Entre tarascos te veas. Expansión e influencia del Irechequa Tzintzuntzani en el actual estado de Jalisco.

Share Embed


Descripción

qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfgh jklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvb nmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwer Entre tarascos te veas. tyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopas Expansión e influencia del Irechequa Tzintzuntzani en el actual estado de Jalisco. dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx cvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuio pasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghj klzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbn mqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc vbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmrty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc Seminario Kw'anískuyarhani de Estudios del Pueblo Purépecha Pátzcuaro, Michoacán, 28 de Noviembre de 2015 “LA GUERRA EN LA ANTIGÜEDAD TARASCA”

J. Erick González Rizo

1

El presente trabajo es en gran medida una síntesis de mi investigación para obtener el grado de Licenciado en Historia, hace ya más de tres años. En algunos puntos la información ha sido revisada y actualizada. En especial, sobre la presencia de toponimia de posible origen michoacano en el estado de Jalisco. Así pues, este trabajo se basa en cuatro líneas de evidencia: la etnohistórica, la toponímica y en menor medida, la antropológica y arqueológica. Este trabajo se divide pues en dos partes: la primera que aborda los límites, características, organización y sentido ritual-cosmogónico de la frontera occidental tarasca. En la segunda parte se analiza la pervivencia de toponimias en la zona, como posible rastro de la influencia o presencia de los tarascos precolombinos en la zona occidental.

LA FRONTERA OCCIDENTAL: EXTENSIÓN, ORGANIZACIÓN Y COSMOGONÍA La frontera huidiza. Límites reales e imaginarios de la frontera occidental del Reino Purépecha Sobre la extensión total del Irechequa Tzintzuntzani, hacia el norte y occidente ha habido anteriormente cierta controversia, ya que la Relación de Michoacán es vaga al respecto y a que fuentes tardías le dan al desaparecido reino tarasco una extensión sobreestimada (vid. Alcalá 2008; Beaumont 1932). Así pues, en su crónica sobre la historia de Michoacán el fraile Beaumont le atribuye al reino michoacano una extensión por el poniente hasta la costa jalisciense (Cabo Corrientes), por el norte hasta Xichú (Guanajuato) y por el norte hasta Durango (Topia). Entonces, según dicha interpretación, sólo escaparían al dominio michoacano los reinos de Xalisco y Colima, así como los señoríos de la costa sinaloense (Alcalá 2008; Beaumont 1932; González 2012:129). De donde saco tal afirmación el citado fraile, es cosa de debate, pero es muy probable que se basará en “las noticias sacadas de una información judicial, practicada en 1594, a petición de don Constantino Huitzimengari”, recopiladas posteriormente por Orozco y Berra. En dicho documento los descendientes de la dinastía real purépecha reivindicaban sus prerrogativas e indagaban sobre la extensión de los antiguos dominios tarascos: Noticias sacadas de una información judicial, practicada en 1594, a petición de don Constantino Huitzimengari, nieto de Caltzontzin, último rey de Michoacan, con el objeto de probar la extensión de sus dominios. […] Ítem si saben, que don Francisco Tangajuan padre de don Antonio Huitzimengari y abuelo de dicho don Constantino hijo del dicho don Antonio, se extendía y tenía a los términos con la provincia de México nueve leguas de ella, hasta Ixtlahuacan, que cae en el distrito de Toluca, donde llegaron la gente de guarnición de dicho don Francisco Tangajuan, gran Cazontzin, y desde dicho pueblo de Ixtlahuacan hasta la mar del Sur ciento y cincuenta leguas, y desde la Provincia de Zacatula atravesando hacia el Norte hasta Sichú, que son más de ciento y sesenta leguas, en lo cual entran y se incluyen muchos, y muy grandes pueblos, que hasta ahora están poblados de mucho número de

2

gente como son la ciudad y provincia de Michhuacan y la Culima, y Zacatula, Pueblos de Avalos (vid. Orozco y Berra s./f.1).

Reconstrucción hipotética de los dominios michoacanos según en Beaumont (1932 [Mapa del autor, 2012]).

Sin embargo, al comparar la información de Beaumont con documentos más tempranos se aprecia que los limites occidentales del Estado Tarasco no eran tan extensos; los limites de las incursiones tarascas hacia el Occidente llegaban a las inmediaciones de Etzatlán, Ahualulco y Ameca por el poniente (Parece ser que Cocula era la punta de lanza de la expansión michoacana hacia el valle de Ameca y la cuenca de Magdalena), y por el oriente hacia Ocotlán (vid. Tasación del bachiller Juan de Ortega [en Warren 1977:411425], La Visitación de 1525 [De Coria et al. 1937:558-560]). En el sur de Jalisco, la cuenca de Sayula sería un importante espacio de abastecimiento y de apoyo logístico para la frontera en plena expansión por los valles de Tequila. La presencia de cultura material de elite en la localidad de Atoyac parece reforzar el papel clave del área de Sayula en la guerra al occidente del Estado tarasco (vid. Acosta 2003; González 2012; Weigand 2008). En términos generales, la frontera occidental del Estado Tarasco se pude definir como una frontera abierta, en constante cambio, ya que tanto se expandía como se contraía, en contraposición, con la frontera oriental michoacana, mucho más fija y cerrada, donde el Irechequa Tzintzuntzani medía fuerzas con el Estado 11

En línea: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/geografia-de-las-lenguas-y-carta-etnografica-de-mexicoprecedidas-de-un-ensayo-de-clasificacion-de-las-mismas-lenguas-y-de-apuntes-para-las-inmigraciones-delas-tribus--0/html/44964a13-5756-4bd0-a7ac-ebd7db65caaf_39.html

3

Mexica. Además, pareciera que en la frontera occidental la injerencia tarasca en la organización militar y económica fue menor que en su flanco oriental, y probablemente los michoacanos otorgarían mucha más autonomía a los líderes políticos de las comunidades fronterizas, quizá en un esquema de segregación étnica similar al propuesto por Pollard en su modelo de etnopolítica tarasca (vid. Pollard 1994; también González 2012).

