¿Es posible una \"memoria completa”? Acerca de olvidos y reacciones conservadoras en la narrativa histórica de los ‘60/’70 (2006-2009)

June 14, 2017 | Autor: Esteban Campos | Categoría: Political Violence, Memory Studies, Memoria Histórica, Violencia Política, Memoria
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Revista Afuera

Año IV, número 7, noviembre 2009 Nº de registro de propiedad intelectual: 523964 Nº de ISSN 1850­6267

¿ES POSIBLE UNA “MEMORIA COMPLETA”? Acerca de olvidos y reacciones conservadoras en la narrativa histórica de los ‘60/’70 (2006‐2009)   Esteban Campos Universidad de Buenos Aires – CONICET – Programa de Historia Oral   Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro […] El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer. Walter Benjamín, Tesis de filosofía de la Historia (c.1940)  

Próximo a su trágica muerte en algún anónimo pueblo blanco de la frontera hispano‐francesa y escapando de la persecución nazi, Walter Benjamin tenía la completa certeza de que incluso la memoria ‐el acto de evocar el pasado en los sucesivos presentes‐ corría el riesgo de ser mutilada, reprimida, desfigurada. Bajo la sombra del fascismo, ni los muertos iban a estar tranquilos, porque su recuerdo sería traicionado: el héroe de ayer se convertiría en un villano mañana, el asesino en víctima, la víctima en victimario. En este artículo sostenemos que es imposible concebir una “memoria completa”, porque el trabajo de la memoria está atravesado por el antagonismo. Toda memoria es selectiva por definición (de manera conciente o inconciente), ya que poner en acto un recuerdo significa al mismo tiempo olvidar algo. Si la consideramos en su dimensión social, toda memoria está dividida de antemano, del mismo modo en que lo colectivo y las diversas subjetividades enredadas en el tejido social se constituyen a través de múltiples fracturas de clase, de género, étnicas y políticas. Por otro lado, cada sociedad posee un “régimen de memoria” cuyas políticas regulan la dialéctica entre el recuerdo y el olvido, mientras el tiempo dura. El régimen de memoria controlado instituido por el Estado, contribuyó históricamente a la consolidación de las identidades nacionales en el siglo XIX, asociado claramente http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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a los proyectos hegemónicos del imperialismo y de los países dependientes. Por acción o por omisión (por el gesto de la evocación o del olvido planificados), cada régimen de memoria es un mapa cognitivo que señala los caminos posibles para que una sociedad se ponga en marcha; una brújula cuyo fundamento es el pasado pensado, que no es una imagen estática, sino que se estremece por tensiones, conflictos, y luchas hegemónicas. La conmemoración oligárquica del centenario de la Revolución de mayo en 1910, con sus apelaciones al progreso y a la unidad nacional, tuvo como contratara la protesta anarquista, aquella “memoria herida” teñida de utopía que evocaba a los mártires de Chicago de 1881, o a los obreros asesinados durante la Semana Roja de 1909. Ahora bien ¿qué entendemos por memoria? ¿Cuál es su relación íntima con la historia? Vamos a observar los problemas narrativos actuales que plantea la defensa de una “memoria completa”, analizando Volver a matar, de Juan Bautista Yofre, y Operación Traviata, de Ceferino Reato, dos producciones historiográficas que impugnan el régimen de memoria instalado por el gobierno de Néstor Kirchner hacia 2003. Pero antes, es necesario precisar cual es la relación entre la memoria y la historia (Hugo Vezzetti, 2009: 26) (1). Memoria e historia Entre 1983 y 2003, la experiencia de la década de los ‘70 se tradujo en un régimen de memoria que osciló entre políticas orientadas al recuerdo y la reparación en los primeros años del gobierno de Alfonsín, y más tarde se vincularon al olvido y a la reconciliación. A pesar de sus diferencias aparentes, ambas tendencias concibieron una imagen del pasado cargada de necesidad, como si el ayer más cercano fuera un lastre que había que dejar atrás para ascender hacia un futuro lleno de promesas. La “teoría de los dos demonios” en 1984, las leyes de Punto final y Obediencia debida en la segunda mitad de los ochenta, el indulto en la década de 1990, se encarnaron como dispositivos jurídicos e ideológicos con el fin de cortar el lazo entre el presente y el pasado inmediato. Mientras tanto, en los ‘80 y una parte de la década del ‘90, la lucha armada y el desafío histórico de las organizaciones político militares al poder permanecieron como tabú, una prohibición ritual destruida cada tanto por el periodismo de investigación, la historiografía académica y las memorias militantes. Al mismo tiempo, durante la transición democrática se abandonó la tarea de mirar hacia atrás a los historiadores profesionales, que en los ochenta se fueron acostumbrando a olvidar aquello que Ricardo Melgar Bao denominó la “historia caliente” por su cercanía temporal y su alto voltaje político. Llama la atención que después de 1983, y hasta hace algunos años, el establishment de la historiografía académica privilegió el siglo XIX, evitando acercarse al siglo XX en general, y a los ‘70 en particular (Ricardo Melgar Bao, 2005: 90‐108 y MARINA Franco, 2005: 141‐164).   La historia no sólo es “indagación”, como indica su etimología originaria que se remonta al griego Herodoto (484 – 425 AC), asociada a una pesquisa particular de tradiciones y testimonios. Tampoco es una realidad irreversible que domina a los hombres y las mujeres desde el pasado. Como afirma Jean Chesneaux:

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  Si el pasado cuenta es por lo que significa para nosotros. Es el producto de nuestra memoria colectiva, es su tejido fundamental […] Nos ayuda a comprender mejor la sociedad en que vivimos hoy, a saber que defender y que preservar, a saber también que derribar y destruir. La historia es una relación activa con el pasado. El pasado está presente en todas las esferas de la vida social. El trabajo profesional del los historiadores especializados forma parte de esta relación colectiva y contradictoria de nuestra sociedad con su pasado; pero no es más que un aspecto particular, no siempre el más importante, y jamás independiente del contexto social y de la ideología dominante (Chesneaux, 1984: 22‐23).

  Para Chesneaux, el saber histórico es un relieve singular de la memoria colectiva: una “formación especial” de la memoria que se separa del recordar general para imaginar el pasado partiendo de ciertas herramientas ‐que van más allá de la espontaneidad o la reflexividad del recuerdo‐ pero que bajo el control de la academia permanece enajenado y se limita a una rutinaria ingeniería institucional. Si la historia como actividad profesional nació con la posibilidad de transformar a los monumentos mudos en documentos capaces de hablar y ofrecer interpretaciones del pasado a través de su mediación, la memoria tiene una dimensión social más amplia que impide la cristalización del documento como un nuevo monumento, tendencia conservadora inherente a la narrativa histórica fundada por el Estado nacional (Michel Foucault, 2002: 10‐11). Con este punto de vista, el relato histórico es una parte organizada de la memoria colectiva, a menudo alienada por un sector particular de la sociedad: ayer, los historiadores profesionales vinculados al Estado‐nación gozaban del monopolio de las imágenes del pasado; hoy en día deben competir con el periodismo de investigación, que representa a los medios masivos de comunicación y su pretensión hegemónica de capitalizar el saber histórico. Sin embargo, la memoria es aquella fuerza social cuyo contenido es el recuerdo que activa y enriquece la experiencia presente, la manera en que el pasado existe para una comunidad determinada en el tiempo. San Agustín (354 – 430 DC), escribía:   Nadie discute que el futuro todavía no existe; y sin embargo, está presente en la expectación de lo futuro. Nadie pone en duda tampoco que el pretérito ya no es nada; y sin embargo está presente en el ánimo la memoria de lo pretérito. Ni hay quien no ve que el presente no ocupa espacio alguno, ya que es un punto fugitivo. Y con todo, la atención perdura mientras lo que fue presente se hunde en el pasado (San Agustín, 2007: 416‐420).

