Entrevista a José María Pozuelo Yvancos

July 24, 2017 | Autor: Guillermo da Costa | Categoría: Estudios Literarios, Teoría de la literatura y Literatura Comparada
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ENTREVISTA A JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS Por GUILLERMO DA COSTA PALACIOS

José María Pozuelo Yvancos es desde 1983 catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Murcia.

– Profesor Yvancos: me es grato comenzar con una pregunta a propósito de cómo ve usted actualmente la relación de la teoría literaria y de la crítica con la filosofía. ¿Cree que la filosofía sigue actuando como suministradora de categorizaciones para la crítica? ¿Cómo interpreta la teoría literaria el hecho de que detrás de cada producción de ficción haya un pensamiento y una visión del mundo? Tenemos tendencia a pensar que las situaciones actuales son especiales, y por tanto a incidir en que la importancia de la relación entre filosofía y teoría de la literatura es un hecho relevante de hoy o más precisamente de la contemporaneidad. No niego como un hecho cierto que tal relación es estrecha, y lo es mucho más desde que el pensamiento crítico norteamericano, que con los tradicionales scholars y el New Criticism había propugnado un close reading, bastante alejado de cualquier tradición filosófica, para propugnar una lectura propiamente literaria. Tal situación evolucionó hacia una crisis y ello advino por la importación a Estados Unidos de algunos de los pensadores franceses, singularmente de J. Derrida y de M. Foucault, así como del feminismo de Helen Cixous, Julia Kristeva, Luce Eguiagaray etc., o de Blanchot y Roland Barthes. Pero lo que me resisto a admitir es que esa situación se presente como una actualidad de cualquier forma. Más bien me parece que es hija de unos tiempos distintos vividos para tal relación en Europa y América del Norte (no así México, por ejemplo, donde tenemos una figura como Alfonso Reyes, que no se entendería sin la Fenomenología). Llamo la atención sobre el hecho de que en Europa se vivió durante mucho tiempo esta relación, y es muy anterior a nuestra época, esto es, a lo que usted llama actualidad. No ya porque los autores citados tenían ya obra publicada a la altura de la mitad de los años sesenta del siglo XX, sino porque en Europa esa relación fue sistemática y es antiquísima. No hay movimiento crítico o teórico que no tenga detrás una corriente de tradición filosófica. Por detenerme en el siglo XX, la Estilística y Estructuralismo están penetrados de la Fenomenología de Husserl, traída a los estudios literarios por Roman Ingarden. Si pensamos en la Estética de la Recepción de Iser o Jauss, vemos que tienen detrás a Gadamer y en general a la Hermenéutica filosófica. ¿Pero cómo puede extrañarnos? El hecho mismo de llamar la atención sobre el fenómeno es sintomático de una situación en la que se ha perdido conciencia sobre el viejo tronco primero de la Poética (pensemos que Platón es el padre del concepto de Mimesis y Aristóteles fundador de la ciencia Poética), y luego de la gran aventura Estética, principalmente en el Romanticismo alemán. Pensemos en que Hegel escribió sobre literatura muchas más páginas que muchos teóricos de la literatura propiamente dichos. Y hay

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casos fronterizos muy interesantes: Schelling, Novalis, etc. En conclusión: fijarnos en la transitividad entre Teoría y Filosofía es recuperar en el fondo una tradición que en absoluto se ha iniciado con los estudios actuales sino que está en el origen mismo de la Teoría, un campo donde inevitablemente hay una transición entre pensamiento filosófico y literario. Pero no únicamente porque detrás de cada ficción haya, según arguye usted, una visión del mundo, sino porque detrás de cada Teoría hay un marco conceptual. Otra cosa es que quien lo utiliza sea consciente de él, o no lo sea. Incluso los movimientos literarios más ajenos a la reflexión parten de un pensamiento. La historiografía es hija del positivismo de la misma forma e intensidad que la deconstrucción lo es de Heiddegger o Nietzsche. – En su libro De la autobiografía: teoría y estilos (Crítica) vincula modalidad literaria con el concepto de “yo desdoblado”, y se refiere memoria como soporte fundamental para biografiar, dado que hay distancia efectiva entre lo vivido y lo enunciado en la escritura. ¿En medida, pues, se puede articular una relación entre la autobiografía ficción?