Los valles de Tequila al momento del contacto y la frontera noroccidental tarasca (Mapa del autor, con información de Acuña [1988:28-33], Tasación del bachiller Juan de Ortega [en Warren 1977:411-425] y La Visitación de 1525 [De Coria et al. 1937:558-560]).

4

Estado tarasco y entidades políticas vecinas en el Occidente (Mapa del autor, con información de Acuña [1988:28-33], Del Paso [1905], Razo [1982], Sauer [1948], Tasación del bachiller Juan de Ortega [en Warren 1977:411-425], Tello [1997], y La Visitación de 1525 [De Coria et al. 1937:558-560]).

5

Probable jerarquía de asentamientos en la frontera noroccidental tarasca. Tamazula probablemente sería al cabecera administrativa, sede de un Señor de las Fronteras. La cuenca de Sayula la zona de abastecimiento de la frontera, mientras que Cocula, Zacoalco (Atzacoalco) y Teocuitatlán fungirían como puntas de lanza de la expansión militar hacia la llegada de los españoles. Asi pues, cuando llegaron los hispanos, los michoacanos estaban ejerciendo cada vez mayor presión sobre la cuenca chapalica y los valles de Tequila (Mapa del autor, con información de Acuña [1987: 388-392, 427; 1988:28-33], Del Paso [1905:16-18, 208, 220], Tasación del bachiller Juan de Ortega [en Warren 1977:411-425], Tello [1997:142], y La Visitación de 1525 [De Coria et al. 1937:558-560]).

Cosmovisión y Organización militar de la frontera noroccidental tarasca El arte de la guerra en la frontera abierta – Al vivir en una frontera militarmente activa, los pueblos al occidente del Irechequa Tzintzuntzani vivían literalmente con “fusil en mano”, por decirlo así, aunque en nuestro caso aplicaría mejor “macuáhuitl en mano”. Claro está que los múltiples señoríos vecinos del Estado imperial tarasco no tenían la capacidad militar de éste, pero a pesar de ello le opusieron tenaz resistencia, haciéndole las cosas muy difíciles a los ejércitos del Cazonci. Se puede señalar que sus capacidades y técnicas bélicas eran bastante dispares, ya que había entidades políticas relativamente extensas y densamente pobladas en la zona, tales como, Etzatlán, Tonalá, Ameca, Cutzalán, 6

y Cuitzeo-Poncitlán. En especial, en el caso de Ameca, las fuentes etnohistóricas señalan que Xoxouhqui Tecuani (“bravo león” o “fiera salvaje”) y el linaje gobernante que él fundó en Ameca, opusieron férrea resistencia a la intrusión michoacana en la región (Acuña 1988:30-38). Curiosamente, en la cañada del río Ameca (en el municipio homónimo) se encontró un petrograbado –conocido localmente como La Chifladora– con símbolos que parecen remitir al linaje de Tecuani, ya que en él aparece un jaguar (animal totémico de su linaje), así como representaciones solares (e.g. xiuhcoatl) que podrían estar asociadas al dominio de dicho cacique y sus descendientes en el valle de Ameca. Es de recalcarse la pertenencia de dicho petrograbado y otros materiales arqueológicos posclásicos de la zona, al complejo arqueológico Aztatlán y la total ausencia en las colecciones locales de materiales michoacanos o tarascos.

En cuanto a la capacidad para armar un ejército no se tienen datos concretos en la región, aunque en la Relación Geográfica de Ameca se menciona que dicho señorío podía levantar una fuerza de más de 2 mil guerreros (Acuña 1988:31). En este caso en particular nos ha llegado un detallado relato acerca de los preparativos y manera de hacer la guerra de los amequenses antes de la conquista: todo comenzaba cuando el señor y/o cacique y el nahualehca –quizá corrupción del náhuatl nahualiuhqui mandaban a los tequitlatos –jefes de los barrios- , quienes se encargaban de organizar las cuadrillas de soldados de cada barrio. Para comenzar formalmente las hostilidades, era enviando un titlantli –embajador-, que gozando de verdadera “inmunidad diplomática”, iba al o los pueblos vecinos u hostiles, y sin entrar en ellos, de manera que fuese oído, los desafiaba, en voz alta, señalando la causal de guerra y el lugar señalado para la batalla (Acuña 1988:37-38). Ya en batalla los guerreros se ponían en filas o alas, a cuarenta o cincuenta pasos los unos de los otros, frente a frente, y así se flechaban, dando de gritos. Los amequenses usaban arcos de palo –llamados tepehuajin- y “flechas de caña insertas en ella una vara recia y atadas con nervios de venado, y, al cabo de la vara, un pedernal o navaja aguda, y atada con los d[ic]hos nervios, y con sus plumas a sus lados”, cargaban hasta cuarenta o cincuenta flechas en carcajes de piel de venado, además utilizaban macuahuitl2–macanas-, porras, y rodelas hechas con varas resistentes entretejidas. En su traje, los combatientes lucían cuentas de piedra blanca, de hueso, y hasta chalchihuites –piedras verdes preciosas-, usando también guirnaldas –penachos- de plumas de papagayos y guacamayas o de otras aves preciosas (Acuña 1988:38).