    Para San Agustín, el presente no es el simple efecto del ayer, sino un punto fugitivo en el tiempo que sólo permanece en la experiencia gracias a la memoria, transformado de inmediato en un pasado inteligible que va más allá de la objetividad de los hechos acontecidos. La memoria es el piso de la experiencia, y si nos quitan el piso es probable que nos caigamos o que flotemos, del mismo modo que el sujeto que no tiene memoria tiene amnesia. La ausencia de memoria conduce al olvido, el olvido fragmenta la identidad y vacía la experiencia reduciéndola al instante, a la inmediatez, a un presente perpetuo y fugitivo cargado de eventos sin sentido, incomunicables (Esteban Campos, 2007: 27‐30). http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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  Hacia 1990, el advenimiento del neoliberalismo en la Argentina y la derrota de las frágiles trincheras levantadas frente al proceso de privatizaciones de empresas públicas y los indultos, llevó al ensimismamiento del activismo fogueado en las luchas sociales de los setenta y los ochenta. Lo vivido en forma de ideas y recuerdos se tornó cada vez más difícil de comunicar por la radicalidad de los cambios en la sociedad y la cultura, de allí el tono impresionista que adquieren ciertas fracturas históricas del pasado inmediato para la experiencia presente, un continuum situado en otra dimensión aparente, un recodo o curva en el laberinto de la historia. Como señaló Eric Hobsbawm en la introducción a su Historia del siglo XX: “La destrucción del pasado o, mejor dicho, de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia personal con la de generaciones anteriores es uno de los fenómenos más característicos e inquietantes de las postrimerías del siglo XX” (1995: 13). Si habíamos girado y nos encontrábamos en un recodo, el pasado era irrecuperable y sólo retornaba como nostalgia, como un recuerdo descargado de toda sustancia política. La creencia en un presente perpetuo con un pretérito indefinido marginó la práctica de la memoria como relación activa con el pasado, y junto a la crisis del historicismo moderno, la narrativa histórica en la era de la información y la virtualidad retornó como collage. En palabras de Frederick Jameson, se trata de: “la canibalización al azar de todos los estilos del pasado... con un apetito históricamente original de los consumidores por un mundo transformado en meras imágenes de si mismo y por seudoacontecimientos...” (1991: 37).

  Espectáculos y simulacros, el lazo con el ayer rebelde se vacío en los consumos culturales de la posmodernidad. En los años ‘90, por ejemplo, creció el cine ambientado históricamente al ritmo del marketing y la globalización, mezclando caballeros, gladiadores y mosqueteros. Sin embargo, en la segunda mitad de la década se van a experimentar algunos cambios. Hacia 1996, coincidiendo con la multiplicación de protestas sociales en Cutral Có, Plaza Huincul y otros puntos del país, comienza a producirse un lento desplazamiento de sentido en el campo de la memoria y la historia de los setenta. Del estudio de la represión, concentrada en la categoría del desaparecido, comienza a abordarse la militancia de las víctimas del terrorismo de Estado como objeto de estudio con fuerza propia, reivindicando el activismo desde las experiencias de resistencia que surgen con la segunda presidencia de Menem (Franco, 2005: 141‐164). Ese mismo año, las declaraciones de Adolfo Scilingo dieron nuevos bríos al trabajo de los organismos de derechos humanos, y aparecieron movimientos sociales como H.I.J.O.S., que crearon formas originales de protesta social y producción política. En ese sentido, la publicación de La Voluntad en 1997, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós, reflejaba el intento de sistematizar los testimonios de la experiencia militante y de repolitizar a las víctimas, como una forma de resistencia frente a la cultura neoliberal que comenzaba a mostrar algunas grietas. Lo significativo de La Voluntad no fue su novedad, sino el éxito editorial, que alimentó una industria cultural en permanente crecimiento desarrollando el subgénero de la no ficción.       http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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El auge de la narrativa histórica sobre los setenta abierta al mercado editorial, entonces, fue sostenida por una recuperación crítica de la memoria histórica, y permitió la circulación de una literatura muy diversa. La profundidad analítica y el rigor metodológico a la hora de construir una imagen del pasado, estuvo sujeta a la velocidad de la demanda por un lado, y a la disolución de aquellas premisas en el género de la no ficción por el otro. Así fue emergiendo un conjunto de historias en las que se hace difícil delimitar una frontera estable entre el periodismo de investigación, la novela histórica, la memoria militante y la historiografía académica, aunque todas poseen el mismo efecto de sentido: edifican un sentido común histórico (Campos, 2006, 27‐30). Tras la insurrección popular del 20 de diciembre del 2001, esta peculiar “sed” de historia circuló más allá del ámbito privado del libro. Preguntas como ¿que fue lo que paso para llegar a estar como estamos? o ¿Cuál es el origen de la deuda externa?, eran frecuentes en las asambleas barriales, y en los nuevos movimientos sociales que surgieron al calor de la protesta en los primeros meses de 2002.   La recomposición de la clase política a partir de 2003 y el declive de la movilización popular inauguraron un nuevo escenario, donde banderas históricas de las organizaciones de derechos humanos ‐el juicio y castigo a los represores y la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida‐ se convirtieron en políticas de Estado. De ese modo, una parte de la memoria subalterna fue integrada a la ideología “reparatoria” del kirchnerismo, insertado en el discurso del poder junto a la verdad y la justicia como palabras claves. En este contexto vigente por lo menos hasta el 2008, donde los combates por la memoria tuvieron el resultado paradójico de “ponerse de moda”, difundidos por el marketing editorial y hasta incorporados al discurso oficial, es donde finalmente aparece un territorio fértil para que empiecen a circular textos históricos que señalan la intervención de una memoria de nuevo tipo, un relato que nace con el objetivo de demoler la reivindicación oficial de la militancia setentista. “Volver a matar”, o la memoria de James Bond El otro día Tata, me preguntaste porque no escribía un libro ¿Por qué no lo escribí? Porque la sociedad está ávida de esta literatura militante y autobiográfica… necesita leerla mientras toma mate con bizcochos de grasa. La necesita para la gran catarsis, para tener enfrente al otro, al que no fue, al que admiró, al que temió, al que traicionó, al que ignoró al que despreció. Necesita la confesión del malo, para quererlo u odiarlo, para condenarlo o perdonarlo, pero lo necesita ahí: sentadito en el banquito. El malo es un negro sindicalista o piquetero, oligarca o corrupto, agente de la CIA, la KGB o el Mossad, militar golpista, policía de gatillo fácil, miembro de un grupo de tareas, criminal al volante, pro imperialista o subversivo, no importa… es ése, el otro. Siempre es el otro el objeto de nuestra catarsis. Necesita el novelón para justificar su propia ausencia en la historia. No quiero servirle el alimento de su obesidad mental.

Luis Labraña, ex militante de las FAR en Volver a matar: 245.   Quizás la mayor novedad de los dos libros que vamos a reseñar es su amplia difusión y la buena recepción que tuvo entre el público. En el caso de Volver a matar. Los archivos ocultos de la “Cámara del terror” (1971‐1973) fue publicado por Editorial Sudamericana en junio de 2009, se coronó como best‐séller desde su llegada a las librerías y cierra la trilogía de Juan Bautista Yofre, que había empezado a justificar el golpe militar de 1976 por el vacío de poder y la escalada de la “violencia terrorista” durante el gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón en Nadie fue (Editorial Edivern, 2006, luego publicado por Sudamericana). La saga continuó con Fuimos todos. Cronología de un fracaso, 1976‐1983, que tuvo ocho ediciones entre septiembre de 2007 y marzo de 2009, y planteó como tesis el amplio consenso que habría logrado la dictadura de Jorge Rafael Videla http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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en sus primeros años de gobierno. La trilogía completa logró vender 80.000 ejemplares (Isidoro Gilbert, 2009: 11). El 24 de mayo de 2006, a un mes de la tradicional marcha para conmemorar los treinta años del último golpe militar, se realizó un acto en la Plaza San Martín convocado por la “Comisión de Homenaje Permanente a los muertos por la subversión”. Entre las organizaciones que patrocinaban el acto se encontraban AUNAR (Asociación Unidad Argentina), agrupaciones militares como la Unión de Promociones o cívico‐militares como Argentinos por la Memoria Completa (2). En esa ocasión, se trataba del acto de una minoría movilizada por la reacción tardía a la política de derechos humanos del gobierno de Néstor Kirchner, un círculo marginal de extrema derecha cuyos intelectuales eran rechazados por las grandes empresas editoriales. Hoy, miles de lectores tienen a su disposición un mensaje similar en Volver a matar, no sólo en el contenido del libro, sino también en la generosa contratapa que ofrece la editorial: Volver a matar se sumerge en un archivo secreto que muchos intentaron destruir, pero que fue salvado para las generaciones futuras. Testimonios inéditos y documentos confidenciales desconocidos hasta hoy abonan lo afirmado. Una vez más, como lo hiciera en “Nadie fue” y en “Fuimos todos”, Juan B. Yofre brinda aquí un aporte fundamental a nuestra historia reciente y rinde su homenaje a la memoria completa de los argentinos (Yofre, 2009).

