\"Espacios y lugares, miradas desde la arquitectura. Signos de ocupación\". MUDANZAS ESPACIO-TEMPORALES: IMAEN Y MEMORIA. Colección Línea de fuga. Ediciones Generales de Arquitectura, Valencia (2017)

May 22, 2017 | Autor: J. Ruiz Suaña | Categoría: Arquitectura, Marc Augé, Vivienda, Arquitectura Moderna, Alfredo Payá, Javier García-Solera
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Descripción

Contenido 4

De “Imaginar el cambio” a las “Mudanzas espacio-temporales: imagen y memoria”. A modo de introducción Faustino Oncina Coves

12

Historia de los conceptos y transición epocal Luca Scuccimarra

32

¿Es la edad moderna una época definitiva? Acerca de un argumento de Blumenberg José Luis Villacañas

52

La dimensión iconográfica de la Begriffsgeschichte como piedra angular del análisis de la modernidad Manuel Orozco Pérez

64 Imágenes de la memoria. Actos de imagen y elaboración del pasado Ana García Varas

76

Combate tecnificado, distorsión de la percepción, testimonio y memoria fotográfica en la Gran Guerra Nicolás Sánchez Durá

98 ¿Lo humano en ruinas? De un tiempo que no llega a un espacio que se fue Nerea Miravet Salvador y Héctor Vizcaíno Rebertos

110 La apropiación urbana Ester Giménez Beltrán

116 Espacios y lugares, miradas desde la arquitectura. Signos de ocupación Jose Antonio Ruiz Suaña

124 Ciudad xx-i/xx/XX+i. Friedrichstrasse Carlos Lacalle

Espacios y lugares, miradas desde la arquitectura. Signos de ocupación Jose Antonio Ruiz Suaña

fig. 01 116

M U D A N Z A S E S PA C I O - T E M P O R A L E S : I M A G E N Y M E M O R I A

A partir de las imágenes de un edificio de 29 viviendas de promoción pública en Aspe (Alicante) terminado en el año 1992 y de otras fotografías posteriores del mismo, se propone una mirada que revele las intenciones de los arquitectos de la obra —que persiguen la construcción de un lugar para el habitar— y cómo los cambios del entorno físico introducidos, por los que habitan en dicha obra, ponen en cuestión las intenciones iniciales. En esta transformación de la presencia material del edifico parece operar una memoria aparentemente compartida por los que habitan en él, que construye una imagen que se impone a la manera de habitar propuesta por los arquitectos. Si como dice Marc Augé, “el lugar antropológico, es el lugar en el cual hay una coincidencia perfecta entre disposición espacial y organización social”,1 la presencia material de las mutaciones en los espacios colectivos del edificio de Aspe pone ante nosotros la cuestión de cómo los protagonistas y los momentos considerados pueden hacernos señalar un espacio como lugar o no-lugar. Tomamos el título “Signos de ocupación” de una conferencia pronunciada en 1970 por el arquitecto Peter Smithson que comienza diciendo: La casa ideal es la que uno puede hacer suya sin alterar nada. Hacerla suya de manera habitual, es decir, dentro de los límites de la moda del momento y sin sentir presión alguna por comunicar la trivial singularidad de cada uno o por acomodarse de manera absurda.2

En esta breve intervención proponemos una mirada y una interpretación de ciertos signos que aparecen en las imágenes de un mismo espacio o lugar en dos momentos diferentes entre los que se producen cambios. En la visita a estas imágenes, queremos tener presente el concepto de lugar, y por oposición no-lugar, que así define Marc Augé: “el lugar antropológico, es el lugar en el cual hay una coincidencia perfecta entre disposición espacial y organización social”.3 Queremos que este concepto atraviese toda la reflexión que vamos a proponer. Después de la frustrada construcción de la propuesta ganadora de la primera convocatoria del concurso EUROPAN, el IVVSA (Instituto Valenciano de la Vivienda Sociedad Anónima) encarga a los jóvenes arquitectos alicantinos Javier García-Solera y Alfredo Payá, el proyecto de 29 viviendas en Aspe provincia de Alicante. Esta sería la primera promoción de viviendas públicas de la entonces joven Generalitat Valenciana (FIG. 1). En primer lugar nos interesa saber las intenciones de los arquitectos a la hora de construir estas viviendas. Según ellos mismos:

1

AUGÉ, Marc (2015), “No-lugar”, conferencia pronunciada el 5 de febrero de 2015 en la Universitat Politècnica de València.

2

Smithson, Alison y Peter (2001), Cambiando el arte de habitar, Barcelona: Gustavo Gili, p. 26.

3

AUGÉ (2015), op.cit.

