Espacios, territorios, ciudades. Una visita antropológica

June 14, 2017 | Autor: Gustavo Casas | Categoría: Antropologia Urbana, Ciudades, Sociología Urbana, Sociología Y Antropología Urbana
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Descripción

Año 1, Volumen I, Nº 0

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Espacios, territorios, ciudades: una visita antropológica

José Gustavo Casas Álvarez Multiversidad Mundo Real Edgar Morin

Resumen: Cada día se discute menos acerca de la pertinencia del desplazamiento de los antropólogos para estudiar la ciudad y lo urbano. Quizá porque este desplazamiento ya no representa la otrora aventura iniciática respecto de lo no-occidental y porque los problemas que planteara la antropología clásica —particularmente el estudio del otro— involucran también a los más próximos. Este es un presupuesto entre quienes teorizan o consideran el espacio como una categoría fundamental para los trabajos antropológicos sobre la ciudad. Las nociones de territorio y etnia imponían ciertas delimitaciones físicas y culturales “claras”36, pero su operatividad en los escenarios de los contactos culturales37—también bajo influjo de la psicología, la sociología y el simbolismo— se cuestionaron a partir de las condiciones en que estos contactos se suscitan. Involucrando, entonces, discusiones de corte epistemológico e institucional. Dentro de este marco, el trabajo que aquí se presenta procura revisar algunos trabajos socio-antropológicos, escritos en español, que se ocupan de la relación espacioterritorio-ciudad. Palabras clave: espacios, territorios, ciudades, antropología, urbanismo. Abstract: Every day we discuss less about the relevance of displacement of anthropologists to study the city and the urban. Perhaps because this movement is no longer the former initiatory adventure respect of the non-Western and because the problems raised classical anthropology particularly the study of otheralso involve closer. This is a budget between those who theorize or consider space as a fundamental anthropological category for work on the city. Notions of territory and ethnicity impose certain "clear" physical and cultural boundaries, but its operation on the stages of cultural contacts, also under the influence of psychology, sociology and questioned the symbolism from the conditions in which these contacts arise. Involving then epistemological and institutional discussions court. Within this framework, the work presented here seeks to review some socio-anthropological work, written in Spanish, which is concerned with space-territory-city relationship. Keywords: spaces, territories, cities, anthropology, urbanism.

Espacio(s) y antropología clásica Ernst Cassirer (1945) afirma que existe un espacio que tanto los hombres como los animales comparten. Este es el espacio de y para la acción, el cual no escapa a los                                                                                                                 36

Kaplan y Manners, entrado 1970, hablaban de la crisis de la antropología, ya porque el mundo primitivo se diluyó virtualmente y por una suerte de exigencia para con esta ciencia en la promoción del cambio social. (Kaplan: 1975) En México tal vez la crisis fue menor en el último punto (pues desde sus inicios, como sabemos fue particularmente aplicada, con los bemoles que se le quieran ver), y se vislumbra, como iniciara Lewis, en el reconocimiento de la desigualdad social y los procesos de supervivencia social y cultural enmarcados en los procesos de urbanización. 37 Pensemos en las relaciones políticas y belicosas entre las etnias y los países occidentales, a veces con intermediación de antropólogos y otros investigadores sociales (aculturación y endoculturación); en las transformaciones que suscitó(a) la migración campo-ciudad y de país a país —legal o ilegal—; así como en la incidencia de los medios de comunicación en casi todos los campos de la cultura. O recordemos las tres fuentes de la reflexión etnológica según Lévi-Strauss.

 