¿Es posible una “memoria completa”? Como señalamos en el comienzo a modo de hipótesis, toda memoria implica como su opuesto necesario y condición de posibilidad al olvido. Para detectar esos olvidos en la obra de Yofre empleamos el método que Carlo Ginzburg denominó el “paradigma indicial” inspirándose en el historiador del arte Giovanni Morelli, que era capaz de descubrir falsificaciones observando las huellas casi invisibles que dejaba el autor en la copia de un clásico: es en los detalles, y no en los grandes argumentos, donde es más visible la individualidad del artista. Del mismo modo, en la obra del “Tata” Yofre y más adelante en el trabajo de Ceferino Reato, aparecen rastros de una escritura singular mimetizada en la prosa más convencional del autor, el indicio de un silencio ‐vale decir, del olvido premeditado o inconciente‐ que es preciso excluir o reprimir en una trama argumentativa, para no poner en crisis los nudos más significativos del libro. Lo no dicho va a iluminar el sentido de lo que se dice (Ginzburg, 1989: 138‐175).    Para pensar en Volver a matar, hay que atender a la trilogía completa. Como hemos visto, un libro no sólo enseña por su contenido una vez que empiezan a correr sus páginas, sino también por sus recursos formales. Una de las constantes de las contratapas es la mención de los “archivos secretos” y las “fuentes privilegiadas” que emplea Yofre, entre las que podemos contar las causas judiciales de la Cámara Federal en lo Penal transcriptas en Volver a matar (el tribunal especial que actuó durante la dictadura de Lanusse para reprimir a la guerrilla) o bien la “Edición definitiva” de Nadie fue, que incluye un documento “sacado de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) de forma clandestina”, una historia de los Montoneros que habría sido escrita o dictada por Norma Arrostito durante su cautiverio (Yofre, 2008: 427‐450). Si Miguel Bonasso también supo jugar con el misterio de los “archivos secretos” en Recuerdo de la muerte (1984) o El presidente que no fue (1997), aquí la imagen del custodio que tiene la llave para abrir el tesoro de un pasado amenazado es la misma, pero lo que se preserva no es la memoria épica de una militancia, sino los sombríos archivos de la persecución http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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política (Valeria Manzano, 2007). La pregunta básica ante semejante proliferación de documentos inéditos es ¿cómo accedió el investigador a esas fuentes reservadas, que emanan directamente del aparato represivo del Estado? Una posible respuesta figura nuevamente en el paratexto editorial encargado de presentar y “vender” al libro, antes que en el texto propiamente dicho. En la solapa, figura un breve curriculum político y laboral del autor: Juan Bautista ‘Tata’ Yofre trabajó en Radio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires y en los siguientes matutinos: Los Principios de Córdoba, La Opinión (intervenido), Clarín y Ámbito Financiero desde 1972 hasta la fecha (…) En 1979 se fue a vivir a Washington (E.E.U.U.) y trabajó en el Banco Interamericano de Desarrollo y en la Organización de Estados Americanos. Volvió en 1982 e integró la redacción de la agencia Noticias Argentinas (NA) hasta que en octubre de 1984 ingresó a Ámbito Financiero, donde llegó a desempeñarse como jefe de la sección Política. En julio de 1989, el presidente Carlos Saúl Menem lo designó al frente de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). En junio de 1990 presentó cartas credenciales ante el presidente de Panamá y en abril de 1992 al presidente Mario Soares de Portugal. En junio de 1993 volvió al país y fue designado asesor presidencial con rango de Secretario de Estado (Yofre, 2009).

Hasta aquí, la semblanza cuenta la historia de un periodista que deviene en Jefe de Inteligencia, diplomático y asesor del gobierno de Carlos Menem. Es evidente que el autor no puede ocultar su ascendente carrera política en los ‘90, y tampoco desea esconder su participación en la convulsionada década del ‘70, pero es sintomático que en este punto se refugie en la figura del testigo: cuando se ubica como personaje en la trama, Yofre aparece como el miembro de una familia dividida por el drama de la violencia política, con varios parientes vinculados a Montoneros, o el anónimo visitante al acto de asunción del presidente Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973 (3). La figura del testigo tiende a confundirse con la del observador pasivo, que recorta un objeto con su mirada. Por oposición, esta actitud tiende a parecer “objetiva” cuando se la compara con su contrario, la del protagonista, que interviene en los acontecimientos y tiene un punto de vista sesgado, parcial, “subjetivo”. Si mencionáramos el antecedente de que Juan Bautista Yofre militó en la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA) ‐organización de la derecha peronista comandada por Julio Yessi, miembro de la Triple A‐ el testigo se convierte en protagonista, y la publicación corre el riesgo de perder su aureola de objetividad (Gillespie, 1998: 171, 230). No es la idea de este artículo juzgar el pasado del autor, sino comprender la forma de una escritura; por esta razón vale la pena recordar el prefacio de Nadie fue, que explica el origen de la trilogía a partir de la propuesta de un círculo de amigos: En enero de 2006 le propuse a Roberto García, director del matutino Ámbito Financiero, realizar unos suplementos con motivo de cumplirse los 30 años del golpe militar del 24 de marzo de 1976 (…) Durante cerca de cuarenta días me sumergí en mis archivos de la época y tuve acceso a otros documentos privados. Privilegié varios testimonios personales de ciudadanos que estuvieron en el lugar de los hechos y que, de una manera u otra, fueron parte del 24 de marzo. No me limite a un solo sector. Conversé con militares retirados, dirigentes políticos, sindicales, periodistas y ex miembros de las organizaciones terroristas. Todos, de una manera o de otra, con sus aportes, fueron armando un enorme rompecabezas que llevó, desde mi manera de pensar, a integrar una historia lo más completa posible. Sin olvidos. Los suplementos se publicaron en Ámbito Financiero y ayudaron a agotar las http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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ediciones […] Vista la repercusión de los suplementos comencé a imaginar un libro. Para eso recorrí algunas editoriales sin obtener repuestas definitivas. Hasta que un día mi amigo Marcelo Bragagnolo juntó en sus oficinas a un reducido grupo de amigos: ahí nació el ‘Consejo de los Sabios’, para llamarlos de alguna manera, que decidió financiar el libro, casi de una manera testimonial (Yofre, 2008, 7‐8).

La extensión de la cita es necesaria, porque refleja que los textos no pueden reducirse a estructuras anónimas sin sujeto, ni a la pura voluntad del autor y su genio. Por el contrario, el acto de escritura es una actividad social, y para desnudar los resortes de Nadie fue es necesario atar algunos cabos. Como demuestra el prefacio, la operación de prensa de un medio de comunicación ultraconservador se convirtió en un libro de historia, publicado por la editorial Edivern. Se trata de la misma editorial que difundió Un canto a la patria, otro hito de la literatura golpista escrita por Arturo Larrabure, el hijo de un militar secuestrado y presuntamente asesinado por el ERP. En el medio, se encuentra el “Consejo de Sabios” organizado por Marcelo Bragagnolo, un amigo de la infancia del ‘Tata’ Yofre con un pasado muy cercano a la dictadura militar, los escándalos financieros y los servicios de inteligencia (4). Lo notable es el cambio operado en dos años; si en el año 2006 Yofre tuvo que recurrir a sus amigos para que financiaran el libro, en mayo de 2008 Sudamericana publicó una generosa edición en varios miles de ejemplares. ¿Qué ocurrió para que la industria cultural fuera más sensible a esta oferta? Aquel año, el conflicto desatado por la suba de los impuestos a la renta agropecuaria, contribuyó a quebrar el consenso que el gobierno había construido aprovechando el crecimiento económico desde 2003. La política de derechos humanos ‐uno de los pilares ideológicos del kirchnerismo‐ tambaleó, y empezaron a congelarse los juicios a ex represores. Es en este contexto donde los medios masivos de comunicación se hacen eco de un malestar en la cultura, que pesa sobre todo en sectores de las capas medias y del a alta burguesía que se manifestó en las ciudades a favor de la protesta rural. El régimen de memoria impuesto por el gobierno que reivindicaba la militancia de los ‘70 con el consenso mayoritario de las organizaciones de derechos humanos, pero con la indiferencia de buena parte de la sociedad civil, estalló durante el conflicto con las entidades agropecuarias. Aquella demanda residual de “memoria completa” enunciado en Plaza San Martín, se transformó en una tendencia emergente. De esta manera, los antiguos mitos de la guerra sucia comenzaron a moverse en un renovado circuito de recepción (5).   El olvido según Trelew Si nos desplazamos del contexto al texto, advertimos desde el comienzo que el relato de Yofre no agrega demasiado a la antigua doctrina de seguridad nacional elaborada por el Ejército Argentino en el marco de la guerra fría, como se observa desde las primeras páginas: …subterráneamente, al margen de la gran mayoría de la generación de los setenta, se venía conformando un ‘algo’ que, cuando se desató, barrió con todo. No es cierto que se originó como reacción a la Revolución Libertadora, tampoco nació con la Revolución Argentina como suele afirmarse. En todo caso, las usaron como excusa. Ese ‘algo’ había nacido en 1959, en la Cuba de Fidel Castro, dentro del contexto de la Guerra Fría, para fomentar a través de la violencia la toma del poder en la Argentina y otros países de América Latina (Yofre, 2009, 14).

