Espacio, lugar y mundo. El fundamento topológico de la Modernidad y los orígenes de la mundialización. (Prefacio de Maurice Aymard e Introducción)

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Descripción

Prefacio

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ste libro dejará su huella. Marca una ruptura. Da resueltamente la espalda a la fascinación por lo “micro”, cuyo poder heurístico ha declinado con el mismo ritmo con el cual había invadido el campo entero no solamente de la historia, sino también de la totalidad de las ciencias humanas. Constituye la primera etapa de un proyecto intelectual de alcance excepcional, el cual estaríamos tentados de describir como desmesurado si su autor no demostrara, a lo largo de sus páginas, que domina perfectamente los contenidos y la utilización de un saber enciclopédico, para entonces, sin dejarse desviar de su meta, llevar su empresa a buen término. Vincula estrechamente, en una visión de conjunto y de manera indisociable, la filosofía y la física, la astronomía y la cinemática, la geografía y la historia, en espera de incorporar la economía y la geopolítica, que, simplemente anunciadas aquí, no entrarán realmente en escena sino en las etapas sucesivas. Aborda en el largo plazo –un muy amplio período que abarca más de dos milenios– las ideas, las teorías, las concepciones y representaciones del mundo y del universo: sólo la consideración, en su totalidad, del largo y lento tránsito del pensamiento europeo desde Grecia y Roma –un tránsito que no tuvo nada, ¿hay que recordarlo?, de lineal– puede permitir comprender el presente, a diferencia de aquellos, y son muchos, que quisieran reducirlo a los dos o tres últimos decenios, bajo el pretexto falaz que sería radicalmente diferente de todo lo que le ha precedido. René Ceceña no concede nada a las modas intelectuales ni a las facilidades del lenguaje y del estilo, que no sirven sino para disimular las insuficiencias y las imprecisiones del pensamiento. Sus directrices son la exigencia y el rigor: rigor de procedimiento, que apunta a demostrar y convencer, rigor en el vocabulario y con la escritura, elaborados bajo el signo de la precisión. Un problema es planteado desde el inicio, un recorrido definido que debe permitir hallar las soluciones. Nos corresponde a nosotros, lectores, aceptar el dejarnos conducir paso a paso, aún cuando a veces nos sintamos sorprendidos o desorientados, o si el camino a recorrer nos parezca arduo. El resultado anunciado al principio y confirmado al tér-

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mino de este largo camino está ahí para mostrarnos que el esfuerzo demandado al lector era indispensable, y éste es ampliamente recompensado. Asumiendo el riesgo de simplificar excesivamente un pensamiento complejo y minucioso, que me cautivó desde mi primer encuentro –hace ya varios años– con René Ceceña, y que también sedujo a Jacques Derrida –quien aceptó co-dirigir conmigo una tesis inicialmente planteada en historia, pero a quien la enfermedad desafortunadamente impidió estar presente en el momento de la defensa de ésta, en vísperas de la Navidad del 2003–, estaría tentado a resumir la ambición del autor en una fórmula casi banal: para descubrir, conquistar y describir el mundo –en su doble acepción de Tierra y Universo–, los europeos tuvieron la necesidad de elaborar herramientas científicas que les permitieran conceptualizar, pensar y redefinir su relación con él. Una empresa que vino a “desencantar” la apropiación por el verbo –que da un nombre a las cosas– magníficamente resumida por los versos de Valéry: “Ah, quel Taureau, quel Chien, quelle Ourse, Quels objets de victoire énorme, Quand il entre au Temps sans ressource, L’Homme impose à l’espace informe !”

No hay mundialización posible sin una idea de mundo que permita concebirlo como objeto de la ciencia y como marco de la acción de los hombres. Para René Ceceña, esta toma de posesión conceptual del mundo está históricamente fechada: coincide con los inicios de la época moderna, e implica en un orden aparentemente disperso, pero que remite a un vínculo más profundo, las disciplinas anteriormente evocadas. Algunas, como la filosofía, tardan más en seguir el movimiento, al ser prisioneras de formas de pensar sólidamente ancladas en los espíritus por la enseñanza universitaria, los modos de aprendizaje por repetición y el respeto a la autoridad de los profesores que constituyen su piedra angular. Otras al contrario, como la física o la astronomía, más recientes, menos controladas, menos institucionalizadas, más abiertas a los debates que se entrelazan a escala internacional entre un número muy restringido de sabios, aprovechan esta relativa libertad para avanzar más rápidamente.

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Lo importante es ver que todos los grandes nombres de la ciencia y del pensamiento europeos participan más o menos explícitamente en el movimiento; impulsados a precisar con claridad sus posiciones, dudan entre la tentación del compromiso y la que les sugiere reforzar la expresión de sus pensamientos. Todos o casi todos juegan así su papel en el cuestionamiento de la conceptualización que había formalizado la tradición escolástica a partir de una reelaboración de las tesis de Aristóteles. Puede así afirmarse una nueva racionalidad espacial, identificable, nos explica René Ceceña, con el principio deíctico, que trata como sus formas de objetivación –formulaciones topológicas– los conceptos de espacio, de lugar y de vacío, que por lo contrario el pensamiento escolástico había tendido a confundir con el mismo principio, transformándolo al mismo tiempo en principio óntico. En oposición al lugar –realidad objetiva privilegiada por la Escolástica, en detrimento del espacio, remitido a la subjetividad y, por ende, excluido de toda forma de elaboración científica– la idea de mundo se construye por el vínculo que se establece entre el ahí y el en, que permite ir del lugar al espacio, aceptado como una realidad que escapa en parte a los sentidos, pero que podría ser demostrada por razonamiento. La geografía y la historia encuentran ahí su lugar, con sus dos misiones complementarias que consisten en definir el marco de los eventos, y explicar estos mismos eventos reubicándolos en el marco de un discurso que debe ser a la vez verosímil y racional. Partiendo de la lectura de los principales textos cosmográficos del Renacimiento, René Ceceña se ve obligado a remontar lejos en el tiempo, hasta los filósofos de la Antigüedad, para desplegar inmediatamente su observación durante los tres siglos de la Modernidad. Se dotó así del marco temporal que le hacía falta para dar cuenta de una mutación de tan grandes proporciones, y el distanciamiento necesario para observarla en su totalidad. El camino que sigue a lo largo de estas páginas está fundado sobre el dominio perfectamente erudito de una información impresionante, cuyas dimensiones pueden apreciarse por la imponente bibliografía. El autor funge como guía ilustrado, señalando las dificultades, indicando los puntos de referencia indispensables, pero sin jamás renunciar a ir hacia delante y a invitarnos a seguirlo. Su empresa se sitúa de hecho en el cruce