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dispositivos físicos y preceptúales. Pero la representación del espacio es una facultad humana que deriva de su abstracción (su simbolización), pues supone la ubicación de un objeto en un sistema general. Ya sea la geometría que inhabilita la experiencia sensible o el mito que la concentra. El espacio como el tiempo, antropológicamente hablando, implican variaciones culturales y contextuales. Los estudios sobre cosmovisión y simbolismo ritual son particularmente aleccionadores al respecto. Los primeros por tratar de los significados del cuerpo (como partes-totalidad) y su relación en y con el mundo; los segundos por observar e interpretar la instauración de tiempos y espacios a partir de prácticas sociales determinadas. Por ello parece una perogrullada decir que: hablar de espacio obliga considerar el tiempo y el movimiento, cuestión que supone al sujeto: en algunos abordajes de la Física al “observador”, quien participa en el proceso de medición y conceptualización y a éste se debe añadir el comportamiento de la luz38; en las ciencias sociales se considera a las personas y sus relaciones significativas —simbólicas—. En ninguna de las dos áreas del conocimiento resultó sencillo renovarse ante los hallazgos derivados de lo anterior, pues esto les representó, curiosamente, movilizar un apartado importante de sus discusiones. Los antropólogos no escaparon a estas consideraciones en sus trabajos. Me refiero a eso que Renato Ortiz llama el vínculo entre fenómeno social y el medio espacial. Antes daré dos definiciones provisionales de lugar y territorio: el primero entendido como un espacio de estancia temporal, un sitio de referencia; el segundo como un espacio geográfico demarcado según circunstancias sociales y culturales o para fines determinados. Edwar B. Tylor y James G. Frazer no pisaron los pueblos que estudiaron. No sólo reconocemos ahí la inexistencia del trabajo de campo, entendemos la imagen del medio ambiente como un escenario fijo en que los salvajes actúan, del que se proveen de alimentos, en el que superviven. Y por ello la idea de que las condiciones territoriales y materiales (por oposición a las occidentales sean muestras de un menor grado de civilización) tengan tanto peso en aquellas teorías: la presuposición de un territorio alejado, ignoto y desprovisto de toda comunicación y comodidad que no podría ser menos que el hábitat del “primitivo”. A principios del siglo XX, Franz Boas y Bronislaw Malinowski contribuyeron a cambiar la idea de las determinaciones materiales y territoriales, dando a los sujetos un peso mayor, y en ese mismo sentido produjeron trabajos que comprenden, en mayor medida, las construcciones culturales del tiempo y el espacio. A ambos se les critica, aunque más a Malinowski y los funcionalistas, por haber estudiado poblaciones como sistemas cerrados —por la demarcación territorial, omitiendo que se encontraban vulneradas por los occidentales—. El espacio del no-occidental estaba delimitado por su ubicación en el mapa del mundo (en repartición por las potencias mundiales) y por una especie de voluntad antropológica de dar cuenta de la esencia de estos grupos. Hasta aquí, digamos, cultura y territorio entrañan una ligadura casi indiscutible. Los procesos sociales suponían permanencia, sin crisis o cambio profundo. Fue, posiblemente, Alfred Kroeber uno de los primeros antropólogos en saltarse esta delimitación, al postular el concepto de área cultural: una región geográficamente y ambientalmente definida en que se ubican y relacionan diversos grupos étnicos. Décadas más tarde, el mexicano, Gonzalo Aguirre Beltrán habló de regiones de refugio, sitios en que se procura inducir el cambio social en los grupos indígenas de México. El territorio entendido así (áreas culturales o regiones de refugio) abre en panorama del estudio de los contactos culturales, de la aculturación, paralelamente a la                                                                                                                 38

 

La física es trastocada con estas consideraciones desde 1905, gracias a Einstein. (Whitrow 1952: 69)