En este punto queda claro que el autor desea revisar las explicaciones causales en torno al surgimiento de la guerrilla argentina, pero el valor de los “archivos ocultos” (los documentos de inteligencia militar o policial http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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heredados por la SIDE, y privatizados por Yofre) reemplaza cualquier intento de pensar el fenómeno a través de variables políticas, sociales, económicas o culturales. La radicalización de una generación política de múltiples edades originada en vastas capas de la clase media y de la clase obrera, que mejoraron su nivel de vida durante el peronismo y el desarrollismo, pero encontraron un límite a sus aspiraciones políticas y sociales con la dictadura, procesando esas diferencias a través del apoyo a las organizaciones armadas marxistas y peronistas (Pablo Pozzi, 2006: 53). Sin embargo, en Volver a matar todo queda reducido a la memoria del espía, que tiene la llave para revelar la información producida por los servicios de inteligencia anticomunistas de la guerra fría de la dictadura de Onganía. Es lo que ocurre con la “Génesis de la guerrilla urbana”, el organigrama de una vasta conspiración del bloque soviético originada en los campamentos de entrenamiento en Cuba, base del Ejercito de Liberación Nacional que el Che Guevara intentó montar en Argentina con los Montoneros, las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), o las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) como ramificaciones de la ofensiva cubana. El argumento de la guerrilla pensada como un “virus patógeno” exterior, que actúa en el cuerpo sano de la nación no es exclusivo de la contrainsurgencia militar. La derecha peronista ‐ y el mismo Juan Domingo Perón desde 1973‐ acusó a las organizaciones armadas peronistas y sus frentes de masas como “infiltrados” en el movimiento, que usurpaban la camiseta peronista en nombre de ideologías foráneas. Es en esta síntesis entre el discurso represivo utilizado por la última dictadura, y las categorías mentales de la derecha peronista donde debemos ubicar las coordenadas ideológicas del libro del “Tata” Yofre. Sin embargo, la referencia al espectro del comunismo internacional no es sólo un suplemento ideológico, sino que esconde una intención político‐jurídica: que los crímenes de la guerrilla sean elevados al rango de delitos de lesa humanidad, por ser organizaciones dependientes de un Estado (Cuba o la Unión Soviética) (6). Aunque el apuro por publicar el libro antes de las elecciones parlamentarias de 2009 quizás haya relajado el cuidado de la escritura y menoscabado el procesamiento crítico de los datos, es en la estrategia de ataque a la política de derechos humanos originada hacia 2006, y no tanto en una apresurada maniobra política de coyuntura donde debemos encontrar el sentido último de Volver a matar (7). Queda por descifrar cual es el olvido más significativo de Yofre, aquel hecho que debe ocultarse para dar mayor crédito a las afirmaciones del autor. Una de las pinceladas más convencionales del autor la podemos encontrar en la tesis principal del libro, que se explica con claridad desde el comienzo: Este libro trata sobre la gran oportunidad que tuvimos los argentinos de combatir el fenómeno subversivo con la ley en la mano, a través de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación, creada el 28 de mayo de 1971, a instancias del ministro Jaime Perriaux y la aprobación del mandatario de facto Alejandro Agustín Lanusse (Yofre, 2009).

En el párrafo inicial se condensa buena parte de la trama argumentativa del libro: aparece por primera vez aquel artificio que opone el virus patógeno de la subversión a un imaginario “nosotros” anclado en el ser nacional. También es uno de los pocos fragmentos donde se revela la tensión inherente a defender el combate a la subversión “con la ley en la mano”, mientras el poder soberano está concentrado en un régimen que puede funcionar gracias a la anulación de la ley fundamental de la Constitución Nacional. A pesar de todo, el párrafo revela algo más significativo por lo que reprime (lo que no dice), más que por lo que dice. ¿Qué ocurre con los desaparecidos y asesinados de la dictadura de la “Revolución Argentina”? Santiago Pampillón o Hilda Guerrero http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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de Molina, asesinados durante las primeras manifestaciones contra Juan Carlos Onganía directamente no aparecen. Emilio Jáuregui muere en un “enfrentamiento” en 1969, y Yofre justifica el homicidio cuando afirma que las fuerzas de seguridad ya conocían sus actividades subversivas en Cuba (8). Los muertos y desaparecidos de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse aparecen mimetizados gracias a la saturación de documentos y a los paisajes fácticos que abundan en Volver a matar; algunos directamente no cuentan: Marcelo Verd y su esposa Sara Palacio, torturados hasta la muerte, Juan Pablo Maestre y su esposa Mirta Misetich, todos militantes de las FAR, secuestrados y asesinados en represalia por la muerte del teniente Asua, que había sido ultimado por un comando de las FAR durante el asalto a un camión militar cerca de Pilar (Miguel Bonasso, 1997) (9). Estamos entonces ante una pista, una huella o un indicio que se construye a partir de un jirón de escritura, que nos lleva a comprender la obra como un todo. A medida que avanzamos en la lectura del libro, notamos que el olvido más significativo es el de la masacre de Trelew: los 16 guerrilleros asesinados en la base de Almirante Zar hacia 1972, en represalia por la fuga de los principales jefes de la guerrilla argentina (Arruti, 2004). Existen menciones dispersas: en varias notas al pie se repiten frases como la siguiente: “Su hermano Miguel Ángel (a) ‘Frichu’ muere en Trelew el 22 de agosto de 1972”, sin explicar las circunstancias de su muerte. Recién en la página 292, sobre el final del libro, en una nota al pie Yofre anota “el incidente en la base aeronaval Almirante Zar (22 de agosto) en el que murieron dieciséis cuadros de la guerrilla y tres quedaron heridos” (Yofre, 2009) (10). A pesar de la referencia, no existe ningún interés en reponer el hecho como un eslabón significativo en la cadena de acontecimientos que llevaron al fin de la dictadura de Lanusse. Es evidente que Trelew es un obstáculo para la apología de la represión legal que hace el “Tata” Yofre, ya que los asesinatos de 1972 no eran un opuesto morboso o un “exceso” de la represión legal, sino su extremo necesario. Hasta 1973, la estrategia de las fuerzas de seguridad combinaba el asesinato selectivo de los cuadros guerrilleros con la represión “legal”, para reforzar la apariencia de un Estado de derecho en transición a la democracia. ¡La vida por Perón! “Operación Traviata” y la historia sin pasado. La ejecución de Aramburu se asemeja al modelo de operativo anarquista, históricamente anarquista. Digo, en la medida que los montoneros no piensan en la correlación de fuerzas, en su propia envergadura como organización revolucionaria. Piensan un acontecimiento extremo, un atentado conmocionante, algo que haga saltar todas las referencias del momento. Buscan un cadáver altamente significativo de las fuerzas enemigas. Algo que catapulte a la historia a otra circunstancia. El cadáver de Aramburu abre una brecha nueva, y sobre esa brecha comienza ahora a pasar la historia. Sobre ese muerto se reconfiguran las cosas, más allá de las consecuencias directas e inmediatas sobre la propia organización. Es el viejo y clásico modelo anarquista de principios de siglo, cuando se dedicaban a matar reyes Daniel Hopen hacia mayo de 1970, según La Voluntad: 373.