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de dos tradiciones de investigación en este campo, que se complementan con éxito. La primera es la de la historia de las ideas, que marcó el desarrollo mismo de la historia de la filosofía o de las ciencias: perspectiva que privilegia el análisis diacrónico de las teorías, las formulaciones, los debates, las conclusiones provisionales elaboradas en un momento dado del tiempo. La segunda prolonga aquella misma que Lucien Febvre había formulado en su Rabelais ou le problème de l’incroyance au xvie siècle bajo el nombre de “herramienta mental” (outillage mental). Las ideas, aún las más nuevas, quedan atrapadas en la trampa de estructuras que ellas mismas, cuando aparecen, son en gran medida incapaces de modificar, y que, sin ser jamás totalmente limitantes, fijan durante lapsos muy largos de tiempo lo posible y lo imposible: lo que puede ser pensado y conceptualizado, y aquello que, al contrario, tarda en imponerse pues no se inscribe (todavía) en un marco intelectual que permitiría conceptualizarlo, y, al mismo tiempo, apropiárselo. Estas estructuras evolucionan muy lentamente, gozan de una elasticidad relativa que les permite adaptarse a la novedad y hacerle un lugar, incluso cuando éste no sea sino marginal. Pero llega el momento en el que una ruptura decisiva se vuelve indispensable: una ruptura que aparecerá enseguida como evidente, anunciada, justificada por sí misma, aunque haya tomado mucho tiempo y haya sorteado múltiples obstáculos antes de lograr imponerse. De ahí la atención extrema que es conveniente aportar, para poder captar tanto los deslizamientos progresivos como las rupturas profundas, a los términos utilizados, a las formulaciones, a las imágenes, a las metáforas, que son para aquellos que las emplean garantes de la legitimidad que desean dar a sus escritos así como de la precisión buscada en la expresión, pero que revelan también, dicho sea de paso, contradicciones más secretas, o los límites impuestos a la expresión misma de una idea nueva; el uso generalizado del latín en los ambientes doctos, hasta en pleno siglo xviii, como lengua de comunicación internacional y de discusión entre pares, hace todavía más indispensable este trabajo de análisis semántico. El libro que nos propone René Ceceña se nos impone por su ambición de construir una epistemología histórica: un análisis de los sistemas epistémicos inscrito en la temporalidad y en la historia concreta de los hombres.

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No representa en su opinión, como él mismo nos lo recuerda, más que una primera etapa: los prolegómenos necesarios para una lectura renovada del proceso de mundialización, en su doble dimensión económica (los intercambios comerciales) y geopolítica (un sistema de relaciones planetarias). Esto se debe a que este proceso no puede ser comprendido solamente a partir del tiempo presente, muy breve. De ahí la ambición del autor de poner el pasado, interrogado y solicitado a la luz del presente, al servicio de una mejor comprensión del presente, y del mundo en el cual estamos llamados a vivir, y del que tenemos la frecuente impresión que nos faltan las claves que nos permitirían leerlo, interpretarlo, y posiblemente además –¿por qué no?– dominarlo. Podemos hoy agradecerle a René Ceceña el haber llevado a cabo la primera etapa de su empresa. Y decirle también que depositamos en él toda nuestra confianza, para que continúe la ruta que se fijó. Maurice Aymard École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, 6 de octubre de 2007

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Introducción

El fundamento topológico de la apropiación moderna del mundo. Exposición temática y metodológica

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l presente texto busca destacar y describir el papel de la tematización occidental del espacio en la constitución de la Modernidad y sus relaciones con el desarrollo de las prácticas de apropiación de la Tierra. Se entiende en este sentido como un primer paso en el estudio del fundamento topológico sobre el cual se elaboran y se ponen en relación las formulaciones conceptuales y los elementos históricos que constituyen la idea occidental de mundo a partir de la cual tienen lugar las prácticas modernas de ocupación y uso de la Tierra.[1] 1.

Por tematización del espacio comprendemos la elaboración en tema de la relación hombre-mundo según diversas figuras conceptuales (espacio, lugar, vacío, materia, sujeto…) sobre la base de un principio de ordenamiento deíctico: tomando deixis ( ) como el conjunto de orientaciones que partiendo del cuerpo del emisor relacionan los elementos de la enunciación en función de un contexto determinado y para lo cual se toma como base epistémica la constatación del ente en su lugar (el estar del ente), llamamos principio deíctico al establecimiento del inicio del proceso de conocimiento en la identificación así instituida del ente con el lugar que le es propio y que permite, a partir de ello, referir a las cosas en sus relaciones recíprocas. La deixis del discurso construye así el marco de referentes –el espacio– en el que el hombre se piensa y es en este sentido la base de la construcción topológica de la comprensión occidental de la realidad humana, esto es, como veremos, de su ontología (véase nota 3 de la introducción). Consecuentemente, llamamos fundamento topológico a la forma que asume el carácter ek-sistencial de la comprensión occidental del ser humano que, sobre la base deíctica de la referencialidad, esto es, a partir de la constatación del ente en su lugar, construye al ser como proyección del estar. Al hablar de Occidente y de occidental referimos al conjunto de sociedades que reivindican y se reconocen herederas de la tradición greco-latina: afirmamos y tratamos de mostrar con el presente trabajo que estas sociedades construyen su conceptualización del mundo y sus prácticas de ocupación y uso de la Tierra sobre la base

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La presente introducción busca ofrecer una primera aproximación a este tema, para el cual el libro en su conjunto constituye nuestra propuesta desarrollada. En esta perspectiva, el objetivo del presente trabajo se limita a mostrar el fundamento topológico del proceso constitutivo de la Modernidad como condición de posibilidad de la mundialización. La tarea inmediata de nuestro trabajo es entonces explicar los fundamentos y describir las características del proceso de construcción de la idea de mundo que, en correspondencia con la comprensión del espacio, tiene lugar en Occidente entre finales de los siglos xv y xviii. Con anterioridad, otros estudios han abordado la relación entre Modernidad –su gestación y configuraciones– y espacio. Se ha hecho desde diversas perspectivas que van de la llamada Historia del ser a las Historias de la de: a) la comprensión del ser a partir del ente según se le determina en la ontología griega, y b) la territorialidad del orbis terrarum –el orbe de las tierras emergidas– propia al Imperio romano. Con Modernidad indicamos –como resultado de nuestras investigaciones respecto de las cuales el presente texto constituye la síntesis– el período de transformaciones de la relación del hombre occidental con la Tierra sobre la base de una comprensión espacial del concepto de mundo, y que lleva de la nueva descripción de la Tierra a la constitución del concepto de sujeto de conocimiento en Filosofía y sus desarrollos en las teorizaciones políticas y económicas. Finalmente, el empleo de los términos Tierra, tierra y mundo merece también una precisión. Tierra será empleado para nombrar al lugar propio, históricamente constituido, de la realidad humana en el pensamiento occidental. Refiere en este sentido, según el momento histórico del que se trate, tanto a la esfera planetaria –conjunto formado por las esferas de la tierra y el agua de la representación antigua y medieval del universo– como al elemento indicado con dicho nombre en su constitución como soporte de la realidad humana –siendo en este último caso sinónimo del orbis terrarum. No así al elemento material de la filosofía de la naturaleza premoderna, para cuya grafía reservamos la minúscula inicial: tierra. Mundo, por su parte, refiere al horizonte máximo de determinación de la realidad humana, su horizonte ontológico, y en este sentido, a la condición de posibilidad de la Tierra en tanto que horizonte óntico (lugar propio, históricamente constituido, como señalamos arriba) de la realidad humana en su comprensión occidental. La apropiación de la Tierra de la que hablamos refiere entonces a la construcción conceptual de base deíctica constitutiva de una idea de mundo a partir de la cual se desarrollan las prácticas occidentales de ocupación y uso de la Tierra en tanto que lugar propio del ser humano, con sus correspondientes formulaciones teoréticas, en particular los discursos geopolíticos y librecambistas que dan lugar a la mundialización.

