Episcopologio agustiniano, de Rafael Lazcano; recensión de Emiliano Sánchez Pérez, en ETIAM 8 (2013-2014) 179-187
Descripción
L AZCANO, Rafael, Episcopologio Agustiniano. Editorial Agustiniana, Guadarrama (Madrid), 2014, tomos IIIIII, 24 x 17 cms., 3292 pp. Anotaciones de carácter general. Se presenta aquí la obra completa de Rafael Lazcano titulada Episcopologio Agustiniano en tres gruesos tomos que suman conjuntamente 3292 páginas. Comienza el primero con una introducción del actual y último Cardenal agustino, de nacionalidad maltesa, Próspero Grech (pp.1112), a la que sigue un excelente estudio de la portada, que representa el símbolo del escudo agustiniano de la Iglesia Nossa Senhora da Graça (Lisboa). Aunque son muchos los criterios desde los que se puede abordar el estudio de un escudo, el presente autor, José Luis Cancelo García, agustino español, ofrece un breve e ilustrativo estudio de cada uno de sus símbolos desde los textos mismos de San Agustín (pp. 1376). Si un escudo es siempre expresión simbólica de identidad, en este escudo, que formaba parte del célebre convento agustiniano del 1271, el artista Pereira Câo convierte en diseño gráfico el pensamiento, espiritualidad y la personalidad de Agustín hasta dónde pueden ser expresadas o, más bien, insinuadas con formas sensoriales. Pero se debe decir, que no es este el único escudo agustiniano, que se puede contemplar en cada uno de los tres tomos, ya que aparecen otros varios de distintas fechas y nacionalidades. A partir de las referencias anteriores, se inicia propiamente el contenido del primer tomo del Episcopologio Agustiniano con un llamativo elenco de siglas y abreviaturas internacionales, que corresponden a un buen número de archivos y bibliotecas, exactamente sesenta y una. A éste le sigue un largo apartado titulado "siglas de referencia", que son las abreviaturas de repositorios y bibliotecas, que totalizan 402 . Para un mejor manejo de este apartado, el autor hace preceder la correspondiente sigla o abreviatura, tanto de obras individuales como de colecciones, algunas tan numerosas, como Acta Apostolicae Sedis, aparecida en 1909. No incluye aquí un listado de las revistas consultadas y usadas de temática histórica, tanto de las que se editan un solo número anual como de las que publican varios. Es decir, a este gran cuerpo bibliográfico del principio del tomo I, le siguen varios miles citas, que acompañan y terminan cada una de las biografías, tanto escritas por el personaje historiado, como sobre el mismo. Si estas las hubiera integrado en el primer apartado general referido, la suma total se hubiera elevado a varios miles de obras escritas. A esta aportación, hay que añadir, con las mismas características generales e individuales señaladas, la interesante novedad del apartado de la Webgrafía, muy consultada ya en colecciones generales del inicio del tomo I, pero más aún a los largo de los tres tomos al final de cada biografía, y de forma por lo tanto más individualizada. Y eso que el inicio de la época digital es reciente, lo que preanuncia ya lo que ésta será dentro de no muchos años. Lo que sí está claro es que todos estos datos ofrecen una buena idea de la ingente labor de consulta, que Rafael Lazcano llevó a cabo en la presente obra. Esas referencias bibliográficas generales, tampoco impiden la permanente sección bibliográfica con la que finalizan cada una de las biografías, aquí reunidas en los tres tomos, y que lógicamente no se encuentran en la bibliografía general, ubicada al principio del primero. En esas biografías, varios miles, tampoco faltan citas referidas a las fuentes primarias o de repositorios concretos, y por lo tanto ausentes en el cuerpo de la bibliografía general. Para más detalle, todas esas obras van secuenciadas en cada uno de los tres tomos, alcanzando en el primero 10.231, en el segundo 22.647, para terminar siendo en el tercero, como suma total, 32.080. Esta cifra es sin duda, al tratarse de una obra de un solo historiador, algo que podríamos denominar como auténtico colosalismo. Termina este apartado con una lista de abreviaturas pertenecientes a palabras de trato o referencia oficial y de uso muy frecuente, que sin duda son de gran utilidad. El cuerpo de la obra. Concluido el apartado, que podemos denominar como preliminar, se adentra ahora este historiador en el cuerpo general de la obra, que abre una densa, sólida y precisa