  Si la historia es parte de una memoria colectiva atravesada por el poder, cada presente construye un pasado a su medida, y esa incomoda espalda que permite recortar la figura del cuerpo social también es objeto de luchas y resistencias. Sin embargo, lo pasado actúa sobre el presente en sus efectos, en particular el pasado inmediato. En lo que sigue vamos a analizar Operación Traviata, el libro de Ceferino Reato que reconstruye la muerte de José Ignacio Rucci, el Secretario General de la CGT asesinado el 25 de septiembre de 1973. Como observamos en la primera parte, si este libro se maneja dentro del los parámetros ideológicos de la “memoria completa”, seguramente vamos a encontrar algún olvido capaz de sostener el planteo general del autor. En el http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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caso de Volver a matar, eran los desaparecidos y asesinados durante el gobierno de Lanusse los que proporcionaban aquel vacío que le permitía al autor sostener su apología a la represión legal de la guerrilla. Al concentrarse en el quien, el como y el por qué más inmediato del atentado contra Rucci, Ceferino Reato va a descuidar el análisis de la violencia política y sindical en la década de 1960, desconociendo o minimizando datos que ponen en riesgo algunas de las ideas que estructuran el trabajo. Ceferino Reato es periodista, licenciado en Ciencias Políticas y actualmente dirige la sección internacional del diario Perfil, aunque también se desempeñó en Clarín entre 1991 y 1997. Los dos años siguientes, durante el segundo mandato de Carlos Menem ‐mientras crecía la protesta de diferentes sectores sociales y políticos contra la corrupción política y la crisis económica‐ el autor de Operación Traviata se convirtió en asesor de prensa de la embajada argentina en el Vaticano. Como ocurre con la solapa de los libros del “Tata” Yofre, para presentar el curriculum de Reato, la editorial Sudamericana cuenta sólo una parte de la verdad: se nombra su antecedente en la función pública, pero no se aclara con qué proyecto se comprometió. Esta operación sutil tiene la función de despolitizar la figura del autor, para reforzar la imagen del periodista como investigador objetivo. A la aparición del libro en agosto de 2008 le sucedió la reapertura de la investigación sobre el asesinato de Rucci un mes después, una causa difundida ampliamente por las corporaciones de medios enfrentadas con el gobierno, y apoyada simbólicamente por la CGT. Si descartamos cualquier teoría conspirativa, vemos que en realidad la súbita resurrección del caso Rucci obedece a la misma transformación de la sensibilidad social que habíamos detectado ese año, con el conflicto por las retenciones agropecuarias como punto nervioso. Se trata de la persistencia de una “memoria en espera”, que hasta ese momento era el patrimonio exclusivo de sectores negados por el discurso oficial. Cuando la criminalización de la guerrilla tomo cuerpo en los medios masivos de comunicación, la “memoria completa” perdió su connotación ideológica anclada en los márgenes de la derecha política y sindical, dándole un nuevo giro al gran relato de la teoría de los dos demonios (11). Hasta la aparición del libro de Reato y la consecuente reactivación de la causa penal, Rucci era un fantasma presente tan solo en la “memoria herida” del sindicalismo, conmemorado año tras año gracias a la pegatina de carteles con su rostro. Mostrando la misma tendencia que ya vimos en los actos en Plaza San Martín, aquí lo residual ‐las cenizas aún tibias de una cultura pasada‐ se convirtió en emergente, y la clave de una formación cultural emergente es que cuando cambia la correlación de fuerzas sociales y políticas, se puede convertir en una formación cultural hegemónica. ¿Cómo impacta este cambio en la narrativa histórica? En la introducción, Reato se esfuerza por presentar un marco teórico que justifique el objeto del libro. Si en el nudo de la trama no se detectan errores a la hora de caracterizar a los grupos armados y sus miembros, o problemas de edición como ocurría en Volver a matar, es en la explicación del proyecto donde se advierte la ideología que le imprime el autor al texto: Ezeiza, el libro del periodista Horacio Verbitsky, es el paradigma compartido por casi todos los historiadores y periodistas que han estado escribiendo sobre la década del setenta […] Lo importante es que Ezeiza tuvo éxito y sigue siendo el paradigma para investigar y conocer la década del setenta, una época que el gobierno del presidente Néstor Kirchner elevó a una suerte de manantial de los sueños, voluntades y objetivos que, supuestamente, han animado sus políticas y las de su esposa, Cristina, para moldear la realidad del presente” (Reato, 2008, 10‐11) (12).

En la introducción, Reato incorpora un “marco teórico” literalmente y de la peor manera, es decir, como si la http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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teoría fuera una estructura exterior capaz de adornar y sostener el cuadro de nuestra investigación, claramente separada del contenido. De esta manera, el marco se yuxtapone al contenido del libro sólo para prestar legitimidad a hipótesis que no se deducen de las premisas teóricas, y en especial para otorgarle una aureola de cientificidad. En este sentido se entiende la adición de citas de autoridad que no tienen ninguna aplicación luego, como es la teoría de las revoluciones científicas de Thomas S. Kuhn, el concepto de hegemonía en Gramsci en la versión light que la reduce al consenso, o el análisis del discurso peronista de Silvia Sigal y Eliseo Verón. Quizás esa descuidada primera mano de pintura teórica sirve para disimular el apuro del periodista que debe cerrar la edición del día: el fundamento del “paradigma de Ezeiza” son los lazos reales o imaginarios de una teoría conspirativa que va del periodista Horacio Verbistky a los Kirchner. Simplificar veinticinco años de narrativa histórica reduciéndola a un armado político de coyuntura, es un síntoma de que la historia reciente se ha convertido en otro frente de disputa entre el gobierno y los medios, una auténtica batalla cultural por la hegemonía. No hay ninguna evidencia para demostrar la afirmación gratuita de que Ezeiza es el paradigma de la narrativa histórica para pensar los ‘70, por encima de la bisagra que han instalado historias de vida como La Voluntad o investigaciones académicas como Soldados de Perón, el clásico de Richard Gillespie sobre Montoneros. Si todavía quedan dudas sobre el sentido político de Operación Traviata, el autor explica su intervención con claridad en un reciente artículo escrito para la revista católica Criterio: Al escribir Operación Traviata, no me preocupé tanto por los nombres de los autores del asesinato de José I. Rucci como por las ideas que los inspiraron: ¿cómo pudo ser que un grupo de muchachos bien educados, de buenas familias, en su mayoría formados en el catolicismo y deslumbrados por la opción por los pobres y el compromiso social, que arriesgaban sus vidas por un mundo mejor, decidieron matar a una persona, peronista como ellos, en democracia y a dos días del tercer triunfo electoral de Juan Perón? Y más en general: ¿cómo pudieron tantos jóvenes no sólo morir sino también matar por ideas políticas? (…) Puse el acento no en el terrorismo de Estado de la última dictadura militar, algo que no debe ser olvidado pero que ha sido objeto de valiosos trabajos, sino en un asesinato de Montoneros, que fue uno de los grandes errores políticos de ese grupo guerrillero. Esto no los equipara a los demonios de uniforme pero los aleja de esa imagen angelical que los Kirchner y sus intelectuales orgánicos han querido construir, no tanto (me parece) para reivindicar a los jóvenes muertos y desaparecidos, sino para provecho propio. La historia es metáfora del presente: los Kirchner se han propuesto como la reencarnación de aquella voluntad virtuosa de los jóvenes de los ´70. Todo gobierno necesita de un discurso político, que le cuente a la gente cómo se enhebran sus actos con el pasado y cómo se proyectan en el futuro. El discurso de los Kirchner se arraiga claramente en los ‘70 y nos promete que aquellos ideales de una Argentina mejor, con redistribución del ingreso, por ejemplo, serán esta vez cumplidos (Reato, 2009).