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Hay varios aspectos distintos en su pregunta. El principio que usted concentra en la idea de “yo desdoblado” parte del hecho empírico de que un recuerdo no se identifica sino como reflexividad, en la que el yo que lo cuenta no es el mismo que el yo que lo vivió. Esto ocurre en la autobiografía no porque sea especial, sino precisamente porque es un hecho de la experiencia común, e inevitable. Cuando contamos un episodio del pasado fingimos que estamos en ese pasado, pero obviamente quien cuenta y quien vivió los hechos no es el mismo. “Desdoblado” significa que el sujeto que narra y el narrado son el mismo (en cuanto identidad legal, porque poseen nombre propio) pero no son el mismo en otras dimensiones epistemológicas, por varias razones: por los olvidos, por las metamorfosis que el momento presente impone al pasado, bien sea por idealización o por la tendencia a unificar lo disjunto. Eso se ve en la propia cualidad narrativa que damos a los hechos que cuando ocurrieron fueron muchos más (que eludimos porque no los pensamos pertinentes respecto a aquello que ahora creemos central) y disjuntos, porque ocurrían en esferas no siempre contiguas de la experiencia. Sin embargo, al contarlo, la narración misma origina inevitablemente dos fenómenos: la consecuencia, esto es, el hecho de que pensemos que a una cosa no sólo sigue otra, sino que es producida por otra (Aristóteles fue muy preciso en esta idea de “necesidad” de la fabula narrativa). Tendemos a interpretar aquello que nos ocurrió a los quince años como determinante de alguna forma para lo que vendría después, y por tanto generamos tal “necesidad”. El otro fenómeno es la selección a la que obliga esa consecuencia. Narramos aquello que para nosotros tiene importancia posterior. Eso significa que quien narra tiene un punto de vista o de interés que quiere hacer coincidir con el sujeto narrado, pero que a mi juicio es una suplantación de él. Ello no significa que no sea verdad, sino que el yo que cuenta es “otro yo” diferente al yo que vive. Tal fenómeno se puede denominar desdoblamiento del yo. Hay otro problema anexo. Roland Barthes decía que quien escribe no es quien existe. El fenómeno de la representación del yo, o si queremos llamarlo de otra forma, del yo nacido como “escritura” es un fenómeno complejísimo. Pero en mi libro me niego a que del desdoblamiento del que estoy hablando se deduzca

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necesariamente la categoría de ficción, que es otra cosa bien distinta. Intentaré explicarlo. El hecho de que el yo que narra y el narrado no coincidan no convierte al acto narrativo en un hecho ficcional. La de ficción es una categoría epistemológicamente distinta a la del desdoblamiento del yo. Cuando yo me represento, no estoy necesariamente creando un hecho de ficción, sino de representación, como ocurre cuando en una conversación cotidiana actúo ante los otros y me presento ante ellos más inteligente o más gracioso de lo que realmente soy. O puede incluso que invente algo para reforzar esa idea. Si hago tal cosa ¿me convierto por ello en un personaje de ficción? No. Si cumplo con la representación “mejorada” de mi yo, es precisamente porque no quiero que los demás me crean personaje de ficción sino persona con esos atributos reales que me he esforzado en representar como propios. Hay mucha confusión en el uso de la categoría de ficción, que no se sigue directamente de la representación del yo o de la “actuación”. Hay actuaciones que no son de otro, sino mías, como por ejemplo las de la Autobiografía o Memorias o Diario. La ficción nace cuando aquel que quiero ver representado lo he concebido como personaje ontológicamente diferente de mí. Esto es como alguien ficcional distinto del histórico. Tal cosa no se da en las que he denominado “escrituras del yo”, y que comprende el ensayo, la autobiografía, las Memorias, los diarios, etc. – A propósito de su obra Poética de la ficción (Síntesis): ¿podría formular una descripción sucinta de qué es el “pacto de ficción”? Quise llamar pacto de ficción al hecho de que la ficción es un fenómeno pragmático, esto es, deducido de la relación establecida entre el autor, el lector y el texto que llamamos ficcional. Cuando uno comienza a leer un cuento o una novela entra o no entra en tal pacto. Si no lo hace, muchas cosas le parecerán absurdas, por ejemplo que se esté hablando durante una página de alguien que no sabemos quién es, ni donde está, o desde dónde habla, o las condiciones en que se produce su discurso. Porque estamos ante una novela no exigimos que el acto de habla cumpla con los requisitos inherentes a toda comunicación normal, como es conocer los contextos de su uso. Si llevamos esto al extremo podríamos decir que al comenzar una lectura en que alguien despierta después de una mala noche convertido en un insecto, y no hemos cerrado inmediatamente el libro, indignados por tamaño despropósito, es porque no entendemos que quien escribe tal cosa sea alguien mendaz, o poco fiable, o estúpido, sino porque entramos en el pacto de la ficción, que Coleridge llamaba “suspensión del descreimiento”, es decir, sabemos que alguien nos invita a entrar en un mundo en el que tal cosa es posible, y la leemos porque la creemos con sentido, bien porque esperamos que tal suceso tenga una explicación, o bien porque si no la tiene estamos siendo invitados a interpretarla simbólica o metafóricamente. “Pacto de la ficción” es la manera de hablar del tipo de comunicación que se da como tal acto de lenguaje especifico en el hecho de leer (o escuchar) novelas, cuentos, obras teatrales.