2

Al parecer éstas solo las utilizaban unos cuantos guerreros, quizá una incipiente élite militar, pues el texto señala que “destas traían los muy valientes” (Acuña, 1988: 38). El macuahuitl estaba ampliamente difundido en Mesoamérica al momento de la conquista, desde Occidente hasta Guatemala; solo se tienen registros de dicha arma en el periodo Posclásico, parece ser que desbanco al átlatl como principal arma entre las huestes mesoamericanas del Clásico.

7

Petrograbado de La Chifladora, Ameca (Posclásico). Presumiblemente se trata de una representación y legitimación del linaje del cacique Xoxouhqui Tecuani, conquistador del valle de Ameca y según las fuentes (Acuña 1988:29-38) uno de los señores que más resistencia opusieron a la expansión tarasca en el Occidente (Levantamiento Juan A. García; Interpretación Erick G. Rizo; Diseño Iván Villalvazo).

Dicha manera de hacer la guerra, es decir, pactada o calendarizada (algo muy común en Mesoamérica) parece haber estado muy difundida en la zona, pues se sabe que también entre los cocas de Cuitzeo y Poncitlán se iba a la guerra según fechas preestablecidas de acuerdo al calendario, que muy probablemente fuera similar o igual al común mesoamericano de 18 meses o lunas de 20 días, más cinco días sobrantes. Estas batallas “calendarizadas” explicarían la “guerra florida” entre los cocas de Cuinao-Tototlán y los tarascos de Xacona, pues también se sabe que los michoacanos adoptaron en algún 8

momento del desarrollo de su Estado la costumbre mesoamericana de “contar los días para las batallas” (vid. Espejel 2008). Además el uso de ichcahuapillis, chimallis, macuáhuitls, porras, arcos y flechas entre pueblos de la zona estaba muy extendido. Un dato curioso es que hasta el periodo colonial tardío se usaban todavía las armas típicamente precolombinas como lo atestiguo el párroco de Ixtlahuacán, Colima, en 1778: “se infiere también que las armas, con que estos peleaban, serían arcos, flechas y hondas, pués hasta el día de hoy las conservan, por lo que padecen bastantes temores los curas; el arco le llaman lacguicole, a la flecha mil, y a la honda tematlal. También usan unos garrotes con que se defienden” (Calderón 1979:229). A diferencia de la frontera oriental, en la occidental, hasta el momento no se han registrado sitios arqueológicos del posclásico tardío que pudieran considerarse como fortificaciones formales. En el caso del sitio de “El Mirador”, junto al poblado de San Juanito, en un pequeño cerro al borde de la extinta laguna de Magdalena, que fue catalogado por Weigand y García (2000:24-33) como una fortaleza contra las incursiones tarascas en la zona. Sin embargo, puesto que no hay datos de excavación de dicho sitio arqueológico –que al parecer si es posclásico–, es sumamente difícil afirmar o refutar la hipótesis propuesta por el finado arqueólogo y su esposa. Otro sitio sin fortificaciones, pero cuya ubicación misma resultaba ideal para defenderse de los ataques de oponentes es Tlajomulco, población rodeada de cerros, los cuales ofrecerían una ventaja defensiva a sus habitantes cocas, por lo cual no resultaría extraño que los hijos de Oxato eligieran ese lugar para fundar el actual emplazamiento, fruto pues de las incursiones tarascas en la zona (Órnelas 2001:81). El púnico caso registrado de fortificaciones en la región fronteriza occidental, no arqueológicamente, sino a través de la etnohistoria, es Tenango –en la provincia de Amula y tributario de Tuxcacuesco–, localidad cuyo nombre deriva de que “en el tiempo en que guerreaban, hacían unos paredones de piedra para su defensa”, o sea una especie de fortificaciones, aunque no se ha documentado dicha aseveración arqueológicamente (Acuña 1988:72).

Plaza de El Mirador desde la esquina sureste (Fotografía Erick G. Rizo, 2015).