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cartografía, de la geografía y de la astronomía, pasando por la Historia cultural, las Connected Histories, la Economía histórica, la Sociología, la Filosofía de las ciencias y la Epistemología histórica.[2] Sin embargo, estos trabajos y 2.

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las perspectivas con la que han sido llevados a cabo, no resuelven la inquietud que es la nuestra y, por tanto, no dan cuenta de ella en la perspectiva en la que nos reconocemos y a partir de la cual elaboramos el presente estudio: el espacio como fundamento topológico de la idea moderna de mundo. Observamos así, particularmente en los estudios de orientación histórica, que en su esfuerzo por reconocer en el espacio un factor al interior del proceso de constitución de la Modernidad, regularmente se le concibe de antemano en su acepción moderna (entendiendo por ésta la concepción del espacio como una realidad física capaz de contener los cuerpos físicos). Se deja de lado en estos casos que, justamente en este momento, la concepción occidental de espacio sufre una serie de mutaciones fundamentales que llevan a su constitución moderna. Ello conduce estos estudios a la frecuente reducción –que construye una identificación no justificada– del espacio con el territorio y del mundo con la Tierra. Por otro lado, los estudios que se reconocen en una perspectiva filosófica o de historia de las ideas ordinariamente limitan las mutaciones en el concepto de espacio a una cronología de su adecuación conceptual a las diversas escuelas de pensamiento. Falta en este sentido, a nuestro entender, la comprensión de los fundamentos propiamente espaciales del proceso de construcción de la Modernidad: la relación hombre-mundo y el papel que el espacio juega en ésta. Estos últimos estudios dejan además fuera de Les mots ehess ehess

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consideración la relación entre la conformación espacial de Occidente y los acontecimientos históricos –incluso los mayores– de dicha conformación: la institución y modificación del orbis terrarum como horizonte de la realidad humana y del problema del ser, y el desarrollo de la propia ontología en Occidente. La principal limitación de estos trabajos es entonces, a nuestro entender, a) la precomprensión onto-lógica del espacio y b) la consecuente imposibilidad de establecer la relación entre el carácter propio de la problemática del espacio y los acontecimientos históricos sobre los cuales Occidente, y en particular la Modernidad, adquieren sus configuraciones espaciales. Por precomprensión onto-lógica del espacio entendemos la comprensión de espacio subyacente en los referidos trabajos, ya sea como hecho del mundo exterior (precomprensión óntica), ya sea como concepto (precomprensión lógica), sin el cuestionamiento, o al menos el discernimiento, de dicha disposición.[3] En las referidas precomprensiones se deja entonces de lado lo que llamamos “el carácter propio de la problemática del espacio”, esto es, el hecho que el espacio no es un dato simple –exclusivo– de la realidad exterior, ni un concepto cualquiera –al mismo título que cualquier otro concepto. 3.

Uno de los postulados centrales sobre el cual descansa nuestro texto es que, en el proceso de su construcción, la ontología responde a una pretensión de doble aprehensión del ente: óntica y epistémica. No será sino a partir de la filosofía moderna, con Descartes, pero sobre todo con Kant, que se iniciará el abandono de la pretensión de determinación del ente mismo para constituirse en búsqueda exclusivamente epistemológica, teniendo como base al sujeto que por esa razón llamamos epistémico (o sujeto del conocimiento). Por ende, a lo largo de nuestro trabajo indicaremos como onto-logía la dualidad óntico-epistémica que caracteriza al cuestionamiento acerca del ente en la historia de Occidente, para así denotar su ambigüedad no resuelta. Limitamos el empleo del término ontología al señalamiento del cuestionamiento del ente formalmente instituido al interior del pensamiento occidental, esto es, su forma expresa de cuestionar por el ente al interior de la metafísica (cf. nota 5). Por lógico comprendemos en este texto el campo semántico de problematización del λόγος antiguo, incluyendo al problema de la relación del lenguaje y el pensamiento con la tematización del ser, comprendiendo así a la lógica, la epistemología y la psicología según son concebidas en el pensamiento premoderno. Cuando nos remitamos sólo al análisis formal del lenguaje, hablaremos de: a) Lógica, como cuerpo de conocimientos instituido sobre la formalización del lenguaje, y b) lógica, en cuanto facultad para operar reglas de inferencia.

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Por nuestra parte mantenemos que, en tanto que tematización del principio deíctico, el espacio es, al menos para el Occidente de la ontología griega y del orbis terrarum romano constitutivos de la Modernidad, el a priori de la relación hombre-mundo, entendiendo por a priori el punto de partida para la construcción de su ontología y epistemología. Como dato de la realidad exterior, el espacio es el territorio, el espacio histórico de la organización política y de la apropiación económica de la Tierra; como concepto, el espacio es el marco geométrico que sirve de base a la representación de la Tierra. Espacio histórico y espacio geométrico tienen a su vez lugar, esto es, su condición de posibilidad, en el espacio deíctico, espacio constitutivo del horizonte de comprensión de la realidad humana. Así, lugar de la relación hombre-mundo, el espacio deíctico es el lugar en el cual la relación hombre-mundo se da y dentro del cual la relación hombre-mundo debe entonces explicarse. Tal es entonces la tarea del presente estudio: explicar los fundamentos epistémicos y la historicidad a partir de los cuales el Occidente moderno se construye sobre la base de un espacio deíctico. En efecto, es desde la perspectiva del espacio en tanto que tematización del principio deíctico como a priori de la relación hombre-mundo, y a la que –en tanto que éste es el lugar a priori de la relación hombre mundo– llamamos topológica, que hemos construido nuestra propuesta de lectura de gestación y constitución del Occidente moderno y del fundamento de la apropiación mundializada de la Tierra. Tres influencias originarias, leídas en una perspectiva topológica que no les es necesariamente propia, han guiado nuestra reflexión y nuestra propuesta: la problematización fenomenológica del espacio –fundamentalmente por parte de Martin Heidegger–, la epistemología histórica –donde destacan la arqueología y genealogía propuestas por Michel Foucault– y la perspectiva histórica de la Escuela de los Anales –retomando destacadamente la propuesta historiográfica de Fernand Braudel. La lectura ek-sistencial del Dasein propuesta por Heidegger constituye en efecto uno de nuestros puntos de partida pues permite subrayar, en su relación al concepto de mundo, el carácter espacial de la comprensión occidental del ser humano. Nuestro proceder sigue de cerca en este sentido el análisis heideggeriano de la espacialidad del Dasein y su problematización