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– ¿Qué le sugiere el siguiente fragmento?: “Sobre poco más o menos, no hay hombre que no esté pendiente de los relatos, de las novelas, que le revelen la verdad múltiple de la vida. Sólo esos relatos, que a veces se leen en los trances, le enfrentan con el destino. Hemos, pues, de buscar apasionadamente lo que pueden ser los relatos, cómo orientar el esfuerzo mediante el cual la novela se renueva o, mejor aún, se perpetúa” (Georges Bataille: El azul del cielo). Esa hermosa reflexión de Bataille, concordante con otras semejantes de W. Benjamin nos habla de la necesidad del relato como metonimia de la vida. Es importante, sobre todo a quienes nos dedicamos a enseñar literatura, que podamos transmitir una verdad como la dicha por esos textos. En el sentido en que la Literatura ha sufrido un progresivo proceso de “esteticización”, a mi juicio, muy perjudicial para su ser en el mundo y para la defensa de sus potencialidades reales. Hemos concebido los relatos como problemas del lenguaje, como un registro culto de la lengua, y son mucho más que eso. Por ejemplo, si leemos a Dostoievski no estamos haciéndolo en ruso comúnmente, y no estamos apreciando seguramente muchos matices importantes de su lengua, pero no por ello es Dostoiesvki menos importante para nosotros. Porque lo que nos importa mucho en sus relatos es que contienen la culpa, la conciencia, el doble, la religión, etc. Problemas que cada individuo vive como “verdad múltiple de la vida”. Aunque Bataille se esfuerce por vincular la idea de destino y de novela, no creo sin embargo que esté hablando de la novela como forma históricamente concreta del género, sino de la narración que es una categoría superior y previa a la de la novela. La suerte del Ulises de Homero no se da en la novela, puesto que La Odisea no lo es, y sin embargo contiene cuanto Bataille dice. Por tanto, me parece una reflexión liminar que todo profesor tiene la obligación de transmitir en primer lugar: el relato es la forma que adopta la vida, es su trasunto, y en esa verdad se halla agazapada la necesidad de la literatura. – ¿Puede comentarme su opinión acerca de un escritor al que admiro: Javier García Sánchez (Barcelona, 1955)? ¿Le parece que es un autor debidamente reconocido en el canon de la literatura hispánica actual? Creo que esta cuestión es otra muy distinta a las anteriores y siguientes y no quería pronunciarme sobre nadie en concreto, no sería respetuoso; ni si lo hago positivamente (¿por qué hacerlo sobre él y no sobre otros?), ni mucho menos negativamente (¿por qué criticarlo precisamente a él?). Ya hago semanalmente en ABCD de las Letras, críticas a obras concretas o en mis ensayos sobre diferentes escritores. – Las teorías del lenguaje literario están sujetas a transformaciones desiguales y a cambios de paradigma, ¿verdad? Usted, creo, desde sus primeras investigaciones, ha descrito la situación de dichas teorías en el tiempo, ya se refiriera a la sustitución de la crítica histórico-biográfica por los formalismos y el estructuralismo, ya a lo que llama “poéticas textuales”, que devienen permuta de la “poética del mensaje” por la “poética de la recepción”; etc. Pues bien, ¿cuál cree que es el estado actual de las teorías del lenguaje literario?