9

En cuanto a las poblaciones de la cuenca de Chapala, tampoco se invirtió capital humano en la construcción de infraestructura militar, un ejemplo de ello es que los cocas de Cuitzeo-Coatlán y Poncitlán “nunca tuvieron fortalezas ni lugares puestos q[ue] lo fuesen de suyo; ni tuvieron necesidad dello, por la orden q[ue e]staba entre ellos dada, por sus guerras y uso dellas q[ue] era de tantos a tantos días, los cuales cumplidos, acudían de una parte y de otra al puesto señalado” (Acuña 1988:194). Bien se podría deducir que la escases de sitios fortificados en la frontera abierta se debe principalmente a que para su construcción y mantenimiento se necesitaba una fuerte y constante inversión de mano de obra y recursos, sumamente onerosos para un cacicazgo o entidad política más pequeña, mientras que un Estado expansionista como el tarasco contaba con los recursos y organización necesaria para sostener una amplia infraestructura militar, que fue el caso de su frontera oriental con los poderosos mexicas. En cuanto a la infraestructura militar, si bien, en el caso de la frontera abierta parece hacer sido mínima, a en la frontera oriental, donde se fortifico una extensa zona desde la Tierra Caliente guerrerense hasta el surponiente de Hidalgo. Los ejércitos de Curicaueri –Los ejércitos de ambos bandos, se organizaban en base a escuadrones o unidades formadas básicamente por los barrios/sujetos que integraban un señorío o comunidad, que en caso tarasco se trataba más bien de escuadrones conformados por las provincias sometidas, y mercenarios, como los pirindas, al frente de las cuales irían las tropas de Tzintzúntzan, Pátzcuaro e Ihuatzio, a modo de élite guerrera, es suponerse que las tropas de los pueblos, así como la de los aliados eran “carne de cañón”, es decir que llevarían la mayor parte de los costos materiales y humanos en las refriegas. Comandando cada unidad, estaba el tequitlato –jefe de barrio-, o bien en caso tarasco el cacique de la localidad, que en este caso estaba subordinado a la alta jerarquía militar tarasca, como el “capitán general” –representante del Cazonci en campaña- y sus tenientes, así como a los caracha-capacha, y los señores de Pátzcuaro e Ihuatzio, estos últimos cuya presencia era más bien simbólica. En el caso de señoríos como Tonalá, Cuitzeo-Coatlán, Cuinao-Tototlán, Ameca, Etzatlán, entre otros, se debe señalar que los tequitlatos estaban directamente subordinados al señor o cacique de dicho señorío, quien tenía, a diferencia del Cazonci, una participación más directa en el campo de batalla. El armamento era en ambos bandos muy similar, y las diferencias quizá solo se limitaran en lo cualitativo, más que en lo cuantitativo; al parecer la mayor parte de los guerreros, incluso entre los tarascos, eran dueños y responsables de sus propias armas, mientras que una pequeña elite, la de la cuenca de Pátzcuaro, gozaba del suministro de las “armerías” estatales. Una Cosmogonía guerrera – El expansionismo purépecha se autojustificaba en términos religiosos. Así pues, aunque buscaba hacerse de recursos y/o bienes estratégicos y escasos (cobre, obsidiana, sal, plumas de aves exóticas, algunos de ellos objetos o materiales de uso suntuario, codiciados por la élite michoacana), también se veía la expansión como una “guerra sagrada”, es decir, que se hacía por, mediante y para los dioses – particularmente bajo el patronazgo de Curicaueri–. Por lo tanto, el Occidente se convirtió en el “coto de caza” de victimas para el sacrificio humano, de tal manera que se estableció entre los tarascos y pueblos como los cocas de la Cuenca de Chapala una especie de “guerra 10

florida” (Alcalá 2008; Acuña 1988; Tello 1997). Ésta “guerra florida” tarasca contribuyó a aumentar la inestabilidad de la zona, pues en muchas ocasiones las entradas tarascas se limitaron al saqueo y captura de victimas sacrificiales, más que a lograr el sometimiento a la autoridad del Cazonci de los pueblos atacados. Esta guerra ritual era común en la frontera abierta, tanto entre los tarascos y sus súbditos/aliados, como entre los pueblos vecinos, como en el caso de los cocas. Así pues, las fechas y sitios de las batallas eran muchas veces concertados por los contrincantes, en base a un calendario religioso, práctica por demás común en Mesoamérica al momento de la conquista. En la Mesoamérica del Postclásico, exacerbadamente militarista, la relación entre los hombres y sus dioses era bastante estrecha: las deidades intervenían constantemente en el mundo terrenal. Dentro de dicho contexto, la guerra no era un simple acontecimiento profano, sino que estaba revestida de un aura sacra, al ser la victima sacrificial obtenida en combate la más preciada ofrenda que se pudiese presentar ante los dioses. El Occidente no escapa a dicha tradición mesoamericana, y en el caso de una frontera militarmente activa, como la frontera abierta, sería especial relevancia. En el caso de los señoríos vecinos de los tarascos tenemos testimonios muy valiosos acerca del ritual mágico-religioso en el que estaba imbuida la guerra. Por ejemplo en Ameca, sus habitantes tenían un ídolo en una especie de “petaquilla” de caña, al que custodiaban en su teocalli –templo– los teopixque –sacerdotes–. El común de la población solo tenía acceso a la deidad cuando derrotaban al enemigo en el campo de batalla. En tiempos de guerra, la cual frecuentemente era contra sus vecinos, particularmente los michoacanos, se repartían los cautivos de guerra entre los tlaxilacalli –barrios- , y los daban en custodia a los tequitlatos3 durante cuarenta o cincuenta días antes de ser sacrificados, mientras serán consentidos en todos sus deseos, y les daban alimento y pulque, engordándolos. Una vez cumplido el plazo los sacerdotes daban aviso al señor, para que fuera al templo a dar gracias al dios por haber obtenido la victoria. Así entraban todos los guerreros, con todas sus insignias y trajes de guerra dentro del teocalli, donde permanecían durante cinco días encerrados. Los guerreros ayunaban –solo comían una vez al día y frugalmente- y también se abstenían de tener relaciones carnales. Durante su encierro daban gracias al dios por la victoria pasada y pedían nuevas para el futuro, prometiéndole sacrificar a los cautivos obtenidos en batalla. Terminado el encierro mandaban traer a los prisioneros, y los subían a un adoratorio de cinco gradas, con una piedra de sacrificio redonda y labrada, donde los colocaban de espaldas y un “verdugo” –posiblemente sacerdote-, mancebo virgen les abría el pecho y sacaba el corazón. Hecho esto, los teopixque llevaban el corazón al teocalli y lo depositaban dentro de la “petaquilla” o caja del ídolo, diciéndole que “comiese de aquel corazón y bebiese de aquella sangre”. Después, repartían los cuerpos de los sacrificados entre todos los barrios, y los comían en un “Mitote” generalizado (Acuña 1988:35-36).

3

“Mandones” en la historiografía colonial, encargados de cobrar el tequio, “tributo” serían los jefes de los barrios que integraban las comunidades indígenas.