Aquí no ponemos en tela de juicio que el kirchnerismo, como ocurre con todo régimen de memoria, realice una recuperación parcial del pasado. Lo interesante es que Reato, a su modo, cae en el mismo límite que le reprocha a Miguel Bonasso o a Horacio Verbitsky: si “la historia es metáfora del presente”, esto quiere decir que por más formas que se puedan suceder a lo largo del tiempo, el contenido o lo esencial de una época permanece como un núcleo intocable. Dicho en otras palabras, el autor de Operación Traviata también es incapaz de ejercer la distancia entre el pasado y el presente: donde los intelectuales orgánicos de la izquierda peronista construyeron un relato épico de victorias, derrotas y traiciones, Reato ve una tragedia que se repite http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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como farsa. No importa demasiado quien tiene la razón, porque aquí lo sustantivo es que el pasado siempre se repite de alguna manera y como decía Marx, “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”(Marx, 1968, 11 y Manzano, 2007). A pesar de todo, la escritura de Operación Traviata es irreductible al lenguaje militar de Nadie fue o Volver a matar, aunque compartan el mismo éxito de ventas y ese deseo de combatir el discurso oficial, “completando” la memoria impuesta por el gobierno y sus aliados en las organizaciones de derechos humanos. A diferencia de Juan Bautista Yofre, Ceferino Reato no está empeñado en demostrar que la subversión es una patología, y demuestra una sana predisposición a reconstruir la racionalidad de cada actor, desde Perón y la triple A, hasta la CGT, los Montoneros y las FAR. Aunque no agrega mucho a los debates preexistentes de la izquierda peronista en torno a la muerte de Rucci, en Operación Traviata se realiza una investigación puntual del crimen, se emplean documentos, testimonios y se reconstruye con rigor el triángulo político compuesto por la CGT, Perón y Montoneros (13). Sin embargo, los 60’ ‐en tanto pasado cuyo significado explica buena parte de lo que va a ocurrir hacia 1973‐ solo aparecen como una forma inerte, sin poder sobre el acontecimiento que intenta explicar el libro.   ¿Quién mató a Rosendo? En un artículo escrito para el Corriere de la Sera, Fernand Braudel trataba de resumir con una metáfora la intensidad de las diferentes capas geológicas que conforman el tiempo humano: Vivimos en el tiempo corto, el tiempo de nuestra vida, el tiempo de los periódicos, de la radio, de los sucesos, en compañía de hombres importantes que dirigen el juego o creen dirigirlo. Es el tiempo, día a día, de nuestra vida que se precipita, se apresura, como si se quemase deprisa y de una vez por todas a medida que envejecemos. De hecho, eso es solo la superficie del tiempo presente, las olas o tempestades del mar. Pero por debajo de las olas, hay mareas. Por debajo de éstas se extiende la masa fantástica del agua profunda. Las vibraciones cortas expresan lo que yo llamo la historia de los acontecimientos: políticos pero también económicos, culturales, sociales…Las coyunturas, también polivalentes, son fases más o menos largas, por ejemplo, esos años gloriosos, como dice Jean Fourastié, por prósperos, de 1945 a 1975…” (Braudel, 1982: 68).

Si la coyuntura es la partícula más elemental del análisis histórico, a primera vista parece que Operación Traviata se queda a mitad de camino, anclada en el “tiempo de los periódicos”. Sin embargo, para ser más justos con la trama del libro, sería más correcto decir que el formato novelado del relato rompe la continuidad física del tiempo histórico; el recurso literario del flashback, con su juego de acontecimientos fuertes que se van explicando a medida que se lee el libro, se disimula detrás de la memoria testimonial o de la reconstrucción biográfica. De este modo, es cierto que la historia de Reato se remonta a la década del ‘60 o aún más atrás cuando necesita explicar la posición política de Rucci o de Montoneros en 1973. Pero de la misma manera, el desorden de los personajes como base de una trama novelada de no‐ficción, y la consecuente ruptura de la narración cronológica inherente al discurso histórico, hacen imposible establecer alguna relación de causa y efecto a partir del análisis de la coyuntura abierta entre 1945 y 1973. Dicho en otras palabras, esta forma de novelar los acontecimientos, hace imposible comprender a la historia como proceso. Un buen ejemplo de los huecos que deja pendientes esta forma de narrar el pasado es la construcción trágica de la figura de Rucci. El dirigente gremial aparece retratado como una víctima sacrificada en el altar de la http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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violencia política, y si bien no se lo presenta ajeno a la lucha por el poder, hay una empatía visible por la humanidad del personaje, rodeado de un paisaje costumbrista que se confunde con el folklore sindical:   ‐Ayer

recibimos otra amenaza en la CGT. Un dibujo de un ataúd con vos adentro. Y anoche, cuando salíamos con Iannini (Antonio, el

dueño del departamento donde vivía la familia de Rucci, N. del A.), nos dispararon desde un autor –le contó Agosto por o bajo, aprovechando que la esposa, Coca, se había alejado en busca de otra pava para seguir el mate. –Yo se que me la quieren dar esos hijos de puta, pero no me voy a achicar. Por algo cantan ‘Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor’. Igual, tenemos que arreglar con esos pelotudos de los montoneros. Estos chicos están confundidos ¡querer sustituir a Perón!, ¡pelearle la conducción al General!...Sobre las amenazas, vos sos testigo de que las tomo en serio y que me cuido mucho. Más no puedo hacer. ‐¿Por qué no hacés que te custodie la policía? Tus muchachos de la custodia son buenos para repartir piñas en los actos, pero no son profesionales. ‐¿Para qué? ¿Para que me mate la policía por la espalda? Ya voy a cambiarlos, cuando Perón asuma la presidencia…Hablando de eso, Tito: ¿por qué no vas al fondo a decirles a los muchachos que vengan, que se nos hace tarde? (Reato, 2008: 25) (14).