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como in-der-Welt-sein (“ser/estar-en-el-mundo”), así como la discusión hermenéutica en Sein und Zeit de la ontología cartesiana del mundo. La reapropiación deíctica de los aspectos señalados conlleva sin embargo una lectura crítica de Heidegger con respecto al espacio. En primer lugar pues, contrariamente a la posición heideggeriana en SuZ (§ 70), cuestionada –como ha señalado Didier Franck– por el propio Heidegger en la conferencia Tiempo y ser, reivindicamos la irreductibilidad del espacio al tiempo y mantenemos entonces el carácter a priori del espacio. En segundo lugar, desarrollamos la propuesta ek-sistencial del Dasein sobre la base de una determinación deíctica, esto es, como hemos señalado, tomando como punto de partida la constatación tópica del ente en su estar.[4] Es justamente en este punto que se apoya nuestra lectura del espacio topológico como irreductible al tiempo, como a priori en la construcción de la realidad humana en la forma de idea de mundo. En nuestra propuesta, el ek-sisto –como tematización de la comprensión occidental del ser del hombre–, implica para el ser humano la posesión de la condición que hace posible la aprehensión de la realidad mundana, pues la deixis de la relación hombre-mundo constitutiva de la comprensión ek-sistencial de la realidad humana trama la relación entre el mundo en tanto que horizonte constitutivo de la comprensión de los entes –y entonces sobre la base del ser humano como ente que piensa lo ente (ek)–, y el mundo como lugar al interior del cual el ente tiene ya dada su onticidad –ubicando al ser humano como uno entre los entes (sisto). Así, indicando el movimiento hacia lo ente (ek) de su permanecer en un estar determinado (sisto), ek-sisto construye onto-lógicamente a lo ente constitutivo de la mundanidad. Nos distinguimos de Heidegger en un tercer punto, al no limitar la historia de la subjetidad a la egoidad que concibe el problema del fundamento como prehistoria de la subjetividad, esto es, limitándola a los diversos elementos epocales constitutivos del sujeto entendido como sujeto del conocimiento, 4.

Estar y ser forman parte fundamental de nuestro análisis al constituir las formas verbalizadas de la comprensión dual del ente. Destacamos mediante cursivas el empleo de estar según esta significación. Para el caso del ser, dado su empleo ya usual en la tradición filosófica, nos limitamos por regla general a señalar esta significación mediante el artículo definido: el ser.

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fundamento de la representación del mundo como universo –como a nuestro entender hace Heidegger. Se corre con ello el riesgo de perder de vista, y ello es central para nuestra investigación, que sujeto no sólo ha sido, en la historia de Occidente, el sujeto del conocimiento así designado con las características para nosotros reconocibles desde la Modernidad en sus modalidades cartesiana y kantiana. Sujeto ha sido el fondo de inteligibilidad del mundo, soporte último de la referencia. Si ha habido un sujeto moderno en tanto que sujeto epistémico, ello se debe, como veremos, a que éste es posible, en su diferenciación, sobre el fondo constituido por el sujeto ontológico premoderno, el cual es primeramente deíctico, construcción topológica de la comprensión ek-sistencial de la realidad humana: subjectum, espacio, fundamento. Es por ello que nuestra lectura de Heidegger comporta un diálogo con la historia de la filosofía que ve en el cuestionamiento del sujeto como el campo de desarrollo de la metafísica en función del conjunto de interpretaciones que en él se han superpuesto y en cuyo dominio Heidegger gravita.[5] Ampliamos consecuentemente el análisis de la subjetidad heideggeriana mediante una lectura topológica de la historia de la filosofía que hace del cuestionamiento del sujeto, en tanto que fundamento de la cognoscibilidad del mundo, su hilo conductor, refiriéndolo a la deixis, al vínculo epistémico del en al ahí (ek-sisto) constituido por el Dasein. Para nosotros la subjetidad es el campo de construcción de la representación occidental del mundo que sobre su referencialidad deíctica se expresa espacialmente ( , subjectum, fundamento, 5.

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Metafísica es un concepto con connotaciones diversas en función del contexto filosófico en el que se emplee y la corriente de pensamiento que la enuncie. En este texto emplearemos el término en dos sentidos que se explican en cada caso en el contexto de su empleo: sentido disciplinar y sentido analítico. Entendemos por sentido disciplinar de la metafísica al discurso que, en un momento histórico, se entiende y se designa a sí mismo como tal. Por sentido analítico referimos al discurso que, en el pensamiento occidental, se desarrolla sobre la base del cuestionamiento aporético del ente dando lugar a la escisión temática entre lugar físico y espacio noético, esto es, como expresión históricamente configurada de la comprensión ek-sistencial de la realidad humana y que se confunde por ello con el planteamiento ontológico, es decir, con la ambigüedad onto-lógica del cuestionamiento del ente.

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espacio, subjetidad, subjetividad…) por tener su fundamento en el ek-sisto de la comprensión de la realidad humana, dando lugar a la idea occidental de mundo en tanto que racionalidad topológica transepocal con respecto a la cual la mundialización es una forma históricamente acotada. Dicho de otra manera, es sobre la base de la comprensión ek-sistencial de la realidad humana operada por la deixis que la idea occidental de mundo se funda, primero, sobre un sujeto onto-lógico constituido en espacio y adquiere, segundo, sus diferentes configuraciones históricas, siendo la apropiación moderna y, dentro de ésta, la mundialización, formas históricas particulares de la apropiación occidental del mundo. La mundialización es en este sentido una forma histórica de relación con el mundo que corresponde a una disposición epocal de la comprensión europea del hombre como ser ek-sistencial y que, en su período moderno, hace del sujeto onto-lógico un sujeto epistémico. En este sentido, hemos operado un análisis de la historia de la filosofía que nos ha permitido construir el primer pilar de nuestra perspectiva mediante un estudio que privilegia la historia de las interpretaciones del Timeo de Platón (27-53) y de la Física de Aristóteles (libro δ). Este proceder nos ha permitido mantener una mirada crítica sobre la lectura heideggeriana de la filosofía griega, principalmente respecto a los conceptos de khôra ( : “región, espacio, dominio, materia”) y de tópos ( : “lugar”) y su papel en la elaboración conceptual del espacio y del ser en Occidente. Se ha tratado, sobre la base de diversas contribuciones de Heidegger, pero a la diferencia de algunas de sus conclusiones, de hacer una historia de las problematizaciones del espacio en tanto que khôra y tópos como fundamento deíctico de la comprensión del ser en Occidente.[6] 6.