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discusión histórica (conquista, época colonial y pre-industrialización) y las consideraciones sobre la modernidad. En estas instancia, la primera guerra mundial había reconfigurado ya la geopolítica y articulaba el escenario para la segunda guerra mundial. Es entonces que las culturas del mundo parecen converger. Esto plantea un problema para la antropología: la desaparición y/o transformación de sus unidades de estudio. ¿Cómo lo han enfrentado los antropólogos? Se preguntaron David Kaplan y Robert A. Manners, respondiendo que: 1) Continúan buscando las pocas sociedades que quedan, que incluso ahora son relativamente aisladas y autónomas. 2) Se desplazan hacia el estudio de unidades “complejas” como aglomeraciones preindustriales e industriales, siguen concentrándose en unidades de pequeña escala: una aldea, ghetto, grupo laboral, un hospital, etc. 3) Otros consideran que el rasgo más fructífero de la antropología no es la técnica de observación participante, estudios a escala pequeña por tanto, sino su forma de aproximación comparativa y holística. 4) Otros, no parecen sentirse estorbados por la virtual desaparición del mundo primitivo y se preocupan por la elaboración de nuevas y adornadas metodologías. Para Lévi-Strauss, por ejemplo, la naturaleza del contexto cultural en que opera y se manifiesta la mente humana no tiene una importancia especial. (Kaplan, 1975: 68-69) Aquí saltan situaciones y nombres fundamentales para la renovación de la antropología; por ejemplo, el Lévi-Strauss de Tristes Trópicos, la escuela de Chicago y la escuela de Manchester. Destacando las dos últimas, pues se les considera fundadoras de la antropología urbana. Estos cambios de la antropología, como preámbulo para la problemática de la posmodernidad, hacen emerger las consideraciones de lo subjetivo y lo intersubjetivo en los modos de vivir y referir el espacio por parte de los grupos estudiados. Esto inicia con la idea del espacio social que, en palabras de Godfrey Lienhardt, llevó a repensar las nociones clásicas de pueblo, medio ambiente y territorio: “Hay una dimensión posterior para estudiar los pueblos y sus medios y, también ésta concierne particularmente a los antropólogos sociales, a diferencia de los ecólogos y los geógrafos. La adaptación a su ambiente ejerce gran influencia no sólo sobre la cultura material sino, también, sobre el sistema de ideas —simbolismo, principios de clasificación, sentido del tiempo, el espacio y la dirección, y cosas por el estilo—. (…) Los miembros de un grupo de pastores están separados más efectivamente de los pueblos agrícolas de su vecindad en espacio social, como esto ha sido llamado de sus grupos pastoriles afines, que pueden vivir mucho más lejos, mientras un pariente “distante” puede estar físicamente en la puerta próxima.” (Lienhardt, 1966: 62-86) Las significaciones del espacio social: cercanía-lejanía, adentro-afuera, la distancia geográfica misma, responden a factores históricos y políticos, incluidas las fronteras, las comunicaciones, las jerarquías sociales, entre otras. Es aquí donde se enmarcan los estudios que presentaremos a continuación.

Cuerpo, espacio y movimiento Para Kant el espacio es la experiencia externa y el tiempo la interna. Partir de esta definición de manera superficial supone que el referente entre interior-exterior surge del dispositivo sensible, del cuerpo del hombre psíquicamente completo, parafraseando a Dilthey39. Cómo es que el hombre se relaciona con lo exterior y en qué medida éste                                                                                                                 39

Se ha discutido sobre la separación de mente y cuerpo, asunto bastante extenso e interesante, pero que desviaría nuestra atención. Limitémonos a decir que el hombre no puede ser entendido sin el uno y la otra. Y por tanto el valor de las aportaciones de la psicología.

 