introducción del mismo (pp. 133202), que como ocurre en todos los escritos de Rafael Lazcano, es de fácil y agradable lectura. La primera parte está centrada en los aspectos teológicos, jurídicos y pastorales del ministerio episcopal en general (pp. 133153), para desarrollar después su aspecto histórico en la segunda (pp. 154202). La primera, tiene como punto de partida la posición central que ocupa el obispo en la iglesia local o diócesis, como sucesor de los mismos apóstoles "Dónde está Pedro está la Iglesia", adentrándose después en la evolución histórica que ha tenido la elección episcopal, pues en sus diversas fases y geografías ha tenido contenidos muy distintos, aunque todos legítimos con la legitimidad histórica nacida que le confiere su ejercicio jurisdiccional. Así, si la elección del obispo en la primitiva iglesia se hacía extrayéndolo del grupo de creyentes, en la Edad Media lo era por la directa intervención real, pasando al cabildo eclesiástico con la Reforma gregoriana. Pero en el siglo XV se inicia ya el reconocimiento del derecho de presentación de los obispos concedido a los reyes, que llegaría a su culmen con la concesión y ejercicio del derecho de Patronato Real Indiano, inevitable concesión papal a la Monarquía española y a sus representantes coloniales, que constituía a esta, de facto , en el Papa para el gobierno de las Indias, a cambio de responsabilizarse del ingente costo económico, que implicaba la evangelización del Nuevo Mundo. El discutido derecho de conquista española de las Indias, tenía precisamente su justificación en la obligatoriedad que los reyes de España contraían de evangelizar las nuevas tierras descubiertas. El origen y punto de partida son las famosas bulas alejandrinas. A la Corona portuguesa se le hizo la misma concesión, el Padroâo, para que ejerciera también su papel evangelizador en lo que después sería Brasil. Lazcano, con laudable prudencia, no entra en el debate sobre este controvertido tema del Patronato Real Español, y el impropiamente llamado después patronato republicano rioplatense, en el que hoy por hoy no es fácil alcanzar un acuerdo entre las interpretaciones históricas discordantes. Por otra parte, tampoco entraba necesariamente dentro de las inevitables exigencias del presente trabajo histórico. Así, llegamos al apartado específico que versa sobre él Episcopologio Agustiniano, en el que el autor se ha entregado en cuerpo y alma al echar en falta "una obra veraz, compacta y homogénea que presentase la completa jerarquía de la 'Familia Agustiniana', integrada por cardenales, patriarcas, primados, exarcas, arzobispos, obispos, sacristanes pontificios, prelados, vicarios, prefectos y administradores apostólicos de la familia agustiniana, me decidí a darles a todos ellos cuerpo, unión y vida desde una suficiente base documental que he ido reuniendo durante varios años" (p. 155). Pasa a continuación a ofrecer una breve información de las varias ramas que componen el tronco familiar agustiniano, tronco que es la tercera de las órdenes mendicantes, hoy conocida como Orden de San Agustín (OSA). Aquí Rafael Lazcano se posiciona junto a la mayoría de los actuales historiadores, que consideran a San Agustín como padre, maestro y guía espiritual, pero situando el nacimiento de la Orden, como verdadera orden mendicante, en la bula fundacional Incumbit nobis del Papa Inocencio IV, de fecha 16 de diciembre de 1243. Esta provocó el nacimiento de la Orden Agustiniana a partir de la reunión de representantes de grupos eremíticos que tuvo lugar en Roma en 1244. Era la respuesta a la petición que cuatro ermitaños hicieron a Inocencio IV en 1243, pidiendo la unión de todos los ermitaño de Tuscia bajo una Regla común y un prior general a la manera de las órdenes mendicantes recientemente fundadas (pp. 158159). Los Agustinos Recoletos son fruto y respuesta a la llamada que el concilio de Trento hizo a las