La lectura que hacemos de Heidegger es entonces resultado de nuestra perspectiva deíctica, para lo cual proponemos un acercamiento con la Teoría del lenguaje, comenzando por los trabajos de Karl Bühler (Sprachtheorie. Die Darstellungsfunktion der Sprache, 1934). Se da con ello lugar, desde nuestro punto de vista, a un diálogo aún por construirse en lo que a nosotros respecta, en donde se recuperen los elementos de reflexión sobre la deixis elaborados en diferentes corrientes de la Filosofía (particularmente en orientaciones fenomenológicas, en filosofía del lenguaje y en el pragmatismo), en el marco del análisis del concepto de mundo. Se trata de un trabajo para el cual el presente texto constituye, en nuestra propuesta, su base.

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Por otro lado, en tanto que historia de la racionalidad, la epistemología operada por la arqueología y la genealogía foucaultianas se encuentra a la base de nuestro esfuerzo de comprensión de la red conceptual constitutiva de la idea de mundo y de la representación de la Tierra, poniendo en evidencia el campo de posibilidades de donde emanan sus conceptos y los dominios de lo posible que crean. Retomamos en particular para nuestro estudio la distinción foucaultiana entre epistémico y epistemológico, es decir –recuperando la expresión de Georges Canguilhem– el fondo de ciencia posible y las configuraciones de las ciencias que en ella toman forma. Ello nos ha permitido comprender que el examen de las redes conceptuales necesita un trabajo de archivo y un ejercicio de análisis documental que no se agota en los cajones del saber clásico (filosofía o historia o geografía o economía o sociología o física o...). Pero no hay que ver en ello cierta multidisciplinariedad, igualmente limitada a una perspectiva departamental del saber, y cuya diferencia sólo residiría en su amplitud cuantitativa (filosofía e historia y geografía y economía y sociología y física y…). A partir de ello, lo que se pone en marcha en nuestro análisis es la tentativa por establecer relaciones de saber que responden a la problemática de nuestra investigación mediante un reagrupamiento epistemológico propio: la tematización del espacio. Hemos entonces asociado obras sin nexo aparente –o en todo caso sin nexo explícito en la tradición académica instituida–, para elaborar una red de lectura específica de nuestro proyecto. Así, a manera de ejemplo, podemos citar la Guerra del Peloponeso de Tucídides, las Categorías de Aristóteles, la Geografía de Estrabón, la Topografía cristiana de Cosmas Indicopleustes, diversas tesis universitarias elaboradas durante el siglo xvii que versan sobre la física, la Historia natural y moral de las Indias de José de Acosta, Hamlet de Shakespeare, el Nuevo teatro del mundo (atlas cartográfico) de Mercator, La vida es sueño de Calderón de la Barca, el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo, los Nuevos experimentos sobre el vacío de von Guerike. Textos a los que habrán de añadirse más adelante El discurso sobre la primera década de Tito Livio de Maquiavelo, la Nueva Atlántida de Francis Bacon, el Mare liberum de Grocio o la Riqueza de las naciones de Adam

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Smith, cuando nuestra investigación avance sobre la construcción de las categorías políticas y económicas modernas. No seguimos sin embargo a Michel Foucault respecto al acento que él presta a los fenómenos de ruptura. Para interrogar las revoluciones científicas y, en general, las relaciones históricas entre conceptos, nos situamos más cerca de su maestro Georges Canguilhem y la noción de rupturas sucesivas o de rupturas parciales, buscando con ello comprender y explicar las rupturas mediante la existencia de nociones-guía, tal es el caso de mundo o espacio.[7] Por último, el trabajo de Fernand Braudel nos ha permitido visualizar dos elementos fundamentales para el desarrollo de nuestra investigación: en primer lugar, a partir del concepto de economía-mundo, la constitución histórica de horizontes de actividad humana, de unidades territoriales de apropiación de las regiones de la Tierra; en segundo lugar, gracias a la larga duración, la perspectiva para pensar las raíces históricas del horizonte occidental de actividad humana. Es por ello que nuestro trabajo se inscribe en la perspectiva de la historia de las mentalidades, lugar de larga duración que da cabida a otras temporalidades, la de la vida de los hombres y la de los grandes movimientos de conjunto de la sociedad (los ciclos económicos y las épocas sociales), como ha explicado Maurice Aymard. Nuestro texto se inscribe de esta manera en una perspectiva de trabajo a largo plazo con la que se busca la comprensión de las formas históricas de apropiación del espacio-mundo europeo moderno en función de una primera aproximación por medio de la historia de las mentalidades y de las ciencias. Ello nos ha permitido poner en relación tres temporalidades que nos parecen ineludibles, en cuanto tales (esto es, cada una de ellas) y en su articulación (en sus relaciones recíprocas), para el desarrollo de nuestra investigación. Por un lado una temporalidad propia a los momentos de ruptura al interior de una disciplina, sea la Historia o la Cartografía; temporalidad que muestra su carácter de conjunto en unas décadas, con el cambio, por ejemplo, de la representación de la Tierra que conlleva a la proyección de Mercator. Así, la Modernidad cartográfica se presenta con anterioridad a 7.

También en este lugar, dada nuestra perspectiva deíctica, pretendemos la articulación entre tradiciones que en otras perspectivas se muestran divergentes: Epistemología histórica y Teoría del lenguaje.

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la Modernidad astronómica o la propia de la física. La primera tiene lugar desde los viajes de exploración transíndicos y transatlánticos (fines del siglo xv y principios del xvi); la revolución astronómica que da lugar a su Modernidad tiene como fecha simbólica la exposición del sistema heliocéntrico de Copérnico (mediados del siglo xvi), mientras que la física desarrolla sus tendencias modernas fundamentalmente durante el siglo xvii. Si queremos ahora referir a la filosofía, observamos que sus características modernas se precisan entre mediados del siglo xvii y fines del xviii. Recurrimos además a una temporalidad intermedia que permite observar los desplazamientos sucesivos en diversas disciplinas; ésta indica un período variable que se sitúa entre fines de los siglos xv y xviii, en el cual se reformula la tematización de la base deíctica de construcción de la idea de mundo mediante la reelaboración del concepto de sujeto, pasando del sujeto onto-lógico (materia o espacio) al sujeto epistémico (sujeto de conocimiento identificado al ego). Es la observación de su conjunto lo que permite comprender el movimiento que constituyen: la Modernidad cartográfica consistiendo en la elaboración de una nueva (“moderna”) imagen de la Tierra por la ampliación de su horizonte y de la Tierra como (expresamente formulado en ese tiempo) sujeto del ser humano, la Modernidad física teniendo como fundamento, también explícitamente, la formulación de un espacio universal como sujeto de todos los entes, la Modernidad filosófica, por último, descansando en la elaboración del sujeto del conocimiento. Se trata ciertamente, con esta temporalidad intermedia, de un referente que, en primera instancia, tiene límites temporales difusos. Y lo es deliberadamente en el sentido siguiente: hemos escogido un referente suficientemente amplio para poder contener en él los diversos elementos que juegan un papel central en la conformación de la idea moderna de mundo, dentro de la cual se elaboran los conceptos y se desarrollan las prácticas de la apropiación mundializada de la Tierra, y a partir de los cuales podemos hacer el estudio de sus fundamentos topológicos según un reconocimiento histórico de sus fuentes. Referimos a esta temporalidad como “albores (umbral, inicios) de la Modernidad” y debe entonces ser entendida como referente temporal que no establece un límite único para todos los elementos analizados como