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involucra lo interior (o viceversa), es el re-juego del espacio como objeto de estudio para la antropología —y no sólo para ella, los geógrafos y los ecólogos han desmentido lo dicho arriba por Lienhardt—. Para Daniel Provansal (2000), la antropología constituyó el espacio en objeto de estudio a partir de la comparación entre las numerosas teorías indígenas –incluidas las nuestras- (…) y esto llevó a tratar de analizar cómo las prácticas colectivas diferencian a partir de un exterior originalmente indiferenciado, lugares, sitios, puestos, emplazamientos o áreas ,los categorizan con el objetivo de atribuirles funciones concretas y apropiárselos, marcando límites, linderos, fronteras y demarcaciones…40 Es decir, una antropología del territorio. Y ésta como contribución para estudios posteriores que consideran el movimiento como un factor importante. Es decir, aquellos que atienden los modos en que las relaciones entre los cuerpos, los objetos y las áreas manifiestan y vulneran límites; relaciones que emanan significaciones: una antropología del espacio en la que suelen distinguirse dos tipos de investigaciones: las que consideran el espacio como un vacío que se ha llenado de manera progresiva por construcciones y las relaciones que en éstas se establecen; y las que analizan cómo las prácticas humanas estructuran nuevos espacios. Cuestiones que en el marco de las ciudades constituirían: antropología de la ciudad y antropología urbana. Manuel Delgado antropólogo de la universidad de Barcelona, inicia un artículo sobre la apropiación del espacio público, oponiendo lo urbano a toda estructura solidificada, a la historia material de la ciudad. Dejando para lo urbano los tránsitos, los flujos, las estructuras líquidas, el viaje. Pues si bien el espacio es organizado territorialmente, la movilidad es en los territorios y fuera de estos una constante que vuelve todo variable. El usuario es pues, para este investigador, el sujeto y el productor de lo urbano. ¿Pero dónde se mueve el usuario para tener estas características? Los lugares son objetos de un doble discurso: a) el resultado del diseño urbanístico y arquitectónico política y económicamente determinando (con sus mensajes, sus sentidos y sus valoraciones) y b) la de estos usuarios que en la acción social impregnan los espacios con sus cualidades y atributos, con su condición no-comunitaria, pero eso sí no aislada (Provansal, 2000). Esta condición, digamos: liminaridad efímera, es un punto importante en la consideración de Delgado. En este contexto, es que también se ha hablado del proceso territorializacióndesterritorialización-reterritorialización enmarcado en las discusiones sobre lo global. Esta antropología, en el mejor de los casos, puede hilvanar la personalidad del urbanita, hecha de trasbordos y correspondencias, pero también de traspiés y de interferencias. Por ello dice Delgado que el espacio público, entendido como el espacio de lo urbano, es un territorio desterritorializado que se pasa el tiempo reterritorializado. Es decir, es un espacio que convoca y disgrega, que tiene la cualidad de congregar a los individuos compartiendo el mutuo desinterés. Este espacio es el de la ciudad constituida, la ciudad ya habitada y por su historia de acumulación (de construcciones, de personas, poder político y económico) ha desbordado también el sentido del contacto social, del territorio. Aún los trabajos etnográficos sobre los usuarios están en desarrollo, esta es quizá la propuesta más reciente. Pero tampoco podemos afirmar que la antropología contemporánea ha privilegiado los procesos de territorialización y la ciudad. Sólo con el soporte de los estudios de redes, de las estrategias de supervivencia, de los consumos culturales y de las apropiaciones del espacio es como el “usuario” guiñó el ojo.                                                                                                                

 

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Ciudad y territorios Volvamos a lo interior y exterior, pensados como experiencias. ¿En qué medida el exterior citadino configura un interior individual y social?, fue una pregunta qué resolver con los nacimientos de las ciudades, el crecimiento poblacional y la mentada cultura de masas. Ahí se enmarcan buena parte de los trabajos de corte sociológico e histórico de principios del siglo XX: Ortega y Gasset —La Rebelión de las Masas—, J. Mumford —La Cultura de las Ciudades (refiere a cd. industrial del s. XIX)—, Werner Sombardt —El Capitalismo Moderno—, G. LeBon —La Psicología de las Multitudes— . Puntas de lanza para los estudios sobre la construcción de una mentalidad urbana. Más adelante, con rumbos más antropológicos, como mencionamos, la escuela de Manchester y la de Chicago entrarían al estudio de la ciudad y el contacto cultural. Tanto la pregunta sobre la construcción de la mentalidad urbana como los lugares y los momentos de contacto cultural involucran las nociones de espacio y de identidad. La ciudad y el sentido de pertenencia resultó ser un asunto que encuentran en la oposición campo-ciudad una brecha interesante. R. Redfield, en Mérida, trató de dilucidar la influencia de la ciudad sobre el campo y viceversa. Concluyendo que como espacios sociales, el primero es individualizado, heterogéneo y secular, mientras que el segundo homogéneo, colectivo y religioso. Postulando que en la medida en que el contacto con la ciudad es mayor, se suscita la pérdida de costumbres. Más tarde Oscar Lewis pondría en duda esa suerte de determinismo y postularía que los tepoztecos no daban muestra de perder sus costumbres, o de subordinar lo colectivo frente a lo individual: de allí el famoso continuum folk-urbano. Aun cuando hablamos de contextos distintos, estamos ante dos propuestas divergentes que impusieron la necesidad de investigaciones con observaciones finas y, evidentemente, poner a funcionar otros conceptos. El concepto de identidad enriquece la discusión. Y tiene como característica particular producirse en la alteridad. Sólo en la relación con los otros, en los modos de estar y presentarse frente a los demás la identidad se puede estudiar. El hombre ya no es  