órdenes religiosas en pro de un estilo de vida de mayor observancia y austeridad (OAR). Los Agustinos Descalzos italianos (OAD), nacidos a finales del siglo XVI, también como respuesta a las carencias de la vida religiosa presentes en la orden agustiniana (pp. 160161). Los Agustinos Descalzos portugueses (ADP) nacen en 1664, pero dependiendo directamente del Prior General de la Orden Agustiniana (pp. 161163) y los Agustinos Asuncionistas, fundados en Francia en 1845 por Manuel d'Alzón (163). No considera este autor como Agustinos, a los Canónigos Regulares de San Agustín (CRSA), pues aunque profesan la regla de San Agustín, el modo de vida que tienen no los
asemeja a los frailes o monjes (pp. 163164). Esto no le impide el presentar una "lista provisional" de obispos CRSA, lista que asciende a 149, algunos de los cuales llegaron incluso a ser papas (pp. 163166). Ciertamente Rafael Lazcano apura hasta el máximo la ex pertenencia agustiniana de algunos "prelados", como los supuestos Agustinos, que fueron nombrados obispos y arzobispos de la Iglesia anglicana por su fundador Enrique VIII (pp. 166167). Para terminar, es preciso recoger la idea de que ha sido exigente consigo mismo a la hora de aceptar como obispos, los que parecían tales, incluso atestiguados por los mejores historiadores de la Orden, pero que con los datos, más seguros, que Lazcano maneja, no lo eran. De no haber usado criterios solventes, con gran sentido de discriminación y pureza investigadora, el número final de prelados, implicaría que "en algunas decenas crecería el número final de la jerarquía agustiniana" (p. 167). Pues a la Familia agustiniana, aquí reflejada, es a la que pertenece esta obra en tres gruesos tomos. La actividad previa al nombramiento episcopal estaba marcada por el desempeño de diferentes cargos en el gobierno de la Orden, a lo que hay que añadir que, una vez que fueron propuestos para el episcopado, la respuesta mayoritaria fue la aceptación de esta nueva responsabilidad. Una minoría aceptó el episcopado por obediencia a los superiores, dado que la mitra carecía de atractivo, debido a la vida sencilla y humilde que practicaban en los conventos. Los Agustinos descalzos, debido a su renuncia a cualquier dignidad fuera de la congregación, la verán dispensada en tierras de misión, ya que aquí, más que un honor, resultaba una carga bien pesada. Para la provisión episcopal, además de estar ordenado in sacris, se exigía el ser hijo legítimo. No obstante, también se usaron las dispensas, pues hay varios prelados Agustinos que nacieron fuera de la unión matrimonial (p. 176). Llegados a este término, resulta interesante el constatar algunas características propias de los prelados de la familia agustiniana. Así, su bagaje intelectual, por lo que entre ellos abundan los que destacaron en las distintas ramas del saber eclesiástico. Aunque el obispo fraile agustino cursaba por lo general sus estudios teológicos en los conventos de la Orden, sin embargo, no escasean los que completaban la formación intelectual en las universidades más prestigiosas de Europa y la América colonial. Pero, y aunque en menor número, también los hubo que recibieron la dignidad episcopal sin haber tenido antes cargos de gobierno en la Orden, ni ejercido la docencia universitaria. Otra destacada cualidad es que los obispos Agustinos procuraban llevar consigo a otros hermanos de hábito, lo mismo que la mayoría también destacaban por su sensibilidad y compromiso con los pobres (pp. 177180). Santo Tomás de Villanueva llegó a convertirse a partir de él, en una inevitable referencia. Una de las dignidades aquí estudiadas es la se Sacrista del Papa, que viene acreditándose desde 1288, cuando Nicolás IV eligió para este puesto al agustino Agustín Novello, y que Clemente VI (13421352) decretó que dicho cargo recayese en un religioso de la Orden Agustiniana. Hoy ha dejado de existir, pues dicho privilegio fue abolido el 14 de enero de 1991 por Juan Pablo II, antes de la muerte de quien fuera el último sacrista y vicario general del Papa, Pedro Canisio van Lierde (19071995). Así concluyeron una etapa de setecientos años de servicio de la orden de San