La imagen que deja Operación Traviata de Rucci es la de un líder gremial cercano al poder pero humilde, rodeado de su familia y defendido por una custodia “artesanal”. Este último punto es importante, porque el éxito del atentado contra Rucci se explica en parte por el descuido de sus guardaespaldas. Sin embargo, es preciso retroceder solo algunos años para notar que los custodios eran más profesionales que simples boxeadores: en el caso de Alejandro Giovenco y Juan Carlos Gómez, habían militado en la organización fascista Tacuara o en sus desprendimientos filoperonistas, como el Movimiento Nueva Argentina. Junto con otras agrupaciones como el Comando de Organización de Norma Kennedy o Guardia de Hierro, estos jóvenes nacionalistas de derecha comenzaron a frecuentar los locales sindicales. Con el beneplácito de Rucci y Lorenzo Miguel, fundaron la Concentración Nacionalista Universitaria, grupo de choque sindical y estudiantil que en 1971 asesinó en Mar del Plata a la estudiante Silvia Filler, durante una asamblea universitaria. Su asesino era Juan Carlos Gómez, que fue detenido unos meses después en el domicilio de Giovenco. Dos años después, la CNU se sumaría con entusiasmo a la Triple A, y seria responsable de varios asesinatos y secuestros. Por otra parte, Alejandro Giovenco también militó en la CNU y según Bonasso tuvo una destacada actuación en el palco de Ezeiza, donde se disparaba con armas de guerra contra las columnas de la izquierda peronista (Yofre, 2009: 192‐193 y González Jansen, 1986). El problema aquí no es juzgar si Rucci era bueno o malo, ni hacer una evaluación moral sobre su asesinato. El desafío es pensar históricamente la figura del secretario general como una personificación de relaciones sociales, es decir, la encarnación de un aparato sindical que contaba con dinero, ejércitos privados y afinados contactos políticos dentro y fuera del peronismo, una práctica gremial que se remonta al vandorismo de los años ‘60 (15). Otra equivocación de Operación Traviata es oponer a Rucci contra Lorenzo Miguel, como si todavía en 1973 fuera el combativo delegado gremial de la resistencia peronista. Como afirma Reato, mientras Miguel era el verdadero poder sindical detrás del trono de secretario general, Rucci dependía directamente de Perón, que lo había nombrado al frente de la CGT para contrarrestar la influencia de las 62 Organizaciones Peronistas. Sin embargo, el mismo Rucci se había criado bajo el ala de Vandor, y su lealtad hacia Perón era una variante nada original del vandorismo: en la nueva coyuntura de 1972 en adelante, sólo era posible mantener a la CGT como http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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factor de poder abandonando la estrategia del “peronismo sin Perón”. La estructura del poder sindical se mantenía, si era necesario, oponiéndose al General, como cuando Rucci desconoció la candidatura de Héctor Cámpora a las elecciones que iban a celebrarse en marzo de 1973 (Bonasso, 1997, 339). En realidad, Rucci conservó lo peor de Vandor ‐el matonaje, la persecución ideológica, las subordinación al poder de turno‐ pero sin un proyecto político propio. Es esa voluntad de poder ‐y no el coyuntural “peronismo sin Perón”‐ la esencia del vandorismo, el habitus sindical que se consolidó en los años ‘60, y que sobrevivió tanto a Rucci como a Miguel. Por último, también existen problemas de interpretación en la evaluación política del efecto que produjo el asesinato de Rucci en las propias filas montoneras. Para empezar, Reato divide artificialmente a la izquierda peronista entre halcones y palomas, o sea, entre los “militaristas” que apostaban a la lucha armada, y los “políticos” que preferían relegar la violencia a un papel secundario (16). El asesinato de Rucci sería el síntoma del triunfo del militarismo sobre la política, un punto de quiebre que no sólo va a producir el divorcio entre Montoneros y su base popular llevando a la derrota final, sino que también es la causa del surgimiento de la Triple A. Para este último punto, ya hemos visto que las organizaciones nucleadas en la Triple A hacia finales de 1973, ya existían antes del asesinato de Rucci. La CNU, o el Comando Libertadores de América son expresiones originales de la radicalización de la derecha argentina, obviamente favorecida en su desarrollo por la dialéctica del enfrentamiento contra la izquierda peronista y marxista. Lo que no puede explicar la tesis que opone la militarización a la inserción popular de la guerrilla, es por qué el reclutamiento de las organizaciones armadas y sus frentes de masas tienen su auge justamente entre 1973 y 1975 (Pozzi, 2006: 45) (17). Nuevamente, los olvidos de Operación Traviata nos recuerdan que detrás la aparente universalidad que ostenta la memoria completa, siempre existe un nuevo particularismo.   Observaciones finales Para Beatriz Sarlo, toda la experiencia es intransferible, y toda evocación del pasado que vaya más allá del recuerdo de una generación es “posmemoria”, y que denota su contaminación por la mediación de la ideología y las instituciones (Sarlo, 2005: 125‐157). Sin embargo, ¿la experiencia no se transmite a través del aprendizaje, es decir, de la memoria? El film Como si fuera la primera vez, la comedia protagonizada por Adam Sandler y Drew Barrymore nos muestra el imposible de llevar al límite el razonamiento de Sarlo, cuando muestra la esquizofrenia de una mujer (Drew Barrymore) que no puede sostener la “memoria de corto plazo” basada en su propia experiencia a través del tiempo, y necesita de otro actor (Adam Sandler) para recordar lo que vivió el día anterior. En el otro extremo de esta memoria frágil sometida al escarnio de la ideología, se encuentra una fantasía ¿Es posible una “memoria completa”? Sólo un personaje imaginario de las Ficciones de Jorge Luis Borges como Funes, el memorioso, era capaz de recordar todo: “Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos” (Borges: 1965, 126 y Campos, 2008: 5). La memoria no puede ser completa. Toda memoria implica un cierto olvido como condición de un recuerdo inteligible, y es notable que la memoria completa del personaje de Borges, es hermana de la locura o de la parálisis (Funes había quedado inmóvil por un accidente). Para Hugo Vezzetti, el redescubrimiento de los http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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crímenes de la guerrilla obedece a una evolución natural de la memoria capaz de encontrar su equilibrio, razonamiento que intentamos revisar en este artículo cuando consideramos el contexto de surgimiento y el desarrollo de las luchas sociales que pueden explicar la crisis del régimen de memoria instalado desde 2003 (Vezzetti, 2009: 56). Volver a matar intenta ir más allá de la restauración democrática, y reivindica tanto la represión legal a la guerrilla en las coordenadas culturales de la “lucha contra la subversión”. Operación Traviata no llega a ese extremo, ya que inscribe su linaje en el mito democrático que opone la violencia a la política, aunque como señala Vera Carnovale, no hay política sin violencia, ni violencia que no sea política (Carnovale, 2008: 6). Si bien no pueden quedar reducidos a un único paradigma, libros como Volver a matar y Operación Traviata no se explican sólo por la magia del marketing editorial, o como una operación de los medios de comunicación contra el gobierno de Cristina Kirchner. Su amplia circulación significa la fluidez del “humor” social de vastas capas sociales en Argentina, que en su amplia mayoría adscribe a la teoría de los dos demonios, reniega del setentismo y por lo tanto sospecha de cualquier reivindicación militante del pasado reciente. Quizás estamos ante un nuevo giro de las políticas de la memoria, donde se respira un aire que se podría explicar con las mismas palabras que expresó Rucci momentos antes de la renuncia de Cámpora: “se acabó la joda”. Notas 1. El concepto de “memoria herida” es de Paul Ricoeur, una forma del recuerdo que para Vezzetti, “resiste las operaciones programadas de gestión del pasado”: 26. Volver 2. V. Clarín 4/06/2006, “Echarán a los militares del acto por las victimas de la guerrilla”, en http://clarin.com/diario/2006/06/04/elpais/p‐00315.htm. AUNAR es una agrupación de la derecha militarista que en el 2003 publicó una solicitada para protestar por la política de derechos humanos del gobierno de Nestor Kirchner. En abril de 1998 publicó un libro que recopila las acciones guerrilleras y considera que “Desde el 10 de diciembre de 1983, el poder político desató un plan persecutorio y de agravio a sus FF.AA., concordante con el pensamiento de su ideólogo Antonio Gramsci”, v. AUNAR, Subversión. La historia olvidada, s/e, 1998, pág. 2. La página web de Argentinos por la Memoria Completa exhibe sus vínculos con Radio 10, con el portal de ultraderecha SEPRIN, y recomienda la lectura de otras apologías del terrorismo de Estado, como La otra campana del Nunca Más, del represor Miguel Etchecolatz, o Por amor al odio. La tragedia de la subversión en la Argentina, de Carlos Acuña, v. http://www.memoriacompleta.com.ar/Bibliografia.htm. Volver 3. Susana Yofre es la madre de Fernando Vaca Narvaja y de Hugo Vaca Narvaja, asesinado por la dictadura en 1976. Volver 4. La imagen de Bragagnolo apareció en los medios debido a una tragedia: el empresario era el padre de Matías Bragagnolo, un adolescente que murió en abril de 2006 en circunstancias poco claras, agredido por un grupo de jóvenes y maltratado por un policía. Poco tiempo después, el padre se convirtió en la mano derecha de Juan Carlos Blumberg. Según la información recopilada en diferentes medios, el hermano de Bragagnolo fue militante de Guardia de Hierro, una organización de la derecha peronista que se vinculó a la Marina tras el golpe militar de 1976. Luis Bragagnolo era parte de una sociedad comercial que legalizaba bienes raíces apropiados a los detenidos‐ desaparecidos en la ESMA. Marcelo, el amigo de Yofre, tenía contactos en la Marina y en el Ejército, siendo un ferviente admirador de Videla. En los 90’ estuvo implicado en varios escándalos financieros, como el vaciamiento del BID. V. Página 12 (21/04/2006), “En el nombre del hijo, segunda parte”, Página 12, “Te estoy escuchando” (19/04/1998) y revista Noticias, “El hombre detrás de la tragedia, 21/04/2006. Volver 5. Los medios masivos difundieron hasta la náusea la imagen de los vecinos de San Isidro que declaraban estar “hartos de vivir en los setenta”, y se multiplicaron los recuerdos nostálgicos del orden oligárquico previo a 1945, es decir, la “oportunidad perdida” en la edad de oro del modelo primario exportador que fue la base de la organización nacional. Los conceptos de residual y emergente son de Raymond Williams, Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1982, pp. 143‐150. La idea del “fracaso de la memoria” por el conflicto con las corporaciones agropecuarias es de Gabriel Rot, en conversación con el autor. Volver 6. Los delitos de lesa humanidad son cometidos por Estados o por organizaciones dependientes del Estado cuando se persigue, tortura o asesina de manera sistemática a un grupo de ciudadanos, v. “La Corte definió que es un delito de lesa humanidad”, Clarín, 4/08/2007 en http://www.clarin.com/diario/2007/08/04/elpais/p‐01102.htm. Luis Labraña, un ex militante de las FAR que ofreció su testimonio a Yofre, durante la presentación del libro en junio de 2009 afirmaba que: “Queda claro a través de la documentación el importante rol de Cuba en el desarrollo y crecimiento de la guerrilla. Había y hay intereses que van más lejos de la simple solidaridad revolucionaria. Hablo de los intereses geoestratégicos que tenía el bloque soviético y de los cuales Cuba era su más fiel aliado en América. Cabe determinar si la guerrilla operó por espontaneidad y rebeldía. De lo contrario, estamos frente a una libre interpretación jurídica: el accionar de la guerrilla dentro de los delitos de lesa humanidad, por responder a las órdenes o intereses de un estado”, v. http://www.alfinal.com/politica/labrana.shtml. Volver 7. Rafael Bielsa saca la conclusión de que todo el libro es sólo una maniobra de cara a las elecciones de 2009, cuando observa la repetición de frases, v. “Volver a saciarse”, Ñ. Revista de cultura, 4/07/2009: 12. Más notorios son los errores que se explican por la falta de rigor crítico hacia las propias fuentes. Cuando Yofre le “cree” al organigrama de la guerrilla urbana, traslada las deficiencias analíticas de la inteligencia argentina a su propio texto: en Volver a matar, Jorge y Arturo Lewinger se incorporarían en 1969 a las FAP o a Montoneros, cuando en realidad se iniciaron en el MIR‐Praxis de Silvio Frondizi, y luego se incorporaron a las FAR, que recién en 1973 se fusionarían a Montoneros. También se caracteriza a Marcelo Verd como miembro de las FAL, cuando en realidad era instructor militar de las FAR, o bien se define a las FAL como “dependientes del aparato militar del PCR”, siendo esta sólo una de las vertientes de aquella organización, que no tenía ninguna relación orgánica con el partido maoísta. V. Guillermo Caviasca, “Arturo Lewinger y los orígenes de las FAR”, en revista Lucha Armada en Argentina, nº 6, 2006: 82‐97, y Gabriel Rot, “Notas para una historia de la lucha armada en Argentina. Las Fuerza Argentinas de Liberación, en Políticas de la memoria, nº 4, 2003‐2004: 137‐160. Otros errores son menos espontáneos, y se producen http://www.revistaafuera.com/NumAnteriores/print.php?page=07.Articulos.Campos.htm