11

En Cutzalán –San Juan Cosalá, en la ribera de Chapala–, se adoraba como deidad principal a “Itztlacateotl4, y en castellano “dios escondido”. El cacique de la localidad, llamado Xitomátl, y apodado Tzacuaco: Mandaba a sus vasallos que cada barrio tuviese su ídolo, y como eran muchos los barrios, lo eran también los ídolos que adoraban, por lo que se ignoran sus nombres; sacrificabanles, y en particular al dios escondido, muchos niños y niñas y todos los cautivos que prendían en las guerrillas que tenían con la nación tarasca5, que era su enemiga, los cuales abiertos por medio y sacados los corazones, los ofrecían con gran gritería, fiesta, bailes, y regocijo, y con la sangre los así sacrificados, se lavaban sus cuerpos diciendo que con aquello quedaban fuertes e invencibles (Tello 1997:142).

Entre otras evidencias de un culto relacionado con la guerra y el sacrificio, bastante extendido, podemos mencionar que en el pueblo de San Juan – Cupachcaquil en coca–, en el valle de Poncitlán, tenían una “navaja grande” –posiblemente de obsidiana-, a la cual se le rendían culto y le ofrecían pulque6 y hacían sacrificios humanos con ella, lo cual denota directamente que se rendía culto a los implementos sacrificiales, llegando a deificarlos, tal como los nahuas del altiplano. Otro caso similar es el de Xochitlan –Tapichinticahui–, en el mismo valle, en donde sus habitantes adoraban a una divinidad en forma de dos mujeres, a cuya imagen ofrecían comida, y mantas pidiéndoles los volviera “valientes”, para la guerra. Y una vez dormidos, a los ofrendantes se les aparecía la diosa entre sueños7, diciéndoles que serían valientes y que triunfarían sobre sus oponentes; tras la batalla ofrecían a los prisioneros en sacrificio al ídolo, y su carne la comían los principales (Acuña 1988:185, 186; Baus 1982). Los pueblos fronterizos no tarascos, que conformaban la Zona de Segregación Étnica occidental, también tenían como sus vecinos, una religiosidad en la imperaba el binomio guerra-sacrificio. En Zapotlán-Tlayula, los cautivos de guerra “los abrían por el corazón y, con la sangre, untaban la piedra q[ue] tenían por dios. Y, hecho esto, los desollaban, y el cuero henchían de paja y bailaban alrededor dél, y comían la carne humana” (Acuña 1987:392). Dicha práctica sacrificial nos remite directamente al culto a Xipe Tótec, que precisamente era conocido como “el desollado” y que según fray Bernardino de Sahagún “este dios era honrado de aquellos que vivían a la orilla de la mar, y su origen tuvo en Tzapotlán, pueblo de Xalixco” 8(Sahagún 2001:99). En Terecuato, en la retaguardia de la frontera occidental, tras presentar batalla, los cautivos de guerra eran presentados al Cazonci, “el cual les daba cinco indios de los q[ue] llevaban, y les decía: “Toma, lleva estos p[ar]a que como el Diablo”. Estos cinco indios eran llevados a las afueras del pueblo, a un cerro, y los sacrificaban frente a sus ídolos, tras 4

Ixtlacateótl, según otras grafías. Cursivas del autor. 6 Posiblemente lo vertían sobre ella –navaja-, como era práctica común al ofrendar en numerosos pueblos mesoamericanos. 7 Dichos promesas o profecías oníricas eran también comunes entre los tarascos, baste recordar que Xaratanga se le apareció a Tangaxoan, prometiéndole que sería gran señor, y pidiéndole que llevará su imagen de Tararian a Tzintzúntzan (Alcalá 2008). 8 Otro indicio del posible origen occidental del culto a Xipe Tótec, es la abundancia de imágenes y figurillas de dicho dios en El Chanal, Colima, que floreció durante el Posclásico. 5

12

lo cual la carne era ingerida por “los que habían hecho la guerra”, o sea los guerreros, posiblemente por aquellos que habían logrado capturar a algún enemigo (Acuña 1987:427). Por su parte los tarascos rendían culto a un dios eminentemente belicoso, Curicaueri o Tiripeme Curhica véri, relacionado con el fuego y el sol mismo como lo indica la etimología de su nombre “el que sale haciendo fuego”, o bien “el dorado”, patrono de la élite gobernante: los uacúsecha. Después de Curicaueri, le seguía en importancia la deidad lunar y femenina Xaratanga (o Xaratangua) “la que hace que otro tenga placer, gusto, contento”. Otra diosa relevante en la cosmogonía tarasca era Cuerauahperi “la que desata en su vientre a seres animados racionales”, deidad telúrica, dadora de lluvia y mantenimiento (Monzón 2005:143, 144, 152, 154). La practica ritual tarasca estaba centrada en la guerra, pues el Cazonci, representante de Curicaueri en la tierra debía cumplir primordialmente con dos funciones: llevar –o hacer llevar- leña a los fogones del dios, y hacer la guerra, para cautivar hombres para darle en sacrificio (vid. Espejel 2008). A tal grado estaban la guerra y la religión imbricadas en la sociedad tarasca que gran parte de la casta sacerdotal se dedicaba principalmente a realizar rituales mágicoreligiosos previo, durante o después de las batallas; por ejemplo podemos hablar de los thiuimencha, que cargaban a los dioses en la guerra, y que en batalla “les llamaban de aquel nombre de aquel dios que llevaban a cuestas”; los áxamencha, o sacrificadores, casta a la cual el Cazonci mismo y los señores principales pertenecían; los hopitiecha, quienes sostenían de manos y pies a los sacrificados; los hatapatiecha, que cantaban delante de los cautivos cuando los traían los guerreros vencedores; los quiquiecha , los cuales arrastraban los cuerpos de los sacrificados hasta los tzompantlis; y finalmente podemos mencionar a los hirípacha, (Hirípati en singular) que hacían los conjuros antes de la guerra con unas pelotillas de olores, las anclúmucua (Alcalá 2008:185). Inclusive, la concepción espacial tarasca se podría definir como un paisaje sacralizado, (cosmología que pervive hasta el día de hoy entre los indígenas purépechas) en el cual tanto hombres como entidades sobrenaturales interactúan en el mundo o Parhakuajpeni 9(o su equivalencia parhakpeni). Arriba del Parhakuajpeni se extiende la bóveda celeste o Auanda; debajo del plano terrenal se ubica el inframundo o K’ umajchukuarhu (vid. Paredes 1997; también Monzón 2005:141, 142). El Parhakuajpeni según los antiguos tarasco tendría una forma cóncava, que se podría visualizar “como el cuerpo de un ser animado, acostado panza abajo con la mano izquierda hacia el sur, la mano derecha hacia el norte, el poniente…, que es el orificio por donde entra el sol, se puede ver como la boca, y el levante…, que es por donde sale el sol, puede asociarse con el ano” (Monzón 2005:141). Sobre la espalda de dicho ser mítico se desarrollaría la vida de los hombres. El mundo según la cosmología tarasca –y en eso se asemeja bastante a la de los demás pueblos mesoamericanos- se dividiría en cuatro rumbos: tsan tsan astiro, eteramotiro o 9