Agustín a la Iglesia (pp. 180187). Ya en este primer tomo del Episcopologio Agustiniano ofrece Rafael Lazcano un largo y completo cuadro estadístico, que exige un trabajo muy minucioso, acompañado de una puntual atención. Es el cuadro estadístico de la jerarquía agustiniana, sobre la que recoge innumerables datos en sus 18 tablas. En las 14 primeras incluye los centros superiores de su formación intelectual, los que tenían título de bachiller, de Licenciado en las distintas ramas eclesiásticas, e incluso los dirigidos a la pastoral docente actual, los que tenían el título de Maestro era un título honorífico propio de la Orden y común a todas las demás en campos igualmente eclesiásticos, los que alcanzaron el grado
de Doctor o Lector en las mismas, o las titulaciones que se pueden denominar como modernas: diplomado, estudios de magisterio, masters. Todas estas titulaciones alcanzan el número de 514 (pp:189193). Interesante resulta también la tabla que recoge toda la jerarquía Agustiniana por orden cronológico de nombramiento (año, Papa, elegidos y promovidos) (pp. 194195), para terminar con la nación de origen de los Cardenales, legítimos e ilegítimos (14), arzobispos diocesanos de bastantes más naciones que los anteriores (86), arzobispos titulares (24), obispos diocesanos (586), y obispos titulares (255). La tabla diez y siete recoge la jerarquía agustiniana por naciones (953), terminando con el resumen de esta jerarquía, fraccionada por dignidades eclesiásticas y por la rama de la Familia agustiniana, a la que pertenencían (pp. 200202). Estos datos, que parecen aburridos por su monotonía estadística, tienen el gran valor de ofrecer una idea cabal del exorbitante trabajo de acopio documental contenido en estos tres gruesos volúmenes, que totalizan 3292 páginas. La organización de este Episcopologio Agustiniano es bien sencilla. La primera sección está dedicada a los Cardenales agustinos, que van secuenciados por orden cronológico, a la que le sigue la dedicada a los prelados, ubicados en su respectiva sede, y estas sucediéndose por orden alfabético, que cuando han sido ocupadas por varios, se opta por el orden cronológico de dichos prelados. En el caso de los que han sido preconizados para más de una sede, figuran solamente en la primera. La penúltima sección la ocupan los sacristas pontificios, por orden igualmente cronológico. Finalmente y no podía faltar ofrece en cuatro apartados una relación de los religiosos, que fueron electos, pero rechazaron la mitra; o de los nombrados, pero que fallecieron antes de recibir la cédula real de su nombramiento, o de los presentados ante la Santa Sede, y que nunca fueron preconizados por el Papa. Finalmente deja constancia de un pseudo cardenal y de varios obispos intrusos, falsos o ilegítimos. Todos estos religiosos van acompañados de una breve biografía, que también termina con una sección bibliográfica, como hizo con los anteriores legítimos. Aunque los pasos y progreso en la investigación histórica son lentos y a veces sorprendentes, es obligado dejar constancia de que nunca, como en el presente Episcopologio, han sido registrados los obispos Agustinos con tanto detalle y meticulosidad. Lógicamente el tiempo no pasa en vano, y cuanto más lejano es este, más fáciles son de detectar la ausencia de datos precisos. Esto quiere decir, que el método aquí desarrollado no ha sido una mera repetición o resumen de lo ya indagado, sin nuevas aportaciones, y rectificaciones, y con ausencia total de nuevos datos y de aspectos novedosos. Más aún, es preciso constatar que por exigencias de método, se ofrece aquí la más amplia imagen del conocimiento que tenían l obispo de su respectiva grey, de las características de su trabajo pastoral y del conocimiento que tenían de la vida real y popular de la Iglesia que gobernaban. Esto significa, que se ofrece de cada obispo agustino un resumen lo más completo posible, preciso y sin adornos, que no desmerezcan de su escueta vida y de las características de su obra. Por eso van incluidas también sus cartas pastorales y la correspondencia epistolar que mantuvieron, todo de imprescindible ayuda para aterrizar después en