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fig. 03

Parece apropiado puntualizar que no se habla tanto aquí de una propuesta de cambio de actitudes en el habitar —en el vivir y relacionarse— como de buscar soluciones, tipologías, artefactos arquitectónicos capaces de albergar y propiciar actitudes y costumbres que son ya una realidad manifiesta.4

Situado en el límite sur del municipio, el barrio donde se localiza esta obra está formado por viviendas de promoción pública de los años sesenta; las calles son el espacio de relación comunitaria de los vecinos, donde se conocen, donde sacan las sillas para conversar las tardes de verano y donde celebran juntos las fiestas patronales. Muchos de los que habitarán en las nuevas viviendas se han criado en el propio barrio. Con esta mirada puesta en las particularidades del entorno de las nuevas viviendas y en los que las habitarán, los arquitectos utilizan como modelo el Inmueble Villa de Le Corbusier. Para organizar las viviendas en la parcela, el bloque se divide en dos agrupaciones a las que se accede desde una calle propia, (FIG. 2) que se propone como un espacio donde, de manera análoga a como ocurre en el barrio, tengan lugar las actividades comunitarias. Al mismo tiempo, las viviendas responden, en la medida de lo posible, a las características del modelo de Le Corbusier mencionado; en las propias palabras de los arquitectos: Las viviendas concebidas para apilar en el Inmueble Villa suponen la conjugación perfecta de los atributos de la vivienda agrupada en bloques en altura y la vivienda tradicional, aislada o en hilera, con parcela propia y contacto directo con el suelo, con patio, árbol y diversas orientaciones.5 (FIG. 3).

4

García-Solera, Javier y Payá, Alfredo (1996), “El Inmueble Villa, una idea posible”, en Nuevos modos de habitar, Valencia: COACV, p. 68.

5

Ídem.

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fig. 04

fig. 05

Pero no vamos a centrarnos en las viviendas, sino, sobre todo en el espacio comunitario del edificio que se propone como el lugar de relación social de los vecinos. Los arquitectos construyen y organizan este espacio mediante “elementos u objetos materiales que, por convención o asociación, se consideran representativos de una idea de”6 las relaciones que pretenden que se establezcan entre los que ocupen las viviendas. Podríamos decir que son señales que dejan y representan un modo natural y originario de apropiarse de las viviendas que están disponibles7 para los que las habitarán. En palabras de Peter Smithson sobre una obra propia: Lo que hemos intentado, […] dando la oportunidad de acercamiento, de compañía; […] para un apoyo social mutuo; [y construyendo] adecuados “umbrales” para proteger e identificar las viviendas dentro del grupo, es desarrollar la forma y las subformas de manera que indiquen con claridad el uso que se deba dar al lugar. Así, aunque sin plena conciencia de todo lo que se les ha dicho, sus ocupantes no dudan sobre qué parte se supone que debe ser la tranquila y qué parte la bulliciosa, por dónde se supone que hay que caminar […] dónde jugar, dónde conversar […] El lenguaje formal del edificio indica y refuerza el uso.8

En este texto se revela la consideración, por parte de Peter Smithson, de que la disposición espacial de elementos materiales forma parte de un lenguaje que indica el uso que se debe dar al lugar. Si se trata de un lenguaje, tal lenguaje debe ser podido leer. Veamos —y leamos— algunas imágenes realizadas por los autores de la obra de Aspe al ser entregada una vez finalizada en 1992. Debemos tener en cuenta el concepto de lugar antropológico de Marc Augé, en la lectura de los elementos u objetos materiales que encontramos en el edificio antes de ser ocupado; es importante considerar que representan el modo de relación comunitaria previsto por los arquitectos. La presencia material de los elementos y su disposición espacial, están a la espera de ser ocupados para activar el grado de sociabilidad que los arquitectos proponen. Para ellos, el edificio es ya un lugar dispuesto para los que vivirán en él.

6

Definición de “símbolo” del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2014).

7

Definición de “ocupación” del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2014).

8

Smithson (2001), op. cit., p. 129.