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cuando el autor da crédito a versiones ya refutadas por la investigación histórica, como la del supuesto asesinato del padre Carlos Mugica por parte de Montoneros. Sobre la autoría de la Triple A, v. Ricardo Canaletti y Rolando Barbano, Todos mataron. Planeta, 2009. Volver 8. Juan Bautista Yofre, Volver a matar, loc. cit., pág. 15. Emilio Jáuregui era militante de Vanguardia Comunista, secretario general del Sindicato de Periodistas y había estudiado en la Sorbona. Fue asesinado cerca de Plaza Once, tras la represión de una marcha contra la llegada de Nelson Rockefeller. Para Miguel Bonasso, el “enfrentamiento” no existió: Jáuregui estaba en una lista negra elaborada por la CIA y la inteligencia argentina, siendo acribillado a balazos por una comisión policial que lo persiguió hasta un edificio en construcción. Volver 9. Es notable que cuando Yofre narra el secuestro de Roberto Quieto –uno de los principales dirigentes de las FAR‐ se detiene para mencionar a la “comisión policial” que lo captura, sin acordarse que se trataba de una “patota” o un grupo parapolicial al margen de la ley. De no ser por los gritos de la víctima y por la movilización que se generó para legalizar su detención, es probable que Quieto hubiera corrido la misma suerte que el resto de los detenidos‐desaparecidos durante la dictadura de Lanusse. Volver 10. Lo más curioso del ocultamiento es que ni siquiera se menciona a la versión del gobierno de facto, donde se justifica la represión ya que uno de los guerrilleros presos había intentado robarle la ametralladora a un guardiacárcel, desencadenando la respuesta militar en defensa propia. Volver 11. La teoría de los dos demonios surgió como una lectura del prólogo del Nunca Más, publicado en 1985. Allí se equiparaban los delitos cometidos por particulares, a los crímenes masivos del aparato de Estado: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como desde la extrema izquierda […] a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976, contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”, v. Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, Buenos Aires, EUDEBA, 1985: 7. En el epílogo de Operación Traviata, Ceferino Reato niega que su interpretación sea parte de la teoría de los dos demonios; aquí estamos hablando de un texto con múltiples efectos de sentido que se emancipan no bien el libro comienza a circular, y no de la intención del autor. El concepto de “memoria en espera” es de Paul Ricoeur, citado por Hugo Vezzetti, op. cit., pág. 35. Volver 12. Ceferino Reato, Operación Traviata, Sudamericana, 2008: 10‐11. Volver 13. Para ver la autocrítica de la izquierda peronista por el asesinato de Rucci, v. Mario Wainfeld y Norberto Ivancich, “El gobierno peronista 1973‐1976: Los Montoneros (2da parte)”, revista Unidos, nº 6, agosto de 1985, donde se observan argumentos muy parecidos al análisis de Ceferino Reato sobre la autoría de Montoneros, el consenso brindado por la Tendencia Revolucionaria, y el objetivo de “apretar” a Perón antes de su asunción como presidente. V. también Miguel Bonasso, El presidente que no fue, Buenos Aires, Planeta, 1997: 593‐594 y Carlos Flaskamp, Organizaciones político‐militares. Testimonio de la lucha armada en la Argentina (1968‐1976), Buenos Aires, Nuevos Tiempos, 2002: 117‐122. Volver 14. Es llamativo que este retrato ligado a lo privado y al hogar es el contrapeso exacto de la pintura negativa que hace Miguel Bonasso, que retrata al mismo personaje como un típico exponente de la burocracia sindical, que empleaba prácticas de matonaje y representaba una superestructura con intereses propios que iban más allá de la lealtad a Perón. En El presidente que no fue Bonasso ubica a Rucci en el escenario del gangsterismo sindical: “A las dieciocho y quince el secretario general de la CGT regresó al Savoy para cumplir su profecía. Menudo, grisáceo, sumergido entre las camperas abultadas de sus guardaespaldas, hizo una entrada espectacular que fue seguida de insultos, forcejeos y empujones. Cuando empezó la agresión, alguien lo sacó de la escena […] Sin estorbos en el camino, empuñando sus pistolas, el ‘Negro’ Corea y los otros matones de la CGT se lanzaron escaleras abajo y entraron al salón, donde había todavía numerosos congresales, gritando: ‘¿Dónde está la Juventud?, ¿Dónde están los machos?’. Y fue, paradójicamente, Alberto Brito Lima el que salió a reivindicar su pertenencia a una Juventud que ya no lo quería en sus filas. Recibió un culatazo en la mejilla. Con mayor suerte que el operario José Rey, de veintidós años, a quienes le pegaron un tiro en la mano derecha, o Carlos Enrique Maldonado, un chico de dieciocho, que fue herido en un brazo. Los pistoleros del Negro Corea hicieron más de una veintena de disparos…”, v. Miguel Bonasso, op. cit.: 240. Volver 15. Augusto Timoteo Vandor era dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica, que gracias a las políticas desarrollistas de Frondizi se convertiría en el gremio más poderoso de la CGT. El “vandorismo” era la corriente gremial que intentó fundar un partido laborista y un “peronismo sin Perón”, convirtiéndose en un factor de poder que desestabilizó al gobierno de Illia con su estrategia de “golpear y negociar”, y apoyo el golpe militar de Onganía en 1966. En mayo de ese año Vandor y sus custodios protagonizaron una pelea en la pizzería La Real, de Avellaneda, donde fueron asesinados los dirigentes metalúrgicos opositores Rosendo García y Domingo Blajakis, v. Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo?, Buenos Aires, Ediciones de la flor, 1994. Volver 16. ¿Cómo encuadrar entonces a José Luis Nell, que en 1963 mato con su ametralladora a dos personas en el robo al Policlínico Bancario realizado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, y en 1973 fue uno de los dirigentes de Montoneros que fundó la JP Lealtad, en oposición al desafío directo a Perón que significaba el asesinato de Rucci? Un caso similar en Carlos Flaskamp, op. cit.: 120. Volver 17. Richard Gillespie sostiene que en la mayor concentración de la derecha peronista asistieron 1.200 personas, mientras que el 17 de octubre de 1973 (tres semanas después del asesinato de Rucci), un acto de la JP ligada a Montoneros contó con 15.000 asistentes. En el frente sindical, el 31 de octubre de 1973 la Juventud Trabajadora Peronista movilizó a 20.000 personas, mientras que la juventud de la CGT sólo pudo llevar a 3.000 simpatizantes, v. Richard Gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros, Grijalbo, 1998, pág. 171, nota 27. Como afirma Marcelo Larraquy, en 1973 la ejecución contó con un relativo consenso, y la evaluación negativa es más bien retrospectiva, v. Marcelo Larraquy, “Los cuerpos políticos y la vigencia del cadáver de Rucci”, en revista Lucha Armada en Argentina, nº 11, 2008: 82. Volver  

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