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parte de una masa, sino que ésta se constituye de varios grupos heterogéneos. La ciudad se compone de unidades familiares, empresarios, mujeres y hombres de distintas edades, condiciones sociales, filiaciones políticas y sociales. La ciudad y sus habitantes son una importante fuente para estos estudios. Las demarcaciones políticas no corresponden a las demarcaciones sociales-identitarias. En la correspondencia entre los hombres, los espacios y sus prácticas encontramos escenarios de atención para los investigadores. Hugo Gaggioti trata de tender este puente cuando afirma que el espacio urbano, desde la perspectiva en que se le mire, produce espacios compartidos. Allí hablamos de la presencia de personas con distintas características, que por circunstancias similares, incluso iguales y también diferentes u opuestas, se encuentran o se piensan. Estos encuentros, dice, habría que abordarlos desde la traza: espacio urbano-identidad-mundo global, ya sea que pensemos en los lugares céntricos, en los periféricos, e incluso la relación que los habitantes de estos espacios tengan entre ellos. Cómo se definen los porteños respecto de los barceloneses, a qué prácticas y discursos responden sus distinciones: nosotros-ellos. Gaggioti menciona que es importante considerar dos aspectos en la distinción entre los miembros de una colectividad y los no-miembros: a) su asociación con un territorio; b) un sentido de solidaridad entre sus miembros o en una parte significativa de ellos. (Provansal, 2000). Pero con seguridad dentro de estos grupos, habría otras subdivisiones sociales y territoriales no necesariamente compatibles. Los resultados de las migraciones, las relaciones fronterizas y los escenarios transnacionales son particularmente aleccionadores. Como ejemplo de las redefiniciones a partir de la migración México-Estados Unidos, involucrados lo local-nacional-global —como definidores de relaciones espaciales y temporales diferentes—, están el trabajo de Federico Besserer sobre la gente de San Juan Mixtepec, Oaxaca y los nacidos en California con sentido de pertenencia oaxaqueño sin haber pisado territorio de Mixtepec y, en ocasiones, no hablar español. (Besserer, 1999) Respecto a los sitios fronterizos, donde el “nosotros” y el “ellos” fortalecen o suavizan las delimitaciones nacionales, podríamos mencionar a Alejandro Grimson y sus andanzas entre Paso de los Libres, Argentina y Uruguayana, Brasil. Ambas, ciudades fronterizas. Carles Feixa dedicó varios artículos a las apropiaciones de los espacios de ocio, por parte los jóvenes de Cd. Nezahualcóyotl, Edo. de México y Lleida, Cataluña. La calle, la esquina, la colonia, los bares, los lugares de fiestas y los sitos de compras, son espacios de interacción inmediata, apropiados y semantizados. Estos lugares, constitutivos de la ciudad, se articulan con el espacio urbano —como mediador de identidades, dice el autor— y contribuyen a pensar sobre la dinámica de la identidad colectiva de los jóvenes; eso que él llama cultura juvenil. Mariza Urteaga Castro-Pozo e Inés Cornejo Portugal han estudiado los espacios comerciales y los han visto como sitios particularmente interesantes para entender los contactos juveniles urbanos: exposición del cuerpo, proyección identitaria (Aguilar, 2001: 271-296), donde el “yo soy” dialoga con el “quiero ser”. La puesta de las autoras es que en estos espacios no sólo se producen contactos efímeros, sino en la medida que los “usuarios” o visitantes se encuentran con regularidad los entienden como territorios. Particularmente los jóvenes, generalmente sujetos sin propiedad, no aptos para la vida adulta, deben encontrar modos de relacionarse que les provean sentidos de pertenencia. Por otro lado, conviene decir que las fronteras se incorporan una vez que han sido vulneradas. Esto sólo puede ser comprendido a cabalidad si el investigador enmarca las relaciones con los espacios entre el sistema de construcciones relativamente

 

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inertes y las prácticas humanas en la ciudad o de tipo urbano —según Manuel Delgado—.