el más pleno conocimiento, tanto de su personalidad como de sus actitudes pastorales. Que no se han evitado, a pesar del interés y esfuerzo practicados, todas las insuficiencias e imprecisiones, nadie lo pone en duda, pues esta es una gran producción histórica, y por lo mismo plenamente humana, en la que son inevitables las carencias no deseadas, incluso las omisiones. Pero todo esto son un fuerte llamado a proseguir desempolvando archivos y bibliotecas, que faciliten el perfeccionamiento de lo que aquí, aún no ha sido terminado. Todo esto ha exigido a Rafael Lazcano un concienzudo estudio y reposado análisis de cada cuestión debatida, obligado trabajo, cuando las fuentes y autores no son coincidentes, hecho este no infrecuente. Ya se ha hecho alusión a la ingente cantidad de títulos bibliográficos y ahora debe quedar consignada la gran investigación aquí realizada sobre material archivístico y de todo tipo de
fuentes, además del sin número de bibliotecas visitadas y consultadas, tanto de ámbito nacional como internacional, públicas como privadas, lo que supone todo un modelo como arsenal de datos. Concretamente, los obispos, tienen la mayor y más segura fuente documental en el Fondo Consistorial del Archivo Secreto Vaticano, de entre cuyas series, resultan de la máxima utilidad los Procesos Consistoriales y las Actas Camerari, cuyos datos, en no pocos casos, se completan con el fondo de la Dataria Apostólica . A estos imprescindibles repositorios añadió Rafael Lazcano diversos Registros Vaticanos, Lateranenses y Aviñonenses, y que todos juntos suponen varios miles de volúmenes entre 450 y 1000 folios, cada uno de ellos. Tampoco se ha olvidado de expurgar el Bullarium Ordinis Sancto Augustino. Además, de estas fuentes no ha prescindido de la ingente documentación bibliográfica, que va unida a los nombres, de merecida plaza en el campo de la historia, y que por citar algunos de estos, están Pío Bonifacio Gams, Conrado Eubel, Ritzler, Sefrin y Zeno Pieta. En el ámbito exclusivamente español está bien presente la monumental España Sagrada del agustino Enrique Flórez, de la que Rafael Lazcano acaba de terminar la edición crítica de sus 56 volúmenes, y que tan bien ha sido recibida por la crítica especializada. A esta obra hay que añadir también varios episcopologios de España. Aunque aquí la información se focaliza en las obras generales, hay que reconocer que ha sido muy cuidadoso y sensible a la hora de consultar todo tipo de estudios, tanto de historia regional como nacional, de universidades como de diócesis, donde ejercieron su ministerio pastoral estos protagonistas. A pesar de la gran información que aquí ofrece, esto no quiere decir que esta obra aquí sea un trabajo de investigación, que ha llegado a su final, ni mucho menos. Más bien se trata de un imprescindible diseño para un primer perfil biográfico esencial, breve y conciso de todos estos personajes, lo que significa un fruto que en sí ya es maduro, merecido y copioso, que debe enarbolar una obligada y cumplida satisfacción a los años que Rafael Lazcano, de forma callada y silencioso, como auténtico e incansable ratón de bibliotecas, ha dedicado a tan llamativa y singular obra, propia más bien de un trabajo en equipo, que de un solo autor, como es el presente caso. Webgrafía. Dada la aceleración histórica que estamos viviendo, no es aventurado afirmar que la Edad Contemporánea ya es historia, como lo son las edades anteriores. La digital, que hace unos años parecía un sueño inalcanzable, ya comenzado. Por eso, en la precisa y minuciosa pesquisa documental no podía faltar con Rafael Lazcano el recurso a esta gran fuente documental, que la nueva tecnología, representada en Internet, ofrece generosa y abundantemente. De hecho, la presencia aquí de Internet, está prácticamente presente en la totalidad de las numerosas biografías, que aquí aparecen. Además, es ya de dominio público la existencia de centenares de documentos, libros y revistas con vida digitalizada. Pues sobre esto el autor ofrece unos cuantos enlaces webs con la edición digital de libros y artículos en "Fuentes y bibliografía", lo que no quiere decir, una vez más, que