Para dicho término también se utiliza la grafía Parhaquahpeni (Monzón, 2005: 138)

13

piriramotiro, es el oriente; uaxastiro, juriata inchakuaro, o juriito, sería el poniente, kundembaro, o jundembaro, equivaldría al norte; tsakapendo, sería igual al sur; y finalmente el turepekua o turepekuarho, el centro como quinto punto cardinal prehispánico (vid. Paredes 1997; también Monzón 2005). Las cuatro fronteras del Irechequa Tzintzuntzani – La existencia de “cuatro señores principales” (carapa-capacha) encargados de custodiar las “cuatro fronteras” del Irechequa Tzintzuntzani nos remite a la concepción tetrapartita tarasca del territorio, la cual se enmarca dentro de la cosmovisión mesoamericana que concibe el universo dividido en cuatro rumbos, más un quinto rumbo, representado por el centro (representado frecuentemente como un ombligo) que a su vez constituía una especie de axis mundi que se comunicaba de manera vertical con los diferentes supra e inframundos (Otto Schöndube, comunicación personal). A diferencia de la concepción occidental, los puntos cardinales en Mesoamérica se representaban como una “X”, muy similar a la llamada cruz de San Andrés. Los mencionados señores de las cuatro fronteras no han sido plenamente identificados, aunque se sabe que uno residía en Xacona (Alcalá 2008), y algunos autores sugieren a Taximaroa como otra residencia de un señor de la frontera. Dada la relevancia que Tuxpan, Tamazula y Zapotlán tenían como base de operaciones bélicas hacia el centro de Jalisco y Colima, quizá alguna de estas poblaciones fuera residencia de otro señor de la frontera (probablemente Tamazula, reconocida como cabecera hasta entrada la época colonial); como baluarte tarasco enclavado en la región chontal, y punto clave en la zona para contener el avance de los mexica –apostados en Oztuma–, Cutzamala es buen candidato para haber albergado otro señor de la frontera. Así, pues se puede concebir el Irechequa Tzinzuntzani como una representación del cosmos según los tarascos, con su ombligo, turepekuarho, en el lago de Pátzcuaro, concretamente en Tzintzúntzan, la capital imperial, y a partir de dicho centro se extendería el poderío de Curicaueri (que según la Relación de Michoacán habría de conquistar toda la tierra) hacia los cuatro rumbos cardinales, representados por las cuatro fronteras tarascas. Entonces, bajo este esquema cosmogónico, la cuenca de Pátzcuaro sería el axis mundi, de ahí que el mismo Tariacuri llamará a Pátzcuaro la puerta del Cielo. Curiosamente ninguna de las posibles cabezas de fronteras coincide con algún toponímico tarasco, sino todos son nahuas.

14

Las fronteras del Estado tarasco y su asociación con los rumbos del universo purépecha (Mapa del autor).

“La flor y el llanto” ¿Guerras Floridas en Occidente? – La guerra entre los pueblos mesoamericanos no sólo tuvo objetivos expansionistas y económicos, sino que dada la cosmovisión indígena, tendría una honda significación religiosa. Así pues, uno de los objetivos primordiales de las campañas de conquista era obtener prisioneros de guerra para el sacrificio, para lograr así el beneplácito de los dioses, alimentándolos con la sangre y los corazones humanos. Además, como hemos visto líneas arriba, la cosmogonía guerrera michoacana incluso asociaba las fronteras del reino tarasco con rumbos específicos del universo, otorgándole aún más significado religioso a las guerras de conquista. Conocido es el pacto entre los mexicas y los tlaxcaltecas para celebrar un combate ritual, cuyo único objetivo era obtener cautivos para el sacrificio. Dicho pacto es conocido en las fuentes etnohistóricas como “guerra florida”, y parece no ser exclusivo de los nahuas. Al igual que otros pueblos mesoamericanos, los tarascos dieron a la guerra y el sacrificio humano un papel preponderante en el mantenimiento del orden cósmico, baste recordar que el Cazonci no era más que el encargado de alimentar las hogueras de Curicaueri, y proporcionarle alimento a través de la guerra y la obtención de prisioneros (Espejel 2008). Así las cosas pues, no resulta raro pensar en la posibilidad de alguna especie de “guerra florida” entre los tarascos y sus vecinos del Occidente. 15