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La calle interior de la parcela se organiza asimétricamente, diferenciando las viviendas situadas al sur con entrada al mismo nivel que la calle y las situadas al norte, sobre un zócalo de hormigón; (FIG. 4) los accesos a las viviendas de ambos lados se realizan a través de patios privados. Estos espacios exteriores, a modo de “umbrales”, son lugares de mayor privacidad respecto a la calle comunitaria; desde ellos se ilumina y ventila las estancias principales de la casa, a la vez que proporcionan un lugar propio exterior en contacto con el suelo (FIG. 5). La calle de acceso está organizada en dos zonas la mayor superficie con un pequeño ajardinamiento en el que se plantan árboles caducifolios que permiten el soleamiento en invierno, y en verano protegen del sol la orientación sur de las viviendas; la zona de tierra contra un muro de hormigón visto que protege de las manchas y salpicaduras, a la vez que soporta el crecimiento de las enredaderas. Una zona más estrecha pavimentada por una superficie limpia y antideslizante materializada con una solera de hormigón in situ organiza la circulación hacia y desde las viviendas. Este espacio colectivo pretende recoger y reunir a los vecinos. Está representando y propiciando relaciones sociales: el cruce cotidiano al salir y entrar de casa, el cuidado compartido del pequeño jardín colectivo, los bancos para sentarse a la puerta de casa y conversar bajo la sombra de los árboles o para encontrarse las noches de verano a la luz de las luminarias que bañan el suelo de manera tenue, sutil y acogedora. Además de esta disposición en dos zonas, circulación y jardín, es llamativo cómo la disposición de los objetos se realiza de forma seriada y modulada, como una réplica a la organización de las viviendas. Se hace corresponder transversalmente a cada par de viviendas una unidad modular seriada formada por: un tramo de circulación, una zona de tierra, un árbol, un banco y una luminaria. La agrupación de estas unidades es la generadora del espacio colectivo (FIG. 6). Esta organización puede leerse como una propuesta igualitaria en que todos disponen de las mismas condiciones individuales para desarrollar juntos el lugar colectivo. Todos los elementos presentes están seriados y repetidos, excepto uno: la papelera o cubo de basura que es único y se dispone en el centro de la serie modular. Tal vez podemos ver en esto un símbolo puesto por los arquitectos indicando que este espacio es colectivo, y que es tarea de todos hacerse cargo de él. Estos objetos y su disposición representan materialmente la propuesta de una manera de hacer propio colectivamente este espacio, muestran un lugar; aunque no es todavía un lugar fáctico.

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Algunos años después de que los propietarios ocuparan las viviendas, uno de los arquitectos visitó el edificio y realizó unas fotografías. Las imágenes muestran signos de ocupación. Unos objetos distintos a los que ellos dejaron al finalizar la obra. Son signos de que las viviendas han sido ocupadas, es decir, antes no tenían ocupante y ahora alguien las habita; tanto las viviendas como los espacios comunes del edificio. También son signos de ocupación en el sentido de que los que habitan han estado dedicados —ocupados— en esos cambios. Los patios propios de cada vivienda han sido modificados de manera diferente por cada propietario: algunos cubriéndolos con teja, con toldos, con paneles ondulados; otros han eliminado el muro que daba distinto carácter al acceso y a la zona exterior vinculada a la cocina (FIG. 7). Aparece pues, una suerte de muestrario involuntario y heterogéneo de ocupación individual del espacio disponible. Estas modificaciones materiales son fruto de decisiones de los que habitan cada casa, son modos de habitar el espacio disponible, cada uno da lugar a su casa. Los motivos son diversos, complejos y quizá inconfesables. Pero si algo llama la atención de estas imágenes es la mutación del espacio colectivo de la calle de acceso; transformado, con el paso del tiempo, quizá en otro lugar. Si como dice Marc Augé, “el lugar antropológico, es el lugar en el cual hay una coincidencia perfecta entre disposición espacial y organización social”,9 cabe preguntarse si este espacio es un lugar, o más bien es un lugar distinto al que los arquitectos entregaron al final de la obra. La organización social establecida entre los vecinos ha modificado el espacio. Lo que ahora vemos ya no son señales que dejan los arquitectos proponiendo un lugar para vivir y relacionarse, sino que son signos de los vínculos sociales que los vecinos han establecido entre ellos (FIG. 8). Ellos mismos se han ocupado en aviar un lugar donde organizarse. Pensamos que lo relevante de estos cambios materiales radica en que se ha actuado en un espacio colectivo; no se trata ya de que cada vecino modifica su vivienda interiormente, sino que los cambios se producen en espacios que requieren el acuerdo de la mayoría de los propietarios, aunque sea a costa de la imposición sobre algunos. Brevemente vamos a señalar algunos cambios, a modo de sugerencia para una futura interpretación a partir de la disposición espacial de los nuevos signos de ocupación. Una interpretación que por tiempo no desarrollaremos en este momento pero que puede llevar a preguntarnos sobre qué factores, referencias, memoria y paradigmas se ponen en juego en los diferentes modos de habitar.

9

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AUGÉ (2015), op.cit.