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constitutivos del telón de fondo de la idea de mundo que da origen a la apropiación mundializada de la Tierra. Pero si la Modernidad en sus albores puede constituirse en el campo temporal de la reflexión que aquí queremos desarrollar, es debido a que conforma el campo de la formulación teorética constitutiva del fondo del proceso señalado, lugar de la reformulación de la deixis que por una ruptura en la relación espacial con el mundo –la imagen de la Tierra establecida tras los viajes de ampliación del horizonte europeo– conlleva una formulación del sujeto que recupera para sí el fondo constitutivo de la representación del mundo –sujeto del conocimiento. Así, “albores de la Modernidad” no es solamente la época de coexistencia entre la tradición escolástica y la crítica moderna, sino la circunstancia en la cual el fundamento ek-sistencial de la primera se propaga hacia las segundas, de manera que la referencialidad deíctica y sus formulaciones topológicas se constituyen en el suelo común sobre el cual se desarrolla su confrontación. Se trata entonces de un referente temporal con límites variables, que nos permite considerar los diferentes elementos mencionados con sus puntos de ruptura y líneas de continuidad propios. Finalmente, última temporalidad, trabajamos en la perspectiva de la larga duración, para inscribir el mencionado proceso de configuración topológica de la Modernidad en el principio deíctico del cuestionamiento ontológico occidental. Consideramos en esta temporalidad el problema de la constitución de la idea de mundo y de la representación de la Tierra al interior de la reflexión y las formulaciones sobre , , , subjectum, espacio, mundo como parte de una dinámica de conjunto que se extiende más de dos milenios desde Parménides. No buscamos, sin embargo, como se hace en la póstuma Gramática de las civilizaciones de Braudel –sin que esto constituya una diferencia metodológica o epistemológica, sino de centro de interés académico–, llevar a cabo un estudio de las diferentes civilizaciones que abrace el planeta en su totalidad; nuestro objetivo es comprender el proceso mediante el cual la economíamundo europea se constituye en espacio-mundo –en representación de la Tierra sobre la base de su concepto de mundo– hasta identificar su esfera de actividad al conjunto del planeta y proponer su soberanía conceptual como forma propicia para su apropiación.

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Es, pues, sobre esta base, que hemos propuesto una interpretación topológica, es decir, del espacio en tanto que construcción deíctica fundamental como a priori de la relación hombre-mundo. La perspectiva topológica propuesta busca a partir de ello (en el espacio deíctico) señalar el elemento de comunión entre el mundo conceptual espacialmente tematizado y el mundo histórico territorialmente apropiado, según su experiencia europea. Así, partiendo de la perspectiva de un trabajo a largo término, el presente texto se limita a comenzar el estudio del primer nivel de espacio al que hemos referido: el espacio deíctico. Desarrollamos entonces en el presente estudio la tesis según la cual la apertura oceánica operada por los viajes de exploración conlleva un nuevo concepto de mundo que se corresponde con una reconfiguración del concepto de espacio constitutiva del motor de los cambios epistémicos que caracterizan a la Modernidad. Se pasa así –sucesivamente y mediante continuidades, rupturas y superposiciones epistemológicas diversas– de la construcción de una nueva imagen de la Tierra en las obras de los historiadores y geógrafos, a la Astronomía, la Física y la Filosofía modernas. Es en efecto mediante la elaboración de un discurso que busca asimilar al horizonte europeo las regiones que se encuentran más allá de los márgenes y que los antiguos habían dejado como límites del orbis terrarum dentro de los que la Europa del siglo xv se reconoce aún, que la Geografía y la Historia modernas son apremiadas a precisar las nociones cosmográficas de los márgenes de la Tierra, que permanecían hasta entonces sin definición (India, orbe, mundo). Se construye de esta forma un espacio planetario único, considerado por Occidente como propio a la existencia –y por tanto apropiación– humana. Este proceso implica además un examen crítico de los mecanismos de construcción del saber, más concretamente, de la relación entre los hechos observados y el discurso de su descripción. Se desarrolla sobre esta base histórica (testimonio, experiencia) una Astronomía de observación que reivindica el carácter físico de sus enunciados matemáticos (Bruno, Galileo, Newton) sobre la base de los conceptos de espacio infinito, espacio vacío y espacio absoluto. La Física moderna se construye a partir de ello mediante el establecimiento de una nueva cinemática que tiene como fundamento un espacio geométrico que permite que el movimiento se libere del

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carácter ontológico que éste tiene para la Escolástica, esto es, de la analogía del ser fundada sobre una racionalidad metafórica, espacial (meta-fora). La Física moderna remplaza la analogía del ser por la analogía matemática de manera que los objetos en movimiento pueden ser ubicados en un espacio objetivo –o absoluto en términos newtonianos. Dicho de otra manera, sobre la base de su comunidad espacial, la geometría remplaza a la metáfora en el proceso de construcción de conocimiento. Es finalmente en este mismo sendero que Descartes fundará su teoría del conocimiento sobre la base de la geometría de la res extensa y que Kant propondrá el abandono de la ontología y la sola pretensión de una analítica del entendimiento puro para la cual el espacio se constituye en suposición estética a priori de la relación del sujeto del conocimiento al mundo; proceder kantiano que tiene como origen la crítica de los fundamentos epistemológicos del espacio absoluto de la física newtoniana. La Modernidad se configura de esta manera como el momento histórico de la substitución del sujeto ontológico por el sujeto epistémico, y entonces, de la substitución del sujeto-espacio por el sujeto-del-conocimiento (substitución que opera la identificación del sujeto con el ego): el hombre es el sujeto que, como res cogitans, se supone al objeto, como res extensa, posibilitando la representación de su relación con el mundo. Se abre de esta forma, sobre esta subjetidad, es decir, sobre esta idea de mundo y esta representación de la Tierra, un dominio de análisis sobre dos aspectos de la filosofía práctica: por un lado, la relación entre el sujeto del conocimiento y los sujetos político, histórico y económico de la Modernidad, por el otro lado, el desarrollo de las prácticas y las teorías geopolíticas y librecambistas.[8] Partiendo de esta perspectiva y de acuerdo con los objetivos anteriormente señalados, hemos dividido el presente trabajo en dos partes. La primera busca explicar los modos teóricos y los preceptos epistémicos 8.

El estudio de la relación entre sujeto del conocimiento y sujetos político, histórico y económico, así como del desarrollo de las prácticas y las teorías geopolíticas y librecambristas es una tarea que planteamos llevar a cabo en textos posteriores. Como se ha indicado desde el inicio, el presente texto se limita a exponer el fundamento topológico de la idea moderna occidental de mundo.