Un indicio de lo anterior es que según la Relación de Michoacán, tras la ceremonia de entronización de un nuevo cazonci, éste en persona “íbase derecho a una frontera que estaba cerca de sus enemigos, llamada Cuýnacho, y hacía allí una entrada de presto y tomaba cien cativos o ciento y veinte y tornaba antes de que viniese la gente que había inviado (sic) a la guerra” (Alcalá 2008:231). Una vez de vuelta en la capital, y hecho el sacrificio de los cautivos, el nuevo irecha realmente se convertía en el vicario de Curicaueri, al cumplir por primera vez su papel de proveedor de leña y corazones para los dioses. De la cita anterior se desprende que “Cuýnaho” es Cuinao10, conocido actualmente como Tototlán, Jalisco, otrora pueblo de indígenas tecuexes. Que dicha “guerra florida” entre tecuexes y tarascos era más que conocida se puede deducir del interrogatorio al que Nuño de Guzmán sometió al cazonci Tzintzitcha y a don Pedro Cuinierangari: “¿Es verdad que fueron ocho mil hombres de guerra a Cuýnaho y que llevaron allá todos los jubones de guerra y armas? Decí la verdad ¿Cómo es aquella tierra? ¿Por qué camino habemos de ir?” Respondió el cazonçi y don Pedro y dijéronles: “no sabemos el camino”. Dijéronles los españoles: “¿cómo, no sois amigos los de Cuýnaho y vosotros y entráis a ellos?” (Alcalá 2008:272-275).

Aunque solo se tienen datos concretos sobre Cuinao, la guerra florida tarasca también podría haber sido extensiva a otras etnias del Occidente, y muy en particular con los cocas de la cuenca de Chapala.

10

Su origen quizá sea tarasco, de Kuíni, que significa “ave, miembro viril, pene” (Velásquez Gallardo citado en Acuña, 1988: 188). En caso de esta etimología estuviera relacionada con las aves tendría mucha coherencia su nombre en nahua Tototlán, “lugar de pájaros”.

16

Etapas de expansión del Estado tarasco (el autor con información de Acuña 1987:388-392; Acuña 1988:28-38, 303-335; Alcalá 2008; Sauer 1948, Tello 1997).

PALABRAS QUE NO SE LLEVÓ EL VIENTO. TOPONIMIAS PURÉPECHAS EN EL ESTADO DE JALISCO. Toponimia tarasca en los valles de Tequila Para un mejor análisis de las toponimias, hablaremos de dos zonas (puesto que la región Tequila es amplia, la dividiremos en dos grandes áreas según su características físicas y cantidad y calidad de datos etnohistóricos): la zona 1, que comprendería el sur de la cuenca de Magdalena y el valle de Ameca (sur); y la zona 2 (norte), que se ubicaría entre la porción norte de la laguna de Magdalena y los valles septentrionales del volcán de Tequila (figura 8). Se analizarán un total de 32 toponímicos de localidades de la región.

17

TOPONIMIAS ZONA 1 Nahua (15) desconocida sin ningún equivalente (1) de origen desconocido, pero con equivalente nahua (2) Tarascas (3) 5%

24% 10%

71%

14%

Toponimias en la zona 1.

TOPONIMIAS ZONA 2 Nahuas Desconocida, sin equivalentes Desconocido, pero con equivalente nahua tarasca 13% 6% 75%

6% 12%

Toponimias en la zona 2.

Sobre las toponimias tarascas, hay pocos indicios en general, y sólo se detectaron cuatro, todas en los márgenes de la zona estudiada11. En la zona 2 (norte), la toponimia purépecha es muy escasa y sólo hay un localidad donde pervive (Cuerámbaro, en el municipio de Amatitán12), representando apenas el 6 % de las toponimias de esa zona. Mientras que en la zona 1 (sur), el número de topónimos michoacanos es mayor, con tres registrados, lo cual equivale hasta el 14% del total. Por lo tanto, si bien en general, se puede 11

Amaya (1983) habla de una localidad llamada Huánsito en las cercanías de El Salitre, sin embargo, no fue localizada en documentos etnohistóricos tal vocablo toponímico. 12 De hecho en la zona pervive una danza denominada de los Tangaixtes, al parecer cuya etimología es híbrida, tarasca y nahua.

18

proponer que la presencia tarasca en las dos zonas (1 y 2) fue tardía e intrusiva, pero en la zona sur parece ser mucho más fuerte, quizás, anterior por solo unas pocas décadas a la conquista, lo cual coincide con las fuentes etnohistóricas que señalan la injerencia purépecha en esa zona poco antes de la conquista. En cambio, en la zona norte, la poca relevancia de los vocablos toponímicos michoacanos, podría indicar que la presencia tarasca es posterior a la conquista.

Toponimias tarascas en la región Tequila.13 Nombre actual Probable grafía Significado probable tarasca Cuerámbaro Cuerámaro ¿Lugar al abrigo de los pantanos? Huánsito Huánsito Pacana Pacanda "Empujar algo al agua" ¿Cuacome, Cuacuri? Cuacuario “Lugar de chozas” Con información Amaya (1983), González (et al. 2006:52), Peñafiel (1897:70).

13

Si Cuisillos es, o no, nombre de ascendencia tarasca aún es debatido, ya que si bien podría derivar de Acuitzio/Cuitzio/Cuitzeo, también podría tener su origen en el vocablo hibrido “Coesillo”, diminutivo de “Cúe” o templo en taíno. Por eso no se incluyó en este trabajo.