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Se puede ver que el plano del suelo se ha vuelto indiferenciado, eliminando la asimetría que organizaba el espacio y la seriación que lo pautaba. Se ha incorporado unas baldosas — suponemos que del gusto de la mayoría de los vecinos— que aumenta la resbaladicidad del pavimento cuando esté mojado. Se ha eliminado la zona ajardinada de la calle, y con ella los árboles que protegían del soleamiento, bajo los que poder sentarse y apreciar, desde casa, el paso de las estaciones del año. Se han conservado las enredaderas, quizá porque tienen la capacidad de ocultar el zócalo de hormigón visto, un material habitualmente del gusto de los arquitectos. En el otro lado de la calle se ha recreado simétricamente este zócalo pintando de otro color la parte baja de los muros, tal vez para huir de cierto horror vacui o para proteger el color blanco de las salpicaduras de los maceteros que intentan sustituir el elemento natural que ha sido suprimido con los árboles (FIG. 9). Los bancos eliminados han sido cambiados por otros situados en una posición que no recibirán soleamiento en todo el año. La iluminación que bañaba el suelo ha sido sustituida por un alumbrado que evidencia su presencia y, aunque deslumbre, permite ver con claridad, sin sutilezas. Aunque a esta calle interior de la parcela sólo tienen acceso los propietarios de las 29 viviendas, algunos han incorporado cerrajería diversa y heterogénea a los patios de sus casas, quizá para evitar que sus propios vecinos trepen y entren en su casa o les vean por encima de las puertas de acceso. Parece que los que habitan la casa están más encerrados que protegidos. Puede resultar interesante preguntarse cuál es origen de las referencias para los cambios producidos en las viviendas. Los muros y puertas que cierran los patios propios de cada vivienda, constituyen los límites materiales de la calle de acceso. Estos muros y puertas han sido recrecidos o sustituidos por cada vecino, transformando a la vez la configuración material del espacio comunitario. Vemos que la voluntad, intereses y gustos particulares se imponen y modifican lo colectivo (FIG. 10). El rápido recorrido por estas imágenes nos plantea perplejidades y preguntas acerca de la posibilidad y los límites del trabajo del arquitecto para construir lugares donde vivir y relacionarse. Esta inquietud quizá puede encontrar cierto alivio en palabras de Marc Augé: El lugar empírico es el lugar a menudo del rechazo de los otros y de las desconfianzas internas, de los celos, de la vigilancia y del secreto; lo que no priva de nada a la dulzura del hogar, de los recuerdos de infancia y de las nostalgias futuras. Los no-lugares empíricos, por su parte, son los espacios de anonimato, los falsos parecidos de la imagen y las mentiras del libre consumo; pero son también los espacios del encuentro, del acontecimiento posible, de la espera y de la esperanza.10

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AUGÉ (2015), op.cit.

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fig. 11

En una de las imágenes que toma uno de los arquitectos, en una visita años después de terminar la obra, descubrimos una vivienda que no ha sido modificada: se puede ver la persiana bajada en la planta primera, el patio de la planta baja y los cristales sin limpiar, el calentador de gas sin desembalar… son signos de no ocupación. La vivienda sin cambios es la vivienda deshabitada (FIG. 11). Las imágenes de las 29 viviendas en Aspe hacen que nos preguntemos también sobre el trabajo del arquitecto en relación con los que habitamos sus obras. En contra de lo aprendido, en muchas ocasiones en las Escuelas de Arquitectura, las intenciones de los arquitectos de construir lugares para habitar, quizá deban incorporar necesariamente un grado de indeterminación que sea el campo de juego para lo imprevisto. Porque como señala Marc Augé: Es pues con todo rigor imposible elaborar una lista de lugares junto a otra de no-lugares empíricos. Puede haber lugar en el no-lugar e inversamente en función de los protagonistas o momentos considerados. El par lugar/no-lugar es más bien un indicador del grado de sociabilidad de un espacio dado.11

La tarea de los arquitectos, tal vez no sea otra que aportar soportes físicos que con su presencia material sean eficaces para ser ocupados y acoger cambios que no podemos imaginar. Además de lo expuesto hasta aquí —como el profesor Manuel E. Vázquez indica— las dos series de imágenes de las 29 viviendas en Aspe tomadas por los propios arquitectos, abren preguntas interesantes acerca de la tarea del arquitecto y las propuestas de la arquitectura moderna en relación con el habitar, así como sobre la recepción y actitud de los que habitan hacia los espacios que les acogen. BIBLIOGRAFÍA AUGÉ, Marc (2015), “No-lugar”, conferencia pronunciada el 5 de febrero de 2015 en la Universitat Politècnica de València. GARCÍA-SOLERA, Javier; PAYÁ, Alfredo (1996), “El Inmueble Villa, una idea posible”, en Nuevos modos de habitar, Valencia: COACV, pp. 66-75, SMITHSON, Alison y Peter (2001), Cambiando el arte de habitar, Barcelona: Gustavo Gili.

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Ídem.

Autores de las imágenes: Javier García-Solera y Alfredo Payá. 123

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