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de la construcción de la idea de mundo en los albores de la Modernidad, como momento de precisión de los aspectos topológicos característicos de la apropiación mundializada de la Tierra. En la segunda parte, nos hemos ocupado del análisis de los orígenes y de los fundamentos de su proceder deíctico, para así comprender el sentido general y la conformación de las estructuras escolásticas y modernas de la apropiación del mundo. La primera parte lleva por título Subjetidad, y mundo en los albores de la Modernidad. Para desarrollar este tema analizamos las corrientes filosóficas que se oponen entre sí al momento del triunfo de la Modernidad científica y del nacimiento de la Modernidad filosófica. El primer capítulo busca destacar los elementos que constatan la existencia del principio deíctico y las formas topológicas de su construcción en la idea escolástica de mundo. Para ello analizamos el concepto escolástico de lugar y, a través de éste, el de espacio, en su relación a la comprensión del ente que lo funda. Esta perspectiva nos permite observar en qué medida la Escolástica tiene como base de su proceder conceptual la identificación del ente y el lugar, elemento que caracteriza lo que llamamos principio deíctico. Esta es la razón por la cual el capítulo tiene como título: El lugar escolástico. La determinación tópica del mundo en el pensamiento premoderno. El capítulo comienza (§ 1) con un análisis a manera de introducción que, retomando Hamlet de Shakespeare, destaca el principio deíctico que se encuentra en la base de la comprensión del ente en los inicios de la Modernidad, pero que sin embargo permanece indeterminado dada su consideración tópica. Tras ello (§ 2), continuamos precisando el tratamiento escolástico del problema del lugar mediante la identificación del hecho tópico del mostrarse del ente (la consideración del ente en tanto que lugar en su relación al espacio) como elemento característico de la naturaleza, lo cual hará del lugar la realidad natural que funda la representación del mundo y, así, un hecho natural estudiado por la física como realidad subjetiva del mundo (aquello que es puesto por debajo de las cosas como su soporte para hacer posible su presencia). Pero ello no agota la reflexión escolástica sobre el lugar. Queda aún por responder en este esquema, y la Escolástica es consciente de ello, el fundamento del carácter tópico del ente para que éste pueda tener lugar y mostrarse en su aparecer, en su presencia –el primer sujeto de las cosas.

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Problema que, en consecuencia, conlleva una reflexión sobre el lugar del lugar y, para los escolásticos, remite al problema general del pensamiento. De esta manera, el espacio que para los escolásticos constituye el campo de emplazamiento del ente para que este último tenga lugar, se constituye en un ente de razón (§ 3) de forma que el principio deíctico que constituye la base para la reflexión escolástica sobre el ser queda atrapado en una enunciación tópica metafísicamente comprendida que, construyéndose sobre la imagen del lugar, pretende determinarlo. Finalmente, con estos elementos y mediante una relectura de la tragedia del siglo xvii que nos reconduce a nuestro estudio sobre Hamlet de inicios del capítulo, intentamos explicar el fundamento de la topología premoderna en la dualidad onto-lógica de la comprensión del ente, esto es, en la translación topológica de la ek-sistencia (§ 4). Todo lo anterior explica el papel determinante del concepto de lugar al interior del concepto escolástico de mundo y de su correspondiente representación como Tierra y universo. Tras ello comenzamos el estudio de la reacción moderna derivada de las inconsistencias en la representación topológica de la Escolástica. La dualidad onto-lógica característica de la comprensión escolástica del ente lleva, en filosofía natural, a la construcción de un saber sólo referido al ente y ya no, en su formulación explícita, a creaciones metafísicas. De esta manera, la Modernidad física supone un espacio físico vacío como principio estructural del mundo, mientras que la filosofía atribuye esta suposición al hombre, constituyéndolo en sujeto del conocimiento. Es por ello que estas corrientes refutan las doctrinas escolásticas mediante una discusión que tiene como base una disputa sobre el espacio. Disputa que significa la aprensión del principio deíctico sobre nuevas bases (una reformulación de la referencialidad deíctica que permite la elaboración de una cinemática fundada sobre el espacio), las cuales tienden a eliminar la dualidad, y con ello la ambigüedad, de la comprensión onto-lógica del ente. El título del capítulo es, consecuentemente, El espacio moderno. La redefinición deíctica de la comprensión del ente como base de la Modernidad. Al igual que en el caso del capítulo anterior, cuatro incisos lo estructuran. El primero (§ 5) busca reconstruir el discurso científico mediante la formulación de un espacio vacío que, a la vez que subjetivo en tanto que condición

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receptiva de los entes del mundo, es objetivo al no limitarse a ser un ente de razón, como lo es en la Escolástica. Es por ello que la física naciente parte de la crítica al concepto escolástico de lugar, abandona el cuestionamiento escolástico del lugar del lugar y termina suponiendo, esto es, proponiendo como fundamento, al espacio en tanto ente que funge como referencia para los entes. Pero esta objetivación del espacio se muestra problemática dado que el espacio es, para la física moderna, la presencia sub-yacente a todo ente, evidente por sí misma (§ 6). Y en su evidencia, con una presencia anterior a todo ente y a su conjunto, nada de exterior puede definirlo. El espacio moderno es entonces su propia determinación, apodíctico.[9] Característica que es el objeto de la tercera parte del capítulo que ahora tratamos (§ 7). En filosofía, la propiedad apodíctica del espacio físico objetivo comporta como reacción a una búsqueda para resolver el problema de la falta de soporte último que sea suficiente para el emplazamiento tópico del ente. La tentativa del último inciso de este capítulo (§ 8) es la de comprender el sentido y el alcance de esta búsqueda filosófica, haciendo del espacio el lugar de origen de la teoría del conocimiento y, así, de la relación con el mundo, el universo y la Tierra. Vemos entonces cómo el sujeto epistémico substituye al espacio, el cual constituía hasta entonces, dentro de la revolución científica, el elemento privilegiado de ordenamiento de la subjetividad: el espacio se constituye entonces en suposición estética a priori de la relación del sujeto del conocimiento con el mundo (horizonte de comprensión) y con el universo y la Tierra (lugar de la realidad humana). Esta conceptualización retoma de tal suerte el principio deíctico mediante su proceder intelectivo –al utilizar el espacio como fundamento argumentativo de su investigación– y en la estructuración de sus conclusiones –puesto que el sujeto del conocimiento se construye en soporte para el cual el espacio es intuición arquetípica o a priori. Una vez establecidas las características topológicas de los discursos escolástico y moderno sobre el mundo, procedemos a un estudio a la vez 9.

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Apodíctico es un término empleado en Lógica desde la Antigüedad y que es habitualmente traducido por demostración. El empleo que aquí hacemos de este término, que se entiende al interior de una teoría de la argumentación, refiere al carácter autorreferencial de la demostración: “aquello que muestra (apó) lo que se muestra en la referencialidad de su estar (deiktikós)”.