De la casa a la calle y de la calle a la casa Rosa Tello (Aguilar, 2001) estudia el espacio construido, para definir su objeto de estudio. La vivienda, dice, ocupa casi el 80 por ciento del suelo urbano y se constituye en un marco material del espacio público. La vivienda da forma a los asentamientos humanos y funda los espacios privado/público y doméstico/social. Las transformaciones de la vivienda inciden tanto en la constitución familiar como en las relaciones sociales. Tello apunta lo siguiente sobre la vivienda digna: “La rigidez del espacio construido y el propio mercado de la vivienda pueden subyugar también los cambios culturales. La calidad de la vida doméstica y cotidiana empieza a formar parte de la cultura urbana. Contribuye a ello la progresiva desvaloración de la vida urbana resultante de la problemática ambiental y social creciente que se manifiesta especialmente en las grandes concentraciones urbanas(...) Este “malestar” conlleva a una progresiva sobrevaloración de la vida no urbana(…) Esta imagen impulsa a la opción, cada vez más frecuente, de fijar residencia en espacios urbanizados aislado, de baja densidad — casas unifamiliares—, donde la calidad ambiental y la tranquilidad, además de la accesibilidad, se consideran valores primordiales. Estos valores forman parte del precio de la vivienda fija fronteras sociales entre los que tienen la capacidad económica de disfrutar estos nuevos valores culturales y los que sólo pueden reivindicarlos.” (Aguilar, 2001: 19-20) El panorama aquí expuesto se parece en algunas cosas al de la ciudad de México. Ya por el terremoto de 1985 o por el crecimiento de la ciudad, las zonas periféricas se han convertido en concentradoras de personas, comercios y proyectos de vivienda, que si en un principio fueron de vivienda unifamiliar, hoy son “conjuntos urbanos” que en torno suyo reconstituyen los espacios antes no-urbanos o de menor densidad de población y de construcción. Al ser una necesidad social de primer orden, la vivienda también es motivo del conflicto social, de la comercialización —responsable e irresponsable— e instrumento político. Es un fenómeno cultural de largo alcance e imperecedero. El espacio de la vivienda también está atravesado por los discursos de la globalidad, de las políticas estatales, involucra la administración de bienes, servicios y salarios —es un espacio de redistribución monetaria, de recepción de mensajes, de reproducción cultural, principalmente—. La casa y sus valoraciones también se concentran en este espacio. Así entendemos la afirmación de Gastón Gachelard, cuando dice que el espacio es tiempo comprimido: el conjunto de acontecimientos que se dan en los espacios construidos y urbanos (privados-públicos) también los constituyen. Salgamos de la vivienda un segundo y descubramos que ésta (independientemente del título de propiedad) nos define de cierto modo en lo social y viceversa. No la abandonamos del todo, podemos saber cómo van las reparaciones al marcar unos cuantos números de teléfono, hablar con los co-habitantes (familiares, amigos, esposa, compañeros de cuarto) que “hacen” casa, que es su territorio, aunque las relaciones sean de recelo o fraternidad. Abilio Vergara refiere un poco a esto cuando escribe: “la familia Y y la casa X se pertenecen, de alguna forma, por lo que el lugar opera como un factor muy importante en la conformación de identidad” (Vergara, 2005: 201). Incluso el carnaval, uno de los espectáculos públicos por excelencia, para ser comprendido debe ponerse en relación con el ámbito de la casa, lo familiar —en sus dos  

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acepciones—. Roberto da Matta lo ilustra muy bien en el capítulo número dos de Carnavales (2002), en el cual define el carnaval de Río de Janeiro como un comentario complicado sobre el mundo social brasileño. Posteriormente retoma un fragmento de la novela de Jorge Amado País del carnaval, donde el personaje principal habla de los dos momentos en que verdaderamente se sintió brasileño. Las palabras del personaje no sólo refieren a un sentido de identidad nacional, sino que involucran a personajes y situaciones significativos, que da Matta retoma para hacer su reflexión: el carnaval y la calle; la mujer y la casa. ¿Qué ocurre cuando estos dos lugares se relacionan con el carnaval? Según el sociólogo brasileño, el carnaval instaura, crea un espacio especial en el que las rutinas diarias se desfasan, se rompen y desde ahí se puede criticar o discutir el mundo real; produce confusión en las reglas jerárquicas, en lo socialmente correcto, en lo público y lo privado. Impone ritmos (brincar y cantar) y dramatiza lo siguiente: a) La exhibición en oposición a la modestia y el recato, porque, entre otras cosas, permite una integración de lo privado el espacio público, los cuerpos desnudos, disfraces, sexo. b) La mujer como virgen y como puta, porque a diferencia de un desfile con la imagen de la virgenmadre se le glorifica, generando la distancia sacra y el respecto, en cambio en el carnaval se glorifica a la puta, a la mujer que puede ser tocada, penetrada; c) gestos, canciones y armonías, porque se canta, se brinca, colectivamente. La samba, música de “los de abajo” se coloca en primer plano e involucra a otras clases sociales, imponiendo una suerte de igualdad; d) lo jerárquico y lo igualitario, porque se presenta la oportunidad de descomponer a los grupos y sus asimetrías, el individuos descarriado toma posesión, y en el mundo jerarquizado se compite mientras que en lo carnavalesco se concursa. Así, el carnaval transforma las relaciones espaciales en la ciudad por los modos en que se comportan los grupos, escuelas, personas comunes. El carnaval, como la ruptura de la regla de lo cotidiano, hace resaltar lo cultural tras el disfraz de la fantasía popular y los cuerpos al descubierto golpeando rítmicamente el suelo de la ciudad. Hasta que concluya el evento y los participantes se comporten como habitualmente lo hacían.