19

Ubicación de las toponimias tarascas en los valles de Tequila (Mapa del autor).

A MANERA DE CONCLUSIONES Como hemos visto en el presente trabajo, la presencia tarasca en el estado de Jalisco, es aún un tópico poco explorado. Sin embargo, es notorio que con la información disponible, se puede hablar de una muy relevante presencia michoacana en territorios occidentales. Si pues, en los valles de Tequila, la zona más occidental a la que penetraron las fuerzas del Cazonci, tanto las fuentes etnohistóricas, como el análisis de la toponimia coinciden en una presencia tardía, pero particularmente intensa en el valle de Ameca y Cocula. Otros temas pendientes son el impacto que en la economía local pudiera haber tenido la presencia michoacana en el Occidente, así como aclarar si la influencia michoacana se dejó sentir, o no, en la cultura material de la región durante el posclásico tardío, en especial en zonas como los valles de Tequila, la cuenca chapalica y valle de Atemajac.

20

Referencias citadas Acuña, R. 1987 Relaciones Geográficas del siglo XVI: Michoacán. UNAM, México DF. Acuña, R. 1988 Relaciones Geográficas del siglo XVI: Nueva Galicia. UNAM, México DF. Amaya, Jesús 1983 Ameca, Protofundación Mexicana. Gobierno del Estado de Jalisco UNED, México. Baus de Czitrom, Carolyn 1982 Tecuexes y Cocas: dos grupos de la región de Jalisco en el siglo XVI.INAH, México. Beaumont, Fray Pablo 1932 Crónica de Michoacán. Talleres Gráficos de la Nación, EUMex, Secretaria de Gobernación, AGN, México. Calderón Quijano, José Antonio (director) 1979 Documentos para la historia del Estado de Colima, siglos XVI-XIX. Editorial Novaro, México. De Coria, Diego, Francisco de Vargas y Gonzalo Cerezo 1937 Vesitación que se hizo en la conquista, donde fue por Capitán Francisco Cortés [«Visitación de 1525»]. Boletín del AGN VIII (4). AGN, México. Del Paso y Troncoso, Francisco 1905 Papeles de Nueva España (I). Tipografía Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, España. Espejel Carbajal, Claudia 2008 La justicia y el fuego: dos claves para leer la Relación de Michoacán. COLMICH. Zamora Mich. Gilberti, f. M. 1997 Vocabulario en lengua de Mechuacan. COLMICH, Fideicomiso Teixidor, México. González Rizo, J. Erick 2012 Entre tarascos te veas. Encuentros y desencuentros a lo largo de la frontera abierta del Irechequa Tzintzuntzani. Tesis de Licenciatura, Departamento de Historia Universidad de Guadalajara, Guadalajara, Jal. Molina, fray Alonso de 1992 Vocabulario en lengua castellana y lengua mexicana y mexicana y castellana. Porrúa, México. Monzón García, Ma. Cristina 2005 Un ensayo de análisis etimológico en la cosmología tarasca; Los principales dioses. Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad XXVI (104). COLMICH, Zamora, Mich. 135168. Paredes Martínez, Carlos (coordinador)

21

1997 Lengua y Etnohistoria purépecha: Homenaje a Benedict Warren. UMSNH, CIESAS, México. Peñafiel, Antonio 1897 Nomenclatura geográfica de México (v.2). Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento, México. Pereira, Gregory et al. 2014 La migración de los purépecha hacia el norte y su regreso a los lagos. Arqueología Mexicana XXX, Raíces, 55-60. Pollard, H.P. 1994 Etnicidad y control político en una sociedad compleja: el Estado tarasco en el México prehispánico. El Michoacán antiguo; Estado y sociedad tarascos en la época prehispánica. Ed. por Brigitte Boehm de Lameiras, COLMICH, Gobierno del Estado de Michoacán, México.

Órnelas Mendoza y Valdivia, fray Nicolás Antonio de 2001 Crónica de la Provincia de Santiago de Xalisco. IJAH, Gobierno del Estado de Jalisco, Guadalajara, Jal. Razo Zaragoza y Cortés, José Luis 1982 Crónicas de la Conquista del Nuevo Reyno de Galicia. IJAH, INAH, U de G. Guadalajara, Jal. Sahagún, Fray Bernardino de 2001 Historia General de las cosas de la Nueva España. CONACULTA, México. Sauer, Carl O. 1948 Colima of the New Spain in the sixteenth century. University of California Press, USA. Tello, fr. Antonio 1997 Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco. Porrúa. México. Torreblanca Padilla, Carlos A. S/f. La sala Hipóstila de El Cóporo, Guanajuato. Un espacio arquitectónico en el norte de México. 1-19. Warren, Benedict J. 1977 La conquista de Michoacán, 1521-1530. Fimax Publicistas, México. Weigand, Phil C. y García de Weigand, Acelia 2000 El Contexto Indígena. El Templo/Convento de la Concepción de Etzatlán, Jalisco y su contexto prehispánico. Ed. por Roberto González Romero, Phil C. Weigand y Acelia García, Secretaria de Cultura, Gobierno de Jalisco, Guadalajara, Jal. 9-65. Yáñez Rosales, R.H. 2001 Historia de los pueblos indígenas de México. Rostro, palabra y memoria indígenas: el Occidente de México: 1524-1816. CIESAS, INI, México.

22

Fuentes electrónicas. Relación de Michoacán (Instrumentos de Consulta [en línea], El Colegio de Michoacán). http://etzakutarakua.colmich.edu.mx/proyectos/relaciondemichoacan/default.asp

23

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.