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Acabo de publicar en Mérida, Venezuela, un libro que estará en las librerías dentro de unos días. Lo he titulado Desafíos de la teoría (Literatura y géneros) y en él trato de ir describiendo precisamente la evolución de la que usted habla en su pregunta. Por tanto, me sería muy difícil responder a esto en la extensión razonable que debe tener una entrevista. Pero le diré que la teoría del lenguaje como tal, en sus diferentes manifestaciones o paradigmas interiores (texto, lengua, recepción), hace ya algunos años que ha muerto, no por consunción, sino por éxito. Podría decirse que tanto la narratología, como los mecanismos líricos o semiótico-teatrales están a la altura de los años ochenta del siglo XX perfectamente descritos y cuentan con una metodología sólida a la que ya solamente veo añadir leves matices. Lo que sí ha cambiado y que he denominado un cambio es el estatuto mismo de la discusión sobre eso. Los movimientos que se iniciaron con el llamado postestructuralismo y que encontraron en la deconstrucción derrideana o en las teorías de Foucault un argumento para la lucha, fundamentalmente los movimientos conocidos como New Historicism o los estudios culturales que aúnan las propuestas de la teoría feminista, los estudios de género o de clase, la emergencia de una teoría de la literatura poscolonial, etc., todos estos movimientos muy vivos hoy, vienen aportando a la teoría una especie de amalgama de procedimientos y estrategias cuya base común es la de un “radicalismo cultural”, que más que buscar su lugar como movimientos en el seno de un pluralismo interpretativo plantean cuestionar las bases mismas de la noción de cultura o de Literatura y oponen su resistencia a ser situados como “parte” en el mismo reino de ese pluralismo. El conflicto de las Humanidades es algo más que un conflicto interpretativo, implica un cambio en el mapa de la administración del poder y en el control institucional de esa interpretación. Lo que emergen no son únicamente nuevos textos, sino nuevos sujetos interpretativos, nuevas identidades culturales, una vez se declara rota la idea de la “identidad cultural” consensuada por la tradición liberal centroeuropea. Curiosamente el fuerte componente radical de la teoría actual, cuando se trata del conflicto de las Humanidades, ha nacido en un marco estratégico político de quiebra de los que Lyotard (1978) llamó los “Grandes relatos”, incluso aquellos que habían tenido una proyección política concreta como el marxista. Paradójicamente, está siendo en la era del crepúsculo de las ideologías como sistemas de proyección política y en la era de la globalización que impone un modelo de pensamiento único neoliberal, cuando la teoría literaria vive en un enclave profundamente ideológico, que yo llamaría radical, y no solamente por la naturaleza subversiva respecto a los principios dominantes que pueden suponer los gay estudies o los frentes postcoloniales respecto a los valores morales de ese orden único, sino sobre todo por otro componente esencial de la voz radical, el etimológico: el conflicto de las Humanidades es radical porque pretende afectar al orden de la cuestión de principio: a qué y por qué llamamos Humanidades, y a qué y por qué llamamos Literatura. – Profesor: ¿cree que la virtualidad, Internet es, a día de hoy –y tal y como supone N. Catherine Hayles–, “una terra incognita para elestablishment literario”? ¿El futuro del lenguaje del siglo XXI está en los blogs? Estoy convencido de que Internet revolucionará la Literatura del mismo modo que ha revolucionado las esferas todas de la realidad cotidiana del individuo, tanto en las

