Illia (al que curiosamente apodaban tortuga por lo lento), no sólo en Argentina sino en el mundo: las revueltas estudiantiles del 68’, el Cordobazo en el 69’, la vuelta de Perón en el 73’, su muerte y el posterior horror de la dictadura. El tiempo indefinido de la espera no es susceptible de ser modificado por la voluntad o por la decisión, no importa cuánto queramos que algo pase o que alguien vuelva. Responso es una novela de pérdidas, de vacío, de espera inconclusa. Abre el

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tiempo del presente a su duración y evita así un compromiso con cierto futuro o con la promesa de un futuro. En este vacío histórico, en el cual Perón no llega, la Revolución no llega y la máquina de escribir no se recupera, el presente de la espera o la espera como presente plantea pregunta por la potencialidad de la escritura, ¿cómo escribir un presente que no sea, ya, futuro? A la manera de Benjamin, la máquina de escribir de Saer es un objeto que superpone el pasado a un presente inconcluso, negando así la idea de progreso y de utopía tan ligado a la función de la literatura comprometida, o, en este caso, poniendo en escena la potencialidad de la escritura, es decir, la pregunta por el valor por fuera de todo sistema de equivalencias.

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