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introspectivo y retrospectivo del fundamento topológico de la idea moderna sin limitarnos a los albores de la Modernidad. La intención de este proceder es comprender las bases conceptuales del principio deíctico conservando como objetivo general el discernimiento de los vínculos entre éste y la idea de mundo que se constituye en base de la Modernidad –y, así, de la mundialización. Por ende, esta segunda parte trata de la bases deícticas del fundamento topológico de la idea de mundo, para posteriormente describir y explicar la apropiación del mundo en los albores de la Modernidad en función de los elementos conceptuales generales del principio deíctico. El tercer capítulo tiene por título El principio deíctico. Bases epistémicas de la construcción topológica de la idea de mundo. Es necesario, para realizar este estudio del principio deíctico, revisar su historia para así ubicar los momentos nodales de su transmisión (§ 9). Mediante este ejercicio constatamos la existencia de un cuestionamiento de las relaciones entre el lugar y el ser desde la Antigüedad griega. Ello parte de la formulación parmenídea del ente en su estar: ; base sobre la cual el reflexionar filosófico de Platón y Aristóteles buscará solución al carácter onto-lógico de dicha formulación mediante –para el primero– la (“región, espacio, dominio, materia”, como hemos señalado) y –para el segundo– el (tópos: “lugar”, como también se ha indicado) y la (ousía: “esencia como ser del estar”). La reflexión sobre la será fundamental en este proceso, al constituirse en Occidente en el referente subjetivo de la reflexión sobre el mundo y sus entes mediante su traducción interpretativa como subjectum, transmitiéndose según estos rasgos a los inicios de la Modernidad. Corolario de este proceso de lectura metafísica tardo-antigua y medieval de la comprensión onto-lógica del ente en la filosofía antigua, se produce la escisión entre, por un lado, el pensamiento que concibe el ente y, por el otro, el ente como realidad física a la que corresponde un lugar. Se niega en este proceso histórico el fundamento que el pensamiento tiene en el desplazamiento, y así en la deixis del carácter ek-sistencial de la comprensión de la realidad humana. Estudiamos este proceso en la segunda y última parte de este tercer capítulo (§ 10), donde procedemos al esclarecimiento del procedimiento metafórico –translativo, topológico– con el que, a partir de una comprensión ek-sistencial, se construye el mundo.

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En esta etapa de nuestro estudio consideramos que, con vistas al fin anunciado de explicar los fundamentos de la apropiación moderna del mundo, y así a la mundialización, en su fundamento topológico, sólo nos queda regresar al análisis de los vínculos entre el principio deíctico y los modos históricos de constitución de la idea occidental de mundo y de su apropiación. El cuarto y último capítulo trata este tema, y tiene como título El fundamento topológico del mundo moderno. Espacio y lugar en la construcción de la idea moderna de mundo y de la representación moderna de la Tierra. Hay para ello que analizar los mecanismos que operan el vínculo entre la comprensión del ser y el modo de apropiación territorial del mundo de la Grecia clásica –como lugar de formulación deíctica de la comprensión occidental del ente– a los albores de la Modernidad –en tanto que momento en que se elabora en sus características particulares la idea de mundo y la imagen de la Tierra que dan lugar a la mundialización. Desde una perspectiva epistemológica, ello sucede fundamentalmente mediante la sistematización disciplinaria de la escisión conceptual del pensamiento con relación al espacio físico, es decir, cuando los conceptos de khôra y de tópos son definidos en el sentido geográfico de delimitación de la realidad terrestre. De esta manera, en la elaboración gráfica del lugar propio de los hombres que la Tierra en tanto que mundo significa, el problema de la determinación y comprensión del ser humano encuentra un principio de solución al identificar el cuestionamiento onto-lógico de la realidad humana con su ser-en-el-mundo, esto es, como delimitación gráfica del lugar que le es propio. El problema de la ontología es así reapropiado por el establecimiento geográfico de los límites de los lugares de habitación humana (§ 11). Podemos pasar a partir de ello a una reconsideración de las configuraciones de la idea de mundo para hacer emerger la base deíctica de sus configuraciones topológicas. Procedemos entonces a hacer un análisis del fundamento topológico de la apropiación del mundo, mostrando cómo y en qué medida, el principio deíctico, en tanto que principio de determinación de la idea de mundo, organiza las formas de su apropiación (§ 12).

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Así, concluimos, el hecho histórico fundamental de la apropiación conceptual y territorial del mundo lo constituye el establecimiento de la Tierra como horizonte de determinación de las actividades humanas. Es por ello que los relatos históricos y las mediciones hechas durante los viajes de exploración que la geografía transforma en representación gráfica se constituyen con base en la idea de mundo que estructura la idea moderna de la Tierra como mundo y, así, que da cabida a la mundialización. La apropiación del mundo pasa de esta forma por la construcción de una representación que hace de la Tierra el límite de la realidad humana. Los dos hechos históricos mayores en este sentido lo constituyen, en un primer tiempo, el expansionismo romano y, en segundo término, la ampliación del horizonte medieval europeo. El expansionismo romano, pensándose como acontecimiento universal, establece el horizonte de apropiación del mundo (el orbis terrarum) como horizonte de la realidad humana, estructura conceptual que será mantenida por las Europas romanas (occidental y oriental) como principio de definición del mundo terrestre. Por su parte, debido al segundo hecho señalado, el orbis terrarum heredado del ecumenismo romano sufre un proceso de apertura mediante la incorporación del Nuevo Mundo y la construcción de una idea geográfica y cosmográfica que se autodesigna moderna, idea para la cual el horizonte está constituido por la esfera de la Tierra (la tierra y el agua formando un solo cuerpo que constituye en su conjunto el lugar del ser humano). Podemos así comprender que la revolución astronómica haya tenido su fuente primera en los desarrollos geográficos de ampliación del horizonte del lugar del ser humano (la revolución astronómica es desde este punto de vista el proceso de ampliación del horizonte que define al mundo co-mo lugar del hombre), pasándose de ahí a una revolución física que sobre la idea de un espacio físico como primer referente del ente dará lugar al cuestionamiento filosófico del sujeto, culminando con la formulación de un sujeto ya no onto-lógico, sino epistémico. La Modernidad nace y establece las bases de la mundialización en la Tierra como unidad aprehensible para la comprensión europea del ente. Espacio, lugar y mundo. El fundamento topológico de la Modernidad y los orígenes de la mundialización anuncia el estudio de la apropiación mundia-

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lizada de la Tierra que nos es contemporánea construyendo la perspectiva del análisis de sus fundamentos epistémicos, esto es, poniendo en relación la forma occidental del cuestionamiento del ente sobre la base de la comprensión ek-sistencial de su realidad, para así construir espacialmente –según un principio deíctico de ordenamiento– la forma histórica de la Tierra-mundo apropiada por el sujeto del conocimiento, su forma moderna.

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