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actividades prácticas (comprar un billete de avión o hacer una reserva de hotel, relacionarse con los demás en el correo electrónico) como en las dimensiones hondas, pensemos en la democratización real de la presencia o voz pública o en el nuevo sentido del tiempo y del espacio que la idea de globalización y simultaneidad (por ejemplo de la información) supone. Sería absurdo pensar que la Literatura va a quedar ajena a esa gran revolución que no preciso decir que será radical y que, además, acaba de comenzar. Pensemos en que el uso de Internet no lleva ni diez años. Pero no me considero un apocalíptico (tomada esa categoría de Umberto Eco), soy un integrado. ¿Por qué? Porque la literatura, hasta ahora, ha salido airosa de las dos revoluciones anteriores que han tenido idéntica radicalidad a la de Internet. No me sumaré por tanto a las voces pesimistas que, mirando hacia atrás, ven en Internet el golpe de muerte a la literatura. Al contrario. Si una cosa comienza a ser cierta, aparte de que las de Internet se llamen páginas, y tengan el mismo formato de las de los libros, y necesiten de la escritura (creciente en los adolescentes desde esa nueva realidad), hay otra convicción que creo no es disparatada: la literatura ha salido fortalecida de cada una de las revoluciones técnicas que inicialmente parecían amenazar su destino, cuando lo único que hacían era invitarla a una transformación que ella terminó por hacer siempre, saliendo fortalecida de cada envite. En la parte final del diálogo Fedro, Platón introduce la conversación entre Theus y Thamus, coincidente dialécticamente, con ese prodigio nuevo que era la escritura, frente a la comunicación oral anterior. Cada uno de ellos sostenía pros y contras. Luego Fedro y Sócrates continuaron la polémica. Para unos era fármaco de la memoria, esto es remedio y sostén, pero para otros era un veneno (que ambos sentidos permite el original griego pharmakon, como recordarán años más tarde las inteligentes glosas de Jacques Derrida o de Emilio Lledó). Pero el caso es que la escritura fue el más grande aliado de la literatura, y si hoy podemos leer a Homero (también al propio Platón) a ese nuevo invento se debe. Los cantos orales de la epopeya se habrían perdido sin el registro escritural y los diálogos del sabio filósofo son ellos mismos un monumento a la escritura, aunque se sitúen en el friso de su origen conversacional. Vino luego el otro gran desafío: la imprenta. El siglo XV, con esa técnica revolucionaria de Gutenberg, inauguró una nueva era. Y la literatura sufrió con ese invento nuevo transformaciones no menores que las padecidas por el paso de la voz hablada a la escrita. Si nos fijamos bien, la imprenta supuso la muerte definitiva de los dos grandes géneros que Aristóteles había consagrado en el lugar más alto de su jerarquía poética: la tragedia, y la epopeya. La novela, la gran aliada de la imprenta, las tragicomedias, las memorias, los ensayos, las escrituras del yo, y otros nuevos moldes nacieron vinculados a esa otra revolución, que ha llegado hasta este momento. La tercera gran revolución, repito que en ciernes todavía, vinculada a esas nuevas transformaciones técnicas del espacio de Internet. Pero nada hace pensar que una literatura que no sólo ha resistido las dos anteriores revoluciones, sino que las ha convertido en aliadas suyas, para crecer y transformarse, no vaya a hacer lo mismo ahora. Hay necesidades como la ficción por la palabra, la imaginación vinculada a