Salida La noción de espacio no sólo posibilita la localización de los objetos y los territorios en el mundo. Pensado como categoría abstracta —no es casualidad su lugar en las ciencias duras— articula el arraigo y la movilidad. Por lo tanto, como vimos, el espacio puede identificarse como un “vacío” en que se construye, produciendo otras relaciones espaciales. O también como el producto de las prácticas humanas que dotan de significado a lo construido o lo natural. El lugar sería, entonces, una derivación de la concepción del espacio (y una vez integrada la idea de movimiento, se exige la noción de tiempo) cuya relación es concreta, el terreno-construcción. Ahí se instituye el territorio, con sus márgenes de movilidad y en ese mismo sentido con sus límites. Entonces, el espacio no sólo posibilita la comprensión del “lugar” o el “territorio”, también de la identidad. Pues el sujeto social se constituye por un origen (particularmente territorial, temporal y cultural —por educación o nacimiento—) y lleva consigo la marca del lugar y del territorio. Así, podemos afirmar que el espacio se incorpora, se naturaliza en virtud de la socialización, de la pertenencia y, por tanto, de la cultura. Este sujeto, una vez que deja el territorio en que normalmente habita y se inserta en otro, no sólo se siente ajeno, es visto como tal; a menos que previamente haya tenido contacto con los nuevos personajes con los que se  

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relaciona. Su biografía le guarda la carta de no originario, idea que incluso toca marginalmente la discusión sobre roces culturales y racismo (involucrados otros factores: la marca de la piel y su valoración, y los espacios de contacto). Las ciudades, como espacios ubicables, son un entramado de configuraciones espacio-temporales. Las relaciones internas-externas (políticas, geográficas, ecológicas, globales, etc.) que éstas mantienen inciden en las formas en que los espacios (de ciudad, urbano, públicoprivado) se constituyen, se viven y (re)significan. Estas relaciones son constantes y diversas (Duhau y Giglia, 2008). El antropólogo, el sociólogo o cualquier otro investigador de y en la ciudad, se encuentra con un sitio donde brotan a la vista un sinnúmero de problemas para abordar, exigiendo una elaboración metodológica diferente y en ocasiones hasta contradictoria con las precedentes. Cada día más —ésta es una afirmación personal— el investigador social comprende de mejor manera a los literatos cuando dicen que el poema, el cuento o la novela exigen de su autor una resolución. Esa resolución es la del involucramiento de ambos en una escena donde el que trabaja (literato o teórico) lleva todas las de perder. Ahí presiento la tirantez y el sentido de la ciencia social especialmente en los estudios urbanos. Por ello espacio y tiempo —podemos incluir la identidad— resultan fundamentales. Ya como meros instrumentos de ubicación de los objetos de estudio o como problemas de investigación. Entendidos como construcciones culturales que permiten la comprensión de lo social-cultural. Pero además, porque involucran, como el concepto de cultura, potencialidades y restricciones para el conocimiento del hombre: unidad-diversidad, homogéneo-heterogéneo, arraigo-movilidad, igualdad-diferencia, origen-finitud. Entre estas oposiciones, que llevan consigo una dialógica (complementariedad de los opuestos) en términos de Edgar Morin, se encuentran las avenidas que han mantenido a flote el debate socio-antropológico respecto de los asentamientos humanos contemporáneos.

 

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