esta ayuda técnica esté ausente al final de cada biografía. Índices. La carencia de estos en un estudio de estas características no no tendría mucha diferencia con un jardín sin flores. Por eso, hay que reconocer, que en este apartado, el autor presenta un excelente acompañamiento de índices. Además de los acostumbrados sobre nombres de personas y lugares, lo mismo que de conceptos, ofrece aquí también otros muy específicos, por exigencia del tema tratado. Así el índice de sedes, por orden alfabético, que en total suman 785 (pp. 229792996), con todas sus variantes, índice cronológico de nombramientos, con los apartados del día y mes de nombramiento, el Papa correspondiente, el nombre del promovido y el nombre del lugar (pp. 29973068), que en total suman 935. Índice onomástico (pp. 30693142), en el que por razones obvias no figuran los nombres, que aparecen ya citados en las secciones de Obras, y Fuentes y bibliografía. Índice temático (pp. 31433174) e índice toponímico (pp. 31753238). Todos ellos vienen al final del tomo III. El último es el de Cardenales (pp. 32413242), sedes episcopales (32423287), Sacristanes Pontificios (32873289), Mitras rechazadas (pp.32903291) Obispos nombrados, pero fallecidos antes de recibir la célula real (p. 3291), Obispos presentados y no
preconizados (pp. 32913292), y un cardenal y dos obispos intrusos, falsos o ilegítimos (p.3292). Estos 953 cargos u oficios, aunque van con numeración secuenciada, sin embargo dentro de ella el autor los compartimenta dentro de cada uno de los tres volúmenes. No cabe duda, de que esta última sección es un buen complemento y hasta imprescindible para bucear en este prolijo campo de la jerarquía agustiniana. Conclusión. No es necesario conceder más extensión que la dada a este comentario. Los datos aquí recogidos no necesitan de ninguna otra ayuda explicativa para percibir la magnitud de esta colosal obra, suficiente para dignificar a cualquier historiador, y que en las líneas de molde de estos tres volúmenes, quedará para perpetua memoria. Abarca desde el nacimiento del orden de San Agustín, en la pequeña Gran Unión de 1244 por el Papa Inocencio IV, hasta el final del pontificado de Benedicto XVI. En este largo período de tiempo alcanzaron la cima de la jerarquía de la Iglesia casi un millar de religiosos pertenecientes a todas las ramas masculinas, integrantes de la ya referida "Familia Agustiniana". De todos ellos se ofrece vida y obra de un modo sobrio, riguroso y breve, pero sin afirmaciones definitivas, y siempre dentro de la provisionalidad, que es propia de todo trabajo de investigación histórica, y con mayor razón aún de este, dada su amplitud temporal y geográfica. Por eso, este Episcopologio Agustiniano se convierte así en un nuevo y encomiable producto, debido a la densa riqueza que alberga cada una de sus páginas. La edición realizada en papel de 115 grs. de estucado mate blanco, encuadernación cosida con hilo vegetal, más tapa dura al cromo, es de una especial vistosidad, no sólo por su variada y armónica policromía, representada en multitud de escudos episcopales heráldica , sino también por la buena representación de sus cuadros, con sólo el busto o de cuerpo entero, de la mayoría de los miembros de esta jerarquía agustiniana. La selección cromática ha sido todo un acierto, bien plasmada en la excelente calidad del papel elegido para esta formidable impresión. Por si esto fuera poco, todo el conjunto ofrece una imagen de gran calidad, enriquecida aún más por el hermoso y variado espectáculo de sus numerosas de ilustraciones, retratos, escudos episcopales, mapas. etc., que sin duda serán una auténtica delicia artística hasta para las sensibilidades más rústicas. Así es esta laboriosa y admirable obra de historia eclesiástica y agustiniana, éste su atractivo y ésta la corona de Rafael Lazcano. Sólo resta manifestarle nuestra más sentida y cordial enhorabuena, acompañada de una bella regla de oro, de gran calidad deportiva: "que no decaiga la afición". EMILIANO SÁNCHEZ PÉREZ [ Texto publicado en ETIAM. Revista Agustiniana de Pensamiento 8 (20132014) 179187 ].
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