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los mundos imaginarios que ella constituye, que son demasiado fuertes, y están ancladas en una dimensión tan honda de la condición humana, que perviven más allá de los medios de reproducción, y todavía más: se sirven de ellos para continuar afirmándose, en tanto son necesidades que hombres y mujeres tienen prendidas a su condición de tales. No me limitaría a los blogs, porque el blog es por así decirlo un género de la nueva escritura que es Internet, pero no precisamente literario. En ese marco de la escritura que en la reseña de un libro titule “Llegó la estética del blog” favorecerá, según creo, la jerarquización de experiencias que ya hicieron los vanguardistas proclives a la estética del fragmento… Pero son muchas las posibilidades, no limitadas al blog, que la nueva comunicación de la red puede ofrecer a la literatura, revolucionando conceptos como los de autoría individual, escritura sin posible feed back (posible a partir de ahora), nuevas formas de edición y de formato del libro, etc. El arco que acaba de abrirse resulta apasionante. – ¿Cuál es el reto de los estudios literarios ante las nuevas formas y medios de comunicación digital? El reto de la Literatura es ser distinta a cualquier otra forma de comunicación, y será necesaria si continúa siendo una actividad que cubra necesidades no cubiertas por otros medios. Pero conviene no confundir la Literatura con el soporte. El reto de la Literatura no es combatir el soporte de Internet, porque ya digo, estoy convencido de que acabará siendo su mejor aliado en la nueva época. Lo que considero un reto es no confundir las cosas en un doble sentido: creer que porque una cosa no esté en el soporte del libro de papel ya no es literatura, o bien el caso contrario, pensar que una cosa es novedosa simplemente porque el soporte de Internet es el que le ha servido para presentarse. Teniendo un poco de perspectiva histórica habría que preguntarse: en los cambios sucesivos que he descrito antes, esto, es el que va desde la oralidad a la escritura y desde el códice al libro impreso, ¿qué ha permanecido siempre?: mi respuesta es contundente: ha permanecido fundamentalmente la necesidad de vincular la palabra y la creación de mundos por medio de ella. Es decir, la sintaxis mental o imaginaria a la que obliga la literatura es insustituible por cualquier otra forma, en la medida en que el individuo no puede prescindir de la imaginación o de la fantasía, vinculada a la palabra, a la lengua. El reto es que la palabra, la lengua gane espacio en esta nueva red. Por ahora lo esta haciendo. Ya veremos si continua así. Yo creo que sí lo hará, porque estamos hablando de una raíz profunda del ser humano, y de la propiedad del fantasear por medio del lenguaje. – ¿Qué opina de la siguiente definición que formula la Wikipedia a propósito de la crítica literaria: “la crítica literaria consiste en un ejercicio de análisis y valoración razonada de una obra literaria en un medio de comunicación actual; por eso cabe distinguirla de la Historia literaria o Historia de la literatura, que realiza una crítica y valoración muy a posteriori y frecuentemente de forma más documentada, científica y ecléctica”?

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Es una definición bastante ecléctica, que no va mucho más allá de lo que dijeran de ello R. Wellek y Austin Warren que creo, según lo que dice, puede haber sido la fuente principal de esa entrada de Wikipedia. – La literatura electrónica, digital, genera un nuevo tipo de discursividad, de nuevas formas de textualidad, donde el énfasis no está tanto en el resultado de la creación literaria como en el proceso de creación. A propósito de lo que afirma Mark Bernstein: “Todavía no tenemos géneros hipertextuales porque aún no tenemos suficientes hipertextos. Se pueden ver atisbos de formación de género aquí y allí, pero los géneros se forman por acumulación”, ¿cree que el hipertexto es, pues, un nuevo género literario? Es demasiado especializado y contestar a esta pregunta me llevaría días de estudio que ahora no puedo emplear. Le diré que sobre el Hipertexto hay ya varios libros en español (consulte los libros y la bibliografía que incluyen M.-J. Vega ed. y Domingo Sánchez Mesa, ed., etc.). El de Hipertexto quizá sea un concepto que está siendo sobrepasado o lo ha sido por el de cibertexto. Pero ya digo que no me considero en condiciones de dar respuesta en una entrevista a asunto que por ahora queda alejado de mi especialización. Hay que ir a ella y hablar sólo de lo que uno sabe bien. Por cierto, aprovecho mi impericia sobre lo que me pregunta para advertir que el peligro de Internet es que con frecuencia da soporte por igual a quienes hablan desde la sabiduría que desde el desconocimiento, y uno de los retos que tal Red tiene es el de ir creando las jerarquías de conocimiento, una especie de “gramática de la búsqueda”. Uno de los futuros previsibles estará en la forma en que los buscadores resuelvan el problema de la superproducción de contenidos y la necesidad de responder a intereses diferenciados. Necesitamos jerarquizar para situar las entradas banales y las que no lo son en espacios diferenciados. Pero eso es algo que dentro de diez años, si no antes, estará ya resuelto, porque considero que es una necesidad real de la Red e industrial y económicamente habrá quien se dedique a satisfacerla.

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